viernes, 2 de noviembre de 2018

BILBAO POESÍA 2018 LEIRE BILBAO, KARMELO IRIBARREN, BEN CLARK


Biblioteca de Bidebarrieta abril 2018 

LEIRE BILBAO-BEN CLARK-KARMELO IRIBARREN. MÚSICA DE PELLO RAMIREZ
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Karmelo Iribarren no necesita presentación: 

Parados a la sombra. Ahora mismo me gustaría estar en alguna gélida ciudad del norte, concretamente en uno de esos bares que suele haber en playas de esas ciudades, ver gente con su ir y venir, aterida bajo paraguas, con tiempo, haciendo planes, para irnos en el verano a algún lugar al sol.


Es una mañana de miércoles.
Hace una mañana gris, opaca triste. Estoy sentado en un café con un café. La ventana da a la calle, música lejana que acompaña sin pedir nada, ni acuerda siquiera que la escuches. Cae llovizna gris torcida que hace que los viandantes no se la tomen muy en serio y se resistan a abrir el paraguas. Ahora solo estamos el camarero y yo y ahora mismo esto es lo mas cercano a un posible paraíso en la tierra. Me siento casi como en el compartimento de un tren. Si lo fuera, yo tendría un billete hasta la última estación.

Intuición del frio. No es el de la niñez, a lo largo del rio, hacia el colegio. No se trata de aquel otro frio que te sorprendería años después una madrugada dando tumbos. Este es distinto, este da miedo, viene del futuro.

Vuelve a intentarlo. Esas mañanas de domingo en invierno a primera hora, las calles recién regadas, el aire fresco limpio, el olor a croissant de las cafeterías, la locura de los pájaros, como si la vida te dijera: mira aquí me tienes, vuelve a intentarlo.

Un día bueno. No somos más que el tiempo que nos queda caminando hacia el olvido que seremos. Es duro, pero es así. El resto es literatura. Lo mejor es no pensarlo mucho, seguir andando, tomar cafés, enamorarse, ver la lluvia. Por el módico precio de un café qué rato mas agradable he pasado esta mañana frente al mar en calma, solo escuchando viejas canciones de amor y recordando antiguas novias que me dejaron por otros y ahora son muy felices.

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Sobre el fracaso. Aunque visto a cierta distancia sigue aun manteniendo su atractivo para determinada gente (soñadores incautos, letraheridos de muerte) lo cierto es que su época gloriosa ya pasó y los poetas, sus grandes valedores de otro tiempo, quieren hoy tenerlo cerca, saben que su épica ya no vende.

Esos dias. Hay dias en que levantarte de la cama suele terminar siendo mas que un acto rutinario un gesto épico y no me refiero ahora a la resaca o que caigan cuzos de agua ahí fuera o a que hayas roto con ella. Me refiero a cuando te quieren, y hace sol y no te falta nada y tienes el mundo rendido a tus pies y no te basta. 

La sensación. La sensación de que has perdido tus mejores años haciendo cola en la ventanilla equivocada a veces se hace esperar, pero siempre termina apareciendo. Lo hace las tardes de los domingos de invierno mientras miras la lluvia en la ventana, en los espejos de las barras de los bares a último de cerrar o en la de los ascensores de madrugada bajo esa luz amarillenta fría. Si estas ya en la edad difícil esa que marca el fin de las emociones, cuando aparezca dale un poco de conversación, dile que sí, que ella gana y luego sigue con tu vida.

El otro invierno. Ya es raro que un poema consiga entusiasmarme. Me sucede con ellos como con esas calles que cruzo cada día y siempre pasa lo que ya pasó ayer. Casi todo me sabe a ya sabido, me suena a ya escuchado. No es fácil la poesía porque no lo es la vida a partir de una edad. El amor se hace viejo, cuando no inaccesible. Los amigos desertan o se han muerto y en los bares empiezas a ser un bicho raro en cuanto canta el sol. Te vas quedando solo con tu lluvia en verano y el invierno amenaza cada invierno con ponerse aun peor. Te entra el frio hasta en el alma y ya no esperas ningún milagro de la primavera. 

El amor los domingos por la mañana. Llevamos un rato en la cama despiertos. Cada uno absorto en su mundo. “Ojalá lo consigan”, dijiste. “Ojalá alguien consiga algo alguna vez”. Seguí la dirección que marcaban tus ojos y vi allí a lo lejos, a punto ya de desaparecer de la ventana, una bandada de pájaros alejándose hacía un lugar mejor. Me acerqué hasta tus labios: “lo conseguirán”, te dije, “y nosotros también”.

Como en la vida, todo puede suceder en un poema: lo cotidiano sí, pero también lo deslumbrante e incluso ambas cosas a la vez. Como en este ahora que empieza a desnudarte:
Cenizas aventadas. Vamos acumulando años y ceniza, la de los entusiasmos apagados, con la ceniza creamos esa ilusión que llamamos experiencia y que solo nos sirve en ocasiones para disimular apenas tanta nostalgia de la vida y luego un día llega el viento y nos dispersa borrándonos.

El mar herido, entre la soledad de los hombres y la de dios esta la soledad del mar. Nos habla de ella ese afán suyo por hacerse horizonte, por disolverse en infinito. Pero la falta de respuestas nos hace revolvernos con ímpetu de animal herido hacia la costa, donde a base de zarpazos una y otra vez hasta dejarse la piel hecha espuma ante las rocas, consigue al menos que asistamos como espectadores a su inmensa tragedia.

Ha llegado el otoño y con él volverá la poesía, los dias cortos y los cielos grises como a ella le gustan. Me la traerán de vuelta a casa, solo queda esperarla y cuando llame abrirla. El dolor de tu ausencia hará que no se quiera ir.

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Leire Bilbao, como buena ondarresa, ha traído una red de poemas con cierto olor a mar, salitre y escamas. Terranova. A su padre le conoció cuando ella tenía ya 6 meses. Intentaron provocarle para que saliera en día y fecha de su nacimiento, pero él tuvo que ir a faenar a Terranova. “Esto fue muy pronto en mi vida y Margarite Duras llegó demasiado tarde”. 
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Te demoraste al nacer, decía mi madre. Aguardare dos semanas más por miedo al mundo. Yo era un pez rojo en su útero, 3 kilos 600 gramos te dijo por radio. Un cachete en el culo, lloré para ti, papa. “¡Mi hija, mi hija!”, se oyó en proa, “la pesca va bien, cambio y corto.” Esa noche la tripulación bebió a cuenta de mi padre. Esa noche mi padre durmió feliz. Pasaron 6 meses antes de que conociera al pececillo que colgaba del anzuelo de mi madre. Cuando me cogió en sus brazos nadé por primera vez en el mar. Ahora soñé que no solo fue mi llanto todo aquel mar salado.

El siguiente poema lo dedica a los pescadores con hijos, especialmente a su padre: 
De niña odiaba al hombre que venia a casa sin afeitarse, con aquel olor, y vaciaba su petate en el fregadero, gotas de sangre y salitre tras sus pasos, peces con ojos saltones muertos unos sobre otros. Después de ducharse se acostaba con mi madre. Aun cuando olía a limpio seguía odiando al hombre que venía a casa. Sus besos me pinchaban en la cara. ¡Menos mal que tal como venia se iba!, ni le veía por navidad. Arrancaba ojos a los peces y jugaba en el pasillo a las canicas. El día que el niño que odiaba de niño echó ancla en casa temblaron los cimientos, comimos entre olas, mi hermana menor lloró. Aquel hombre que dejó la mar no dejaba de oler a salitre. Cuando acaricio las espinas de su barba me hiere el recuerdo de aquel odio.

El puerto de Ondarroa sigue oliendo. La mano de mama guiándonos camino al puerto. Íbamos a recibir a aquel hombre que se ausentaba durante meses. El muelle gritaba como cajas de madera en mano de estibadores, gritaba la vieja maquina de hielos. Los bolardos eran dedos intentando contener la mar. El dique puerta abierta de mar en mar. Cabezas de pescados por el suelo o presas de picos e gaviotas. Mi hermana aferrada a las piernas de nuestro padre. Yo me recuerdo recogiendo el brillo de las escamas, me agrada ¡y cómo! aquel olor. Siempre molestaba en el muelle, camino a casa, siempre en medio, temía acercarme a los extremos. Al igual que los peces carecía de parpados. Un dio dejamos de bajar a recibirlos. Las horas de los niños no giraba a la vez que la mar. La puerta de casa se abría mientras dormíamos y nos acostumbramos a vivir sin él.

Desde su habitación veía Conservas Ortiz e imaginaba a las mujeres que iban a esas conserveras limpiar el pescado, descabezados. Pieles de mujer con olor mas penetrante que el de escamas, manos femeninas que se adentran en el pescado sin saber como vaciar sus entrañas, delantales teñidos por la sangre, peces con mirada de vacío, branquias que el jadeo desgarra, cuerpos que tiemblan sobre las olas, se acuestan con el mar como con amante infiel, mujeres que arrancan la cabeza al pescado como si fuera la suya propia.
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Su padre es ceramista, fue extraño que la mitad de la casa la dedicara al taller. Tienen en casa un horno del tamaño de una habitación pequeña  

El horno. Mi padre hizo el taller detrás de casa. No había más que campo y dibujó un rectángulo enorme sobre el suelo con yeso en polvo. Luego con un amigo tatuado sacó toda la tierra y la sustituyó por hormigón. Un camión trajo el horno y una grúa lo posó sobre el rectángulo vacío. Hizo el taller. El horno parecía una nave espacial abandonada. Los gatos evitaban sus reflejos plomados. Hubo pájaros que trataron hacer sus nidos dentro que error. Nunca pensó el día en que tendría que sacarlo. No se podía. Tendría que tirarlo todo abajo. El horno era la nave de su padre esperando oxidada en el jardín, esperando volver a su planeta cuando él regresara.

Encanto doméstico. Lavadora. Un día te dan la triste noticia de que a un chico del pueblo se lo ha llevado la mar. Ese día se te estropea la lavadora y no te queda mas remedio que comprar una nueva. Porque la vida, sucia y desteñida, sigue dando vueltas, como lo hace una lavadora

El día que moriste comré una lavadora. Al abrir la puerta se me mojaron los pies, el agua me piló por sorpresa, ya sabes: ríos azules recorren mi pecho, el mar se desborda por mi boca. Fue aquella vez mirando desde la escotilla de la lavadora al mar, entre el jabón y los trapos sucios cuando supe que te alcanzó la ola, metí mis manos al instante en el agua enjabonada, te busqué en vano entre mi ropa, lloré con mis ojos, mi ombligo, mis manos, con toda mi piel, desde entonces tengo ríos nuevos recorriendo mi piel y una nueva lavadora. 

Trabajaba en la caja de ahorros en un pueblo de 600 habitantes. Se conocían o creían conocerse todos. En los bancos se dan situaciones emotivamente poéticas. Aunque no lo creas. 

Perro callejero. Soy tan mía como de nadie, me sucede lo mismo que al perro que intenta morder la sombra: me ponen nerviosa las canciones de amor, mis dedos juegan con el dial de la radio cuando se cansan de peinarme, negros cuervos anidan en mi cabello siempre que no vuelen cerca como sombra del perro. Hace tiempo que perdí la sensación de pérdida. Cuéntame esas cosas que puedo olvidar, esas que escapan en bolsas de plástico. Hace tiempo que sobran perchas en mi armario, no hay nadie que me llame de la cocina al baño, sigo rodeada de sillas vacías. Soy como el perro callejero, puedo seguir engañándome a mi misma, como en este instante y así mismo tumbarme al otro lado de la cama para que, cuando me busquen, sea mía la ausencia que encuentren. 


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Ben Clark dice que su novia de es de Ondarroa también y a ella le dedica su poesía: 

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Cuando llega el poema que te quiero escribir, cuando acuda vivo y joven a los ojos primero y a las manos después, sencillamente predicando que nada hubo más fácil que esperarlo, a pesar de haberlo hecho en un cuarto sin ventanas desde hace mucho tiempo, desde siempre. El poema envejece y muere fuera, no sabemos si habita en ti o en mí o vaga entre los dos como una promesa que no se puede cumplir. No sé si voy a estar preparado. Me atormenta tanto como temer que no vendrá o que ha venido y no podre acogerlo. No podré decirte lo que aquel poema, que pudo llegar, como llegaste tú, de pronto, llenando de palabras el espacio vacío. Quiero decirte como te quiero decir, te digo así, mientras espero con la urgencia y la torpeza con la que escriben todos sus versos los enamorados.  

Poema anécdota. Decía Rostropóvich, que antes de tocar las suites de Bach debía pedir perdón. Yo hago algo parecido cada vez que deseo tocarte y tu me dejas. Pido perdón por todos los poemas que escribí describiendo este momento.

Los rotos. Todas las divisiones entre personas son falsas, mentiras, menos las que dividen los cuerpos en dos grupos incomprensibles entre sí, los que se han roto y los que no. Los rotos no pedimos demasiad: que se nos quiera, que los que no han vivido la fractura tengan paciencia si mascullamos viendo las noticias o hacemos el amor con un poco de miedo. Entenderás por que las tazas no se tiran y por qué quiero estar solo después de que suene un portazo. Los gritos de los rotos son ademanes que espero no comprendas nunca.

Origen. Igual que el polvo cósmico se junta y baila hasta formar un centro, yo he construido todo mi universo alrededor del día que llegaste.

Escribes poemas sin saber el destino que van a tener. Escribió en salamanca en el campus de Unamuno. Es un poema sobre la juventud universitaria. Leyéndolo en ciertos ambientes descubrió tenía una doble lectura que él no había pretendido
 Campus. Algo funciona bien en este campus. Es la hierba. No son los cuerpos tensos tan perdidos en la mañana obtusa del deseo, no son estas palabras, el agua de esta fuente ponzoñosa: ¡es la hierba!, crece verde, constante, compasiva. A veces se eleva y viaja entre carpetas estériles, dolorosa y paciente. Es su embajada y su lecho, la hierba verde y triste, oda a la juventud recién cortada.  
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                                                                         Foto: M. Martín
Libro: los hijos de los hijos de la ira. Yo creo que el amor debe existir, también creo que llega siempre el día en que el mismo amor recoge en un petate cuatro cosas y se va, pero no por donde vino. Es triste. Pero no es lo más triste. Es mas terrible que no expliquen ni en las aulas ni en libro alguno que el amor de existir tiene los pies ligeros como el aire. Es trágico seguir buscándolo sin saber que ya ha huido, vivirlo sin saber que ya no vive. Es cierto, el silencio se creo el día que ni tu ni yo escuchábamos, un día que fue un domingo o lunes, tanto da igual, siempre comprando pollo. En la cola dijiste exactamente nada y yo en correspondencia contesté exactamente nada. Fue tanta la nada que llegamos a casa y nos dijimos la nada para que se entendiera sin equívocos que juntos inventamos el silencio. Aparte del precio de un paquete de arroz, no nos había costado nada.

Donde la tarde pelea cada tarde y apenas me interesan esas calles que tengo ahora a mi espalda. Donde chapotean los mezquinos y medran los cobardes. Por eso cada tarde cojo el rio y juntos nos venimos hasta aquí, el a morir para nacer de nuevo de tus aguas y yo para quedarme quieto unos segundos sobre tu furia o tu calma y respirar tranquilamente un rato en paz, dejando que se me pierda la mirada alli a lo lejos, donde la tarde pelea cada tarde en defensa de la luz, hasta dejar la ultima gota de la sangre sobre ti como la ofrenda en un campo de batalla.

Mi hijo el poeta. Si el padre llega tarde no es porque tenga miedo o arranque al fin la primavera y con ella los choches deshuesados que ponen rumbo al mar. Si el padre llega tarde, en la tercera parte ya, a la sala 6 de cardiología será por un despiste o porque quiere, porque con todo es dueño todavía de esas pequeñas cosas que no importan. Dice nuestro nombre, me sonríe victorioso y en sus ojos danza un pirata: la señora es más joven que el pirata, el pirata apunta con la pata de palo y el secreto se pone en su pata. No quedan terrazas, ¡menudo día para ser otra cosa! ¡Millonario con camisa pistacho, surfero del mar! Un día para estar en otro sitio, un día sin tener que hablar de nada. “Este es mi hijo el poeta”, dice, y el secreto aletea en la consulta, repitiendo la frase poseída por la furia del folio que ojea la doctora y el blanco sordo de la bata. “Mi hijo”. El secreto regresa a su hombro izquierdo. Nadie dice nada en la sala de cardiología.

Estrellas en invierno, Se abre con una cita del poeta impresionante que ya murió, C. Lewis: Esta noche te hablo a ti, padre. Durante años pensé que las cosas no dichas llegarían de pronto confiscando el pasado, iluminando un sitio que hasta entonces había sido sombra. Empiezo a entender que la distancia es demasiado grande. Que todo llegara de eso no hay duda, pero será muy tarde cuando legue.

Otro poeta de inspiración americana que vivió como 103 años, fue Stanley Kubrick. El cometa Haley tiene que pasar otra vez. Volver a los años 80. La última vez que pasó. Hubo un plano a principios de siglo xx que es cuando Kubrick lo vio de niño: “Te recomiendo Stanley Kubrick”. A él le recomendaron escribir poesía, pero no fue su padre, sino un profesor y le hizo caso. Durante casi 80 años compuso poemas para hablar con su difunto padre. Cuando aún no había nacido, bebió ácido carbónico, porque estaba arruinado y por razones que su hijo buscó en sus poemas a lo largo de 80 años, el tiempo que tarda el cometa Haley en regresar a los ojos absortos de la tierra. Lo vio las dos veces que el cosmos le permitió verlo. Era un niño la primera vez. La gran poeta lo hacia por segunda vez, la última. Escribió un hermoso poema llamado Harley y habla del profesor que dijo a sus alumnos que el Harley bien podía estrellarse sobre la tierra. Esa noche estuvo triste y expectante. Se escapó por la ventana cuando todos dormían y viendo el cometa dijo: “Búscame, padre. Estoy sobre el tejado del edificio rojo, es ahí donde vivimos, en el piso de arriba. Soy el niño con el pijama blanco que busca en ese cielo tan colmado de estrellas, esperándote a ti el fin del mundo”.

Astronautas. Homenaje a todos los poetas que han formado parte de sus lecturas. Karmelo Iribarren esta entre ellos. Quise ser astronauta como todos. No escogí lo difícil sino lo que escogieron mis amigos, los que nunca fallaron, los que estaban ahí cuando dolía ser, su compañía humilde en el silencio bastaba para andar sobre la luna.

  Los hijos de los hijos de la ira es un libro en clave generacional. Su autor, Ben Clark, antes un nieto que un hijo de los hijos de la ira, dibuja la estampa de quienes, frente a sus lejanos abuelos (Dámaso Alonso), están más arrellanados en el tedio que atribulados por la desesperación. Dicho esto, el libro nos muestra a un poeta que ha renunciado a los caminos trillados y se adentra en una espesura cuyo término no acierta a ver: grandeza y osadía de quien respeta a sus predecesores sin dejarse tiranizar por la camisa de fuerza de la tradición. Á. L. P. P.
"Hijos de la bonanza" nos llamaban:
los que no conocieron ni la hambruna
ni las agudas larvas de estridencia
chillando en el oído por las bombas.
Y cuando nuestras piernas tan delgadas
caían y sangraban porque el parque
era de hormigón armado y frío,
se quedaban callados, observando
nuestro llanto con un gesto de sorna.


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Parece que la sala de Bidebarrieta se ha llenado hoy del olor a salitre de la poesía nostálgica y la música evocadora.

                                                                                 Foto Clark en Santa Gertrudis. J.A.RIERA 

Ben Clarck
Leire_Bilbao  

https://es.wikipedia.org/wiki/Leire_Bilbao
Leire Bilbao en la página web de Euskal Idazleen Elkartea/Asociación de Ecritores Vascos
http://aunamendi.eusko-ikaskuntza.eus/artikuluak/artikulua.php?id=eu&ar=154041

Karmelo_C._Iribarren
 
https://es.wikipedia.org/wiki/Karmelo_C._Iribarren
https://www.um.es/tonosdigital/znum8/estudios/12-iribarren.htm
http://tertuliaspoeticas.blogspot.com/2011/09/entrevista-con-karmelo-iribarren.html
http://callados.blogspot.com/2010/09/entrevista-karmelo-iribarren-en-tedium.html
 «Fran Nuño, Karmelo C. Iribarren y la poesía que la ciudad arrastra, entrevista, Letras, nº 30». Archivado desde el original el 24 de marzo de 2012.



https://es.wikipedia.org/wiki/La_ciudad_(Iribarren)
https://www.diariovasco.com/20080528/cultura/poeta-karmelo-iribarren-publica-20080528.html
http://enbuscadeitaca-ada.blogspot.com/2010/03/la-ciudad-de-karmelo-c-iribarren.html

https://es.wikipedia.org/wiki/Versos_que_el_viento_arrastra
https://www.diariovasco.com/v/20100528/cultura/libro-iribarren-inaugura-nuevo-20100528.html

Reseña de solapa de Versos que el viento arrastra de Karmelo C. Iribarren, El Jinete Azul, 2010 
http://www.alvaeno.com/Letras Enero.pdf



Podéis encontrar la mayor parte de sus libros aquí.


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