jueves, 13 de junio de 2019

EL SUEÑO DEL HUMANISMO (DE PETRARCA A ERASMO.)


EL SUEÑO DEL HUMANISMO (DE PETRARCA A ERASMO.)  FRANCISCO RICO, 1993  1   
Temía, según iba leyendo el prólogo y primeras páginas de este ensayo expositivito-argumentativo, que pretendiera F. Rico citar, en otra especie de “manual positivista”, una lista ingente de autores y obras; mas a medida que avanzaba sentía dulcificarse este recorrido por los studia humanitis ilustrado de anécdotas y con un lenguaje sencillo (en el que mezcla para mi extrañamiento la erudición en obras, fechas, nombres y términos epistemológicos con un tono gratamente coloquial.)  Me asustaba también que al dedicárselo a Juan (Benet) fueran a compartir ambos caballeros de la letra armada cierta “hipotaxis hiperbólica.” La obra dedica a cada autor un espacio propio, pero la interrelación le obliga a Rico a pasar de uno a otro y volver al anterior; y así nos guía de Erasmo a Petrarca sin percatarnos de las analepsis o flashbacks, las prolepsis, anticipaciones y flashforwards. Saltos temporales que alucinan el viaje histórico-filológico-filosófico-literario… por el contexto renacentista, pero con un rigor que jamás permite el anacronismo. Al principio apenas se aclara la cuestión de sí “humanistas” fue un término programático con la que estos autores se autodenominaron, conscientes de formar un grupo, o más bien una nomenclatura asignada a posteriori por la crítica; pero se responde en el excurso, cierre anillar de la obra 2 (Este segundo superíndice quiere visibilizar que yo también he marginado este tema al final, en el apartado de información complementaria, donde aparto mis comentarios críticos personales suscitados a lo largo de la obra, por no molestar lo escrito por Rico, aunque se me resbalen añadidos breves, y por cumplir con el criterio sugerido en extensión, al menos en el resumen per sé, teniendo en cuenta que sintetiza todo el ensayo.) Más que el nombre le interesa humanizar a sus protagonistas con el porqué de sus obras, definir que estos estudios englobaban la gramática, retorica, poesía, la historia y la filosofía moral. El latín era la lengua para las artes liberales, pues como decía Valla: “Si hemos perdido el imperio de Roma nos queda la lengua”, pero en aquel renacer a lo clásico seguían idealizando la antigua civilización romana en sus mitos de una cultura inmortal, de unidad (ante la amenaza de fragmentación territorial en su propia realidad) y de fuerza militar contra “la barbarie” (temían regresaran “las invasiones verticales” en los paganos.) La primera universidad escolástica medieval se erigió en Bolonia siguiéndose su docto ejemplo rhetor por toda Europa. El papa Urbano había afirmado que  los galos no gozaban de la elocuencia y moral romana, pero el humanismo no fue un fenómeno exclusivamente italiano, había academias notables en La Sorbona o en Oxford. 3 Por el norte de Italia se popularizaban academias de primera enseñanza, con la figura del profesor de gramática. La escolástica católica medieval había estratificado el saber convirtiéndolo en una jerga técnica especializada, reservada a una élite de iniciados (“el que sabe sabe; y el que no…” ¡A ciencias!, sí se permite el humor);  sobre-ornamentada  de una retórica jeroglífica para el profano común, no apta para laicos. Estos nuevos estudiosos critican los excesos gramaticales, teológicos (y abusos en lo pragmático) serviles a los papados del Vaticano o Aviñón (en Lutero ya tienen “mala prensa” las bulas.)4 Se quejan de la filosofía trascendental, especulativa y nominalista (sobre todo de la última etapa de la escolástica tomista) por abstrusa en fondo y árida en forma, ¡pero no reaccionan radicalmente contra todo el teocentrismo! Según la Rhetorica add Herennium  cada tópico debía ser dicho con pureza y trasparencia (pure et aperte) y el latinitas diáfano (claritas.) El discurso debe ser llano e inteligible usando preferiblemente palabras sencillas y propias, pero aquella teología, empeñada en mimetizar sentencias de Aristóteles, sin embargo no traducía fiel su pensamiento, instrumentalizándole en autoridad para su propia doctrina y predicación moral. 5 A estos estudiosos, más filólogos que filósofos, no les interesa por el contrario la ratio abstracta sino la oratio concreta. Lo textual, contextual y paratextual, sin interpretación alegórica sagrada añadida; acercarse al original. Fue un proyecto común estudiar la lengua real acercándose a los originales clásicos; sin la sobre interpretación, cuando no tergiversación directa, de unos clérigos apropiados físicamente de los ejemplares y de su única lectura, monista y dogmática, con la philosophia ancilla theologiae. La filología (pretendiendo limpiar el latín de impurezas; y escribir y hablar el mejor) sería entonces por decirlo en términos feministas “la esclava múltiple” tratando de barrer en lo que Voltaire llamaba “la casa de locos de la teología.” 6
En el Enarratatio auctorum (lectura- comentario) preferían el usitatis de verbos propios y corrientes. “La imitatio no es acumulatio.” 7 Y la nota original parecía mejor criterio para el estudio e imitación de textos que su mero coleccionismo. Muchos no se contentan con una mera mimesis de referencias remitiendo a hipotextos, (citas que no llegaban a inter-literarias en el caso de los ciceronianos,  ni a una autentica transducción cultural); y en sus comentarios críticos decostruyen en revisión esta tradición renovándola como “dignos herederos” (Ortega); ya que su escepticismo en Las Verdades-Buenas-Bellas Universales (eternas, inmutables…en correlato con lo divino) sospecha de esa ética, estética y epistemología platónica tópica del medioevo y empiezan a ver una multi-significación relativa a su diacronía histórica. Saben, como tribu, que sus contextos políticos, religiosos…son convenciones públicas consentidas, consuetudo, construcciones compartidas a las que se les había querido dar un significado esencialista. El lenguaje también se hereda con su norma  pero es una sociedad mutable quien le da uso, por lo que evoluciona con las alturas y bajuras de los tiempos, y cada autor en su contexto le imprime la originalidad de su “langue y parole” individual. Si el lenguaje imprime significados universales; la literatura permite ver los diferentes sentidos individuales. Más allá de la reiteración textual  ornamentada; sus comentarios buscan la opinión propia. El latín no acabó de convencerse con las abstracciones (del griego) y buscó la expresión directa, concreta, pragmática, civil. Valla decía: “El pueblo habla y se comunica mejor que el filósofo”, incapaz de expresarse con sencillez y concreción; pero el populus pasaba de todo (en la Roma clásica, renacentista y ahora.) Para recobrar la realidad había que restaurar la dimensión humana de la cultura y por eso les emocionaba toparse con obras, ósea “encontrarse hombres”. Poggio y Valla, aunque “enemigos”, compartían la admiración por Quintiliano; “nadie con más elegancia e ingenium.”  A Alfonso “El Magnánimo” 8le fascinaban las décadas de la historia romana de Tito Livio tanto como le epataba a Lovati (Petrarca le dedica una edición crítica y se emociona al hallar el sepulcro de un tal “Tito”) pues   creía que las batallas se lograban “por dignidad, fama  y excelencia humana.” Admiran sus leyes e instituciones sólidas y democráticas, sus bienes (bonum) económicos, militares, morales... su pax romana y concordia. Estos estudiosos, ante la frustración de su tiempo, eran conscientes de que hubo y a lo mejor volvería una edad dorada. Cola di Rienzo anhelaba su sentido de la justicia y se preguntaba dónde pararían ahora aquellos huesos, “¡ojala su tiempo fuera el mío!” “Entre el doscientos y el trescientos un puñado de notarios en Padua empezaban sin saberlo la Modernidad”, como hace ver Billanovich.

La antigüedad les interesaba a un nivel vital y muchos viajaban a las ruinas, y a los antiguos monasterios, algunos con la intención de descubrir yacimientos de textos latinos. Lovato Lovati en 1283 creyó hallarse ante el sepulcro de Antenor (consejero del rey Príamo que precipitó la guerra de Troya) por los ecos de Virgilio, Ovidio y Tito Livio en los epígrafes de su epitafio, que acrecentaban su mito de fundador de Venecia y Padua. Encontró textos de Lucrecio o Marcial en la abadía de Pomposa o en Verona; antes de Shakespeare ya eran lugares idealizados. El mundo clásico era más rico que la  leyenda artúrica y cualquiera de las sagas épicas medievales. Petrarca de niño se deleitaba con las cláusulas de Cicerón, pero se cuestiona si por instinto natural o más bien  por su educación paterna. “Los filósofos son los que quieren del mundo sus secretos.” Estudiar objetivamente el pasado les permite comprender y quejarse de su presente: muchas ciudades presumían de tener origen clásico, y una cuestionable fundación mítica. En África, Petrarca muestra su fervor patriótico con su tono de epopeya nacional italiana sobre estas tierras desconocidas censuradas de salvajes. Esta nostalgia por la antigüedad podía legitimar el republicanismo o el imperialismo (no podemos hablar con propiedad de “nacionalismo” hasta casi el s. XIX) Se podían instrumentalizar políticamente sus textos en discursos cívicos, conquistas y fundaciones de villas (lo hará luego el risorgimiento; Garibaldi, exiliado cual Escipión “el africano”, ¡un héroe militar vencedor en Cartago premiado con el ostracismo!)  En las obras renacentistas hallamos reminiscencias de la poesía bucólica-pastoril de Virgilio y Ovidio con su locus amoneus panteísta y su eros platónico mezclando a semidioses y mortales en momentos de trascendencia terrenal como el carpe diem y el kairós. Valla dirá que “el estilo elegante clásico puede restaurar toda una civilización mejor que el derecho o la religión.” El escritor había de amar las letras, tener dulzura al hablar, nobleza de costumbres y refinamiento formal y moral. Niccoló Niccolli llevaba esta elegantiae en el discurso incluso a lo culinario o su vestir de burgués florentino. Maquiavelo lucía sus mejores trajes para leer a los clásicos. 9 Surge la letra minúscula carolingia, y dentro de ella la romana (defendida por Poggio) y la cursiva- itálica- grifa- antica (por Niccoli.) Nebrija escribe junto a loas a los navegantes de su época unos fundamentos astronómicos y matemáticos que le podrían haber  servido a Colon. 10
Las biografías desde Petrarca suelen comenzar con un padre jurista que pretende que el hijo siga la carrera de derecho y los estudios del ars dictaminis, (aunque soñara ser Cicerón declamando en el Senado quizá solo llegaría a secretario rural.) Salvo que lograran adentrarse en la curia papal; la enseñanza de gramática (en colegios públicos  o privados religiosos) daba  para una vida modesta y algunos compaginaban el estudio con trabajos alimenticios de notarios municipales y otros cargos “administrativos”. Del griego solo se daban  unas eroimatas, unas breves nociones, pero todos los estudiantes debían dominar el latín. Estudiaban fragmentariamente algunas obras clásicas, analizando la inventio, dispositio y elocutio en sus comentarios, identificados con el número del periodo. Leonardo Bruni pensaba que los auténticos eruditos debían aunar las palabras y las cosas, (rex/verba) y por eso estos filólogos-filósofos se interesan por otras ramas de saber, y con el sentido práctico de emular esta tradición al servicio de su musa, inspirando sus propias creaciones. León Batista Alberti, con su De pictora y todos los tratados de composición icónica y ecfrasis, escultóricas, tratados arquitectónicos (De re aedificatoria)…. busca lo inter-artístico, como el resto de humanistas leían a todos creyendo que se podían conjugar en un concinnitas corpus (inter-disciplinar), aunque este escribiese en un toscano vulgar, ni griego ni latín. Poliziano se indigna de que llamen gramáticos a los que enseñan las primeras letras, pues entre humanistas también se distinguía a los obreros técnicos del lenguaje de “los lumbreras”. Pero un grupo de especialistas, por mucho que se enfrenten unos a otros, no constituyen una cultura, y por eso querían trasmitir educativamente sus investigaciones. Petrarca teme que su África solo la lea su círculo, en vez de traducirse in actum, ad vitam. No fue una imposición por decreto de arriba, pero algunos poderosos se interesaron por estos trabajos (“La cultura dominante es la de la clase dominante”, decían los marxistas, o “si estudia la reina Isabel de Castilla estudiamos todas -sus monjas-”) El humanismo “se puso de y a la moda.”  Y había que estar por esnobismo a la page, avant la lettre. L Bruni lo asemeja a la gloria de Atenas, pero el que más llegó fue el humanismo ligero y superficial, con anteojos de carabina y regiment de Cosa Pública, compartiendo biografías y coleccionismo. Federico de Sajonia llenó la corte de oradores, filólogos románicos, astrólogos…; el cardenal Mendoza protege a Nebrija; Carlos VIII mezclaba humanistas con arquitectos en su palacio. Virgilio se daba ya en todas las escuelas, se conseguía “a cuatro duros” y  se pusieron objetivos más altos.
Ambrogini, el Poliziano, se enfrenta en su Misccellanea a interpretaciones incorrectas, fuentes inadvertidas y otros problemas filológicos. Como su nombre indica abarca  un estudio enciclopédico, global, sin dejar de acusar ciertas distorsiones que ha advertido en su bibliografía. No quieren estos gramáticos interpretar la doctrina sino estudiar el texto desde la autonomía del lenguaje. Se revindica la filología profesión científica, como la del jurista o el médico. Valla considera que Aristóteles no se ocupó en escribir historias ni hacer política. Se autodenomina intérprete suyo y no filósofo sino gramático, anteponía la elocuencia a la sapiencia. Y, como a Poliziano, esta profesión no le impedía dedicarse a su propia poesía. Analizan también los documentos por su parte externa, paratextual (la paleográfica de la escritura, mutilaciones, aspectos…) pero aunque probaran que el nombre de Virgilio se debía a un error en la traducción, ya estaba demasiado arraigada la convención de llamarle así. La filología, lejos de ser el motor principal de la cultura, se convierte en una técnica auxiliar  de la historia y la crítica literaria, aunque al menos secularizada de la doctrina de fe. A Ficino le resulta más interesante estudiar a Aristóteles bajo la guía de Pico della Mirandola que adentrarse en el ambiguo polisémico Platón. Sus trabajos prueban que no se ocupaban solo de textos filosóficos sino científicos, médicos… a veces botánicos o zoológicos cuidadosamente ilustrados. Amplían los objetos temáticos y materiales de estudio, metodologías y paradigmas y legan nuevas creaciones; pero pierde la popularidad por la falta de esa financiación anterior. Mendigan puestos de maestros de escuela o secretarios sin llegar a ser los profesores de humanidades que anhelan ser, por un desinterés plebeyo de los hijos de los poderosos que no ven útil la erudición de sus progenitores. Mas los elogios de Bacusio en 1522 a Erasmo por ir a resucitar el latín con sus Coloquios recuerdan el optimismo de Guarino un siglo antes con su curso sobre Cicerón en Verona. Budé, Erasmo y Luis Vives ejercían un triunvirato florentino y pretendían la divulgación en un público internacional cosmopolita; su recepción real era minoritaria, entre elites burguesas ilustradas y en contextos universitarios. La mayoría del clero ataca duramente sus escritos, tachados de heréticos e inmorales por denunciar precisamente faltas éticas del clero inconsecuente entre predicado y practicado “con el mazo dando”. La fantasía peregrina del escolástico cristiano podía ser apta para una lírica amorosa trovadoresca, pero su metafísica reñía con lo físico y su pensamiento distaba entre el dictum y el factum. El conocimiento (verba- logos) quiere implantarse en la res- ontos como mores- ethos, una forma de vida ética y racional.
Este sentido pragmático, de llevar a  la praxis y “sacar partido ad vitam” a unas lenguas semimuertas fracasaba por la escasa recepción, en pocas pero ilustres, personas. Un estudio del denario se pretendía influyente en la comprensión del presente de la devaluación de la moneda francesa. 11 En Erasmo, más pedagogo que erudito, vemos este eclecticismo, amplitud de miras e interpretaciones distintas a la doctrina ortodoxa.  Reinventa el ejercicio didáctico del comentario; una copia no literal, interpretativa, con una metodología inductiva (de lo particular a lo general) añadiendo sinónimos, metáforas, otras formas de dicción, y tomándose este trabajo lúdicamente. El mercado pedía manuales escolares y textitos para la aristocracia que no quería leer farragosos esencialismos. Con la especialización pudo haber muerto el sueño humanista a finales del Quatrocentto, pero lo salvó la imprenta, el negocio librero, y la incorporación de un público más masivo a la lectura, tanto o más que la consolidación escolar de estos estudios. Estos fenómenos permitieron divulgar más allá del ámbito académico unos textos que perseguían la dialéctica acta, persuasiva y práctica; dispar de la demagogia cristiana reducida a un ámbito “sectario”. Erasmo pone el mismo collar pero no al perro sino al gato: su reforma no pretende ir contra las escuelas católicas populares sino añadir otro tipo de público que comprenda más el mensaje evangélico (social) de Jesús desde la fe y no rompiéndose la cabeza en descifrar tautologías inteligibles. Se proponía enseñar su mensaje, de buena fe, y a la gente sencilla que no entendía el  lío de la Santa Trinidad de Aquino, devolviendo a la iglesia su sentido asambleario, de comunidad o ecclesia y no de Vaticano enriquecido e hipócrita. Busca una retórica sencilla y comprensible para el común, en contraste con la prosa grandilocuente y retorcida de estos seguidores de Tomas cuya hostilidad formal podía también aparentar vacuo su contenido.
Petrarca abominaba también cierta dialéctica demagógica, “sofista”, del clero, repitiendo categoremas de Aristóteles que no sirven para la vida práctica y adornándolo de florituras estilísticas. No renuncian a la ornamentación de toda retórica, pero al servicio de la elocuencia, la sapiencia, el ingenio y no solo de la imitatio y la mimesis (que en su origen tampoco portaba ese sentido de simios imitativos “copia-pegando”  reiterativamente) En el otro extremo; aquel estilo servus, vulgar, mediocrem, de los manuales catequistas descuidaba la forma al dirigirse al pueblo llano. El concepto de originalidad en el medievo tenía una única y tajante máxima: no serlo, disfrazando muchas veces ese vacío con un summus stilorum. La labor en las universidades teológicas y escuelas monásticas era más la del  ilustrador de bellas miniaturas en costosos y contados códices y la del amanuense copista de manuscritos mimetizando sentencias (obviamente con una lectura santa y no objetiva) que la creación. Petrarca se consideraba un clásico, y querría irrumpir en el limbo de poetas laureados, pero empieza a revindicar tímidamente lo novedoso. Aunque la revolución transgresora de la original fantasía la llevarán a cabo los Románticos; los humanistas preparan un terreno más tolerante. Se preguntan por ejemplo quién habla, a quién, cuándo, para qué… analizar el contexto junto al texto, planteamientos entonces innovadores (que aún usa la Teoría de la Comunicación.) Las circunstancias político-sociales que movieron a Cicerón a escribir no son las mismas que las de esta época y por ello una copia literal de su  habla para redactar un sermón sacro o una argumentación judicial en un tribunal moderno es el vano esfuerzo de Sísifo de arrastrar palabras muertas, quizá hasta sin amor por quien las pronunció, para seguir al día siguiente enfermando en su absurdo cometido. Ya que el sentido último del lenguaje es volverse lengua practicada, y la de literatura servir al actum,  ayudar en la ficción de esta vida en constante renovación. Su nueva sensibilidad quiere poner  cara y nombre real a las autoritates sin rostro ni contexto del nominalismo tomista. Y buscar la propia voz siempre desde la imitatio a una tradición en que apoyarse y la mimesis o verosimilitud de toda diegesis. Más que tratar de repetirlo fielmente, quieren imitar como imita el hijo al padre, comprendiendo, y no como se emulan los monos entre sí; seguir al maestro pero no al pie de la letra, con otro respeto (el de pedirles permiso para invocarles en el texto o servirse de estilos ajenos sin atribuírselos.) Muchos prefieren emplear sus propios términos. Complace el parecido, la similitudo; pero no la repetición identitas. Lo servil del adulador imitando ciegamente y con cortedad no permite lucirse al ingenium. Poliziano le invitaba al ciceroniano Cortesi “a valerse por sí mismo.” Algunos eruditos besaban los libros de Marco Tulio, pero los dilettantes del saber tenían mentes más abiertas: Erasmo, Pico, y muchos preferían la imitación compuesta a la simple. El canon de lecturas se va ampliando y renovando, cayendo más obras en sus manos.  Petrarca opinaba que leer a otros no nos puede dañar sí ya conocemos la verdad en Platón. Había leído toda la obra aristotélica y eso no le había hecho mejor persona (según el intelectualismo moral socrático obramos “mal” por desconocer el “bien”, pero un catedrático moralista podría adolecer de una grave falta de ética.)
El estudio de estos textos se justificaba si podían añadir ese ejemplum moral para el fiel acorde a la doctrina cristiana, insistente en “educar” pero olvidándose del “deleitando.” También los gramáticos de estos siglos, como los medievales, tuvieron que tergiversar partes en estos originales, intentando no meterse  con dogmas, rituales, sacramentos… incidiendo en la faceta íntima de la fe y en el comportamiento ético virtuoso y omitiendo “esos pasajes oscuros” que a la iglesia no le gusta que le recuerden. Era terreno espinoso estudiar textos paganos buscando una visión más realista con la pluma inicial. Con las correcciones de La Vulgata; Valla y Erasmo quieren actualizar la palabra divina, con la cortesía de su honestidad intelectual.  La mayoría estudiaba las obras en latín, Petrarca intentó aprender griego, pero esta competencia lingüística fue una excepción hasta la generación de Poliziano. El trilinguismo era otro de sus objetivos, sobre todo en la exegesis o estudio bíblico. Y este les lleva a interesarse por otras lenguas como el hebreo o someramente por el egipcio. En La Biblia Poliglota Complutense el cardenal Cisneros privilegió la traducción latina para disgusto de Nebrija y Valla. Las vidas de algunos de estos poetas fueron ejemplos del hedonismo buscando el epicúreo placer intelectual. El sueño de Erasmo fue el de Petrarca. No llegaron a resolver la tensión entre las autoridades del pasado y las experiencias presentes, sus teorías se instrumentalizaron (guerras de religión etc.) Intentaron des-fosilizar los textos y restarles ese dogmatismo añadido a posteriori y secundado servilmente. Frente a la especulación medieval a la entelequia de la musa Eikasia más extravagante pero pía; vuelven a revindicar la verosimilitud, el decoro, la racionalidad y el Common Sense. Quizá su elegantie se perdió vulgarizándose la literatura. Quisieron leer interpretando más correctamente, aunque pesara a ciertos estamentos. No iban a hallar la episteme entre diccionarios griegos, ni en sus propios bosques vitales; pero cotejando textos les devolvían un sentido más acorde y los trataron de divulgar. Se convirtió la filología en la disciplina academicista que es ahora, remplazada de nuevo (si alguna vez dominó las letras) por las obras literarias. Si la autoridad ordenaba creer, la razón del autor trata de probar. Las palabras bonitas sin sapiencia no tienen propiedad pues no nos tornan consecuentes con nuestros actos vitales.
INFORMACIONES AÑADIDAS COMPLEMENTANDO ASPECTOS DE LA OBRA indicados con superíndices:
[1]  El subtítulo (al igual que el ensayo Lo que Borges enseñó a Cervantes analizado para otra asignatura) transgrede el orden cronológico de Petrarca y Erasmo, con el mismo extrañamiento en el lector para aumentar su propósito divulgativo. La obra se escribe en una época “renacentista” como los 90 en España, cuando gozaba el país de un breve espejismo de prosperidad económica, entre dos largas crisis (la de la reconversión industrial y la actual); simbolizado en la construcción de las torres Kio “La Puerta de Europa” (España había entrado en la C.E.E. en 1986 y había jugado el Mundial en 1982 para endulzar la entrada en la OTAN ese mismo año.) En 1992 se celebran los JJOO en Barcelona y la Exposición Universal en Sevilla, conmemorando el V Centenario del Descubrimiento de América (el autor dedica un espacio a Colón y los reyes católicos con la excusa de Nebrija.) En este contexto se edita en 1993 El sueño del humanismo; en una alegría “garcilasista” más que por el país de entonces (también sufría sonados escándalos financieros, el desencanto con la corrupción socialista y el fin de La Movida) por un tiempo pasado glorificado que, como los humanistas, creían estaba retornando. Francisco Rico también vivía su sueño dorado; desde 1987 era catedrático en la Autónoma de Barcelona y al año siguiente miembro de la RAE. Describe en tono de entusiasmo un proyecto común entre lenguaje y pensamiento, entre erudición y divulgación, el mismo que convirtió el sueño humanista en realidad.
2 En el excurso Laudes Literatum, dedicado a J. Caro Baroja, subraya la importancia del estudio filológico en relación, sin subordinación, con otras disciplinas. Trataba de emular el discurso inaugural de Antonio de Nebrija para un curso académico (que pronunció el hijo de su editor Guillén de Brocar), tradición en la que en un elogioso encomio de las letras justificaba porqué las humanidades figuraban en el plan de estudios y también se les saludaba al amanecer (laudes) y animaba a los nuevos estudiantes.  Rico lo ha apartado del ensayo por tratar  un tema relacionado pero diferente (le he tratado de imitar con mis comentarios personales como notas complementarias al final.) F. Rico emplea  un sistema de notas al pie que no distrae de la narración expositiva y un índice alfabético final, con los autores y obras citados: analizadas en profundidad y otras que han funcionado de ejemplos. Así el texto queda más limpio, como era la intención humanista, con estas notas marginales del discurso central, y se abre tanto a la lectura investigadora profunda del erudito como a la del “lector común” (el interlocutor ideal para V. Woolf) que simplemente quiera disfrutar de este ejemplar.  Aquellos autores humildemente se consideraban profesor de gramática (Nebrija se revindicaba grammaticus), y no filósofos ni humanistas (pues Humanitas viene del vocablo jurista  unamitá y se usaba despectivo.)  Algunos autores citados en este pasaje (Brocar, “su” Nebrija…) sí pueden llevar con más propiedad la distinción de humanistas: no solo practicaban los studia humanitatis sino que los defendían como un ideal. Dentro del grupo habría que buscar las differences (Derrida) y habría que distinguirlos de los poetas y oradores, los creadores en sí, aunque en algunos autores ambas figuras se funden. Creían en una paideia, y que el lenguaje, la verba, trascendida a logos (conocimiento) podía perfeccionarnos incluso éticamente. “Quizá curve el cuerpo pero endereza el alma.” Nos des-animaliza y des-automatiza. Supera lo pathológico del determinismo biológico y nos hace libres y éticos en el ethos. Aunque el descubrimiento de otras tierras generó cierto malestar cultural que diría Freud: unos censuraron a estos indígenas de incivilizados salvajes; y otros añoraban ese retorno a lo natural, edén del “buen Adán” de Rousseau sin “pecados naturales” connotados por Hobbes, juicios en “parrillas del otro” ni “un palo entre las propiedades”.) La razón y el lenguaje nos separa de la feritas, aunque Herrera advierte que los intelectuales quizá sean las mayores fieras (Platón se recluyó a su Academia, abstraído cual Fedro en los jardines de Diana; Aristóteles peripatéticamente en su Liceo y los poetas huyen de la gente a los bosques), por eso sigue urgiendo más hacerse hombre que humanista.
Afirmaciones del tipo “Al Renacimiento lo caracteriza su estudio de lo humano” resultan enormemente fútiles, no aportan nada: no hay un solo movimiento teórico o estético al que no le preocupe y ocupe en prioridad nuestro tema humano, por la obviedad de que reflexionamos los humanos. Nos recuerda Unamuno al comienzo de El sentimiento trágico de la vida que Cremes justificaba su intrusión a cotillear en la comedía El enemigo de mí mismo de Terencio: “Homo sum, humani nihil a me alienum puto.” Y sí “nada del hombre nos es ajeno” no podían ignorar la tradición de siglos ni una época que sólo a partir del juicio ilustrado se empieza a calificar de “oscurantista”. Los cambios sociales o culturales en la época antigua, clásica, medieval y en esta transición a la Modernidad, no eran tan radicales ni vertiginosos como a partir de esta, cada vez más acelerados al avanzar en la posmodernidad, que parece haber cumplido a medias el proyecto moderno de la democracia laica…. Parece más acertado hablar de una paulatina transición durante estos siglos, en que iban cambiando modos de pensar y de sentir, y por tanto poéticas, significaciones y formas estéticas, de una manera más reposada y leve que revolucionaria y profunda. Dudo que Espinoza se viera renaciendo a una época, como quien abre una ventana, por consciente que fuera de la trasgresión de sus escritos, y de encender un debate extremadamente polémico en los cenáculos eclesiológicos, que ahí sigue. Básicamente proseguían la labor de las escuelas medievales: estudiar a los clásicos; y conscientes o no de llamarse “humanistas” sí percibían (o se lo recordaba la represión católica) hacerlo desde una perspectiva más secular. La época recupera el lema de Protágoras (“el hombre es la medida de todas las cosas”, un antropocentrismo, con el androcentrismo por género, abriéndose paso por siglos de pensamiento teocéntrico y deshumanizador, priorizando el Objeto o Realidad –la rex- sobre el Sujeto. La etiqueta obedece más a ese sentido de humanizar y devolver la dignidad al hombre que al de ocuparse en estudiar temáticas humanas. Su mensaje era ya en buena parte existencialista “el hombre no hace; se hace”, se ha de humanizar: vive, pero con su razón se percata existente y puede esenciar. No serían tampoco conscientes de llevar una empresa común salvo en cada escuela concreta. En las universidades (Salamanca, París, la escuela catedralicia de Chartes…) los rectores enseñaban la escolástica  haciendo revisiones (comentarios) de textos Pertenecían a las múltiples órdenes religiosas, en tensión interna entre diferentes perspectivas religiosas (la dominica era las más estricta y ortodoxa; o los jesuitas entre las más liberales.) Pero sí podemos ahora “a toro pasado” relacionarlos y buscarles interconexiones, aunque les alejen algunas décadas o kilómetros.
3 Un fenómeno europeo, en el equilibrio de poder del monarquismo absoluto de Francia, Inglaterra,  el  imperio germano-español (unos reinos que tras “la reconquista”, un matrimonio de reyes católicos, un reparto de hijas a príncipes europeos, pasaban a debutar descubriendo las Américas y en calidad de imperio), pero protagonizado por Italia, con Roma, “capital del humanismo.”En cuanto residencia papal, con “los doctores de la iglesia especulando lógicas metafísicas a cuestiones minúsculas” y otros eruditos reaccionando a ello desde toda Europa.) Había extranjeros visitándola continuamente (Garcilaso, Cervantes…): no sólo era un peregrinaje religioso sino que formaba parte de los Románticos llamarían el Grand Tour: epatarse de clasicismo de las ruinas latinas, por esas Bilguns-roman de educación estética. En Italia (nos lo recordaba Mussolini) pero también los emperadores germánicos se creían descendientes del imperio latino. Carlomagno se había coronado en Notre Dame, simbolizando así el matrimonio entre el poder papal (representante “temporal”, terrenal, de la divinidad; máxima autoridad de La cristiandad; señor feudal de los Estados Pontificios) y el político, en el Cesar-Papismo, uniendo lo que Jesús quiso separar en impuestos al sarraceno (como en La Ilustración esa división de poderes de El espíritu de las leyes de Montesquieu, siguiendo a Montaigne; o el Contrato social de Rousseau.) Un régimen estamental que por nacimiento determinaba a la esclavitud agraria feudal (y no “pacto feudal” en un vasallaje más que homenaje, sin consultar la voluntad general) por una nobleza y clerecía escalonada jerárquicamente. 
4 Lutero se quejaba de que los estamentos eclesiásticos financiaron la construcción de la basílica de san Pedro exprimiendo al pueblo de impuestos y con la venta de bulos: papelitos con un perdón divino por escrito, documento factual valido durante breve tiempo, para evitar tu condena al infierno por “pecador original”. La iglesia aprovechaba las millones de víctimas de guerras, inquisición, inanición (en el llamado ciclo agrario infernal) o de esas pestes tremendas de entonces, para lucrarse de sus familias prometiendo que el fallecido seguiría en el seno divino ¡a tanto el bulo! (Contradiciendo el mensaje amoroso de Jesús.) Esto irritó la sensibilidad humanista y concretamente a los reformistas protestantes dentro de la propia iglesia. Erasmo con su Elogio de la locura criticó estas supercherías y supersticiones en las que malvivía el pueblo; y de las que el clero sacaba más réditos económicos que espirituales. El norte de Alemania se convirtió al protestantismo; Calvino y Enrique VIII se escinden del catolicismo (funda la iglesia anglicana, por el pragmatismo de poder casarse.) Hacía 1520 la iglesia se halla ya seriamente dividida y se emprenden una serie de guerras de religión (la de Francia contra los hugonotes o la inglesa entre puritanos y anglicanos.) En España se da una fuerte presencia de erasmistas desde Valladolid a Sevilla, pero la inquisición detuvo y ejecutó todo logos y vida humana que ofreciera resistencia. .Para la iglesia católica la condena o la salvación depende en última ratio de un demiurgo intangible, al margen de tus acciones. Para los protestantes la fe basta (San Juan decía que el justo vivirá siempre por su fe) y el arrepentimiento de los pecados (sea cual sea su cantidad y magnitud.) Dios no puede estar dependiendo de lo que hagan sus mortales, siervo de nuestras acciones y decidiendo con el dedo: “Este pasa, este no.” Surgen ideas como la del sacerdocio universal, en la que cada cual es pastor de su propia alma, e interpreta libremente la Biblia, con autonomía, y no con un dedo escriturístico de la moral heterónoma (diría Kant) que señale la alegoría correcta. Maquiavelo culpaba a la corrupción en el clero del relativismo ético de su tiempo que, con sus valores sumisos, causaba debilidad políticamente.
5 Lo que Aristóteles describió del teatro y retórica de su época había tomado un carácter duramente normativo, añadiéndose reinterpretaciones clásicas y de diferentes escolásticas, hasta el punto de convertirse en un criterio artístico y crítico más (“Aristóteles magister dixit: Verbum Dei.”) La “palabra de Aristóteles” constituía un logos en sí misma (Aunque Nietzsche llegue a decir que se habían aferrado los rebaños pastoriles a esta autoridad a falta de otra.) Traducían, ilustraban y copiaban miméticamente los textos de la alta filosofía griega (aunque interesadamente: sí en el manuscrito aparecía “causa final” “fundamento primero” se interpretaba como el Dios de su fe. Por ello coloquialmente suele decirse que Agustín de Hipona “bautizó” a Platón; igual que Tomas de Aquino convirtió el “panteísmo” respirable en Aristóteles en un pilar fundamental para entender su summa de prefectos teológicos, llena también de conceptos en tríadas.) Spinoza trató de darle otra lectura al sabio griego, más abierta que la tomista. Unamuno afirmó que la cultura europea se sostenía en tres bases esencialistas: filosofía griega, derecho romano y la teología de estos dos pensadores del románico y del gótico en sus comentarios a estos dos clásicos. (“La filosofía son unas notas al pie de las páginas de ellos.”) Autoridades eran Homero, el divus Plato (como lo lla­ma Ficino), Cicerón (como se ve en El Ciceroniano de Erasmo) o este Aristóteles, del que Lope de Vega se quejaría ya en el Barroco en El arte nuevo de escribir comedías: se habían impuesto en su nombre estrictas unidades de espacio, tiempo y personajes para las obras teatrales. 
6 Sí uno de los mayores méritos del proyecto moderno iniciado en este humanismo renacentista fue la secularización del texto cultural sin abandonar un estilo elegante y elevado, se debe a una razón pragmática: muchos autores ya no dependían directamente del beneplácito o censura del Vaticano al gozar del mecenazgo de la nueva burguesía, originada por ese proto-capitalismo que Max Weber ve en las primeras bancas flamencas (Amberes), o florentinas. Los creadores pueden elegir motivos más mundanos, aunque la Santa Iglesia no se lo ponga fácil, y en los críticos brota el espíritu de estudiar los textos antiguos sin esa condición sine qua non de incorporarlo al discurso eclesiástico. Pero ahora el humanista debía jugar un nuevo juego cortés (en lo que Ortega llamó “era de la cortecía”) ante su mecenas y esos aspectos “extraliterarios” que permiten dar a conocer una obra. Familias en el sentido italiano de “mafias” (los Médici, los Borgia) que ostentaban los principales órganos de poder político, controlaban la naciente banca y culturalmente protegían a los artistas. Por un primitivo avance de la tecno-ciencia y desarrollo de pequeñas industrias manufactureras y la ampliación de los burgos, y de todas sus arquitecturas e infraestructuras; se iba así reformando el ecosistema gremial (formado por el pequeño comercio y la artesanía en un escaso mercado interior centrado en lo local: ferias populares en las calles centrales y plazas más antiguas ahora llamadas cascos viejos) y con un fuerte proteccionismo estatal autárquico que no permitía la competente externalización ni librecambismo de productos (sistema arancelario y aduanero) Surgían las llamadas profesiones liberales (banqueros, abogados, profesores de universidad...) Los aires de ciudad suponían mayor grado de libertad e individualismo frente a la cerrazón del mundo rural feudal, dominado por la religión y la nobleza: la inmanencia de la tierra ajena trabajada caía sobre el siervo hasta reducirlo a la condición de uno de esos bichos que podían destruir la producción agrícola y dejarles por tanto al borde de la hambruna.  A estos fenómenos añade Weber cierta cosmovisión ideológica de ahorro y mentalidad de usurero judío o una austeridad kantiana que relaciona con la ética y el espíritu protestante erasmista, luterano, calvinista…) Las clases sociales irán sustituyendo a los estamentos, donde ya no será solo únicamente el “buen” linaje sanguíneo el criterio de pertenecer o no a la élite sino el poder adquisitivo, persiguiendo tanto la vieja nobleza como la nueva burguesía el honor social y el poder real.  ¡Otra forma de selección de “los aristoi”!   
7 Los escolásticos parecían haber estado coleccionando un saber acumulativo, recopilatorio, compilatorio, desfragmentándolo al especializarlo, catalogando, estructurando en listas, ordenado en categorías (clasificar no es conocer, recuerda Ortega a los positivistas) y solo interrelacionándolo rígidamente con su fe. Algunos diccionarios etimológicos aludían rebuscadamente a mitos pagano-cristianos, enciclopedias en que sin orden ni concierto se divagaba de lo humano y lo divino, misceláneas muy dispares a la Misccellanea de Poliziano. Se podía pasar de un apartado zoológico a la descripción de los unicornios. Se manejaban manuales en los que encontrar máximas clásicas sin necesidad de leer las obras. A muchos se les ha “pillado” porque se sospecha que no sabían griego y no se había traducido la obra al latín, lo que no les impedía adoctrinar olvidándose un poco del texto a comentar.
8 Ejemplo este monarca del Perfecto cortesano. Como Lorenzo el Magnífico, Maximiliano de Austria, los reyes católicos… El concepto de nobleza vira en el Renacimiento: En la edad medía esta se había dedicado a proteger militarmente a los campesinos de las amenazas (paganos, bárbaros; “moros” en las cruzadas; o tensiones internas con otros nobles o revueltas comuneras) descuidando su ilustración. No se les pedía un nivel elevado de erudición: muchos de ellos eran analfabetos, apenas sabían leer o escribir, y preferían los grandes banquetes, cacerías y otros ocios, delegando absentistamente en cargos a su servicio (lo cual se acentuará en época barroca.) Pero el Renacimiento tiene otro concepto de aristocracia, más noble moral e intelectualmente que por cuna. El Príncipe de una Republica renacentista debía ser un caballero de  armas y letras; un militar entrenado en el noble arte de la guerra (con el concepto de “honor” “valor” que legitimaba el uso de esta violencia, al modo pragmático del bonus romano más que de la virtud abstracta platónica y católica, pues valores de humildad no casaban bien con la defensa castrense de las nuevas polis-estado renacentistas) y a su vez experto en leyes, un cortesano cultivado, instruido en la tradición cultural.
9 Florencia se convirtió en la república, ciudad-estado, más rica culturalmente de aquella Italia, laboratorio para la reflexión política y la creación, admirada por toda Europa, gracias a esta burguesía comerciante y las profesiones liberales y artísticas.  En Florencia florecía un arte más libre y se empezaba a permitir el desnudo, bíblico o metáfora sacra (El David de Miguel Ángel), y una literatura más escatológica (se ve más nítido en el El Decamerón de Bocaccio que en Dante,  con lo teleológico de temática pero en el dolce stil nuovo. El paraíso perdido de Milton fue más heterodoxo, defendiendo el reformismo protestante y a un Lucifer simpático con cara de Cromwell. (Parecerá ahora baladí pero ¡qué escándalo que los ángeles asexuados pudieran copular en su edén!) El Vaticano censuraba el carnaval continuo florentino como ¡una nueva “Sodoma y Gomorra” pecadora, pervertida, corrupta!; pero Bajtín, Darío Fó…estudian estos aspectos del “Misterio Bufo” en la comedia del arte italiano, heredados de los juglares, trovadores, bardos, bufones de corte (derivados del histrión latino),  esos cantares de juglaría que con sus sagas épico-fantásticas seguían la tradición popular de la epopeya de aedos cantada por rapsodas o esas comedías clásicas de Aristófanes y más graciosas en Plauto que en Terencio…..expresiones del alegre placer epicúreo y hedonista como parte de la ambivalencia vital para restar lágrimas al valle. El mester de clerecía había buscado, más que el serenamiento del estoico con el dolor, recrearse en los aspectos trágicos, interponerse en la sique del fiel con sus histerias de fe, pecado, culpa, perdón y redención neurótica (según diagnosticó Freud) hasta entrometerse por afán de lucro en la última mascarada que es la calavera, en esa parte natural del ciclo vital. El eros de EL Banquete se había “reciclado” en el éxtasis místico, el amor a Cristo del ágape agustino. Los Cuentos de Canterbury o la obra de Rabelais reflejan banquetes más pantagruélicos que los de Platón y Agustín de Hipona. Los artistas renacentistas, como “hombres del Renacimiento” diletantes deleitaron toda forma de saber (con paradigmas en L. Da Vinci o Miguel Ángel), pero debían jugar entre pintar la Bóveda de la Capilla Sixtina, retratar a las familias de los mecenas aristócratas y burgueses, y pintar lo que de verdad querían: quizá un simple bodegón. En la literatura sucede idéntico, y Dante sigue pintando el paraíso en el cielo, pero con personajes más humanizados. Petrarca prosigue la tópica del amor platónico, pero con motivos más “profanos.” Se refiere a Laura, una amada concreta, con el mismo grado o más de sublimación (terrenal) que sí se dirigiera a Dios.  Cambian las temáticas y con ellas la significación otorgada: no hermenéutica de lo divino sino símbolo de lo humano.
10 También contribuyó al paradigma moderno el descubrimiento del nuevo mundo (aceptando que esta conquista militar provocó la a-culturización indígena); desechar la idea de una tierra plana, un mapa perfecto (una cosmovisión ptolemaica-aristotélica) con unos límites finitos, en cuyos extremos perfectamente delimitados podías caerte a la Nada (¿De verdad creían que se iban a despeñar del mundo por Finisterre?) Galileo siguiendo el giro copernicano ponía fin a esa imagen de la Tierra-ombligo del Universo y el sol girando en torno nuestro. Patenta cómo somos nosotros quienes giramos en su órbita. Y sí ese sol venía simbolizando tradicionalmente la divinidad: somos nosotros quienes perseguimos lo intangible del Ser, frustrados por su silencio. El giro cartesiano, el “Cogito ergo Sum” de Descartes, venía a explicar que uno no existe porque le haya creado Dios sino porque se percata auto-consciente de su vivir (aunque, in media res de la Modernidad, llevara a la entronización de la Razón en Diosa.) 
11 Se ocupan de asuntos prácticos, igual que los enciclopedistas ilustrados franceses no sólo escribían para ocio de Catalina II de Rusia sino divulgando técnicas agrarias que pudieran ayudar al progreso popular. Aunque hemos de rechazar esa imago romántica de unos héroes enfrentados y capaces de cambiar todo un sistema teocéntrico feudal de injusticia política-económica-social, vital….Siguen en una línea continuista y reformista con una tradición clásica, tratando de secularizar el texto de falacias, licencias, redundancias, sobre interpretaciones… de los teóricos católicos. Sin estudiar los propios textos grecolatinos tampoco podemos entender del todo su sueño. Su connotación de revolucionarios se la hemos ido otorgando posteriormente, a medida que nos vamos humanizando. 
Rico, Francisco. El sueño del humanismo (de Petrarca a Erasmo.) Alianza Editorial. Mayo de 1993. Madrid.  


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