PARÍS NO SE ACABA
NUNCA Vila-Matas
De las tres obras; a esta le
daría el primer puesto en calidad y en aspecto
formal de autoficción. Se logra
construir una ficción (con todos sus elementos: narrador, voz, perspectiva, personajes, tiempo, espacio, modos)
sobre la propia ficción (con la creación literaria como temática.) Es una meta-ficción tejida de meta e inter referencias a la gran
literatura, en especial a la generación Perdida de los felices años 20 (felices
salvo por la 1gm y La Gran Depresión
tras el crack del 29) que homenajea y
deconstruye (sobre todo a Hemingway y
a su obra, el gran protagonista del libro, con permiso de su admirador, el
autor-protagonista.) Ofrece un auto-retrato muy humano de Vila-Matas
aunque aparezca tan intelectualizado. La obra es valiosa tanto formalmente (por sus recursos estéticos,
sus diálogos humorísticos,) como por
la pluri-significación al poder leerse
como una novela estética o de artista,
una bildungsroman, una poética del autor, un relato
experiencial en el París de los 70, (con ese somero reflejo del mayo del 68 y del ambiente existencialista roto por la capitalización.) Esta narrativa rebosa una carga descriptiva de gran lirismo y digresiones constantes donde juega con referencias
intertextuales e interculturales, tan
propias de la autoficción. Explota la
transducción hasta donde puede dar de
sí, incluso más. El autor connota sentimentalmente (aunque lo disfrace siempre
como auto-comentarios intelectuales)
lugares, obras y personas (camaradas intelectuales o escritores que ha leído e
idealizado.) Hasta sus emociones más íntimas la racionaliza en reflexiones. La lista de intelectuales
que cita es infinita: S Sontag, Modiano, A. Burguess, A. Huxley, C. Rodríguez,
W. Benjamín…pintores, poetas, músicos, filósofos… Desprende mucho amor a la literatura
y la cultura. Y lo contagia.
Empieza la historia con nuestro
narrador presentándose a un concurso en Key West, Florida, de imitadores de
Hemingway. Ya desde esta anécdota queda clara la idolatría-obsesión que tiene
por este modelo no solo de escritura sino vital. Empieza describiendo la
buhardilla en la que vivirá durante esta estancia en París. Este periodo en la
ciudad es el argumento, donde París se convierte en la gran temática idealizada.
Incluso la buhardilla adquiere una categoría de templo profano, de la escritura
y lectura más que del descanso. Toda la trama trascurre en este espacio
parisino que funciona como un parnaso
o limbo en la obra de Dante (y así se creían viviendo los simbolistas parisinos, parnasianismo
de poetas malditos.) La Barcelona franquista
aparece en antítesis al limbo de París y
simbólicamente representa el infierno. Nueva York será el cielo ensoñado que
nunca llega (sólo en sueños.) Podemos dividir en esta estructura dantesca el
espacio o las emociones que estos lugares le producen. La estructura de esta
obra es la lineal de un relato
clásico cronológico y retrospectivo:
empieza por el principio de su experiencia en París pero in media res de su vida, en su juventud, y en el tiempo real de los
años 70, que sobre todo es un tiempo
simbólico de revolución (estudiantil, cultural, estética, política, aunque
sea la estilística la que interese a nuestro autor.) Parece este protagonista de
sí mismo apolítico, pero como es imposible alejarse de la polis y sus problemas
sociales, se posiciona y sitúa en situacionista.
Es su situación política, estética, espacial y temporal: “Situacionista y nada más.”
La obra
juega entre las anécdotas narradas, la mayoría de ellas terriblemente graciosas
(al estilo de La vida exagerada de Martín
Romana. A Echenique le menciona justo al final de la obra, en las notas.
Hay muchos paralelismos entre las dos obras, como las referencias al mayo del 68 o el humor) Hay muchos París
y todos inventados (no acaban nunca, son
eternos, porque son ensoñados), construcciones sociopolíticas y culturales. En
esta ciudad de las luces ilustrada
surge la primera bohemia romántica (V
Hugo etc.) La segunda aúna a los autores impresionistas (Toulouse Lautrec,
Renoir….; Proust etc.) con los realistas
(La dama de las camelias etc.) y los simbolistas, decadentistas, orfistas,
parnasianos, malditos… La racional urbe es violento escenario, desde la Rev. Francesa, de la mayoría de revoluciones burguesas (1820, 30, 48, La Comuna…) hasta el mayo del 68, donde la revolución
supuestamente la dirigen obreros y estudiantes. La de 1789 la estimula una
burguesía instrumentalizando al pueblo “sin pan” (para instigarles a la fuerza
bruta que necesitaban les convencían de que, en contraste a su inanición, M.
Antonieta desayunaba pasteles.) Entrado el s. XX; la tercera bohemia es la de
esta generación perdida americana exiliada
allí (Dos Passos, FitzGerald…) junto a los existencialistas (Sartre, De Beauvoir,
Camus, Boris Vian, Cioran…) La cuarta corresponde a la que vivió Vila-Matas con
los autores deconstructivistas,
situacionistas, posmodernos, el taller Oulipo, los exiliados del franquismo…
(Incluso trans-feministas, aparece un
travesti en la obra.) Tras el Mayo del
68 anecdótico “en el que todo cambia para que nada cambie¨ (tal como lo pinta esta
obra), hallan un París más capitalista, (lo vemos por ejemplo en el
sobre-comercialización para el turismo cultural del café Le Floré.) Desconozco
sí ahora, con los resquicios del grupo
Pánico (Arrabal, Topor, ese timador de Jodorowsky…) se está viviendo esta
primavera de 2019 en París algún tipo de quinta bohemia o es una estrategia de
mi guía de viajes.
Esta habitación en el inmueble de
Saint Benoit se lo alquila la mismísima Marguerite Duras, que alquila cuartos a
otra serie de artistas y estudiantes. Duras en la obra ejerce la función de
Gertrude Stein y V. Matas el papel de Hemingway en Paris es una fiesta, la obra en paralelo y deconstrucción de esta. Ha
escogido esta vivienda porque en ella habitó su autor modélico, su obsesión en
lo vital y creativo. Duras aparece
descrita como una gran dama de la literatura, una mujer hermosa incluso a su
avanzada edad, frívola, siempre alegre y riendo por todo, fumadora empedernida,
desconcertante, provocadora, transgresora, de un feminismo muy sólido pero que
no contradice su coquetería y elegancia o la aparente levedad con la que
pronuncia ironías de lo más trascendentales. A veces retrata aspectos menos
positivos: su insistencia en que el “moroso” Vila-Matas pague los alquileres
atrasados o cuando el primer día de arrendamiento le facilita una hoja de
instrucciones de cómo debe comportarse quién habite su inmueble, con unas
normas muy claras y taxativas (y que no dejan de ser cómicas en la lectura
irónica que él hace de esta normativa.) Sin embargo, está claro que, al igual
que Hemingway, Duras aparece envuelta en una aureola heroica, mítica, como
muchos de los escritores exiliados del franquismo e intelectuales por los que Vila-Matas
sentía (siente) gran admiración. Trata a todos sus personajes con gran respeto,
a veces incluso fraternidad, muchos son para él ejemplos creativos y vitales,
hasta morales, y sobre todo creativos en este aspirante a escritor con tantas
ganas de aprender por más que “no
aprendamos nada en la vida.” Es un novel que quiere triunfar con ansiedad,
y en el fondo un joven perdido en la vida y en su bildungsroman diaria, perdido por sucias rúes con nombres de escritores
ilustres, y acabando su vagabundeo meditabundo por estos laberintos siempre en
el mismo café.
Ha
acudido a París siguiendo los pasos de su maestro, de su ídolo Hemingway,
buscando en la ciudad de las luces
ilustrarse con el dialogo de ejemplos vivos de la buena literatura, el logos de la propia vida (la mayor
maestra) e inspiración para su primera novela, (y quizá a esa compañía femenina
que también cree que favorecerá su musa.) Le ahogaba el ambiente provinciano,
paleto, de la Barcelona franquista, y aquella familia de alta clase social que
había urdido para él un futuro pragmático, insistiendo siempre el padre en que
vuelva y retome sus estudios de Derecho para colocarle en el bufete paterno.
Estas llamadas por carta a que recobre “la razón” hallándose en la ciudad de Descartes
no dejan de resultar cómicas, mientras le va pasando a regañadientes una
asignación económica para “ir tirando.”
Vila-Matas intenta precisamente eso: racionalizar su experiencia y vivencia que
se ha constituido en su Yo más emocional vital, aunque al principio aparente
que la vive solo en el plano intelectual.
Explicarse así mismo por qué ha ido a París, por qué París “no se acaba nunca”, intelectualizar lo
que ha sido una aventura sensorial y plagada de sentimientos encontrados o
enfrentados y con todo esto hacer literatura. Y en esta aspiración al Logos, en
esta búsqueda de las razones de su viaje (de su huida familiar, de su “exilio voluntario de Barcelona” como él
lo llama) no ha podido encontrar mejor Ítaca:
la ciudad de Pascal, Voltaire, Montesquieu, Diderot… la ciudad ilustrada por
antonomasia. Allí quiere encontrar la razón, pero a veces Ítaca defrauda cuando
se la ha idealizado tanto.
No es un viaje turístico, sino un
Grand Tour romántico en pos de “una educación sentimental”, como esos
viajes formativos del dilettante por
Italia epatándose de las ruinas antiguas. ¿Al modo romántico de Rousseau (o las
peregrinaciones de Byron o Hyperion) o es “La
educación sentimental” del realista Flaubert? El autor no sabe respondernos
a esto: hay un dualismo importante en la obra entre los aspectos románticos y
los realistas, los “nómadas y sedentarios.”
Vila-Matas duda entre sí es un Thomas Mann realista de despacho/Un Baroja de
mesa-camilla exiliado en un cutre hotel parisino (para escribir la autoficción y bildungsroman El árbol de la ciencia) o más bien es un
escritor “nómada”, un Rimbaud,
cazador en África como el mismo idolatrado Hemingway. Quisiera ser un existencialista, pero se ve así mismo
aburguesando, no sin quejarse constantemente de ello. Solo llega a situacionista (creo que lo dice
irónicamente, pues este activismo teórico pero también práctico se trató de
otra corriente más nómada que asentada.)
Se ve obligado a alquilar este estudio con todos los aspectos pragmáticos que
engloba. Incluso tiene que comprarse una mesa de escritorio, plumas, lápices, sacapuntas…
o seguir al rebaño intelectual hasta Le Flore para tomar cada tarde el mismo
café con la misma “fauna” del “flore”
(“la flor y nata” de los años 70 en
aquel París por entonces aún existencialista y con la revolucionaria entrada de
los situacionistas, los deconstructivistas encarnados en la
figura de Roland Barthes, también mistificado en la obra, y otra serie de posmodernos.) Vila-Matas va de poeta maldito solo habiendo escrito un
poema frustrado del que reniega, pero tiene que comer y por eso cuida mucho en sus cartas el estilo afectuoso, pidiendo
dinero a su padre, “de buen hijo a buen
padre”, para que “no corte el grifo.”
Es escritor “porque no quiere trabajar”,
al menos no al modo convencional: ir todos los días a un despacho a fichar, de
8 a 8, como “un funcionario-asesino o
zombi” que ironizara Alaska, al que le la burocracia de la estructura le ha
robado sus días (aunque asegure Sabina
que “sus noches no.”)
Y por eso no le acaba de hacer
gracia lo del Taller del Oulipo pues,
aunque sabe que se trata de un taller de escritura creativa de este grupo de literatura potencial (que hacía juegos formales
y hasta matemáticos con la literatura; con novelas escritas con una sola letra,
varias formas de contar la misma historia o las story-s de cada vivienda en un edificio tipo 13 rúe del Percebe…), lo de “taller” suena aún peor que lo de
oficina. La indolencia (quizá el mayor
problema que tenemos los seres humanos pues nos aboca al determinismo de la
vagancia y al pathos de la inacción)
caracteriza y caricaturiza en la obra este café, donde siempre va la misma
gente, a cual más excéntrica (millonarias avejentadas, un cantante travesti,
gente relamida “afrancesada”...) y mantiene los mismos perezosos hábitos
sedentarios. Hay un fuerte desengañado del mayo del 68 (al igual que en la un
poco conservadora novela humorística de Echenique, un humor inteligente muy
similar también al de E. Mendoza) y lo refleja en el relato de un narrador
secundario: un “pesado” le cuenta que aquello no fue gran cosa. Vila-Matas, a diferencia de Hemingway, no fue
“pobre pero feliz” sino “infeliz del todo.” (Hay muchas anécdotas
y escenas donde se le ve feliz,
contradiciendo esta frase que tanto repite.) Parece desilusionarse con la
ciudad iluminada de París, pero en realidad el verdadero desencanto es con el
Otro, al que románticamente ha intelectualizado, pero que le devuelve lo que
llamaba Sartre “la parrilla del Otro”.
Incluso le defrauda que Duras sea tan pesetera (o en la moneda francesa de la
época equivalente.) Se cuestiona existencialistamente
la misma posibilidad de comunicar, se plantea la misma literatura cuando se evidencia
en ella casi siempre una falta de interlocutor y cuando este se halla no logra
comprendernos tal como quisiéramos: o nos sobre-interpreta
o la insuficiencia lingüística no
referencia la realidad. Es un problema en el dialogo con el otro, y por tanto
en la literatura y más en la autoficción
donde se tiene mucho interés en comunicar fielmente o con sinceridad una vida. Se
desespera a veces por no recibir los sobres con la asignación paterna; baja del
pedestal a Duras cuando la ve tan insistente en que pague las deudas del piso
arrendado (obviamente porque ella tampoco sufre una buena situación económica
ni personal)… El autor desmitifica muchas cosas, para erigir nuevas
mistificaciones o en palabras de Derrida las deconstruye; destruye mitos para construir otros. Pero Hemingway
nunca le abandona en su casi fanatismo por él, parece ser el hilo conductor del
relato, la razón que le lleva a dar cada uno de sus pasos de flâneur por París.
Ha llegado en
agosto del 73, dejando pendiente una conferencia en Barcelona de tres días en 3
sesiones de dos horas cada una sobre la
ironía. Parece que nunca la da y que quiere romper estos papeles, extrañado
incluso por que los haya escrito él, pero basa su primera obra en partes de
esta conferencia. En La ilustrada asesina
refleja su extraña relación con la muerte: muere quien lea el manuscrito que ha
escrito y envenenado esta mujer fatal,
retratada como una hechicera docta. En realidad el narratario, el autor real, sabe
que su primera obra no es La Asesina
ilustrada; y esta, París no se acaba
nunca, la ha construido también a partir de esta conferencia sobre la ironía
(pues toda la obra hace uso de este humor), junto a su experiencia vital en París
y toda la reflexión metaliteraria donde Hemingway tiene un papel estelar. Esta reflexión sobre la ironía es una
constante: juega con el concepto, lo usa como metáfora y lo aplica: su obra está llena de este humor romántico
que no pretende herir a los demás, como el cinismo
o el sarcasmo, sino solo dañar la
estulticia humana. También auto ironías,
describiéndose a veces como un escritor algo atolondrado y perdido por la
ciudad llena de excéntricos y en su juventud inexperta para la escritura y para
la vida en general. “La ironía juega con
fuego, se burla de los demás y de sí misma” Y también: “La ironía sin palabras, el silencio, es un estupor profundo.
Revienta la ironía la misma ironía”. Reynolds decía que “La ironía es el poder de la humildad, va más allá de la
sinceridad”
Hemingway, su alter ego, es para él el gran escritor, el
boxeador, el cazador, el pescador, el periodista y corresponsal de guerra, el
amante de los toros en San Fermines, el conquistador y amante (un Don Juan de Castaneda.) Simboliza el
riesgo, la aventura, las emociones fuertes, lo práctico, concreto, inmanente, la
Vida en mayúscula y no como abstracción, lo pragmático. Incluso cuando su
familia y amigos le preguntaban qué quería estudiar, él ya quería licenciarse
en Hemingway. A Hemingway podemos reprocharle, desde nuestra óptica posmoderna
con visión de género, cierta mística de
masculinidad violenta, pero la obra de Vila-Matas no me ha parecido nada
sexista: quizá cuando describe al travesti del café no lo haga con el
suficiente respeto; pero supongo que este ejercía un rol performativo de histrión en
su show y como escritor lo ha de reflejar. Hay que
considerar que un escritor escribe en coherencia y adecuación con lo que el personaje
siente por los otros actuantes de la obra (en su vida, en este caso), y en este
caso a algunos los juzga frívolos y pesados. (En este sentido, Celine no es
racista porque a su médico protagonista le den asco “los moros”, igual que
Nabokov no es pederasta porque su personaje lo sea. Obedece al decoro. El personaje puede preferir
llamar “mis amados retrasados” a los
minusválidos intelectuales, e incluso creo que suena mejor que esos eufemismos
que les disminuyen capacidades ¡y no por ello saltan ofendidas las protectoras
de animales humanos!)
La voz de este narrador autodiegetico, inmerso en su historia, y heterodiegetico (cuenta las historias de sus amigos, amantes, de
sus escritores mitos…) habla desde una perspectiva
masculina (se codea casi siempre con intelectuales hombres, las pocas mujeres
que les acompañan aparecen descritas caracterizadas por su mayor frivolidad: Sus
enamoramientos platónicos (actrices), la hippie Vicky, el travesti… incluso la
propia Duras son retratadas por sus aspectos más aparentes, externos y
superficiales. Duras es aquí una especie de mujer
fatal riéndose de las ironías de la vida, envuelta entre el humo de su
narguile. Y además esta voz se alza entre una clase alta dolida del peor franquismo.
Aunque implicado socialmente (por tanto políticamente) no parece interesado por
la lucha de clases marxistas (a un
autor le reprocha leer demasiados artículos de lucha obrera; y Mayo del 68 queda bastante ninguneado.) Puede
parecer conservador a momentos. Le interesa más el Mayo por su parte de
revolución cultural y potencialidad para volverse un relato literario. La
verdadera perspectiva es literaria (inter
y meta) Es la literatura hablando de sí misma: de su propia poética, de sus primeras obras, de los
autores que ha conocido en Madrid, Barcelona, París y Nueva York, los
epicentros culturales .Cita las publicaciones de colegas del momento, artículos
de prensa que lee en la buhardilla, referencias a escritores que han dejado
huella en su escritura (aunque llega a decir que venimos a aprender y no aprendemos nada de nadie.) Hay muchas
referencias y citas en auto-comentario
literarios y digresiones, que no
molestan a la intriga, quizá porque las citas son muy escogidas y pertinentes y
siempre hay en ellas paradojas, ironías, juega con el humor inteligente no
resultan pedantes (lo cual es todo un logro, pues en verdad son muy
abundantes.)
Hace una topografía literaria de
las calles y bulevares de París: sólo citar el nombre de estas rúes ya es un
importante juego de transducción cultural
e interliteraria pues quien haya estado en París sabe que muchísimas tienen
nombres de escritores. Aparecen los lugares más emblemáticos de esta bella
ciudad; el barrio de Saint Michel, Los Campos Elíseos, los jardines de
Luxemburgo… y por supuesto todos los cafés de escritores y en especial Le
Flore, aquel templo del existencialismo donde Simone de Beavouir y Jean Paul
Sartre se quejaban en su butaca roja reservada en la última mesa del fondo de
que “desde que saben que somos
existencialistas ya no nos fían en el Flore.” Se queja también Vila-Matas
de que aquello se ha convertido en una idolatría del turismo masivo de
seudointelectuales, ¡menos mal que no conocía la Disneyland en que se ha
convertido ahora! Y lo hace por ejemplo mostrando extrañamiento porque uno de los intelectuales solo se digne a
sentarse en el mismo asiento que ocupará el feo filósofo a una pipa humeante pegado.
Aunque él es el principal mitómano: con sus bufandas, sus viseras parisinas, su
pipa, sus gafas de intelectual…tratando de dar una imagen de existencialista que resulta ridícula
hasta para él, y quejándose siempre del aburguesamiento
al que la propia vida, con su pragmatismo alimenticio, nos va llevando. Esa
iconoclastia la traslada a lo que espera encontrarse en el Otro: mujeres con el
pelo a lo garzón y que se parezcan a Juliette Greco y le canten La vie en Rose de E. Piaf; intelectuales
ensoñados sin un solo fallo de estilo y con una obra perfecta… Es una voz muy subjetiva
y sentimental, aunque su forma de trasmitir esta emocionalidad sea intelectual.
La literatura es el amor verdadero de Vila-Matas
y para él amar a las personas es amar la potencialidad de personajes que
tendrían en una ficción literaria. Su propio Yo está constituido de Yos de
otros autores, de retales robados de obras que le impresionaron, de citas que
se le han quedado clavadas en lo más profundo de su corazón. Pero ese alejandrismo literario tan borgiano lo
vive emocionalmente y así lo humaniza y no resulta grandilocuente. Logras
identificarte con el joven muerto de hambre pero saciándose de fantasías, con El extranjero (A lo Camus) perdido en París,
con el perseguidor de escritores en el café, con alguien que quiere escribir no
por amor a su ego sino a la literatura y a los demás.
Tras una breve estancia, volverá
en febrero del 74 a la capital francesa y ya se quedará 2 años, el tiempo vital
escogido para autoficcionar. Conoce enseguida es a Javier Grandes y Raúl Escari,
se convierten en sus amigos y principales apoyos allí. O su amante Vicky.
Y esa relación tragicómica con esta
casera Duras, que se halla en el peor momento de su vida: fracasando en su
carrera literaria con sus últimas obras, “en
una situación política comprometida”, amenazando irse al extranjero a que
se la aprecie; hundida en una depresión creativa y personal. Aparece el
dibujante y escritor Copi, la delirante travesti Amapola, el mago Jodorowsky…Me
hizo gracia que lo citara entre tanto pensador importante, pero cuando se lo
pregunté en la conferencia de Bidebarrieta hace unos años no sólo negó
conocerle y toda relación con “ese
exotérico” sino que me miró como a un loco de alguna secta interesada en la
adivinación de las líneas de la mano, para echar luego una mirada a los
organizadores a ver a qué clase de
prensa o fans dejaban entrar. Me sentí incómodo: María Bengoa (la pareja
sentimental de Ramiro Pinilla que acababa de perderle y que ha acude conmigo
desde hace 7 años al taller literario que el Nacional de Narrativa fundó
altruistamente en Algorta, ¿mi amiga?) que introdujo al autor, lejos de
defenderme, aseveró: “¡qué ya te ha dicho
que no le conoce! ¡Déjale en paz!
Podemos dudar de la calidad
literaria de Jodorowsky: no hace sino servirse del realismo mágico latinoamericano y de su contacto con la última
vanguardia surrealista en París (el movimiento Pánico que fundó con el dibujante Topor, el dramaturgo Fernando
Arrabal y en su inicio con el mismo André Bretón, dice) para plantear novelas de
iniciación exotérica, de chamanes, auto sanación, reikis, homeopatías, sicodramas
y otras gaitas. Me parece genial si se quedará ahí la cosa, en unas bildungsroman excéntricas pero inofensivas
para quienes nos formamos por sendas más racionales, pero me apena que su
clientela la constituyan personas vulnerables (ancianas, viudas, muchachas
jóvenes…) siempre de la burguesía más adinerada, que acuden a estos cafés ex-existencialistas
a que les lea el tarot y la carta astral. Vila-Matas también describe a una
actriz búlgara y a su amante negro, a los cineastas underground (el yugoslavo Milosevic y el español Arrieta), al
futuro presidente Mitterrand, a algunos miembros del Oulipo como Perec o
Queneau, al deconstructivista Barthes y a otros asiduos del café. Lorca y
Cernuda parecían ser sus escritores preferidos en aquellos años, al menos eso
responde cuando le preguntan por sus gustos literarios, mordiéndose la lengua
para no decir Hemingway (alguien podría tomarse la molestia de contar las veces
que aparece en la obra, es hasta excesivo.)
Una autoficción quiere plantear un espacio de vida y lleva a cuestionar
el Yo que lo ha vivido. ¿Quién es Vila-Matas o bajo qué máscara actuaba-existía
en ese periodo? “La ironía es un rasgo
literario pero usted no es una novela.”, le recuerda una conferenciada. Vila-Matas
se pregunta por ejemplo: “¿Soy
conferencia o novela? Uno tiene derecho a verse diferente a cómo los demás le
ven o quieren que sea.” Quisiera este autor ser un enigma para todos (con
esta autoficción no lo consigue del
todo, por intelectualista que quiera parecer y que no irrumpamos en su plano
personal emocional; me he hecho una idea muy humana del autor, ¡me tratara como
me tratara en la presentación de este libro!) Pretende “adoptar una actitud diferente para cada persona y así dos personas
nunca me verán igual.” Pero sigue siendo “como los demás me ven y todos me ven igual.” Reflexiona mucho sobre
la vida, no solo la suya (ya que está aprendiendo de otras vidas, aunque sea la
de los muertos) y por tanto sobre la muerte. Modigliani se suicidó a los 19
años, en la rué Aroti, fue su gran despedida de la vida. Y la esposa del pintor
le siguió, tirándose por la ventana. Proust decía: “el pasado fugaz no se mueve de donde está.” También leerá en esta
buhardilla Como se hace una novela de
Unamuno, que no sólo juega con la construcción de literatura sino de yos y personajes. Atravesando en tren
los valles del Loira; lee los ensayos de Julián Gracq (nacido en esa región de
viñedos.) Hemingway incide en su vocación de escritor y le ha traído a París, pero
le ha hecho infeliz, pues París no se
acaba nunca pero no Es una fiesta,
igual que La vida exagerada de Martin
Romana no es ya La ciudad y los perros de V. Llosa.
“Encontramos un pequeño mundo y da igual donde se nazca.” El suyo le
parecía más pequeño de lo habitual por lo que lo ha ensanchado viniéndose a París,
entrando en el brillante círculo intelectual de Duras con intelectuales de mesa
de café y tertulia. Su mujer amigo allí será Raúl Escari, aunque al principio
cambiara de acera al verle, el más brillante del cenáculo de Duras según el
poeta Ullán. “Ahora vive en Montevideo,
cerca de su Buenos aires natal y me manda frases surgidas espontáneamente de su
inteligencia.” Vila-Matas quiere insistentemente ser un escritor de verdad.
Lee mucho a Perec y le epatan en extrañamiento los juegos del Oulipo. Especies de espacios sale en abril del
74, es el primer libro que compra en la estación de Austerlitz al llegar a París.
Y luego le verá presentando 74 melodías.
La alternativa era vivir en un sitio solo o en muchos... quiere ser como
Lautremoc y la caterva de poetas malditos. ¿Sedentario o viajero? Rechaza ser “un nacionalista rancio: está bien buscar las
raíces de uno, arrancar un espacio para hacerlo tuyo, apropiarte de él y
considerarlo tu propia casa, pertenecer al propio pueblo y no sentirse como en
casa en ninguna parte, pero mejor sentirse a la vez bien en todas partes. Ir
con los nietos, orgulloso de todos los
países. Ser extranjero conlleva perderse países en cada nuevo camino.”
Ironiza sobre la realidad: ¡ver la foto y luego la realidad! Por ejemplo cuando
evoca el asesinato del emperador Francisco de Austria el 28 de junio del 14 en
Sarajevo a las 12 y cuarto, (inicio anecdótico de la 1 G. M.) Le lleva a
cuestionar la realidad; ¿será verdad, como dice Baudrillard, que vivimos en el simulacro de la realidad? (Es la misma
idea de Platón; de vivir en un mundo aparente) o de Lyottard: “¿y sí la guerra del Golfo nunca ha existido y
sólo ha sido una ficción retrasmitida por la televisión?”, en esta cuestión
tan posmoderna de deconstruir el ontos. “¿Existe lo real? ¿Se puede ver algo de verdad?” Proust dirá que “con estos ojos fragmentarios y tristes no, se pueden medir las
distancias pero no el infinito.” Y sigue reflexionando V. Matas: “Y si se presentase lo real correríamos
ante ese horror. Cuando sientes estar ante lo real es cuando más quieres
alcanzar la realidad. ¡Qué suerte no haber visto nunca lo real, porque nunca
saciar la sed de realidad! Nadie testifica por el testigo dijo Celine y que vio
la eternidad el otro día, escribió
Celine, y tanto si lo hizo como si no; ¡todos mis respetos!”
Una escena recuerda al final de Blade Runner cuando inicia el replicante
entre estertores su despedida de la vida: “yo
que he visto el despacho donde mataron a Trotsky, y he visto la verdadera sangre de Trotsky…”
(Y las galaxias más allá de Andrómeda.) “Antes,
en el cine, en la película sobre su asesinato rodada en los escenarios reales
pues tras 30 años permanecía todo idéntico. Allí vivió la familia y luego
nadie. Se conservaba en buen estado la biblioteca, intacta, de cuando el
anarquista Mercader le disparó junto a ella. Cambió el curso de la historia.”
En el café Le Flore conversa con Roland Barthes, cliente desde hacía 30 años,
pero el camarero se entera de que era escritor por una entrevista en la
televisión y le pide un libro firmado, así que le regala El imperio de los signos. En el café Houston-Mahor; Ricardo Bofill
el arquitecto catalán le dice que “es
fácil triunfar en Barcelona, pero no en París como ha hecho él.” Aunque el autor no se considera triunfador, y
menos en el sentido económico del yuppie que ahora le damos, sino más bien como
uno de los trasuntos de Luís Landero o Félix de Azúa, antihéroes en sus autoficciones
(Retrato de un hombre inmaduro; y en
Azúa: Diario de un hombre humillado;
Historia de un idiota contada por el mismo que juega con el “idiota que cuenta esta historia llena de
ruido y furia” de Shakespeare, que también le sirve a Faulkner para su El ruido y la furia.) Vila-Matas se escapa sin pagar de los cafés.
Conoce a Amapola, travesti a lo Marilyn Monroe, que sale en el film underground de Adolfo Arrieta. Anota “lo que ve, lo que le llama la atención,
incluso lo más opaco, evidente, común, sin interés para otros.” “Pasea “sin rumbo preciso pero tampoco a la
inventiva o al azar, dejándose llevar.” Un vagabundeo racional. Perec le
dijo; “no puedes tomar un bus a la ligera.”
Visita el museo y el pueblo y la tumba del dadaísta Tristán Tzara y compra
libros en el mercadillo del muelle. Ni la catedral de Gaudí puede comparase con
París. Hay un chauvinismo importante
en esta obra; pero también su mofa. Compra una mesa con Javier Grandes y la traslada
a su buhardilla. Deja de ser un escritor sin escritorio. Y ahora no se imagina sin
mesa. Siempre hay una primera vez para todo.
Tiene que lidiar cada día
con Duras, exiliada por sus compatriotas, igual que él, por
español que fuera. Tiene sus diferencias con ella. “Ya no quiere nadie trabajar en Paris” le
dice, “solo escribir, y solo falta
que los catalanes ahora también queráis imitarlos.” El despacho, los
lápices el sacapuntas el escritorio y todo el instrumental le da ahora
otro aspecto, de escritor autentico. Lleva libretas azules y verdes, y todos
los enseres de Hemingway. Ahora escribe en la Olivetti de su
padre. Y en ese despacho que Hemingway daba por supuesto. El padre le
envía solo durante unos meses un giro postal con dinero hasta que reflexione y
vuelva a Barcelona a seguir sus estudios, así que apenas tiene para un menú y
un café en estos locales. Su manuscrito lo pasa de mano en mano a sus
amigos y quiere que siga una estructura ideal: Unidad, registro lingüístico… En los salones los jóvenes
copiaban modelos, pero él quiere, apoyándose en una tradición, crear algo
nuevo. Nabokov hasta en un mediocre poema como Pálido sueño podía demostrar su inteligencia. Diseña un
prólogo y algunos apuntes sobre su poética. Escribe los 50 folios de La Asesina Ilustrada, y piensa entregar
estas galeradas en Barcelona a Beatriz de Moura, su editora en Tusquets
(la fundadora, antes que pasara a su hija Esther Tusquets, de la que hemos
leído su autoficción Habíamos ganado la
guerra) y su amiga, pero tiene terror a esta publicación (quizá porque
el lector que lea el manuscrito supuestamente va a morir, o más bien por ser su
primera obra y debe demostrar ser un buen prosista.) En
esa conferencia, más ideada que real, les leería el cuento El gato bajo la lluvia de su maestro Hemingway. Le interesan las varias
interpretaciones a este cuento y las reacciones de los asistentes. “Los asistentes son recelosos a convertirse
en material literario.” También considera muy correctamente que “Hemingway era un maestro de la elipsis y
construía con alusiones y sobreentendidos, y su famosa teoría del iceberg: no
contarlo todo, insinuar y dejar lo importante sumergido para que el receptor lo
rellene. Puede parecer trivial pero
opera técnicamente.” (Es la técnica también de J Berger, del realismo sucio americano, de R. Carver y
de la literatura actual, sobre todo norteamericana.) En su relato; unos recién
casados amanecen de su viaje de novios tras la 2 Guerra Mundial en un hotel
donde se aburren, llueve, ven por la ventana un monumento a la guerra y ella a
un gato mientras él lee el periódico. Ella quiere al gato y se vuelve una
obsesión tenerle ronroneando entre sus piernas. Vila-Matas especula sí este
deseo del gato refleja la insatisfacción sexual de la joven (y un posible
aborto obligado o la imposibilidad de tener hijos por biología o por
circunstancias económicas.) O si habla del conflicto entre el fascismo italiano
y los americanos; del tedio pos coito; de los deseos homosexuales reprimidos
del esposo; del amor fiel o titubeante de la esposa; o más bien de su capricho
por el dueño del hotel (estas cosas últimas no sé dónde Vila-Matas puede
encontrarlas en el texto, parece estar vacilando al lector, y a sus espectadores
en la conferencia) y el cuento también nos recuerda que los hombres no podemos hacer dos cosas a la vez (leer y
escuchar a la esposa.) Claro que hay cierto machismo en Hemingway y lo reconoce
su más incondicional lector; ellas cocinan mientras ellos cazan, ellos se
envuelven en silencio ahogando la demanda femenina de relaciones afectivas o de
hablar. Una señora opina que sobra interpreta, ¡el cuento es así y punto!
Conoce Scott
Fitzgerald en un café a Hemingway. Han pasado 75 años de París es una fiesta, en el tiempo de la
obra. (Hay una película interesante sobre estos exiliados norteamericanos
entre París y Nueva York llamada El
editor de libros, que escenifica también la tortuosa vida de Thomas Wolfe y
del editor de todos estos.) Aquellos amigos-enemigos viajaron a Lyon para
recuperar el descapotable de Scott que estaba ansioso por triunfar y
publicar e hizo de enfermero del viejo borracho que se moría por un simple
resfriado. Un escritor principiante y ambicioso se encuentra con uno consagrado, pero
resulta la relación frustrante y autodestructiva como si el decadente Hemingway
le hubiera contagiado a Scott las desgracias (la ruina en la depresión de los años 30
con el fracaso económico del resto de su producción que no fuera El Gran Gatbsy; y los problemas
sicológicos de su cónyuge Zelda, que no son extraliterarios cuando tienes a una
esposa pegando gritos y entorpeciendo la creación y a la que no puedes pagar
una clínica privada.) Scott es acusado de frío e inhumano por Hemingway,
pues leía indolente el periódico mientras el otro agonizaba y tampoco le importaban
sus problemas de alcoholismo. Hemingway ejerce el papel femenino del Gato bajo la lluvia. Le pide a su
compañero constantemente tomarle la temperatura, llevarle a un hospital
americano en Francia, o que le vista y una serie de antojos como de embarazada.
Vila-Matas añade irónicamente: “Y un gato
ronroneando en mi falda.” Scott no ha aprendido nada de Hemingway, salvo “con quien no debe volver de viaje.” El
encuentro entre unos escritores de talento para aprender el uno del otro ha
fracasado. Y el autor se consuela en que “los
gatos no tienen estos recelos.” “En las grandes profundidades se muere porque de allí no se puede bajar.”
A Vilas-matas
le hubiera gustado vivir en el apartamento dadá en Nueva York de Marcel Duchamp, y
vivir las hazañas de Hemingway: dar partes de guerra y ser ese borrachín que
pensaba siempre como un animal. El padre corta finalmente el grifo del
dinero. Así que le escribe que ha llegado a la edad de la madurez y que cuando
publique vendrá el éxito y el reconocimiento, y le asegura que
entonces se enorgullecerá de él. Pero el padre le responde que él ha llegado a
esa edad en que se ve obligado a ver como su hijo se ha convertido en un
imbécil. Le da unos meses para terminar su obra. En la casa de Lucía Bosé
en Madrid (en ese contexto de La
movida madrileña) Michi Panero le presentó a Javier Romero,
protagonista de un film pop y underground
y a Arriaga, “un bohemio que la vive
como un carnaval.” Pero el autor cree que nunca será uno de esos estudiantes
antifranquistas de bar en bar, pues solo es un situacionista y ni siquiera radical. “Y está exiliado del franquismo y de los intelectuales que
conspiraban en aquellos cafés españoles. La conversación de estos giraba
exclusivamente en torno al antifranquismo” y Vila-Matas “odia la política con repugnancia y no
quiere hacer concisiones ni al pragmatismo ni al idealismo.” En un homenaje
a Alberti; su viuda María Teresa León le pregunta a este tímido situacionista sí ha visto a su esposo
por allí. Recuerda Vila-Matas a uno de sus poetas preferidos entonces;
Cernuda, quien “se sentía muy
republicano español sin ganas de vivir. Vivo como puedo vivir, alejando la nostalgia.” Nuestro
autor se siente el protagonista de sus años de aprendizaje, aunque tampoco sabe
qué hacer con su vida. Visita la casa que le regaló su segunda esposa a
Hemingway. Era un lujoso castillo, ahora destruido por el fuego, y cerca
estaba el bar donde Scott por los años 20 del siglo XX se encontró con este
primero amigo y luego “enemigo.” Bailaban las botellas hasta que acababan
en manos de Hemingway. “Este café es el
fantasma vivo de la memoria de los dos escritores.”
“Venimos a esta vida a aprender y no aprendemos nada.” Ha escrito
durante 30 años (nos da una pista de la indefinida juventud del protagonista) “para volver a sus orígenes”, en un
círculo cerrado e infernal, pues se ha alojado en una habitación 666, el número
de la bestia. Describe al primer personaje que mata en su obra. Parece una
maldición griega: el malditismo al
que está condenado allí en París, y que le persiga un hado tan funesto, pero se
venga con este libro asesino de sus lectores.
Tampoco aprende nada de Cartas a
un joven novelista de Rilke que este
escribió en 1903. Compró la edición alemana en una llanura norteña. Habla de la
pintora Madeleine que pintaba a las mujeres como eran. Cuando ella muere con
apenas 31 años; le escribe Rilke Réquiem
para una amiga. Pasea por el pueblo y la casa museo. De París va a
Barcelona y de ahí a Málaga. “Todo acaba
llegando y a veces cuando menos te lo esperas. ¿Cómo se han atrevido a ponerle
el número de la bestia a un avión? Dios y el diablo no son perfectos sino
torpes últimamente y llegan tarde a sus respectivos teatros.” Además se ha
sentado al lado del típico joven nervioso, constantemente moviéndose, como bajo
los efectos de la cocaína o del alcohol y se agita dentro del cinturón, y le
acaba contagiando su estado alterado de
conciencia. Fantasea con un desastre aéreo (como Marta Sanz) y con un
suicidio como el de su ídolo Hemingway. En este relato retrospectivo tiene la
sensación de estar en dos tiempos a la vez: en Barcelona a la par que en Paris,
y quizá en Nueva York. Le dice al joven “cuando
alcance mi edad querrás que te reconozcan el parecido físico con Hemingway”,
aunque al otro pueda sonarle a que trata de ligar con él.
“Cuando
la primavera llega a Paris, incluso si esta es falsa, hay que buscar el mejor lugar.” En el 74, no el día oficial,
sino un 9 de abril empezó para él la primavera pues cesaron las lluvias y
dejaron la ropa de invierno y llenaron todos los cafés. Todo invitaba a la
felicidad, contrastando con su desesperación juvenil y creativa. La ciudad de
París es fría y lluviosa, gris, pero nadie nos pide que contemos la vida en rose ni en desesperación
negra.Va al Boulevard Saint Germain con
Duras y Escari y ve a Barthes, Ph. Sollers y otros. “Se van a la China.” Barthes,
a la vuelta, publica su decepción con el paisaje, la comida y el
maoísmo. V. Matas, decepcionado con París y la vida en general, busca razones a
su desesperación: la voluptuosidad del amor, la fragilidad del cuerpo…Sergio
Pitol le cuenta que en su barrio había una librería Zékian abandonada, pero
donde imaginaban que acudían clientes secretos, iniciados en alguna especie de
logia. Borges vivía enfrente pero no se atrevía a entrar a ella (sería como
entrar en su Yo más interior, tan interiorizada vitalmente como el argentino
tenía la literatura.) En julio del 74, con su amigo Raúl Escari, en casa del
pintor Antonio Segui, conoce a Gilberta Lobo, una señora uruguaya de 80 años, “con una gran personalidad, muy interesante.
La gran pasión de su vida era España, aunque nunca la había pisado, tenía un
nombre parecido a una aristócrata de Proust y estaba orgullosa de permanecer
soltera.” Se invitan a comer. Para su madre Vila-Matas siempre fue “un niño gris” y ve en esta señora a la
madre protectora que siempre quiso tener, le considera con gran potencial
artístico creativo y la cuenta el argumento de La asesina ilustrada, con algunos adornos añadidos en indirecta a
su interlocutora: “Una antagonista vieja pero
muy atractiva conquistaba hombres a los que acaba haciendo el amor para en
medio del acto asesinarlos.” “¿Cree
que soy una mantis religiosa que me como al macho tras aparear con él, como una
novia caníbal?” Es un episodio gracioso de su aprendizaje sexual en París.
La señora le mete mano en el paquete pero el, más frio que un tempano, se
aparta. Y ella protesta: “no pareces
español sino un casquete polaco.” Por increíble que pareciera, aquella
señora tenia madre, iba a pie a Pisa y soportaba los entierros con sensibilidad
y belleza moral. Nunca en su vida se sintió Vila-Matas con tantas madres como
ese día. Hemingway en mayo del 18 paseó por Broadway, Manhattan y por la quinta
avenida fanfarreando con su traje de general. Le gustaban las enfermeras con el
pelo a lo garzón y a ellas él. Se enamoraba mucho de ellas y las convertía en
personajes de sus cuentos. En la guerra le llevaron al hospital de Milán de la
Cruz Roja y había 18 enfermeras para solo 4 pacientes. Se enamoró de la
enfermera jefa, americana de origen alemán, que le inspiró la heroína de Adiós a las armas y le llevó a ironizar
a Scott que “necesitaba una mujer nueva
para cada novela.”
Amapola, el travesti español con
aire de camionero, va con él a un café-billar, a jugar, mientras esperan a otro
amigo escritor, Martin. “No tienes edad
para jugar a esa máquina” le dice. Iban a “suicidarse por pasión” al bar y al entrar ven la máquina ocupada
por Javier Grandes. Vila-Matas sabe que conseguirá ser un escritor, aunque vaya
un poco retrasado. Parece en esta escena, como él mismo reconoce, que se ha
fumado un porro de marihuana muy importante. Hablan de Boris Vian, que compuso 500
canciones, 300 poesías, 50 obras de teatro, 8 óperas y otras piezas de música.
Entre sus obras más conocidas está ese Hombre
lobo en París que inspiraría a algunos grupos de La movida madrileña, o Que se
mueran los feos, La espuma de los días, Escupiré sobre vuestra tumba…. (Sus
títulos agresivos no decepcionan del contenido violento y sexual de estas
obras.) Usaba y abusaba de la trompeta,
nocturno de tabernas y bares de jazz. Tuvo dos matrimonios y no se sabe cuántos
hijos. Y aunque estudió ingeniería, “hizo
mil gamberradas, tragaba agujas de tocadiscos en los guateques de estos niños
ricos…” A Vila-matas le deprimía todo lo que había hecho ese hombre, ¡lo
que le había dado la vida para hacer! Nuestro autor se siente ya un escritor reconocido,
pero le falta lo esencial: haber acabado un libro. Le da miedo “solo recordar el miedo atroz a publicar. Me
falta una mujer bella e inteligente que me quisiera, no tengo nada. No
encontraré lectores porque con La asesina ilustrada pretendo asesinar a mis
lectores. Lo ideal sería encontrar una mujer que me ayudara a triunfar
literariamente, detrás del gran
hombre hay una gran mujer, dice el dicho”, pero ni siquiera él se considera
un gran hombre. Conoce también al exiliado del franquismo Alfonso, traficante
de hachís para subsistir en Paris, iba vestido como Hemingway en sus años de
juventud y se parecía a él de joven, cuando era teniente de la Cruz Roja. Solía
comprarle a este “la mercancía” para Vicky, que es esta chica “hippie” con la
que tiene relaciones en la ciudad del
amor y una experiencia con el LSD muy divertida, fantaseando ambos con
suicidarse. “Pero tiene (“el camello”) excesivas lecturas sobre la lucha de
clases. Y ese chándal de Hemingway solo lo lleva porque practica boxeo en sus
ratos libres”. Opina que “en la
narración siempre se producen sorpresas”, como cuando conoció a aquel
hombre hablando y asegurando que era Hemingway. “Hay que creer en la ficción cuando aparece con gracia y es exquisita.”
A este escritor trata de
sonsacarle aspectos de su poética y este
le cuenta que alabó el Ulises de Joyce
delante de M Duras, y que esta le gritó que nadie que pronunciara dos veces el
nombre de Joyce volvía a su casa. Hemingway tampoco lo tuvo fácil en sus
inicios: “tuvo que malvivir vendiendo
mierda. De niño tenía una madre invalida y un padre borracho manteniendo las
apariencias, las de ser pobres pero limpios, aunque intentó salir de la miseria
con su didactismo.” A su ídolo “le
gustaba mucho la nieve, los inviernos y llevar a sus hijos a clases de piano.
Se regía él mismo por su principio literario del iceberg: dejar lo más
importante para el final, en una especie de narración hermética como en el
relato de su tristeza, para que lo rellene el lector (explícito).” El
escritor que tanto recuerda a Hemingway ha quedado con Joan Miró en el gimnasio
donde estrena y Vila-Matas va a llevarle el hachís a su “rollo” Vicky. Vila-Matas
a veces asume en la obra un tono autocompasivo, que no llega a victimismo
porque se lo toma con auto-ironía. Afirma
no tener vida pública. (Privada tampoco parece, aparte de estas relaciones
intelectuales en cafés y escenas de cama.) Quiere cuidar la armonía y todos los
aspectos de su gran novela, que no acaba de terminar y le aterra publicar. El
dibujante Copi se había dejado algunos de sus dibujos en su buhardilla, pues
antes se la alquilaba Duras a él, y así él le presenta al grupo de intelectuales
argentinos. Duras está sola en este periodo, y siente que solo alimenta a los
demás. Va con Copi y otros amigos al brasero del barrio a darse un homenaje de
ostras. Por la Rué de Medici, caminan juntos paseando por la gravilla de los
caminos. Cruzando el jardín de Luxemburgo, al entrar en la rué Bonaparte, chocan
con el viejo Bouvier que les cuenta sus
primeros años bohemios, culpando a todo el barrio de su adverso destino.
Interpreta esa noche Copi su obra Loretta
Strong; trata de una rata enviada al espacio, pero al desaparecer por accidente
la tierra se ha quedado sola y monologa como una loca. Quiere romper las
fronteras entre el teatro y la vida, abolir “la cuarta pared” (que son las mismas fronteras que entre la autobiografía y la ficción que la autoficción rompe.) Quiere Vila-Matas también “escribir peligrosamente, desde una situación
límite, sin rebajar la alta tensión con la que ha empezado el drama.”
Un amigo confunde a Joan Miró con
Pablo Picasso. Se lamentan estos intelectuales entre copas de qué será de ellos
de mayores, si no terminarán todos por recluirse y esconderse cuando se hagan
viejos, o matarse sin afrontar con dignidad su vejez. Pero el viejo bohemio Bouvier
ha vivido el fin de sus días con mucha dignidad, ¡culpando a todo el barrio!
Mantiene un secreto acerca de inmueble que ha habitado y Vila-Matas fantasea
que ha vivido en su misma buhardilla y que él acabará convirtiéndose en algo
parecido a él. “Lo más importante nunca se cuenta, según la teoría del iceberg. Tras
vivir en París uno se ve incapaz de vivir en cualquier otro lugar, incluido París.”
Y así parece Vila-Matas amenazarnos con que no va a haber un final para esta
obra, que no nos va a dar ninguna conclusión, y que lo dejará en un final
abierto. La intelectual Gertrude Stein,
casera de muchos de estos artistas, les había gritado a todos esos
“desarrapados” bohemios que “eran una generación
pérdida, igual que quienes sirvieron en la guerra y total para nada.” Estaba
enfadada con uno en concreto. Pero Hemingway le pidió que no generalizará, que
solo era aquel tipo y porque estaba borracho. (De aquí viene el nombre al grupo
literario.) Si de verdad fuera escritor, Vila-Matas probaría como Rimbaud “a crear
todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. Intentaría
inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas…. Si de
verdad fuera escritor sería absolutamente moderno. Y con la aurora, armado de
una ardiente paciencia, entraría en las espléndidas ciudades. Si de verdad
fuera escritor… transcurrirían mis días de forma muy distinta. Si de verdad
fuera…”
Juan Benet le inspirará en
Barcelona una nueva novela, aplazando
las páginas finales de La ilustrada
asesina. “Amo el sol, el agua salada…”,
no llega a pasar a la segunda línea, igual que el autor de Volverás a región que “no
sabía cómo iba a seguir, pero intuía que empezaba otro año de obsesión.” El viejo y el mar a Hemingway le
devolvió su prestigio internacional, conmovió al lector corriente y probablemente
hizo que pensaran en él para el Nobel. Pero luego le pareció horrible que le dieran la
misma tontería que a Faulkner en quien veía “un charlatán con una notable empanada de aguardiente de centeno en el
cerebro.” El Nobel disparó aún más su éxito, se practicaban sermones
basados en su libro, su traductor italiano apenas avanzaba en la traducción del
libro a cuenta de las lágrimas. “El
hombre no está hecho para la derrota, aunque le destruyan.” dejó su maestro
escrito y también “que le molestaban los jóvenes bohemios del barrio, con vidas
sin sentido, que toman absenta a todas horas y fuman en pipas y timan a las
caseras y creen que eso les hace ser más artistas.” Esto deprime aún más a
nuestro autor que ve su vida sin proyecto ni sentido. Compara su buhardilla a
una losa donde se cae muerto, tardarían en encontrar su cadáver y fantasea con
su pudrición inadvertida. Se compra un pastel para animarse y casi se pelea con
Alfonso, ¡el boxeador! “Ningún hombre
sabe lo que es, nadie es nadie”, le anima su amiga Boutade.
“Ni Epiménides lo sabía.” No es un novio de esta chica, fue un
filósofo griego que pasó a la historia por su paradoja o contradicción cíclica:
«La frase que sigue es falsa. La frase
que la precede es verdadera.» Lee esa noche a Borges, sintiéndose “nadie” como respondiera Ulises al
ciclope Polifemo ante la pregunta de quién se escondía tras su Yo, y así salvar su vida. “El
Aleph refleja lo esquivo del mundo, poder volver a ver fotos de personas y
lugares que acaba de ver uno de verdad, incluso demuestra que se puede ver más.”
Borges dice que en el Ciudadano Kane hay
dos argumentos: un millonario acumula de todo, incluso personas, pero todas sus
colecciones son vanidad de vanidades
y la única que le merecía la pena era un trineo de nieve infantil.
También a Hemingway el Nobel le hizo
su vida más apasionante, le envidiaba media humanidad, pero él sentía nostalgia
de “esos días de ser pobre y feliz en París.”
Esta novela es una reflexión sobre el supuesto éxito y el relativo fracaso
vital, como las autoficciones de
Landero y Azúa. Ese triunfo del yuppie auto-self
man que nos promete el neoliberalismo
en cada anuncio publicitario, pero el “dream
factory” americano del Capital nos frustra por su platonismo y falsedad: no
es real. Los románticos sabían que, aunque para el exterior y para todos, sus
vidas se consideren fracasadas, no lo están mientras ellos hayan sido
consecuentes y sientan su victoria moral interior. Ante sus pequeñas derrotas y frustraciones vitales cotidianas;
V. Matas fantasea con “la idea de ser
otro, de mentir, de ser un falsificador, un impostor, como en los textos
apócrifos o simplemente como en la literatura que es una ficción, un engaño
persuasivo, simulación” (Vila-Matas es situacionistas
en Paris y usa estos conceptos posmodernos de “rol, simulación, simulacro” que luego desarrollan Baudrillard,
Derrida etc.) Y en esto del engaño piensa que era un maestro Borges (aunque la
profesora Isabel Muguruza se ha tomado el placer de comprobar que todos esos
autores con sus obras desconocidas por todos existieron en la realidad.)
Kubla Khan, el emperador mongol, soñó
un palacio y lo construyó según este; y Coleridge soñó tras tomar un hipnótico un
poema de 300 versos sin conocer esta historia, que al despertar inspirado
trascribió. Se siente orgulloso de un pasaje de su novela en el que su asesina ilustrada
quiere reencontrarse con su hermana Ariadna. A veces los personajes de sus
novelas se le rebelan; “Menciona que soy
lesbiana.” Se aburre mirando por la ventana a Saint Germain, “el centro del mundo está en el lugar donde
ha trabajado un gran artista y no en el templo de Delfos.” No se considera
un gran artista, no sabe estar consigo mismo a solas. Según Erasmo de Rotterdam
“quien conoce el arte de estar consigo
mismo se aburre.” No sabe la inteligencia escapar del tedio, pone la mente
en blanco. Le llega el spleen pues no
se conoce a sí mismo ni es un gran artista ni está en el centro del mundo por
tanto. El encuentro de un lápiz en su buhardilla le lleva a la pregunta de si habrá
pertenecido a los antiguos inquilinos (a la actriz búlgara, o sí se lo dejó su
vecino negro cuando se acostó con ella, o al travesti Amapola que pasó 5 meses
en su buhardilla, o era del cineasta Arrieta, o del dibujante Copi o del
escritor Javier Grandes, o sí Mitterrand se miraba en el mismo espejo en que
ahora él se mira jugando con su pistola, la que este se dejó. “La perdición del creyente es encontrar su
propia iglesia”, “Los hombres sin imaginación creen que los demás siguen sus
mismas vidas aburridas.”) Todos los pensamientos de Vila-Matas son propios,
pero invadidos de fantasmas, de otros autores que a modo de citas directas y textuales constantes le
apabullan la mente. Los personajes han de tener realidad para su escritor, así
que cuestiona la verosimilitud que
tienen los suyos: a su madre a la que presenta como su hermano en la ficción, o
a su protagonista que encontró dentro de un cuadro de Balthus, que vio en casa
de Vicky Vaporú, donde una enana descorría una cortina y la luz que entraba por
la ventana dejaba ver una mujer asesina.
¿Era la atmósfera a lo que se
refería Duras en su cuartilla con instrucciones cuando hablaba del enigmático
apartado escenarios? Empieza otra reflexión meta-poetica estructurando La asesina ilustrada. Los diálogos exigen la reproducción de
trivialidades y eso parecía difícil de compaginar con la buena literatura. Se
plantea sí comillas o guiones, que le
quitan espacio. En el café Bonaparte lee sobre esto. Todo dialogo le parece
reaccionario, vulgar. Pero su Hemingway era un maestro de lo dialógico y en el café todos estaban
dialogando “pero porque son vulgares y
votan a la derecha.” Así que quita los diálogos. A veces se queja de ser “tan cándido y de izquierdas.” Va al café
La Rotonde y recuerda cómo un antiguo
asiduo, el pintor Domergue se reía de un hombrecillo servil que nunca hablaba,
solo les miraba a los pintores y quería derrocar el gobierno de Rusia. Le
motejaban “nuestra criada.” No sabían que ese hombre era Lenin. Al final ya le
parece que la cuartilla con instrucciones de Duras es una nota de humor,
muestra más de su ironía. Reflexiona sobre la experiencia y la vida que tiene forma de paradoja, y como un peine
para un calvo; no sirve para nada. Hay que tener experiencia para saber por qué
no sirve la experiencia y que yo no la tengo.”
Escuchó a Hemingway hablar sobre
la teoría del iceberg en la pantalla de una exposición sobre La generación perdida americana: solo
una décima parte es lo que vemos del iceberg está escrito en un relato; el
resto late bajo el agua, construido con lo no dicho, con lo sobre entendido y la alusión. El viejo y el mar podría tener más de
mil páginas, pero él no buscaba eso. No refleja explícitamente su experiencia
en el mar ni su conocimiento técnico sobre el acoplamiento de los peces-espada
sino una estructura de obra abierta que
permita a un lector implícito
descubrir estas vivencias a través del rastro estético del escritor implícito. Compara Las
nieves del Kilimanjaro de Hemingway con Impresionas
de África, que no narra sus experiencias sentidas sino que usa una gélida
poética narrativa. Solo quería dar señal por un medio escrito de que había estado
en estos lugares, con una escritura fría y cerebral opuesta a la de su ídolo,
que debía vivir esas aventuras para describirlas. Se plantea sí las historias
pueden surgir solo de la prosa misma, que el propio lenguaje sea el que reclame
una trama, como las que crea el Oulipo (antes ha dudado en conocer o no su
taller.) Petra, una mala amiga, le dice que “ya es hora de que vuelva a Barcelona, porque aquí está perdido el
tiempo (a lo Proust), ella también,
pero al menos tiene novio.” Es el principio del fin de sus días en París.
El 29 de octubre del 65; el líder
de la oposición a Hasan II queda a comer con un periodista frente a Le Flore y
dos inspectores del contraespionaje en Francia se lo llevan sin apenas
explicaciones. A finales del 75 nuestro protagonista va también al drugstore frente al Le Flore, y se
envuelve detrás de un Marca que
decían leía de cabo a rabo. Se le acercan dos gorilas, contándole un cuento
parecido: le creen el terrorista sudamericano Carlos que ha atentado por la
zona. En el lavabo le cachean. Un amigo de Arrieta, un emulador de Warhol,
comentó: ¡qué bien va acompañado hoy!
Los polis se leen unas páginas de su La
Ilustrada asesina creyéndolo un
documento del terrorismo internacional. Le preguntan sí había leído a G. Simenon,
y otra serie de preguntas personales
impertinentes, asegurándole que no debería vivir “allí solo, como un asesino terrorista.” No sabe Vila-Matas sí se
trata de los mismos policías que fueron asesinados por ese terrorista Carlos
cuando trataban de detenerlo. Nuestro autor solo ha escrito una poesía y con
esta se despide de la poesía. Un breve contacto, a Hemingway no le interesó
mucho tampoco. André Gide decía que “no
debía contar su vida tal como la había vivido o vivir su vida tal como la
pensaba contar.” Y otros amigos le dicen que escriben por aburrimiento o
por no suicidarse y todo esto le deprime más. Parece tener ganas ya de regresar.
Se fija en una foto de Duras con
17 años en la Conchinchina, había nacido en Saigón, allí el bisabuelo materno de
V. Matas combatió junto a los franceses (los españoles eran considerados tropas
auxiliares.) Cuando niño su madre le enviaba a la Conchinchina cuando se
cansaba de él, cree que sería buen lugar para escribir. Se pone a pensar en
Duras: Cada vez que habla esta dama escenifica la situación; consigue que todos
le den la razón, incluso cuando no lo desea; se expresa con comicidad, envuelta
en un halo de humo, tose, y detiene las frases haciéndose la interesante, aumentando
la tensión y la intriga; juega con las gafas; se echa grandes carcajadas; posa
con su fular como una estrella de cine y siempre se sentía que no se sabía lo
suficiente estando con ella pues era una mujer de gran curiosidad intelectual,
defensora del libertinaje verbal y sexual; del feminismo y la mujer libre. “Sentada en el sillón de su casa se envolvía
en la misma fragilidad y desamparo del humo de su cigarrillo, pero por dentro
era tremendamente fuerte. Duras era
una actriz de la seducción y el pathos.” “La escritura llega como el viento, esta desnuda, pasa desapercibida
como la vida, no pasa nada excepto la vida.” El 12 de enero del 77 se
entera por Le Monde que acaba de morir Agatha Christie y que había escrito una
novela en la que el narrador era el asesino, con lo cual ya no era tan original
esta asesina suya, que no lo confiesa hasta la última línea. “Todo está inventado.” Este sentir tan
posmoderno de que “no hay nada nuevo bajo
el sol.” (Que excusa tanto copia-pega
de reiteraciones, descontextualizadas y fragmentarias.) Quizá digamos lo mismo que los antiguos, pero
con otras palabras. (Salvo los que mimetizan frases ajenas, sin profundizar en
ellas.) “Solo balbuceamos unos apuntes
aprendidos.” Va a sustituir el poster de Virginia Woolf, que le recuerda
que tiene una habitación propia en
Paris, por la de A. Christie.
Va a ver una obra de teatro lacaniana de unos argentinos amigos de
Escari, interpretada por Julita Grau, a quién Paloma Picasso (aún sin separarse
dos veces para irse con el pintor) ha engalanado con sus propias joyas. Vuelve
en limusina con Paloma y Julita. Se siente en ese momento sublime, y le parece
un mequetrefe Ricardo Bofill a su lado. Perec aseguraba “tener un pie en la Rive Droite, otro en la Gauche (divine).” Se
inventa que su próxima novela se llamará Al
sur de los párpados. No sabe por qué no se ha acostado con la actriz Julita
Grau, que se ha quedado una semana entera en su buhardilla. Sospecha que su
padre le ha contratado para traerle de
vuelta a Barcelona.
El año en que se mató Hemingway,
un hombre ya viejo y de hombros enflaquecidos, Gary Cooper había interpretado
en una película: “un hombre feliz es el
que por el día debido a su actividad y por la noche ante su cansancio no tiene
tiempo para pensar en esas cosas.” Le pidieron un libro para el presidente Kennedy,
pero el escritor no podía más, ni se enteró de que había llegado la primavera,
vivía en permanente estado de desesperación (como se ha descrito tantas veces
el autor en su autoficción), zozobró
su estoico aguante y buscó en la armería una pistola y unos cartuchos en el
armario. Su esposa avisó al médico. Le iban a ingresar, pero les dio un
anticipo de lo que finalmente en junio del 61 acabaría con su vida,
convirtiéndole en una leyenda de las letras. «Nada nuestro que estás en la nada, nada es tu nombre, tu reino nada, tú
serás nada en la nada como en la nada. “¡Y a la mierda!
Duras también se replegó en sí
misma, abandonando la escritura, dejó de ver a los amigos, rechazaba el saludo
de Javier Grandes y fingía ya no reconocer a nadie. Había vuelto al estado primitivo
de su infancia, solo recordaba sus años salvajes en Saigón, y así se lo decía a
todos. “Tras la muerte no queda nada,
solo los muertos que se sonríen, y apoyan entre ellos.” Se mata uno ¡y a la
mierda! 8 cuartillas del libro asesino y
la frase inicial las redacta al final, siguiendo a Pascal: “lo último que se encuentra escribiendo en una
obra debe figurar al principio.” La
Asesina ilustrada era un trasunto de sí mismo, de su criminal prosa y testimonio
del abandono de la poesía, e inicio y quizá final de la prosa. “Narra la muerte de un poeta cualquiera.”
“Chorros de vino salían de sus orejas y sus
piernas barrían el suelo como dos mástiles ciegos. Todo terminó al alba.”
Acaba así su novela. En el 76 tiene miedo de haber terminado la novela y tener
que publicarla. Entra a un restaurante malo al que no había ido nunca. “Ese intento de matar al lector significa el
nacimiento de un autor” (y además parece otra respuesta positiva por parte
de Vila-Matas, como la mía en La muerte
de Barthes, a su apocalíptica Muerte
del autor.) Cuando V. Matas está limpiando la pipa del Mitterrand (quizá
para emular de una vez definitiva a su ídolo e inmolarse) le cortan la luz. El
vecino negro le presta una vela (el que se tiraba a la actriz búlgara) y espera
al día siguiente para contárselo a Duras, pero teme que le diga: “¿esperas no pagarme durante 8 meses y tener “Luces
de bohemia” en tu buhardilla?” Pero ella le preguntó por su novela, le hizo
gracia que la hubiese acabado, como si le resultara inverosímil que las
creaciones tuvieran un final. Se rio con una risa maliciosa, infantil, burlona,
en el fondo amistosa. Cuando se quejó del corte de luz ella le rechazó: “no estoy para nadie, ni siquiera para mí
misma.” Estaban frente al monstruoso edificio de La Electricidad,
discutiendo la funcionaria técnica con Duras en un lenguaje burocrático.
Vila-Matas en estas páginas finales recuerda a algunos de sus amigos en París a
modo de despedida, y se queja de que lo que más le fastidia es tener que pagar
las deudas atrasadas del presidente Mitterrand y como mínimo de tres
generaciones distintas de inquilinos. Raymond Queneau le aconsejó a Duras “escriba, no haga otra cosa en la vida”
Esa es la razón que las ataba a Duras o a él a la silla y a la máquina. Y a París
no había ido más que a un aprendizaje literario, aunque se haya encontrado una
enseñanza vital, una bildungsroman,
una educación estética y sentimental. Esa noche encendió una bobilla para no
ver nada, en la ciudad de las luces.
“Salí de allí como se sale de una frase.”
Regresa a Barcelona, explicando que ha vuelto porque se ha enamorado de Julita
Grau y porque allí siempre llovía y hacía frio y había poca luz y mucha niebla.
“Y es tan gris…”; añadió su madre. Vila-Matas quiere cenar esa noche con
Echenique, Monterroso y Kafka, pero obviamente a este último lo esperan en
vano. «No inventamos nada, creemos
inventar cuando en realidad nos limitamos a balbucear la lección, los restos de
unos deberes escolares aprendidos y olvidados, la vida sin lágrimas, tal como
la lloramos. ¡Y a la mierda!»
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