Me abruma que esta autora haya escrito tanto, se asegura que guardaba unos 600 cuadernos de todo, 300 artículos de prensa tirando del hilo y ni se sabe lo que quemaron ella y su hermana “cuando les daba la piromanía, para que no se
lo expropiara el hombre de Texas americano” (el capitalista lobo de Caperucita en Manhattan) ¡Se puede
abordar desde tantas perspectivas y tantos aspectos que no sé qué hacer; quizá
partir de Cuadernos de todo, que
aglutina toda su obra de ensayo, novela...y su propia vida, y del Cuarto
de atrás! Para leer y escribir se necesita
“atención”, hasta para distraerse en el vuelo de una mosca o estar en las nubes hay
que prestar atención. Y luego se necesita un pretexto. Con el concepto de Retahíla (“Serie larga de sucesos
o cosas no materiales, iguales o análogas, que están, suceden o se mencionan
una tras otra.”) se referirá a unos textos largos de aparente escritura automática, semiautomática porque piensa
mucho antes de escribir, en la que luego tacha algunas palabras, añade, quita y
hace correcciones. Mediante frases cortas y fragmentarias va hilando un discurso lleno de
coherencia y además de recursos metafóricos evocativos y sugerentes. Gaite inventa un macrocosmos lingüístico
con sus propios neologismos inventados, hace del diccionario un lenguaje propio mezclando los usos
lingüísticos de posguerra e interesantes lecturas posestructuralistas, deconstructivistas. ¡unos pensamientos
mágicos tan lógicos que se necesita un "ritmo-lento" para contar
bien, mimar, coser, enhebrar, ordenar, tirar del hilo de la cometa y
hasta cocinar todos estos retales, retahílas, retazos, ovillos,
fragmentos de mi interior destinados a esa búsqueda del
interlocutor soñado. Necesito para empezar a
escribir de ella crear un ambiente idóneo de representación teatral o
performance deconstructivista posmoderna en mi propio cuarto de atrás: el
pitillo de Greta Garbo sobre el cenicero, los fetiches de costura
con la máquina de coser puzles y collages
y fotos de actrices, los libros llenos de hipotextos
desperdigados por el suelo y todos estos consejos para cocinar la escritura.
Convierto mi mesa de estudio en un taller de poeta-obrera manufacturera, del
gremio costurero artesanal y boina “I love Nueva York” a lo dadá.
Abro mi
ventana a otras ventaneras-soñadoras-fantasiosas que queramos hacer estas
labores artesanales y domesticas por propio gusto y no por imposición del
marido Ferlosio ni obligados por autoridades, como esos maestros que contaba C.
M. Gaite que distinguían entre la redacción subjetiva de invención y el relato
objetivo del viaje en el bus a un monte con iglesia. Ella quiere ver la ventana
por delante y por detrás, dirá en su entrevista con García Soler. Se empieza a escribir
desde el cuarto de atrás, nuestro inconsciente, tratando de ordenarlo (su casa
en Dr. Esquerro no es el mejor ejemplo, mi mente y este análisis tampoco) ¡en
qué trabajo titánico y tiránico me he metido!; prometeico por transgresor y
algo destructivo de mi vientre (Nietzsche opinaba que los sentimientos se hallan
más allí que en el topos arterial del corazón, y que se “escribía con las
vísceras”). Es titánico, pero no tarea absurda de Sísifo, por lo que a mí me
puede aportar a mi propia escritura, por lo que pueda llevar a conocer su figura (un juego de versiones de
sí misma) y su obra (un juego de fragmentos de interiorismo que no pierde la
coherencia ni en su vida ni en su unitaria obra)
Quienes
no distinguen de trasformación de estilo, finitos temas e infinitas significaciones
la colocaron el letrero de
"monotemática", Pero es una
autora polifacética y variada en el
tratamiento a estas obsesiones repetidas. Le daba a todos los palos y “a los palos secos" de los morfo lingüistas patada
parecida a la que recibe el pobre Todorov en El cuarto de atrás, aun siendo su Introducción a la literatura fantástica el preferido entre aquellos
libros de ismos de Propp, Bajtín, Chomsky, U. Eco,...que solo hablan de sí
mismos (meta) y para sí mismos, sin
ese lector común de interlocutor. Parece
estar hasta los mismos de tantos ismos y aunque asegura en El cuento de nunca acabar “no me arrepiento
de estas lecturas, pero quiere usar estos ensayos en una novela ¡y menos mal
porque así no me llamarán para conferencias de ese tipo!” ¡Aunque no
dejaron de llamarla!) Así
surgió ese maravillo libro que no sabría encasillar sí de enseñanza a la
escritura, o pedagógico para estas madres de los 80 que querían ser escritoras
mientras sus hijos se aburrían en los columpios y ella inventaba divertimentos
jugando con estos niños abandonados de sus progresistas padres, como Wendy con
los niños perdidos o una Miss Lunatic del Retiro o de Central Park. En el cuento de nunca acabar no se sabe
dónde acaba la teórica literaria aconsejando en un taller de escritura, donde
la pedagoga interesada en una educación sentimental al menor (el primer
receptor de historias, de cuentos orales, el interlocutor preferido por la
autora es ese niño que interrumpe a la madre pidiéndole que lo cuente “pero con
ganas” (Barthes dirá: “a un escritor no
hay que pedirle tanto que escriba algo
como que lo diga con voluntad de escribirlo”)
Hay
miles de trabajos poniéndola “letreros, estandartes y banderas”, algo por lo
que protesta repetidamente en Cuadernos
de todo. ¿Metaliteraria? En
una entrevista afirma desconocer
prácticamente esta palabra cuando escribió El cuarto de atrás, quizá
falsa modestia. Se la
considera memorialista pero
ella se queja del exceso de autobiografías en su tiempo, y afirma que no pretendía
escribir sus memorias pero toda su obra
ya la recuerda y se teje de retales y fragmentos de ella misma dejándose ver,
pero no como un libro abierto sino con un erotismo bien enmascarado. ¿Cronista social, testimonio de la
posguerra, barroca, autora-ficción, cuentista infantil, narradora fantástica,
neorrealista? (etiqueta únicamente por pertenecer a la
generación del 50 y por Entre
Visillos, un Jarama femenino, la novela coral de unas “niñas de
provincia” de alta clase social en una ciudad de con mentalidad pueblerina de
casarse cuanto antes, a lo Jane Austen.) Prefiere
“contar” a decir o narrar, al tradicional verbus dicendi, sabe que la tradición
literaria fue en su origen oral, revindica lo sensorial interior sobre la
grafía de la forma, la literatura es el sucedáneo, fármaco o bálsamo de la
vida,, surge cuando no tenemos interlocutor a quien contárselo directamente, cuando necesitamos que la
escritura sea memoria perdurando, testimonio vital de palabra para las nuevas
generaciones, que ella consideraba muy parecidas a la de su juventud (Se
refiere a La movida o el Kronen, con el paradigma de su alumna
y amiga Belén Gopegui.) C-M Gaite se sentía joven a cualquier edad, un tema del
paso del tiempo y la vejez que lo asume con serenidad en Cuadernos de todo. La voz
literaria de Gaite rejuvenece a cada novela nueva, hay quien dirá que se
“recicla” a las modas de cada momento histórico de España, pero sí algo odiaba
era estar ir “a la page”o “demodé”,
etiquetas de progre o retro y la trasgresión por la trasgresión, (“no puede un escritor plantearse: ¡voy a escribir un cuento original! sino
encontrarse en el medio del cuento con ¡coño, este cuento me está saliendo
original!” (C. d todo.)
¿Feminista? Su retahíla es la queja
gallega; mezclando lo concreto y lo abstracto en una queja contra el
varón y una reivindicación de género, los monólogos de los personajes femeninos
se mezclan y multiplican en una voz coral. Pero detestaba el feminismo de
masas, gaseosa, como se lee una y otra vez en sus artículos. También la visión
esencialista de la mujer impuesta por la estructura totalitaria, pues muchas
adolescentes se dejaban engañar por las radionovelas de amor y otras
construcciones culturales. Ella pide que se escuche, se vea, y se toque a la
mujer real y concreta. Su obra es una cantiga
de amigas (ahora se descubre que bajo las voces figurativas “amado” y
“amada” se escondía la canción de dos
mujeres solas, dos ventaneras, de ventana a ventana cantando el amor
soñado.) Y así va analizando desde las canciones galaico-portuguesas,
los poemas trovadorescos, prestando especial atención a las amadas fríamente
por los héroes de la épica medieval (la pobre Isolda bebiendo la poción de
Tristán, Doña Jimena esperando casta al cid castellano…) Siempre desde una
perspectiva femenina. Como mujer libre
del medio siglo se interesa más por “la espera” de la mujer al héroe que
por el héroe en su Odisea. Helena era incapaz de desembocar ella sola, con su
belleza censurada de pandémica, la de Troya. La virgen no podía redimir tampoco
el pecado de Eva que no fue el otro que hacerle morder al hombre el deseo a través del logos, esa manzana
prohibida. Se queja Gaite de este esencialismo hacía la mujer, ya sea elevarla
positivamente como un modelo (Isabel de
Castilla –la marida del gran Fernando, Dulcinea del Toboso princesa
entre las aldeanas, Doña Inés el ángel del señor para la sección femenina) o contra-ejemplo
(Lilith, la primera mujer en los evangelios apócrifos negada a copular con
Adán, el hijo de Dios; maría la prostituta de Madgala, la mujer fatal, a la que
ella llama la enfermera, el segundo
plato en Tatuaje de Concha Piquer hasta
que el marinero encuentre otro amor de
cantina de postre.)
Ella no quiere
ser ángel ni diablo, sino C M Gaite y por eso le interesa la pueblerina Adonza
Lorenzo que necesita agacharse a cultivar el campo y luego preparar la cena al
gran literato que la tenía por musa y Diotima
entre las cocineras. Le interesa
la Teresa de Ávila motejada “la loca de la casa” en el convento (“la
casa de locos de la teología”, ironizaba
Voltaire) antes de motejarla santa y matrona de los escritores. Quiere
ver tras el mito, la mentira, la parte de verdad que había en esas mujeres, una
divinidad que estaba dentro de sí mismas y no respecto a unos ojos masculinos.
Por eso, cuando reflexiona sobre la mística de Teresa, por ejemplo al final de
sus Cuadernos de todo (misticismo
porque la muerte concreta, física, la de uno, va llegando.” Y no te engañes,
guapa, te estás haciendo vieja”) trata de imitar la serenidad vital y
formal de esta monja, pero apenas habla de Dios, habla de los sentimientos de
esta señora, igual que lo hará cuando estudie a la monja portuguesa. Se han considerado
“histerias femeninas” los “éxtasis, delirios, ataraxias…”de estas religiosas por
algún prejuicio materialista de Freud de reducir lo intangible a un instinto
material, por boutades como las de Ortega y Gasset en sus ensayos sobre el amor
“esas alucinaciones con el alter ego se debían a cierto pan de cebada
común en Ávila” etc. Tal como se lo
han contado en el colegio o en La Sección femenina estas mujeres eran
malos espejos, donde la mujer escritora no puede reflejarse ni refractar su
propia visión del mundo. Teresa dijo “la mujer a dios y a los pucheros” y hoy a una
feminista le puede alarmar, pero Gaite lo quiere entender como una receta de
cocina individual, cocinándose en el
alma algo que los demás no podían comprender y llamaban locura.
También le
ponen el letrero de antifeminista porque
no se comportaba dura como un hombre ni nos odiaba sino que buscaba siempre el
dialogo y no sustituirse en nuestros defectos, tan segura de la superioridad de
la mujer en muchos aspectos que no tenía
que estar repitiéndolo a cada momento; y tan segura de que "el sexo es un
rato" que apenas habla de él, pues ya hay mucha literatura mal contada y
aburrida (la novela rosa, las apologías morales
condenándola la libertad sexual femenina) que lo que menos le interesa
es el acto en sí, sino cómo se cuenta,
como se lo cuenta la mujer misma. La sexualidad es poder y saber, leyó en
Foucault, y la mujer ha desconocido la suya hasta hace bien poco. La sexualidad
es un juego añadirá ella, un acto
performativo (siguiendo este feminismo deconstructivista) que tiene valor por
su performance en sí, por la interpretación de estos roles del filerasta y el pederasta
que pueden ser intercambiables en cualquier orientación o tendencia sexual. Es
lo natural; lo libre del placer y también lo impuesto del instinto, pathos y
ethos hasta en el sexo, no inventamos nada, ni las posturas, que ya aparecían
en las obras más remotas (en Aristófanes x ejem.), pero jugamos a contarlas otra vez, de otra forma, con más ganas. Más que el sexo le interesa el discurso de la sexualidad (Foucault), cómo
nos han contado esta historia. Y nos la han contado mal por ejemplo desde la
censura carnal de Platón hasta la escolástica tomista. No quiere a la Laura
esencial de Petrarca o a la Isabel Freyre de Garcilaso, sino conocerlas a ellas
como mujeres reales, y no a través de los ojos de un interlocutor que no les deja intervenir en su discurso entusiasta
de idealización.
Le preocupa el tema de dios como la
creación de otra ficción, otra construcción cultural por motivos de ordenación
de la polis y sus derivados pragmáticos
y comerciales, y mal contada. Lo que le
preocupa es que la gente se tome al pie
de la letra este sueño sin atreverse a contarse sus propios cuentos y
fantasías. Parece tenerlo todo claro desde los 8 años cuando empieza a
leer y escribir; sigue una línea barroca (cervantina, calderoniana) pero dicho
en toda su sustancia fantástica, es una surrealista cotidiana, costumbrista
mágica, intimista, crítica social…¡letreros que otros le hemos puesto! Y otros
con los que ella misma se adornó: ventanera, soñadora, fantasiosa, en las
nubes, buscadora de nenúfares-esencias platónicas-, costurera de sueños, cazamariposas (como le decía su
profesor y le dice el profesor a Sofía
en Nubosidad variable: “no deje de perseguir mariposas con su red” Su
escritura trata de ordenar el caos, recomponer fragmentos, retales, botones,
costuras, retahílas dispersas, cristales mágicos, versiones, interpretaciones
de un espejo desfragmentado donde ya
no puede reflejarse la madrastra de Blanca nieves. Recomponer el espejo hecho
añicos de Narciso buscando la flor, lo más esencial de sí misma, sin caer en el ego (en la narración
egocéntrica, de victima autocompasiva,
gastronómica, insustancial de un saludo fatico en el ascensor…de la narración
thanatos)
Ella apuesta
por la narración eros, desde los textos del entusiasmo platónico (El
banquete, el Fedro), desde su profundo conocimiento sicoanalítico (Freud
para olvidarlo, con sus histerias femeninas, sus envidias al pene, sus
homosexuales enfermos de la lívido. Jung para resoñar a Freud. Lacan para
solucionar los traumas familiares….incluso presta atención a obras que alguien
podría considerar menos serias como El héroe de las mil caras de Campbell buscando esos arquetipos, símbolos, estereotipos,
signos del inconsciente, del cuarto de atrás, un cuarto que no es de su
propiedad sino de todos los que se acerquen a un libro bien contado.) Busca
adherir con pegamento de cola un mosaico interno, un fresco collage, un macramé de telas
con sus fantasmas y demonios de Dostoievski, una interrelación alejandrina,
borgiana, tejida de sueños (decía Shakespeare) “todos vivimos de sueños,
unos de los propios y otros de los ajenos”
Su mirada retrospectiva se construye en el presente inmediato, desde su
cuerpo, sólo desde él es posible toda trascendencia, la metafísica no es más
que una materia reflexionando sobre sí mismo, soñándose, la metaliteratura es
la literatura hablando de sí misma, del hecho de sumergirse en la lectura, del
por qué a veces la abandonamos y dejamos
para el día siguiente, por qué con unos textos necesitamos fumar (evaporarnos,
irnos de nosotros mismos, sobre esto
reflexiona cuando trata de dejar el vicio)
¿Por qué
escribimos?, por falta de un interlocutor real en la vida, o porque este no nos
basta y necesitamos soñarlo y buscarlo
sabiendo de lo utópico de nuestra platónica búsqueda. Escribe para darse identidad, pero una
identidad mutable, dinámica, que evoluciona, se trasforma, se deconstruye, se
va formando de versiones y correlatos de
uno mismo, consciente de que la sique no es una unidad compacta y de que la
parte represiva o sublimadora del consciente es la que menos abunda. No puede
separar su realidad exterior de su interior, ni lo pretende, no cuestiona sí es
mitos o logos, subjetivo u objetivo, sí está bien contado y divierte, ayuda a
vivir, alegre, es verdad, y sí aburre porque te lo cuentan mal, sin ganas, es
mentira aunque lo haya firmado Santo
Tomás o Newton. Parte de esta concepción
barroca de la existencia (la vida es sueño, la muerte es sueño) para jugar al desdoblamiento
de Todorov; la dualidad o multiplicidad de
tiempos y espacios (el tiempo cronológico del reloj, el histórico de las fechas “las
piedrecitas blancas” que pueden guiar el camino pero no lo hacen por
nosotros. El verdadero tiempo es el interior, emocional, intimo, simbólico,
onírico, y es un tiempo siempre en
tránsito (de viaje, en mudanza de muebles y
de alma, con alma de vagabundo y trotamundos cosmopolita, un tiempo
diacrónico, una evolución, un tiempo continuo de ritmo lento, de espera, cuando
te detienes a saborear el instante del ahora,
del kairós, del carpe diem amoroso, un tiempo dilatado
hasta la eternidad ficticia, hasta la meta (física), hasta lo lejano (lo
teleo-lógico), pero vivido en este mundo de acá
.
También el
espacio es múltiple, evolutivo desde una mirada interior (puede estar en su
ciudad de provincias de Salamanca y a la vez en casa de su marido acunando él
bebe muerto mientras escribe un cuento de fantasmas, y luego emanciparse en
libertad a su piso de Dr. Esquero, una habitación propia de Virginia Woolf que
nunca fue propia, como no es patria ni propiedad la literatura de ningún
escritor o lector en exclusividad, una casa
siempre llena de amigos, de interlocutores, de correlatos, de libros, de
hipotextos que le llevan a otros y que ensambla en una inter-literatura
para en el fondo hablar de la suya propia, de la metaescritura, de cómo ha
interiorizado ella esos libros y los vive existencialmente. Si todo son sueños y los sueños son…ella
prefiere las buenas ficciones que las del televisor con los seriales amorosos, detesta
los príncipes azules de Corín Tellado
pelo en pecho, quiere vivir la literatura y escribir con la vida, vitalmente,
con ganas, se corresponda o no con una autoficción y un narrador autodiegetico.
Escribir
también es la excusa al café con leche y
al cigarro, el preludio a escribir, el prólogo,
el ensayo y error, la corrección, la tachadura en sus Cuadernos
de todo, las dedicatorias a su hija
Marta (su hija la llamaba Catila y solo sus padres podían llamarla la
Torci) En lo que ella llama pretexto casi está el texto en sí, ya estamos
a medio cuento, el pretexto lo entiende como un contexto biográfico y generacional,
histórico, que queda impregnado en el texto a través de sus huellas, rastros,
de escritora implícita para que un avispado lector real, un interlocutor
real asista al dialogo de una escritora
ya fallecida, y pueda encontrar los espacios a rellenar que sus obras abiertas dejaban. Sí sabe el buen lector aprovechar
la literatura como espejo, le ayudará no sólo como evasión sino en su día
a día, usando la fantasía en un sentido práctico,
pensamientos mágicos que ayuden a vivir, en vez de narraciones solo divertidas
para su autor. Sin interlocutor no hay dialogo, sin lector el libro solo es
un objeto cerrado y escondido en una
biblioteca esperando nuestro abrazo. Tras siglos de interlocutor pasivo, de
receptores pasivos a un sermón religioso ella revindica esta participación del
lector en la obra, igual que agradece que su hija le interrumpa el cuento para
pedirla “ahora cuéntalo bien, cuéntalo con ganas”, igual que le gustaba
tanto encontrarse con el lector en el libro, comentar sus impresiones,
comprobar que las señoras no se despegaban del televisor porque el tele-novelón
melodramático les culebreaba algo en su
interior que en aquellos momentos, por su juventud, porque lo estaban
viviendo, no podían pararse a pensarlo.
Y así escribe Los usos amorosos, para que nos
demos cuenta de la ficción y aun así
sigamos soñando sabiendo que soñamos. Recibió el cum laudem por esta
deconstrucción del romanticismo
dieciochesco, pero sabía que iba a llegar más la revisión de los usos amorosos
del franquismo, y “había trabajado tanto y con tanto amor…que le puse un
título parecido así el uno tiraba del otro”, pero es una verdad a medias,
lo que tienen en común ambos ensayos es que el lenguaje amoroso, del XVIII, del
50, de su alumna Gopegui en La movida o
en el Kronen, o el lenguaje de los enamorados de ahora es una mentira que lleva
un punto de verdad. Y solo por encontrar esa verdad en tantas promesas de amor
vale encerrarse a hacer una crónica sentimental de España desde la mirada
femenina, que era la que más lo sentía o sufría. Montalbán escribió su Crónica
sentimental de España y luego pasar a la Historia de la comunicación
social; pero a C. M. Gaite le interesa el lenguaje y la comunicación desde
la semiótica amorosa, le preocupa cómo se educa a los niños, pero en realidad
no sí el lenguaje es políticamente correcto
sino los sentimientos que hay detrás de esos padres. No quiere ser moral
pero es ética con ganas. Quiere ser más dialógica que dialéctica, aconsejar y
no aseverar, no adoctrinar, no moralizar, y no obstante su forma sentenciosa de
culminar un latinismo (el recuerdo de “mujer que sabe latín no puede llegar
a buen
fin y aun así hoy me he cocinado garbanzos”) Esa forma de aunar lo abstracto en lo concreto,
de no renunciar a buscar la utopía, la esencia sin que parezca que dice nenúfar
(morfológicamente y fónicamente suena bien, pero lo bello del nenúfar es que
existe en la realidad, y nos lleva a
cada uno a una evocación diferente.) Hacer del esencialismo
un existencialismo cotidiano, vivir con intensidad lo más esencial que es la
vida y luego poder contarlo.
Sigue buscando
la luz, con ese afán ilustrado de Macanaz, de archivera de Lo raro es vivir,
caminando a tientas por la penumbra de Simancas, por el oscurantismo
franquista, sujeta a candelabros de otros siglos, terrenal abrazando una manta toledana como a su piel pero sin
dejar por ello de querer volar cual
Peter Pan. Y por eso se asoma a la
ventana pero ahora consciente de por qué
la mujer necesita asomarse a su ventana privada, intima, particular. Sigue
buscando su interlocutor soñando
consciente de que los príncipes destiñen,
salen rana y ganan el Nadal antes que
ella. Se percata que el interlocutor soñado es su hija Marta, o cualquier niño
que quiera un cuento bien contado, aunque sea mal considerado por la
recomendación de la pedante “jerga Gutenberg” y sea un librito de Celia
Dice, o un cuento de Antonio Robles
(ese reencuentro de una niña que ha
crecido al hilo del cuento de un viejo con alma de niño) o Andersen
diciéndole al emperador que va desnudo, o los Grimm en toda su crueldad, sin edulcoraciones políticamente correctas,
sin happy end para la caperucita de Perrault porque se había empeñado el
moralista ilustrado en que el lobo se comiera la sexualidad de la niña pero en
Gaite el lobo capitalista pretende la
receta artesanal y ni un bocado se lleva y en cambio la abuela consigue al fin novio, y bailan juntos
un vals de Bartoldy sin estar casados, sin anillos ni grilletes, con la estatua
de la libertad de fondo y una vagabunda Miss Lunatic viviendo en el cerebro del
monumento que nos recuerda que en Nueva York siguen los negros del Bronx, los
outsiders del sistema, los Diógenes del parque, los “rascaleches” de Miguel Hernández
estropeando el paisaje al pueblerino con un ritmo más lento, siguen las prisas
en Nueva York, la imagen llega antes que la palabra, no hay sitio allí para el Pido
la palabra de Gaite ni de Blas de Otero ni de José Hierro en otros Cuadernos contando ese estrés
urbano de la mega-polis. Miss Lunatic vive en el cerebro más racional e
irracional de esa estatua, que señala a una libertad económica, y no a la
libertad humana, la de los derechos humanos naturales que por naturales que se
sueñen hay que pelearlos. Las retahílas en Nueva York son lo más bello, el paisaje del lago
observado desde una habitación de hotel, que le evoca la novela La Reina de
las Nieves. A la muchacha de Hopper le faltaba una ventana para salir de su
soledad, de su estatismo, de su
pasividad. Pero comparte con Carmen sus maletas, su cansancio sobre la
cama, ya enferma y lo sabía aunque nadie quería decírselo, ¿por qué no me
contaron que la abuela había muerto y me decían “la abuela te quiere mucho? No comprende la
mentira de los adultos, actúan por inercia, por aburrimiento, por rutina.
Emociona
imaginar a Carmen con sus Cuadernos bajo el brazo siendo maltratada por la
seguridad del aeropuerto, cacheándola y sin poder defenderse por vergüenza. Es
una autora consagrada ya, la han
invitado a dar una conferencia en una universidad, pero la tratan como a una delincuente,
y siempre esperando: las maletas, falta un papel, vuelta
usted mañana, la estructura que denuncia Larra, o el funcionario gris Kafka
o Pessoa, dos introvertidos que se esconden en sus textos, pero en el fondo dos
antihéroes románticos para Carmen. Bendito sea Kafka llega a decir en El
cuento de nunca acabar, que crece no
cuando deja de tener miedo y dolor sino cuando sabe afrontarlos con serenidad.
O Pessoa que esconde su rutina mediocre
en Lisboa con la invención de heterónimos, de versiones de sí
mismo, de cristalitos mágicos. O bretón y
el surrealismo en su denuncia a esta alienación social y enajenación
mental del individuo, ella quiere des automatizar el código mental del
ciudadano medio. Lo hará con sus juegos dadá,
con una escritura automática para des-automatizar a las personas,
dejando que fluya libre la conciencia mientras escribe apretada en un autobús,
tomando el sol en el parque de El retiro de Madrid, desde una habitación de
Hotel de Manhattan, observando el río revuelto y la vida pasar con
Aldecoa que le prometía “seremos escritores”. “Y allí, en un banco de la
universidad, con Unamuno presente en
metalepsis de piedra; en una mesa estrecha en casa de Ferlosio desvalorizando
su obra, se sentará a seguir escribiendo. Hará esta performance en su mesa,
mientras sigue cocinando pero ya para ella misma y para su hija, que le inspiró
tantos cuentos de fantasía.
Da igual
desde donde escriba (Salamanca, su
pueblo de Retahílas gallegas, el
Ateneo, Simancas, la Biblioteca
Nacional, un banco del parque viendo como mal crían las madres modernas a sus niños, aburridas ellas y contagiando
ese tedio a unos niños que juegan por jugar en los columpios, pero sin ganas,
porque les dicen ¡entretente, juega! para quitárselos de en medio un rato.
Escriba donde escriba habitará el lugar, más que apropiárselo o empoderárselo,
estará allí para luego contarlo. Por eso empieza a construir una figura en la
arena y los niños acuden a ella, sin que los convoque, para aportar un trozo de
hierba, un palo que han encontrado, sus
ganas de jugar. Ella no quiere dar muchos datos sobre sí misma, datar es como
fechar, “no hay que ser notario de lo
que ves”, como su padre que siempre acababa sus conversaciones siempre con
la muletilla “yo esto lo firmaría” Firmar un contrato editorial,
firmar un libro es lo de menos, el paratexto que menos importa. Parece
la autora aceptar la muerte del autor de Barthes, porque sabe que así renacerá
el lector. El lector se formará un libro distinto en su cabeza, según sus
horizontes y expectativas de lectura y también recuerdos de vida. Su obra le
recordará al lector otros hipotextos e incluso puede adivinar algo de la mujer
que se escondía tras su pluma.
Se puede decir
que vive literariamente y escribe vitalmente, aunque sí distingue una parcela íntima y privada que no
quiere que la invadan; no deseaba que le expurgue su cuarto de atrás “el hombre de Texas”,¡
algo que había pasado con tantas autoras
con a! Por eso se calla en sus entrevistas parcelas de su vida privada, pero el
dolor de un matrimonio fallido está siempre presente en su obra, así como la
muerte de su hija y de sus padres tan seguido y preconizando la suya…A nada que
leamos sus 900 páginas de cuadernos publicados nos haremos una idea de la
brillantez y humanidad de esta señora que murió abrazada a ellos. No a todos,
imagino, porque fueron infinitos, no cabían ya papeles en su casa. Aunque se abrazara a tres ya se
estaba abrazando a los que la quisieron,
a los que solo podían llamarla Carmiña o Calila. Y quien no quiera leerse estos ensayos (donde
da vueltas y revueltas a lo mismo, al lenguaje y al amor, con distintas
palabras y estados de ánimo cada vez)
tiene una especie de píldora concentrada en su novela El cuarto de atrás. Allí está todo. Incluso una pastilla
mágica que le ofrece el hombre de negro que “puede incentivar la memoria
pero también disminuirla.” Se refiere a su memoria personal y a la
colectiva, al testimonio generacional. Ese hombre de negro que parece podría
ser un personaje de Momo en los libros
que le leía a su hija, un siquiatra progre de los 90, un periodista de interviú
literaria repasando su obra y vida, el demonio de Lutero, el eterno botero
rubio y con rabo pero que te da una patada en el culo en el infierno de Las
Ataduras, el novio de Portugal
becada en su primer viaje sola que ni siquiera la conoció en persona (sólo la
amó platónicamente), un sueño de interlocutor amoroso, una pesadilla de galán
donjuanesco de ridículas y patriarcales calzas verdes propio de una comedia
barroca. Luego la obra adhiere tintes de telenovela venezolana con acento
gaditano y almodovoriano posmoderno con ese personaje de la novia celosa. El
cuarto de atrás nos habla de la soledad; aparece la metáfora de la cucaracha
de Kafka o de los Beatles inundando su
casa tanto como su Diógenes de papeles, las fotografías de divas del cine, las
viejas glorias, las lágrimas de la Piquer en un vieja radio…da igual qué
interlocutor fuera, sí real o soñado, lo importante es que esa noche de
insomnio C. M. Gaite halló al otro. No hablaba sola, ergo no estaba loca.
Aunque al ir
sonámbula a dar el beso de buenas noches,
el cuento y el vaso de agua su hija Marta ya parezca dormida, torcida
como siempre anticipando cuando lo hará para siempre, víctima de una jeringa de
heroína. Más ella siguió hablando con
Marta, otro fantasma más, mejor que la televisión que no tenía. El telediario
dirá que mató el sida y esos tiempos de permisibilidad de la movida, y
enganchase a un Carlos castilla del Pino, anti siquiatras que solo pensaban en picarse….Pero Carmen no
tenía televisor sino la casa repleta de amigos y no podía oír
estos Nodos de Nadas, estas Informaciones
y decires. Eso no es contar, no lo cuentan bien. Marta sigue viva en forma
de Caperucita en Manhattan, y
Carmen también, autorretratada en su Reina de las nieves.
La Nubosidad variable no puede
separar a dos amigas, más que madre e hija, más que un lazo sanguíneo pues se
ha forjado libremente. Dos amigas que
compartían novio de juventud; la pedante y prestigiosa siquiatra de moda Mariana León (incapaz de
explicarse así misma esta ejecutiva de altos vuelos, esta autoself-woman
entre sus racionalizaciones, sus tesis sobre el
erotismo, los pacientes que le aburrían y neurotizaban ni los amantes
que le devolvían el frío ardiente de Catherine en Cumbres Borrascosas y su amiga de bachiller, Sofía Montalvo. Y esta
es la otra Gaite, la Gaite ama de casa, influida por el ensayo de Betty Friedman
de las dos anti heroínas de siempre. Gaite las logra fundir en una, mezcla sus
dos monólogos interiores en forma epistolar, en uno solo, pero además lo mezcla con la retahíla
de la mujer del servicio Encarna (que no es solo queja sino alivio popular para
Mariana, con su sapiencia de la vida y no de Freud) , con los miedos a los
libros de Silvia, con un esposo “de esos ¡ejecutivos al poder! y sus
amantes que no escuchan… Va mezclando
miles de monólogos cohesionándolos en
una misma retahíla femenina, “El mal que no tiene nombre”. Sofía Montalvo
es sabia como su nombre y como Carmen, y acaba abandonando al esposo y cocinar para ella sola, para
contarse así misma el cuento, harta de que se lo cuenten. Se mezclan los
registros lingüísticos, el culto de una
mujer George sand que trata de jugar a
Las amistades peligrosas con un Raimundo mefistofélico,
autodestructivo que se le presenta en la consulta para suicidarse,
insistiendo en su narración thanatos.
Sofía, en cambio, sigue hilando una escritura eros, a escondidas del
esposo, entre los celos de la hija mayor con un bebe que se parece a la Torci por sus descripciones de cómo sueña
torcida, con un hijo que la trata con el machismo del padre…y lo deja todo, harta de esperas teleológicas, y
va a un hotel de una playa de Cádiz
como en una película neorrealista
mezclada con una de Almodóvar, sonando boleros de fondo, y en
el final abierto sin happy end de que ambas amigas podrían hallarse en el mismo
hotel, incluso esperar citarse para hablar con un mismo amante, de nuevo
compartido. Dos
correlatos unidos en una relación de amistad como tema principal, y los
subtemas de relaciones materno filiales, educativas, amorosos, la juventud, la
educación, la psicología, la soledad..
Carmen también
estaba harta de que Rafael ni le tocara, ni le retocara sus cuentos, ¡Cuánto
agradeceré que no nos influyéramos! Otra mentira- eros, irónica. ¿Qué le
hubiera costado reconocer el pago que
Carmen debía a Kafka en El balneario? Carmen ya no volvió a pedirle
consejo ante la falta de interés de Rafael por su obra. Necesitaba un
ritmo algo más rápido, no perderse en el
paisaje de Andanzas de Alfan huí o una metafísica de Benet “gracias
por vomitar hacía arriba” (y así no salpicar mi escritura) para buscar su
paisaje interior, fragmentario, una marina como la que describió en uno de sus
primeros cuentos para el periódico universitario. Harta de tantos ismos, de
asistir a tantas exposiciones de galeristas tan abstractos que no decían
nada…busca la concreción en la sencillez: una playa, una maruja, una loquera,
que se necesitan e intercambian los papeles, les une Cumbres Borrascosas
y no el chulo demonio rubio con cara de lobo. Sí Carmen pide la palabra es para expresar lo
inefable del sentimiento, de los sueños,
de las fantasías, para evocar lo que solo tiene
sentido o verdad en cada interlocutor si se ha esforzado en contarlo
bien. Carmen lo tiene todo claro desde los 8
años, desde que su madre, viéndola leer su primer libro, le produjo la primera
herida: “¿No pretenderás ser como Peter
Pan?” Le hizo de espejo, no sé si de malo o bueno, “porque ni siquiera tenemos la culpa”, somos semiculpables de
nuestra libertad a lo Sartre porque es también la libertad una condena a errar,
y a equivocarse, pero en todo caso un error que habitamos nosotros y no nos habita
nadie. Así que la ventanera abre sus
visillos, para mirar de dentro a afuera, pero también se divierte con sus
amigos, y mira la ventana desde fuera a
adentro. No existe esa barrera de la subjetividad y la objetividad cuando se
vive la cosa con tanta intensidad, la rex
con tanta verba entusiasmada de ideas
y logos. Sabe ver en lo rutinario lo
excepcional, esa mirada que le aconsejaba Ignacio Aldecoa; mientras esperaban el porvenir y ¡el porvenir que no
llegaba! Supo mirar con los ojos su realidad y sobre todo hacérnoslo mirar.
Pero uno no puede ser notario de todo cuanto debe, como su padre notario; tiene
que contárselo a los demás. Su padre era un lector voraz, un hombre admirable
sin partido, que escuchaba a todos
tuvieran la ideología que tuviera, sin carné del PSOE (como su tío fusilado, o Unamuno ayudado
por un falangista con una almohada a pasar por reaccionario y sin zapatillas
por el infierno teológico del franquismo) “Mi
padre escuchaba a todos, pero no hacía de la literatura algo mágico, simplemente leía con voracidad y
me lo contagió.”
Carmen contaba mejor el cuento, contaba 1 2 3 añadiendo “a esa niña de rojo ya no la ves” pues le han desprendido cruelmente de la infancia, oye los bombardeos, sabe de
familias que han perdido al hijo o al padre, pero ella, “sin ese miedo a parecer de derechas en el escritor” confiesa que
la paga le daba para un helado de limón
y le ofrece uno al hombre de negro, en vez de su benzodiacepina. O que tenía
envidia y pena a Carmencita Polo, “¿Qué
tendrá la princesa de labios de fresa? Seguramente lo mismo que
Carmen; cromos que compartir, palabra y
sueños que la callaban, un vestido de mujer objeto, florero o chica nueva en la
oficina. Una Carmen fuerte, activa y valiente, coge unas tijeras y customiza el
traje de princesa para remasterizarlo sin banderas. Tenía un modelo pictórico
en Remedios Varo y Leonora Carrignton pero junto al hada y la princesa surge
también la bruja y sus espejos, la boina “made
in Nueva York”, reconstrucciones de sí misma para seguir viviendo…Hasta que
agotada ya no puede más, perdida y
mareada por las calles impersonales de una ciudad demasiado alta para
ver la luna, vagabundeando por Tyfannis sintiéndose Audrey Herburn en Desayuno con diamantes, habitando una buhardilla bohemia, o un
hotel de lujo, o una pensión cutre de Emilia,
Parada y fondo, intentando entre
ella y Ana Belén que ese desnudo en la tienda de modistas de lujo “no esté justificado”, preguntándose por
qué la mujer ahora debe destaparse
cuando la han tapado otros y la quieren destapar otros. Quiere desnudarse Gaite
pero no en una pornografía de novela rosa, cursi, ñoña, no en una Marisol
desafinada, no en estriptis de cabaret, sino sinuosamente, en un erotismo íntimo
de lo emocional. Nunca se desnuda del todo, no puede abrumar al lector, no
puede aburrir, aunque se sabe aún en edad
de merecer, sus ojos son niños a pesar de las arrugas y a esa eterna
juventud se ata, al Peter pan no como Complejo
en Ditley, no como una flor esencia en Narciso que solo se refleja así
mismo; sino invitando a los demás al vuelo, des acomplejando a las Wendy y Peter panes de no avergonzarnos del interior,
del alma, de la fantasía, del
sentimiento.
Y
por eso su reflejo es fragmentario, pero no desfragmentación, porque todas las
versiones de Carmen vienen a concluir, todos los ríos revueltos, todos los afluentes y puentes hidráulicos desembocan
en el mismo mar del vivir. No en el río de Manrique, sino en un río de
Heráclito de lo parecido y nunca igual, del libro que ella ha escrito y que
esta noche me baña y ya no es el mismo libro que ella escribió ni el que yo leí
de niño ni esta noche es la misma, ¡pero se le parece tanto…! Carmen busca esos
parecidos, no es taxativa o tajante, pero sí está segura de que se está
contando bien la historia, así que es lo más parecido a una verdad. Es consciente de que sueña incluso cuando la
fama intenta desbordarla, ella sigue acudiendo a la feria del retiro, coronada
en reina de la fantasía española junto a su amiga Matute, y siempre hay
una sonrisa para el niño, que, como en
Gloria fuertes, no es la sonrisa helada
que le graban en Martes y 13 entre globos políticamente correctos. Es una
sonrisa irónica, escéptica, ya que niños pedantes y niños tontos “haberlos haylos”; juegan a maquinitas de ficción
virtual en vez de mancharse la falda de barro trotando como cabra loca en su pueblo gallego. La suya es
una sonrisa llena de afecto, que se
entusiasma cuando ve a otro niño leyendo, pues le recuerda a ella sumergiéndose
desde cría en una ficción más verosímil la de mancharse de barro en el campo su traje rojo que cualquier Matrix.
Ella elige sus sueños, a qué niño sonreír, pero a todos les trata con respeto.
La inocencia del niño no es tal, no es la presunta candidez (otro rollo de pureza cristiano)
sino el casi adulto que empieza a
hacerse preguntas, frustrado porque no le respondan de dónde surgen Las nubes, que se hace un pequeño
filósofo e inventa sus propios juegos y sueños. Los adultos viven con las
respuestas hechas porque olvidan preguntárselas y volver a contarse las
mentiras bien. Al niño no le trauma que no existan los reyes magos o dejen de
existir sino que el objetivo pragmático de sus padres al decirle “si eres bueno te traerán regalos.” La mentira no son los reyes si
te lo cuentan bien, sino el sin sentido
de trucar bondad por objetos. Es más sincera la abuela que le calma (con una C
de Carmen tranquilizando su alma): “No te
asustes que las caperuzas esas pegándose látigos son hombres disfrazados”,
señalando las borduras de su pantalón. No es solo más verosímil esta
semi-verdad de la abuela sino que le ayuda al niño a atreverse a denunciar la
desnudez del emperador sí va desnudo o a vestirse él con sus propios
trajes confeccionados de versiones de sí mismo.
Carmen defiende lo que había que defender;
a los sujetos censurados como débiles, irracionales, esencias de pureza; les
devuelve su concreción de personas de carne y hueso y no abstracciones de un
sujeto adulto varón fabulador, pero les invita a soñar por ellos mismos. Al
niño y a la mujer les devuelve su libertad, sin ocultarles la condena que
supone, muestra la realidad por su ambivalencia, por su reverso y anverso, no
oculta el dolor que aumenta con la hiper-sensibilidad y la neurosis de la reflexión, ni la crudeza de la propia
vida (las versiones de la tradición oral de los
Grimm tampoco la ocultaban) pero incide en el placer vital, y entre
estos la literatura puede ser el mejor sustituto, o fármaco, terapéutico,
bálsamo, una droga mejor que las de la movida, un viaje, un éxtasis de teresa,
una salida del tiempo y espacio físico hacía otro universo imaginario que toma
consistencia en el cerebro del lector lo que dura el pacto de ficción, de confianza en un escritor, que podría ser
toda la vida, pero al que añadiremos débitos de credibilidad a otros, y así el
pretexto a no escribir o a no leer ha sentido la urgencia del ponerse a ello
con ganas, ser invadido semipasivamente a la ficción pero con un ojo crítico
que nos remite a recuerdos de nuestra propia vida (por eso podemos
identificarnos o llegar a odiar-amar a
un personaje, un lugar, una situación, un tiempo) y de los libros que hemos leído. Por eso plaga el texto de hipertextos remitiendo a hipotextos, y si cita más que por agradecimiento al autor o vana pedantería es
porque “viene a cuento”, lo pide el
texto para ser creíble, para sostenerse en un pensamiento más auténtico que el
propio. Y todo junto; los pretextos
(paratextos, contexto del autor y sus
otros y tiempos y espacios) las referencias van conformando en el lector su propio meta-texto en el cerebro
al recibirlo; remitiéndole a lo que ya ha leído o a una sensación
en su cuerpo a la que no había puesto palabras. Los medios de comunicación, la
literatura impositiva suplen mal a la buena literatura pues no permiten
participar al lector; no le remueven nada, no le hacen pensar, le conducen
a un pensamiento sicoafectivo y le convierten en un objeto pasivo de esta emisión.
Su hermanita Brönte Anita le pregunta ¿por
dónde vas? (ambivalencia de saber si creía en otra vida y de cómo pubis definir
su obra inclasificable) "volando por
lo mágico, como siempre.” No sé de dónde sacaba tiempo para tanta vida cultural y social, o simplemente para
respirar sin enloquecer, sin perder nunca la calma, y sobre todo sin
contradecirse en la vida (en la coherencia) ni en la ficción (a esto lo llamaba credibilidad,
y se puede decir mimesis, verosimilitud, decoro,
o cómo guste) “La coherencia nunca puede
ser diamantina” escribe en El cuarto
de atrás, y me trae el triste recuerdo de su hija, pero ella no habla directamente de ese dolor. Quiere vivir
literariamente, echarle fantasía a la vida
sabiendo bien donde está el norte
(en La reina de las nieves) sin recrearse en el
hado fatal del antihéroe o en el supuesto éxito de la heroína consagrada y
premiada. Considera a Emma Bovary
(sin poder dominar su fantasía), a Ana
Karenina (sin poder dominar su pasión) o La regenta (parodiando de mala forma, contándose mal), a la Teresa de Ávila institucionalizada como malos espejos, malos ejemplos, quizá por
haber sido escritos desde una perspectiva masculina, que bajo un teatro naturalista nos muestran mujeres
pasivas, víctimas de su sino, caricaturas de las heroínas románticas de
verdad (como esas hermanas Brönte
apoyándose las unas a las otras, luchando por subsistir en lo práctico, en lo
económico, pero alimentándose más de fantasías, tratando de bordar un hilo de oro que las parcas no puedan
cortar, contando bien la inmortalidad de Fedro
en Cumbres Borrascosas con una
damisela loca, enferma de Sturm und drag y resfriado amoroso, que agoniza
en todo su patetismo repitiendo el nombre de ese salvaje, de ese hombre de
negro, del diablo con cara de lobo.) Le parece una obra cumbre la del páramo,
porque es esta mujer real la que ha idealizado-esencializado a un hombre que ya
solo repite entre balbuceos, como si fueran dadá pero son estertores, es su
lecho de muerte. Estas obras escritas por hombres para moralizar a mujeres le
parecen una mística de la masculinidad,
en el fondo, un platonismo que se cree a medias al final de sus
cuadernos.
Ha tardado una vida en aceptar que el
interlocutor soñado, aquel que pueda tener su misma sensibilidad, sus mismas
lecturas, sus emociones, su capacidad de
reflexión solo puede ser ella misma. Por eso Catherine es más consciente de
amar una ficción que E. Bovary que se
suicida totalmente engañada. Catherine es más quijote, más lúcida de su propia media verdad
contada así misma y muere porque le toca, no le mata la fantasía romántico como
a la francesa ni el pecado sexual católico la corrompe como a Nana, ni se tira la pasión a las vías
del tren como la rusa. Sus heroínas son conscientes del sueño; Celia regala sus
juguetes por la ventana sabiendo que en el fondo lo hace por una mezcla de filantropía
y misantropía; Teresa de Ávila descubre sus sentimientos (y quizá
su propia sexualidad) amando lo que fuera (un alter ego casi
esquizofrénico para unos, un yo demasiado humilde para otros.) La lucha
interior parece ser aceptar ese dualismo sin contradecirlo; el de vivirlo para luego contarlo. La razón sin
razón del insomnio en El cuarto de atrás
(mi mal de cada noche es querer entender
-logos- y soñar a la vez-mitos) No hay mejor definición de un
insomnio ni de este mundo. Como Laforet, acaba desencantada del romanticismo
popular que nada tenía que ver con el romanticismo que ellas leyeron de niñas
aunque lea novelas de Carmen de Izaca se va desengañando de estos panfletos
amorosos, se agarra a las tablas de salvación del momento (el existencialismo
del 50, el vitalismo de la movida) y al
final Gaite se pone la boina, como Martirio la peineta, para hacer del
drama femenino un orgullo alegre que lanzar al sujeto pasivo y momia masculino,
a modo de abanico, para que reaccione, para que escuche, para que responda.
Soñar sabemos todos, cuéntame tu sueño y
compartámoslo. Eso le dirige al interlocutor. Reclama la atención, las ganas,
como el niño a sus padres, como la mujer
incomprendida por su pareja, como
cualquiera de nosotros cuando no logramos la gratificación de que las
palabras vertidas han provocado alguna reacción humana en el otro, y no ha sido un convidado de piedra o un burgalés ausente en el franquismo o un agresivo-pasivo que diría una sicoanalista.
La gorra de Nueva York, el puño en alto, son llamadas
de atención, pretextos para que
nos sumerjamos en su texto. La infancia cuando se está
sufriendo y es dramática, como la de una niña de posguerra, no se puede contar,
y solo queda el recurso de la evasión (a encerrarse en la biblioteca
de un padre notario, al prado y al museo del Prado sola a hablar con los ríos
de Rosalía y mistificar las flores, a aguantar las travesuras de los niños
malos como Matute…pero entre esos juegos
compartidos prefieren los que nos hacen
daño, los que no ponen latas a la cola del perro, y sí no a estas
autores les basta jugar solas, al escondite inglés, al país de Culligan, a atravesar el espejo de Alicia hasta el cuarto de
atrás. Van creciendo estas niñas de rojo, es un rojo comunista, combativo de
luchar por la paz pidiendo la palabra y
a la vez buscan sus libros como locas, es su primer libro, su primer viaje
en tren solas, su primer viaje al extranjero…todo se vive con esa intensidad de
estar llegando el porvenir tan esperando…pero el porvenir se retrasa, y el rojo
de caperucita solo era otro disfraz, otro rol, otra performance…a esa niña de
rojo ya no la ven. Buscan el verde, la esperanza en la posmodernidad. Se tiñen
las canas a blanco, se cuidan las melenas de nieve para escenificar mejor el
cuento a los niños del porvenir… pero el
blanco, la indiferencia, la gélida
muerte, la hipocresía, el machismo, el
cinismo, la incomunicación, la soledad…siempre están ahí…En Nueva York
se hace insoportable, una ciudad sonámbula, con el ritmo fosilizado en su
aceleración, congelado como la muchacha estática de Hopper, como el lago que
tanto le impresiona, la quinta avenida con sus escaparates gélidos de
publicidad invasiva, toda esa gente que no importa (la pobreza, los vagabundos
perdidos por Central Park, los negros
sin jazz ni nenúfares y con navajas hiriendo la luna en su dualidad andrógina, la
seguridad que vela por ti tras siglos de luchar por asegurarte ser el
aya con una vela iluminado el oscurantismo y la noche a los niños; el blanco
se clava como un puñal en un corazón o un hígado becqueriano. Pero el
consuelo es que estas mujeres han pasado de Nada a Cuadernos de todo; de
buscar con desesperación romántica un interlocutor amoroso a
quererse a sí mismas, a morir abrazada a su gran obra (de la que surgen
todas, como ramas del bosque en que se insertó la niña de rojo), a ese primer
cuaderno en limpio que le regaló su hija
Marta a Catila.
Al final ya no tienen estas narradoras fuerza
para sacar más demonios, en Paraíso
inhabitado Matute ha pasado de empezar con un “cuando mis padres no se querían” a abrazar a un unicornio, su amigo
imaginario. La literatura como sustituto del amor, de la vida, que no puede
sustituirlo pero es una media verdad que hay que contarse y contar. Hasta que
ya no se puede seguir cazando mariposas en la red como dirá su personaje Sofía,
seguir elaborando el árbol genealógico de Los parentescos con sus Demonios
familiares, hasta que la fantasía protesta: “tómame ya solo como fantasía, no
sigas confundiéndome con la realidad.” Se fueron estas autoras derribando
sus propios mitos con la fuerza del logos, sus medias verdades de familia
de clase alta con amplias bibliotecas
tangencialmente afectadas por la guerra. La guerra les permitió un helado de limón porque les llegaba la perra chica,
pero al guapo Aldecoa no y ahí sigue sentado
en la escalera esperando muerto el porvenir del seremos escritores con
su aire de chico raro e interesante. Hay
brechas en la costumbre de las bibliotecas, suena un arpa tenue contando un
cuento de terror en la calle Aribau, hay
monstruos bajo la cama, y sólo se trata de perderles el miedo, no de negarles la existencia. Aceptar el dialogo
con la propia sombra, que en todas las
familias se cuecen habas y saltan platos por la pared como en una película de Sofía Loren, pero
también se cuentan cuentos, se baña uno en una piscina en el verano que en
Gaite representa el río revuelto, el tiempo en que afluyen tanto los sentimientos en
torbellino que no se puede escribir, igual
que las islas Canarias que ardían tanto como un paraíso infantil con madrastra
de cuento en Laforet que se negó a
volver… Tres mujeres que han puesto todo su empeño en crecer sin abandonar el Peter
pan, en sacar los demonios en medio
de la insolación, en descansar de un cuento de nunca acabar en un banco del pulmón verde de Madrid, en
ir superando sus correlatos de infancia, tratando de resultarse creíbles, de
saber que había detrás un interlocutor y no monologaban solas como un fantasma
enloquecido.
Carmen llega a la plenitud de su obra en el Cuarto de atrás, son unos Cuadernos de todo resumidos para el interlocutor vago, escrito
para un público selecto como el que le
otorga el Nacional de Literatura tanto como para el sector masivo. Cuadernos de
todo, en cambio, está escrito para ella misma.
Si el franquismo quedaba como una “música
sin letra” que se sufre cual jazz universitario, o un monologo de un Tiempo
de silencio; ellas se
encargan de que suene más divertido, más alegre, al menos para contárselo a un niño. Califica la obra de Martin Santos
de “música sin letra” pues le evoca
las canciones de su juventud (que refleja en Entre visillos) que no decían nada, como ahora tampoco el rock
tecno de los jóvenes o los silencios de
aquella época en el Manuela. Por el
helado de limón que se toma el hombre de
negro y ella vale toda la interlocución. Carmen pensaba en esta novela incluirse en metalepsis
de forma
activa, dar una imagen de
escritora explicando su metaliteratura y repasando toda su vida y obra a aquel
periodista, pero luego encontró una idea mejor; reflejar a una mujer pasiva y
activa a la par. Al principio él la pregunta por sus libros. Ella responde con
su vida. Luego tornan los papeles. Se descubre
el pastel. El hombre de negro solo entra en el dormitorio de una mujer
con su permiso. Y no queda claro ese permiso, ella baila como un cadáver en su
noche de bodas, en una danza macabra. Insiste en divertirle, en ser dadá, en
interpretar papeles de actriz y él le devuelve frialdad de lobo, de demonio, de
Míster Woolf bailando con la abuela. ¡Y la abuela tan encantada! Pero no se
sabe sí aún el capitalista quiere la
receta también de los visillos de la falda de la abuela y robar todo el pastel del diablo y el caramelo al
niño. Al menos el lobo ha dejado intacta a la niña de rojo. Es el baile del juego de abalorios de Hesse y no el del pañuelo, siempre entre
quien resulta demasiado emocional a alguien demasiado racional y viceversa,
concluyendo que el mito y el logos solo pueden compartir esa taza de
sombrereros locos cantando feliz feliz no
cumpleaños porque esa es su lógica,
su credo porque es absurdo, Alicia cayendo en la
persistencia de la memoria de Dalí, en
el surrealista y barroco juego de espejos y biombos de camerino, en un entrar y
salir de la realidad a la fantasía, en los dos tiempos y espacios de lo
fantástico, que son múltiples pero se
resumen en una dualidad que hay que
aceptar ambivalente, acompasando los pasos, complementando el interlocutor la
palabra del otro.
Ferlosio o su padre y ella bailando en un
eterno pique de sabios socráticos, sabios de la vida, del amor, al
menos el compartido por Torci, jugando al envés y al revés, al fantasma
cariñoso y a la sabana de cada día en una cama separada, “pues a mí Ferlosio no me parece clave de nada” protesta. La clave
sería comparar como dos personas tan divorciadas
han podido compartir un discurso tan
parecido, una llave a la libertad democrática en clave de fantasía, porque en
clave real sería lo incoherente. Consiguen
ambos que a su mano avejentada no se le vea mover el títere, sobre todo ella, que consigue mostrar a unos
personajes en su lucha interior, que solo halla la paz cuando se comparte con otro caído en el agujero de la
obra de Carroll, al que pone de excusa y pretexto para cierto irracionalismo
permitido. En la parte ensayística van tejiendo Ferlosio y ella la trama sobre
la trama, se pueden ver los hilos de los fantasmas, nos enseñan el trasfondo
que no es teleológico sino la cuarta pared de nosotros, sus espectadores como
en el teatro de Sastre. No es un teatro de marionetas y guiñoles sino de seres humanos, donde el lector puede
hasta poner cara humana a esas voces que hablan. No me parece el fácil recurso
de la primera persona para llegar al
corazón. No creo que solo sea porque su retórica sea más actual. Creo que su virtud
literaria es mostrarnos la recamara de la tienda de bordados, del telar de Ariacné que es convertida en araña solo por
tejer mejor ficción que la de Atenea,
creída tan lógica. La creación por la creación, sin buscarle la verdad
filosófica definitiva. Es verdad lo bien contado, y a eso añaden la verdad y
sabiduría de sus vidas, y además ven al
emperador desnudo incluso en ellos mismos, se aceptan cuentistas, fabulistas,
se llaman teatreras, se reconocen noveleras, se proclaman viajeras, vagabundas,
trotamundos, cosmopolitas, siempre mudando el alma en el trasiego de mudanzas,
y al fin el cuento del emperador desnudo
lo sigue G Calvo, Matute…pertenece a todos, como el resto de cuentos que nos
contamos y hasta, sí nos lo cuentan bien hasta nos los creemos.
La literatura es libertad y echarle ganas
de fantasear, de inventar un juego de solitarios que busca al otro, que ordena
el caos vital y el de papeles, fotos, collages, fragmentos, en un orden experimental,
provisional, vanguardista, mutando, jugando a detectives de las señales que el
escritor deja sobre su propia vida para que otro siga estas miguitas de pan y no con el objetivo de
que no se pierda en el bosque; sino que se pierda hasta el fondo. Y salga y lo supere,
y salga del pozo interesándose por el otro, por el interlocutor o el amigo,
deseando que este lector consiga el hilo para escapar del laberinto de Ariadna,
o decida quedarse en él porque se ha
aceptado un minotauro de buen corazón, como Borges, que no sale de su
Alejandría por propia voluntad. Jugar a
seguir la escala de los mapas del tesoro de un capitán de barco que ha enamorado a la Piquer y le ha dejado un
tatuaje como rastro, huella. El amor por sus consecuencias, y entre ellas; las palabras
quedan. Se confunde ahora mucho realidad y ficción: en su pueblo gallego meigas
haberlas, pero en la televisión sólo fantasmatas creados por un sentido práctico
de engañarnos sin confesar que nos engañan. Gaite o Matute tienen la cortesía de confesar sus dotes de hechicera y seguir con el juego de saludar al rey con la
reverencia de “no quisiera aburrirle”
queriendo decir lo otro: que no quería aburrirse ella en un acto protocolario y por
eso en medio de unos señores de cierta edad y presunta pedantería se
ponen a contarnos lo de Peter Pan, lo de
Alicia, lo de Celia dice y ríe, y sueña. Las imagino pensando ¿no será este
teatro que os escenifico tan ficción como el palacio de príncipes azules y
princesas rosas (ahora reyes) donde os lo cuento? Son discursos de agradecimiento entre lo renacentista y lo
barroco, mitad de cortesía y reverencia al excelso y mitad de guiño al pueblo, a que no confunden este teatro
performativo con su realidad.
El medievo de Matute es barroco por su crueldad revestida, disfrazada de fantasía. Es un teatro de marionetas donde la niña sabe que hay detrás personas humanas y eso multiplica su ilusión. Es una canción de amigas, que se canta y actúa y se vive y se mira por la ventana y se sueña por la ventana más que analizarlo en morfologías posestructuralistas. Pasar de un cuento a otro, con un canon no solo de cuentos sino de interlocutores, se podría convertir en la historia tras otra de Sherezade, en algo interminable, en el cuento de nunca acabar que promete la iglesia, en el juego de narratarios y papeles sobre papeles del Quijote y versiones, parodias, remasterizaciones, posproducciones, reposiciones…siempre matando al mensajero, “hay que buscar editoriales con buenas intenciones”, Pretende evitar las mediaciones, la imagen de canal médium del escritor entre algo irreal y algo real, la escena de mensajero protocolaria y contarlo de la forma más directa y sencilla para que alguien tan inteligente como un niño lo entienda, por eso hay que evitar pretextos para no leer y para no escribir, narraciones del ego, de la víctima, hay que contar esto con entusiasmo, creyendo en ello. Muchas veces parece que lo raro es vivir, pero ya decía Belén Gopegui que lo raro era escribir. Y aún seguimos ni sabiendo por qué lo hacemos y sobre todo porque nos miran como a locos y nos quiere cortar la cabeza la reina de corazones cuando solo vivimos y tratamos de contárnoslo y contároslos. Vamos cual emperadores y desnudos y a la muerte, y por el medio nos revestimos de fundas de fantasma y ese cuento, por terrorífico que sea, hay que contárselo al niño con voluntad, la verdad sea dicha de mentir nuestra verdad en la que creemos poner la vida en ello y sólo hemos puesto palabras y cristalitos mágicos de alguien que ya no somos, de alguien que falleció pidiendo que nadie llore por ella retahílas de T.F.G s, por una Carmen que nos dejó sonriendo.
Además del pretexto o el prólogo
en una obra es imprescindible un interlocutor
potencial sin el que no habría texto. (En lo oral puede ser un interlocutor
real, sus amigos, en lo epistolar un destinatario, el público como receptor de
su obra, de sus audiciones de poesía, de sus espectáculos teatrales, de las
series suyas o ajenas, de la película de Emilia,
el interlocutor amoroso que lo mismo estudia en Usos amorosos del XVIII, de la posguerra o en la época de la
transición a través de sus artículos de
prensa y especialmente en La búsqueda del
interlocutor y El cuento de nunca acabar, … la comunicación fracasa o bien
porque el emisor-locutor lo cuenta mal, sin ganas, aburrido; o porque no tiene
ganas o no le entra al interlocutor-receptor en la cabeza. Respecto al canal dirá que la primera literatura
era oral y que la literatura solo es sustituta de esta oralidad, como la
reflexión lo es de acción de la vida. “La
literatura es un sucedáneo o fármaco (en sentido platónico) del hablar- si pudiéramos hablar detenida e
intensamente a la gente nadie escribiría. Lo comparte con el cine o el teatro,
en la literatura siempre es necesario el otro con quien hablar, la neurosis la
motiva lo mal que hablamos con nuestros semejantes, el dialogo o la
interlocución debería ser un puente entre tú y los demás, hablar a la gente y
aportarles felicidad buscando también tu propia serenidad.” Primero es la vida y no el logos pero la vida
se conforma de palabras, “los límites de
mi mundo son los de mi lenguaje” (Wittgenstein.) Junto al límite de la
muerte, parece que el filósofo lleva razón sí entendemos lenguaje logos en su
sentido más amplio (lenguajes de otras disciplinas artísticas como los
lenguajes visuales del cine, el teatro, la pintura…incluso los lenguajes
simbólicos que también se comunican por canales
subterráneos o hidráulicos), o por el
cuarto de atrás del inconsciente de un analfabeto o un sordomudo o un
esquizofrénico (con varios interlocutores
en su mente, en los que falta la estudiar la capacidad del yo para parar
esas “voces” o intervenir en ellas; sí son ajenas o propias, la diferencia
entre el pensamiento de toda una sociedad neurótica o auto reflexiva y las de
quién da más prioridad al mundo interior mental que al exterior, se considera
delirio o brote sicótico cuando esa percepción de voces son auditivas y
visuales más que cuando son verbales, pues la verborrea de palabras son la
tierra del neurótico. ) Para la búsqueda
de un auto reconocimiento el escritor
necesita del otro como espejo, por lo
que se dirige a un público imaginario; pero este a su vez cambia sus “horizontes de expectativas vitales-culturales”,
los personajes funcionan como espejos con los que se puede identificar-desidentificar,
como ejemplos y modelos de conducta para su vida. Pretende ser más dialéctica que
didáctica y por ello rechaza “la moralina”, “lo escolástico” pero no por ello
deja de impregnar un mensaje ético (está muy preocupada por los efectos en el
niño del cuento infantil.)
El conflicto de la dualidad
(platónica) o del desdoblamiento (Todorov) tratado de forma ambivalente o
conciliatoria entre: realidad mundo objetivo/ fantasía mundo interior. Lo
soluciona insertando lo fantástico en lo cotidiano (Brechas en la costumbre,
surrealismo cotidiano, realismo mágico) 2 tiempos: el tiempo cronológico (en varias obras, en El cuarto de
atrás, La reina de las nieves el reloj aparece como una pérdida del tiempo
propio e interior para volver a la
realidad, despertar de un sueño de fauno
como en Alicia), el histórico (aunque reconoce la importancia de fechar en sus trabajos académicos; no le da
importancia en el retrato introspectivo mezclando pasado, presente, futuro,
ella llama a las fechas “piedrecitas
blancas” para no perder el hilo y al calendario “señal de la rutina”, haciendo constantes juegos con el tiempo; forward, flashback, retrocesos y
evocaciones, adelantos o anticipaciones….pues el tiempo importante es el simbólico,
onírico, imaginario, emocional, íntimo, alegórico, metafórico. Se dan
simultáneamente todos esos tiempos en un mismo instante. Ese instante puede ser
de entusiasmo como el kairós o el carpe diem amoroso; pero también de caída,
elegiaco. Esos momentos depresivos también aparecen en los personajes, pero
ella los considera parte de la “narración
thanatos-egocéntrica-victimita-la intrascendental de una conversación
gastronómica, del hablar del tiempo, de los saludos formales…, de las cosas
dichas sin ganas, sin energía, mal contadas” En la narración thanatos el escritor se
recrea en su sufrimiento o el de un personaje antihéroe romántico; el del poeta maldito con un hado
funesto, en la intromisión de Kafka y su narrativa “se hace adulto no por dejar de sentir miedo y dolor sino por enfrentarse a esas sombras con serenidad”, o Pessoa, quien le parece
que su intromisión se reflejaba al inventarse heterónimos, seudónimos,
versiones, fragmentos de sí mismo, como haría un esquizofrénico. Esa anti
heroína romántica la ve no solo en la gran literatura sino en algunas figuras del
cine, la publicidad, las series de tv, cantantes…personajes pasivos, quizá
porque los maneja la pluma de un hombre. Frente a esto prefiere la narración eros, la
vital. En esto sigue las teorías de Platón y de Freud. Se pueden denotar cuando
una narración es de elevación (superación, sublimación, liberación,
externalización) y cuando es de caída (represión en el cuarto de atrás,
depresión, intromisión) y por ejemplo en Cuadernos de todo estas últimas son
más escasas y se dan en momentos de soledad en el Ateneo, en su diario de
altibajos intentando dejar de fumar (explica las razones que le llevan a fumar,
que son de índole emocional, una forma de esquivar o hablar directamente del
dolor que le produce la muerte de sus padres y de su hija, y también de matiz
literario, o cuando ve a un amigo o se le presenta una “sorpresa”, algo
“imprevisto” y tiene un sentido práctico para ella y para el interlocutor;
aquellas profesoras de los 80-90 que seguían su obra desde la época comercial y
asociaban el progresismo educativo y el feminismo con el pitillo, influidas del
cine, la publicidad y los medios.)
Ese dualismo platónico repite el
misticismo barroco (cuerpo/ alma, luz/ oscuridad, bien/ mal…) y en las obras
teatrales barrocas (el juego del espejo, de la vida y muerte como un mismo
sueño confundido, del disfraz, del desdoblamiento en otros personajes o roles)
o en las narraciones barrocas (el quijote como lo fantástico inmerso en el
costumbrismo, a modo de denuncia de ese costumbrismo de hambre en el que mal
vive el barroco y de esa fantasía o mito renacentista en la que también vivían)
y en la obra romántica. En el fondo ella
no renuncia a la búsqueda de esencias platónicas (ella las llama “los
nenúfares” una palabra que cumple las tres condiciones: existe en la realidad,
evoca algo en el interior –fondo- y hasta en su forma suena bien) pero sí
intenta conciliar el esencialismo con el existencialismo o vitalismo a partir
de su segunda y tercera época novelista. “solo
es verdad lo que te cuentan bien” Por ejemplo cuando reflexiona sobre Dios
(al final de Cuadernos de todo) lo contempla como una construcción cultural,
igual que con el amor o el lenguaje. Y recuerda en Cuadernos de todo la
anécdota de que al propio profesor le aburría explicar la parte escolástica normativa
de libros como “educación para el
espíritu” etc pero se emocionaba contando el libro de la vida de Jesús,
pues era más visual, concreto, menos abstracto. Ella admira la figura de
Cristo porque le parece que es una
historia bien contada, y la del antiguo testamento la han contado mal,
aburrida. De idéntica forma, cuando habla de Teresa de Ávila rara vez menciona
a Dios sino los sentimientos que a la escritora le produce este alter ego,
este interlocutor amoroso soñado,
imaginado, pero real para ella, y la
condición de marginalidad que sufrió por ello, la consideración de “loca de la casa.” El esencialismo
aplicado al vitalismo lo ilustra la misma portada de Cuadernos de todo: una monja montada en bicicleta, un cuadro de
Remedios Varo. La fantasía no sólo sirve como evasión sino que ayuda en un la
vida con todo el sentido práctico de los pensamientos mágicos. El texto
fragmentario, caótico, buscando ordenarse en una unidad cohesionada, coherente.
interliteraria (remitiendo a hipotextos), metaliterario (reflexionando sobre el
hecho de escribir, asociando siempre ficción con mentira y con el amor) son
retazos, deshilachados, espejitos (los malos espejos como el egocéntrico de la madrastra
de Blanca nieves), versiones de uno
mismo, correlatos (Barthes) que hay que coser, bordar, enhebrar, buscar una coherencia. No puede resumir Guerra y Paz
decía Tolstoi, tendría que contarlo de nuevo. ¡Que manía con los resúmenes!, protesta la autora, cuya vida y obra
tampoco cabe en un resumen. ¡y qué difícil resumir a una autora que no quería
que la resumieran!
No le gusta tanta metafísica,
pero al vomitar para arriba, para el cielo, no le salpica en su estilo más
concreto. Ferlosio le aburre por parecida
razón a la prosa de Azorín o de Benet, por un lenguaje rebuscado, por
descripciones demasiado largas. El ritmo de Ferlosio es aún más lento que el de
Carmen que se quiere más vital, Gaite quiere
una narración fluida, que el lector no interrumpa, en la que avance la
trama con una good continuation. Retomar el hilo donde C. M. Gaite lo dejó en
las páginas que cierran Cuadernos de todo es muy difícil, y más sabiendo que
Carmiña murió abrazada a estos diarios que escribió durante toda su vida
porque así abrazaba a Anita, a La Torci, a Rafa, a Ignacio, a Josefina, a Luis,
a Juan, a Don Jaime, a su madre, a su padre José, a su madre Marieta…”no sé
ni dónde seré enterrada pero será un lugar donde los que vengan a
llorarme no podrán hablar por mí…” Esto no corta la interlocución, porque
no es narración egocéntrica (está
afirmando que nadie podrá tergiversar que lo que se ha preocupado de
decir ella muy claro, y que ante esta muerte física para la que se ha preparado
un ateísmo sereno ella no podrá
responder, lo cual no niega que sigamos hablando con ella aunque no nos pueda
devolver el juego con su interrupción.
Una multiplicidad de interlocuciones se ha superpuesto a su voz. Yo soy solo
una más. Y solo se puede retomar el cuento echándole ganas. Sí una cosa no quiere es llorarle a alguien, aunque sí se auto-consuela,
supera esos altibajos exagerados por una
exacerbada sensibilidad y capacidad de reflexión. E incluso, arrodillada ante
la virgen, honrando la memoria de su
madre, se permite el humor, y hablar con ella de tú a tú, en un toma y daca,
sacando enseñanzas de lo que en el fondo se ha contado así misma. Insistió en
la escritura como auto-sanación, recuperarse de una fiebre de recién casada con
ese libro que Ferlosio trataba de versitos, de una fiebre que en realidad fue
una especie de tuberculosis que estuvo a punto de llevarla a la tumba…dejar
de fumar explicándose las razones fantasiosas que le llevaban a ello (un libro, un amigo, un recuerdo) como una
forma de vencer un cáncer de hígado provocado por su tabaquismo empedernido, un
modo estético también de esquivar el patetismo directo de reflejar su dolor por
estas tres muertes tan cercanas, el cansancio de sus viajes de un Madrid sin
movida madrileña (el homenaje de Gallardón, un emperador desnudo que la acabó
de matar, su último acto público, junto al partido de futbol del Milán, siempre
tan popular y poco elitista) y una
forma, por qué no decirlo, de ayudar a que lo dejaran a aquellas
profesoras progresistas que habían empezado a leerla en los 80.
Que nadie podrá hablar o llorar en su nombre no
es una frase ego, sino todo lo
contrario: es una imitación al
dialogo, a participar de su obra, aunque haya actualmente un exceso
de interlocuciones desinformativas y tesis detritus llenas de casillas
estancos poniéndola letreros. Está pensando en ella misma, en que ya ha dicho lo que tenía que decir, y sí luego
un doctorado de la Autónoma concluye su tesis en que debería haber leído a los
barrocos para aplicarlo a su obra, eso
le da igual, porque ese no puede hablar por ella. Y sí vienen plañideros no
podrán tampoco hablar por la mujer que siempre sonreía, que no separaba su vida
del milagro de poder leer y escribir y que esto le sirviera para ampliar su
visión vitalista, sonreída de nuevos sueños reconstruyendo los que no se
contaban bien para contárselos así misma mejor; metamorfoseándose ella y su
escritura; evolucionando en forma y fondo multi-significativo de sentidos
personales para el receptor (mono-temáticos son los temas en sí y no ella, es lo que tiene que el material de una vida a
contar se reduzca al final a amar a algunos, luchar por algo y morirse, eros
ares y hades.)Hay escritores/ as en los que debemos separar su vida de su obra.
C. M. Gaite no es el caso. Cuenta
la anécdota de su hija. Imaginar la cara de Carmen mientras oía la voz
literaria. Preparar esta conferencia imaginando las caras de mi tribunal
interlocutor, no inquisitorial. Pide la palabra, parece haber un interlocutor ya desde su primera obra
y por tanto se la conceden, pero el relato no muere con ella, forma correlatos
en la mente del lector, me sirve para
escribir mi propio meta relato (aplico su taller de escritura, sus consejos del
Cuento de nunca acabar a esta tesis, que vale por lo que a mí me puede ayudar su
“espejo” a depurar mi propio estilo.) Y
lo escrito queda, como memoria que perdura, nos sobrevivirá, nos trascenderá
cuando la única trascendencia posible de las tres que proponía Manrique en las
coplas tampoco sea posible (el recuerdo cariñoso de los amigos que la llamaban
Carmiña, de su hija Marta La Torci y de todos los suyos y los nuestros, sus lectores….)
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