LOS SEÑORES CHUPATINTAS DE JORGE COURTELINE

La Dirección de Donaciones y Legados puede esperar. El escaqueo es consecuencia del esplendor de París en una mañana primaveral. Lahrier, protagonista de "Los señores chupatintas" de Jorge Courteline (1858-1929), rezuma hedonismo en cada uno de sus poros de rutina funcionarial. A la hecatombe aburrida del día a día le contrarresta el descubrimiento de matices que incitan/invitan al interés (ganar la jornada). ¡Bendito sea el cielo de París que alberga en sombríos departamentos a 30 chupatintas, compañeros de fatigas/infortunios de nuestro hábil buceador de excusas ante el laboro rutinario. Inutilidad estructural como fin en sí aunque, en apariencia, va la vida en ello!. Rapapolvos direccional por infracciones relacionadas por ausencias constantes. La ciudad LUZ embruja y justifica tanto y sucesivo absentismo laboral.
 Retintín con dosis de ironía al ir enumerando a los vecinos de fatigas 
que configuran la lista de los elegidos a la mesa celestial del 
Ministerio. Humor, sí, en las descripciones de talantes al servicio de 
la buena causa y sus ímprobos esfuerzos por llegar a un estado de 
burocracia claustrofóbica con la que cada cual consiga el pan nuestro de
 todos los días. Subir/bajar por interminables escaleras se convierte en
 un deporte hacia el abismo de la nada. La mentira dialéctica, base 
sobre la que se edifica el discurso entre papeles, eleva a la categoría 
de necesidad el juego presencial de los contrincantes(portadores de 
valiosos documentos). La mediocridad, tanto del entorno como de su 
relación familiar(tío) hacen del infatigable hombre de perfección un ser
 insatisfecho y tendente al odio por lo insuficiente de lo que le 
rodea; él,con su capacidad de Verdad(verdadera). Humor en detalles nimios
 que potencian el deseo del autor de limitar/concretar esas medianías 
existenciales. ¡Administración, cuánta metáfora se esconde tras de ella 
con sus valientes guerreros de fichas y habitáculos!. Diálogos 
cortados/cortantes(no hay nada que decir).
                                                                                   Estado
 y oficina como prolongación/represión de VIDA. Tiempo controlado en un 
bucle sediento de inacción. Chanzas y cuchufletas de amoríos y litigios 
que hacen más llevadera la pérdida de la verdadera 
identidad/creatividad. Lo ridículo como mención que despierta la risa 
ante situaciones absurdas que potencian la lectura entre líneas de un 
mundo paralizado y sin visos de salir  de una inercia que, de formar 
parte de la costumbre, se perpetúa  a riesgo que sujetar a los presentes
 en una perfecta alienación. El aburrimiento se mitiga con el ingenio de
   destripar al otro en una suerte de crítica feroz donde el tiempo se 
diluye en la importancia de saber discernir la ferocidad escondida de 
ese compañero/vecino con el que hay que convivir muy a pesar de las 
gentes honestas y serviciales que pululan por los rincones sombríos  en 
repetición constante e imposible de parar. Diseccionar al 
contrario/contrincante como ejercicio saludable de 
personalidad/dignidad. "En el fondo, la perspectiva de un encontronazo 
posible entre Letondu y De la Hourmerie desencadenaba goces solapados. 
Era como un resplandor de alegría en el horizonte de las melancólicas 
jornadas de oficina". (Pág. 94). El conservadurismo ante cualquier forma
 subversiva de cambio se recrea con subterfugios del lenguaje que, al 
usarlo de forma precisa, fortalece las convicciones morales y 
estructurales de los responsables del MINISTERIO-VIDA-ESTADO. Todo 
cambio supone un riesgo y ya son muchos los años enclaustrados en una 
inercia conformista. Filosofía en las cuatro paredes del lugar de autos.
 Dilatación  hacia espacios más abiertos de lo que un pensamiento puede 
llegar a sentir/ PARALIZAR. Jorge Courteline, seudónimo de Georges 
Moinaux, conoce el alma humana del funcionario. Al igual que Balzac se 
adentra en un ámbito de costumbres y comportamientos que definen una 
forma de SER/ESTAR en esto que llamamos mundo laboral, sometido a la 
dictadura siempre presente de la interpretación humana entre ironía 
apabullante y matiz cortante de sarcasmo. Y es que como bien afirmaba 
San Francisco Javier: "Al final de la JORNADA el que se salva sabe y el 
que no no sabe nada".    Existencias con tinta, folio en blanco y 
sellos, muchos sellos que certifican el  SENTIDO/SIN-SENTIDO de un 
trabajo encaminado siempre hacia el FUTURO. El autor no es cruel, deja 
una pizca de sonrisa que dulcifica el aburrimiento (abrir la boca con 
ostentación sin pudor alguno por el qué dirán los próximos). La 
compostura siempre es sinónimo de SABIDURIA, aunque también de 
hipocresía.
                                                                                 Servidor de usted.
      

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