miércoles, 29 de diciembre de 2021

LA PRINCESA

 LA PRINCESA

La princesa atraviesa un angosto pasadizo. Cruza el corredizo, las inclinadas escaleras, se apoya en la pared desvenjizada y da la luz. En su ordenador aparecen dos palabras:  ¿quién soy?.  Del tejado cae una gotera. Pilas de cedés y deuvedés, una biblioteca enorme- este sólo es uno de mis dos pisos- le comenta a una urraca que se posa en el alfeizar de su ventana. La princesa trabaja en una empresa. La princesa lee libros de misterio y sobre la edad medía. La princesa es asustada por ratas y ratones que la acechan. La princesa plancha sus sueños. La princesa trabaja para una empresa. Las manos de la princesa son delicadas como las de un niño. Sus manos tañen un piano pleyel. Sus manos ahora sujetan un cigarrillo y apuran un vaso de cerveza. Las manos de la princesa, arrugadas y venosas, vieja princesa que buscaba un príncipe azul y sólo se hallaba en su vida sapos. Sapos verdosos. La princesa ya esta harta de siempre la misma rutina. Sus dedos ahora sujetan un manojo de llaves. Cierra el portón, chapa la verja. La princesa llora lágrimas tul. Y en el espejo del baño, junto a su monedero, sus gafas, su vomito de la noche sábado (el week end), aparece su viejo rostro, su rostro cuarteado de niña vieja. Hay mucho lobo, mi niña. Todos decimos que somos como iron jhon y luego: míranos. La Biblia la tiene metida dentro de la mesilla. Las estanterías de madera  cargadas de libros. Las revistas por el suelo. La papelera rebosante de bolas y aviones. La vela y la calavera. Los póster de música. El cenicero rebosante de colillas. La luz del portátil. La pequeña ventana, un tragaluz, que da a un patio de portería. Y desde aquella ventana edificios tras edificios, superponiéndose a otros, como en una escalera ascendiendo hasta el cielo, como las escalas de los místicos, como las torres de Babel.

Veo un trozo de la antigua muralla de la ciudadela y erguida frente a ella; un enorme centro comercial, y entre tanto edificio alto y lánguido no veo el sol pero salgo a la calle a buscarlo. ¡¡Sol sol, aparece, vuelve, regresa.!!  El sol me pone dorado. Me dora la piel. La melanina. Y para las señoras es muy importante si uno tiene piel dorada (porque no estudia) o blanca (de estudiar)     Un estrecho habitáculo. Una cámara de un japonés que hace y rehace su cama. Una niña comiendo un sándwich cruzada de piernas, quizá haciendo yoga. La calma de no estar, de no ser, de desvanecerse entre las paredes, como una gota de agua al caer en un grifo, glub, glub, así, desvaneciéndose la existencia, desintegrándose el alma, poco a poco, lentamente, el paso proustiano del tiempo, el viejo reloj de mi abuela dando la hora, siniestro cuco, cucos de Allan Poe, de cuentos góticos perfectos.... un vater, un hoyo, calma, respirar, tragar el aire y exhalar, calmar esta angustia triste y depresiva de estar pero no estar, como fantasma y ser pero no ser, como idiota dostoyeskiano, a través del soma de un licor de melocotón.

Una rata de biblioteca soy y allí me atrinchero como sacro lugar. El sol daña mis ojos. Un cigarro y luego otro. Una larva que algún día espera hacerse mariposa. Aquel viejo invernadero donde el abuelo me llevaba a cazar mariposas... flor rara, flores de invernadero, criados sin la luz del sol... burbujas, crisálidas, pequeñas urnas funerarias, la ventana da a un cementerio, los fantasmas, el tiempo, el tic tac del reloj.... la ausencia de sentido ya, el vacío, el haikus, la poesía de la nada, de la calma, del desaparecer..... tenues fantasmas haciendo sus camas cada mañana al despertar y ver siempre la misma monótona realidad.

 

 

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