EDUARDO MENDOZA y su última novela EL REY RECIBE.
Introducido e interpelado por GALDER REGUERA.
El introductor, Reguera, se define como “un
escritor local” (esto tendrá gracia al final del articulo cuando discutan sobre fútbol él y este escritor de primera división) Confiesa Reguera que él era un lector que devoraba tebeos, literatura
infantil y luego juvenil, el TBO y los Mortadelos. La lectura, por influencia
del instituto (y por un profe concreto que no va a nombrar), se
volvió una tortura, como La naranja mecánica: dividir frases en
predicados y complementos directos, ¡un horror! En el 91, cuando tenía 15 años,
cayó en sus manos El misterio de la
cripta embrujada, (este volumen en concreto que ahora ha recuperado y
muestra entre sus manos) y se enfrentó a él como se enfrentó Mendoza al
escribirlo o en su discurso del premio Cervantes. Era un libro para mayores, pero lo que para otros
era una tortura para él fue un placer, y desde entonces empezó a devorar libros.
No dejó de leer con placer a partir de ahí, y aún menos a Eduardo que es uno de
sus favoritos y le está en eterno agradecimiento porque casi es un modo de
vida el literario. Y lo dicho; es un auténtico placer presentarle hoy aquí. Le da la bienvenida a la biblioteca de Bidebarrieta de Bilbao. Y Unanumo, que lo ve.
A Mendoza le emociona mucho esta
bienvenida porque opina que es una responsabilidad la que tienen los escritores
para con sus lectores. Siempre te encuentras a alguien, que, en el mejor de los
casos, te cuenta que gracias a ti se aficionó a leer o a la escritura o le
serviste como estímulo (Otros te dicen que gracias a tí dejaron de leer para
siempre, y eso que se han ahorrado.) Mendoza pasó también por esa época de leer
tebeos, de otra época por la edad: el guerrero del antifaz y en ese plan. Le dieron
un libro un día. Al principio le costaba leer, luego le dijeron: ¡déjate de
tonterías y lee! No se acuerda de que libro en concreto. Se lo está pasando muy
bien escribiendo, no lo va a dejar, y además a veces sentía y siente que lo que
quiere es escribir este mismo libro, no otros libros, y está dispuesto a
escribirlo y ser el autor de un libro tan bonito que igual es de Tolstoi, pero
suyo también. Después de unos años aquí estamos.
Ya dijo usted en el discurso del
Cervantes: “Regresó a la lectura de Cervantes como quien visita a un amigo,
sabiendo que pasaré un rato agradable y acogedor”. El gusto por Eduardo Mendoza
no lo comparte E. Mendoza porque nunca ha leído un libro suyo, mientras lo
escribe sí, pero una vez publicado no. Sí que alguna vez ha tenido que releerlo
para un comentario o una traducción, pero siempre le ha dado una impresión muy
mala, rara y no le gusta nada leerse así mismo. Quizá lo que pasa es que ya
sabe lo que va a decir este autor, ni le divierte ni le sorprende, le considera
un pesado a este señor en concreto y sabe ya que cada frase es resuelta de una
elaboración y de cuál. Una vez consiguió leer un libro suyo en portugués y le hacía
gracias porque era como si no lo hubiera escrito él. Vuelve a muchos autores, americanos,
y a veces se da chascos porque había pensado que eran buenos.
En sus libros de humor tiene la
constante de no aburrirse ni aburrir al lector. Nunca ha escrito pensando en el
lector. ¿En qué piensas cuando escribes, en ti mismo, en un lector ideal que te
van a comprar o en la crítica? No piensa en nadie de estos, piensa en el libro:
cada frase debe aguantarse por su propio pie, no dar una frase por hecha, no
poner un adjetivo que no sea el apropiado o tenga significado. Si hay que
pasarse dos dias leyendo el diccionario de sinónimos de cabo a rabo hay que hacerlo
y que el libro te cause satisfacción como libro. No tiene fantasmas, ni interiores
ni exteriores ni de ningún tipo. Escribe libros porque le gusta escribir, la
literatura. Es un misterio (de cripta embrujada) cómo se conectan los símbolos y signos en papel,
cómo lo que él ha imaginado sé lo imagina otro a través de unos códigos, no
sólo con palabras, con signos de exclamación, guiones… y eso transporta, pero de
una manera muy poderosa, a veces incluso más que las imágenes cinematográficas
o audiovisuales. Y luego otra cosa; no sabe lo que el lector lee de sus libros.
A veces le dicen: ¡ya he entendido su libro y esto es lo que Ud. quería decirnos!,
quizá nunca lo había pensado eso, pero si lo ha entendido es que lo ha leído
y si a él le ha servido (y sobre todo si lo ha leido, si lo ha cogido de prestado
no, pero si lo ha comprado sí), que interprete lo que quiera.
Es una trilogía “flexible” (porque
puede tener 4 o 5 libros) Las 3 leyes del
movimiento. Como buen hombre de letras, Galder Guerrera tuvo que consultar
cuáles son esas 3 leyes. Una es la inercia. ¿Es la ley que ha movido siempre a
sus personajes? Están quietos, no tienen mucha iniciativa, pero si
se ponen en movimiento no hay quién los pare, esa es la ley de la inercia. No
había pensado y sigue sin pensar que estas tres partes de la tetralogía vayan a
seguir las tres leyes del universo. Le hizo gracia la alusión porque hay mucho
de la época franquista y del postfranquismo y las Leyes del Movimiento entonces
eran una cosa que estaban muy presentes,” porque eran nuestra Constitución pero
nadie las había leído ni sabía lo que decían, no sabían lo que significaban pero
ahí estaban, inmutables”. Le gustaba la idea de esas tres Leyes “la no sé qué”
y “la no sé cuál”, enlazadas con las del Movimiento.
Queda muy hortera preguntar qué parte
de usted hay en el libro, pero como tiene vocación de memorias y siempre le
preguntan esto, pues yo también. En una entrevista suya en 1989, de las
primeras en blanco negro, dijo que siempre había sido una persona poco activa y
que las cosas de sus personajes no le habían pasado, que no era un aventurero (como
tampoco lo son sus personajes.) El hecho de haber vivido es ya una aventura. Ha
hecho muchas cosas, ha visto muchas cosas, ha tenido la suerte de estar en primera
fila en muchos espectáculos, nunca en el escenario, pero ya es algo: muchos se
han quedó fuera del recinto, en su propio lumpen interior. Este personaje ya no
sabe si tiene mucho o poco de él, quisiera que fuera un ente autónomo, como
RTVE, es un palabro que siempre le ha gustado mucho (la autonomía, y no habla de la catalana), pero que a la vez el
personaje fuera como su hermano gemelo, su igual, que fuera caminando por los mismos
sitios, transitando la misma época, pero que no le pasaran las cosas que le han pasado a él.
Reconoce que se parece mucho a él en sus reflexiones, su mirada, pero en lo que
hace no sé parecen. Hay quien ha tratado
de identificarle, pero no hay nada de eso ni los personajes secundarios tienen relación
con él, ni ningún tipo de relaciones (amorosas). “Que yo me haya ido a vivir a
Nueva York el año tal y él el mismo año el otro es mucha coincidencia, pero coincidencia
del azar que no quisiera yo que afectara al pobre personaje, que no se piense
que es un mandado, él hace su vida.”
Tratando tiempos pretéritos, sin
embargo nunca parce que el narrador de esta novela enjuicie. Esta era su
intención en todo momento y por eso no quiso escribir unas memorias. Cuando uno
escribe memorias las escribe desde el presente, sabiendo lo que pasó. Una
novela, por el contrario, cuenta lo que pasa en este momento y no solo, sino en
el momento en que uno lo lee. Sin saber cómo va a continuar la historia es cómo
se encuentra Mendoza y también su personaje. Rulfo Batalla llega a Nueva York,
por ejemplo, y se encuentra con que está el caso Watergate y Nixon en apuros. ¿Cómo
van a hacer dimitir a un presidente de los E.E.U.U?, no le cabe en la cabeza, el
personaje lo entenderá en el segundo volumen (si sale), pero aún está con la boca
abierta de ver cómo dos periodistas se cargan al presidente americano. Eso es más
interesante que la historia misma: darse cuenta en ese momento lo que era la
prensa en un país con libertad de expresión y del poder real de la gente, que
es más del que nos pensamos. Son dos personajes que van a un juicio absurdo en que
hay 4 personas y dos identificados. Ven aquello y a partir de ahí cambian la historia
de su país, le parece impresiónate y en lo vivido también, con toda la gente
pensando “esto no será nada”. Recuerda la imagen del “señores presento mi
dimisión” y eso quería contar: el momento, el kairós del instante. La historia
está contada y la sabe todo el mundo, cómo acaba la guerra de Vietnam (como una
película de Rambo), qué pasará en España, ¿se morirá franco algún día?, esas
cosas que sabíamos todos.
Ha tratado de buscar defectos y
virtudes de esa poca sin ser maniqueo y no hacer proyecciones, en realidad era
difícil, porque lo que cuenta es como lo que está pasando en estos momentos. Este
libro lleva mucho tiempo, lo empezó a escribir hace unos cuantos años, incluso
antes del premio Cervantes. Muchos le preguntan si era el resultado del premio,
enfrentado a esta responsabilidad. Pero hacía tiempo que lo llevaba
escribiendo, quería que fuera un libro de lenta evolución, lo interrumpió para escribir
otras cosas, novelas de humor, lo empezaba, interrumpía, con muchas pausas y
panfletos de Cataluña por medio y lo de la historia sagrada para el Cervantes.
Ha habido tres publicaciones posteriores a la gestación de este libro. “Pero
una vez empezado no quiero asustar a mi editor, no digas que no va a salir el segundo,
y esas cosas que dices a veces”. El segundo saldrá muy pronto, espera.
Nos reprochan que los jóvenes
somos un pocos injustos con la memoria histórica, pero el tema de la guerra
civil y la transición son temas que siempre están de actualidad candelaria. Es
natural que se revise el pasado y se haga siempre de una manera crítica. Sería
muy triste que una generación posterior diga ¡qué contentos estamos de la digna
herencia que nos habéis dejado! También es natural que los errores y
deficiencias del momento ahora tengan unas consecuencias y digan ¡caray! (Aunque
cuando era el momento de solucionarlas no se exclamó esto). “Pero quienes recordamos
lo que sucedió, la tensión ambiental, todo aquello…”, él personalmente le da
una nota alta a la reacción al franquismo en la transición, no una matrícula de
honor porque aquello era muy difícil pero ¡era fácil que saliera mucho peor! Así
que salió medianamente bien y a resultas de aquello hemos vivido una larga
época de un relativo bienestar comparativo: nunca en España había habido tantos
activos de expectativas, libertad, garantías y estamos en un momento ahora de cambio,
pero con reproches no sé va a ninguna parte sino con críticas constructivas.
Primo Levi decía que una de las preguntas más recurrentes que le hacían es por qué no se había escapado de Auschwitz y es que quizá por culpa de las pelis de acción americanas vemos a los nazis como los malos malísimos de la americanada y por eso preguntan por la posibilidad de salir una persona que estuviera alli encerrada. Quizá los jóvenes de ahora tienen un contexto actual, les gustará de su libro cuando introduce determinados movimientos históricos, por ejemplo el movimiento gay. Los personajes que rodean al protagonista decían barbaridades ahora, pero que en el momento se decían. Robert Bly afirmaba que los problemas de sexualidad (de que fueran gais) venían dados por la alimentación. Tiene un artículo que indicaba concretamente que los niños tomaban ahora muchas grasas y por eso tenían esa sexualidad confundida. Dijo muchas estupideces este señor y otras interesantes.
El libro está basado en recuerdos.
Sí ha procurado no corregir incluso algunos errores, porque cree que la memoria
va a veces por caminos equivocados, pero tienen su valor los errores y que
creación y creador se encuentren en la intersección de dos caminos paralelos. A
veces; al recordar, corregir y recordar cosas; ha reflexionado sobre el cambio
que se ha producido en el movimiento feminista desde los años 80 en Chicago, Los
Ángeles y Nueva York porque era un movimiento que venía de muy antiguo, pero ese
momento era distinto, nuevo. Las mujeres querían ocupar un espacio en la
sociedad y tenían unos portavoces muy potentes, Gloria Steynen, Erika Jong… que
eran personajes mediáticos que hicieron una gran labor colectiva, porque
realmente llevaron a las casas el problema de todas las luchas y quizá lo que
ha quedado de todo aquello del Mayo del 68 sea el mensaje y personaje de Simone de Beavour:
la mujer no hace sino que se hace (lo mismo que decía Sartre aplicado al género
humano).
Si en vez de leer un artículo de Betty Friedman en una revista
progresista americana de entonces, hubiera leído el mismo artículo de nuevo en
el periódico más carca del pueblo más carca no le harían las preguntas que en
ese momento le hacía un periodista liberal americano y pensar eso le causaba
una gran impresión: “porque si, ¡madre mía!, las cosas que preguntaban en la casposa
época”. Y lo mismo pasaba con el movimiento gay, entonces no sabían y les
preguntaban unas cosas que en estos momentos no preguntaría nadie, ni siquiera
el más acérrimo opositor, porque ahora está la cosa aceptada, pero entonces no.
Se producía el cambio en el programa serio de la televisión y en el programa
frívolo quizá más, porque se estaba produciendo una atmosfera de colorín y
guiños compartidos. Y ahora la actividad para recuperar esos momentos los hace imborrables.
Ha vuelto a ver los programas de televisión que veía entonces, ¡los archivos!,
una cosa que entonces era impensable, ¿qué paso aquel día?, es muy interesante
y eso le llevó a más, a querer contar más, para juzgar lo presente, para juzgar
el pasado: hemos sido así y hemos venido de alli y ahora pasa esto. Venimos de
momentos muy complicados, hay que aprender de la historia.
A veces cuando tocas el pasado, sobre todo cuando te toca la fibra íntima, es complicado mantenerte al margen, pero ha procurado que no hubiera nostalgia pero ¡volver a ti y al Nueva York o la Barcelona de tu juventud, de todo aquello, de los amigos, va con sentimientos dentro!, pero hay poca emoción deliberadamente en las actitudes del personaje o en su intención como escritor. Ves cómo el personaje va defendiéndose de la vida, es una cosa que él ha hecho siempre, siempre salido huyendo de los sitios, no sabe por qué, no porque le parecieran mal. Hay un momento en que su madre saca los manteles y las figuritas y se decía así mismo: ¡otra vez los pastorcitos, la bandera, la caña de pescar, eso no quiero verlo más! y de repente el momento se va. Es la nostalgia de no tener nostalgia, porque la psicología es muy complicada con Freud, pero no quiere pensar que es un libro de ¡qué época tan feliz!, porque no lo fue: él lo pasó bien, pero haciendo balance, se dice: qué tiempo más estupendo y cojonudamente vivido, qué cosas más fantásticas, pero día a día la vida es dura!
Su padre es una persona que aparece implícita en el libro y en la vida de Mendoza. Parce un consejo generacional lo que le dio su padre: cuidado con la guerra civil les habían dicho, y ahora les decían: ¡cuidado con la democracia y la transición de estos rojos! En Barcelona había habido primeramente una época muy violenta, cuando los anarquistas en los años 30 sacaban a la gente y les daban el paso en las cunetas (¿el motivo?: ¡este debe ser muy rico porque tiene un coche! Posiblemente había algo más pero la idea que quedada era esa, conoce gente que por denuncias acabaron mal.) Y luego vinieron los otros y gente, que había hecho eso o no había hecho nada o sólo habían pronunciado discursos, acabaron de la misma manera. Su padre le aconsejó: cuando pregunten quién sabe leer tú no levantes la mano, por si acaso. Y eso hizo durante mucho tiempo, pero era el miedo. Ellos nacieron con que el biberón que les daban era el miedo por un lado y por el otro y el cuchicheo, y la cárcel y el exilio, y los catalanes y el silencio que quedó y esa es la época. Al entrar en la universidad su padre le dijo: tú procura aprobar pero no vayas a por nota, no te metas en ningún lio, no quieras subir de curso y al final acabó subiendo de curso porque uno se independiza. El consejo paterno le hizo reaccionar, basta que te metan mucho miedo en la cabeza para que te vuelvas un chulo. Es una generación marcada por el miedo y su reacción.
Hay una crítica dura a lo
contemporáneo y sobre todo al arte. Mendoza visitó galerías y exposiciones, asistía
a performances, todo le decepcionaba, una buena idea que se anotaba después, no
le decía nada. Cree que debería corregir estas críticas al arte, para eso tiene
el segundo volumen y el tercero, para replantarse las cosas, es natural que un
artículo se revise con los años. Llegó a Nueva York en un momento muy
interesante, las vanguardias llevaban ya muchos años, ya eran un clásico, pero
ya había un movimiento aún embrionario pero que le iba a robar el protagonista
a Londres, Madrid, Barcelona y París. Se lo llevaron a Nueva York con la figura
mediática Andy Warhol, era lo que proponía. Mendoza siempre ha sido, como Rulfo
Batalla: apático pero curioso. Empezó a ir a exposiciones que hacía por ejemplo
Yoko Ono en aquella época y se aburría como un cerdo. Sentía que se estaba haciendo
alli el arte, pero cuando va a un muso lo que ve le gusta o no le gusta, pero sabe
lo que está viendo, y aquello le descolocaba. Una acción que se hizo famosa
entre el público era que uno se ponía y quitaba un sombro durante un largo rato
y luego se iba. Tenía el significado que le dio Duchamp: en el momento en que
algo sucede en un escenario ante un público es ya arte eso. Para demostrar que
la mínima expresión en el escenario es arte la idea la parece muy bien, pero se
quería ir ya a casa, cansado de ver el sombrero poniéndose y quitándose.
Otro tocaba
solo una tecla del piano y gritaba:“¡capitalismo, tú, arte de la destrucción!” y él
pensaba: ¡vaya época me ha tocado!, y ¡qué suerte los que escuchaban a Mozart!”
Se sentía como Martin Romana en su vida exagerada por mayo del 68. Hacían cosas
interesantes, pero lo que era la norma y el día de la vanguardia general… puff.
Si ese arte no te lo explican no vale nada. Antes con la escritura igual: tú lo
veías, pero si ahora no te explican lo que es no entiendes nada. Te ponen un cuadro
entero en blanco, que no es algo moderno, es tan antiguo como del año 23 y el
mismo cuadro rajado con una silla y el se decía: ¡ya lo entiendo, pero…! Y este
personaje, que es mucho más dinámico que lo que cuenta, hace una performance y piensas
que es un majadero pero el es un hijo de su tiempo y Mendoza un recogedor de
antigüedades. Es la gran disyuntiva que tenían en la época: esto sinceramente
no me gusta nada, lo tengo que valorar porque es vanguardia, pero lo que me
gustaría es ir al muso y escuchar un concierto de Malher o Beethoven. Como hijos
de su tiempo, todos llevábamos una empanada mental. Esa es la expresión que define
su tiempo: no era arte clásico ni moderno sino la empanada que se producía
entre las dos cosas.
El personaje afirma que se siente
extranjero, está entre dos mundos, dos lugares y quizá cuando somos jóvenes e impulsivos
miramos a la gente segura de sí misma, que tiene las cosas muy claras. Esa
actitud de tomar una carta distancia y quedar al margen es una actitud política
también. No quiere sacar el tema del procéss, tiene amigos que han venido hoy a
la conferencia, ¡bienvenidos a Euskadi, esto está muy jodido pero bienvenidos! Euskadi
ha vivido mucho aburrimiento, pero una forma de superarlo es distanciarse. La generación
de Mendoza vivió entre el miedo y el no digas nada y mantente callado y por
otro lado la autoridad paterna, el esto es así porque lo digo yo. Y la educación,
que fue, como la mayoría, en un colegio religioso y aquello iba a misa, en
todos los sentidos del termino, y el que no peca, o hay tocamientos pero violentos:
les tocaban pero con un palo los curas en aquel tiempo, o peores castigos.
Eso no está
bien, los ”esto es así porque yo lo digo” y “la letra con sangre entra” y tenían
un sentimiento de rebeldía: “a mí no me mandas callar, no me paras, y no me
vengas con verdades absolutas que no me creo nada ni a nadie.” El teorema de Pitágoras
está bien, pero no aplicado y explicado a todos, a una colectividad. Salimos
todos pensando: ¡nos hemos pasado toda la infancia y adolescencia diciendo amén,
pero amén amén! Al cura o al cura obrero de Marx” Ahora no se cree nada, lo ve
todo a mucha distancia, el miedo marcó su generación. Siempre ha sido muy escéptico,
quizá demasiado. Ha mencionado el procéss y una de las cosas que le sorprenden
a Mendoza es el entusiasmo con que la gente se toma las cosas, la fe que tienen
de conseguir esto porque es estupendo, le da la impresión de que le intentan
vender la moto. Siempre ha tenido esa actitud y la ha trasladado a este
personaje.
Se ponen serios y hablan de futbol.
¿Cómo hicisteis lo de llevaros a Valverde? A traición, responde Mendoza. Pero le
quieren mucho y le jubilarán. En el fútbol pasan cosas tremendas: se roban jugadores,
(díganselo a ellos, bromea el introductor, pero también al Barsa le han pasado
cosas así, responde Mendoza) y da dolor porque “uno invierte mucho cariño, el que
no ha invertido en las ideas o formas artísticas lo ha puesto en el fútbol”. El
fútbol no te engaña porque es exactamente lo que es, una de las pocas que le ha
dado satisfacciones, las otras le han dado gustos, pro con el fútbol nunca se
ha perdido. Le agradece mucho dos cosas al futbol: le produce entusiasmos y
furias perfectamente controlables, que no confunde con la patria o el cielo y
la tierra y le da entrada enseguida. Tú no sabes de futbol y tienes unos amigos
en un bar de ¡venga, la próxima ronda la pago yo y te vas a enterar! En
cualquier sitio de África o Australia hablas de futbol y te has hecho el amo de
la situación. Lo esencial y lo transversal. El no quiere decir nada, pero el
domingo hablarán. Lo dejan alli y la audiencia les aplaude como si hubieran ido
hoy al estadio de fútbol a ver la última goleada de Eduardo Mendoza.
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