lunes, 27 de mayo de 2019

EL CICERONIANO DE ERASMO DE ROTTERDAM


El ciceroniano de Erasmo de Rotterdam. 


Como coloquio pedagógico guarda una forma dialógica entre Buléforo y Nosópono (Hipólogo tiene un papel más secundario, de moderador, asintiendo a Buléforo, preocupado por Nosópono, y como su nombre indica “habla poco y bajito.”) En nuestra época lo podríamos considerar un texto expositivo- argumentativo: se expone el problema (la obsesión de Nosópono por la imitatio de los textos de Cicerón, haciendo una caricatura del ciceroniano: solo le lee a él, no le puede cambiar una coma, escribe comentarios más largos que las páginas de aquel, se abandona de comer o dormir, besa sus libros, censura todo lo que no suene a Marco Tulio…) y sus dos amigos inician la dialéctica con argumentos persuasivos para curarle de esta enfermedad patológica, primero afectivos (preocupados de su salud), luego intelectuales. Sigue el modelo de mayéutica socrática: Nosópono el ciceroniano encarna al sofista: escucha más que hablar, asiente (la antítesis es una impostura dialéctica, Erasmo va guiándonos inductivamente, pero sin conductismos, para que concluyamos en síntesis su misma tesis) y no solo es rebatido sino que acaba convencido al final por la episteme; Buléforo es Sócrates el filósofo y médico del alma con su phármakon del Logos tratando de curarle. Para sanarle: cuestiona su metodología (Inventio: recopilar expresiones, sentencias, tropos… Dispositio: emplearlas en su texto vengan o no a cuento-contexto. Elocutio: en discursos orales/ escritos repite estos pasajes aprendidos de memoria (retentiva y no comprensiva) sin permitirse improvisar….) Y se lo argumenta con los propios conceptos de Cicerón (el decoro, adecuarse al tema, al contexto, a la persona, al auditorio, a los efectos en el interlocutor…) Desmitifica a Cicerón de esa idolatría- divinización (haciéndole ver que no ha escrito sobre todo, se permitía sus licencias, hay otros…) y emprenden una frustrada búsqueda hacía ese “ciceroniano perfecto”.

Cicerón no sólo aporta teóricamente interesantes consejos de estilo (aunar la tekné del oficio con el ingenium del arte, el estilo ático con la ornamentación asianista, lo elegante y elocuente con lo sabio, la retórica con un contenido filosófico….) sino que lleva a su propia escritura (y oratoria- declamación) esa docta elegancia. (Al renacentista le preocupa mucho este engalanamiento cortés; en las letras y el arte, en la mesa, el vestir…: Maquiavelo lucía sus mejores trajes para leer a los clásicos). Pero el problema de todos los ismos es que desvirtúan la belleza original. El coloquio se desborda de intertextualidad y transducción literaria, haciéndole ver a su amigo que hay más autores, ¡una buena forma de repasar algunos autores clásicos y humanistas del Renacimiento! El protagonismo lo lleva Cicerón y se citan prácticamente todas sus obras, seguidores, imitadores, detractores, diferentes recepciones, versiones, traducciones, reescrituras, reinterpretaciones, posproducciones. Su sobrino Bruto es el primer detractor; más dado al discurso pragmático para conseguir el poder del foro que a la preocupación estilística de su tío. Cicerón afirmó que “lo mejor del arte es disimularlo” pero estos copistas preferían tres epístolas suyas a cien volúmenes distintos, quizá mejores; y más que disimularlo le sobre-nombran y sobre-interpretan.i Tampoco poseemos toda su obra ni todos los géneros se le daban igual, traducía mal del griego, fue el mejor orador pero no el padre del latín y su estilo poético era frio, también hay otros autores interesantes, hasta mejores. Demóstenes fue su modelo, pero no el único entre sus escogidas lecturas. Hay muchos cicerones: el teórico gramático, el filósofo, el epistolar… pero no tocó todos los temas, no fue dios ni escribió sobre todo “lo humano y lo divino.” “Sabio no es quien solo puede hablar de una sola materia, solo de Cicerón” (aunque la especialización positivista nos haya llevado a esta falacia y lo intente remediar lo interdisciplinar, “Clasificar no es comprender” decía Ortega.) Inventó neologismos, usó extranjerismos ¿y ahora nos culpamos por usar una palabra distinta a la que él pronunció? ¿Debemos imitar también sus litentiae y defectos?

No quiere quitarle a su ídolo sino invitarle a leer otros y a atreverse a crear en su propio estilo. Le desea el talento de su maestro, pero nunca podrá ser este ser irrepetible y “cada uno luchamos contra la divinidad a nuestra forma.” (Nótese el “contra.”) El principal problema que ve Erasmo es que hace una lectura literal (como ahora pretenden con la Biblia o el Corán) sin considerar el contexto del autor ni la época ni su propia interpretación como receptor de sus alegorías, símbolos, metáforas… (A veces no importa en La biblia sí es una manzana o una pera la que alegoriza en El génesis un logos humano: físico y hasta sexual, ¡una metáfora! Savater opina también que parte de la mayéutica socrática tenía un sentido irónico. Un filósofo marginal hasta la cicuta no podía creer en serio “¡gobernaremos los filósofos!”; pero Platón lo recogió tan al pie de la letra que trató de poner en praxis su distopía, el tirano de aquella isla se rió de él.) El lenguaje evoluciona diacrónicamente, con la lengua hablada y escrita. Se puede aplicar esa elegancia en el discurso claro y ordenado a ciertos textos, pero si quieres crear una comedia mejor acudimos a Terencio (yo recomendaría más a Plauto, y sí se quieren reír a Aristófanes). “El contexto del romano es relativamente valido para el suyo; muchas de sus expresiones serían más espontaneas de lo que su amigo imagina ahora; muchos formalismos habrán quedado desfasados, y esos calcos mecánicos deshumanizan al autor.” “Cicerón no se hace, se nace” Y sólo ha nacido uno. El problema del ciceroniano es que cree haber nacido él ya Cicerón, en vez de ser consciente de que cada texto que imita es una nueva construcción cultural, reflejando este esencialismo tan dañino para las existencias reales y que puede in-visibilizar a otros autores igual de interesantes. Cicerón refiere a hipotextos de su época y en la de Erasmo “habría defendido el cristianismo pero con otros argumentos.” Si el mejor orador es “el humano bueno, sabio en hablar” tendrá que corresponderse con el cristiano, pero trasladar lo ciceroniano a este contexto renacentista puede considerarse pagano o herético. Empleamos parecidos tropos y metáforas en un “inconsciente colectivo” (el chivo socrático, el inmolado Jesús, traduciéndolo la divinidad pagana a lo católica…) pero esta descontextualización va contra el decorum que él mismo defendió, la adecuación aristotélica. Uno puede expresarse ciceroniano en la forma y cristiano en el fondo, pero al imitador le falta sentido común y el corazón, enamorado por lo que predica y odiando lo que vitupera (la implicación emocional, la fe, que Erasmo critica en una iglesia hipócrita de su época.) Tenemos en común con este autor la aspiración por la belleza, pero también hemos progresado en conocimientos. Su estilo ornamentado se apreciaba más en el mundo judicial romano que en las predicaciones de estilo servus cristianas. No funcionaría pragmáticamente en un tribunal moderno (Quintiliano decía que la ficción declamatoria de los alumnos debía ejercitarse en causas actuales) o en un acto de fe ni lo entiende el populus (tampoco entonces o ahora.) Roma eran ruinas ya. Podrá exclusivamente servirle para escribir cartas a unos pocos eruditos que admirarán el estilo aunque no sepan que imita a Cicerón.

Le invita Buléforo a buscar un autor que siga idéntico a Cicerón y así complacerle de no ser el único en su absurdo empeño de Sísifo de arrastrar palabras muertas día tras otro. Pero a Nosópono no le interesan los contemporáneos de Cicerón, aún menos los inferiores. Repasan juntos autores latinos, cristianos, extranjeros… hasta llegar a sus contemporáneos humanistas. Ahorro la lista: 1º son solo ejemplos (les elogia pero por aspectos distintos a los de Cicerón.); 2º mi interlocutor, especialista en esto, ya los conocerá; 3º` aparecen en las notas finales de mi edición; 4º el propio Erasmo aseguró que no quería “pasar revista en un recorrido exhaustivo de autores como si fuera mayor la carga que el saco” y solo se lamenta de haber citado demasiados (aún hay quien le escribe: “¿Y a mí por qué no me has citado?”) No mencionan a los escolásticos tomistas porque Buléforo asegura que no se preocupan de esta elegancia (¡una ironía tan de Erasmo!) Van buscando juntos al ciceroniano perfecto, a quien se merezca tal honor, pero al final Nosópono rechaza a todos estos autores

Ni siquiera él se considera ciceroniano avergonzado de culpas por no lograr mimetizar su estilo con el otro. Sin embargo, admira a todos estos hombres precisamente por aspectos que no comparten con Cicerón. Erasmo se auto caricaturiza en esta lista como un simple polígrafo, “embarrador de folios, ni corrige sus palabras sencillas” A algunos ya solo su juventud les impide escribir en el estilo del viejo Cicerón. O sí tocan temas distintos (antes ha afirmado el cancerbero fiel de Cicerón que su maestro puede aplicarse a cualquier saber.) “Luis Vives quizá con el tiempo si perfecciona su estilo podría entrar en la secta (factio o chorus) ciceroniana” (a Vives le encantó esta ironía, le felicitó por ella a Erasmo.) Van a tener que ir a las Islas Afortunadas a buscar al ciceroniano puro, es decir; a Cicerón, solo hubo uno. Le aconseja no se atormente más por no ser ciceronista si realmente nadie ha logrado serlo. “¡Pero Longeil…! ¡Ese sí!” Buefaro le patenta las diferencias de estilo, y le derriba el mito. Además el lector no es solo seducido por la forma harmoniosa: le interesa el fondo, independientemente del tono conversacional. Notamos mucho la voz de Erasmo en su crítica a la iglesia de su tiempo cuando afirma: “Es más censurable un cristiano solo de nombre tratando temas profanos con falsa fe que defender la doctrina con ejemplos paganos.” (La reforma protestante defendía tesis como que la la sola fe junto al arrepentimiento del pecado “salva”, que no debía hacerse una lectura literal de la biblia sino analizar sus metáforas y alegorías en su contexto y reactualizarlas al nuestro. Cada fiel, en esa idea del sacerdocio universal, hace de pastor de su propia alma y la interprete libremente.)

Erasmo defiende la imitación compuesta “es emular sin servilismo, igualar el estilo y no calcarlo, sin renegar del genio natural ni traicionar lo que de fondo queremos expresar por seguir esta forma tópica.” Prefiere ser cisne o pavo que simio (similar, símil) aunque sean estos monos nuestros más semejantes; o cantar como la alondra y no como los cuervos, cuya voz más se nos parece. Seguir el ejemplo de Cicerón es leer varios autores, compararlos, escoger los estilos más selectos y disimular el arte, que no parezca ciceroniano. Las abejas liban de varias flores (interdisciplinar, intertextual, intercultural, transducción), huyen de las toxicas (Cicerón le está enfermando) y del alimento que no le compete en su contexto biológico. (Insiste en el contexto.) Para imitar el arte hay que comprenderlo antes, interiorizarlo. El imitador habla de lo que conoce de manos terceras, no lo ha vivido ni sentido (Un texto para qué suene creíble o verosímil no tiene por qué relatar lo real, pero su autor sí ha de haberlo sentido vivo y real al escribirlo) y quizá hasta en el fondo desprecia al imitado. “Dulce es el cambio en todo”, decía Eurípides. “Seria tediosa una literatura toda de cicerones, en estilo y dicción”, “No podemos ser otros distintos de los que somos y hay que buscar la propia voz.” Buléforo le confiesa que también se obsesionó él con Horacio, pero “el alma brilla en cada escritura e imitarla al pie de la letra es como disfrazarla con una máscara.” Somos humanos de costumbres y animales miméticos que imitamos desde niños, pero cada uno emula de distinta forma y no a una sola persona. “La imitación debe ayudar a la vida, potenciar el don natural sin anularlo, fijarse en el mayor número de autores sobresalientes y aprender de todos, pasar por el corazón y traducirse en una creación propia, como en el parto de Palas Atenea.” También apela a lo emocional, es su amigo y le ve enfermando: “Te estás dejando el tiempo, la salud… ¡la vida! en un empeño vano e improductivo que te está matando.” Nosópono significa algo así como “enfermo de tanto Cicerón” y está a punto de convertirse en Hisopono (“enfermo de tanto asentir a lo que dice Buléforo.”), haciendo el juego con el nombre del otro, Hipólogo. Buléforo admira de Cicerón su escritura, incluso a él como persona (“¡en nuestra época sería un buen cristiano!”, no sé sí es ironía), pero a su edad le conviene más a Nosópono aprender retórica, deleitarse de poesía y hacer de su maestro parte e incuso pilar de sus estudios, pero seguir más modelos, y quitarse el flotador de autoridades para nadar más libre. Le recomienda también sacar lo mejor de cada autor para no depreciar ninguno. Parece que al fin se le pasa la fiebre. 2135 palabras, 3 pág.


INFORMACION COMPLEMENTARIA
Recepción a este coloquio: Poliziano, Valla, Pico della Mirándola siguen la imitación compuesta, ecléctica, en la que la elocuencia deja respirar al ingenium, la sapiencia y el decorum, frente a la imitación simple, mecanicista, literal, donde además la elegancia retorica no es propia sino robada. Una imitatio apta donde la verba guarde decorum con la rex, y por tanto se pueda aplicar ad vitam, in actus. Mas a Erasmo le llueven críticas por este texto, su enemigo Lutero a la cabeza. Barazizza era un maestro y no quería crear poetas sino latinistas, así que le crítica. Le acusa Polet y Escaleigero de tenerle celos a Cicerón. Pero a mí me ha convencido desde la primera línea con el retrato patológico del amigo.

La inventio en Erasmo. En la peroración, al final del libro, denotamos cómo Erasmo prioriza la rex sobre la verba: se decanta por la realidad, la natura, el tema y su fondo ingenioso antes que por un estilo formal de eloquentia y ars. Cicerón y Horacio compartían que la base de la elocuencia es la sabiduría, detrás de unas palabras bellas debe haber un contenido filosófico-ético que nos ayude in actum, ad vitam. Un orador culto y un filósofo con estilo. Si tenemos las ideas; las palabras manarán solas en la dispositio y elocutio. Para Erasmo la parte más importante en la creación es por tanto la inventio: la inventiva, ingenium, creatividad (¡qué de metáforas: genio, duende, hada, inspiración, chispa, talento, ángel, don de la natura, musa Eikasia...!) y que son en realidad tomarse el lúdico trabajo de pensar el contenido antes de expresarlo y un ejercicio técnico Tekné de estudiar bibliografías, una investigación empírica en lo fenomenológico si se trata de texto científico o madurar la propia experiencia real o sentida sí escribes una obra de ficción, buscando a posteriori recursos retóricos del ars para ornamentarlo. Pone el ejemplo de un coloquio fallido: un clérigo que, deleitándose en sus palabras según iba predicando, se le olvidó sobre qué moralizaba y los fieles se durmieron. Educaba deleitando, deleitándose solo él. Erasmo denota que sus fallos habían sido la falta de contenido (docere: hablar del vacío y no de la realidad, rex, ontos), no tener fe en lo que predicaba ni interesarle el tema (no amare), no poder trasladar a su contexto aquello que repetía memorísticamente de un pagano latino, no tener en cuenta el tempus ni la persona, ni movere los affectus del auditorio. Se quedó en un simple juego de verborrea retórica, de mera eloquentia al vacío.

La ESCOLÁSTICA CRISTIANA manipuló el saber clásico: Se desfragmentó (academias especialistas: empiezan los ismos. Los tomistas llevaban una labor hoy se diría positivista, formalista-estructuralista de coleccionismo acumulativo de modismos y estilos formales de habla, elaborando listados categóricos, etimologías inventadas para cuadrarlas con sus mitos paganos convertidos, misceláneas desordenadas divagando entelequias de lo divino y lo humano, mezclando vidas de santos ¡con unicornios en el apartado zoológico!…) Obviamente se cristianizó (tergiversaciones, falacias, errores de traducción, distorsiones, redundancias alegóricas… aunque su labor fuera copista, imitativa, mimética, re-productiva y no creativa no traducen fiel el texto sino según sus intereses.) Y se normativizó (prefectos taxativos, summas…) En cuanto a lo formal; se convirtió en una jerga especialista para iniciados en la secta, jeroglífica para el común, tautológica, árida, enrevesada en conceptos epistemológicos, latinismos…
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LOS HUMANISTAS RENACENTISTAS tratan tímidamente de secularizar la lectura de estas obras clásicas, analizando el texto, contexto y paratexto. Siguen el concepto de imitatio (apoyarse en una tradición) y mimesis (la verosímil de toda diegesis, aunque sea de tema fantástico) pero la imitatio simple se entendía por la copia explicita, la inclusión de párrafos enteros descontextualizados de un autor en un comentario. Erasmo y otros humanistas apuestan por una imitatio compuesta, en relación inter-textual, donde puedan dar su propia doxa. Su retórica sencilla es entendible; su metodología es dialéctica inductiva (de lo particular, observable empíricamente en la fenomenología natural, a una tesis general; en contraste a cómo van deduciendo por vía racionalista categórica los teóricos cristianos de lo máximo, de una metafísica noumenica, a cómo debía censurarse lo minúsculo.) Son las temáticas más escatológicas (en la obra de ficción o en el objeto de estudio del crítico.) Escépticos a una única lectura de “Verdad Universal monista, eterna, inmutable, justa, bella, buena, verdadera etc.”(Divina); los humanistas empiezan a estudiar en diacronía la poli-significación relativa a una evolución histórica de creación-intermediación- recepción-posproducción y a la propia evolución del lenguaje y el pensamiento, analizando el contexto espaciotemporal, y al final los sentidos personales de autor e interlocutor.

Horacio se ríe de “los vanos y serviles esfuerzos de los monos de imitación y sus rebaños” incapaces de crear por ellos mismos, ejerciendo la memoria retentiva del loro, pero no la memoria comprensiva del padre- maestro-autoridad al hijo.” Petrarca repite esto de imitar al padre y no como los monos entre sí. Erasmo se queja de la “repetición identitas”, reiteración tan servil que no permite florecer el ingenium propio, con esa cortedad ciega del adulador. Poliziano le invitaba a Paolo Cortesi a “imitar su alma y no solo su dicción y a nadar sin corchos, valerte por ti mismo.” La cita es necesaria para apoyarnos en pensamientos más profundos que el nuestro, y un agradecimiento; pero se convierte en pedantería cuando se cita innecesariamente. Erasmo se plantea por qué la citación obligada y ciega a una serie de autoridades clásicas en sus studia humanitis (venía de esta escolástica clásica y sobre todo medieval.) Homero, Virgilio, Divus Plato -según Ficcino-… Mentar al magister Aristóteles era un recurso formal y criterio de la crítica equivalente a decir “palabra de dios”. Autores renacentistas y barrocos se quejaron no sólo de que Platón y Aristóteles fueran “los niños mimados y consentidos” de la filosofía sino que los hubieran tergiversado y normativizado usándoles como medios o instrumentos y no tratándoles como principios y fines en sí mismo. (Ósea personas.) Se popularizaron en el medievo diccionarios que contenían sentencias, máximas, aforismos, frases hechas clásicas que a muchos escolásticos les libraban de leer las obras. No haber visto el libro en su vida (quizá ni traducido del griego o perdido) no les impedía hacer comentario de ellos, moralizando, incluyendo de cuando en cuando alguno de estos latinismos y hablando de todo salvo del libro a comentar. (Seguimos citando autores que no hemos leído en su totalidad o de los que conocemos un par de citas. Era más grave sí pretendían estudiar globalmente una de sus obras concretas.) Los humanistas trataron de humanizar estas autoridades, ponerles rostro, empatizar con su contexto. Petrarca dijo “quiero pedirle permiso al maestro antes de citarle, no atribuirme su pensamiento, no usarlo. Imitarle como se imita comprensivamente a una madre y no como el loro o los monos entre sí. No he seguido explícitamente algunos modelos no por despreciarlos sino porque buscaba mi propia voz. Prefiero emplear mis propios palabras.” Frente a los cristo-escolásticos, les tratan con otro respeto.

REFLEXION: 

La mimesis de Aristóteles se refería más a la imitación en verosimilitud del ontos (hacerlo pasar por real y creíble en la ficción, aunque sea algo fantástico, para que el lector siga en ese pacto de ficción sin un extrañamiento excesivo y no abandone la lectura.) Y la imitatio tenía más el sentido de inspirarse en una tradición: leer el libro e interpretarlo, deconstruirlo, revisarlo para una posproducción (un comentario crítico o una nueva obra.) La repetición de temas y significados en literatura es inevitable (los temas son finitos, se resumen en que amamos, nos peleamos y nos morimos, y a pesar de los múltiples significados sociales e individuales que podamos dar a estos temas a través de la historia tampoco divergimos tanto en nuestra forma de pensar y sobre todo de sentir (a esto creo que se refería Jung con el Inconsciente colectivo cuyo riesgo es volverse otro esencialismo más). Los libros repiten temas, fondos e incluso sentidos, pero difiere la forma en que nos vuelven a contar esta historia. Esta repetición de lo que alguien contó ya de otro modo es inevitable: aunque no hayamos abierto un libro en la vida y nos creamos creando desde la nada, la tradición de la TV o de las vecinas del portal vendrá a traicionarnos este creernos demiurgos originales. Lo cual no significa que “todo esté escrito” y “nada nuevo haya bajo el sol”, creencias tan arraigadas en el nihilista posmoderno que le excusan o bien de no crear él o bien de hacer copia-pega de otros o lleva a esta mezcla de pastiches, parodias, reescrituras, hipertextos, versiones… que caracteriza la literatura actual. El mito de objetividad (científica) es tan utópico como el de subjetividad (original): como sí entre todas nuestras máscaras de personares, roles performativos, caretas sociales, apariencias en este teatro vital… supiéramos quienes somos realmente, seguros de lo unitario y compacto de nuestra sique (formada por un colosal inconsciente biológico y simbólico determinado por nacimiento; un considerable subconsciente aprendido emocionalmente y socialmente; y una parte mínima de consciente racional reprimiendo-sublimando el resto.) O como sí pudiéramos imitar la realidad en todas sus aristas, cuando ni la ciencia puede conocer la realidad en su conjunto, al no poder parar su movimiento, ni aislar la partícula atómica más minúscula del infinito galáxico envolviéndola.

Sí que Erasmo defiende un poco ser original o más bien la novedad (poder leer otros autores, poder hablar de otros temas, poder dar tu visión del texto…), preparado un terreno más tolerante con el que iniciar la Modernidad, pero el mérito de la originalidad se lo llevan los románticos. Y ha seguido este mito por las vanguardias hasta pervertirse en el yo-ismo actual, bien distinto del individualismo, con el paradigma en “la escritora” Belén Esteban escribiendo desde lo más sincero y autentico de “su corazón posmoderno” En nuestra época a esto del ciceron-ianismo lo llamaríamos plagio. Parece ya Erasmo en su época estar “hasta los mismos de los -ismos”, y aunque sufrió el tomismo, se libró de conocer las ramificaciones de grupos, corrientes y movimientos artísticos y la especialización de las disciplinas; cada una con una palabrota diferente para referirse a los mismos conceptos (preferimos aún el coleccionismo de vocablos y cada disciplina científica, desde el positivismo, reclama tener su jerga propia), lo cual desfragmenta, encajona en parcelitas-estancos, separa y no une las “verdades” para que podamos encontrar ¡el gran arché logos de la episteme!, una verdad al menos personal, (es utópico, claro.)

Puede parecernos que ya estamos curados de ciceronianos, pero la imitatio de “el copia-pega” está de plena actualidad en nuestra enferma posmodernidad recolectando frases fragmentarias, desvirtuadas de su contexto y reiteradas reiterativamente en las ¡¿¡Redes!?! “Sociales”, a golpe de ratón. Basta entrar a Facebook para ver cómo hemos reducido el budismo a la foto- MEME de un iluminado bajo un árbol con un slogan en el que no nos interesa profundizar. Más que “reencantamiento o re-mitificación del mundo” parece la repetición en eterno retorno de los mismos errores. ¡Y no aprendemos!, con tanto logos, o tantos textos lógicos y coherentes (que suena menos pedante) que ya nos advertían de esta gente sin creatividad resguardada servilmente en su papá-maestro, en una hetero-normativa, sin atreverse al sapere audem y a la auto-nomía. La diferencia es que la actual no es una imitación simple sino compuesta, o descompuesta, una perversión del deconstructivismo: mezclando heterogéneamente, corrientes, pensadores, iluminados, lemas políticos, citas feministas, frases residuales….ruido y furia, atestándonos de sobre-basura, spam, desinformación en esta era de la comunicación digital hiper-textual,, interactiva, simultanea, interrelacionada, interconectada…en la que sin embargo estamos más solos que nunca, en nuestros pisos individuales de náufragos, y más desconectados del Otro y de la realidad que nunca, flotando en los mundos de ficción tecno-platónicos del ordenador; apariencias virtuales que creemos esenciales. U. Eco comparaba nuestra tecnocracia con la época teocrática: por todos aquellos copistas amanuenses (ahora ciber-copistas) y miniaturistas, mimetizando, imitando… y por ser ambos “El mundo feliz” de una sociedad de la imagen donde se atemoriza al pueblo; antes con ilustraciones del infierno, y ahora con la Galaxia Televisión y El Gran Hermano de Orwell-Mercedes Milá. “¿Quién lo dice? ¿Por qué razón? ¿A quién? ¿Con qué efecto? ¿Dónde? ¿Cuándo…?” Estos humanistas empezaron a hacerse estas preguntas y aún se estudian en la Teoría de la información, pero a un bloggero chamán de sicomagia de New Age le importa responderse a esto tanto como a un ciceroniano.

Notas 

1 Empleo “sobre-interpretación” pues no podemos calificarlo de “mal-interpretación” como si hubiera lecturas buenas y otras malas. Ya estamos Más allá del bien y el mal católico gracias a Nietzsche: esos conceptos éticos cristianos tergiversan la ética hedonista y estoica, trasmutando los valores: el bien del placer torna pecado y el mal del dolor se vuelve “resignación con tu cruz” y hasta una virtud en el sufrido mártir. (Epicuro habla del placer individual-social-intelectual) Sabemos también, desde Hannan Arendt, que La banalidad del mal no tiene rostro concreto: no hay un Leviatán (con cara de lobo para el hombre, demonio o de Cromwell monstruo marino con muchos ojos observándonos cruel) que es esa imagen con la que Hobbes nos atemoriza con eso de llevar el pecado original o natural en el cuerpo. Pero seguimos buscando chivos expiatorios. Los funcionarios nazis “solo obedecían ordenes de papeleos para exterminar judíos” por parte de las estructuras burocráticas del Sistema Capital-Estado. Sin haber leído en el intelectualismo moral socrático “obramos mal por desconocer el bien” hay catedráticos de moralismo “malos”; es decir: que adolecen de faltas de ética, pero creen hacer buena lectura de Sócrates.

2 Sustituyo “Hombres” por “Humanos”, ya que ni quiero que mis textos sean androcéntricos (escribir Antrophos “hijo del hombre” seguiría siendo igual de machista, no incluye a Lilith) ni escribir “ser humano” en sustitución porque no creo en el “Ser” sino en el “Existir”, igual que me niego a escribir “San” cada vez que me tenga que referir a Agustín de Hipona. La palabra "persona" me sugiere cierto personalismo comercial y quizá me tendría que haber decantado por la de "individuo", aunque hay muchos humanos que no llegan a esta categoria cualitativa. 

De Rotterdam, Erasmo. Ciceronianus, (sobre el mejor estilo.) Basilea 1528. Edición de Manuel Mañas Núñez. Akal/ clásicos latinos medievales y renacentistas. 2009 Madrid.

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