sábado, 18 de mayo de 2019

PARÍS NO SE ACABA NUNCA


PARÍS NO SE ACABA NUNCA Vila-Matas

De las tres obras; a esta le daría el primer puesto en calidad y en  aspecto formal de autoficción. Se logra construir una ficción (con todos sus elementos: narrador, voz, perspectiva, personajes, tiempo, espacio, modos) sobre la propia ficción (con la creación literaria como temática.) Es una meta-ficción tejida de meta e inter referencias a la gran literatura, en especial a la generación Perdida de los felices años 20 (felices salvo por la 1gm y La Gran Depresión tras el crack del 29) que homenajea y deconstruye (sobre todo a Hemingway y a su obra, el gran protagonista del libro, con permiso de su admirador, el autor-protagonista.)  Ofrece un auto-retrato muy humano de Vila-Matas aunque aparezca tan intelectualizado. La obra es valiosa tanto formalmente (por sus recursos estéticos, sus diálogos humorísticos,) como por la pluri-significación al poder leerse como una novela estética o de artista, una bildungsroman, una poética del autor, un relato experiencial en el París de los 70, (con ese somero reflejo del mayo del 68 y del ambiente existencialista roto por la capitalización.) Esta narrativa rebosa una carga descriptiva de gran lirismo y digresiones constantes donde juega con referencias intertextuales e interculturales, tan propias de la autoficción. Explota la transducción hasta donde puede dar de sí, incluso más. El autor connota sentimentalmente (aunque lo disfrace siempre como auto-comentarios intelectuales) lugares, obras y personas (camaradas intelectuales o escritores que ha leído e idealizado.) Hasta sus emociones más íntimas la racionaliza en reflexiones. La lista de intelectuales que cita es infinita: S Sontag, Modiano, A. Burguess, A. Huxley, C. Rodríguez, W. Benjamín…pintores, poetas, músicos, filósofos… Desprende mucho amor a la literatura y la cultura. Y lo contagia.

Empieza la historia con nuestro narrador presentándose a un concurso en Key West, Florida, de imitadores de Hemingway. Ya desde esta anécdota queda clara la idolatría-obsesión que tiene por este modelo no solo de escritura sino vital. Empieza describiendo la buhardilla en la que vivirá durante esta estancia en París. Este periodo en la ciudad es el argumento, donde París se convierte en la gran temática idealizada. Incluso la buhardilla adquiere una categoría de templo profano, de la escritura y lectura más que del descanso. Toda la trama trascurre en este espacio parisino que funciona como un parnaso o limbo en la obra de Dante (y así se creían viviendo los simbolistas parisinos, parnasianismo de poetas malditos.) La Barcelona franquista aparece  en antítesis al limbo de París y simbólicamente representa el infierno. Nueva York será el cielo ensoñado que nunca llega (sólo en sueños.) Podemos dividir en esta estructura dantesca el espacio o las emociones que estos lugares le producen. La estructura de esta obra es la lineal de un relato clásico cronológico y retrospectivo: empieza por el principio de su experiencia en París pero in media res de su vida, en su juventud, y en el tiempo real de los años 70, que sobre todo es un tiempo simbólico de revolución (estudiantil, cultural, estética, política, aunque sea la estilística la que interese a nuestro autor.) Parece este protagonista de sí mismo apolítico, pero como es imposible alejarse de la polis y sus problemas sociales, se posiciona y sitúa en situacionista. Es su situación política, estética, espacial y temporal: “Situacionista y nada más.”  

La obra juega entre las anécdotas narradas, la mayoría de ellas terriblemente graciosas (al estilo de La vida exagerada de Martín Romana. A Echenique le menciona justo al final de la obra, en las notas. Hay muchos paralelismos entre las dos obras, como las referencias al mayo del 68 o el humor) Hay muchos París y todos inventados  (no acaban nunca, son eternos, porque son ensoñados), construcciones sociopolíticas y culturales. En esta ciudad de las luces ilustrada surge  la primera bohemia romántica (V Hugo etc.) La segunda aúna a los autores impresionistas (Toulouse Lautrec, Renoir….; Proust etc.) con los realistas (La dama de las camelias etc.) y los simbolistas, decadentistas, orfistas, parnasianos, malditos… La racional urbe es violento escenario, desde la Rev. Francesa, de la mayoría de revoluciones burguesas (1820, 30, 48, La Comuna…) hasta el mayo del 68, donde la revolución supuestamente la dirigen obreros y estudiantes. La de 1789 la estimula una burguesía instrumentalizando al pueblo “sin pan” (para instigarles a la fuerza bruta que necesitaban les convencían de que, en contraste a su inanición, M. Antonieta desayunaba pasteles.) Entrado el s. XX; la tercera bohemia es la de esta generación perdida americana exiliada allí (Dos Passos, FitzGerald…) junto a los existencialistas (Sartre, De Beauvoir, Camus, Boris Vian, Cioran…) La cuarta corresponde a la que vivió Vila-Matas con los autores deconstructivistas, situacionistas, posmodernos, el taller Oulipo, los exiliados del franquismo… (Incluso trans-feministas, aparece un travesti en la obra.)  Tras el Mayo del 68 anecdótico “en el que todo cambia para  que nada cambie¨ (tal como lo pinta esta obra), hallan un París más capitalista, (lo vemos por ejemplo en el sobre-comercialización para el turismo cultural del café Le Floré.) Desconozco sí ahora, con los resquicios del grupo Pánico (Arrabal, Topor, ese timador de Jodorowsky…) se está viviendo esta primavera de 2019 en París algún tipo de quinta bohemia o es una estrategia de mi guía de viajes.   

Esta habitación en el inmueble de Saint Benoit se lo alquila la mismísima Marguerite Duras, que alquila cuartos a otra serie de artistas y estudiantes. Duras en la obra ejerce la función de Gertrude Stein y V. Matas el papel de Hemingway en Paris es una fiesta, la obra en paralelo y deconstrucción de esta.  Ha escogido esta vivienda porque en ella habitó su autor modélico, su obsesión en lo vital y creativo.  Duras aparece descrita como una gran dama de la literatura, una mujer hermosa incluso a su avanzada edad, frívola, siempre alegre y riendo por todo, fumadora empedernida, desconcertante, provocadora, transgresora, de un feminismo muy sólido pero que no contradice su coquetería y elegancia o la aparente levedad con la que pronuncia ironías de lo más trascendentales. A veces retrata aspectos menos positivos: su insistencia en que el “moroso” Vila-Matas pague los alquileres atrasados o cuando el primer día de arrendamiento le facilita una hoja de instrucciones de cómo debe comportarse quién habite su inmueble, con unas normas muy claras y taxativas (y que no dejan de ser cómicas en la lectura irónica que él hace de esta normativa.) Sin embargo, está claro que, al igual que Hemingway, Duras aparece envuelta en una aureola heroica, mítica, como muchos de los escritores exiliados del franquismo e intelectuales por los que Vila-Matas sentía (siente) gran admiración. Trata a todos sus personajes con gran respeto, a veces incluso fraternidad, muchos son para él ejemplos creativos y vitales, hasta morales, y sobre todo creativos en este aspirante a escritor con tantas ganas de aprender por más que “no aprendamos nada en la vida.” Es un novel que quiere triunfar con ansiedad, y en el fondo un joven perdido en la vida y en su bildungsroman diaria, perdido por sucias rúes con nombres de escritores ilustres, y acabando su vagabundeo meditabundo por estos laberintos siempre en el mismo café.

Ha acudido a París siguiendo los pasos de su maestro, de su ídolo Hemingway, buscando en la ciudad de las luces ilustrarse con el dialogo de ejemplos vivos de la buena literatura, el logos de la propia vida (la mayor maestra) e inspiración para su primera novela, (y quizá a esa compañía femenina que también cree que favorecerá su musa.) Le ahogaba el ambiente provinciano, paleto, de la Barcelona franquista, y aquella familia de alta clase social que había urdido para él un futuro pragmático, insistiendo siempre el padre en que vuelva y retome sus estudios de Derecho para colocarle en el bufete paterno. Estas llamadas por carta a que recobre “la razón” hallándose en la ciudad de Descartes no dejan de resultar cómicas, mientras le va pasando a regañadientes una asignación económica para “ir tirando.” Vila-Matas intenta precisamente eso: racionalizar su experiencia y vivencia que se ha constituido en su Yo más emocional vital, aunque al principio aparente que la vive solo en el plano intelectual.  Explicarse así mismo por qué ha ido a París, por qué París “no se acaba nunca”, intelectualizar lo que ha sido una aventura sensorial y plagada de sentimientos encontrados o enfrentados y con todo esto hacer literatura. Y en esta aspiración al Logos, en esta búsqueda de las razones de su viaje (de su huida familiar, de su “exilio voluntario de Barcelona” como él lo llama) no ha podido encontrar mejor Ítaca: la ciudad de Pascal, Voltaire, Montesquieu, Diderot… la ciudad ilustrada por antonomasia. Allí quiere encontrar la razón, pero a veces Ítaca defrauda cuando se la ha idealizado tanto.   

No es un viaje turístico, sino un Grand Tour romántico en pos de “una educación sentimental”, como esos viajes formativos del dilettante por Italia epatándose de las ruinas antiguas. ¿Al modo romántico de Rousseau (o las peregrinaciones de Byron o Hyperion) o es “La educación sentimental” del realista Flaubert? El autor no sabe respondernos a esto: hay un dualismo importante en la obra entre los aspectos románticos y los realistas, los “nómadas y sedentarios.” Vila-Matas duda entre sí es un Thomas Mann realista de despacho/Un Baroja de mesa-camilla exiliado en un cutre hotel parisino (para escribir la autoficción y bildungsroman El árbol de la ciencia) o más bien es un escritor “nómada”, un Rimbaud, cazador en África como el mismo idolatrado Hemingway. Quisiera ser un existencialista, pero se ve así mismo aburguesando, no sin quejarse constantemente de ello. Solo llega a situacionista (creo que lo dice irónicamente, pues este activismo teórico pero también práctico se trató de otra corriente más nómada que asentada.) Se ve obligado a alquilar este estudio con todos los aspectos pragmáticos que engloba. Incluso tiene que comprarse una mesa de escritorio, plumas, lápices, sacapuntas… o seguir al rebaño intelectual hasta Le Flore para tomar cada tarde el mismo café con la misma “fauna” del “flore” (“la flor y nata” de los años 70 en aquel París por entonces aún existencialista y con la revolucionaria entrada de los situacionistas, los deconstructivistas encarnados en la figura de Roland Barthes, también mistificado en la obra, y otra serie de posmodernos.) Vila-Matas va de poeta maldito solo habiendo escrito un poema frustrado del que reniega, pero tiene que comer y por eso cuida mucho  en sus cartas el estilo afectuoso, pidiendo dinero a su padre, “de buen hijo a buen padre”, para que “no corte el grifo.” Es escritor “porque no quiere trabajar”, al menos no al modo convencional: ir todos los días a un despacho a fichar, de 8 a 8, como “un funcionario-asesino o zombi” que ironizara Alaska, al que le la burocracia de la estructura le ha robado sus días (aunque asegure  Sabina que “sus noches no.”)

Y por eso no le acaba de hacer gracia lo del Taller del Oulipo pues, aunque sabe que se trata de un taller de escritura creativa de este grupo de literatura potencial (que hacía juegos formales y hasta matemáticos con la literatura; con novelas escritas con una sola letra, varias formas de contar la misma historia o las story-s de cada vivienda en un edificio tipo 13 rúe del Percebe…), lo de “taller” suena aún peor que lo de oficina.  La indolencia (quizá el mayor problema que tenemos los seres humanos pues nos aboca al determinismo de la vagancia y al pathos de la inacción) caracteriza y caricaturiza en la obra este café, donde siempre va la misma gente, a cual más excéntrica (millonarias avejentadas, un cantante travesti, gente relamida “afrancesada”...) y mantiene los mismos perezosos hábitos sedentarios. Hay un fuerte desengañado del mayo del 68 (al igual que en la un poco conservadora novela humorística de Echenique, un humor inteligente muy similar también al de E. Mendoza) y lo refleja en el relato de un narrador secundario: un “pesado” le cuenta que aquello no fue gran cosa.  Vila-Matas, a diferencia de Hemingway, no fue “pobre pero feliz” sino “infeliz del todo.” (Hay muchas anécdotas y escenas  donde se le ve feliz, contradiciendo esta frase que tanto repite.) Parece desilusionarse con la ciudad iluminada de París, pero en realidad el verdadero desencanto es con el Otro, al que románticamente ha intelectualizado, pero que le devuelve lo que llamaba Sartre “la parrilla del Otro”. Incluso le defrauda que Duras sea tan pesetera (o en la moneda francesa de la época equivalente.) Se cuestiona existencialistamente la misma posibilidad de comunicar, se plantea la misma literatura cuando se evidencia en ella casi siempre una falta de interlocutor y cuando este se halla no logra comprendernos tal como quisiéramos: o nos sobre-interpreta o la insuficiencia lingüística no referencia la realidad. Es un problema en el dialogo con el otro, y por tanto en la literatura y más en la autoficción donde se tiene mucho interés en comunicar fielmente o con sinceridad una vida. Se desespera a veces por no recibir los sobres con la asignación paterna; baja del pedestal a Duras cuando la ve tan insistente en que pague las deudas del piso arrendado (obviamente porque ella tampoco sufre una buena situación económica ni personal)… El autor desmitifica muchas cosas, para erigir nuevas mistificaciones o en palabras de Derrida las deconstruye; destruye mitos para construir otros. Pero Hemingway nunca le abandona en su casi fanatismo por él, parece ser el hilo conductor del relato, la razón que le lleva a dar cada uno de sus pasos de flâneur por París.  

Ha llegado en agosto del 73, dejando pendiente una conferencia en Barcelona de tres días en 3 sesiones de dos horas cada una sobre la ironía. Parece que nunca la da y que quiere romper estos papeles, extrañado incluso por que los haya escrito él, pero basa su primera obra en partes de esta conferencia. En La ilustrada asesina refleja su extraña relación con la muerte: muere quien lea el manuscrito que ha escrito y envenenado esta mujer fatal, retratada como una hechicera docta. En realidad el narratario, el autor real, sabe que su primera obra no es La Asesina ilustrada; y esta, París no se acaba nunca, la ha construido también a partir de esta conferencia sobre la ironía (pues toda la obra hace uso de este humor), junto a su experiencia vital en París y toda la reflexión metaliteraria donde Hemingway tiene un papel estelar. Esta reflexión sobre la ironía es una constante: juega con el concepto, lo usa como metáfora y lo aplica: su obra está llena de este humor romántico que no pretende herir a los demás, como el cinismo o el sarcasmo, sino solo dañar la estulticia humana. También auto ironías, describiéndose a veces como un escritor algo atolondrado y perdido por la ciudad llena de excéntricos y en su juventud inexperta para la escritura y para la vida en general. “La ironía juega con fuego, se burla de los demás y de sí misma” Y también: “La ironía sin palabras, el silencio, es un estupor profundo. Revienta la ironía la misma ironía”. Reynolds decía que “La ironía  es el poder de la humildad, va más allá de la sinceridad” 

Hemingway, su alter ego, es para él el gran escritor, el boxeador, el cazador, el pescador, el periodista y corresponsal de guerra, el amante de los toros en San Fermines, el conquistador y amante (un Don Juan de Castaneda.) Simboliza el riesgo, la aventura, las emociones fuertes, lo práctico, concreto, inmanente, la Vida en mayúscula y no como abstracción, lo pragmático. Incluso cuando su familia y amigos le preguntaban qué quería estudiar, él ya quería licenciarse en Hemingway. A Hemingway podemos reprocharle, desde nuestra óptica posmoderna con visión de género, cierta mística de masculinidad violenta, pero la obra de Vila-Matas no me ha parecido nada sexista: quizá cuando describe al travesti del café no lo haga con el suficiente respeto; pero supongo que este ejercía un rol performativo de histrión en su show  y como escritor lo ha de reflejar. Hay que considerar que un escritor escribe en coherencia  y adecuación con lo que el personaje siente por los otros actuantes de la obra (en su vida, en este caso), y en este caso a algunos los juzga frívolos y pesados. (En este sentido, Celine no es racista porque a su médico protagonista le den asco “los moros”, igual que Nabokov no es pederasta porque su personaje lo sea. Obedece al decoro. El personaje puede preferir llamar “mis amados retrasados” a los minusválidos intelectuales, e incluso creo que suena mejor que esos eufemismos que les disminuyen capacidades ¡y no por ello saltan ofendidas las protectoras de animales humanos!)

La voz de este narrador autodiegetico, inmerso  en su historia, y heterodiegetico (cuenta las historias de sus amigos, amantes, de sus escritores mitos…) habla desde una perspectiva masculina (se codea casi siempre con intelectuales hombres, las pocas mujeres que les acompañan aparecen descritas caracterizadas por su mayor frivolidad: Sus enamoramientos platónicos (actrices), la hippie Vicky, el travesti… incluso la propia Duras son retratadas por sus aspectos más aparentes, externos y superficiales. Duras es aquí una especie de mujer fatal riéndose de las ironías de la vida, envuelta entre el humo de su narguile. Y además esta voz se alza entre una clase alta dolida del peor franquismo. Aunque implicado socialmente (por tanto políticamente) no parece interesado por la lucha de clases marxistas (a un autor le reprocha leer demasiados artículos de lucha obrera; y Mayo del 68 queda bastante ninguneado.) Puede parecer conservador a momentos. Le interesa más el Mayo por su parte de revolución cultural y potencialidad para volverse un relato literario. La verdadera perspectiva es literaria (inter y meta) Es la literatura hablando de sí misma: de su propia poética, de sus primeras obras, de los autores que ha conocido en Madrid, Barcelona, París y Nueva York, los epicentros culturales .Cita las publicaciones de colegas del momento, artículos de prensa que lee en la buhardilla, referencias a escritores que han dejado huella en su escritura (aunque llega a decir que venimos a aprender y no aprendemos nada de nadie.) Hay muchas referencias y citas en auto-comentario literarios y digresiones, que no molestan a la intriga, quizá porque las citas son muy escogidas y pertinentes y siempre hay en ellas paradojas, ironías, juega con el humor inteligente no resultan pedantes (lo cual es todo un logro, pues en verdad son muy abundantes.)

Hace una topografía literaria de las calles y bulevares de París: sólo citar el nombre de estas rúes ya es un importante juego de transducción cultural e interliteraria pues quien haya estado en París sabe que muchísimas tienen nombres de escritores. Aparecen los lugares más emblemáticos de esta bella ciudad; el barrio de Saint Michel, Los Campos Elíseos, los jardines de Luxemburgo… y por supuesto todos los cafés de escritores y en especial Le Flore, aquel templo del existencialismo donde Simone de Beavouir y Jean Paul Sartre se quejaban en su butaca roja reservada en la última mesa del fondo de que “desde que saben que somos existencialistas ya no nos fían en el Flore.” Se queja también Vila-Matas de que aquello se ha convertido en una idolatría del turismo masivo de seudointelectuales, ¡menos mal que no conocía la Disneyland en que se ha convertido ahora! Y lo hace por ejemplo mostrando extrañamiento porque uno de los intelectuales solo se digne a sentarse en el mismo asiento que ocupará el feo filósofo a una pipa humeante pegado. Aunque él es el principal mitómano: con sus bufandas, sus viseras parisinas, su pipa, sus gafas de intelectual…tratando de dar una imagen de existencialista que resulta ridícula hasta para él, y quejándose siempre del aburguesamiento al que la propia vida, con su pragmatismo alimenticio, nos va llevando. Esa iconoclastia la traslada a lo que espera encontrarse en el Otro: mujeres con el pelo a lo garzón y que se parezcan a Juliette Greco y le canten La vie en Rose de E. Piaf; intelectuales ensoñados sin un solo fallo de estilo y con una obra perfecta… Es una voz muy subjetiva y sentimental, aunque su forma de trasmitir esta emocionalidad sea intelectual. La literatura es el  amor verdadero de Vila-Matas y para él amar a las personas es amar la potencialidad de personajes que tendrían en una ficción literaria. Su propio Yo está constituido de Yos de otros autores, de retales robados de obras que le impresionaron, de citas que se le han quedado clavadas en lo más profundo de su corazón. Pero ese alejandrismo literario tan borgiano lo vive emocionalmente y así lo humaniza y no resulta grandilocuente. Logras identificarte con el joven muerto de hambre pero saciándose de fantasías, con El extranjero (A lo Camus) perdido en París, con el perseguidor de escritores en el café, con alguien que quiere escribir no por amor a su ego sino a la literatura y a los demás.

Tras una breve estancia, volverá en febrero del 74 a la capital francesa y ya se quedará 2 años, el tiempo vital escogido para autoficcionar. Conoce enseguida es a Javier Grandes y Raúl Escari, se convierten en sus amigos y principales apoyos allí. O su amante Vicky. Y  esa relación tragicómica con esta casera Duras, que se halla en el peor momento de su vida: fracasando en su carrera literaria con sus últimas obras, “en una situación política comprometida”, amenazando irse al extranjero a que se la aprecie; hundida en una depresión creativa y personal. Aparece el dibujante y escritor Copi, la delirante travesti Amapola, el mago Jodorowsky…Me hizo gracia que lo citara entre tanto pensador importante, pero cuando se lo pregunté en la conferencia de Bidebarrieta hace unos años no sólo negó conocerle y toda relación con “ese exotérico” sino que me miró como a un loco de alguna secta interesada en la adivinación de las líneas de la mano, para echar luego una mirada a los organizadores  a ver a qué clase de prensa o fans dejaban entrar. Me sentí incómodo: María Bengoa (la pareja sentimental de Ramiro Pinilla que acababa de perderle y que ha acude conmigo desde hace 7 años al taller literario que el Nacional de Narrativa fundó altruistamente en Algorta, ¿mi amiga?) que introdujo al autor, lejos de defenderme, aseveró: “¡qué ya te ha dicho que no le conoce! ¡Déjale en paz!
Podemos dudar de la calidad literaria de Jodorowsky: no hace sino servirse del realismo mágico latinoamericano y de su contacto con la última vanguardia surrealista en París (el movimiento Pánico que fundó con el dibujante Topor, el dramaturgo Fernando Arrabal y en su inicio con el mismo André Bretón, dice) para plantear novelas de iniciación exotérica, de chamanes, auto sanación, reikis, homeopatías, sicodramas y otras gaitas. Me parece genial si se quedará ahí la cosa, en unas bildungsroman excéntricas pero inofensivas para quienes nos formamos por sendas más racionales, pero me apena que su clientela la constituyan personas vulnerables (ancianas, viudas, muchachas jóvenes…) siempre de la burguesía más adinerada, que acuden a estos cafés ex-existencialistas a que les lea el tarot y la carta astral. Vila-Matas también describe a una actriz búlgara y a su amante negro, a los cineastas underground (el yugoslavo Milosevic y el español Arrieta), al futuro presidente Mitterrand, a algunos miembros del Oulipo como Perec o Queneau, al deconstructivista Barthes y a otros asiduos del café. Lorca y Cernuda parecían ser sus escritores preferidos en aquellos años, al menos eso responde cuando le preguntan por sus gustos literarios, mordiéndose la lengua para no decir Hemingway (alguien podría tomarse la molestia de contar las veces que aparece en la obra, es hasta excesivo.) 

Una autoficción quiere plantear un espacio de vida y lleva a cuestionar el Yo que lo ha vivido. ¿Quién es Vila-Matas o bajo qué máscara actuaba-existía en ese periodo? “La ironía es un rasgo literario pero usted no es una novela.”, le recuerda una conferenciada. Vila-Matas se pregunta por ejemplo: “¿Soy conferencia o novela? Uno tiene derecho a verse diferente a cómo los demás le ven o quieren que sea.” Quisiera este autor ser un enigma para todos (con esta autoficción no lo consigue del todo, por intelectualista que quiera parecer y que no irrumpamos en su plano personal emocional; me he hecho una idea muy humana del autor, ¡me tratara como me tratara en la presentación de este libro!) Pretende “adoptar una actitud diferente para cada persona y así dos personas nunca me verán igual.” Pero sigue siendo “como los demás me ven y todos me ven igual.” Reflexiona mucho sobre la vida, no solo la suya (ya que está aprendiendo de otras vidas, aunque sea la de los muertos) y por tanto sobre la muerte. Modigliani se suicidó a los 19 años, en la rué Aroti, fue su gran despedida de la vida. Y la esposa del pintor le siguió, tirándose por la ventana. Proust decía: “el pasado fugaz no se mueve de donde está.” También leerá en esta buhardilla Como se hace una novela de Unamuno, que no sólo juega con la construcción de literatura sino de yos y personajes. Atravesando en tren los valles del Loira; lee los ensayos de Julián Gracq (nacido en esa región de viñedos.) Hemingway incide en su vocación de escritor y le ha traído a París, pero le ha hecho infeliz, pues París no se acaba nunca pero no Es una fiesta, igual que La vida exagerada de Martin Romana no es ya La ciudad y los  perros de V. Llosa.  

Encontramos un pequeño mundo y da igual donde se nazca.” El suyo le parecía más pequeño de lo habitual por lo que lo ha ensanchado viniéndose a París, entrando en el brillante círculo intelectual de Duras con intelectuales de mesa de café y tertulia. Su mujer amigo allí será Raúl Escari, aunque al principio cambiara de acera al verle, el más brillante del cenáculo de Duras según el poeta Ullán. “Ahora vive en Montevideo, cerca de su Buenos aires natal y me manda frases surgidas espontáneamente de su inteligencia.” Vila-Matas quiere insistentemente ser un escritor de verdad. Lee mucho a Perec y le epatan en extrañamiento los juegos del Oulipo. Especies de espacios sale en abril del 74, es el primer libro que compra en la estación de Austerlitz al llegar a París. Y luego le verá presentando 74 melodías. La alternativa era vivir en un sitio solo o en muchos... quiere ser como Lautremoc y la caterva de poetas malditos. ¿Sedentario o viajero? Rechaza ser “un nacionalista rancio: está bien buscar las raíces de uno, arrancar un espacio para hacerlo tuyo, apropiarte de él y considerarlo tu propia casa, pertenecer al propio pueblo y no sentirse como en casa en ninguna parte, pero mejor sentirse a la vez bien en todas partes. Ir con los nietos,  orgulloso de todos los países. Ser extranjero conlleva perderse países en cada nuevo camino.” Ironiza sobre la realidad: ¡ver la foto y luego la realidad! Por ejemplo cuando evoca el asesinato del emperador Francisco de Austria el 28 de junio del 14 en Sarajevo a las 12 y cuarto, (inicio anecdótico de la 1 G. M.) Le lleva a cuestionar la realidad; ¿será verdad, como dice Baudrillard, que vivimos en el simulacro de la realidad? (Es la misma idea de Platón; de vivir en un mundo aparente) o de Lyottard: “¿y sí la guerra del Golfo nunca ha existido y sólo ha sido una ficción retrasmitida por la televisión?”, en esta cuestión tan posmoderna de deconstruir el ontos. “¿Existe lo real? ¿Se puede ver algo de verdad?”  Proust dirá que “con estos ojos fragmentarios y tristes no, se pueden medir las distancias pero no el infinito.” Y sigue reflexionando V. Matas: “Y si se presentase lo real correríamos ante ese horror. Cuando sientes estar ante lo real es cuando más quieres alcanzar la realidad. ¡Qué suerte no haber visto nunca lo real, porque nunca saciar la sed de realidad! Nadie testifica por el testigo dijo Celine y que vio la eternidad el otro día, escribió Celine, y tanto si lo hizo como si no; ¡todos mis respetos!

Una escena recuerda al final de Blade Runner cuando inicia el replicante entre estertores su despedida de la vida: “yo que  he visto el despacho donde mataron a Trotsky, y he visto la verdadera sangre de Trotsky…” (Y las galaxias más allá de Andrómeda.) “Antes, en el cine, en la película sobre su asesinato rodada en los escenarios reales pues tras 30 años permanecía todo idéntico. Allí vivió la familia y luego nadie. Se conservaba en buen estado la biblioteca, intacta, de cuando el anarquista Mercader le disparó junto a ella. Cambió el curso de la historia.” En el café Le Flore conversa con Roland Barthes, cliente desde hacía 30 años, pero el camarero se entera de que era escritor por una entrevista en la televisión y le pide un libro firmado, así que le regala El imperio de los signos. En el café Houston-Mahor; Ricardo Bofill el arquitecto catalán le dice que “es fácil triunfar en Barcelona, pero no en París como ha hecho él.” Aunque el autor no se considera triunfador, y menos en el sentido económico del yuppie que ahora le damos, sino más bien como uno de los trasuntos de Luís Landero o Félix de Azúa, antihéroes en sus autoficciones (Retrato de un hombre inmaduro; y en Azúa: Diario de un hombre humillado; Historia de un idiota contada por el mismo que juega con el “idiota que cuenta esta historia llena de ruido y furia” de Shakespeare, que también le sirve a Faulkner para su El ruido y la furia.) Vila-Matas se escapa sin pagar de los cafés. Conoce a Amapola, travesti a lo Marilyn Monroe, que sale en el film underground de Adolfo Arrieta. Anota “lo que ve, lo que le llama la atención, incluso lo más opaco, evidente, común, sin interés para otros.” “Pasea “sin rumbo preciso pero tampoco a la inventiva o al azar, dejándose llevar.” Un vagabundeo racional. Perec le dijo; “no puedes tomar un bus a la ligera.” Visita el museo y el pueblo y la tumba del dadaísta Tristán Tzara y compra libros en el mercadillo del muelle. Ni la catedral de Gaudí puede comparase con París. Hay un chauvinismo importante en esta obra; pero también su mofa. Compra una mesa con Javier Grandes y la traslada a su buhardilla. Deja de ser un escritor sin escritorio. Y ahora no se imagina sin mesa. Siempre hay una primera vez para todo. 

Tiene que lidiar cada día con Duras, exiliada por sus compatriotas, igual que él, por español que fuera. Tiene sus diferencias con ella. “Ya no quiere nadie trabajar en Paris” le dice, “solo escribir, y solo falta que los catalanes ahora también queráis imitarlos.” El despacho, los lápices el sacapuntas el escritorio y todo el instrumental le da ahora otro aspecto, de escritor autentico. Lleva libretas azules y verdes, y todos los enseres de Hemingway. Ahora escribe en la Olivetti de su padre. Y en ese despacho que Hemingway daba por supuesto. El padre le envía solo durante unos meses un giro postal con dinero hasta que reflexione y vuelva a Barcelona a seguir sus estudios, así que apenas tiene para un menú y un café en estos locales. Su manuscrito lo pasa de mano en mano a sus amigos y quiere que siga una estructura ideal: Unidad, registro lingüístico… En los salones los jóvenes copiaban modelos, pero él quiere, apoyándose en una tradición, crear algo nuevo. Nabokov hasta en un mediocre poema como Pálido sueño podía demostrar su inteligencia. Diseña un prólogo y algunos apuntes sobre su poética. Escribe los 50 folios de La Asesina Ilustrada, y piensa entregar estas galeradas en Barcelona a Beatriz de Moura, su editora en Tusquets (la fundadora, antes que pasara a su hija Esther Tusquets, de la que hemos leído su autoficción Habíamos ganado la guerra) y su amiga, pero tiene terror a esta publicación (quizá porque el lector que lea el manuscrito supuestamente va a morir, o más bien por ser su primera obra y debe demostrar ser un buen prosista.)  En esa conferencia, más ideada que real, les leería el cuento El gato bajo la lluvia de su maestro Hemingway. Le interesan las varias interpretaciones a este cuento y las reacciones de los asistentes. “Los asistentes son recelosos a convertirse en material literario.” También considera muy correctamente que “Hemingway era un maestro de la elipsis y construía con alusiones y sobreentendidos, y su famosa teoría del iceberg: no contarlo todo, insinuar y dejar lo importante sumergido para que el receptor lo rellene. Puede parecer trivial pero opera técnicamente.” (Es la técnica también de J Berger, del realismo sucio americano, de R. Carver y de la literatura actual, sobre todo norteamericana.) En su relato; unos recién casados amanecen de su viaje de novios tras la 2 Guerra Mundial en un hotel donde se aburren, llueve, ven por la ventana un monumento a la guerra y ella a un gato mientras él lee el periódico. Ella quiere al gato y se vuelve una obsesión tenerle ronroneando entre sus piernas. Vila-Matas especula sí este deseo del gato refleja la insatisfacción sexual de la joven (y un posible aborto obligado o la imposibilidad de tener hijos por biología o por circunstancias económicas.) O si habla del conflicto entre el fascismo italiano y los americanos; del tedio pos coito; de los deseos homosexuales reprimidos del esposo; del amor fiel o titubeante de la esposa; o más bien de su capricho por el dueño del hotel (estas cosas últimas no sé dónde Vila-Matas puede encontrarlas en el texto, parece estar vacilando al lector, y a sus espectadores en la conferencia) y el cuento también nos recuerda que los hombres  no podemos hacer dos cosas a la vez (leer y escuchar a la esposa.) Claro que hay cierto machismo en Hemingway y lo reconoce su más incondicional lector; ellas cocinan mientras ellos cazan, ellos se envuelven en silencio ahogando la demanda femenina de relaciones afectivas o de hablar. Una señora opina que sobra interpreta, ¡el cuento es así y punto!

Conoce Scott Fitzgerald en un café a Hemingway. Han pasado 75 años de París es una fiesta, en el tiempo de la obra. (Hay una película interesante sobre estos exiliados norteamericanos entre París y Nueva York llamada El editor de libros, que escenifica también la tortuosa vida de Thomas Wolfe y del editor de todos estos.) Aquellos amigos-enemigos viajaron a Lyon para recuperar el descapotable de Scott que estaba ansioso por triunfar y publicar e hizo de enfermero del viejo borracho que se moría por un simple resfriado. Un escritor principiante y ambicioso se encuentra con uno consagrado, pero resulta la relación frustrante y autodestructiva como si el decadente Hemingway le hubiera contagiado a Scott las desgracias (la ruina en la depresión de los años 30  con el fracaso económico del resto de su producción que no fuera El Gran Gatbsy; y los problemas sicológicos de su cónyuge Zelda, que no son extraliterarios cuando tienes a una esposa pegando gritos y entorpeciendo la creación y a la que no puedes pagar una clínica privada.) Scott es acusado de frío e inhumano por Hemingway, pues leía indolente el periódico mientras el otro agonizaba y tampoco le importaban sus problemas de alcoholismo. Hemingway ejerce el papel femenino del Gato bajo la lluvia. Le pide a su compañero constantemente tomarle la temperatura, llevarle a un hospital americano en Francia, o que le vista y una serie de antojos como de embarazada. Vila-Matas añade irónicamente: “Y un gato ronroneando en mi falda.” Scott no ha aprendido nada de Hemingway, salvo “con quien no debe volver de viaje.” El encuentro entre unos escritores de talento para aprender el uno del otro ha fracasado. Y el autor se consuela en que “los gatos no tienen estos recelos.”  “En las grandes profundidades se muere porque de allí no se puede bajar.” 

A Vilas-matas le hubiera gustado vivir en el apartamento dadá en Nueva York de Marcel Duchamp, y vivir las hazañas de Hemingway: dar partes de guerra y ser ese borrachín que pensaba siempre como un animal. El padre corta finalmente el grifo del dinero. Así que le escribe que ha llegado a la edad de la madurez y que cuando publique vendrá el éxito y el reconocimiento, y le asegura que entonces se enorgullecerá de él. Pero el padre le responde que él ha llegado a esa edad en que se ve obligado a ver como su hijo se ha convertido en un imbécil. Le da unos meses para terminar su obra. En la casa de Lucía Bosé en Madrid (en ese contexto de La movida madrileña) Michi Panero le presentó  a Javier Romero, protagonista de un film pop y underground y a Arriaga, “un bohemio que la vive como un carnaval.” Pero el autor cree que nunca será uno de esos estudiantes antifranquistas de bar en bar, pues solo es un situacionista y ni siquiera radical. “Y está exiliado del franquismo y de los intelectuales que conspiraban en aquellos cafés españoles. La conversación de estos giraba exclusivamente en torno al antifranquismo” y Vila-Matas “odia la política con repugnancia y no quiere hacer concisiones ni al pragmatismo ni al idealismo.” En un homenaje a Alberti; su viuda María Teresa León le pregunta a este tímido situacionista sí ha visto a su esposo por allí. Recuerda Vila-Matas a uno de sus poetas preferidos entonces; Cernuda, quien “se sentía muy republicano español sin ganas de vivir. Vivo como puedo vivir, alejando la nostalgia.” Nuestro autor se siente el protagonista de sus años de aprendizaje, aunque tampoco sabe qué hacer con su vida. Visita la casa que le regaló su segunda esposa a Hemingway. Era un lujoso castillo, ahora destruido por el fuego, y cerca estaba el bar donde Scott por los años 20 del siglo XX se encontró con este primero amigo y luego “enemigo.” Bailaban las botellas hasta que acababan en manos de Hemingway. “Este café es el fantasma vivo de la memoria de los dos escritores.”

Venimos a esta vida a aprender y no aprendemos nada.” Ha escrito durante 30 años (nos da una pista de la indefinida juventud del protagonista) “para volver a sus orígenes”, en un círculo cerrado e infernal, pues se ha alojado en una habitación 666, el número de la bestia. Describe al primer personaje que mata en su obra. Parece una maldición griega: el malditismo al que está condenado allí en París, y que le persiga un hado tan funesto, pero se venga con este libro asesino de sus lectores.  Tampoco aprende nada de Cartas a un joven novelista de Rilke que este escribió en 1903. Compró la edición alemana en una llanura norteña. Habla de la pintora Madeleine que pintaba a las mujeres como eran. Cuando ella muere con apenas 31 años; le escribe Rilke Réquiem para una amiga. Pasea por el pueblo y la casa museo. De París va a Barcelona y de ahí a Málaga. “Todo acaba llegando y a veces cuando menos te lo esperas. ¿Cómo se han atrevido a ponerle el número de la bestia a un avión? Dios y el diablo no son perfectos sino torpes últimamente y llegan tarde a sus respectivos teatros.” Además se ha sentado al lado del típico joven nervioso, constantemente moviéndose, como bajo los efectos de la cocaína o del alcohol y se agita dentro del cinturón, y le acaba contagiando su estado alterado de conciencia. Fantasea con un desastre aéreo (como Marta Sanz) y con un suicidio como el de su ídolo Hemingway. En este relato retrospectivo tiene la sensación de estar en dos tiempos a la vez: en Barcelona a la par que en Paris, y quizá en Nueva York. Le dice al joven “cuando alcance mi edad querrás que te reconozcan el parecido físico con Hemingway”, aunque al otro pueda sonarle a que trata de ligar con él.

“Cuando la primavera llega a Paris, incluso si esta es falsa, hay que buscar el mejor lugar.” En el 74, no el día oficial, sino un 9 de abril empezó para él la primavera pues cesaron las lluvias y dejaron la ropa de invierno y llenaron todos los cafés. Todo invitaba a la felicidad, contrastando con su desesperación juvenil y creativa. La ciudad de París es fría y lluviosa, gris, pero nadie nos pide que contemos la vida en rose ni en desesperación negra.Va al Boulevard Saint Germain con Duras y Escari y ve a Barthes, Ph. Sollers y otros. “Se van a la China.” Barthes,  a la vuelta, publica su decepción con el paisaje, la comida y el maoísmo. V. Matas, decepcionado con París y la vida en general, busca razones a su desesperación: la voluptuosidad del amor, la fragilidad del cuerpo…Sergio Pitol le cuenta que en su barrio había una librería Zékian abandonada, pero donde imaginaban que acudían clientes secretos, iniciados en alguna especie de logia. Borges vivía enfrente pero no se atrevía a entrar a ella (sería como entrar en su Yo más interior, tan interiorizada vitalmente como el argentino tenía la literatura.) En julio del 74, con su amigo Raúl Escari, en casa del pintor Antonio Segui, conoce a Gilberta Lobo, una señora uruguaya de 80 años, “con una gran personalidad, muy interesante. La gran pasión de su vida era España, aunque nunca la había pisado, tenía un nombre parecido a una aristócrata de Proust y estaba orgullosa de permanecer soltera.” Se invitan a comer. Para su madre Vila-Matas siempre fue “un niño gris” y ve en esta señora a la madre protectora que siempre quiso tener, le considera con gran potencial artístico creativo y la cuenta el argumento de La asesina ilustrada, con algunos adornos añadidos en indirecta a su interlocutora: “Una antagonista vieja pero muy atractiva conquistaba hombres a los que acaba haciendo el amor para en medio del acto asesinarlos.” “¿Cree que soy una mantis religiosa que me como al macho tras aparear con él, como una novia caníbal?” Es un episodio gracioso de su aprendizaje sexual en París. La señora le mete mano en el paquete pero el, más frio que un tempano, se aparta. Y ella protesta: “no pareces español sino un casquete polaco.” Por increíble que pareciera, aquella señora tenia madre, iba a pie a Pisa y soportaba los entierros con sensibilidad y belleza moral. Nunca en su vida se sintió Vila-Matas con tantas madres como ese día. Hemingway en mayo del 18 paseó por Broadway, Manhattan y por la quinta avenida fanfarreando con su traje de general. Le gustaban las enfermeras con el pelo a lo garzón y a ellas él. Se enamoraba mucho de ellas y las convertía en personajes de sus cuentos. En la guerra le llevaron al hospital de Milán de la Cruz Roja y había 18 enfermeras para solo 4 pacientes. Se enamoró de la enfermera jefa, americana de origen alemán, que le inspiró la heroína de Adiós a las armas y le llevó a ironizar a Scott que “necesitaba una mujer nueva para cada novela.”

Amapola, el travesti español con aire de camionero, va con él a un café-billar, a jugar, mientras esperan a otro amigo escritor, Martin. “No tienes edad para jugar a esa máquina” le dice. Iban a “suicidarse por pasión” al bar y al entrar ven la máquina ocupada por Javier Grandes. Vila-Matas sabe que conseguirá ser un escritor, aunque vaya un poco retrasado. Parece en esta escena, como él mismo reconoce, que se ha fumado un porro de marihuana muy importante. Hablan de Boris Vian, que compuso 500 canciones, 300 poesías, 50 obras de teatro, 8 óperas y otras piezas de música. Entre sus obras más conocidas está ese Hombre lobo en París que inspiraría a algunos grupos de La movida madrileña, o Que se mueran los feos, La espuma de los días, Escupiré sobre vuestra tumba…. (Sus títulos agresivos no decepcionan del contenido violento y sexual de estas obras.)  Usaba y abusaba de la trompeta, nocturno de tabernas y bares de jazz. Tuvo dos matrimonios y no se sabe cuántos hijos. Y aunque estudió ingeniería, “hizo mil gamberradas, tragaba agujas de tocadiscos en los guateques de estos niños ricos…” A Vila-matas le deprimía todo lo que había hecho ese hombre, ¡lo que le había dado la vida para hacer! Nuestro autor se siente ya un escritor reconocido, pero le falta lo esencial: haber acabado un libro. Le da miedo “solo recordar el miedo atroz a publicar. Me falta una mujer bella e inteligente que me quisiera, no tengo nada. No encontraré lectores porque con La asesina ilustrada pretendo asesinar a mis lectores. Lo ideal sería encontrar una mujer que me ayudara a triunfar literariamente, detrás del gran hombre hay una gran mujer, dice el dicho”, pero ni siquiera él se considera un gran hombre. Conoce también al exiliado del franquismo Alfonso, traficante de hachís para subsistir en Paris, iba vestido como Hemingway en sus años de juventud y se parecía a él de joven, cuando era teniente de la Cruz Roja. Solía comprarle a este “la mercancía” para Vicky, que es esta chica “hippie” con la que tiene relaciones en la ciudad del amor y una experiencia con el LSD muy divertida, fantaseando ambos con suicidarse. “Pero tiene (“el camello”) excesivas lecturas sobre la lucha de clases. Y ese chándal de Hemingway solo lo lleva porque practica boxeo en sus ratos libres”. Opina que “en la narración siempre se producen sorpresas”, como cuando conoció a aquel hombre hablando y asegurando que era Hemingway. “Hay que creer en la ficción cuando aparece con gracia y es exquisita.”

A este escritor trata de sonsacarle  aspectos de su poética y este le cuenta que alabó el Ulises de Joyce delante de M Duras, y que esta le gritó que nadie que pronunciara dos veces el nombre de Joyce volvía a su casa. Hemingway tampoco lo tuvo fácil en sus inicios: “tuvo que malvivir vendiendo mierda. De niño tenía una madre invalida y un padre borracho manteniendo las apariencias, las de ser pobres pero limpios, aunque intentó salir de la miseria con su didactismo.” A su ídolo “le gustaba mucho la nieve, los inviernos y llevar a sus hijos a clases de piano. Se regía él mismo por su principio literario del iceberg: dejar lo más importante para el final, en una especie de narración hermética como en el relato de su tristeza, para que lo rellene el lector (explícito).” El escritor que tanto recuerda a Hemingway ha quedado con Joan Miró en el gimnasio donde estrena y Vila-Matas va a llevarle el hachís a su “rollo” Vicky. Vila-Matas a veces asume en la obra un tono autocompasivo, que no llega a victimismo porque se lo toma con auto-ironía. Afirma no tener vida pública. (Privada tampoco parece, aparte de estas relaciones intelectuales en cafés y escenas de cama.) Quiere cuidar la armonía y todos los aspectos de su gran novela, que no acaba de terminar y le aterra publicar. El dibujante Copi se había dejado algunos de sus dibujos en su buhardilla, pues antes se la alquilaba Duras a él, y así él le presenta al grupo de intelectuales argentinos. Duras está sola en este periodo, y siente que solo alimenta a los demás. Va con Copi y otros amigos al brasero del barrio a darse un homenaje de ostras. Por la Rué de Medici, caminan juntos paseando por la gravilla de los caminos. Cruzando el jardín de Luxemburgo, al entrar en la rué Bonaparte, chocan con el viejo Bouvier que  les cuenta sus primeros años bohemios, culpando a todo el barrio de su adverso destino. Interpreta esa noche Copi su obra Loretta Strong; trata de una rata enviada al espacio, pero al desaparecer por accidente la tierra se ha quedado sola y monologa como una loca. Quiere romper las fronteras entre el teatro y la vida, abolir “la cuarta pared” (que son las mismas fronteras que entre la autobiografía y la ficción que la autoficción rompe.)  Quiere Vila-Matas también “escribir peligrosamente, desde una situación límite, sin rebajar la alta tensión con la que ha empezado el drama.”

Un amigo confunde a Joan Miró con Pablo Picasso. Se lamentan estos intelectuales entre copas de qué será de ellos de mayores, si no terminarán todos por recluirse y esconderse cuando se hagan viejos, o matarse sin afrontar con dignidad su vejez. Pero el viejo bohemio Bouvier ha vivido el fin de sus días con mucha dignidad, ¡culpando a todo el barrio! Mantiene un secreto acerca de inmueble que ha habitado y Vila-Matas fantasea que ha vivido en su misma buhardilla y que él acabará convirtiéndose en algo parecido a él.  Lo más importante nunca se cuenta, según la teoría del iceberg. Tras vivir en París uno se ve incapaz de vivir en cualquier otro lugar, incluido París.” Y así parece Vila-Matas amenazarnos con que no va a haber un final para esta obra, que no nos va a dar ninguna conclusión, y que lo dejará en un final abierto. La intelectual  Gertrude Stein, casera de muchos de estos artistas, les había gritado a todos esos “desarrapados” bohemios que “eran una generación pérdida, igual que quienes sirvieron en la guerra y total para nada.” Estaba enfadada con uno en concreto. Pero Hemingway le pidió que no generalizará, que solo era aquel tipo y porque estaba borracho. (De aquí viene el nombre al grupo literario.) Si de verdad fuera escritor, Vila-Matas probaría como Rimbaud “a crear todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. Intentaría inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas…. Si de verdad fuera escritor sería absolutamente moderno. Y con la aurora, armado de una ardiente paciencia, entraría en las espléndidas ciudades. Si de verdad fuera escritor… transcurrirían mis días de forma muy distinta. Si de verdad fuera…”

Juan Benet le inspirará en Barcelona  una nueva novela, aplazando las páginas finales de La ilustrada asesina. “Amo el sol, el agua salada…”, no llega a pasar a la segunda línea, igual que el autor de Volverás a región que “no sabía cómo iba a seguir, pero intuía que empezaba otro año de obsesión.” El viejo y el mar a Hemingway le devolvió su prestigio internacional, conmovió al lector corriente y probablemente hizo que pensaran en él para el Nobel. Pero  luego le pareció horrible que le dieran la misma tontería que a Faulkner en quien veía “un charlatán con una notable empanada de aguardiente de centeno en el cerebro.” El Nobel disparó aún más su éxito, se practicaban sermones basados en su libro, su traductor italiano apenas avanzaba en la traducción del libro a cuenta de las lágrimas. “El hombre no está hecho para la derrota, aunque le destruyan.” dejó su maestro escrito y también “que le molestaban los jóvenes bohemios del barrio, con vidas sin sentido, que toman absenta a todas horas y fuman en pipas y timan a las caseras y creen que eso les hace ser más artistas.” Esto deprime aún más a nuestro autor que ve su vida sin proyecto ni sentido. Compara su buhardilla a una losa donde se cae muerto, tardarían en encontrar su cadáver y fantasea con su pudrición inadvertida. Se compra un pastel para animarse y casi se pelea con Alfonso, ¡el boxeador! “Ningún hombre sabe lo que es, nadie es nadie”, le anima su amiga Boutade.

“Ni Epiménides lo sabía.” No es un novio de esta chica, fue un filósofo griego que pasó a la historia por su paradoja o contradicción cíclica: «La frase que sigue es falsa. La frase que la precede es verdadera.» Lee esa noche a Borges, sintiéndose “nadie” como respondiera Ulises al ciclope Polifemo ante la pregunta de quién se escondía tras su Yo, y así salvar su vida.  El Aleph refleja lo esquivo del mundo, poder volver a ver fotos de personas y lugares que acaba de ver uno de verdad, incluso demuestra que se puede ver más.” Borges dice que en el Ciudadano Kane hay dos argumentos: un millonario acumula de todo, incluso personas, pero todas sus colecciones son vanidad de vanidades y la única que le merecía la pena era un trineo de nieve infantil. 
También a Hemingway el Nobel le hizo su vida más apasionante, le envidiaba media humanidad, pero él sentía nostalgia de “esos días de ser pobre y feliz en París.” Esta novela es una reflexión sobre el supuesto éxito y el relativo fracaso vital, como las autoficciones de Landero y Azúa. Ese triunfo del yuppie auto-self man que nos promete el neoliberalismo en cada anuncio publicitario, pero el “dream factory” americano del Capital nos frustra por su platonismo y falsedad: no es real. Los románticos sabían que, aunque para el exterior y para todos, sus vidas se consideren fracasadas, no lo están mientras ellos hayan sido consecuentes y sientan su victoria moral interior. Ante sus  pequeñas derrotas y frustraciones vitales cotidianas; V. Matas fantasea con “la idea de ser otro, de mentir, de ser un falsificador, un impostor, como en los textos apócrifos o simplemente como en la literatura que es una ficción, un engaño persuasivo, simulación” (Vila-Matas es situacionistas en Paris y usa estos conceptos posmodernos de “rol, simulación, simulacro” que luego desarrollan Baudrillard, Derrida etc.) Y en esto del engaño piensa que era un maestro Borges (aunque la profesora Isabel Muguruza se ha tomado el placer de comprobar que todos esos autores con sus obras desconocidas por todos existieron en la realidad.)

Kubla Khan, el emperador mongol, soñó un palacio y lo construyó según este; y Coleridge soñó tras tomar un hipnótico un poema de 300 versos sin conocer esta historia, que al despertar inspirado trascribió. Se siente orgulloso de un pasaje de su novela en el que su asesina ilustrada quiere reencontrarse con su hermana Ariadna. A veces los personajes de sus novelas se le rebelan; “Menciona que soy lesbiana.” Se aburre mirando por la ventana a Saint Germain, “el centro del mundo está en el lugar donde ha trabajado un gran artista y no en el templo de Delfos.” No se considera un gran artista, no sabe estar consigo mismo a solas. Según Erasmo de Rotterdam “quien conoce el arte de estar consigo mismo se aburre.” No sabe la inteligencia escapar del tedio, pone la mente en blanco. Le llega el spleen pues no se conoce a sí mismo ni es un gran artista ni está en el centro del mundo por tanto. El encuentro de un lápiz en su buhardilla le lleva a la pregunta de si habrá pertenecido a los antiguos inquilinos (a la actriz búlgara, o sí se lo dejó su vecino negro cuando se acostó con ella, o al travesti Amapola que pasó 5 meses en su buhardilla, o era del cineasta Arrieta, o del dibujante Copi o del escritor Javier Grandes, o sí Mitterrand se miraba en el mismo espejo en que ahora él se mira jugando con su pistola, la que este se dejó. “La perdición del creyente es encontrar su propia iglesia”, “Los hombres sin imaginación creen que los demás siguen sus mismas vidas aburridas.”) Todos los pensamientos de Vila-Matas son propios, pero invadidos de fantasmas, de otros autores que a modo de citas directas y textuales constantes le apabullan la mente. Los personajes han de tener realidad para su escritor, así que cuestiona la verosimilitud que tienen los suyos: a su madre a la que presenta como su hermano en la ficción, o a su protagonista que encontró dentro de un cuadro de Balthus, que vio en casa de Vicky Vaporú, donde una enana descorría una cortina y la luz que entraba por la ventana dejaba ver una mujer asesina.  

¿Era la atmósfera a lo que se refería Duras en su cuartilla con instrucciones cuando hablaba del enigmático apartado escenarios? Empieza otra reflexión meta-poetica estructurando La asesina ilustrada. Los diálogos exigen la reproducción de trivialidades y eso parecía difícil de compaginar con la buena literatura. Se plantea sí comillas o guiones, que le quitan espacio. En el café Bonaparte lee sobre esto. Todo dialogo le parece reaccionario, vulgar. Pero su Hemingway era un maestro de lo dialógico y en el café todos estaban dialogando “pero porque son vulgares y votan a la derecha.” Así que quita los diálogos. A veces se queja de ser “tan cándido y de izquierdas.” Va al café La Rotonde y recuerda cómo un  antiguo asiduo, el pintor Domergue se reía de un hombrecillo servil que nunca hablaba, solo les miraba a los pintores y quería derrocar el gobierno de Rusia. Le motejaban “nuestra criada.” No sabían que ese hombre era Lenin. Al final ya le parece que la cuartilla con instrucciones de Duras es una nota de humor, muestra más de su ironía. Reflexiona sobre la experiencia y la vida que tiene forma de paradoja, y como un peine para un calvo; no sirve para nada. Hay que tener experiencia para saber por qué no sirve la experiencia y que yo no la tengo.”

Escuchó a Hemingway hablar sobre la teoría del iceberg en la pantalla de una exposición sobre La generación perdida americana: solo una décima parte es lo que vemos del iceberg está escrito en un relato; el resto late bajo el agua, construido con lo no dicho, con lo sobre entendido y la alusión. El viejo y el mar podría tener más de mil páginas, pero él no buscaba eso. No refleja explícitamente su experiencia en el mar ni su conocimiento técnico sobre el acoplamiento de los peces-espada sino una estructura de obra abierta que permita a un lector implícito descubrir estas vivencias a través del rastro estético del escritor implícito. Compara Las nieves del Kilimanjaro de Hemingway con Impresionas de África, que no narra sus experiencias sentidas sino que usa una gélida poética narrativa. Solo quería dar señal por un medio escrito de que había estado en estos lugares, con una escritura fría y cerebral opuesta a la de su ídolo, que debía vivir esas aventuras para describirlas. Se plantea sí las historias pueden surgir solo de la prosa misma, que el propio lenguaje sea el que reclame una trama, como las que crea el Oulipo (antes ha dudado en conocer o no su taller.) Petra, una mala amiga, le dice que “ya es hora de que vuelva a Barcelona, porque aquí está perdido el tiempo (a lo Proust), ella también, pero al menos tiene novio.” Es el principio del fin de sus días en París.

El 29 de octubre del 65; el líder de la oposición a Hasan II queda a comer con un periodista frente a Le Flore y dos inspectores del contraespionaje en Francia se lo llevan sin apenas explicaciones. A finales del 75 nuestro protagonista va también al drugstore frente al Le Flore, y se envuelve detrás de un Marca que decían leía de cabo a rabo. Se le acercan dos gorilas, contándole un cuento parecido: le creen el terrorista sudamericano Carlos que ha atentado por la zona. En el lavabo le cachean. Un amigo de Arrieta, un emulador de Warhol, comentó: ¡qué bien va acompañado hoy! Los polis se leen unas páginas de su La Ilustrada asesina creyéndolo un documento del terrorismo internacional. Le preguntan sí había leído a G. Simenon, y  otra serie de preguntas personales impertinentes, asegurándole que no debería vivir “allí solo, como un asesino terrorista.” No sabe Vila-Matas sí se trata de los mismos policías que fueron asesinados por ese terrorista Carlos cuando trataban de detenerlo. Nuestro autor solo ha escrito una poesía y con esta se despide de la poesía. Un breve contacto, a Hemingway no le interesó mucho tampoco. André Gide decía que “no debía contar su vida tal como la había vivido o vivir su vida tal como la pensaba contar.” Y otros amigos le dicen que escriben por aburrimiento o por no suicidarse y todo esto le deprime más. Parece tener ganas ya de regresar.  

Se fija en una foto de Duras con 17 años en la Conchinchina, había nacido en Saigón, allí el bisabuelo materno de V. Matas combatió junto a los franceses (los españoles eran considerados tropas auxiliares.) Cuando niño su madre le enviaba a la Conchinchina cuando se cansaba de él, cree que sería buen lugar para escribir. Se pone a pensar en Duras: Cada vez que habla esta dama escenifica la situación; consigue que todos le den la razón, incluso cuando no lo desea; se expresa con comicidad, envuelta en un halo de humo, tose, y detiene las frases haciéndose la interesante, aumentando la tensión y la intriga; juega con las gafas; se echa grandes carcajadas; posa con su fular como una estrella de cine y siempre se sentía que no se sabía lo suficiente estando con ella pues era una mujer de gran curiosidad intelectual, defensora del libertinaje verbal y sexual; del feminismo y la mujer libre. “Sentada en el sillón de su casa se envolvía en la misma fragilidad y desamparo del humo de su cigarrillo, pero por dentro era tremendamente fuerte. Duras era una actriz de la seducción y el pathos.”La escritura llega como el viento, esta desnuda, pasa desapercibida como la vida, no pasa nada excepto la vida.” El 12 de enero del 77 se entera por Le Monde que acaba de morir Agatha Christie y que había escrito una novela en la que el narrador era el asesino, con lo cual ya no era tan original esta asesina suya, que no lo confiesa hasta la última línea. “Todo está inventado.” Este sentir tan posmoderno de que “no hay nada nuevo bajo el sol.” (Que excusa tanto copia-pega de reiteraciones, descontextualizadas y fragmentarias.)  Quizá digamos lo mismo que los antiguos, pero con otras palabras. (Salvo los que mimetizan frases ajenas, sin profundizar en ellas.) “Solo balbuceamos unos apuntes aprendidos.” Va a sustituir el poster de Virginia Woolf, que le recuerda que tiene una habitación propia en Paris, por la de A. Christie.

Va a ver una obra de teatro  lacaniana de unos argentinos amigos de Escari, interpretada por Julita Grau, a quién Paloma Picasso (aún sin separarse dos veces para irse con el pintor) ha engalanado con sus propias joyas. Vuelve en limusina con Paloma y Julita. Se siente en ese momento sublime, y le parece un mequetrefe Ricardo Bofill a su lado. Perec aseguraba “tener un pie en la Rive Droite, otro en la Gauche (divine).” Se inventa que su próxima novela se llamará Al sur de los párpados. No sabe por qué no se ha acostado con la actriz Julita Grau, que se ha quedado una semana entera en su buhardilla. Sospecha que su padre le ha contratado  para traerle de vuelta a Barcelona.
El año en que se mató Hemingway, un hombre ya viejo y de hombros enflaquecidos, Gary Cooper había interpretado en una película: “un hombre feliz es el que por el día debido a su actividad y por la noche ante su cansancio no tiene tiempo para pensar en esas cosas.” Le pidieron un libro para el presidente Kennedy, pero el escritor no podía más, ni se enteró de que había llegado la primavera, vivía en permanente estado de desesperación (como se ha descrito tantas veces el autor en su autoficción), zozobró su estoico aguante y buscó en la armería una pistola y unos cartuchos en el armario. Su esposa avisó al médico. Le iban a ingresar, pero les dio un anticipo de lo que finalmente en junio del 61 acabaría con su vida, convirtiéndole en una leyenda de las letras. «Nada nuestro que estás en la nada, nada es tu nombre, tu reino nada, tú serás nada en la nada como en la nada. “¡Y a la mierda!  

Duras también se replegó en sí misma, abandonando la escritura, dejó de ver a los amigos, rechazaba el saludo de Javier Grandes y fingía ya no reconocer a nadie. Había vuelto al estado primitivo de su infancia, solo recordaba sus años salvajes en Saigón, y así se lo decía a todos. “Tras la muerte no queda nada, solo los muertos que se sonríen, y apoyan entre ellos.” Se mata uno ¡y a la mierda!  8 cuartillas del libro asesino y la frase inicial las redacta al final, siguiendo a Pascal: “lo último que se encuentra escribiendo en una obra debe figurar al principio.” La Asesina ilustrada era un trasunto de sí mismo, de su criminal prosa y testimonio del abandono de la poesía, e inicio y quizá final de la prosa. “Narra la muerte de un poeta cualquiera.” “Chorros de vino salían de sus orejas y sus piernas barrían el suelo como dos mástiles ciegos. Todo terminó al alba.” Acaba así su novela. En el 76 tiene miedo de haber terminado la novela y tener que publicarla. Entra a un restaurante malo al que no había ido nunca. “Ese intento de matar al lector significa el nacimiento de un autor” (y además parece otra respuesta positiva por parte de Vila-Matas, como la mía en La muerte de Barthes, a su apocalíptica Muerte del autor.) Cuando V. Matas está limpiando la pipa del Mitterrand (quizá para emular de una vez definitiva a su ídolo e inmolarse) le cortan la luz. El vecino negro le presta una vela (el que se tiraba a la actriz búlgara) y espera al día siguiente para contárselo a Duras, pero teme que le diga: “¿esperas no pagarme durante 8 meses y tener “Luces de bohemia” en tu buhardilla?” Pero ella le preguntó por su novela, le hizo gracia que la hubiese acabado, como si le resultara inverosímil que las creaciones tuvieran un final. Se rio con una risa maliciosa, infantil, burlona, en el fondo amistosa. Cuando se quejó del corte de luz ella le rechazó: “no estoy para nadie, ni siquiera para mí misma.” Estaban frente al monstruoso edificio de La Electricidad, discutiendo la funcionaria técnica con Duras en un lenguaje burocrático. Vila-Matas en estas páginas finales recuerda a algunos de sus amigos en París a modo de despedida, y se queja de que lo que más le fastidia es tener que pagar las deudas atrasadas del presidente Mitterrand y como mínimo de tres generaciones distintas de inquilinos. Raymond Queneau le aconsejó a Duras “escriba, no haga otra cosa en la vida” Esa es la razón que las ataba a Duras o a él a la silla y a la máquina. Y a París no había ido más que a un aprendizaje literario, aunque se haya encontrado una enseñanza vital, una bildungsroman, una educación estética y sentimental. Esa noche encendió una bobilla para no ver nada, en la ciudad de las luces. “Salí de allí como se sale de una frase.” Regresa a Barcelona, explicando que ha vuelto porque se ha enamorado de Julita Grau y porque allí siempre llovía y hacía frio y había poca luz y mucha niebla. “Y es tan gris…”; añadió su madre.  Vila-Matas quiere cenar esa noche con Echenique, Monterroso y Kafka, pero obviamente a este último lo esperan en vano. «No inventamos nada, creemos inventar cuando en realidad nos limitamos a balbucear la lección, los restos de unos deberes escolares aprendidos y olvidados, la vida sin lágrimas, tal como la lloramos. ¡Y a la mierda


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