sábado, 29 de febrero de 2020

LOS MALOS Y BUENOS ESPEJOS. C.M. GAITE


El articulo los malos espejos publicado dentro de La búsqueda del interlocutor y otras búsquedas es una reflexión en torno a la literatura, es por tanto un texto meta-literario, que comienza con un recuerdo infantil de la fascinación que le causaba el momento en que se conocían los dos enamorados de una de las novelas de amor que leía de niña. Le llamaba la atención el recurso literario, inadvertido entonces como artificio, de los elementos análogos que se usaban para crear esa atmosfera amorosa. Compara la decepción que le causaba el desencuentro de esa pareja con los desengaños que posteriormente ha tenido con sus amistades. El desengaño consistía en que aquellas personas sólo querían ser "queridos por sí mismos." Esta reflexión le lleva a cavilar sobre el arte del disfraz, sobre el engaño en literatura (que no deja de ser una ficción) y pone el ejemplo de cómo el rey Felipe V se hizo pasar por un servidor más de la reina María Luisa de Saboya para pedirla matrimonio de esta forma original. O el de las aristócratas centroeuropeas que en la novela rosa se hacían pasar por institutrices, como una Jane Eyre. Viene a concluir en estos primeros párrafos que los enamorados, los interlocutores amorosos, anhelan conocerse pero la gracia de la literatura está en el cómo, en los impedimentos sociales que impedían o alentaban ese amor o cómo ellos mismos jugaban a ser otros para no mostrarse del todo, para que tuviera más gracia el encuentro amoroso, y fuera más un encuentro erótico que pornográfico. En definitiva esta necesidad del otro, del interlocutor soñado, revela la sed de espejos que tenemos, de modelos, de ejemplos, en otras personas o en los libros.
Define los malos espejos como "esos ojos que no saben mirar ni leer más que lo ya mirado o leído por otros." Esta definición la concatena a través de una serie de preguntas retoricas, reflejando lo alambicado del ensayo, lleno de giros del lenguaje. El encuentro con el otro puede ser un laberinto, pero la propia sique, el propio yo, es una "especie de telón engañoso que solamente una mirada ajena podría hacer creíble y reivindicar." Esas miradas del otro interlocutor sobre nosotros son engañosas, peligrosas, pueden actuar como malos espejos, ojos envidiosos, egocéntricos, miradas autocompasivas o dañinas, al igual que hay narraciones eros o vitales (los buenos modelos); hay narraciones thanatos que son los malos espejos. Una mala mirada es por ejemplo creer que ya hemos entendido a un pensador o un escritor y decir "a este ya le he entendido, ya puedo hablar de él, pasemos a otro", las que dejan el tema por zancado y no quieren seguir buceando en la figura y obra que adivina ese texto. Se queja la autora de la "interpretación expedita (...) aumentada por el alud de datos banales, apresurados y siempre de segunda mano", creando "un remolino de datos equivocados sobre datos equivocados", lo que en periodismo se conoce por la espiral del silencio  generada por el exceso de comunicación o la sobre información. La causa de que se sigan repitiendo los malos espejos, mal interpretando a los autores es que ya nadie quiere conocer a una persona ni leer un libro ni siquiera se atreve a hacer un viaje a la aventura, pues "para todo se acude a las guías, a los informes, a los resúmenes." Arriesgarse en literatura o en el amor "entraña siempre un riesgo" pero es "la única forma de inventar o descubrir algo inédito." Hemos de buscar los buenos espejos no quedándonos simplemente con la portada de un disco o la solapa con cuatro datos autobiográficos de un libro ni con un guía de viaje que nos haga de cicerón.
Tanto conocer un libro, una persona o un lugar es un riesgo que hemos de atrevernos a correr por uno mismo, como una repetición del sapere audem de Kant. El buen espejo, la buena mirada, es el ojo "que se aventura a mirar partiendo de cero" y que "otorgarían la posibilidad de ser por la que suspiramos."
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