martes, 20 de julio de 2021

INTERTEXTUALIDAD Y PLAGIO


No sólo hay que deleitar con palabras bonitas o entretener con tramas de acción a lo Rambo o novelas históricas evasivas.

La literatura tiene el compromiso social y político de ser ética y hecha desde los buenos o malos sentimientos de cada cual (mejor desde los libres sentimientos). Creo que por ese ideal apostaban Derrida o Sontag, muertos recientemente, “moralistas obsesivos”. (Los medios respetan nuestro duelo porque apenas existen cara a la televisión y aún conservaron su intimidad en estos mundos paranoicos de seguridad y unidad.               La universidad invisible perpetua el secretismo de los monjes eruditos, un hermetismo obligado por la circunstancia y desde luego no voluntario)

Toda obra es un botín múltiple. Y esta frase se la he tomado prestada a Umbral, pero él se la encontró un día que pasaba por casa- Sthendal, quien a su vez se había olvidado de devolverla a la biblioteca de Alejandría, la cual continuó el legado de la de Babel y todos estos caminos iban a dar al jardín volteriano de los caminos bifurcados de Borges. A su biblioteca universal. 

Y es que a mí, como a todo inocente anarquista, la propiedad me parece un robo.          La propiedad es una cosa muy burguesa, tanto tienes; tanto eres, y hace al “teniente” un ser poco existente. (o al “tenedor” de trastos varios) Por eso, la literatura pertenece a quien la necesita, no a quienes la escribimos. La literatura es del Pueblo (Populus pero no como palabra para usar, instrumentalizar y quedar bonito, sino pueblo concreto- y no en términos de absoluto-  que empieza por tu familia y amigos)

La literatura, bálsamo cura- penas, catártico prozac, antidepresivo, remedio de los males invisibles, sentimientos sublimes y sicopatologías varias, pertenece a quien necesita consuelo. Y necesita consuelo tanta la burguesiíta que se cree princesita romántica como el pobre que pide en la calle. En eso todos somos iguales; el sufrimiento nos aúna como Fuente Ovejuna, y los ricos también lloran y maman. La literatura la escribe el inconsciente colectivo, el id y nuestras abuelas que nos narraban cuentos populares, la tradición y hasta nuestros vecinos. Y luego los escritores nos inspiramos en esa tormenta de ideas de nuestra época, lo cual no nos resta mérito ni es truco de falsos modestos. (¡modestos aparte!).

Todo artista tiene algo de cleptómano y la buena sociedad burguesa le deja llevarse la vajilla siempre que el artista se lleve un tenedor y le devuelva una miniatura minimalista (Por ejemplo un poema objeto sobre el tenedor). La literatura, vista así, se ha erguido sobre un montón de objetos robados, de palabras prestadas, de diálogos y jergas robadas al pueblo y retratos de personas de carne y hueso. La literatura es un robo doble; a la tradición cultural, al saber, y a la realidad, a la sociedad. Némesis y mimesis aristotélica. Y a mí eso me parece sano. La literatura, sustentada en la tradición anterior, va escalando la montaña de libros, intentando el hijo superar al padre y el escritor novel superar sus “maestros”. Por eso decía Foucault lo de que toda vanguardia literaria era una asesina de la literatura anterior y todo escritor un Edipo que ha de matar a los padres literarios para amar a solas a su mamá Literatura. Lo cual no significa que crea en el progreso lineal y positivista, siquiera literario, pues siguen siendo mejor los clásicos que los actuales. Cualquier tiempo pasado fue mejor, ya se sabe. Por eso a mí me da igual que me usen otros escritores, les insto a robarme ideas y a inspirarse.

Lo único que no quiero es que me usen los políticos o me instrumentalicen como nuevo gurú de los libros de consejitos de empresa. A las personas no nos gusta que se nos use como objetos, como instrumentos de creación de opinión pública, como máquinas interpretativas en un momento concreto.

La intertextualidad es un concepto postmoderno, pero esto de las “influencias” es tan viejo como la literatura.  El mismo Aristóteles en su Retórica recomienda a los aspirantes a escritores que copien de los modelos clásicos. Copiar la naturaleza o la realidad es la Mimesis y copiar la literatura anterior es la Némesis. Sí seguimos a Aristóteles por la autoridad que de él emana, y creemos su palabra como verdadera, resultaría que no sólo habría que citar en pequeños homenajes a nuestros libros o escritores, sino incluso parafrasearles sus estructuras gramaticales. Lo cual se ha hecho toda la vida y en mi opinión sólo debería ser un primer borrador pues no aporta originalidad ninguna. El mismo Aristóteles se convirtió desde Santo Tomás en una cita de autoridad. Su sola mención legitimaba un texto. Por eso nuestro buen arcipestre de Hita ironizó con la cita apócrifa que le atribuyó: “el hombre trabaja por sustento y por buscar hembra nueva y placentera. Ya lo dijo Aristóteles y por ello es cosa verdadera”

El escritor es un indigno heredero de sus antepasados. Estos le miran desde su condición pétrea de estatuas y comendadores de piedra, removiéndose en sus tumbas, doliéndose por cada palabra violada.  A todos nos dolería que violasen a nuestra madre, a nuestra hermana o a nuestra mujer. Y así ha de entenderse el dolor del escritor cada vez que llevan su obra al cine, pues el escritor se esposa religiosamente y canónicamente, como Dios manda, con la Literatura. Aunque yo todavía vivo en pecado con la literatura pues mi “obra” se resiste como una niña bien difícil de cortejar, que se me hace mucho de rogar y que nunca me da el sí a mi propuesta matrimonial. Lo cual me hace desesperar esperando y pensar que quizá nunca la escriba. Snif snif. Una lagrimita. Y como todos los que no sirven para escribir quizá me haga crítico. Jeje. 

El escritor también tiene mucho de panteísta o empirista y siente a esa presencia viva de sus ancestros. Los antiguos escritores son sus padres literarios, pero esta escrito en las leyes darvinianas de la naturaleza que ha de superarlos, el escritor ha de rebelarse al padre. Por ello, el mejor escritor será el que más ha leído y respetado a sus antecesores, robándoles cuando ellos no miran, pero con mucho tacto. El mal ladrón es el que roba haciendo ruido de cacharrería, se trata de ser ladrones de guante blanco. Todo hombre inteligente sabe que es mejor siempre aprender que enseñar. Porque aprender, visto en un sentido mercantilista y materialista, es también robar conocimientos e informaciones. Y la información es más que un valor en el siglo XXI; es un poder. El saber no ocupa lugar, por eso es patria común, no lugar, utopía, a- nacionalista, cosmopolita y global- universal. Por eso el saber ha de desinstrumentalizarse políticamente y desmaterializarse económicamente sin que esto signifique su concepción de “saber x saber” (siempre hay una finalidad) o el estilista, aristocrático y egoísta “arte por el arte”. (el mito del genio aislado)

No hay de momento- y espero que nunca haya- una universidad para escritores.               Un escritor no se hace en los talleres literarios (allí se hacen colegas y camaradas, más bien, y se comparten ideas o experiencias) Un escritor se hace con sus lecturas. Sólo se aprende a escribir leyendo. Se da por supuesto que el escritor, antes de lanzarse a escribir, es un letra- herido, un devorador de libros, una pequeña rata de biblioteca que eternamente gira en esa polea. Buscamos entre los mamotretos y los códices la piedra filosofal de todos los eruditos, el secreto de la felicidad, la gran palabra que sea capaz de convertir todo en ese oro metafórico de la felicidad.  La felicidad dorada.

Pero eso que damos por supuesto ya no podemos darlo; hoy el autor postmoderno no necesita leer para escribir bien. Ó eso se cree él. Yo creía imbécilmente, apoyándome en mis muletas, que sólo leyendo a otros aprendería a escribir. Y ahora resulta que no, que no hace falta, que escribir todos podemos sin necesidad de aprender pues “nacemos sabidos”. Escribir sólo es dejarse llevar y soltar lo primero que te salga. “Escritura creativa” creo que lo llaman (y para ser creativa estos talleres cuestan un ojo de la cara, hablando prosaicamente). La gente aún se cree ese mito del escritor aislado, el escritor puro sin influencias. Un escritor en su torre de marfil o biblioteca borgiana, alejado de lo que pasa en la calle, documentándose sobre códigos Da Vinci y sin escribir sobre su experiencia autobiografíca.

Pero eso del escritor aislado es imposible, primero porque aunque naciéramos asóciales y geniales por naturaleza el hecho es que estamos metidos y embarrados en esta animalidad política. (En el fondo ninguno estamos solos, aunque nos sintamos así).      Y no nos hemos educado como el Emilio, sino que nos han educado condicionándonos con un Súper Yo que como no seamos conscientes de él nos va a hacer sólo escribir tópicos. Y segundo, porque aunque el escritor fuera un cabezón obstinado en no leer a ningún otro para no “contaminarse”, el hecho fenomenológico es que tiene Televisor.

Y por su televisor echan Tómbola. El hombre es un animal influenciable, mimético y copión por lo que aún tiene de mono. Y ya que es imposible no dejarse influenciar, yo al menos prefiero influenciarme de buenas compañías y no de malas. Elegir mis lecturas. Porque sí no leemos no tendremos más que contar que lo que ya te cuentan en el televisor. Y sí no vivimos pasa igual; sólo tenderemos a contar lo que ya sale por el telediario. Y eso no es literatura, es televisión. A diferenciar estas cosas enseñaban en Barrio Sésamo. Por eso muchas novelas antes tenían influencia cinematográfica y hoy en día tienen influencia de los seriales y teleseries baratas de la televisión, lo cual denigra la literatura más que todas las vanguardias antiliterarias juntas.

Una novela experimental, un Ulises de Yoyce, no mata la novela; la renueva. Lo que mata la novela verdaderamente son los best seller estilo pelí acción o las confesiones de tocador de nuestras famosillas. Y esto hace que no sepamos separar paja de trigo, pero saber separar esto es cosa intuitiva, de sentido común, common sense. Lo enseñaban en Barrio Sésamo, también. Y el que no sabe distinguir cultura de masas y de elite es porque no quiere. Y de lo que se trata es de que los mass groups lean alta literatura, la de élite. Democratizar y divulgar la literatura o saber sin que esto suponga un menoscabo cualitativo. 

Así que no pongamos el grito en el cielo cada vez que un escritor cometa intertextualidad. Mejor que aparezcan párrafos fusilados a Proust, que no las influencias inconscientes de su televisor. No estoy a favor del plagio explicito, desde luego, pero quiero ver qué hay detrás del plagio. El escritor que plagia lo hace generalmente por falta de tiempo, por exigencias de editor y mercado, porque (como a Cela) se le amaña un premio y no tiene ni tiempo de escribirlo. El perfil del plagiador suele ser el de un periodista metido en esto por rebote, por ejemplo la Ana Rosa esa.

El que se sirve de la fama, el que explota a los “negros”, al que le escriben las obras conjuntamente un equipo de redactores escribanos y copistas como en el medievo. Este escritor es un mercenario del dinero y eso va emparejado generalmente a una gran falta de imaginación, todo lo cual explica el plagio. Ya decía Shopenhauer que hay escritores con algo que decir y otros que dicen lo que sea con tal de cobrar. 

No hay, por tanto, dos cosas más alejadas que el plagio y la intertextualidad. Y creo que es sencillo diferenciarlo.

El verdadero autor intertextual homenajea a los escritores que ama y respeta. Y sabe que la literatura postmoderna tiende cada día más a la polisemia, a la multisignificación, a ser una “obra abierta”, como decía Umberto Eco, abierta a muchas lecturas e interpretaciones. E incluso a la meta literatura y auto- crítica explicita. En cambio, el que plagia generalmente es el mismo que en el colegio copiaba todo de la Encarta o la Wikipedia o robaba trabajos a otro o miraba en los exámenes al compañero de al lado. Y sí después de explicarles todo esto, no diferencian el trigo de la paja, será ya porque no les da la gana. Quizá sólo querían insultar a Lucía Etxebarria y les de igual de que acusarla. 

LARGA VIDA A LA NOVELA

La literatura se convierte cada día no ya en un monologo interior sino en un eco polifónico (como su móvil) de voces. Algo que unos llamarán “esquizofrénico” y otros “muy abierto”. (la esquizofrenia postmoderna se llama borde- line) Toda obra humana esta multirrelacionada e ínter disciplinada.

En la novela postmoderna ya no es una voz la que habla sino muchas, porque el escritor quiere que hable el Pueblo, que hablen sus personajes, y no él, y que hable incluso el lector, posibilitándole el feedback. Haciendo de la literatura una verdadera comunicación multidireccional donde se retroalimenten escritores y lectores, y salgan todos enriquecidos y todos habiendo aprendido cosas nuevas. Una comunicación multidireccional, multicultural y demás tópicos.

Cargando con el peso de toda una civilización “catastrófica”, el postmoderno cree que todo esta inventado y nada ya original o nuevo podría crearse, por lo cual sabe que citar a Platón es mucho más trasgresor que citar la última tontería de Almodóvar. Pero no es cierto que todo este inventado en la literatura; la literatura aún esta por inventar.

Y aunque mueran escritores, no muere la novela. Siempre habrá poesía. La novela no se muere cuando se muere un escritor u otro decide dejar de escribir. La literatura es tan abierta que hasta el siglo XVIII por Literatura se ha entendido “saber” o “ciencia”. El gay saber que dijo el otro. Y se decía literatura de la física, por ejemplo. Literatura engloba tanto lo mítico como lo lógico, lo humano y lo técnico, lo humanístico y lo científico. La división y especialización es cosa ya de los positivistas, del espíritu de Dilthey y de los malditos poetas malditos que creyeron desligar la literatura de la moral o la “metafísica” (lo cual es imposible)

El riesgo actual que corremos es volver a la novela un objeto de experimentación, una cosa de laboratorio (como la novela perfecta y pura, flauberiana, que pretendía Ortega y Gasset)

El peligro es hacer de la novela un objeto de exposición, de vitrina, de museo, académico, que sólo la lean universitarios.  Y esa novela que olvide el súper yo social, a la gente, a su pueblo, de donde ha venido, sus raíces, desapegada de la bajura de su tiempo, esa novela estará condenada a la extinción. Y en cambio, auguro larga vida a la novela social, con la gente de a pie, con la “gente sencilla” que diría tiernamente Neruda. Aunque algunos en este país se hayan cansado de la novela social... yo no me canso de mi gente ni de las personas. Porque todas las novelas son tan sociales en el fondo como individuales y todo ello junto las hace universales, totales y globales.            Y esto hace salir a la novela del encasillamiento actual que la constriñe como camiseta ceñida del gay metro- sexual.

No olvidemos el súper yo, escritores amantes de nuestro ego. Ruíz Zafón en la Sombra del viento refleja el habla popular de la Barcelona en el franquismo con mucho humor, aunque quizá mucho estilo “Cuéntame”, añorante de no sé qué tiempo pasado mejor.

Y esa novela es muy social, muy popular, como las antiguas novelas decimonónicas de los folletines, pero no olvida la calidad estética. Es decir; no toma al pueblo por tonto, no le subestima. Y como trata a sus lectores con respeto y como lectores cultos; sus lectores le leen con gusto.  (El secreto del buen escritor es hacer creer a su lector más listo que él.)   Eso es lo que quería decirles hoy. Que sí la novela ha muerto... ¡viva la novela!. A rey muerto rey puesto, algo habrá que la sustituya, pues la novela no deja de ser la épica de la burguesía. Y ahora que la burguesía ya no es burguesía sino “bohemius borgueus” o BOBOS postmodernos la novela ya no podrá ser novela, sino otra cosa. Quizá nivola. Quizá simplemente lamento funerario, como en los romanos, destinado a la Eternidad, a la Posteridad, a un lector potencial de otro siglo que pueda entender el mundo catastrófico y calamitoso en que en vida morimos.

 

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