miércoles, 11 de octubre de 2023

SURO CRITICAS

 

'Suro', un debut ambicioso e irregular a vueltas con la obsesión de volver al campo del nuevo cine español

Actualizado 

El muy prolífico Christophe Honoré destaca en una sección oficial donde también se hicieron notar la osadía y las ganas de la gran apuesta del festival: el debut de Mikel Gurrea

Los actores Vicky Luengo , Ilyass El Ouahdani y Pol López en la presentación de 'Suro'.
Los actores Vicky Luengo , Ilyass El Ouahdani y Pol López en la presentación de 'Suro'.Javier EtxezarretaEFE

En poco menos de un año, 'Alcarràs', de Carla Simón,'El agua', de Elena López Riera, 'As bestas', de Rodrigo Sorogoyen, y, apurando, hasta 'Cinco lobitos', Alauda Ruiz de Azúa. Todas las películas --eso son-- comparten al menos tres rasgos de carácter, no por fuerza generacional: todas son españolas de, digamos, la periferia; todas se han hecho fuertes en un festival internacional, y todas buscan sin excepción algo así como el principio del principio, el origen perdido de una forma de mirar, de un modo de vivir, de un sentido primigenio entre tanto olvido. Suena tremendo y quién sabe si quizá no se trate sólo de una casualidad. Tremenda, pero casualidad. Si se quisiera resumir mucho, se podría decir que cada una de las películas citadas se tira al monte. Como las cabras.

'Suro' es la aportación al movimiento rural, llamémoslo así, del Festival de San Sebastián (Berlín aportó dos y Cannes, las otras dos). Lógico era que, en consecuencia, visto el éxito cosechado de sus compañeras en sus respectivos certámenes y aunque se tratase de una ópera prima, hubiera cierta expectación. Que es como la gente educada llama al morbo. El director vasco Mikel Gurrea se traslada a la Cataluña profunda (nadie le puede acusar de apego al terruño) para contar una historia con alma de 'western' en la que no faltan forasteros, gentes fuera de la ley, redenciones y un burro (la caballería es siempre importante).

PARA SABER MÁS

'Suro' es corcho en catalán. Y 'Suro' es el nombre de la película que cuenta el viaje equinoccial de dos urbanitas 'hipsters' a lo más profundo del agro vaciado español. Con este punto de partida, la idea es narrar una historia que tiene que ver con la comunicación o su imposibilidad (cómo conciliar el ecologismo naif con los subsidios que llegan de Bruselas, por ejemplo), con la explotación (y ahí que aparecen los jornaleros del norte de África y las condiciones ignominiosas de trabajo), con el desarraigo (¿es posible acaso inventarse unas raíces ya perdidas para siempre?) y hasta con 'El hombre que mató a Liberty Valance'.Ambición debe de ser el segundo apellido de Gurrea. Y justo es que así sea tratándose como se trata de un comienzo.

Toda la primera parte de la película, la más brillante, discurre pendiente de la pareja formada por una Vicky Luengo capaz de todo y por Pol López, el actor que más raro mira. La cámara se pega a las tribulaciones de dos forasteros que no entienden nada más que de su deseo: de su deseo compartido por sus cuerpos (se aman y punto) y de su deseo de inventarse una vida en común de la que carecen de reglas en mitad del campo. Y es aquí, en la intimidad de su desconcierto, donde 'Suro' logra sus momentos más brillantes y delicados que también son los más desconcertantes.

Sin embargo, y por aquello tal vez de demostrarlo todo en cada plano (privilegio, sin duda, de osados), pronto 'Suro' se esfuerza en eso tan discutible de verbalizar cada gesto, de inventar caminos que no llevan a ningún lado. Es entonces cuando la película se vuelve mucho más rígida, menos sorprendente. Se quiere mostrar el conflicto entre la gente local y los de fuera y la película se inventa otra película dentro de ella que habla de odio y venganza. Se quiere hacer una reflexión sobre los esquemas patriarcales de la relaciones y, otra vez, la película se inventa una historia de amor triangular que lejos de ilustrar nada, confunde.

Por otro lado, todos los defectos de 'Suro' se antojan perfectamente legítimos. Son y quieren ser el resultado de correr todos los riesgos que permite la falta de miedo. Y justo es que así sea. Y sobre todo en un largo de debutante. Y sobre todo en una película que con más o menos matices viene a pelear con unas compañeras de generación (ahora ya sí se puede decir) algunas de ellas de un tamaño enorme. Sin duda, un debut ciertamente irregular, pero extremadamente ambicioso, que es lo que cuenta.

El director Christophe Honoré y los actores Juliette Binoche, Vincent Lacoste y Paul Kircher posan en la presentación de 'Le Lycéen'.
El director Christophe Honoré y los actores Juliette Binoche, Vincent Lacoste y Paul Kircher posan en la presentación de 'Le Lycéen'.Javier EtxezarretaEFE

HONORÉ EN SU VERSIÓN MÁS HONORÉ

Por lo demás, la sección oficial se completó con otras dos películas. Una de ellas con el título de la más esperada, pero en rigor, no por lo que tiene de rural. El muy prolífico Christophe Honoré presentó 'Le lycéen' (el bachiller, sería su traducción más pedestre) y lo hizo con el convencimiento con que se presenta en sacrificio un trozo de la anatomía. Pongamos el brazo derecho. 'Le lycéen' cuenta el tránsito de la adolescencia a lo otro (sea esto último lo que sea), que no es otro que el propio viaje del director en primera persona. Más que una simple película autobiográfica, se trata por lo que cuenta y por el modo en que lo cuenta, de una película 'superautobiográfica'.

Si ya el estilo siempre arrebatado del director acostumbra a hacer de la afectación y el barroquismo el modo natural de estar en el mundo, ahora la cosa anda cerca del récord mundial. Se cuenta cómo afecta en la existencia de un joven de 17 la muerte repentina del padre, primero, y el descubrimiento de la sexualidad después. "Mi nombre es Lucas y mi vida se ha convertido en una bestia a la que ya no puedo acercarme sin que me muerda. Todo en mi mente tiene la apariencia de una amenaza", se le escucha decir al protagonista encarnado por la auténtica revelación que es Paul Kircher y en su declaración desaforada se afina toda la película.

'Le lycéen' es así una película tan lírica y arrebatada como pomposa e insufrible; tan resplandeciente como errática; tan oscura como hipnótica. Digamos que el director de películas como 'Vivir deprisa, amar despacio' o 'Habitación 212' alcanza ahora el punto más alto de sí mismo, la nota más alta en 'honorérismo'. Y lo hace sin concesiones. Juliette Binoche, la madre, no para un segundo de llorar, Vincent Lacoste, el hermano artista con el que se va vivir el joven tras la tragedia, opta por gritar de forma algo violenta, y el propio protagonista alterna todos los estados del alma de forma más aleatoria que sucesivamente. Sea como sea, se antoja imposible quedar al margen. Es una película que salta a la cara del espectador y ahí se queda a vivir. Hay que odiarla para amarla como merece.

Y por último, la sección oficial entregó a los más melómanos 'Il boemo', firmada por el muy melómano Petr Václav. En sentido estricto se trata de un ampuloso y muy sobreproducido 'biopic' del músico checo del siglo XVIII Josef Mysliveek. Y en sentido aún más estricto, quiere ser una metáfora perfecta y floridamente ilustrada de los estragos de asuntos tales como el amor, el sexo, la fama y el talento. También de la belleza. Cuando una enfermedad desfigure el bello rostro del protagonista será entonces capaz de sus más deslumbrantes composiciones. El director antepone el rigor, la precisión y el respeto a las reconstrucciones de la ópera de la época a la espectacularidad, el ritmo o la narrativa. Y ahí su mayor pecado y su mayor logro. El resultado es una película tan notable y meticulosa como, sin duda, arrogante hasta despiadada. Pero bella, muy bella en su monstruosidad.

Y dicho lo cual, al monte. Como las cabras.


En los últimos años, seguramente por cuestiones de financiación, autocensura, arraigo indie y, ojalá, por tratar de ser más trascendentales y alegóricos, abundan las películas ambientadas en el mundo rural protagonizadas por muy pocos personajes y con historias psicológicas alimentadas por dilemas morales de difícil resolución, pero que dejan entrever un interesante análisis sobre nosotros mismos. Bienvenidas sean si manejan esas intenciones y recursos de forma tan certera como lo hace "Suro", un film interesante, duro y tenso.

Rodada en catalán y ópera prima de Mikel Gurrea, la película aborda la incomunicación de pareja, la inmigración, el choque cultural o la dificultad de otras formas de vida en entornos ya viciados a partir del anhelo de una pareja que se propone una nueva vida en el campo, cerca de un bosque de alcornoques que tendrán que aprender a gestionar. Iván y Helena comprobarán rápidamente que las contradicciones y deseos del mundo moderno se mantienen casi intactos allá donde vayan, recrudeciéndose en la soledad del nuevo lugar, escenario que verá aflorar sus diferencias como pareja y las frustraciones personales, logrando transmitir un mensaje contundente sobre nuestra sociedad y la imposibilidad de remar a contracorriente.
"Suro", que significa corcho en catalán, es un pesimista retrato de un mundo impregnado de egoísmo, de racismo o de clasismo en su seca y vieja corteza, de la que es casi imposible desprendernos, y todo ello a través de la visión madura pero a la vez naif de unos individuos que desearían otra cosa pero que no saben cómo lograrlo, completamente perdidos entre el caos y la nada.
El excelente nivel del cine español este 2022 quizá la haga pasar desapercibida entre el público y de cara a la temporada de premios, pero en otras circunstancias esta sería una de las películas que competiría entre lo mejor del año con merecimiento.

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26 de marzo de 2023
  
 
92 de 146 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que más me molesta de los dramas rurales de nueva hornada española es que están manufacturados por urbanitas que lo más cerca que han estado del campo han sido algunos fines de semana que se han ido de excursión o cuando van en vacaciones a la finca de los tíos. Desconocen por completo la vida fuera de la metrópolis pero no dudan en ponerse a grabar una película sobre ella y claro, las cosas salen como salen.

La película nos presenta a un par de pijos de Barcelona que deciden cambiar de vida e irse a vivir a la masía que acaba de heredar la chica. "Barcelona ya es solo para turistas", dejan caer en plan crítica, pero lo cierto es que esto es así por gente como ellos, que tienen en propiedad varios pisos herencia de su familia y que se dedican a explotarlos sin dar un palo al agua. Sí, amigos, rentistas puros y duros, parásitos sociales que aquí se nos presentan como dos jóvenes idealistas que van a vivir al campo a "reencontrarse consigo mismos".

La pareja protagonista es muy dispar y no pegan ni con cola. Un enanito de medio metro que es casi una réplica exacta de Frodo Bolsón pero con una verruga entre ceja y ceja. Y Vicky Luengo, que se supone que es un (no tan) joven valor por algún motivo que desconozco pero que tiene voz, hechuras y actitudes de perroflauta adinerada y con demasiada afición por los porros.

En fin, se van a vivir a la masía y pronto queda claro que Frodo Bolsón es un idealista que quiere mantener las esencias de la vida en el campo y que la idea de la chica es convertir la masía en un chill-out para sus amiguetes (la gente de campo es muy fea). Yo había leído que esta película era un western, pero ya me dirá alguien por qué. Principalmente, es un aburrimiento constante, de ritmo lentísimo (las dos horas de metraje parecen cuatro) y que mezcla temas sin orden ni concierto con una voluntad de análisis profundo, sí, tan profundo como las ideas de tu amigo Paco el del bar.

Enseguida los personajes empiezan a evolucionar. Eso sí, no siguen un desarrollo lógico o marcado por los acontecimientos. Todo es un poco random y nunca sabes muy bien a qué atenerte con ellos, porque están desastrosamente construidos. Sabes que a Frodo le ha dado por estar en el bosque y mezclarse con los jornaleros, con especial afición por los magrebíes (que por algo vota a Ada Colau). Los trabajadores autóctonos y los, eeeh, inmigrantes en estado irregular, no se mezclan ni hablan entre sí, porque cualquiera sabe que en el campo son todos una panda de xenófobos. Pero ahí está Frodo para poner orden y concierto y para trabajar recortando corcho aunque no haga maldita la falta.

En cambio, la chica prefiere quedarse a su bola en la masía, obsesionada quién sabe por qué con arreglar un depósito que está hecho fosfatina desde la ampliación del estado de confinamiento decretado por Dios sobre Noé y los suyos en el Arca. Vicky Luengo logra una interesante y alternativa interpretación, fundamentada en mosqueos con su marido y en miradas perdidas en un primer plano que dan todo el rato la idea de que se está volviendo loca y de que va a cometer algo chungo. Pero no, esto no ocurre, de modo que debo entender que he sido yo quien no ha sabido ver el fascinante debate que tiene lugar en su interior y que el director ha intentado plasmar a base de machacones planos de este estilo cada vez que ella aparece después de cabrearse con su marido (unas doscientas cincuenta ocasiones en todo el filme).

El argumento da un poco igual, porque es tonto, simplista y errático hasta decir basta. El guion está trabajado con desidia y con la mente de un niño de cuatro años que se cree un genio pero que en realidad va ligeramente atrasado con las cartillitas para aprender a leer. Las frases que sueltan los protagonistas a veces son de vergüenza ajena, y al bueno de Frodo Bolsón le caen en suerte unas cuantas. Con especial mención a esa escena de conflicto en la que el director trata de imitar (u "homenajear") a Perros de Paja, para convertir en terror rural lo que hasta entonces es un bodrio indefinible, y que genera una alta dosis de vergüenza ajena cuando comprendes que está hecha en serio, que no esconde ninguna parodia, que es así y punto.

No es este el único caso de guionista poco dotado. Como todo mal guionista, en la película aparece un burro al que le dan unos minutos de plano y comprendes enseguida que es el típico recurso barato, sí, amigos, ese pobre burro va a acabar mal para hacer avanzar el guion (en qué dirección, eso ya es harina de otro costal). Podríamos citar también la fiestecita del final, con una escena donde Vicky Luengo se marca una interpretación que optaría a situación más absurda, ridícula y dura de ver por la vergüenza ajena que ocasiona, ya que no viene precedida de una serie de motivaciones que te puedan explicar qué narices le pasa a esa chica. Por no hablar de la conclusión, en la que se cierra el círculo del ridículo, del sinsentido y de las frases sentenciosas y estúpidas de las que tan orgullosamente hace gala esta película.

La verdad es que me he puesto de mala leche escribiendo esta crítica. El cine español tiene un enorme problema (quizá compartido con otros países, no lo sé). Y es que solo puede rodar películas quien tiene mucho dinero y contactos. Y esto casi siempre solo ocurre si has nacido en una familia de bien. Y si estás en contacto con puestos de poder (también ocupados por pijos como tú) y puedes beneficiarte de subvenciones. Cuando esta gente filma sobre cosas que no conoce, o que conoce solo por encima, ocurre el desastre, que es lo que sucede aquí.

Ojalá podamos ver algún día en España un drama rural moderno honesto, rodado con talento y con conocimiento de causa. Quien espere encontrar algo de esto en Suro, mejor que busque en otra parte.


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