domingo, 10 de marzo de 2019

LO HORACIANO EN LA NADA



“Lo Horaciano” en la Nada de Laforet
En El ars poetica; Horacio dirá que ante todo el discurso ha de tener una intención ética, que debe pronunciarlo el hombre más justo, el Vir bonum dicendi peritus (el hombre honrado experto en hablar) de Catón a Quintiliano pasando por Séneca y Cicerón, entendida esa bondad al modo platónico de abstracción, y en el sentido latino de un bonum pragmático económica, social, políticamente. Nada de Laforet es una obra de dialéctica ética, narrada por una primera persona cándida, angelical (Andrea) ahogada en “la parrilla del otro”, en un caserón horrendo en la calle Aribau lleno de seres demoniacos, sombríos tal que sus muebles entelarañados, corrompidos en la decadencia física y moral franquista, con una psicología retorcida en la que todos tratarán de herir lo más posible a sus otros familiares, llamas en las que Andrea terminará por quemarse. Ni podrá escapar cuando salga a las opresivas calles de la Barcelona más provinciana (que había idealizado) en la época más dura de posguerra, topando con la placa del infierno de Dante: “¡Oh!, ¡Quienes entréis abandonar toda esperanza!”. La noche que llega a la casa familiar, mientras se da una ducha con agua helada (han cortado la calefacción por no poder afrontar su cuota esta familia arruinada)) no puede siquiera intuir este averno terreno en que se achicharrará. 

Nada retrata, la melancolía de la adolescencia donde la vida cae en todo su peso; un mundo perverso que se quería comer pero que la devora; la queja de una mujer a la que se le ha connotado una condición inferior (de clase, género…); la orfandad y vacío tras la guerra; una radiografía fotográfica (en blanco y negro) del hambre, las cartillas de racionamiento de un régimen sin razonamiento, el mundo del estraperlo, la sordidez, los apagones de luz, el peso de la religión, el cinismo y sarcasmo falangista. La crítica al régimen aparece en toda la obra, algo disimulada pero evidente incluso para el lector de entonces. A pesar de tener solo 15 años y encontrarse en Canarias al empezar la contienda se la puede considerar a esta narradora del 50 una “niña de la guerra”: este trauma lo refleja en toda su obra. Además cuando la obra se escribe y cuando la protagoniza Andrea está empezando la Segunda Guerra Mundial. La lucha interior en Andrea (o de Gloria) recuerda a la de las heroínas cotidianas de V. Woolf (que oía retumbar cañonazos y aviones bombardeando su cabeza, según afirmó) y Simone (en el fragor de La Comuna y luego del Mayo), por citar solo algunos monólogos interiores en pugna, con voz femenina. A Horacio le tocaron unos tiempos de relativa pax romana. Aunque el estilo sea realista (con una prosa más cuidada que la normal y que trata de ser convencional y no “dar la nota” al régimen), la temática torna mágica, fantástica y esa sensación de irrealidad disimula la sólida denuncia. En el tono existencialista del diario se escucha un grito romántico de protesta ahogado en ese estilo costumbrista naturalista. De la guerra no se habla, alguna referencia y nunca explicita, debido claro a la censura (disfrazada eufemísticamente en “Servicio de Lectura”) y a que Laforet nunca ha escrito panfletario proselitista de un signo u otro, ni siquiera católico cuando sufre “el brote cristiano-frénico”, y es más subjetiva que realista-socialista, aunque simpatice con la izquierda exiliada. Sí aparece la fractura denotada en sus consecuencias de pobreza y connotada en el recuerdo idealizado y nostálgico de una Barcelona de infancia con los abuelitos. Angustias resume este contexto para que nos demos por enterados: «La ciudad es un infierno. Y en toda España no hay ciudad que se parezca más a un infierno que Barcelona» 

Es una novela trasparente, original, fresca, narrada en primera voz, con un lenguaje sencillo y convencional en decoro horaciano con la situación social de sus actores. Se trata de una familia burguesa que un día fue feliz, pero a la que la guerra ha dejado en la miseria. Laforet se desenvuelve con maestría entre el desparpajo de la joven reflexionando en su diario y la extraña situación. El titulo juega con el nihilismo (el estoica Séneca cortándose las venas ante la caída del imperio y el relativismo moral que Horacio y Laforet también denuncian) y el existencialismo (el epicúreo vivir la existencia) que son los significados filosóficos de la obra (pero la alegría de Andrea al llegar, al irse y en sus momentos de nocturnos ensueños nos resperanza.) En este relato de la costumbre no parece ocurrir Nada, pero sucede de todo. “¡Cuántos días sin importancia! Los días sin importancia me pesaban como una cuadrada piedra gris en el cerebro. De todo, sobre todo en lo referente a remover emociones y des-automatizar el código de pensamiento del lector, cumpliendo esa característica que los críticos formalistas veían por ejemplo en las obras surrealistas: el extrañamiento. Conseguido con la originalidad, una característica en el estilo de Laforet, que Horacio nunca negó aunque se haga luego una lectura tan cerrada de él.  La obra nos des-aliena y des-enajena de nuestra vida diaria, nos saca de nuestros problemas hacía una nueva enajenación (la de toda lectura.) La embriaguez de abandonar un tiempo espacio físico para trasportarnos a un universo imaginario, contagiándonos de las vicisitudes de Andrea. La fantasmal radiografía de este inmueble en la calle Aribau y sus raros habitantes parece real y consistente en nuestro cerebro por esa verosimilitud que piden Aristóteles-Horacio y el pacto de ficción entre lo narrado y su receptor, quien suspende momentáneamente juicio e incredulidad y se cree la ficción, por sobrenatural que a veces parezca. Bajo el aparente relato de hechos pretendidamente existentes, lo fantástico (igual que lo mitológico en el mundo grecolatino, incluso en algo tan objetivo como la ciencia. Esta obra testimonial tampoco es imparcial) irrumpe integrándose al surrealismo cotidiano de tan tremendista franquismo en una prosa sencilla pero que llama la atención sobre su res y verba. 

El discurso formal es de suave íntimo lirismo. Y sus temas impactan duramente: violencia por género, la diferencia mental del tío en su dictadura en el hogar, el misticismo irracional fanático de Angustias, venganzas, suicidios…Nada relata una cotidianidad de la realidad en la que supuestamente no trascurre nada más que la “bonita” posguerra. La crítica al franquismo y al papel que dejan a la mujer se sutiliza y aparecen veladas bajo la forma de una historia romántica aconsejable para una mujer afiliada a la Sección Femenina (ya que Andrea se mantiene virgen, rechaza a los pretendientes) o una historia de fantasmas gótica comercial, y gracias también a la evidente autocensura de sus páginas para pasar por el “Servicio (censor) de lecturas.”, burlarla y reírse amargamente así de todo un régimen. Nada es una obra falsamente mimética sin llegar a esa imitación de lo natural y a la tradición que recomendaban Aristóteles y Horacio, pues su lenguaje es totalmente sencillo, naturalista y realista (obedeciendo a cómo debía o se esperaba que escribiera un escritor femenino: clara, frívola, dulce, sencilla, sensible, poco reflexiva) que además quisiera imitar el realismo que según cierta crítica “hidráulica” e historicista (Menéndez Pidal, M. Pelayo y cya conservadora) era la condición inseparable de la literatura española (lo cual no es cierto, y Cervantes mismo lo demuestra.)  

En esta diegesis impura; la apariencia de mimesis se la otorga su lenguaje realista, sencillo, y una descripción naturalista fiel a la realidad diaria, todo diario pretende referenciar más menos denotativamente; pero todo narrador, este más, distancia al lector de la historia contada.  Prevalece el telling y las partes de showing son escenas donde se incrustan diálogos en estilo indirecto libre, y directo, casi siempre regidos y mediatizados por la connotación de este narrador que valora, condena, idealiza o distorsiona incluso acciones y diálogos. No logra desprenderse del clásico verbum dicendi, por intención vanguardista de mostrar que tenga; no puede este narrador dejar que lleguemos a conclusiones nosotros sobre su familia sin haberla descrito antes como (lo que son): ¡unos monstruos! Y no con el bonus del monstruo poeta en Horacio. una mimesis, porque esta poiesis de diegesis, ficción asombrosa de realismo mágico, describe la fractura abierta en medio del día a día y allí se inserta lo fantástico, Gaite las llamaba “brechas en la costumbre”. De ahí el juego constante que se trae el estilo  realista y lenguaje sencillo (que aconsejaba más Horacio que Cicerón) con su temática naturalista e imitativa ontológicamente, pero llena de sustratos románticos: la descripción fantasmal de espacios y actuantes; la hipersensibilidad y sentimentalidad sensorial, incluso neurasténica, de su narrador; el tema amoroso; la soledad, nostalgia, angustia y otros sentimientos existencialistas también; o el suicidio (revindicado por Kinkegaard, el padre de esta corriente nihilista; “el mayor acto de libertad humana: quitarnos lo que quizá nadie nos ha dado”) Y es que su principal influencia es romántica: Cumbres borrascosas (traducida por la propia Gaite); la novela de amor, las góticas, de terror, el realismo mágico tan en boga en la época, la generación de sureños americanos (Faulkner, Carson Mc Cullers, Flanery Cónnors;  los dramas de las supuestamente familias felices americanas del drama de Tennense Williams, quien nos vuelve a traer de nuevo a su versión española: Lorca y sus ambientes rurales; La casa de Bernarda alba: la dictadora del régimen, la tía beata angustiada (se llaman igual, Angustias), o las pueblerinas que Delibes deja que ellas mismas se ridiculicen (Cinco horas con Mario.) Y El guardián entre el centeno: otro adolescente contando su vida en rebelde primera persona y un Salinger tan misterioso y huidizo como ella. Podría llenar este ensayo de referencias y relaciones intertextuales pero la idea con la que nos quedarnos es: una narrativa tremendista en prosa lírica, de estilo naturalista, con base filosófica existencialista/ nihilista; crítica social disfrazada de “diario femenino” de aire romántico, que pasó la censura y a la historia.      

Emplea para denunciarles un narrador intimista e hipersubjetivo, en primera persona sentimental; heterodiegetico (le cuentan historias los personajes, insertas en un relato marco; intradiegetico (coinciden en esta autoficción autor, narrador y personaje testigo-protagonista incluido en la narración actorial, en unas acciones que presentan una causalidad directa, perfecta, aristotélica: toda consecuencia la provoca una causa y humanas (también podrían causarlo fenómenos naturales o noúmenos “divinos”.) Establece relaciones temáticas y semióticas de analogía, ejemplo, comparación y contraste. Las acciones acontecen concatenadas para avanzar la trama, aumentando en número e intensidad hasta su clímax final catártico con las huidas de Gloria, Ena y Andrea (los personajes más libres) del patriarcado y el suicidio de Román, justicia poética castigando al mal y premiando el bien platónico-horaciano. Esa catarsis que tanto gustaba ver a Aristóteles en Edipo al tomar autoconciencia y en otras tragedias donde el héroe ofendía con su hybris las alturas. De que la heroína Andrea comete una constante transgresión contra el horrible régimen, la limitación por género, la estrecha religión…no hay duda. Es un relator cámara, una innovación o al menos un recurso narrativo al que puso nombre la escuela crítica y corriente literaria francesa nouveau romans. Influyen a Laforet y por eso se estudia la obra como un neoromance al estilo de M. Duras o Buenos días, tristeza de F. Sagan (siendo además el diario de verano de otra adolescente), y que también inspira a R.S. Ferlosio en su Jarama, con esa relación con el cine francés a partir de los 60 (Truffault o E. Romher) por ejemplo, y el cinematográfico neorrealismo italiano en este Ferlosio con madre italiana. Narra lo que ve, oye y vive tal como grabaría una cámara de Buñuel el retrato esperpéntico de esta familia castellana. Es una narración del yo, por más que Laforet negara constantemente la parte autobiográfica ya que su familia la dejó de hablar, jamás le perdonó este retrato familiar, de la abuelita, de su “casa de locos” (como definía Voltaire a la Iglesia con tanto santo padre), del franquismo rancio…solo su hermano asistió a su boda con Manuel Cerezales, quien además no le autorizó a escribir nada referente a este matrimonio tan feliz cara a la galería y lleno de hijos. 

Enfoca el malestar social franquista a través de lo personal y existencial, encarnado en el proceso de maduración interior y el viaje autoconsciente por su tiempo. En la búsqueda de su propia identidad, la protagonista adopta una posición de observadora de la vida. A esa extranjera nadie la conoce bien. Nos intriga su resistencia a ser clasificada. Ni siquiera el espejo la refleja miméticamente, igual que los esperpénticos espejos del callejón Del Gato distorsionaba a V. Inclán. Su hermetismo, su ausencia total de coquetería, esa marginalidad, concebirse de forma tan etérea así misma, despierta la curiosidad de sus compañeros de estudios por ella: la ven distinta, infrecuente, la chica rara (de nuevo Gaite y el capítulo Laforet, la chica rara de posguerra dentro de su ensayo Desde la ventana analizando esta figura. Va a aparecer mucho Carmiña en mi análisis, le hubiera gustado a la otra Carmen.) Y esa rareza es lo que atrae al lector del personaje. Es solitaria, taciturna; pero lo más vivo en ese inmueble de fantasmas, secretos y sombras. Romántica, sedienta de un amor no concebible en ese contexto gris mediocre, pero no una adolescente de folletín rosa y carpeta escolar con ripios. Testigo de una serie de conflictos ajenos, se limita a sentirse desdichada, muchas veces autocompasiva en su rol de víctima: « Me parece que de nada vale correr si siempre ha de irse por el mismo camino, cerrado, de nuestra personalidad. Unos seres nacen para vivir, otros para trabajar, otros para mirar la vida. Es imposible salirse, libertarme. Tenía un pequeño y ruin papel de espectadora.” Pero no tan pasivo le diría yo a Laforet; no asiste Andrea solo como un espectador solitario, sino como un ser histórico de Heidegger (su filosofo preferido), testimoniando, preocupado en buscar una existencia auténtica, enraizada en la tradición y en el devenir de la humanidad. Ya desde el título se insinúan conceptos estáticos (vacío, quietud, calma, oquedad…) pero concretiza esa nada en un espacio con elementos fuertes, bruscos, contrastantes, buscando siempre un algo que de sentido existencial: su lugar en el mundo. Hay mucha acción, pasan muchas cosas, el mismo estilo invita al dinamismo y se muestra rebeldía contra el sistema impuesto. Toda la novela es un viaje psicofísico: el éxodo rural de una niña de provincias (y sí añadimos “que se vino a vivir a un Chagall” tenemos ya libro de Blanca Andreu para pedir en la biblioteca), que constantemente vagabundea, pasea por cascos antiguos y vuelve a desplazarse a Madrid. Los límites le esperan al final de su viaje pero ella los cruza con su hybris como un trágico héroe grecolatino o romántico frente al abismo nebuloso de sí mismo en un cuadro de Caspar David Friedrich. 

La subjetividad de la voz es profunda e intencionadamente femenina y adolescente: idioma de sangre, dolor yr y parto que empieza con la misma sustancia física cuando se es mujer. Toda la retórica horaciana es una oda y tratado sobre la creación. H. Cixous ha señalado la función esencialmente femenina de la maternidad y la identifica con la escritura. Reconoce este idioma o lenguaje de su cuerpo femenino, preparado para la maternidad, representada en la metáfora de su cuerpo “cargado de semillas”. En su subconsciente, tiene sacralizada la idea de la familia y de ser madre. Y la impulsa a reconocerse un soñado vínculo con su futuro hijo, que desarrollaría alguna actividad reflejo del compromiso consigo misma y relacionada con la literatura. Pero su familia cuestiona su capacidad para ser madre pues la reprochan que “no sabe cuidar ni de sí misma.” Así que dedica todos sus mimos a su hijo literario: este diario. ¿Por qué la novela la muestra escribiendo? No solo porque Laforet se está retratando y con ella sus preocupaciones creativas: todo héroe aventurero desde Ulises reclama contar su odisea. Pero no hay un interlocutor soñado de Gaite a quien confiarle su drama (salvo nosotros, sus lectores.) 

Podemos intentar ir cotejando ambos libros a la vez, buscando las conexiones y relaciones (y también desencuentros) entre este tratado del arte retorico (La epistola a los Pisones) y la novela de Laforet. Empezando por señalar que Laforet emplea también esa metáfora que me encanta del poeta: un monstruo marginal al que evitar, al que tomar por loco, imago destinado a cualquiera que escriba algo que no documente factualmente.  Imagen descalificativa para quien se eleve y atreva a soñar. Esta fama de chalado del poeta se multiplica cuando “el intelectual” osa sacar a los esclavos de su platónica caverna de culpable ignorancia.
A Spinoza la inquisición le condenará “maldito entre los malditos” (quizá se referían a qué seria lectura entre los enfantes terribles simbolistas franceses.) Y a otros la psiquiatría nos etiquetará de esquizo-afectivos y demás absurdos para legitimar el enriquecimiento de la macroindustria farmacéutica de antipsicóticos. (Platón consideraba la filosofía un farmacum del alma, droga beneficiosa o tan nociva que te mata.)  Al personaje de Román, Laforet le retrata cual monstruo de Frankenstein al que es muy difícil encontrarle el corazón humano, helado lo tiene. Hace un retrato introspectivo de su sique y differance emocional de rasgos mefistofélicos.

Empieza Horacio el tratado retorico pidiendo que se acepten los neologismos, pues la lengua evoluciona en su dinámica diacrónica; unos términos mueren, otros nacen, como nosotros, y “una dicción formada nuevamente será bien admitida. Ennio y Catón enriquecieron el idioma de Roma con la fuente griega”. (Después analizaré esa fuente a la que se refiere la bella y fluida imagen.) Laforet no emplea muchos, sí arcaísmos en los seres de mayor edad; y muestra los ruralismos y regionalismos propios de esta familia emigrada en el éxodo rural hacía la Barcelona urbana industrializándose en busca de trabajo (mas el abuelo fallecido, pues ninguno de ellos parece capaz de sostenerse siquiera así mismo.) Habla esta rara familia según su clase burguesa venida a menos y consideración social, su ideología política franquista a la fuerza (algunos tan convencidos como Angustias con su falsa y doble moral teológica.) Ningún lenguaje especializado o técnico. Y los coloquialismos de su grupo bohemio de amigos intelectuales universitarios, en tono distendido y fraternal, quizá emotivo retrato generacional del 50, reunidos en bares a la salida de la facultad a luchar intelectualmente contra Franco, filosofar y también a beber grandes jarras de cerveza (A la Matute le apodaban “la cosaca” por su afición al vodka que nunca ocultó.) Aquellos provincianos (la Salamanca de Gaite, la Zamora de G. Calvo o la Vitoria de Aldecoa) se reunían en el Madrid de posguerra en unos cenáculos a los que se sumó el grupo del 68 y autores de la democracia, llegada ya la transición y gozada La Movida. (A la intelectual del café Manuela me refiero, no a la del guateque con la petarda de Alaska.) Hay que incluirla en estas generaciones de autores entre el 36 y el 50: las interminables, pero maravillosas descripciones de Juan Benet no solo en Volverás a Región, Martin Santos (es el mismo Tiempo de silencio) Alfonso Sastre, B. Vallejo en Historias de una escalera (aprovecho para denunciar que alguno de los dos se ha robado al otro la escalera), Umbral (y sus trilogías de Madrid y la guerra civil erigiéndose en Guía de la posmodernidad y escribiendo Cartas a una chica progre con el permiso de María España a la que dedica su Carta a mi mujer y que consentía a aquellas estudiantes entrevistar al genio para sus TFM s), G. Hortelano, F. Santos, C. Barral, los poetas sociales como Blas de Otero, J. Hierro, F. Grande, G. Fuertes, los Goytisolo, Valente y Á. González, C. Bonald, Gamoneda y C. Rodríguez;, el novísimo De Biedma… No hay que estudiarla solo junto a la Josefina Aldecoa de Mujeres de negro, sino reconocerla el mismo pedestal que a los narradores más machos. Aunque su crítica social no sea tan valiente como la de Ignacio Aldecoa (líder generacional cuya prematura muerte sume a todo el grupo en melancolía: a su viuda, pero también a C. M. Gaite en su homenaje Esperando el porvenir.) Todos se conocieron en Salamanca. El vividor alcohólico en esas tertulias contrastaría entre los universitarios trasladados luego a Madrid por estos años de oscurantismo.

Y por supuesto, hay que relacionarla con estas prosistas en voz femenina de posguerra (tema en mi tesis fin de posgrado): la primera etapa de A.M. Matute y de C. M. Gaite (con su crítica velada al franquismo y al papel que dejan a la mujer, no con la de corte fantástico y metaliterario en democracia). Podríamos comparar esta visión de la mujer provinciana de posguerra con Ritmo lento, Retahílas o Entre visillos de la gran Gaite y con Los Abel, Fiesta al Noroeste, Pequeño Teatro, Los hijos muertos, Primera Memoria, Los soldados lloran de noche o Historias de la Artámila de la genial Matute. Ambas fueron más que esas entrañables abuelitas contándonos cuentos a los niños fantasiosos, que conocemos por su época mediática: critican muy duro su época (más dura aún), reflejan su visión de género (Gaite dedica muchos ensayos al feminismo.)  Carmiña (entre amigos) la dedica varios artículos (La chica rara de posguerra) y habla de Andrea en Nubosidad Variable. La consideraban ya no solo maestra: pionera entre las narradoras femeninas y su amiga personal. La relación con estas dos autoras rebosa lo literario: mantuvieron esta gran amistad durante toda su vida. Parece que estas mujeres dentro de un grupo literario mayoritariamente hombruno se tenían que apoyar entre sí. En las fotos que he encontrado siempre aparecen las tres compañeras. Ella muere antes que las dos longevas narradoras, y además completamente apartada del mundillo literario, así que la sustituyen por Josefina Aldecoa, al menos fotográficamente. A la gran obra de la viuda de Aldecoa añadimos su loable empeño en mantener vivo el espíritu krausista (neokantiano) del Instituto libre y la Residencia de estudiantes, impulsada por Fernando de Los Ríos en La II República con su Colegio Estilo para señoritas (de clase alta intelectual.) Quería lograr algo parecido a aquella universidad que concentró interno tanto genio por metro cuadrado (Lorca, Buñuel, Dalí) y conferenciantes de talla internacional, pues no solo promocionaban estudios humanistas sino científicos. Por allí pasaron premios nobeles: el mismo Ortega, Einstein, Ramón y Cajal… 

Los autores masculinos del 50 engalanan su prosa con el mayor revestimiento retorico de inspiración veneciana y según estas poéticas experimentales europeas, muy alejada de esa rimbombante perorata franquista llena de tópicos, reiteraciones machaconas y fascismo de mala fe. ¿Quién recuerda ahora a los Martin Vigil o el Marcelino Pan y Vino que sin embargo se vendía como lectura progre en ese tardofranquismo, trasnochado desde nuestra óptica? En cambio a Matute en sus últimos años la hemos propuesto todos para el Nobel, quedando como una especie de abuela universal y escritora del reino, no ya por su amistad con la familia real sino por sus reinos de fantasía. La generación se rebela al estilo realista castellano, denotado incluso en la generación del 98. Quieren evitar a Azorín: una prosa sencilla, pero vacua, simplista, objetivista, conservadora, que no lleva a reflexión profunda e impone una tesis naturalista, inductiva y behaviorista-mente. Pero este revestimiento retorico de hipotactica poética (el de Benet o Ferlosio) no es el caso de ellas. Ni de los autores tremendistas que buscan la mayor sencillez de forma para potenciar la historia cruel de fondo. Gaite tiene la cualidad de (aunque cite las más complicadas teorías posestructuralistas, búsquedas intertextuales, personales o su poética) preocuparse mucho por los efectos en su receptor y una comunicación sencilla. Presenta sus novelas atractivas, se recicla a las modas y alturas de su tiempo, con un público mayoritariamente femenino. Sin abandonar su original individualismo: te llena sus Cuadernos de Todo (textos increíbles en los que lo mismo confiesa que hoy deja de fumar –una tabaquista empedernida Laforet nunca lo logró- que su último descubrimiento de Todorov) que inserta fotos personales, recortes de collages dadá y de revistas femeninas que en su contexto personal se ridiculizan, fichas de libros, o da cuenta de la elaboración de su obra (ella diría “tirando del hilo, hilando la cometa.”) Su ex viudo Ferlosio parece enredado en una marañosa madeja de ideas brillantes, pero ella halla “el hilo de oro” para guiarnos la lectura. ¡Una con la Nada nihilista, y otra panteísta con el Todo!

Siento haberme alejado tantas líneas de Horacio, pero a mí también me lleva el latino a la generación del 50. La musa inspira, sigue diciendo Horacio, y es obvio que esta metáfora del romanticismo (que viene de la manía o inspiración platónica) ha visitado a la talentosa y joven escritora (apenas tenía 22 años) cual iluminación de Rimbaud. Permite Horacio empezar in media res, a lo Homero, aunque Laforet comienza por el inicio de este curso académico en octubre (no sé si cuando debería comenzarse según consideran algunos profesores, sí se permite el humor) pero en realidad marca un proceso de maduración, de aprendizaje más vital que universitario en Filología y letras. Sigue Laforet un principio tradicional y un tiempo lineal, aunque su avance queda en espacio de indeterminación o lugar vacío a rellenar por el lector implícito, y no sepamos sí está inventariando un día, una semana, ¿un mes? A veces dedica muchas páginas a una escena o conversación importante y hay días sin mencionar, supuestamente no pasaría nada trascendental. (¡Cuánto insiste esta obra en que ni pasa nada en aquel franquismo ni a la propia Andrea; huérfana, sin nadie que la quiera, sin quererse a sí misma, sin nadie a quien amar, pobre…! ¡Sola! Ni logra acabar la carrera. ¡Menos mal que no le ocurre nada!) Y es que la cronología real e histórica del fin de la guerra, el 39 casi importa menos que la temporalidad simbólica, pues universaliza unos sentimientos muy individuales. El paso de las estaciones va en paralelo a la evolución del personaje que muestra una degradación irreversible. La novela sigue esta división temporal agrupando también en tres parcelas, y no en los cinco actos de Horacio, este año de residencia en Aribau. Pasado, presente y futuro se entremezclan. Su estancia cierra un ciclo estacional, de octubre a septiembre, indicando la muerte de unos sueños con el simbolismo del otoño. Es impresionista la novela en tanto nos dibuja un clima con cuatro pinceladas difusas pero minuciosas que se concretiza y precisa el receptor. Añora el paraíso perdido infantil, el tema de En busca del tiempo perdido y le influye de esta obra impresionista e impresionante su clima retrospectivo y la descripción lírica y detallada, salvo que Laforet sí pone puntos y comas a las frases, sencillez de estilo muy de agradecer), y la motivación más psicoanalítica en todo escritor al rescribir su experiencia en el filtro racional sereno, pero distorsionador, del rememoro literario. Proyecta lo emocional en una atmósfera impalpable e inefable, materializada en sinestesias sensoriales y sentimentales. Y con este tiempo atmosférico y las fases del día exterioriza su sentir adolescente y femenino: el sol brilla en los momentos felices; la lluvia cae en los melancólicos; el frio al temblar de miedo o la sensación de estar desvalida; la noche es sinónimo del ensueño, los amores prohibidos, el sufrimiento en soledad y silencio. Hace Andrea de público crítico en los conflictos de unos seres descentrados un largo año que se le hace eterno como infierno. La desdichada huérfana no parece tener otra familia y además debe estarles agradecida: la han “recogido” para darla “posibles y estudios” y sea “decente y de provecho”. La orfandad define a las protagonistas de La insolación y La isla y los demonios (otras obras suyas.) Andrea busca a lo largo y ancho de esta obra su interlocutora, diría Gaite, un modelo femenino (materno): su abuela loca, su beata tía, su tía maltratada, su frívola amiga, la madre de esta….La sicoanalista Barry Jordán opina (en una tesis más coherente que la morbosa del supuesto lesbianismo, que ha tenido preocupada a toda la universidad de Oxford): “ Su mayor problema no es su precariedad económica o la falta de amor sino sus orígenes, estigma que explica su complejo de inferioridad.” Se siente sola y perdida, anhela al otro, al margen de con quién quiera compartir la estrecha cama turca prestada en la buhardilla del desván. 

Cuenta sus propias vivencias en una época difícil de su experiencia adolescente, intentando encontrar su sitio en un mundo desalentador. Esa búsqueda de identidad, modelos de identificación y libertad la causa la ausencia de madre. Representa esa orfandad simbólicamente el estado de abandono, de falta de dirección e incertidumbre de la época. Un divorcio eléctrico con “la madre patria”, en el sentido freudiano del complejo de Electra, aunque tampoco se trata de someter a la pobre Laforet a diván moderno, pues ya la siquiatrizan bastante en vida y las explicaciones freudianistas de lo literario están muy superadas, aunque sí recordar lo niña que se quedó sin mamá y que le reprochara el papel sumiso que las circunstancias la obligaron a tomar. La protagonista relabora estos hechos en una mirada retrospectiva al pasado; recordando y redimiendo un tiempo perdido, un período clave en su proceso de crecimiento y de aserción de su subjetividad como adolescente, mujer y ser humano.  Horacio cree que el poeta no debe ser joven ni viejo; el joven se inspira más, pero el talento distingue de edades, porque es trabajo y la madurez se denota en la forma de aplicarse. No debemos escribir pendientes del dinero, el honor y la fama. (Laforet huyó siempre de la prensa, rechazaba las entrevistas y preguntas personales sobre sí quería más a sus hijos o a su obra, ¡vaya preguntita! Enviaba cartas quejándose de la sobre interpretación de los periodistas y críticos –mejor que considerarla mala o buena esta lectura ¡cómo si hubiera una sola lectura de la vida!- y fue insultada en un programa televisivo de masas. Ella idealizaba la figura de Zubiri, el filósofo vasco alejado de los medios literarios; y, siendo ella misma una persona tímida, siempre rehuyó hablar de su vida privada.)  Cinco actos debe tener cualquier fabula, y estos serán los que se instauren normativamente en el Renacimiento a imitación de las comedías de Plauto, Terencio; y de las tragedias latinas (aunque ahora nos dicen los historiadores filológicos que muchas no cumplían esta imitación de las cinco escenas de la tragedia griega, aparte de que Aristóteles consideraba mejor tres, en esa obsesión por organizar sus ideas en tríadas -lirica, épica, dramática; inicio, nudo, final; fundamento, causa, consecuencia etc.-  quizá con un sentido numerológico pitagórico en el que no pienso entrar). Nada sigue esta estructura aristotélica en tres partes, claramente diferenciadas a través de sus capítulos, la organización del infierno, purgatorio y paraíso de La Divina Comedía de Dante, quizá porque también es una forma tópica en las escalas de elevación mística (S. J. de la Cruz o F.L. de León), y por ello una Carmen Laforet escéptica cristiana explica en su prólogo a La mujer nueva que ha seguido esta estructura en tres imitando La morada interior de Santa Teresa de Ávila. Es la forma en que divide todas sus novelas largas.

El “cielo” se corresponde con la infancia de Andrea en el paraíso de las Islas Canarias y al recuerdo que la adolescente guarda de su infancia más temprana con unos abuelos angelicales y entrañables, la casa llena de vida, cuando fueron una familia feliz en una Barcelona republicana, sin envidias, ni odios. La vida de la propia autora fue parecida: la autora afirmaba haber sido solo feliz los tres primeros años de su vida allí en esa casa de los abuelos, la de la obra. La muerte de su madre cuando acaba de soplar las velas de sus 13 años y la llegada de una madrastra malvada de cuento de hadas estropeo este jardín feliz de infancia. (Esta madre putiativa aparece y otra vez en sus obras, y C. Laforet escribió que por más que se resistiera a creer en estos cuentos de lamias, aquel ser le demostró que la realidad supera la ficción. En su versión original tales cuentos no ocultan la crueldad de esta contradictoria vida.) El infierno es esta casa se describe con referencias constantes al fuego, humo, sombras, fantasmas, lo tétrico, dándole un aspecto gótico que la crítica ha comparado con La casa Uster y otras obras de Poe,  Bécquer, Lovecraft y las novelas de terror románticas. La principal referencia de la obra es ese romanticismo, padre de toda vanguardia estética y filosófica, especialmente del existencialismo, que es donde mejor ubicamos esta obra) Aparece representado a guisa del mismo demonio. (Comparte esta descripción mefistofélica su compañera de generación y amiga personal C. M. Gaite, en Caperucita en Manhattan en el personaje lobezno que tenta a la niña, o en El cuarto de atrás donde un periodista satánico interrumpe en una mala pesadilla a Gaite para realizarla una entrevista personal.) Y el purgatorio: la aceptación de una vida dual, tan infernal como angelical, en la huida a Madrid escapando de esta casa fantasmal. Debe haber 3 personas hablando en la escena y si sale un cuarto que no hable mucho. Son recomendaciones u orientaciones, fruto del análisis empírico experiencial descriptivo lector o escénico, que se tomaron literales y normativas en el renacimiento. Así como las estrictas tres unidades de tiempos, espacios etc. y no figuraban en la obra original ni de Horacio ni de Aristóteles. Lope de Vega se quejó de este constreñimiento peor que los miriñaques femeninos de la época en El arte nuevo de escribir comedias. No debería haber un canto entre acto y acto. Otra recomendación que el tiempo ha desfasado. 

La obra sigue esta estructura sencilla: sus capítulos se ordenan en tres secuencias temporales y espaciales. Los primeros dan cuenta de las impresiones que le produce la casa y sus fantasmas de carne y hueso (enseguida íntima con su tía; asiste horrorizaba a la confesión de este amor pasional por un hombre que la muele a golpes diariamente. Y también se tiene que quitar encima al pesado tío Román que cree haber encontrado una nueva víctima) En la segunda parte conoce a estos amigos en la universidad, describiendo así ese mundillo intelectual bastante pobre, provinciano y machista. Por último aparece en escena la madre de su amiga preguntándose qué relación tenía su hija con Román y por qué se ha ido de la ciudad. Su hija ha caído en las mismas redes que cayó ella cuando se conocieron de adolescentes en el conservatorio de piano (¿Será Román el padre de Ena, y serán por tanto primas?) 

Así, de la mano de Ena y su madre Margarita, Laforet la fuerza a regresar a la casa, a los dramas particulares de estos seres extraños. Y enfrentarse a la realidad, pues en una cita Laforet habla de afrontar la sombra y no esconderla en capas de polvo. (De nada sirve reprimir el dolor si no se confronta, supera y sublima.) “Uno se ha de enfrentar a sus fantasmas; huir de ellos acaba teniendo un coste brutal". Andrea se queja al final de Nada: “Me voy sin conocer nada de lo que me esperaba: vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor…de la calle Aribau no me llevaba nada más de lo que había traído: nada.” Pero a Andrea se le escapa el comentario “al menos, así creía entonces…”, con el que la narradora deja clara una diferencia de opinión respecto a ella misma de joven y que también tacha la visión ilusa y afirma la madura. Tanto Andrea como Carmen sí se llevaron consigo lo más importante del viaje, que es un Todo: su propia vida.

La trinitaria obra acaba como en muchas tragedias grecolatinas y románticas: con el suicidio, del tío Román (la inmolación era arremeter contra la propia vida en cristo, y moralmente censurada por la iglesia católica; aunque Jesús prácticamente se dejase matar. El suicidio en Las desventuras del joven Werther contagió oleadas de inmolaciones por Europa en la época más afectada por este “mal del siglo”.) «La división tripartita de la estructura se corresponde con los estadios por los que atraviesa en su lucha por alcanzar Ja independencia: vence el primer obstáculo (Angustias) pero salen al paso otros: Román, el hambre, el desencanto, la ruina de las ilusiones…», opina D. Rodenas. Ni el supuesto progreso social, psicológico moral al marcharse de Barcelona le augura un porvenir venturoso. Es el clásico viaje no ya solo de Beatrice sino de Eurídice, Perséfone y toda mujer quemada en las hogueras por su género y su reivindicación de libertad.)  La tragedia debe ser grave, ¡qué duda cabe de que esta obra, con suicidio, violencia de género, casa fantasmal y personajes infernales incluidos es un melodramón peor que el griego! También dirá que la comedia debe ser leve, y que aparezcan sátiros en la sátira, silenos o pitias en su defecto, pero no debía haber más sátiros en aquel franquismo que toda aquella iglesia nacional-católica de falsa y doble moral. Habla de la ciencia que le enseñó Sócrates a Platón y este a Aristóteles, y así repasa un poco la filosofía platónica: nos engaña la apariencia y la sombra de lo bueno. Y en esta casa los fantasmas es lo que tienen: son fantasmagorías, como el personaje de Helena de Troya que viajó en forma de ídolo evanescente a Egipto, según Platón, quien aprovecha para recordarnos que lo importante es el mundo ideal, esencial, intelectual y no las carnes. Hay que ser breve y claro, no oscuro y seguir un orden claro. Y esta obra se destaca por ello. Realiza una comparación entre la pintura y la escultura, y rebosa de referencias al arte, en concreto a la arquitectura, el padre era arquitecto, profesor de peritaje industrial en una universidad de Canarias; al mundo literario al que perteneció la autora, a la pintura (Juan) y a la música (Román.) Horacio también pone muchos ejemplos extraliterarios, interartisticos: flautistas, actores, deportistas, oradores…incluso con el mundo de la pintura y la ecfrasis (La clásica es el escudo de Aquiles.)   

Escribir consiste en escoger y desechar y saber guardar lo importante en la trama (el elemento más importante en la fábula) para otro momento conveniente y provechoso, según Horacio. El argumento de Laforet juega tanto con el misterio que se la considera una novela de terror, muchos críticos la ven incluso antecedente de esta moda de las novelas policiacas y de serie negra de las “dolores redondos” comerciales de ahora, también con violencia por género, personajes trastornados, suicidios y casas en penosas condiciones de salubridad higiénico-sanitaria. Recuerda a una novela gótica, aunque en la calle Aribau no se cometan más crímenes macabros (de los que informaba en la época el periódico El Caso), que el de Román contra sí mismo y los que atentan contra la dignidad humana. Mantiene ese estilo gótico que caracteriza parte de la obra romántica. (La casa Usher, de Edgar Allan Poe o la ya mencionada de las Bronte). Lo sobrenatural, los fantasmas y la muerte idealizada (sin iglesia estorbando) están siempre presentes tanto en Laforet como en la corriente del XVIII. La casa, la ciudad y la historia de amor son los tres ejes de este relato, pero las tres son decadentes (decadentismo en Poe) Recuerda Horacio a Cecilio, Plauto, Virgilio, Homero… Hay, sin embargo, poca intertextualidad, hipotextos y metaliteratura en Laforet, más allá de la reflexión sobre la escritura de una Andrea aspirante a escritora (o escritora en tanto ya escribe) que sueña con el éxito literario. Quizá por su preocupación de comunicar trasparente y sencillo (idéntico a Gaite y al contrario que los varones de su generación que seguían un estilo retorico “veneciano” o italianizante opuesta por ejemplo al Kronen –que me ocupó en mi tesis final de grado- , un estilo seco, escueto y transgresor que Cicerón calificaría censurándolo de asianista, ático) y siempre hacía obras románticas o existencialistas, pues la novela bebe obviamente de Cumbres Borrascosas. Es la principal inspiración, más que directamente S. de Beavouir. Homenajea el romanticismo y a la vez lo deconstruye. La reacción entre la joven y su tío es parecida a la de Catherine con Heathcliff, el gitano salvaje que adoptó su padre. Será el gran amor en la vida de esta mimada entre algodones paternos, pero esta relación tormentosa no se podrá consumar cuando él vuelva hecho así mismo con lo ganado en las apuestas en Londres. La dama le busca por el páramo como loca en una noche de mucho “sturm und drag”, con su corazón congelado del resfriado amoroso y repitiendo su nombre en el lecho mortis entre balbuceos y estertores. La propia casa familiar remite constantemente a las borrascas de aquella hacienda de los tordos en medio del bosque y el páramo. 

Volvamos a Horacio, aunque no se trata de buscar relaciones rebuscadas sino hacer una lectura relajada de ambas obras sin obsesionarnos por buscar la interconexión. Hay que guardar formas y normas para que nos saluden poetas, y ve en una competición con las musas el origen de la poesía, caótica hasta Homero. Cíclico, el poeta, comenzaba arrogante sus obras y también considera que Homero no ha de invocar a la musa como ordenándola contar la historia, no deja de tener carácter divino y a los dioses no se les manda nada. Empezó mejor Homero, aunque fuera in media res. Reconoce la ficcionalidad: Medea no despedaza a sus hijos en realidad. (En una sociedad tan mitificada y politeísta como la griega hasta les costaría entender esto a los espectadores.) Este tema de la verosimilitud lo consigue muy bien la obra, haciendo pasar por reales y creíbles hechos mágicos e inusuales. Y referente a esta verosimilitud esencial en Aristóteles y Horacio (aunque sea algo falso que pase por real. Es preferible a narrar un hecho existente pero increíble) no habría que representar a los dioses si las dudas las pueden resolver los mortales, ni subirlos a la tramoya (al deux ex machina) innecesariamente solo para entrenar al público con el aparataje técnico espectacular. Los dioses no aparecen en Carmen, en esta obra de juventud el ataque a la religión católica es constante a través del personaje beato de tía Angustias.  Esta señora tan católica es una mujer hecha y derecha y “de derechas”. Todos los personajes, además de reflejar la pobreza espiritual de la sociedad nacional-católica, adquieren un significado universal, bíblico: representaciones de los instintos y pasiones más básicas. Caín Abel: Los dos hermanos peleando, la mujer perdida y pecadora (la rebelde Lilith que rechaza al hijo de Dios, a Adán o la María Magdalena), la expulsión del paraíso (pues a Andrea, en esa pelea final ante el suicidio de Román, da la impresión de que al culparla la echan), el juego entre cielo e infierno, divinizando y demonizando espacios y personajes (con su estructura en paralelo a Dante)…Y no hemos de olvidar la fe católica autocritica de Carmen Laforet. El Barrio Chino encarna sus aspiraciones de libertad personal explorando un mundo externo peligroso y atrayente; parece atraerle más el infierno que el cielo, fijarse más en la demonizada Gloria que en su católica tía. Le moraliza a su sobrina con que la mujer solo tiene dos salidas honrosas: bodorrio o dedicación al señor. Horacio sí insiste en la virtud, pero no directamente teológica. Hay que favorecer solo a los más cuerdos, buenos, comedidos, templados y justos. Y en esto insiste mucho Horacio, pues ya Platón consideraba que la idea del bien corona toda su pirámide jerárquica de ideas y esencias. Laforet, o Matute y Gaite, han llevado a su obra, y me parece que a su vida personal, este ideario ético de valores basados en la bondad, en la inocencia (con esta preocupación por el mundo infantil en todas), defendidos con la entrada en la democracia, revindicando a su vez a la mujer sin culpas católicas (ósea inocente de su género y rol sexual performativo) y a la fantasía. El coro debe ser varonil. Los personajes de Laforet tienen mucho de coro griego de plañideras, todo el día lamentándose de su destino (el uno alcohólico, la otra maltratada, Andrea con toda esa problemática y traumas de los que ya he hablado, la abuela vieja y sola,…y todos más pobres que las ratas) y los personajes masculinos son tiránicos, egoístas y patriarcales. Rechaza Horacio las formas libres, lo que consideraríamos hoy “la trasgresión por la trasgresión”, pues se necesita disciplina y buen ejercicio en el arte; y aunque Nada sea una obra innovadora (que sigue el vanguardismo de la nouveau romans francesa y el neorrealismo italiano y filosóficamente es bastante nihilista, existencialista y deconstructivista; no deja de ser todo un clásico en el canon.)    

No es nada el ingenio o el talento sin la técnica o el arte y al revés”, lo cual comparto y Laforet también. “El estudio nada alcanza sin la fecundidad de la inventiva, de Febo el dios y la musas. Ni la imaginación, inculta y burda por sí sola es capaz de acierto. Pues han de darse unidas de concierto, Naturaleza y arte mutua ayuda se prestan.” Demócrito cree que el ingenio es más venturoso que el trabajo y existía, cuenta Horacio, la creencia en una especie de fuente de Catalina de donde emanaba y fluía la inspiración en chorros de creatividad (que viene a unirse a otras metáforas como el jardín de las ideas rindiendo culto a la diosa Diana-Artemisa, un paraíso intelectual, entre nubes.Allí Fedro quería quedarse eternamente, amando platónicamente a esta diosa virgen y a sus vestales, bastante independientes de género en aquel Olimpo.) Pero también es necesario trabajarlo ese genio, y como haría el barbero Licinio con sus romanas barbas, pulir el estilo, como quien se corta las uñas (por cierto; Aristóteles estuvo ocupado escribiendo un libro sobre “el templado modo de cortarse las uñas de los pies”, no lo he leído pero supongo que lo estructuraría en tres cortes.) En esta conjunción del arte o técnica y el ingenio de las musas hay que darse “buen celo”, lo cual se refiere tanto a que es necesario un laborioso trabajo y esfuerzo de buscar figuras retoricas (aunque la temática la de la ninfa de las aguas Camenas o en este caso CaRmenas) como a que deben ir unidas, con celo, ambos aspectos de la creación.  Hay que tener moderación, como en el comer.” Pide Horacio que haya una concordancia de géneros y corresponderse los tonos, cierto decoro a la natura, orden, adecuación y conveniencia. Y en lo primero Laforet no le hace ni caso, pues su género de prosa poética hibrida lo narrativo y lirico, pero en lo segundo le sigue a rajatabla, porque los personajes hablan según esta condición social de familia franquista de procedencia rural a la que acabo de referirme, e incluso cultural (se trata una familia de artistas.) “Un hombre ilustrado no puede meterse a una taberna a decir groserías; tampoco «ponerse a atrapar el aire»” Está incidiendo más que en el comportamiento cívico; en la coherencia al crear los personajes y Laforet les hace hablar según este “decorum/ aptum.”

Término introducido en el renacimiento para esa concordancia con la condición social, económica etc. que pedía Horacio siguiendo a Aristóteles, pues en ambos es primordial que la obra guarde armonía, y esta obra presenta un sentido unitario en todas sus partes, conformando un corpus de coherencia, con esa rigurosidad tan revindicaba por Horacio, y también sus personajes guardan esta adecuación. “Que sean humildes, livianos, leves o graciosos los versos y que piquen es tan malo como que resulten grandilocuentes, altisonantes, en demasiado ornato.” Revindica el orden y concierto, la claridad, la elocuencia, que las cosas vulgares no se acrecienten en honor a algo grande. Luego habla de las silabas, métricas y prosodias (el trimétrico yámbico), temas que nos interesa menos, pues aunque es prosa poética: es prosa.  En este sentido; el tono grave y leve parece asociarlo a unas obras de arte mayor y otras a cierto tipo de literatura en arte menor, quizá porque Aristóteles había preferido entre todos los géneros la tragedia y la filosofía (“la tragedia de la filosofía”, mejor dicho, pues es la encargada de decirnos “la verdad siempre amarga.”) Se queja de los excesos en las obras de Plauto, de la libertad sobrada, el vicio de murmurar, de las injurias y torpezas. No es un modelo ni en formas ni en gracias. Se deben recitar las leyes del estado en un pueblo seguro donde las puertas de estas audiciones de poesía estén abiertas sin miedo. 

Algunos autores han vuelto la poesía rustica, vulgar, ociosa, aldeana, enturbiándola con lo ruin y así mezclado con lo cívico, virtuoso y ciudadano. Aumentaron con osadía el coro, y cometieron muchas trasgresiones como tanta variedad de flautistas. Llenaron el teatro de sátiros desnudos y otras excesivas licencias, se vulgarizó la creación en unas banales o dionisiacas. Los personajes se dedicaban a beber, comer, a la insolencia, el desenfreno más frívolo, chancero, humilde, llano, propio de la plebe que solo entiende lo burlesco. Otros parecen dirigirse al aire vano con su banalidad vacua. Los dramas satíricos tratan asuntos bajos, aparecen personajes que se sacan el dinero unos a otros, unos malnacidos les llama. Hay autores que escriben a demasiada prisa. Ha evitado la censura y que su poética sea normativa, pero asegura que la falta de armonía y cadencia no merece elogio. Resultan torpes necios. “Plauto usa gracejos, pero confundimos la gracia (humana) con la vil chocarrería.” El verso debe ser arreglado y bien medido, hay que distinguir y para ello tener criterio estético. Esquilo introdujo el uso de máscaras, ropajes nuevos, coturnos (calzados) y dio más importancia y subió el tablado (el escenario). Considera que la comedia surge de la tragedia, pero según Aristóteles, Nietzsche (y creo que ya es algo aceptado entre los estudiosos), el nacimiento de la Tragedia está en el ditirambo, aquel canto de lamentación y “resaca” tras una fiesta ritual en torno al dios Baco, para celebrar las buenas cosechas en un monte. Solía terminar en libidaciones, orgías y estos cantos (mucho que le pese a Jorge de Burgos aceptar este origen del auto de fe en el “valle de lágrimas” teológico y quiera quemar y comerse la parte perdida de La comedía de Aristóteles en El nombre de la Rosa de U. Eco.) 

Rechaza Horacio el estilo insolente, torno, vicioso, insumiso, nocivo, propio de plebes de inferior escala. Un poema se crea a base de al menos 10 correcciones, durante muchos dias, trabajos y borrones hasta que quede “pulido y terso.” Cuando escribe, el poeta hasta se retira del mundo, se deja crecer la barba y solo existe la creación. (Laforet solía retirarse a la sierra de Madrid y allí, en casas de campo, se encerraba a escribir, en un estado tan abstraído que cuenta su hija en la biografia que tenía que encender ella la chimenea o que casi quemaba la casa con sus inseparables cigarrillos.)  Escribir es estar “al borrón y a la raya a cada paso” y “escribir muchos dias hasta que salga perfecto y pulido.” Pone el latino de ejemplo los tres dramas de Anticirico: enseña las riquezas humanas, el saber y la ciencia de las cosas, el amor por la patria, la amistad, hermandad, retratan las buenas costumbres… las temáticas morales correctas para una composición poética según Horacio. Cuando habla de “limar el estilo” casi es sinónimo de imitar, en sentido aristotélico. Y en esta copia del estilo de los maestros (no solo de la naturaleza) es inevitable y muy aconsejable usar sentencias de elocuente sapiencia, formas de honrar y alabar a los dioses. (Estos refranes populares y máximas los pronunciarán en Nada los personajes ancianos: la abuela con el refranero popular del “sancho panza” y la tía beata con versículos de la biblia, consejos morales, proverbios y peroratas a la joven sobre la correcta posición de la mujer en el régimen y hasta latinajos y grandilocuentes pedanterías, con un claro sentido de ridiculización de esta mentalidad por parte de la literata.) Pero la filosofía del poeta no debe ser pragmática para Horacio; los malos y jóvenes poetas halagan a los poderosos para buscarse sustento y consideran la poesía austera algo anticuado, viven inmanentes y no ven la virtud de una alta poesía eterna. Y la compara con el arte del músico, alabando “su destreza y gala.” Les dice a esos “mocosos”, a los jóvenes poetas, que nunca dejen de aprender. Y que traten de ser tan buen orador (creador) como Mésala o Causelio Aulo. Se trataría, como en Aristóteles, de medir bien, buscar el punto medio (sin ser mediocre) y mejorar ayudado con “ánimas lustres” (ósea con una tradición de lecturas y maestros). Hay que jugar las armas de la escritura como en una justa o torneo o competición deportiva. Huye Minerva (la sabiduría) de aquellos que escriben por deudas debidas a sus trampas en el juego y para comer en abundancia Se ofrece a que le entreguen un buen poema a Mecio o a él mismo, dispuesto a aconsejarles. Amphion, en el castillo de Tebas, movía hasta las piedras con su laúd. Escribir consiste en celebrar un acto sagrado, y no lo profano de esculpir leyes para el becerro de oro. Tyrtheo en sus batallas mostraba con sus versos el buen camino, y así se lo disputaban los reyes. Aprende de Homero, aunque tiene más como referencia a Virgilio. 

No tengas vergüenza de seguir tu musa poderosa en tu dulce citara. Yo digo que no entiendo que se aproveche solo la abundante vena del arte, ni solo el buen ingenio (de preceptos falto), porque de aquestas la una y otra cosa piden su ayuda la una de la otra, y entre sí se conjuran como amigas. El mancebo que estudia con cuidado llega a la señal de su carrera y gana de ella el deseado premio. No es nada talento sin trabajo, ni al revés. Escribir es sufrir, padecer, pasar frio, sudar…” El argumento debe dar muestras de ingenio, virtud y talento, ser elegante y conveniente. Los poemas elegiacos deben alabar a dioses, héroes, atletas y otros personajes virtuosos. A Aristóteles le reconoce el gran maestro de la gramática. La lira es inspirada por la musa Calíope y Eikasia (la de la imaginación) Menciona al poeta Archiloco, Telefo y Peleo. Y que los poemas pueden ser inspirados por Baco o Apolo (ese apolíneo-dionisiaco en que Nietzsche divide no sólo lo estético sino lo ético, y cuya conciliación está en la conjugación de lo hermético-prometeico, sentido de trascender esta vida sin censurar o reprimir su parte física.).Se debe mantener coherencia de principio a fin y representar virtuoso al héroe, al viejo pintarle viejo etc. Pero no se tomarse al pie de la letra (literal) a Homero ni copiar directamente a los clásicos, ni traducirlos “como intérprete fiel que nada inventa ni innova”. Le parecen serviles quienes se reducen a meros copistas. Aunque en nombre de Horacio y Aristóteles esta haya sido la labor imitativa y reproductiva escolástica. Su única y taxativa regla respecto a la creatividad era no osar serlo. Horacio, en cambio, nos invita a atrevernos a componer un verso no manido, en el que podamos “describir lo mismo al gigante Caribdis y Escila que un ratón, "sin que haya otro verso igual.” Homero y otros cantaron la historia de Antífates (rex de los Lestrigones), de Polifemo, el regreso del extravagante Diogemes que mato a Melandro y a Menelao. En dos huevos de Leda nacieron Castor y Pólux, Helena y Clitemnestra. Entra a otras temáticas mitológicas, nos interesan menos, sí la comparación del poeta con un músico de flauta en los juegos phiticos, o de la pitia (en el oráculo de Delfos estas sacerdotisas o pitias eran llamadas así por enfundarse en serpientes, almizcles e inciensos, siendo Casandra por enamorada de Agamenón la que más ha trascendido) por esta visión simbolista del escritor como profeta visionario. “Aprendes tras temer al maestro. No se puede comprar este arte. Hago milagrosas poesías. A la postre no quede sarnoso, es afrentoso ser postrero. Confieso con puro y sano ingenio ignorar lo que nunca saber quise.”          
           
Se denota una temática romántica, una significación existencialista, un narrador con perspectiva feminista intencionadamente adolescente que idealiza, degrada, distorsiona este retrato en nada mimético más que en el estilo. En lo más formal, esa lírica sinestesia constantemente enfatiza lo terrible a expresándose en encabalgamientos retóricos confirma a la crítica calificarla de prosa poética y descriptiva tremendista (por paradójico que pueda parecer esta unión de lo narrativo con lo descriptivo y reflexivo que prevalece.) Horacio aconseja adornar con estas figuras y recursos, aunque no tanto como hará Cicerón (metáforas, metonimias, símbolos, comparaciones, símiles, oximorones encadenados en similicadencias), algunas casi de expresionismo pictórico, como si les hubiera robado los pinceles a Juan, o cinematográficos en esa relación con el neorrealismo latino, y siempre sensoriales (visuales, sonoros y olfativos) Se resbalan los tonos oscuros, las formas distorsionadas, exageradas, esperpénticas, las hipérboles, los hipérbatos, que cambiando el orden gramatical lógico de la frase o su sentido (a través de contradicciones y antagonismos constantes) nos hacen virar también nuestro mapa mental; extrañándonos, desalineándonos, epatándonos a nosotros “los ojalá burgueses”, conmoviéndonos y removiendo, en fin, todo lo emocional e intelectual que quede en nosotros. Pinta unas figuras alargadas del El Greco, surrealistas y grotescas en el aquelarre goyesco. Exhibe su sensibilidad artística con prosopopeyas y personificaciones, asignando cualidades humanas a objetos, recurriendo a una actitud de evidencia metafórica con esos espejos alegóricos del alma que se convierten en su madre o muebles que tornan los enseres interiores de Andrea, creando un cuarto propio privado y personal al que asistimos como auténticos voyeur. Merece especial significado estas descripciones a través de la metamorfosis de animalización. Lo vemos en Cela, en el mundo ratero de Delibes, en la descripción de Gloria como “gata” abandonada recogida por la abuela y la metamorfosis ovidiana de Román en “lobo”. Le sirve, a modo de fábula, para enfatizar la irracionalidad de la bestialidad humana. (C. M. Gaite hace lo propio en Caperucita en Manhattan. Igual que hará Horacio con su literato friki o monstruoso. Pero en ese ángel caído, al que le rompen sus alas, su marginalidad es su virtud.  

En su prosa pictórica abundan las descripciones realizadas con impresiones visuales o acústicas y siempre el elemento gótico, de terror y misterio presente. Exagera el dramatismo de la situación, idealizando o condenándolo de infernal, en estas partes expresivas y pensativas. La tercera y parte final de la novela sí es más narrativa, de una acción trepidante y la concatenación de acciones dramáticas (Ena huye de Barcelona, Juan y Gloria se pelean, Gloria se escapa de noche de la casa, sale la abuela a buscarla, Román se suicida…) nos hace desear ya el clímax catártico (el que tanto gustaba al de Estagira) con un final feliz que nunca acaba por llegar, prolongando y recreándose la autora en nuestra salivación por un desenlace aceptablemente amable. Hay constancias veraces de una realidad incómoda, dura e hiriente. Por supuesto, las alusiones al suicidio y las situaciones violentas y dramáticas son inapelables. Su tono y textura suave, sencilla, delicada, silenciosa y tímida, en voz baja femenina no ha de confundirnos: Nada es una denuncia firme a un régimen duro, incluido el aspecto de patriarcado que englobaba, y así fue entendida, aunque pusiera la etiqueta “Novela de amor para vosotras, nuestras Dulcineas de la Sección Femenina.” 

(A ese nivel político la autora era rara avis, misántropa en su diagnosticada fobia social, pero sospechamos que simpatizaba con el comunismo más anarquista; clandestino y exiliado en su época.) La entonación es exageradamente exclamativa, enfática, pero no empática (no simpatiza con nada, le horroriza) y apela a la conmoción, compadecimiento, simpatía y empatía de su lector. Los signos exclamativos y las inquisiciones hacía si misma (su lector o narratario potencial, interlocutor soñado en Gaite) Son preguntas sin respuesta, desde el dolor. El emisor real es Laforet, el emisor implícito en el relato Andrea y se dirige a un narratario implícito (aunque no diga “escribo para releerlo pasado el tiempo”) y es ella misma o más bien la Andrea futura (en eusquera “Andrea” significa señora y no va descaminada la alusión: la adolescente trata de explicarse a sí misma en un momento de cambio, en una situación dramática, desahogándose, y también esperando que una Andrea adulta, y más madura, sea capaz de leerle el sentido a los hechos que ahora no entiende.) Enseguida acabamos confundiendo a la autora real, narrador, personaje protagonista; al narratario pretendido real, al narratario que la obra deja intuir con Laforet. Más cuando la entendemos una especie de ajuste de cuentas con su familia.  El archilector sería ese público masivo que acogió la novela en su primera recepción en el 42 y hasta la actualidad. Su estructura de obra abierta permite hablar de un lector implícito y fomenta la curiosidad de un lector informado. También en Horacio hay abundantes inquisiciones al lector y auto reflexiones metaliterarias al tratarse de un tratado poético. En el plano fónico, se sirve de recursos sonoros como aliteraciones y reiteración de fonemas que se pronuncian y suenan parecido (a esta interrelación de la poesía tan rítmica y armónica con la música también se refiere Horacio), para que una música siniestra pero en voz suave y fantasmal nos acompañe por su galería de muebles y seres envueltos en sábanas. Con ella se escucha una melodía que sin embargo retrata un locus siniestrus. Aristóteles sí consentía la mimesis de la fealdad si esta se daba en el ontos real, Platón jamás hubiera consentido tal imitación pero sus criterios son “feos, malos y falsos” por cuanto excluyen de su canon y heterogénea diferencia reducen al monismo. Hay partes que parecen versos. También la naturaleza sirve de topografía sentimental, y usa las pasivas para dar mayor sensación de quietud, estancamiento, y mostrar así la parálisis permanente y la paraplejía cerebral de su país, parecida a la de los tiempos convulsos y de crisis que sufrió Horacio, aunque no los de Cicerón. Al susurrarle esta voz fantasmal en primera persona del pasado a la Andrea del futuro, le preocupan especialmente esos efectos que pueda causarse a sí misma, como haría un orador tras leer a Cicerón o a Horacio (y a este efecto en el lector lo llamó decorum externo.) Por ello no hay excesos verbales en Laforet: trata de expresarse directa, sencilla, concisa, concreta, precisa, rigurosa (el rigor en Horacio es el ars) en su verosimilitud, va al grano. No se anda con retoricas franquistas. Parece que la humildad que caracterizaba su personalidad genial la traslada a su prosa y que no empleará tantas veces el recurso estético de la falsa modestia, pues realmente así de hundida se sentiría la escritora al derramar estos diarios, según nos denota su narrador y voz dolorida y cansada. Emplea un registro culto pero no cultista; sencillo y no vulgar (no en ese estilo humilis que caracterizaba la prosa escolástica católica.) Comunica su subjetividad connotando su yo en todo momento en línea clara y efectiva. Personifica el arquetipo de un adolescente auto (sico) analizándose constantemente: mirándose en un espejo de Narciso, tan deformante como los de Valle, en el río de Heráclito que refleja lo parecido, nunca igual.

Sufre Andrea de quijotismo y bovarismo, distorsionando peligrosamente la realidad con su fantasía alimentada de cine o novelas hasta el punto de querer vivir lo que ha imaginado. No deja de ser una muchacha encerrada, soñadora, sin preparación para enfrentarse con un mundo adulto, que fracasa en su experiencia amorosa o de tener una familia normal. Resume muy bien dicho deseo: «Tal vez el sentido de la vida para una mujer consiste únicamente en ser descubierta así, mirada de manera que ella misma se sienta irradiante de luz». Al hacer de sus vivencias una creación literaria, da prioridad a lo intelectual y dejará en segundo plano el corazón, momentáneamente al menos, expresando así el triunfo de la literatura y el derrumbe de los sueños. La moraleja recuerda que uno no debe fiarse de las concepciones infantiles del amor y la vida. Ella es consciente de su tendencia personal a distorsionar los hechos y por eso configura de forma romántica esta redacción experiencial. No constituirá un fracaso mientras pueda escribir, viajar y soñar, así de simple me parece. Identifica la felicidad con ser amada por un hombre (titubea ante sus posibles parejas. Envidia la relación de Ena y su novia) y fantasea ser rescatada por el san Jorge, obvio en la ansiedad con que espera su primera fiesta, remitiendo a la cenicienta pobre con una referencia a los zapatos, y cómo queda epatada por un castillo lujoso con príncipe azul incluido, que en toda la obra de Carmen y en la vida real destiñe y sale rana.  La distorsión de la fantasía, del ingenium máximo de Horacio, cree servirle para negar su crisis existencial al recurrir a visiones idealizadas de los cuentos de hadas. Fantasea transformarse en su alter ego (infantil): una princesa rubia, bella y encantadora, la mujer que nunca fue. (La misma cenicienta sufre un proceso de purificación, una trasformación incluso metafísica como las que practicaban los alquimistas: el paso de la ceniza y los metales al cristal, más etéreo, hasta llegar al oro, metáfora de toda la triada platónica esencialista epistemológica, ética y estética que se prosigue en la idea romántica, cristiana y clásica del amor.) 

La imposibilidad de serlo refleja el combate alegórico fatal entre la fantasía y la realidad y su falta de modelos reales de mujer. Sigue empeñada en ser heroína romántica y sueña con su príncipe fantaseado cuando le invita su compañero rico de la Universidad a su fiesta. Fracasa en todas sus tentativas de amor, aunque sin consecuencias fatales: se va a Madrid sin haber encontrado pareja, víctima aún de las fantasías literarias, incapaz de entrar en la realidad. Crear historias es todavía una compulsión a la cual no puede renunciar. Aunque sólo con la literatura parece difícil que supere los traumas infantiles y logre habitar su imaginario mundo de andrógina plenitud. Al empezar la novela, sabemos que Andrea trae una maleta llena de libros y un deseo: estudiar Filosofía y Letras. Su mirada libresca y bovarista va relacionando continuamente lo que ve con lo que ha leído en diferentes obras literarias: «como en los cuentos»; «como una novela del siglo pasado»; «una heroína de novela romántica». Se siente ajena del cosmos familiar y su soledad existencial sólo puede atenuarla evadiéndose a las musarañas o con la lectura. Se gasta el dinero en alimentos del sueño más que del estómago: no come para poder pagar lo que cuestan los dulces, el cine, las flores, un libro o los regalos para su amiga Ena. Desea asumir la construcción de su propio destino, no lo hace. En sus relaciones solo halla incomunicación, incomprensión, frustración y hombres tiránicos (Román, Juan, los pretendientes) Las mujeres son víctimas de unas circunstancias y de su actitud sumisa (Gloria) y el amor es una lucha trágica e infeliz de voluntades de poder entre mundos cerrados de personajes fustados. Y como en las obras románticas: la única salida es el suicidio, igual que Empédocles arrojándose al volcán de la marginación a todo intelectual, y así nos lo demuestra su tío Román.

Horacio aconseja “distinguir al buen y verdadero amigo del mentiroso y adulador, del falso lisonjero” (refiriéndose más que al amigo al amigo a quien ejerce como crítico, o a la crítica en sí) y encontrar el buen camino solo, pero bien acompañado de buenos maestros y lecturas. “No les des a leer tu escrito a unos alegres que dirán: ¡qué bonito, precioso! y te alagaran sin aportar nada; tampoco a unos pesimistas de entierro que te sacaran mil fallos.” Busca bien la crítica, nos dice. “Hacen y dicen con dolor más grande del que te ven en tu propósito. El verdadero adulador es sincero con su corazón. Huye a los raposas, a los envidiosos (de las criticas destructivas sin fundamento.) Da tus versos a quien sabrá mirarlos con ánimo sencillo y corregirlos; y aunque recitases a Quintillo –Horacio Quintiliano-  en  alguna cosa de las que compones, dirán: «amigo, enmendad esto y corrige aquello», y si dijeses: «ya he probado dos y tres veces y no hallo cosa que pueda estar mejor en lugar de eso», te ordenarán inflexible que lo borres todo y vuelvas a forjar al torno o yunque lo mal pulido y mal torneado o el verso no acabado, y si quisieses defender la falta o el pecado que te ordenar enmendar tomarán en vano tu trabajo, tiempo y razones,. Yo te diría: que tú amases solo y sin competidor tus mismas cosas. Así que no dejes tu obra en malas manos ni de mano en mano, pues palabra escrita es palabra imborrable. No tiene vuelta la palabra pronunciada y te sale mejor tener en casa bien guardado el pergamino y romperlo si hace falta.” En relación a este concepto de fraternidad en Horacio, Carmen tenía una idea muy férrea de la amistad. Hay que destacar la significación de su afecto con Ena: se convertirá en su principal y único apoyo, confiriendo la sensación se sentirse querida por primera vez desde su llegada a la ciudad condal. Además, la familia de Ena representa el polo contrario a la suya: seres rubios, elegantes y amables, y de una clase social más alta, a la que las cosas les van bien. Como buena romántica, no acepta la dualidad y contrapone un infierno a un cielo, sin dejar de idealizar a su confidente. Como buena adolescente desea seducir, envidia su belleza y éxito con los hombres: «A todos los de casa les hago reír con los desplantes que doy a mis pretendientes... Me divierte que los hombres sean idiotas y les guste yo mucho.» Ena es su alter ego ("todo lo que no era: rica y feliz")    

Y la diablesa femme fatale, tan picara como Gloria (opuesta al ángel del hogar o de morada de dios, Eva versus Lilith, la virgen frente a la prostituta de Magdala), pero gracias a la inteligencia emocional (que a su tía le falta) se sirve de su potencialidad sexual para abrirse paso, al contrario que la maltratada. (Aunque se insinúa que su partida se debe a que el tío demoniaco la ha dejado embarazada.) Para este personaje probablemente se basó en su compañera universitaria, su mejor amiga: Inka, la adolescente polaca. La clase social alta de su única amiga, un ser luminoso y libre, la hace sentir inferior: Su amiga es desinteresadamente generosa pero la incómoda, no la puede corresponder. Nunca pertenecerá a su mundo. Se siente una vagabunda (Laforet se sentía vagabunda, un monstruo de Horacio con la autoestima por debajo de la de Kafka) y así lo afirma en muchos pasajes; vaga “con los nervios afilados, el estómago vacío, en el infinito laberinto de calles.” Será un nuevo modelo de conducta femenina opuesto al tradicional de Angustias, más cercano a su ansia de libertad. A Ena también le atrae más el infierno, interesándose por la casa y por su tío y haciéndole enfrentarse por fin a ella. Es un personaje bueno, guía del cuento y Bildungsroman La madre de Ena es la “madre buena”, hada madrina de los Grimm o Andersen, opuesta a la dura Angustias. La amistad constituye una fuente de fuerza espiritual y la llena. La corresponde en fraternidad. Ve en ella manifestaciones atrevidas de conducta opuestas al modelo franquista. A veces desaprueba su carácter dominante, manipulador y frívolo. Le hará enfrentarse con la casa, los dos mundos se tocarán y se producirá un nuevo avance: salir de su rol de espectadora de la vida y aceptar con equidad la paradoja vital. 

¿Qué habría pensado Horacio de esta obra? Al menos no la habría censurado. “Que el poeta haga lo que quiera, pero que sea simple y puro”. Y el lenguaje de Laforet es tan sencillo como virtuoso y profundo su propósito. Había que descartar todo poema que no lleve dias y dias pulirlo como una estatua clásica. “Sin mal rival que estorbe en nada, el hombre de bien y de pulso sabrá tachar el verso flojo, insulso y condenar los ásperos e ingratos. Escribe bien quien trasciende su primaria necesidad de buen tocino, de engalanar al poderoso por dinero. El buen varón, prudente y sabio, reprehende los versos que no tienen más que el sonido sin sentencias ni arte, y también culpará los que son duros. Y a los que estén sin lustre ni pulcritud dará una raya con la pluma negra. Cercenará también los frívolos ornamentos que fueren muy floridos y afectados y en los que no haya gracia ni arte. Y aclarará lo que quede dificultoso u oscuro, tachando los dichosos dudosos o ambiguos y apuntando a lo que conviene mudar. Debe hacerse uno un Aristarco muy severo, un auto-censor de su propia obra en pro de la excelencia. Diana castiga a los demasiado elevados (recordemos la versión original de Fedro castigado por Venus por recluirse en el mundo ideal, y no la corrección de Platón que no podía permitir esta gran verdad: no puedes quedarte siempre abstraído en un mundo de fantasía como pretendía la boba-ry Andrea.) Laforet no sólo corregía y corregía obsesivamente con ese sentido alejandrino de la literatura, al gusto de Horacio, no solo se autocensuraba duramente como una Aristarca sino que hubo de sufrir ese “servicio social de lecturas”, eufemismo con que se conocía la censura del régimen.) Sículo, poeta eterno, se arrojó al Empédocles (nombre también del supuesto inventor de la retórica, un tipo tan extravagante como G. Calvo que presentaba su última oda a lomos de un caballo, con peluca y griegos disfrazados de sátiros chillando y bailando), ese volcán Etna ardiente. Nadie podrá quitarle una muerte tan famosa, honrosa” (un suicidio por tanto, como el de Román, sin que nadie se lo censure. El tema del honor, tan renacentista pero también un sentimiento patriótico para el ciudadano romano republicano con el estado como absoluto, lo encarna Angustias y la abuela.)

El introductor subraya, adenda, expurga, y corrige. Igual que los árboles mudan de hojas, nacen y mueren palabras. El ánfora nueva, una vez llena, conservará el olor por mucho tiempo, bebiendo del manantial de leche de la elocuencia” (esa metáfora de la poesía como un pozo de deseos, una fuente pública romana de la que mana la creatividad que no se puede contaminar, y que es eterna, pero fluida y llena de afluentes.) Y como no se puede corromper la gran poesía; arremete contra lo mezquino, la timidez, la tardanza, aquel que se quema en el pesimismo y no quiere a la vida, pues aburre con sermones y engaños y nostalgias de su niñez a los jóvenes. “Hace menos impresión lo que se ve que lo que se oye” (pero basta ver la fuerza ideologica que ejerce en esta sociedad de la imagen todo lo visual.)  Debemos escribir decente, con propiedad y peso. Sosios da dinero a los libreros, a Cherilo, un poeta malo, pero su libro dura dos dias y en cambio Homero es inmortal como C. Laforet. Se irritaría si Homero se descuidara e hiciera algo mal, pero a veces es lícito el descansar en el poeta. Como la pintura, hay poemas que gustan de lejos y de cerca irritan (parece que se refiriera al impresionismo, yo calificaría Nada de obra simbolista, impresionista, tan influida por Proust) y en ciertas profesiones se puede tolerar la medianía. En un letrado es imperdonable, o que el boticario te de un mal remedio y te mate. Una mala orquesta se puede tolerar. La poesía fue inventada para dar recreo (es gusto y descanso da de las tareas) y por humana se la permiten ciertas licenciam. Pero igual que el deportista debe lidiar en el campo de Marte y si ignora cómo va la pelota y el disco se abstiene de jugar para que no se rían de su ignorancia inexperta; así debe esforzarse el poeta (la perfección obsesionaba a Laforet y en lo referente a ese corregir, borrar y borrar que repite Horacio tantas veces; la asistente de hogar de la escritora exclamó: ¡Pero sí esta mujer no escribe: sólo encesta hojas en la papelera!) “Así que si escribes sujétalo a la misma mesura y censura que a tu padre. La palabra que se suelta no vuelve, así que atrápala bien. Orfeo el divino separó lo vulgar y bárbaro de lo sublime. Anfión creó el muro tebano con poesía. Sirva la poesía para mantener el eros y los matrimonios. Enseña los secretos de la naturaleza, inspira las artes deportivas. Consigue el favor de los reyes soberanos. Estas leves materias algún día tendrán resultas serias.”
 Habla Horacio de esa condena a ser novelista (incluso de nuestra propia vida) a la que se refería Ortega; “No se sabe en verdad por qué delito al Poeta se le infundió su mala estrella De escribir siempre versos está prurito. Sí profanó tal vez la sepultura de su padre, orinándose sobre sus cenizas o la arrancó por ventura, cometiendo un sacrílego y un atentado contra la ciudad, el lugar de la poesía en cambio lo trasciende. La poesía cayó centella a un lugar triste. Todos temen tocar al poeta loco, le evitan los niños, cuando se cae en zanja nadie se preocupa de sacarlo y prestarle cuerda, quizá se tiró adrede y no quiera que le salven. Tengan permiso de morir los poetas. Quien lo salva es como si lo matara. Que le dejen tener una muerte digna memorable. Lo cierto es que frenético, y rabioso, a la manera del oso que de su jaula quebrantó la reja, va ahuyentando el poeta a ignorantes y discretos con los atroces versos que eructa. Como de mala sarna o peste huyen de él, le creen loco, icteria o trastornado de una secta. Le temen tocar los hombres con criterio. Al que una vez cogió, ya no le deja y le asesina leyendo sus mamotretos. El poeta a una sanguijuela terca se asemeja; que la piel del lector chupa y no se te quita de encima hasta que está de sangre bien ahíto.”Y la poesía igual: enferma al poeta la musa, y este monstruo del lírico ya no puede desembarazarse de la pasión que da sentido a su existencia. Para Laforet nada había más sagrado que la literatura y a ella se consagró, como una pitia a Pitio (Apolo) y una vestal a Diana, dejándonos una ópera prima y maestra a otros pobre letraheridos, igual de obsesivos con la fantasía, que la hemos disfrutado.   
 
Bibliografía:
González Iglesias, Juan Antonio Introducción, traducción, notas y comentario de La epistola a los Pisones o El ars poetica de Quinto Horacio Flaco. Cátedra, colección “Clásicos Linceo”. Madrid. 25 sep. 2012.  
Laforet, Carmen. Nada.
Bronte, Emily. Cumbres borrascosas. Alfaguara 2019. Traducción de C.M. Gaite.
Martín Gaite, Carmen. Desde la ventana Espasa 99.
Martín Gaite, Carmen. Usos amorosos de la posguerra española. Anagrama 2017. VVAA.
Umbral, Francisco. Diccionario de la Literatura en España 1941-1995. De la Posguerra a la Modernidad. Planeta, 1995.

Andreu, Alicia G. Huellas textuales en el bildungsroman de Andrea. Revista de Literatura. 1997.
Collins, Marsha. Nada: Fictional Form and Search of Identity. Symposium: A Quarterly Journal. Modern Foreign Literatures.
Dolgin Casado, Stacey. Structure as Meaning in Carmen Laforet’s Nada: A Case of Self-Censorship. Paolini. Newark: Tibbitts 1996.
Higginbotham, Virginia. Nada and the Cinderella Syndrome. Rendezvous: Journal o Arts and Letters 1986.
Johnson, Roberta. Carmen Laforet. Madrid: Editorial Gredos 1971.
Jordan, Barry. Shifting Generic Boundaries: The Role of Confession and Desire in Laforet’s Nada. Neophilologus. Narrators, Readers and Writers in Laforet’s Nada. Revista Hispánica Moderna 46.
Petrea, Mariana. La promesa del futuro: La dialéctica de la emancipación femenina en Nada. Letras femeninas.
Villegas, Juan. Nada, la infantilización de la aventura legendaria. La estructura mítica del héroe en Nada. Barcelona: Planeta, 1973.
Navarro, Rosa. Introducción a la novela de Carmen Laforet, Nada Uned 2014.

Dulces Camenae. Poética y poesía latinas. EUG (Edit. Universidad de Granada), Campus universitario de Cartuja. Granada. 2010.
De Iriarte, Tomas. Traducción de La epistola a los Pisones de Horacio. Imprenta Real de la Gazeta. Madrid s. XVIII.
De Samaniego, Félix María. Versión parafrástica del arte poética de Horacio. Editorial del cardo. 2009.
Aristóteles. Ars Poetica. 1447 a. y Ars Rhetorica (esta ojeada por encima por extensa) C.  1354 a. C, en PDF 
Quintiliano, Marco Fabio Instituciones oratorias. (Ojeada por encima por abstrusa) 95 d.C. Roma. Librería de la viuda de Hernando y c. ª Biblioteca clásica. Madrid. 1887. (obtenida en biblioteca Cervantes)
“Platón”, Aristocles. Fredo en Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 2, Madrid 1871
Velasquez, Oscar. Analizando las intenciones profundas del ars poetica de Horacio. Instituto de Filosofía Pontificia Universidad Católica de Chile. 1998.
Camarero Benito, Antonio.  Teoría del Decorum en el Ars Poética de Horacio. Universidad Pontifica de Salamanca.
García García, Francisco. Aproximación a la historia de la retórica. U.C.M. Julio 2005 (en la revista Icono 14 nº 15)
Tamayo de Vargas, Tomás. Una traducción inédita del Ars Poética (con un artículo de Jesús Alemán Illán del departamento de Filología Clásica de la Universidad de Murcia.)
Ga Yern, Valentín. ¿Cicerón y Horacio preceptistas de la traducción?
 
 rarios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario