El articulo los malos espejos publicado dentro de La búsqueda del interlocutor y otras
búsquedas es una reflexión en torno a la literatura, es por tanto un texto
meta-literario, que comienza con un recuerdo infantil de la fascinación que le
causaba el momento en que se conocían los dos enamorados de una de las novelas
de amor que leía de niña. Le llamaba la atención el recurso literario,
inadvertido entonces como artificio, de los elementos análogos que se usaban
para crear esa atmosfera amorosa. Compara la decepción que le causaba el
desencuentro de esa pareja con los desengaños que posteriormente ha tenido con
sus amistades. El desengaño consistía en que aquellas personas sólo querían ser
"queridos por sí mismos." Esta reflexión le lleva a cavilar sobre el
arte del disfraz, sobre el engaño en literatura (que no deja de ser una
ficción) y pone el ejemplo de cómo el rey Felipe V se hizo pasar por un
servidor más de la reina María Luisa de Saboya para pedirla matrimonio de esta
forma original. O el de las aristócratas centroeuropeas que en la novela rosa
se hacían pasar por institutrices, como una Jane Eyre. Viene a concluir en
estos primeros párrafos que los enamorados, los interlocutores amorosos,
anhelan conocerse pero la gracia de la literatura está en el cómo, en los
impedimentos sociales que impedían o alentaban ese amor o cómo ellos mismos
jugaban a ser otros para no mostrarse del todo, para que tuviera más gracia el
encuentro amoroso, y fuera más un encuentro erótico que pornográfico. En
definitiva esta necesidad del otro, del interlocutor soñado, revela la sed de
espejos que tenemos, de modelos, de ejemplos, en otras personas o en los
libros.
Define los malos espejos como "esos ojos que
no saben mirar ni leer más que lo ya mirado o leído por otros." Esta
definición la concatena a través de una serie de preguntas retoricas,
reflejando lo alambicado del ensayo, lleno de giros del lenguaje. El encuentro
con el otro puede ser un laberinto, pero la propia sique, el propio yo, es una
"especie de telón engañoso que solamente una mirada ajena podría hacer
creíble y reivindicar." Esas miradas del otro interlocutor sobre nosotros
son engañosas, peligrosas, pueden actuar como malos espejos, ojos envidiosos,
egocéntricos, miradas autocompasivas o dañinas, al igual que hay narraciones eros o vitales (los buenos
modelos); hay narraciones thanatos
que son los malos espejos. Una mala mirada es por ejemplo creer que ya hemos
entendido a un pensador o un escritor y decir "a este ya le he entendido,
ya puedo hablar de él, pasemos a otro", las que dejan el tema por zancado
y no quieren seguir buceando en la figura y obra que adivina ese texto. Se
queja la autora de la "interpretación expedita (...) aumentada por el alud
de datos banales, apresurados y siempre de segunda mano", creando "un
remolino de datos equivocados sobre datos equivocados", lo que en
periodismo se conoce por la espiral del silencio generada por el exceso de comunicación o la
sobre información. La causa de que se sigan repitiendo los malos espejos, mal
interpretando a los autores es que ya nadie quiere conocer a una persona ni
leer un libro ni siquiera se atreve a hacer un viaje a la aventura, pues
"para todo se acude a las guías, a los informes, a los resúmenes."
Arriesgarse en literatura o en el amor "entraña siempre un riesgo"
pero es "la única forma de inventar o descubrir algo inédito." Hemos
de buscar los buenos espejos no quedándonos simplemente con la portada de un
disco o la solapa con cuatro datos autobiográficos de un libro ni con un guía
de viaje que nos haga de cicerón.
Tanto conocer un libro,
una persona o un lugar es un riesgo que hemos de atrevernos a correr por uno
mismo, como una repetición del sapere
audem de Kant. El buen espejo, la buena mirada, es el ojo "que se
aventura a mirar partiendo de cero" y que "otorgarían la posibilidad
de ser por la que suspiramos."
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