sábado, 26 de octubre de 2019

ESBOZOS SOBRE CARMEN MARTIN GAITE


Me abruma que esta autora haya escrito tanto, se asegura que guardaba unos 600 cuadernos de todo, 300 artículos de prensa tirando del hilo y ni se sabe lo que quemaron ella y su hermana “cuando les daba la piromanía, para que no se lo expropiara el hombre de Texas americano” (el capitalista lobo de Caperucita en Manhattan) ¡Se puede abordar desde tantas perspectivas y tantos aspectos que no sé qué hacer; quizá partir de Cuadernos de todo, que aglutina toda su obra de ensayo, novela...y su propia  vida, y del Cuarto de atrás! Para leer y escribir se necesita “atención”, hasta para distraerse en el vuelo de una mosca o estar en las nubes hay que prestar atención. Y luego se necesita un pretexto. Con el concepto de Retahíla (“Serie larga de sucesos o cosas no materiales, iguales o análogas, que están, suceden o se mencionan una tras otra.”) se referirá a unos textos largos de aparente escritura automática, semiautomática porque piensa mucho antes de escribir, en la que luego tacha algunas palabras, añade, quita y hace correcciones. Mediante frases cortas y fragmentarias va hilando un discurso lleno de coherencia y además de recursos metafóricos evocativos y sugerentes. Gaite inventa un macrocosmos  lingüístico con sus propios neologismos inventados, hace del diccionario  un lenguaje propio mezclando los usos lingüísticos de posguerra e interesantes lecturas posestructuralistas, deconstructivistas. ¡unos pensamientos mágicos tan lógicos que se necesita un "ritmo-lento" para contar bien, mimar, coser, enhebrar, ordenar, tirar del hilo de la cometa y hasta  cocinar todos estos retales, retahílas, retazos, ovillos, fragmentos de mi interior destinados a esa búsqueda del interlocutor soñado. Necesito para empezar a escribir de ella crear  un ambiente idóneo de representación teatral o performance deconstructivista posmoderna en mi propio cuarto de atrás: el pitillo de Greta Garbo sobre el  cenicero, los fetiches de costura con la máquina de coser puzles y collages y fotos de actrices, los libros llenos de hipotextos desperdigados por el suelo y todos estos consejos para cocinar la escritura. Convierto mi mesa de estudio en un taller de poeta-obrera manufacturera, del gremio costurero artesanal y boina “I love Nueva York” a lo dadá. 
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Abro mi ventana a otras ventaneras-soñadoras-fantasiosas que queramos hacer estas labores artesanales  y domesticas por propio gusto y no por imposición del marido Ferlosio ni obligados por autoridades, como esos maestros que contaba C. M. Gaite que distinguían entre la redacción subjetiva de invención y el relato objetivo del viaje en el bus a un monte con iglesia. Ella quiere ver la ventana por delante y por detrás, dirá en su entrevista con García Soler. Se empieza a escribir desde el cuarto de atrás, nuestro inconsciente, tratando de ordenarlo (su casa en Dr. Esquerro no es el mejor ejemplo, mi mente y este análisis tampoco) ¡en qué trabajo titánico y tiránico me he metido!; prometeico por transgresor y algo destructivo de mi vientre (Nietzsche opinaba que los sentimientos se hallan más allí que en el topos arterial del corazón, y que se “escribía con las vísceras”). Es titánico, pero no tarea absurda de Sísifo, por lo que a mí me puede aportar a mi propia escritura, por lo que pueda llevar a  conocer su figura (un juego de versiones de sí misma) y su obra (un juego de fragmentos de interiorismo que no pierde la coherencia ni en su vida ni en su unitaria obra)

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Quienes no distinguen de trasformación de estilo, finitos temas e infinitas significaciones la colocaron el letrero de "monotemática", Pero es una  autora polifacética y variada  en el tratamiento a estas obsesiones repetidas. Le daba a todos los palos y “a los palos secos" de los morfo lingüistas patada parecida a la que recibe el pobre Todorov en El cuarto de atrás, aun siendo su Introducción a la literatura fantástica el preferido entre aquellos libros de ismos de Propp, Bajtín, Chomsky, U. Eco,...que solo hablan de sí mismos (meta) y para sí mismos, sin ese lector común de interlocutor. Parece  estar hasta los mismos de tantos ismos y aunque asegura en El cuento de nunca acabarno me  arrepiento de estas lecturas, pero quiere usar estos ensayos en una novela ¡y menos mal porque así no me llamarán para conferencias de ese tipo!” ¡Aunque no dejaron de llamarla!) Así surgió ese maravillo libro que no sabría encasillar sí de enseñanza a la escritura, o pedagógico para estas madres de los 80 que querían ser escritoras mientras sus hijos se aburrían en los columpios y ella inventaba divertimentos jugando con estos niños abandonados de sus progresistas padres, como Wendy con los niños perdidos o una Miss Lunatic del Retiro o de Central Park. En el cuento de nunca acabar no se sabe dónde acaba la teórica literaria aconsejando en un taller de escritura, donde la pedagoga interesada en una educación sentimental al menor (el primer receptor de historias, de cuentos orales, el interlocutor preferido por la autora es ese niño que interrumpe a la madre pidiéndole que lo cuente “pero con ganas” (Barthes dirá: “a un escritor no hay que pedirle  tanto que escriba algo como que lo diga con voluntad de escribirlo”)

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Hay miles de trabajos poniéndola “letreros, estandartes y banderas”, algo por lo que protesta repetidamente en Cuadernos de todo. ¿Metaliteraria? En una  entrevista afirma desconocer prácticamente esta palabra cuando escribió El cuarto de atrás, quizá falsa modestia. Se la considera memorialista pero ella se queja del exceso de autobiografías en su tiempo, y afirma que no pretendía  escribir sus memorias pero toda su obra ya la recuerda y se teje de retales y fragmentos de ella misma dejándose ver, pero no como un libro abierto sino con un erotismo bien enmascarado. ¿Cronista social, testimonio de la posguerra, barroca, autora-ficción, cuentista infantil, narradora fantástica, neorrealista? (etiqueta únicamente por pertenecer a la generación del  50 y por Entre Visillos, un Jarama femenino, la novela coral de unas “niñas de provincia”  de  alta clase social  en una ciudad de con mentalidad pueblerina de casarse cuanto antes, a lo Jane Austen.) Prefiere “contar” a decir o narrar, al tradicional verbus dicendi, sabe que la tradición literaria fue en su origen oral, revindica lo sensorial interior sobre la grafía de la forma, la literatura es el sucedáneo, fármaco o bálsamo de la vida,, surge cuando no tenemos interlocutor a quien contárselo  directamente, cuando necesitamos que la escritura sea memoria perdurando, testimonio vital de palabra para las nuevas generaciones, que ella consideraba muy parecidas a la de su juventud (Se refiere a La movida o el Kronen, con el paradigma de su alumna y amiga Belén Gopegui.) C-M Gaite se sentía joven a cualquier edad, un tema del paso del tiempo y la vejez que lo asume con serenidad en Cuadernos de todo.  La voz literaria de Gaite rejuvenece a cada novela nueva, hay quien dirá que se “recicla” a las modas de cada momento histórico de España, pero sí algo odiaba era estar ir “a la page”o “demodé”, etiquetas de progre o retro y la trasgresión por la trasgresión, (“no puede un escritor plantearse: ¡voy a escribir un cuento original! sino encontrarse en el medio del cuento con ¡coño, este cuento me está saliendo original!” (C. d todo.)  
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¿Feminista? Su retahíla es la queja gallega; mezclando lo concreto y lo abstracto en una queja contra el varón y una reivindicación de género, los monólogos de los personajes femeninos se mezclan y multiplican en una voz coral. Pero detestaba el feminismo de masas, gaseosa, como se lee una y otra vez en sus artículos. También la visión esencialista de la mujer impuesta por la estructura totalitaria, pues muchas adolescentes se dejaban engañar por las radionovelas de amor y otras construcciones culturales. Ella pide que se escuche, se vea, y se toque a la mujer real y concreta. Su obra es una cantiga de amigas (ahora se descubre que bajo las voces figurativas “amado” y “amada” se escondía la  canción de dos mujeres solas, dos ventaneras, de ventana a ventana cantando  el amor  soñado.) Y así va analizando desde las canciones galaico-portuguesas, los poemas trovadorescos, prestando especial atención a las amadas fríamente por los héroes de la épica medieval (la pobre Isolda bebiendo la poción de Tristán, Doña Jimena esperando casta al cid castellano…) Siempre desde una perspectiva femenina. Como mujer libre  del medio siglo se interesa más por “la espera” de la mujer al héroe que por el héroe en su Odisea. Helena era incapaz de desembocar ella sola, con su belleza censurada de pandémica, la de Troya. La virgen no podía redimir tampoco el pecado de Eva que no fue el otro que hacerle morder al hombre el  deseo a través del logos, esa manzana prohibida. Se queja Gaite de este esencialismo hacía la mujer, ya sea elevarla positivamente como un modelo (Isabel de  Castilla –la marida del gran Fernando, Dulcinea del Toboso princesa entre las aldeanas, Doña Inés el ángel del señor para la sección femenina) o contra-ejemplo (Lilith, la primera mujer en los evangelios apócrifos negada a copular con Adán, el hijo de Dios; maría la prostituta de Madgala, la mujer fatal, a la que ella llama la  enfermera, el segundo plato en Tatuaje de  Concha Piquer hasta que el marinero encuentre otro amor de  cantina de postre.)

Ella no quiere ser ángel ni diablo, sino C M Gaite y por eso le interesa la pueblerina Adonza Lorenzo que necesita agacharse a cultivar el campo y luego preparar la cena al gran literato que la tenía por musa y Diotima  entre las cocineras. Le  interesa la Teresa de Ávila motejada “la loca de la casa” en el convento (“la casa de locos de la teología”, ironizaba  Voltaire) antes de motejarla santa y matrona de los escritores. Quiere ver tras el mito, la mentira, la parte de verdad que había en esas mujeres, una divinidad que estaba dentro de sí mismas y no respecto a unos ojos masculinos. Por eso, cuando reflexiona sobre la mística de Teresa, por ejemplo al final de sus Cuadernos de  todo (misticismo porque la muerte concreta, física, la de uno, va llegando.” Y no te engañes, guapa, te estás haciendo vieja”) trata de imitar la serenidad vital y formal de esta monja, pero apenas habla de Dios, habla de los sentimientos de esta señora, igual que lo hará cuando estudie a la monja portuguesa. Se han considerado “histerias femeninas” los “éxtasis, delirios, ataraxias…”de estas religiosas por algún prejuicio materialista de Freud de reducir lo intangible a un instinto material, por boutades como las de Ortega y Gasset en sus ensayos sobre el amor “esas alucinaciones con el alter ego se debían a cierto pan de cebada común  en Ávila” etc. Tal como se lo han contado en el colegio o en La Sección femenina estas mujeres eran malos espejos, donde la mujer escritora no puede reflejarse ni refractar su propia visión del mundo. Teresa dijo “la mujer a  dios y a los pucheros” y hoy a una feminista le puede alarmar, pero Gaite lo quiere entender como una receta de cocina individual,  cocinándose en el alma algo que los demás no podían comprender y llamaban locura.

También le ponen el letrero de antifeminista porque no se comportaba dura como un hombre ni nos odiaba sino que buscaba siempre el dialogo y no sustituirse en nuestros defectos, tan segura de la superioridad de la mujer en muchos  aspectos que no tenía que estar repitiéndolo a cada momento; y tan segura de que "el sexo es un rato" que apenas habla de él, pues ya hay mucha literatura mal contada y aburrida (la novela rosa, las apologías morales  condenándola la libertad sexual femenina) que lo que menos le interesa es el  acto en sí, sino cómo se cuenta, como se lo cuenta la mujer misma. La sexualidad es poder y saber, leyó en Foucault, y la mujer ha desconocido la suya hasta hace bien poco. La sexualidad es un juego añadirá  ella, un acto performativo (siguiendo este feminismo deconstructivista) que tiene valor por su performance en sí, por la interpretación de estos roles del filerasta y el pederasta que pueden ser intercambiables en cualquier orientación o tendencia sexual. Es lo natural; lo libre del placer y también lo impuesto del instinto, pathos y ethos hasta en el sexo, no inventamos nada, ni las posturas, que ya aparecían en las obras más remotas (en Aristófanes x ejem.), pero jugamos a contarlas  otra vez, de otra forma, con más ganas.  Más que el sexo le interesa el  discurso de la sexualidad (Foucault), cómo nos han contado esta historia. Y nos la han contado mal por ejemplo desde la censura carnal de Platón hasta la escolástica tomista. No quiere a la Laura esencial de Petrarca o a la Isabel Freyre de Garcilaso, sino conocerlas a ellas como mujeres reales, y no a través de los ojos de un interlocutor que no  les deja intervenir en su discurso entusiasta de idealización.
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Le preocupa el tema de dios como la creación de otra ficción, otra construcción cultural por motivos de ordenación de la polis y  sus derivados pragmáticos y comerciales, y mal  contada. Lo que le preocupa es  que la gente se tome al pie de la letra este sueño sin atreverse a contarse sus propios cuentos y fantasías. Parece tenerlo todo claro desde los 8 años  cuando empieza a leer y escribir; sigue una línea barroca (cervantina, calderoniana) pero dicho en toda su sustancia fantástica, es una  surrealista cotidiana, costumbrista mágica, intimista, crítica social…¡letreros que otros le hemos puesto! Y otros con los que ella misma se adornó: ventanera, soñadora, fantasiosa, en las nubes, buscadora de nenúfares-esencias platónicas-, costurera de  sueños, cazamariposas (como le decía su profesor y le  dice el profesor a Sofía en Nubosidad variable: “no deje de perseguir mariposas con su red” Su escritura trata de ordenar el caos, recomponer fragmentos, retales, botones, costuras, retahílas dispersas, cristales mágicos, versiones, interpretaciones de un espejo desfragmentado  donde ya no puede reflejarse la madrastra de Blanca nieves. Recomponer el espejo hecho añicos de Narciso buscando la flor, lo más esencial de  sí misma, sin caer en el ego (en la narración egocéntrica, de victima  autocompasiva, gastronómica, insustancial de un saludo fatico en el ascensor…de la narración thanatos)
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Ella apuesta por la narración eros, desde los textos del entusiasmo platónico (El banquete, el Fedro), desde su profundo conocimiento sicoanalítico (Freud para olvidarlo, con sus histerias femeninas, sus envidias al pene, sus homosexuales enfermos de la lívido. Jung para resoñar a Freud. Lacan para solucionar los traumas familiares….incluso presta atención a obras que alguien podría considerar menos serias como El héroe de las mil caras de  Campbell buscando esos arquetipos, símbolos, estereotipos, signos del inconsciente, del cuarto de atrás, un cuarto que no es de su propiedad sino de todos los que se acerquen a un libro bien contado.) Busca adherir con pegamento de cola un mosaico interno, un fresco  collage, un macramé de telas con sus fantasmas y demonios de Dostoievski, una interrelación alejandrina, borgiana, tejida de sueños (decía Shakespeare) “todos vivimos de sueños, unos de los propios y otros de los ajenos  Su mirada retrospectiva se construye en el presente inmediato, desde su cuerpo, sólo desde él es posible toda trascendencia, la metafísica no es más que una materia reflexionando sobre sí mismo, soñándose, la metaliteratura es la literatura hablando de sí misma, del hecho de sumergirse en la lectura, del por qué a  veces la abandonamos y dejamos para el día siguiente, por qué con unos textos necesitamos fumar (evaporarnos, irnos de nosotros mismos, sobre  esto reflexiona cuando trata de dejar el vicio)


¿Por qué escribimos?, por falta de un interlocutor real en la vida, o porque este no nos basta y necesitamos  soñarlo y buscarlo sabiendo de lo utópico de nuestra platónica búsqueda.  Escribe para darse identidad, pero una identidad mutable, dinámica, que evoluciona, se trasforma, se deconstruye, se va formando de  versiones y correlatos de uno mismo, consciente de que la sique no es una unidad compacta y de que la parte represiva o sublimadora del consciente es la que menos abunda. No puede separar su realidad exterior de su interior, ni lo pretende, no cuestiona sí es mitos o logos, subjetivo u objetivo, sí está bien contado y divierte, ayuda a vivir, alegre, es verdad, y sí aburre porque te lo cuentan mal, sin ganas, es mentira  aunque lo haya firmado Santo Tomás o Newton. Parte de  esta concepción barroca de la existencia (la vida es sueño, la muerte  es sueño) para jugar al desdoblamiento de Todorov; la dualidad o multiplicidad de  tiempos y espacios (el tiempo cronológico del reloj,  el histórico de las fechas “las piedrecitas blancas” que pueden guiar el camino pero no lo hacen por nosotros. El verdadero tiempo es el interior, emocional, intimo, simbólico, onírico, y es un tiempo  siempre en tránsito (de viaje, en mudanza de muebles y  de alma, con alma de vagabundo y trotamundos cosmopolita, un tiempo diacrónico, una evolución, un tiempo continuo de ritmo lento, de espera, cuando te detienes a saborear el instante del ahora,  del kairós, del carpe diem amoroso, un tiempo dilatado hasta la eternidad ficticia, hasta la meta (física), hasta lo lejano (lo teleo-lógico), pero vivido en este mundo de acá
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También el espacio es múltiple, evolutivo desde una mirada interior (puede estar en su ciudad de provincias de Salamanca y a la vez en casa de su marido acunando él bebe muerto mientras escribe un cuento de fantasmas, y luego emanciparse en libertad a su piso de Dr. Esquero, una habitación propia de Virginia Woolf que nunca fue propia, como no es patria ni propiedad la literatura de ningún escritor o lector en exclusividad, una casa  siempre llena de amigos, de interlocutores, de correlatos, de libros, de hipotextos que le llevan a otros y que ensambla en una inter-literatura para en el fondo hablar de la suya propia, de la metaescritura, de cómo ha interiorizado ella esos libros y los vive existencialmente. Si  todo son sueños y los sueños son…ella prefiere las buenas ficciones que las del televisor con los seriales amorosos, detesta los príncipes  azules de Corín Tellado pelo en pecho, quiere vivir la literatura y escribir con la vida, vitalmente, con ganas, se corresponda o no con una autoficción y un narrador autodiegetico.

Escribir también es  la excusa al café con leche y al cigarro,  el preludio a escribir, el prólogo, el  ensayo y error, la  corrección, la tachadura en sus Cuadernos de todo, las dedicatorias a su hija  Marta (su hija la llamaba Catila y solo sus padres podían llamarla la Torci) En lo que ella  llama  pretexto casi está el texto en sí, ya estamos a medio cuento, el pretexto lo entiende como un contexto biográfico y generacional, histórico, que queda impregnado en el texto a través de sus huellas, rastros, de escritora implícita para que un avispado lector real, un interlocutor real asista al dialogo de  una escritora ya fallecida, y pueda encontrar los espacios a rellenar que sus obras  abiertas dejaban. Sí sabe el buen lector aprovechar la literatura como espejo, le ayudará no sólo como evasión sino en su día a  día, usando la fantasía en un sentido práctico, pensamientos mágicos que ayuden a vivir, en vez de narraciones solo divertidas para su autor. Sin interlocutor no hay dialogo, sin lector el libro solo es un  objeto cerrado y escondido en una biblioteca esperando nuestro abrazo. Tras siglos de interlocutor pasivo, de receptores pasivos a un sermón religioso ella revindica esta participación del lector en la obra, igual que agradece que su hija le interrumpa el cuento para pedirla “ahora cuéntalo bien, cuéntalo con ganas”, igual que le gustaba tanto encontrarse con el lector en el libro, comentar sus impresiones, comprobar que las señoras no se despegaban del televisor porque el tele-novelón melodramático les culebreaba algo en su  interior que en aquellos momentos, por su juventud, porque lo estaban viviendo, no podían pararse a pensarlo.

Y así escribe Los usos amorosos, para que nos demos cuenta  de la ficción y aun así sigamos soñando sabiendo que soñamos. Recibió el cum laudem por esta deconstrucción del  romanticismo dieciochesco, pero sabía que iba a llegar más la revisión de los usos amorosos del franquismo, y “había trabajado tanto y con tanto amor…que le puse un título parecido así el uno tiraba del otro”, pero es una verdad a medias, lo que tienen en común ambos ensayos es que el lenguaje amoroso, del XVIII, del 50, de su alumna Gopegui  en La movida o en el Kronen, o el lenguaje de los enamorados de ahora es una mentira que lleva un punto de verdad. Y solo por encontrar esa verdad en tantas promesas de amor vale encerrarse a hacer una crónica sentimental de España desde la mirada femenina, que era la que más lo sentía o sufría. Montalbán escribió su Crónica sentimental de España y luego pasar a la Historia de la comunicación social; pero a C. M. Gaite le interesa el lenguaje y la comunicación desde la semiótica amorosa, le preocupa cómo se educa a los niños, pero en realidad no sí el lenguaje es políticamente correcto  sino los sentimientos que hay detrás de esos padres. No quiere ser moral pero es ética con ganas. Quiere ser más dialógica que dialéctica, aconsejar y no aseverar, no adoctrinar, no moralizar, y no obstante su forma sentenciosa de culminar un latinismo (el recuerdo de “mujer que sabe latín no puede llegar a  buen  fin y aun así hoy me he cocinado garbanzos”) Esa  forma de aunar lo abstracto en lo concreto, de no renunciar a buscar la utopía, la esencia sin que parezca que dice nenúfar (morfológicamente y fónicamente suena bien, pero lo bello del nenúfar es que existe en la realidad, y nos lleva a  cada uno a  una  evocación diferente.) Hacer del esencialismo un existencialismo cotidiano, vivir con intensidad lo más esencial que es la vida y luego poder contarlo.

Sigue buscando la luz, con ese afán ilustrado de Macanaz, de archivera de Lo raro es vivir, caminando a tientas por la penumbra de Simancas, por el oscurantismo franquista, sujeta a candelabros de otros siglos, terrenal abrazando  una manta toledana como a su piel pero sin dejar por  ello de querer volar cual Peter Pan. Y por eso se  asoma a la ventana pero  ahora consciente de por qué la mujer necesita asomarse a su ventana privada, intima, particular. Sigue buscando  su interlocutor soñando consciente de que los príncipes  destiñen, salen rana y ganan  el Nadal antes que ella. Se percata que el interlocutor soñado es su hija Marta, o cualquier niño que quiera un cuento bien contado, aunque sea mal considerado por la recomendación de la pedante “jerga Gutenberg” y sea un librito de Celia Dice, o un cuento de Antonio  Robles (ese reencuentro de una niña que ha  crecido al hilo del cuento de un viejo con alma de niño) o Andersen diciéndole al emperador que va desnudo, o los Grimm en toda su crueldad,  sin edulcoraciones políticamente correctas, sin happy end para la caperucita de Perrault porque se había empeñado el moralista ilustrado en que el lobo se comiera la sexualidad de la niña pero en Gaite el lobo capitalista  pretende la receta artesanal y ni un bocado se lleva y en cambio la  abuela consigue al fin novio, y bailan juntos un vals de Bartoldy sin estar casados, sin anillos ni grilletes, con la estatua de la libertad de fondo y una vagabunda Miss Lunatic viviendo en el cerebro del monumento que nos recuerda que en Nueva York siguen los negros del Bronx, los outsiders del sistema, los Diógenes del parque, los “rascaleches” de Miguel Hernández estropeando el paisaje al pueblerino con un ritmo más lento, siguen las prisas en Nueva York, la imagen llega antes que la palabra, no hay sitio allí para el Pido la palabra de Gaite ni de Blas de Otero ni de José  Hierro en otros Cuadernos contando ese estrés urbano de la mega-polis. Miss Lunatic vive en el cerebro más racional e irracional de esa estatua, que señala a una libertad económica, y no a la libertad humana, la de los derechos humanos naturales que por naturales que se sueñen hay que pelearlos. Las retahílas en Nueva  York son lo más bello, el paisaje del lago observado desde una habitación de hotel, que le evoca la novela La Reina de las Nieves. A la muchacha de Hopper le faltaba una ventana para salir de su soledad, de su estatismo, de su  pasividad. Pero comparte con Carmen sus maletas, su cansancio sobre la cama, ya enferma y lo sabía aunque nadie quería decírselo, ¿por qué no me contaron que la abuela había muerto y me decían “la  abuela te quiere mucho? No comprende la mentira de los adultos, actúan por inercia, por aburrimiento, por rutina.

Emociona imaginar a Carmen con sus Cuadernos bajo el brazo siendo maltratada por la seguridad del aeropuerto, cacheándola y sin poder defenderse por vergüenza. Es una autora  consagrada ya, la han invitado a dar una conferencia en una universidad, pero la tratan como a una delincuente, y  siempre  esperando: las maletas, falta un papel, vuelta usted mañana, la estructura que denuncia Larra, o el funcionario gris Kafka o Pessoa, dos introvertidos que se esconden en sus textos, pero en el fondo dos antihéroes románticos para Carmen. Bendito sea Kafka llega a decir en El cuento de nunca  acabar, que crece no cuando deja de tener miedo y dolor sino cuando sabe afrontarlos con serenidad. O Pessoa que esconde su rutina mediocre  en Lisboa con la invención de heterónimos, de versiones de sí mismo, de cristalitos mágicos. O bretón y  el surrealismo en su denuncia a esta alienación social y enajenación mental del individuo, ella quiere des automatizar el código mental del ciudadano medio. Lo hará con sus juegos dadá,  con una escritura automática para des-automatizar a las personas, dejando que fluya libre la conciencia mientras escribe apretada en un autobús, tomando el sol en el parque de El retiro de Madrid, desde una habitación de Hotel de Manhattan, observando el río revuelto y la vida pasar con Aldecoa que le prometía “seremos escritores”. “Y allí, en un banco de la universidad,  con Unamuno presente en metalepsis de piedra; en una mesa estrecha en casa de Ferlosio desvalorizando su obra, se sentará a seguir escribiendo. Hará esta performance en su mesa, mientras sigue cocinando pero ya para ella misma y para su hija, que le inspiró tantos cuentos de fantasía.

Da igual desde  donde escriba (Salamanca, su pueblo de Retahílas gallegas, el  Ateneo,  Simancas, la Biblioteca Nacional, un banco del parque viendo como mal crían las madres modernas  a sus niños, aburridas ellas y contagiando ese tedio a unos niños que juegan por jugar en los columpios, pero sin ganas, porque les dicen ¡entretente, juega! para quitárselos de en medio un rato. Escriba donde escriba habitará el lugar, más que apropiárselo o empoderárselo, estará allí para luego contarlo. Por eso empieza a construir una figura en la arena y los niños acuden a ella, sin que los convoque, para aportar un trozo de hierba, un palo  que han encontrado, sus ganas de jugar. Ella no quiere dar muchos datos sobre sí misma, datar es como fechar, “no hay que  ser notario de lo que ves”, como su padre que siempre acababa sus conversaciones siempre con la muletilla “yo esto lo firmaría” Firmar un contrato editorial, firmar  un libro es lo  de menos, el paratexto que menos importa. Parece la autora aceptar la muerte del autor de Barthes, porque sabe que así renacerá el lector. El lector se formará un libro distinto en su cabeza, según sus horizontes y expectativas de lectura y también recuerdos de vida. Su obra le recordará al lector otros hipotextos e incluso puede adivinar algo de la mujer que se escondía tras su pluma.

Se puede decir que vive literariamente y escribe vitalmente, aunque sí  distingue una parcela íntima y privada que no quiere que la invadan; no deseaba que le expurgue su  cuarto de atrás “el hombre de Texas”,¡ algo que había pasado con tantas  autoras con a! Por eso se calla en sus entrevistas parcelas de su vida privada, pero el dolor de un matrimonio fallido está siempre presente en su obra, así como la muerte de su hija y de sus padres tan seguido y preconizando la suya…A nada que leamos sus 900 páginas de cuadernos publicados nos haremos una idea de la brillantez y humanidad de esta señora que murió abrazada a ellos. No a todos, imagino, porque fueron infinitos, no cabían ya papeles  en su casa. Aunque se abrazara a tres ya se estaba abrazando  a los que la quisieron, a los que solo podían llamarla Carmiña o Calila.  Y quien no quiera leerse estos ensayos (donde da vueltas y revueltas a lo mismo, al lenguaje y al amor, con distintas palabras y estados de ánimo cada  vez) tiene una especie de píldora concentrada en su novela El cuarto de atrás. Allí está todo. Incluso una pastilla mágica que le ofrece el hombre de negro que “puede incentivar la memoria pero también disminuirla.” Se refiere a su memoria personal y a la colectiva, al testimonio generacional. Ese hombre de negro que parece podría ser un personaje de Momo  en los libros que le leía a su hija, un siquiatra progre de los 90, un periodista de interviú literaria repasando su obra y vida, el demonio de Lutero, el eterno botero rubio y con rabo pero que te da una patada en el culo en el infierno de Las Ataduras, el novio  de Portugal becada en su primer viaje sola que ni siquiera la conoció en persona (sólo la amó platónicamente), un sueño de interlocutor amoroso, una pesadilla de galán donjuanesco de ridículas y patriarcales calzas verdes propio de una comedia barroca. Luego la obra adhiere tintes de telenovela venezolana con acento gaditano y almodovoriano posmoderno con ese personaje de la novia celosa. El cuarto de atrás nos habla de la soledad; aparece la metáfora de la cucaracha de Kafka o  de los Beatles inundando su casa tanto como su Diógenes de papeles, las fotografías de divas del cine, las viejas glorias, las lágrimas de la Piquer en un vieja radio…da igual qué interlocutor fuera, sí real o soñado, lo importante es que esa noche de insomnio C. M. Gaite halló al otro. No hablaba sola, ergo no estaba loca.

Aunque al ir sonámbula a dar el beso de buenas noches,  el cuento y el vaso de agua su hija Marta ya parezca dormida, torcida como siempre anticipando cuando lo hará para siempre, víctima de una jeringa de heroína. Más ella siguió hablando  con Marta, otro fantasma más, mejor que la televisión que no tenía. El telediario dirá que mató el sida y esos tiempos de permisibilidad de la movida, y enganchase a un Carlos castilla del Pino, anti siquiatras  que solo pensaban en picarse….Pero Carmen no tenía televisor sino la casa repleta de amigos y no podía  oír  estos Nodos de  Nadas, estas Informaciones y decires. Eso no es contar, no lo cuentan bien. Marta sigue viva en forma de  Caperucita en Manhattan, y Carmen también, autorretratada en su Reina de las nieves.
La Nubosidad variable no puede separar a dos amigas, más que madre e hija, más que un lazo sanguíneo pues se ha  forjado libremente. Dos amigas que compartían novio de juventud; la pedante y prestigiosa  siquiatra de moda Mariana León (incapaz de explicarse así misma esta ejecutiva de altos vuelos, esta autoself-woman entre sus racionalizaciones, sus tesis sobre el  erotismo, los pacientes que le aburrían y neurotizaban ni los amantes que le devolvían el frío ardiente de Catherine en Cumbres Borrascosas y  su amiga de bachiller, Sofía Montalvo. Y esta es la otra Gaite, la Gaite ama de casa, influida por el ensayo de Betty Friedman de las dos anti heroínas de siempre. Gaite las logra fundir en una, mezcla sus dos monólogos interiores en forma epistolar, en uno  solo, pero además lo mezcla con la retahíla de la mujer del servicio Encarna (que no es solo queja sino alivio popular para Mariana, con su sapiencia de la vida y no de Freud) , con los miedos a los libros  de Silvia, con un esposo “de  esos ¡ejecutivos al poder! y sus amantes  que no escuchan… Va mezclando miles de monólogos  cohesionándolos en una misma retahíla femenina, “El mal que no tiene nombre”. Sofía Montalvo es sabia como su nombre y como Carmen, y acaba abandonando al  esposo y cocinar para ella sola, para contarse así misma el cuento, harta de que se lo cuenten. Se mezclan los registros lingüísticos, el  culto de una mujer George sand que trata de jugar a  Las amistades peligrosas con un Raimundo mefistofélico, autodestructivo que se le presenta en la consulta para suicidarse, insistiendo  en su narración thanatos. Sofía, en cambio, sigue hilando una escritura eros, a escondidas del esposo, entre los celos de la hija mayor con un bebe que se parece a la  Torci por sus descripciones de cómo sueña torcida, con un hijo que la trata con el machismo del padre…y lo  deja todo, harta de esperas teleológicas, y va a un hotel de una playa de  Cádiz como  en una película neorrealista mezclada  con una  de Almodóvar, sonando boleros de fondo, y en el final abierto sin happy end de que ambas amigas podrían hallarse en el mismo hotel, incluso esperar citarse para hablar con un mismo amante, de nuevo compartido. Dos correlatos unidos en una relación de amistad como tema principal, y los subtemas de relaciones materno filiales, educativas, amorosos, la juventud, la educación, la psicología, la soledad..
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Carmen también estaba harta de que Rafael ni le tocara, ni le retocara sus cuentos, ¡Cuánto agradeceré que no nos influyéramos! Otra mentira- eros, irónica. ¿Qué le hubiera costado reconocer el  pago que Carmen debía a Kafka en El balneario? Carmen ya no volvió a pedirle consejo ante la falta de interés de Rafael por su obra. Necesitaba un ritmo  algo más rápido, no perderse en el paisaje de Andanzas de Alfan huí o una metafísica de Benet “gracias por vomitar hacía arriba” (y así no salpicar mi escritura) para buscar su paisaje interior, fragmentario, una marina como la que describió en uno de sus primeros cuentos para el periódico universitario. Harta de tantos ismos, de asistir a tantas exposiciones de galeristas tan abstractos que no decían nada…busca la concreción en la sencillez: una playa, una maruja, una loquera, que se necesitan e intercambian los papeles, les une Cumbres Borrascosas y no el  chulo demonio  rubio con cara de lobo.  Sí Carmen pide la palabra es para expresar lo inefable del sentimiento,  de los sueños, de las fantasías, para evocar lo que solo tiene  sentido o verdad en cada interlocutor si se ha esforzado en contarlo bien. Carmen lo tiene todo claro desde los 8 años, desde que su madre, viéndola leer su primer libro, le produjo la primera herida: “¿No pretenderás ser como Peter Pan?” Le hizo de espejo, no sé si de malo o bueno, “porque ni siquiera tenemos la culpa”, somos semiculpables de nuestra libertad a lo Sartre porque es también la libertad una condena a errar, y a equivocarse, pero en todo caso un error que habitamos nosotros y no nos habita nadie.  Así que la ventanera abre sus visillos, para mirar de dentro a afuera, pero también se divierte con sus amigos, y mira la ventana desde  fuera a adentro. No existe esa barrera de la subjetividad y la objetividad cuando se vive la cosa con tanta intensidad, la rex con tanta verba entusiasmada de ideas y logos.  Sabe ver en lo rutinario lo excepcional, esa mirada que le aconsejaba Ignacio Aldecoa; mientras esperaban el porvenir y ¡el porvenir que no llegaba! Supo mirar con los ojos su realidad y sobre todo hacérnoslo mirar. Pero uno no puede ser notario de todo cuanto debe, como su padre notario; tiene que contárselo a los demás. Su padre era un lector voraz, un hombre admirable sin partido,  que escuchaba a todos tuvieran la ideología que tuviera, sin carné del  PSOE (como su tío fusilado, o Unamuno ayudado por un falangista con una almohada a pasar por reaccionario y sin zapatillas por el infierno teológico del franquismo) “Mi padre escuchaba a todos, pero no hacía de la literatura  algo mágico, simplemente leía con voracidad y me lo contagió.”
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Carmen contaba mejor el cuento, contaba  1 2 3 añadiendo “a esa niña de rojo ya no la ves” pues le han desprendido cruelmente de la infancia, oye los bombardeos, sabe de familias que han perdido al hijo o al padre, pero ella, “sin ese miedo a parecer de derechas en el escritor” confiesa que la paga le  daba para un helado de limón y le ofrece uno al hombre de negro, en vez de su benzodiacepina. O que tenía envidia y pena a Carmencita Polo, “¿Qué tendrá la princesa de labios de fresa? Seguramente lo mismo que Carmen;  cromos que compartir, palabra y sueños que la callaban, un vestido de mujer objeto, florero o chica nueva en la oficina. Una Carmen fuerte, activa y valiente, coge unas tijeras y customiza el traje de princesa para remasterizarlo sin banderas. Tenía un modelo pictórico en Remedios Varo y Leonora Carrignton pero junto al hada y la princesa surge también la bruja y sus espejos, la boina “made in Nueva York”, reconstrucciones de sí misma para seguir viviendo…Hasta que agotada ya no puede más, perdida y  mareada por las calles impersonales de una ciudad demasiado alta para ver la luna, vagabundeando por Tyfannis sintiéndose Audrey  Herburn en Desayuno con diamantes, habitando una buhardilla bohemia, o un hotel de lujo, o una pensión cutre de Emilia, Parada  y fondo, intentando entre ella y Ana Belén que ese desnudo en la tienda de modistas de lujo “no esté justificado”, preguntándose por qué la mujer  ahora debe destaparse cuando la han tapado otros y la quieren destapar otros. Quiere desnudarse Gaite pero no en una pornografía de novela rosa, cursi, ñoña, no en una Marisol desafinada, no en estriptis de cabaret, sino sinuosamente, en un erotismo íntimo de lo emocional. Nunca se desnuda del todo, no puede abrumar al lector, no puede aburrir, aunque se sabe aún en edad de merecer, sus ojos son niños a pesar de las arrugas y a esa eterna juventud se ata, al Peter pan no como Complejo en Ditley, no como una flor esencia en Narciso que solo se refleja así mismo; sino invitando a los demás al vuelo, des acomplejando a las Wendy y  Peter panes de no avergonzarnos del interior, del  alma, de la fantasía, del sentimiento.

 Y por eso su reflejo es fragmentario, pero no desfragmentación, porque todas las versiones de Carmen vienen a concluir, todos los ríos revueltos, todos los afluentes y puentes hidráulicos desembocan en el mismo mar del vivir. No en el río de Manrique, sino en un río de Heráclito de lo parecido y nunca igual, del libro que ella ha escrito y que esta noche me baña y ya no es el mismo libro que ella escribió ni el que yo leí de niño ni esta noche es la misma, ¡pero se le parece tanto…! Carmen busca esos parecidos, no es taxativa o tajante, pero sí está segura de que se está contando bien la historia, así que es lo más parecido a una verdad. Es  consciente de que sueña incluso cuando la fama intenta desbordarla, ella sigue acudiendo a la feria del retiro, coronada en reina de la fantasía española junto a su amiga Matute, y siempre hay una  sonrisa para el niño, que, como en Gloria  fuertes, no es la sonrisa helada que le graban en Martes y 13 entre globos políticamente correctos. Es una sonrisa irónica, escéptica, ya que niños pedantes y niños tontos “haberlos haylos”; juegan a maquinitas de ficción virtual en vez de mancharse la falda de barro trotando como  cabra loca en su pueblo gallego. La suya es una sonrisa llena de afecto,  que se entusiasma cuando ve a otro niño leyendo, pues le recuerda a ella sumergiéndose desde cría en una ficción más verosímil la de mancharse de barro en el  campo su traje rojo que cualquier Matrix. Ella elige sus sueños, a qué niño sonreír, pero a todos les trata con respeto. La inocencia del niño no es tal, no es la presunta  candidez (otro rollo de pureza cristiano) sino el casi adulto que empieza a hacerse preguntas, frustrado porque no le respondan de dónde surgen Las nubes, que se hace un pequeño filósofo e inventa sus propios juegos y sueños. Los adultos viven con las respuestas hechas porque olvidan preguntárselas y volver a contarse las mentiras bien. Al niño no le trauma que no existan los reyes magos o dejen de existir sino que el objetivo pragmático de sus padres  al decirle “si eres bueno te traerán regalos.” La mentira no son los reyes si te lo  cuentan bien, sino el sin sentido de trucar bondad por objetos. Es más sincera la abuela que le calma (con una C de Carmen tranquilizando su alma): “No te asustes que las caperuzas esas pegándose látigos son hombres disfrazados”, señalando las borduras de su pantalón. No es solo más verosímil esta semi-verdad de la abuela sino que le ayuda al niño a atreverse a denunciar la desnudez del emperador sí va desnudo o a vestirse él con sus propios trajes  confeccionados de  versiones de sí mismo. 

Carmen defiende lo que había que defender; a los sujetos censurados como débiles, irracionales, esencias de pureza; les devuelve su concreción de personas de carne y hueso y no abstracciones de un sujeto adulto varón fabulador, pero les invita a soñar por ellos mismos. Al niño y a la mujer les devuelve su libertad, sin ocultarles la condena que supone, muestra la realidad por su ambivalencia, por su reverso y anverso, no oculta el dolor que aumenta con la hiper-sensibilidad y la neurosis  de la reflexión, ni la crudeza de la propia vida (las versiones de la tradición oral de los  Grimm tampoco la ocultaban) pero incide en el placer vital, y entre estos la literatura puede ser el mejor sustituto, o fármaco, terapéutico, bálsamo, una droga mejor que las de la movida, un viaje, un éxtasis de teresa, una salida del tiempo y espacio físico hacía otro universo imaginario que toma consistencia en el cerebro del lector lo que dura el pacto de ficción, de confianza en un escritor, que podría ser toda la vida, pero al que añadiremos débitos de credibilidad a otros, y así el pretexto a no escribir o a no leer ha sentido la urgencia del ponerse a ello con ganas, ser invadido semipasivamente a la ficción pero con un ojo crítico que nos remite a recuerdos de nuestra propia vida (por eso podemos identificarnos o llegar a odiar-amar  a un personaje, un lugar, una situación, un tiempo) y de los libros  que hemos leído. Por eso plaga el texto de hipertextos remitiendo a hipotextos, y si cita más que por  agradecimiento al autor o vana pedantería es porque “viene a cuento”, lo pide el texto para ser creíble, para sostenerse en un pensamiento más auténtico que el propio. Y todo junto; los pretextos (paratextos, contexto del autor  y sus otros y tiempos y espacios) las referencias van conformando en  el lector su propio meta-texto en el cerebro al  recibirlo;  remitiéndole a lo que ya ha leído o a una sensación en su cuerpo a la que no había puesto palabras. Los medios de comunicación, la literatura impositiva suplen mal a la buena literatura pues no permiten participar al lector; no le remueven nada, no le hacen pensar, le conducen a  un pensamiento sicoafectivo y le  convierten en un objeto pasivo de esta emisión.

Su hermanita Brönte Anita le pregunta ¿por dónde vas? (ambivalencia de saber si creía en otra vida y de cómo pubis definir su obra inclasificable) "volando por lo mágico, como siempre.” No sé de dónde sacaba tiempo para tanta vida  cultural y social, o simplemente para respirar sin enloquecer, sin perder nunca la calma, y sobre todo sin contradecirse en la vida (en la coherencia) ni en la  ficción (a esto lo llamaba credibilidad, y  se puede decir mimesis, verosimilitud, decoro, o cómo guste) “La coherencia nunca puede ser diamantina” escribe en El cuarto de atrás, y  me trae el triste  recuerdo de su hija, pero ella no habla  directamente de ese dolor. Quiere vivir literariamente, echarle fantasía a la vida  sabiendo bien donde está el norte  (en La  reina de las nieves) sin recrearse en el hado fatal del antihéroe o en el supuesto éxito de la heroína consagrada y premiada. Considera a Emma Bovary (sin poder dominar su fantasía), a Ana Karenina (sin poder dominar su pasión) o La regenta (parodiando de mala forma, contándose mal), a  la Teresa de Ávila institucionalizada como malos espejos, malos ejemplos, quizá por haber sido escritos desde una perspectiva masculina, que bajo  un teatro naturalista nos muestran mujeres pasivas, víctimas de su sino, caricaturas de las heroínas románticas de verdad  (como esas hermanas Brönte apoyándose las unas a las otras, luchando por subsistir en lo práctico, en lo económico, pero alimentándose más de fantasías, tratando de bordar un hilo de oro que las parcas no puedan cortar, contando bien la inmortalidad de Fedro en Cumbres Borrascosas con una damisela loca, enferma de Sturm  und drag y resfriado amoroso, que agoniza en todo su patetismo repitiendo el nombre de ese salvaje, de ese hombre de negro, del diablo con cara de lobo.) Le parece una obra cumbre la del páramo, porque es esta mujer real la que ha idealizado-esencializado a un hombre que ya solo repite entre balbuceos, como si fueran dadá pero son estertores, es su lecho de muerte. Estas obras escritas por hombres para moralizar a mujeres le parecen una mística de la masculinidad,  en el fondo, un platonismo que se cree a medias al final de sus cuadernos.
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Ha tardado una vida en aceptar que el interlocutor soñado, aquel que pueda tener su misma sensibilidad, sus mismas lecturas, sus emociones, su capacidad  de reflexión solo puede ser ella misma. Por eso Catherine es más consciente de amar una ficción que E. Bovary que se  suicida totalmente engañada. Catherine es más  quijote, más lúcida de su propia media verdad contada así misma y muere porque le toca, no le mata la fantasía romántico como a la francesa ni el pecado sexual católico la corrompe como a Nana, ni se tira la pasión a las vías del tren como la rusa. Sus heroínas son conscientes del sueño; Celia regala sus juguetes por la ventana sabiendo que en el fondo lo hace por una mezcla de filantropía y misantropía; Teresa de Ávila descubre sus sentimientos  (y quizá  su propia sexualidad) amando lo que fuera (un alter ego casi esquizofrénico para unos, un yo demasiado humilde para otros.) La lucha interior parece ser aceptar ese dualismo sin contradecirlo; el de  vivirlo para luego contarlo. La razón sin razón del insomnio en El cuarto de atrás (mi mal de cada noche es querer entender -logos- y soñar a la vez-mitos) No hay  mejor definición de un insomnio ni de este mundo. Como Laforet, acaba desencantada del romanticismo popular que nada tenía que ver con el romanticismo que ellas leyeron de niñas aunque lea novelas de Carmen de Izaca se va desengañando de estos panfletos amorosos, se agarra a las tablas de salvación del momento (el existencialismo del 50, el vitalismo de la movida) y al  final Gaite se pone la boina, como Martirio la peineta, para hacer del drama femenino un orgullo alegre que lanzar al sujeto pasivo y momia masculino, a modo de abanico, para que reaccione, para que escuche, para que responda. Soñar sabemos todos,  cuéntame tu sueño y compartámoslo. Eso le dirige al interlocutor. Reclama la atención, las ganas, como  el niño a sus padres, como la mujer incomprendida por su pareja, como  cualquiera de nosotros cuando no logramos la gratificación de que las palabras vertidas han provocado alguna reacción humana en el otro, y no ha  sido un convidado de piedra o un burgalés ausente en  el franquismo o un agresivo-pasivo que diría una sicoanalista.  
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La gorra de Nueva York, el puño en alto, son llamadas de atención, pretextos para que nos  sumerjamos en su texto. La infancia cuando se está sufriendo y es dramática, como la de una niña de posguerra, no se puede contar, y solo queda  el recurso  de la evasión (a encerrarse en la biblioteca de un padre notario, al prado y al museo del Prado sola a hablar con los ríos de Rosalía y mistificar las flores, a aguantar las travesuras de los niños malos como Matute…pero  entre esos juegos compartidos prefieren los que nos hacen  daño, los que no ponen latas a la cola del perro, y sí no a estas autores les basta jugar  solas, al escondite inglés, al país de  Culligan, a atravesar el espejo de Alicia hasta el cuarto de atrás. Van creciendo estas niñas de rojo, es un rojo comunista, combativo de luchar por la paz pidiendo la palabra y  a la vez buscan sus libros como locas, es su primer libro, su primer viaje en tren solas, su primer viaje al extranjero…todo se vive con esa intensidad de estar llegando el porvenir tan esperando…pero el porvenir se retrasa, y el rojo de caperucita solo era otro disfraz, otro rol, otra performance…a esa niña de rojo ya no la ven. Buscan el verde, la esperanza en la posmodernidad. Se tiñen las canas a blanco, se cuidan las melenas de nieve para escenificar mejor el cuento a los niños  del porvenir… pero el blanco, la indiferencia,  la gélida muerte, la hipocresía, el machismo, el  cinismo, la incomunicación, la soledad…siempre están ahí…En Nueva York se hace insoportable, una ciudad sonámbula, con el ritmo fosilizado en su aceleración, congelado como la muchacha estática de Hopper, como el lago que tanto le impresiona, la quinta avenida con sus escaparates gélidos de publicidad invasiva, toda esa gente que no importa (la pobreza, los vagabundos perdidos por Central Park, los negros  sin jazz ni nenúfares y con navajas hiriendo la luna en su dualidad  andrógina, la  seguridad que vela por ti tras siglos de luchar por asegurarte ser el aya con una vela iluminado el oscurantismo y la noche a los niños; el blanco se  clava como un puñal en  un corazón o un hígado becqueriano.  Pero el  consuelo es que estas mujeres han pasado de Nada a Cuadernos de todo; de buscar con desesperación romántica un interlocutor amoroso  a  quererse a sí mismas, a morir abrazada a su gran obra (de la que surgen todas, como ramas del bosque en que se insertó la niña de rojo), a ese primer cuaderno en limpio  que le regaló su hija Marta a Catila.
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Al final ya no tienen estas narradoras fuerza para sacar más demonios, en Paraíso inhabitado Matute ha pasado de empezar con un “cuando mis padres no se querían” a abrazar a un unicornio, su amigo imaginario. La literatura como sustituto del amor, de la vida, que no puede sustituirlo pero es una media verdad que hay que contarse y contar. Hasta que ya no se puede seguir cazando mariposas en la red como dirá su personaje Sofía, seguir  elaborando  el árbol genealógico de Los parentescos con sus Demonios familiares, hasta que la fantasía protesta: “tómame ya  solo como fantasía, no sigas confundiéndome con la realidad.” Se fueron estas autoras derribando sus propios mitos con la fuerza del logos, sus medias verdades de familia de  clase alta con amplias bibliotecas tangencialmente afectadas por la guerra. La guerra les permitió un helado  de limón porque les llegaba la perra chica, pero al guapo Aldecoa no y ahí sigue sentado  en la escalera esperando muerto el porvenir del seremos escritores con su aire de chico raro e interesante. Hay brechas en la costumbre de las bibliotecas, suena un arpa tenue contando un cuento de terror en la calle Aribau,  hay monstruos bajo la cama, y sólo se trata de perderles el miedo, no  de negarles la existencia. Aceptar el dialogo con la propia  sombra, que en todas las familias se cuecen habas y saltan platos por la pared  como en una película de Sofía Loren, pero también se cuentan cuentos, se baña uno en una piscina en el verano que en Gaite  representa el río revuelto, el tiempo en que afluyen tanto los sentimientos en torbellino que no se puede escribir, igual  que las islas Canarias que ardían tanto como un paraíso infantil con madrastra de cuento en Laforet  que se negó a volver… Tres mujeres que han puesto todo su empeño en crecer sin abandonar el Peter pan, en sacar los demonios en medio de la insolación,  en descansar de un cuento de nunca acabar en un banco del pulmón verde de Madrid, en ir superando sus correlatos de infancia, tratando de resultarse creíbles, de saber que había detrás un interlocutor y no monologaban solas como un fantasma enloquecido.
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Carmen llega a la plenitud  de su obra en el Cuarto de atrás, son unos Cuadernos de todo  resumidos para el interlocutor vago, escrito para  un público selecto como el que le otorga el Nacional de Literatura tanto como para el sector masivo. Cuadernos de todo, en cambio, está escrito para ella misma.  Si el franquismo quedaba como una “música sin letra” que se sufre cual jazz universitario, o un monologo de un Tiempo  de silencio; ellas se  encargan de que suene más divertido, más alegre,  al menos para contárselo a un niño. Califica la obra de Martin Santos de “música sin letra” pues le evoca las canciones de su juventud (que refleja en Entre visillos) que no decían nada, como ahora tampoco el rock tecno de los jóvenes o los  silencios de aquella época en el Manuela. Por el helado de limón que se toma  el hombre de negro y ella vale toda la interlocución. Carmen pensaba en esta novela incluirse  en metalepsis de  forma  activa, dar una  imagen de escritora explicando su metaliteratura y repasando toda su vida y obra a aquel periodista, pero luego encontró una idea mejor; reflejar a una mujer pasiva y activa a la par. Al principio él la pregunta por sus libros. Ella responde con su vida. Luego tornan los papeles. Se descubre  el pastel. El hombre de negro solo entra en el dormitorio de una mujer con su permiso. Y no queda claro ese permiso, ella baila como un cadáver en su noche de bodas, en una danza macabra. Insiste en divertirle, en ser dadá, en interpretar papeles de actriz y él le devuelve frialdad de lobo, de demonio, de Míster Woolf bailando con la abuela. ¡Y la abuela tan encantada! Pero no se sabe sí aún el capitalista quiere la  receta también de los visillos de la falda de la abuela y robar todo el pastel del diablo y el caramelo al niño. Al menos el lobo ha dejado intacta a la niña de rojo.  Es el baile del juego de abalorios de Hesse y no el del pañuelo, siempre entre quien resulta demasiado emocional a alguien demasiado racional y viceversa, concluyendo que el mito y el logos solo pueden compartir esa taza de sombrereros locos cantando feliz feliz no cumpleaños porque esa es  su lógica, su credo porque  es absurdo, Alicia cayendo en la persistencia de la memoria de  Dalí, en el surrealista y barroco juego de espejos y biombos de camerino, en un entrar y salir de la realidad a la fantasía, en los dos tiempos y espacios de lo fantástico,  que son múltiples pero se resumen en una  dualidad que hay que aceptar ambivalente, acompasando los pasos, complementando el interlocutor la palabra del otro.
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Ferlosio o su padre y ella bailando en un eterno pique de  sabios  socráticos, sabios de la vida, del amor, al menos el compartido por Torci, jugando al envés y al revés, al fantasma cariñoso y a la sabana de cada día en una cama separada, “pues a mí Ferlosio no me parece clave de nada” protesta. La clave sería comparar como  dos personas tan divorciadas han podido compartir un discurso  tan parecido, una llave a la libertad democrática en clave de fantasía, porque en clave real sería lo incoherente. Consiguen  ambos que a su mano avejentada no se le vea mover el títere, sobre  todo ella, que consigue mostrar a unos personajes en su lucha interior, que solo halla la paz cuando se  comparte con otro caído en el agujero de la obra de Carroll, al que pone de excusa y pretexto para cierto irracionalismo permitido. En la parte ensayística van tejiendo Ferlosio y ella la trama sobre la trama, se pueden ver los hilos de los fantasmas, nos enseñan el trasfondo que no es teleológico sino la cuarta pared de nosotros, sus espectadores como en el teatro de Sastre. No es un teatro de marionetas y guiñoles  sino de seres humanos, donde el lector puede hasta poner cara humana a esas voces que hablan. No me parece el fácil recurso de la primera persona para llegar  al corazón. No creo que solo sea porque su retórica sea más actual. Creo que su virtud literaria es mostrarnos la recamara de la tienda de bordados, del telar de Ariacné  que es convertida en araña solo  por  tejer mejor  ficción que la de Atenea, creída tan lógica. La creación por la creación, sin buscarle la verdad filosófica definitiva. Es verdad lo bien contado, y a eso añaden la verdad y sabiduría de  sus vidas, y además ven al emperador desnudo incluso en ellos mismos, se aceptan cuentistas, fabulistas, se llaman teatreras, se reconocen noveleras, se proclaman viajeras, vagabundas, trotamundos, cosmopolitas, siempre mudando el alma en el trasiego de mudanzas, y al fin el cuento del emperador  desnudo lo sigue G Calvo, Matute…pertenece a todos, como el resto de cuentos que nos contamos y hasta, sí nos lo cuentan bien hasta nos los creemos. 
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La literatura es libertad y echarle ganas de fantasear, de inventar un juego de solitarios que busca al otro, que ordena el caos vital y el de papeles, fotos, collages, fragmentos, en un orden experimental, provisional, vanguardista, mutando, jugando a detectives de las señales que el escritor deja sobre su propia vida para que otro siga estas miguitas de pan y no con el objetivo de que no se pierda en el bosque; sino que se pierda hasta el fondo. Y salga y lo supere, y salga del pozo interesándose por el otro, por el interlocutor o el amigo, deseando que este lector consiga el hilo para escapar del laberinto de Ariadna, o decida quedarse  en él porque se ha aceptado un minotauro de buen corazón, como Borges, que no sale de su Alejandría por propia voluntad.  Jugar a seguir la escala de los mapas del tesoro de un capitán de barco que ha  enamorado a la Piquer y le ha dejado un tatuaje como rastro, huella. El amor por sus consecuencias, y entre ellas; las palabras quedan. Se confunde ahora mucho realidad y ficción: en su pueblo gallego meigas haberlas, pero en la televisión sólo fantasmatas creados por un sentido práctico de engañarnos sin confesar que nos engañan. Gaite  o Matute tienen la cortesía de  confesar sus dotes de hechicera y  seguir con el juego de saludar al rey con la reverencia de “no quisiera aburrirle” queriendo decir lo otro: que no quería aburrirse ella  en un acto protocolario y  por  eso en medio de unos señores de cierta edad y presunta pedantería se ponen a contarnos lo de  Peter Pan, lo de Alicia, lo de Celia dice y ríe, y sueña. Las imagino pensando ¿no será este teatro que os escenifico tan ficción como el palacio de príncipes azules y princesas rosas (ahora reyes) donde os lo cuento? Son discursos de  agradecimiento entre lo renacentista y lo barroco, mitad de cortesía y reverencia al excelso y mitad de guiño  al pueblo, a que no confunden este teatro performativo con su realidad.
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El medievo de Matute es barroco por su crueldad revestida, disfrazada de fantasía.  Es un teatro de marionetas donde la niña sabe que hay detrás personas humanas y eso multiplica su ilusión. Es una canción  de amigas, que se canta y actúa y se vive y se mira por la ventana y se sueña por la ventana más que analizarlo  en morfologías posestructuralistas. Pasar de  un cuento a otro, con un canon no solo de cuentos sino de interlocutores, se podría convertir en la historia tras otra de Sherezade, en algo interminable, en el cuento de nunca acabar que promete la iglesia, en el juego de narratarios y papeles sobre papeles del Quijote y versiones, parodias, remasterizaciones, posproducciones, reposiciones…siempre matando al mensajero, “hay que buscar editoriales con buenas intenciones”, Pretende evitar las mediaciones, la imagen de canal médium del escritor entre algo  irreal y algo real, la escena de mensajero protocolaria y contarlo de la forma más directa y sencilla para que alguien tan inteligente como un niño lo entienda, por eso  hay que evitar pretextos para no leer y para no escribir, narraciones del ego, de la víctima, hay que contar esto con entusiasmo, creyendo en ello. Muchas veces parece que lo raro es vivir, pero ya decía Belén Gopegui que lo raro era escribir. Y aún seguimos ni sabiendo por qué lo hacemos y sobre todo porque nos miran como a locos y nos quiere cortar la cabeza la reina de corazones cuando solo vivimos y tratamos  de  contárnoslo y contároslos. Vamos cual emperadores y desnudos y a la muerte, y por el medio nos revestimos de fundas de fantasma y ese cuento, por terrorífico que sea, hay que contárselo al niño  con voluntad, la verdad sea  dicha de mentir nuestra verdad  en la que creemos poner la vida en ello y sólo hemos puesto palabras y cristalitos mágicos de  alguien que  ya no somos, de  alguien que falleció pidiendo que nadie llore por ella retahílas de T.F.G s, por una Carmen que nos dejó sonriendo.
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Además del pretexto o el prólogo en una obra es imprescindible un interlocutor potencial sin el que no habría texto. (En lo oral puede ser un interlocutor real, sus amigos, en lo epistolar un destinatario, el público como receptor de su obra, de sus audiciones de poesía, de sus espectáculos teatrales, de las series suyas o ajenas, de la película de Emilia, el interlocutor amoroso que lo mismo estudia en Usos amorosos del XVIII, de la posguerra o en la época de la transición a través de  sus artículos de prensa y especialmente en La búsqueda del interlocutor y El cuento de nunca acabar, … la comunicación fracasa o bien porque el emisor-locutor lo cuenta mal, sin ganas, aburrido; o porque no tiene ganas o no le entra al interlocutor-receptor en la cabeza. Respecto al canal dirá que la primera literatura era oral y que la literatura solo es sustituta de esta oralidad, como la reflexión lo es de acción de la vida. “La literatura es un sucedáneo o fármaco (en sentido platónico) del hablar- si pudiéramos hablar detenida e intensamente a la gente nadie escribiría. Lo comparte con el cine o el teatro, en la literatura siempre es necesario el otro con quien hablar, la neurosis la motiva lo mal que hablamos con nuestros semejantes, el dialogo o la interlocución debería ser un puente entre tú y los demás, hablar a la gente y aportarles felicidad buscando también tu propia serenidad.”  Primero es la vida y no el logos pero la vida se conforma de palabras, “los límites de mi mundo son los de mi lenguaje” (Wittgenstein.) Junto al límite de la muerte, parece que el filósofo lleva razón sí entendemos lenguaje logos en su sentido más amplio (lenguajes de otras disciplinas artísticas como los lenguajes visuales del cine, el teatro, la pintura…incluso los lenguajes simbólicos que también se comunican por canales subterráneos o hidráulicos), o por el cuarto de atrás del inconsciente de un analfabeto o un sordomudo o un esquizofrénico (con varios interlocutores  en su mente, en los que falta la estudiar la capacidad del yo para parar esas “voces” o intervenir en ellas; sí son ajenas o propias, la diferencia entre el pensamiento de toda una sociedad neurótica o auto reflexiva y las de quién da más prioridad al mundo interior mental que al exterior, se considera delirio o brote sicótico cuando esa percepción de voces son auditivas y visuales más que cuando son verbales, pues la verborrea de palabras son la tierra del neurótico. )  Para la búsqueda de un  auto reconocimiento el escritor necesita del otro como espejo, por lo que se dirige a un público imaginario; pero este a su vez cambia sus “horizontes de expectativas vitales-culturales”, los personajes funcionan como espejos con los que se puede identificar-desidentificar, como ejemplos y modelos de conducta para su vida. Pretende ser más dialéctica que didáctica y por ello rechaza “la moralina”, “lo escolástico” pero no por ello deja de impregnar un mensaje ético (está muy preocupada por los efectos en el niño del cuento infantil.) 
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El conflicto de la dualidad (platónica) o del desdoblamiento (Todorov) tratado de forma ambivalente o conciliatoria entre: realidad mundo objetivo/ fantasía mundo interior. Lo soluciona insertando lo fantástico en lo cotidiano (Brechas en la costumbre, surrealismo cotidiano, realismo mágico) 2 tiempos: el tiempo  cronológico (en varias obras, en El cuarto de atrás, La reina de las nieves el reloj aparece como una pérdida del tiempo propio e interior para volver  a la realidad, despertar de  un sueño de fauno como en Alicia), el histórico (aunque reconoce la importancia de  fechar en sus trabajos académicos; no le da importancia en el retrato introspectivo mezclando pasado, presente, futuro, ella llama a las fechas “piedrecitas blancas” para no perder el hilo y al calendario “señal de la rutina”, haciendo constantes juegos con el tiempo; forward, flashback, retrocesos y evocaciones, adelantos o anticipaciones….pues el tiempo importante es el simbólico, onírico, imaginario, emocional, íntimo, alegórico, metafórico. Se dan simultáneamente todos esos tiempos en un mismo instante. Ese instante puede ser de entusiasmo como el kairós o el carpe diem amoroso; pero también de caída, elegiaco. Esos momentos depresivos también aparecen en los personajes, pero ella los considera parte de la “narración thanatos-egocéntrica-victimita-la intrascendental de una conversación gastronómica, del hablar del tiempo, de los saludos formales…, de las cosas dichas sin ganas, sin energía, mal contadas  En la narración thanatos el escritor se recrea en su sufrimiento o el de un personaje antihéroe  romántico; el del poeta maldito con un hado funesto, en la intromisión de Kafka y su narrativa “se hace adulto no por dejar de sentir miedo y dolor  sino por enfrentarse a esas sombras  con serenidad”, o Pessoa, quien le parece que su intromisión se reflejaba al inventarse heterónimos, seudónimos, versiones, fragmentos de sí mismo, como haría un esquizofrénico. Esa anti heroína romántica la ve no solo en la gran literatura sino en algunas figuras del cine, la publicidad, las series de tv, cantantes…personajes pasivos, quizá porque los maneja la pluma de un hombre.  Frente a esto prefiere la narración eros, la vital. En esto sigue las teorías de Platón y de Freud. Se pueden denotar cuando una narración es de elevación (superación, sublimación, liberación, externalización) y cuando es de caída (represión en el cuarto de atrás, depresión, intromisión) y por ejemplo en Cuadernos de todo estas últimas son más escasas y se dan en momentos de soledad en el Ateneo, en su diario de altibajos intentando dejar de fumar (explica las razones que le llevan a fumar, que son de índole emocional, una forma de esquivar o hablar directamente del dolor que le produce la muerte de sus padres y de su hija, y también de matiz literario, o cuando ve a un amigo o se le presenta una “sorpresa”, algo “imprevisto” y tiene un sentido práctico para ella y para el interlocutor; aquellas profesoras de los 80-90 que seguían su obra desde la época comercial y asociaban el progresismo educativo y el feminismo con el pitillo, influidas del cine, la publicidad y los medios.)
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Ese dualismo platónico repite el misticismo barroco (cuerpo/ alma, luz/ oscuridad, bien/ mal…) y en las obras teatrales barrocas (el juego del espejo, de la vida y muerte como un mismo sueño confundido, del disfraz, del desdoblamiento en otros personajes o roles) o en las narraciones barrocas (el quijote como lo fantástico inmerso en el costumbrismo, a modo de denuncia de ese costumbrismo de hambre en el que mal vive el barroco y de esa fantasía o mito renacentista en la que también vivían) y en la obra romántica. En el  fondo ella no renuncia a la búsqueda de esencias platónicas (ella las llama “los nenúfares” una palabra que cumple las tres condiciones: existe en la realidad, evoca algo en el interior –fondo- y hasta en su forma suena bien) pero sí intenta conciliar el esencialismo con el existencialismo o vitalismo a partir de su segunda y tercera época novelista. “solo es verdad lo que te cuentan bien” Por ejemplo cuando reflexiona sobre Dios (al final de  Cuadernos de todo) lo contempla como una construcción cultural, igual que con el amor o el lenguaje. Y recuerda en Cuadernos de todo la anécdota de que al propio profesor le aburría explicar la parte escolástica normativa de libros como “educación para el espíritu” etc pero se emocionaba contando el libro de la vida de Jesús, pues era más visual, concreto, menos abstracto. Ella admira la figura de Cristo  porque le parece que es una historia bien contada, y la del antiguo testamento la han contado mal, aburrida. De idéntica forma, cuando habla de Teresa de Ávila rara vez menciona a Dios sino los sentimientos que a la escritora le produce este alter ego, este  interlocutor amoroso soñado, imaginado, pero real para ella, y la  condición de marginalidad que sufrió por ello, la consideración de “loca de la casa.” El esencialismo aplicado al vitalismo lo ilustra la misma portada de Cuadernos de todo: una monja montada en bicicleta, un cuadro de Remedios Varo. La fantasía no sólo sirve como evasión sino que ayuda en un la vida con todo el sentido práctico de los pensamientos mágicos. El texto fragmentario, caótico, buscando ordenarse en una unidad cohesionada, coherente. interliteraria (remitiendo a hipotextos), metaliterario (reflexionando sobre el hecho de escribir, asociando siempre ficción con mentira y con el amor) son retazos, deshilachados, espejitos (los malos espejos como el egocéntrico de la madrastra de Blanca nieves),  versiones de uno mismo, correlatos (Barthes) que hay que coser, bordar, enhebrar, buscar una  coherencia. No puede resumir Guerra y Paz decía Tolstoi, tendría que contarlo de nuevo. ¡Que manía con los resúmenes!, protesta la autora, cuya vida y obra tampoco cabe en un resumen. ¡y qué difícil resumir a una autora que no quería que la resumieran!
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No le gusta tanta metafísica, pero al vomitar para arriba, para el cielo, no le salpica en su estilo más concreto. Ferlosio le aburre por parecida  razón a la prosa de Azorín o de Benet, por un lenguaje rebuscado, por descripciones demasiado largas. El ritmo de Ferlosio es aún más lento que el de Carmen que se quiere más vital, Gaite quiere  una narración fluida, que el lector no interrumpa, en la que avance la trama con una good continuation. Retomar el hilo donde C. M. Gaite lo dejó en las páginas que cierran Cuadernos de todo es muy difícil, y más  sabiendo que  Carmiña murió abrazada a estos diarios que escribió durante toda su vida porque así abrazaba a Anita, a La Torci, a Rafa, a Ignacio, a Josefina, a Luis, a Juan, a Don Jaime, a su madre, a su padre José, a su madre Marieta…”no sé  ni dónde seré enterrada pero será un lugar donde los que vengan a llorarme no podrán hablar por mí…” Esto no corta la interlocución, porque no es narración egocéntrica (está  afirmando que nadie podrá tergiversar que lo que se ha preocupado de decir ella muy claro, y que ante esta muerte física para la que se ha preparado un ateísmo  sereno ella no podrá responder, lo cual no niega que sigamos hablando con ella aunque no nos pueda devolver el juego con su  interrupción. Una multiplicidad de interlocuciones se ha superpuesto a su voz. Yo soy solo una más. Y solo se puede retomar el cuento echándole ganas. Sí una cosa no quiere es llorarle  a alguien, aunque sí se auto-consuela, supera  esos altibajos exagerados por una exacerbada sensibilidad y capacidad de reflexión. E incluso, arrodillada ante la virgen, honrando  la memoria de su madre, se permite el humor, y hablar con ella de tú a tú, en un toma y daca, sacando enseñanzas de lo que en el fondo se ha contado así misma. Insistió en la escritura como auto-sanación, recuperarse de una fiebre de recién casada con ese libro que Ferlosio trataba de versitos, de una fiebre que en realidad fue una especie de  tuberculosis que  estuvo a punto de llevarla a la tumba…dejar de fumar explicándose las razones fantasiosas que  le llevaban a ello  (un libro, un amigo, un recuerdo) como una forma de vencer un cáncer de hígado provocado por su tabaquismo empedernido, un modo estético también de esquivar el patetismo directo de reflejar su dolor por estas tres muertes tan cercanas, el cansancio de sus viajes de un Madrid sin movida madrileña (el homenaje de Gallardón, un emperador desnudo que la acabó de matar, su último acto público, junto al partido de futbol del Milán, siempre tan popular y poco elitista) y una  forma, por qué no decirlo, de ayudar a que lo dejaran a aquellas profesoras progresistas que habían empezado a leerla en los 80.  
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Que nadie podrá hablar o llorar en su nombre no es una frase ego, sino todo lo  contrario: es  una imitación al dialogo, a participar de su obra, aunque haya actualmente un  exceso  de interlocuciones desinformativas y tesis detritus llenas de casillas estancos poniéndola letreros. Está pensando en ella misma, en que ya  ha dicho lo que tenía que decir, y sí luego un doctorado de la Autónoma concluye su tesis en que debería haber leído a los barrocos para aplicarlo a su obra,  eso le da igual, porque ese no puede hablar por ella. Y sí vienen plañideros no podrán tampoco hablar por la mujer que siempre sonreía, que no separaba su vida del milagro de poder leer y escribir y que esto le sirviera para ampliar su visión vitalista, sonreída de nuevos sueños reconstruyendo los que no se contaban bien para contárselos así misma mejor; metamorfoseándose ella y su escritura; evolucionando en forma y fondo multi-significativo de sentidos personales para el receptor (mono-temáticos son los temas en sí y no ella,  es lo que tiene que el material de una vida a contar se reduzca al final a amar a algunos, luchar por algo y morirse, eros ares y hades.)Hay escritores/ as en los  que debemos separar su vida de su obra. C. M. Gaite no es el caso. Cuenta la anécdota de su hija. Imaginar la cara de Carmen mientras oía la voz literaria. Preparar esta conferencia imaginando las caras de mi tribunal interlocutor, no inquisitorial. Pide la palabra, parece  haber un interlocutor ya desde su primera obra y por tanto se la conceden, pero el relato no muere con ella, forma correlatos en la mente del lector, me  sirve para escribir mi propio meta relato (aplico su taller de escritura, sus consejos del Cuento de nunca acabar a esta tesis, que vale por lo que a mí me puede ayudar su “espejo” a depurar mi  propio estilo.) Y lo escrito queda, como memoria que perdura, nos sobrevivirá, nos trascenderá cuando la única trascendencia posible de las tres que proponía Manrique en las coplas tampoco sea posible (el recuerdo cariñoso de los amigos que la llamaban Carmiña, de su hija Marta La Torci y de todos los suyos y los nuestros, sus lectores….)  
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