LAS COÉFORAS de Esquilo.
Orestes,
Pilades, coro de esclavas, Electra La nodriza de Orestes, Clitemnestra, Egisto,
un esclavo. En el palacio de los
Atridas, con tres puertas (el gineceo, y en el proscenio la tumba de Agamenón
con la sangre aún caliente.
Orestes
se encuentra a su hermana Electra en una profesión de Coéforas (de ahí
el título, nombre que deriva en femenino del coro-foro) que son plañideras contratadas
para llorar en el cortejo fúnebre de Agamenón (asesinado de Clitemnestra, su
esposa, y madre de ambos y por Egisto, el amante, aunque en Esquilo la mayor
responsabilidad en el crimen recae sobre ella.) La voz coral se expresa sobre
esta ritualizaciones del entierro (libaciones, intérpretes de sueños, vestidos
de lino de luto) La función de este coro de siervas es mostrar dolor, quizá
censurar a los asesinos. El hecho de que esté implicada su propia madre causa
el primer dilema moral en la obra, en sus hijos. Se refieren a su madre como
extranjera, aunque perteneciente al oikos (propiedad del marido junto a la
servidumbre e hijos) y al gineceo doméstico, es extraña afectivamente a estos
hijos que no comprenden que haya asesinado a su padre y puede referir también a
su condición de meteca o extranjera, hermana de Helena, Cástor y Pólux
(Polideceus), de hija de Leda y Tindaréo, reyes en otra región. Pide a los
dioses un vengador de su padre y sienten a Egisto un usurpador en su familia y
hacienda, yaciendo con esta madre a la que ven como extraña. Se produce el primer encuentro,
ese reconocimiento entre dos personajes tan común en la tragedia griega (aunque
no llega al dramático autoconocimiento presente en Edipo y otras obras), al
reencontrarse los dos hermanos que llevan mucho tiempo separados. Se ejecuta un
plan en cada uno. Electra quiere matar a su madre, es un plan de destrucción.
Se trata de engañar al oponente y conseguir salvarse los protagonistas; algo
que Esquilo refleja pero no Eurípides que castiga a los asesinos por honor que
estén defendiendo en su venganza. Igual que un mechón de pelo de su
padre les sirve para especular en torno a esta tragedia familiar; ellos también
se reconocen hermanos por el parecido en su pelo; compartiendo dolor, deseo de
venganza y de restitución del honor. A Orestes le ha vaticinado el oráculo
de Loxias (en nombre de Apolo o Pitio al que estas pitonisas estaban dedicadas
como vestales, envueltas ellas mismas en pieles de serpiente o serpientes
vivas, entre almizcles e inciensos, siendo Casandra, la profetisa del oráculo
de Delfos, por enamorada de Agamenón la que más ha transcendido) que debe “dar
muerte por muerte” al asesino de su padre. Le obligan a ello los dioses (a
través del oráculo), la tradición, el dolor o “duelo” y el estado de indigencia
económica (y de orfandad en el prestigio social de la polis) en que esta
tragedia ha dejado a los dos hermanos desheredados. Además se trata de un
asunto de justicia, ético. Ya no se
trata de un honor individual (el de Electra y Orestes) sino familiar y social,
ciudadano o político en cuanto Agamenón encabezó las filas aqueas, caudillo de
los arquos, contra los troyanos con “su cetro de rey.” No hubiera deseado que cayera su padre en la batalla, pero
quizá habría sido muerte más digna que fenecer en manos de su esposa y el
amante de esta, con la concubina Casandra con la que se había presentado. También gritan homicidio y Orestiada
las Erinis o erinias, las diosas y furias de la venganza. “Los restos del reino Atrida son la humillante privación de este palacio.”
Juzgan de cruel que le haya asesinado su esposa, cuando nunca le dio “llanto ni
lamento.” (Solo la tuvo abandonada unos cuantos años de guerra y se presentó en
casa con una amante pitonisa y solo quiso sacrificar a su otra hija, Ifgenia.)
Electra también se queja de los “malos tratos” a los que les sometió su madre
mientras el padre estaba en la guerra yo era alejada, humillada, por nada
tenida. Recluida en mi habitación como perra perniciosa, las lágrimas más
prontas que la risa brotaban de mis ojos, vertiendo ocultamente infinitos
llantos y gemidos. Invocan a Ares, el dios de la guerra pues guerra quieren y
justicia claman, en una cólera parecida a la de Aquiles, que puede considerarse
una hybris de transgresión si no se tuviera en cuenta de que tienen a los
dioses (Ares, las furias y erinias) a su favor, y lo hacen en nombre del honor
ciudadano, la virtud familiar y el amor paterno. Invocan a Perséfone, no en
cuanto diosa de la primavera (hija de Deméter, especie de diosa maternal
natural) sino por raptada en el Hades y por ello señora de los pronto a morir.
Incluso invocan a su padre recién fallecido. Los velos refieren al tipo de
muerte por estrangulamiento en una manta envenenada por serpiente que recibió
su padre (que la profetisa Casandra ya había vaticinado.) Y se encadena con la metáfora a
los trapos de lino con que se cubren a modo de luto. El coro y los hermanos la
comparan a una serpiente y que manaba por sus pechos sangre en vez de leche.
Orestes tendrá que metamorfosearse en la misma serpiente para neutralizar ese
veneno con el que le ha amamantado desde niño y así vengar al padre.
El plan es
disfrazarse de extranjero de Daulia hasta las puertas de su casa, con Pílades
(un huésped amigo familiar) imitando ambos el dialecto focense (de la Fócide)
del Parnaso (deben referirse a la región y no a este espacio en el Olimpo.) Irá
armado “de ágil bronce”, matándole a espada. Pide discreción a su hermana. Hay
una digresión por parte del coro en que reflexionan cómo el deseo más primario
puede inmiscuirse en la virtud matrimonial y destrozar una familia, como ha
sido el caso (ambos padres con sus sendos amantes.) Comparan a su madre con la
sanguinaria Escila que sacrificó a un ser querido y por los collares de oro
cretense (por un pragmatismo) mató al noble Niso traicioneramente mientras
dormía. Es el mayor crimen de Lemnos. Se refieren a la Moira, la diosa del Ado,
del destino, una de las gorgonas que creían los griegos tejían y cortaban los
hilos de sus vidas. Piden Orestes y su siervo o amigo
Pílades que salga una autoridad en el oikos, pero Clitemnestra no se considera
tal al estar su género desvalorizado. “No
parece tratarse de paños calientes, un lecho de descanso en la fatiga y la
presencia de ojos leales. Así que es un asunto de hombres, de más reflexión.”
Orestes hace ver a su madre que su hijo Orestes ha muerto en la guerra. Y ella
se lamenta de perder no ya una persona querida sino la descendencia masculina
del oikos de Atreo y nombre familiar. Y aunque la noticia sea trágica, ordena a
sus esclavos que acomoden a los dos extranjeros. Ya no es momento de Persuasión
sino de Lid, de vengar el homicidio guiados por Hermes (ese alado dios
“mensajero” que comunica a vivos y muertos, a dioses y mortales.) Ciclia, la
nodriza de Orestes, sale de la casa llorando por la muerte de quién cuidó desde
niño. Me llama la atención que ni la madre ni la niñera reconozcan a Orestes,
un ser tan cercano con el que han convivido, en el extranjero. El coro pide la
ayuda de Zeus, padre supremo de los dioses y mortales, que la libertad florezca
entre las tinieblas, que se juzgue heroica su venganza, que les ayude en
justicia el hijo de Maya (uno de los velos del mundo, pero en este caso apelan
a la justicia esencial y no a sus manifestaciones aparentes, como diría Platón)
Este coro parece animarle e instigarle al crimen: solo importa la victoria, el
triunfo, y si ella te suplica ¡hijo! tú la respondes invocando ¡Padre! Egisto
no se cree la fatal noticia de la muerte de su hijastro y sospecha de los
extranjeros y de que no sea todo “esos
rumores medrosos de mujeres que saltan por los aires y mueren sin realizarse.”
Un esclavo anuncia la muerte de su señor Egisto que se ha reunido con Orestes
para comprobar la fidelidad de su palabra.
Clitmenestra comprende las
palabras de su esclavo; “los muertos matan a los vivos” y que se trata de una
venganza, en la que se ha de defenderse aunque se trate de su propio hijo. La
madre llora a su amante, sin que esto despierte compasión en su hijo, que la
consuela con que ella al seguir su suerte no le traicionará ni en la muerte. Y
ella, obviamente, apela a su condición de madre y a tantos años amantándole (de
sangre, según Electra.) y le recrimina también haberle amado en vez de a su
padre. Le sigue el patetismo emocional de una madre, que amenaza maldecirle,
que se excusa en la Moira o en lo sola que se sentía sin su padre en la guerra
(por lo que hubo de tomar otro páter familis en el oikos), que le recuerda que
le crio y quiere envejecer con él, que le dio un hogar hospitalario…pero según
Orestes le dio luz para mandarle a las tinieblas. Con su muerte (se sugiere que
la obliga a su madre a matarse así misma) llega la justicia a las Priámidas
(los descendientes de Príamo.) Y así se ha cumplido la profecía de Pitón (de
Apolo) y consumado la venganza. Parece un fin moral “libre de males” y un happy
end en lo económico “en la disipación de
la riqueza en manos de la pareja denigrante”, aunando la cólera con la
astucia (el ardid de disfrazarse de extranjeros.) Se alude a la purificación,
coincidiendo con este final de clímax catártico que para algunos críticos tenía
un sentido purificador en los receptores, ya que veían unos ejemplos morales
puros que podían seguir en sus propias vidas, y lejos de una hybris o
transgresión más parece una justicia poética, familiar, social, política,
contando con el favor de las alturas. Llegan gente de Argos, compañeros en el
combate con Agamenón, a testificar este castigo al adulterio y al asesinato al
esposo, de acuerdo a la ley. Y vuelve a referirse a la condición serpentina de
esa madre que asesinó por esos medios de envenenamiento de sierpe y
estrangulamiento de manto a su esposo y padre de sus hijos. Y vuelve a enlazar estas metáforas con el
sudario del muerto, los lazos (ardides, la trampa) que le tendió en forma de
manta, el peplo femenino, el luto… Pide que avisen a Menelao (el tío) cuando
vuelva de Troya de toda esta tragedia (la muerte de su hermano Agamenón y la
Orestiada final en venganza, asesinando a su cuñada.) Se ve la muerte de estas
dos serpientes una liberación en todo el reino del Argos. El coro de plañideras
las delira de Gorgonas envueltas en serpientes. Y finalmente se concluye con
que toda esta tragedia familiar no deja de cumplir la profecía de Tiestes.
¿Hasta dónde llegará el furor del Ate?
No hay comentarios:
Publicar un comentario