Erase una vez un mundo de fantasía al que nadie podía
acceder, ni siquiera su autor, tierra de nadie y de todos. En un torreón vivían
dos brujas, buenas o malas, según les diera la gana, con sus hechizos trataban
de educarle moralizando rollos y rollos de pergaminos. El castillo tenía formas cubicas perfectas y era azul, como el de Picasso, se oían lloros de
niños, gritos y esclavos en cavernas torturados. Mas también miraba por la
ventana la hija del sol, la princesa de la primavera y el niño hombre de ojos
tristes. Por la noche vampiros asustaban al señor, o fue mi insomnio el que le
despertó. Mamá tampoco podía dormir por las noches en la casita del perrito de
papá, la luna la perseguía sin llegar nunca a atraparla. Y así hice de ella mi
casa de los fantasmas, y me convertí en alegre vampiro emocional, pues ya se sabe que no hay familias/mundos felices pero que seguirá habiendo cuentos de hadas.
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