Biblioteca de Bidebarrieta abril 2018
LEIRE BILBAO-BEN CLARK-KARMELO IRIBARREN. MÚSICA DE PELLO RAMIREZ
Karmelo Iribarren no necesita presentación:
Parados a la sombra. Ahora mismo me gustaría estar en alguna gélida
ciudad del norte, concretamente en uno de esos bares que suele haber en playas
de esas ciudades, ver gente con su ir y venir, aterida bajo paraguas, con
tiempo, haciendo planes, para irnos en el verano a algún lugar al sol.
Es una mañana de miércoles. Hace una mañana gris, opaca triste. Estoy sentado en un café con un café. La ventana da a la calle, música lejana que acompaña sin pedir nada, ni acuerda siquiera que la escuches. Cae llovizna gris torcida que hace que los viandantes no se la tomen muy en serio y se resistan a abrir el paraguas. Ahora solo estamos el camarero y yo y ahora mismo esto es lo mas cercano a un posible paraíso en la tierra. Me siento casi como en el compartimento de un tren. Si lo fuera, yo tendría un billete hasta la última estación.
Intuición del frio. No es el de la niñez, a lo largo del rio, hacia
el colegio. No se trata de aquel otro frio que te sorprendería años después una
madrugada dando tumbos. Este es distinto, este da miedo, viene del futuro.
Vuelve a intentarlo. Esas mañanas de domingo en invierno a primera
hora, las calles recién regadas, el aire fresco limpio, el olor a croissant de
las cafeterías, la locura de los pájaros, como si la vida te dijera: mira aquí
me tienes, vuelve a intentarlo.
Un día bueno. No somos más que el tiempo que nos queda caminando
hacia el olvido que seremos. Es duro, pero es así. El resto es literatura. Lo
mejor es no pensarlo mucho, seguir andando, tomar cafés, enamorarse, ver la
lluvia. Por el módico precio de un café qué rato mas agradable he pasado esta
mañana frente al mar en calma, solo escuchando viejas canciones de amor y
recordando antiguas novias que me dejaron por otros y ahora son muy felices.
Sobre el fracaso. Aunque visto a cierta distancia sigue aun
manteniendo su atractivo para determinada gente (soñadores incautos, letraheridos
de muerte) lo cierto es que su época gloriosa ya pasó y los poetas, sus grandes
valedores de otro tiempo, quieren hoy tenerlo cerca, saben que su épica ya no
vende.
Esos dias. Hay dias en que levantarte de la cama suele terminar
siendo mas que un acto rutinario un gesto épico y no me refiero ahora a la
resaca o que caigan cuzos de agua ahí fuera o a que hayas roto con ella. Me
refiero a cuando te quieren, y hace sol y no te falta nada y tienes el mundo
rendido a tus pies y no te basta.
La sensación. La sensación de que has perdido tus mejores años
haciendo cola en la ventanilla equivocada a veces se hace esperar, pero siempre
termina apareciendo. Lo hace las tardes de los domingos de invierno mientras
miras la lluvia en la ventana, en los espejos de las barras de los bares a último
de cerrar o en la de los ascensores de madrugada bajo esa luz amarillenta fría.
Si estas ya en la edad difícil esa que marca el fin de las emociones, cuando
aparezca dale un poco de conversación, dile que sí, que ella gana y luego sigue
con tu vida.
El otro invierno. Ya es raro que un poema consiga entusiasmarme. Me
sucede con ellos como con esas calles que cruzo cada día y siempre pasa lo que
ya pasó ayer. Casi todo me sabe a ya sabido, me suena a ya escuchado. No es fácil
la poesía porque no lo es la vida a partir de una edad. El amor se hace viejo,
cuando no inaccesible. Los amigos desertan o se han muerto y en los bares
empiezas a ser un bicho raro en cuanto canta el sol. Te vas quedando solo con
tu lluvia en verano y el invierno amenaza cada invierno con ponerse aun peor.
Te entra el frio hasta en el alma y ya no esperas ningún milagro de la
primavera.
El amor los domingos por la mañana. Llevamos un rato en la cama
despiertos. Cada uno absorto en su mundo. “Ojalá lo consigan”, dijiste. “Ojalá
alguien consiga algo alguna vez”. Seguí la dirección que marcaban tus ojos y vi
allí a lo lejos, a punto ya de desaparecer de la ventana, una bandada de
pájaros alejándose hacía un lugar mejor. Me acerqué hasta tus labios: “lo
conseguirán”, te dije, “y nosotros también”.
Como en
la vida, todo puede suceder en un poema: lo cotidiano sí, pero también lo
deslumbrante e incluso ambas cosas a la vez. Como en este ahora que empieza a
desnudarte:
Cenizas aventadas. Vamos acumulando años y ceniza, la de los
entusiasmos apagados, con la ceniza creamos esa ilusión que llamamos
experiencia y que solo nos sirve en ocasiones para disimular apenas tanta
nostalgia de la vida y luego un día llega el viento y nos dispersa borrándonos.
El mar herido, entre la soledad de los hombres y la de dios esta la
soledad del mar. Nos habla de ella ese afán suyo por hacerse horizonte, por
disolverse en infinito. Pero la falta de respuestas nos hace revolvernos con
ímpetu de animal herido hacia la costa, donde a base de zarpazos una y otra vez
hasta dejarse la piel hecha espuma ante las rocas, consigue al menos que
asistamos como espectadores a su inmensa tragedia.
Ha llegado el otoño y con él
volverá la poesía, los dias cortos y los cielos grises como a ella le gustan. Me
la traerán de vuelta a casa, solo queda esperarla y cuando llame abrirla. El
dolor de tu ausencia hará que no se quiera ir.
Leire Bilbao, como
buena ondarresa, ha traído una red de poemas con cierto olor a mar, salitre y
escamas. Terranova. A su padre le conoció cuando ella tenía ya 6 meses.
Intentaron provocarle para que saliera en día y fecha de su nacimiento, pero él
tuvo que ir a faenar a Terranova. “Esto fue muy pronto en mi vida y Margarite
Duras llegó demasiado tarde”.
Te demoraste al nacer, decía mi madre. Aguardare dos semanas más por miedo al mundo. Yo era un pez rojo en su útero, 3 kilos 600 gramos te dijo por radio. Un cachete en el culo, lloré para ti, papa. “¡Mi hija, mi hija!”, se oyó en proa, “la pesca va bien, cambio y corto.” Esa noche la tripulación bebió a cuenta de mi padre. Esa noche mi padre durmió feliz. Pasaron 6 meses antes de que conociera al pececillo que colgaba del anzuelo de mi madre. Cuando me cogió en sus brazos nadé por primera vez en el mar. Ahora soñé que no solo fue mi llanto todo aquel mar salado.
El
siguiente poema lo dedica a los pescadores con hijos, especialmente a su padre:
De niña odiaba al hombre que venia
a casa sin afeitarse, con aquel olor, y vaciaba su petate en el fregadero,
gotas de sangre y salitre tras sus pasos, peces con ojos saltones muertos unos
sobre otros. Después de ducharse se acostaba con mi madre. Aun cuando olía a
limpio seguía odiando al hombre que venía a casa. Sus besos me pinchaban en la
cara. ¡Menos mal que tal como venia se iba!, ni le veía por navidad. Arrancaba
ojos a los peces y jugaba en el pasillo a las canicas. El día que el niño que
odiaba de niño echó ancla en casa temblaron los cimientos, comimos entre olas,
mi hermana menor lloró. Aquel hombre que dejó la mar no dejaba de oler a
salitre. Cuando acaricio las espinas de su barba me hiere el recuerdo de aquel
odio.
El puerto de Ondarroa sigue
oliendo. La mano de mama guiándonos camino al puerto. Íbamos a recibir a aquel
hombre que se ausentaba durante meses. El muelle gritaba como cajas de madera
en mano de estibadores, gritaba la vieja maquina de hielos. Los bolardos eran
dedos intentando contener la mar. El dique puerta abierta de mar en mar.
Cabezas de pescados por el suelo o presas de picos e gaviotas. Mi hermana
aferrada a las piernas de nuestro padre. Yo me recuerdo recogiendo el brillo de
las escamas, me agrada ¡y cómo! aquel olor. Siempre molestaba en el muelle,
camino a casa, siempre en medio, temía acercarme a los extremos. Al igual que
los peces carecía de parpados. Un dio dejamos de bajar a recibirlos. Las horas
de los niños no giraba a la vez que la mar. La puerta de casa se abría mientras
dormíamos y nos acostumbramos a vivir sin él.
Desde su habitación veía Conservas
Ortiz e imaginaba a las mujeres que iban a esas conserveras limpiar el pescado,
descabezados. Pieles de mujer con olor mas penetrante que el de escamas, manos
femeninas que se adentran en el pescado sin saber como vaciar sus entrañas,
delantales teñidos por la sangre, peces con mirada de vacío, branquias que el
jadeo desgarra, cuerpos que tiemblan sobre las olas, se acuestan con el mar
como con amante infiel, mujeres que arrancan la cabeza al pescado como si fuera
la suya propia.
Su padre
es ceramista, fue extraño que la mitad de la casa la dedicara al taller. Tienen
en casa un horno del tamaño de una habitación pequeña
El horno. Mi padre hizo el taller detrás de casa. No había más que campo y dibujó un rectángulo enorme sobre el suelo con yeso en polvo. Luego con un amigo tatuado sacó toda la tierra y la sustituyó por hormigón. Un camión trajo el horno y una grúa lo posó sobre el rectángulo vacío. Hizo el taller. El horno parecía una nave espacial abandonada. Los gatos evitaban sus reflejos plomados. Hubo pájaros que trataron hacer sus nidos dentro que error. Nunca pensó el día en que tendría que sacarlo. No se podía. Tendría que tirarlo todo abajo. El horno era la nave de su padre esperando oxidada en el jardín, esperando volver a su planeta cuando él regresara.
El horno. Mi padre hizo el taller detrás de casa. No había más que campo y dibujó un rectángulo enorme sobre el suelo con yeso en polvo. Luego con un amigo tatuado sacó toda la tierra y la sustituyó por hormigón. Un camión trajo el horno y una grúa lo posó sobre el rectángulo vacío. Hizo el taller. El horno parecía una nave espacial abandonada. Los gatos evitaban sus reflejos plomados. Hubo pájaros que trataron hacer sus nidos dentro que error. Nunca pensó el día en que tendría que sacarlo. No se podía. Tendría que tirarlo todo abajo. El horno era la nave de su padre esperando oxidada en el jardín, esperando volver a su planeta cuando él regresara.
Encanto doméstico. Lavadora. Un día te dan la triste noticia de que
a un chico del pueblo se lo ha llevado la mar. Ese día se te estropea la
lavadora y no te queda mas remedio que comprar una nueva. Porque la vida, sucia
y desteñida, sigue dando vueltas, como lo hace una lavadora
El día que moriste comré una lavadora. Al abrir la puerta se me mojaron los pies, el
agua me piló por sorpresa, ya sabes: ríos azules recorren mi pecho, el mar se
desborda por mi boca. Fue aquella vez mirando desde la escotilla de la lavadora
al mar, entre el jabón y los trapos sucios cuando supe que te alcanzó la ola, metí
mis manos al instante en el agua enjabonada, te busqué en vano entre mi ropa,
lloré con mis ojos, mi ombligo, mis manos, con toda mi piel, desde entonces
tengo ríos nuevos recorriendo mi piel y una nueva lavadora.
Trabajaba en la caja de ahorros
en un pueblo de 600 habitantes. Se conocían o creían conocerse todos. En los
bancos se dan situaciones emotivamente poéticas. Aunque no lo creas.
Perro callejero. Soy tan mía como de nadie, me sucede lo mismo que
al perro que intenta morder la sombra: me ponen nerviosa las canciones de amor,
mis dedos juegan con el dial de la radio cuando se cansan de peinarme, negros
cuervos anidan en mi cabello siempre que no vuelen cerca como sombra del perro.
Hace tiempo que perdí la sensación de pérdida. Cuéntame esas cosas que puedo
olvidar, esas que escapan en bolsas de plástico. Hace tiempo que sobran perchas
en mi armario, no hay nadie que me llame de la cocina al baño, sigo rodeada de
sillas vacías. Soy como el perro callejero, puedo seguir engañándome a mi misma,
como en este instante y así mismo tumbarme al otro lado de la cama para que,
cuando me busquen, sea mía la ausencia que encuentren.
Ben Clark dice que su novia de es de Ondarroa también y a ella le dedica su poesía:
Cuando llega el poema que te quiero escribir, cuando acuda vivo y joven a los ojos primero y a las manos después, sencillamente predicando que nada hubo más fácil que esperarlo, a pesar de haberlo hecho en un cuarto sin ventanas desde hace mucho tiempo, desde siempre. El poema envejece y muere fuera, no sabemos si habita en ti o en mí o vaga entre los dos como una promesa que no se puede cumplir. No sé si voy a estar preparado. Me atormenta tanto como temer que no vendrá o que ha venido y no podre acogerlo. No podré decirte lo que aquel poema, que pudo llegar, como llegaste tú, de pronto, llenando de palabras el espacio vacío. Quiero decirte como te quiero decir, te digo así, mientras espero con la urgencia y la torpeza con la que escriben todos sus versos los enamorados.
Poema anécdota. Decía Rostropóvich, que antes de tocar las suites de Bach debía pedir perdón. Yo
hago algo parecido cada vez que deseo tocarte y tu me dejas. Pido perdón por
todos los poemas que escribí describiendo este momento.
Los rotos. Todas las divisiones entre personas son falsas, mentiras,
menos las que dividen los cuerpos en dos grupos incomprensibles entre sí, los
que se han roto y los que no. Los rotos no pedimos demasiad: que se nos quiera,
que los que no han vivido la fractura tengan paciencia si mascullamos viendo
las noticias o hacemos el amor con un poco de miedo. Entenderás por que las
tazas no se tiran y por qué quiero estar solo después de que suene un portazo.
Los gritos de los rotos son ademanes que espero no comprendas nunca.
Origen. Igual que el polvo cósmico se junta y baila hasta formar un
centro, yo he construido todo mi universo alrededor del día que llegaste.
Escribes
poemas sin saber el destino que van a tener. Escribió en salamanca en el campus
de Unamuno. Es un poema sobre la juventud universitaria. Leyéndolo en ciertos
ambientes descubrió tenía una doble lectura que él no había pretendido
Campus. Algo funciona bien en este campus. Es la hierba. No son los
cuerpos tensos tan perdidos en la mañana obtusa del deseo, no son estas
palabras, el agua de esta fuente ponzoñosa: ¡es la hierba!, crece verde,
constante, compasiva. A veces se eleva y viaja entre carpetas estériles,
dolorosa y paciente. Es su embajada y su lecho, la hierba verde y triste, oda a
la juventud recién cortada.
Foto: M. Martín
Libro: los hijos de los hijos de la ira. Yo creo que el amor debe
existir, también creo que llega siempre el día en que el mismo amor recoge en
un petate cuatro cosas y se va, pero no por donde vino. Es triste. Pero no es
lo más triste. Es mas terrible que no expliquen ni en las aulas ni en libro
alguno que el amor de existir tiene los pies ligeros como el aire. Es trágico
seguir buscándolo sin saber que ya ha huido, vivirlo sin saber que ya no vive.
Es cierto, el silencio se creo el día que ni tu ni yo escuchábamos, un día que
fue un domingo o lunes, tanto da igual, siempre comprando pollo. En la cola
dijiste exactamente nada y yo en correspondencia contesté exactamente nada. Fue
tanta la nada que llegamos a casa y nos dijimos la nada para que se entendiera
sin equívocos que juntos inventamos el silencio. Aparte del precio de un
paquete de arroz, no nos había costado nada.
Donde la tarde pelea cada tarde y
apenas me interesan esas calles que tengo ahora a mi espalda. Donde chapotean
los mezquinos y medran los cobardes. Por eso cada tarde cojo el rio y juntos
nos venimos hasta aquí, el a morir para nacer de nuevo de tus aguas y yo para
quedarme quieto unos segundos sobre tu furia o tu calma y respirar
tranquilamente un rato en paz, dejando que se me pierda la mirada alli a lo
lejos, donde la tarde pelea cada tarde en defensa de la luz, hasta dejar la
ultima gota de la sangre sobre ti como la ofrenda en un campo de batalla.
Mi hijo el poeta. Si el padre llega tarde no es porque tenga miedo o arranque al fin la primavera y con ella los choches deshuesados que ponen rumbo al mar. Si el padre llega tarde, en la tercera parte ya, a la sala 6 de cardiología será por un despiste o porque quiere, porque con todo es dueño todavía de esas pequeñas cosas que no importan. Dice nuestro nombre, me sonríe victorioso y en sus ojos danza un pirata: la señora es más joven que el pirata, el pirata apunta con la pata de palo y el secreto se pone en su pata. No quedan terrazas, ¡menudo día para ser otra cosa! ¡Millonario con camisa pistacho, surfero del mar! Un día para estar en otro sitio, un día sin tener que hablar de nada. “Este es mi hijo el poeta”, dice, y el secreto aletea en la consulta, repitiendo la frase poseída por la furia del folio que ojea la doctora y el blanco sordo de la bata. “Mi hijo”. El secreto regresa a su hombro izquierdo. Nadie dice nada en la sala de cardiología.
Estrellas en invierno, Se abre con una cita del poeta impresionante que ya murió, C. Lewis: Esta noche te hablo a ti, padre. Durante años pensé que las cosas no dichas llegarían de pronto confiscando el pasado, iluminando un sitio que hasta entonces había sido sombra. Empiezo a entender que la distancia es demasiado grande. Que todo llegara de eso no hay duda, pero será muy tarde cuando legue.
Los hijos de los hijos de la ira es un libro en clave
generacional. Su autor, Ben Clark, antes un nieto que un hijo de los
hijos de la ira, dibuja la estampa de quienes, frente a sus lejanos
abuelos (Dámaso Alonso), están más arrellanados en el tedio que
atribulados por la desesperación. Dicho esto, el libro nos muestra a un
poeta que ha renunciado a los caminos trillados y se adentra en una
espesura cuyo término no acierta a ver: grandeza y osadía de quien
respeta a sus predecesores sin dejarse tiranizar por la camisa de fuerza
de la tradición. Á. L. P. P.
Mi hijo el poeta. Si el padre llega tarde no es porque tenga miedo o arranque al fin la primavera y con ella los choches deshuesados que ponen rumbo al mar. Si el padre llega tarde, en la tercera parte ya, a la sala 6 de cardiología será por un despiste o porque quiere, porque con todo es dueño todavía de esas pequeñas cosas que no importan. Dice nuestro nombre, me sonríe victorioso y en sus ojos danza un pirata: la señora es más joven que el pirata, el pirata apunta con la pata de palo y el secreto se pone en su pata. No quedan terrazas, ¡menudo día para ser otra cosa! ¡Millonario con camisa pistacho, surfero del mar! Un día para estar en otro sitio, un día sin tener que hablar de nada. “Este es mi hijo el poeta”, dice, y el secreto aletea en la consulta, repitiendo la frase poseída por la furia del folio que ojea la doctora y el blanco sordo de la bata. “Mi hijo”. El secreto regresa a su hombro izquierdo. Nadie dice nada en la sala de cardiología.
Estrellas en invierno, Se abre con una cita del poeta impresionante que ya murió, C. Lewis: Esta noche te hablo a ti, padre. Durante años pensé que las cosas no dichas llegarían de pronto confiscando el pasado, iluminando un sitio que hasta entonces había sido sombra. Empiezo a entender que la distancia es demasiado grande. Que todo llegara de eso no hay duda, pero será muy tarde cuando legue.
Otro
poeta de inspiración americana que vivió como 103 años, fue Stanley Kubrick. El
cometa Haley tiene que pasar otra vez. Volver a los años 80. La última vez que
pasó. Hubo un plano a principios de siglo xx que es cuando Kubrick lo vio de
niño: “Te recomiendo Stanley Kubrick”.
A él le recomendaron escribir poesía, pero no fue su padre, sino un profesor y
le hizo caso. Durante casi 80 años compuso poemas para hablar con su difunto
padre. Cuando aún no había nacido, bebió ácido carbónico, porque estaba
arruinado y por razones que su hijo buscó en sus poemas a lo largo de 80 años,
el tiempo que tarda el cometa Haley en regresar a los ojos absortos de la
tierra. Lo vio las dos veces que el cosmos le permitió verlo. Era un niño la primera
vez. La gran poeta lo hacia por segunda vez, la última. Escribió un hermoso
poema llamado Harley y habla del profesor que dijo a sus alumnos que el Harley
bien podía estrellarse sobre la tierra. Esa noche estuvo triste y expectante.
Se escapó por la ventana cuando todos dormían y viendo el cometa dijo: “Búscame,
padre. Estoy sobre el tejado del edificio rojo, es ahí donde vivimos, en el
piso de arriba. Soy el niño con el pijama blanco que busca en ese cielo tan
colmado de estrellas, esperándote a ti el fin del mundo”.
Astronautas. Homenaje a todos los poetas
que han formado parte de sus lecturas. Karmelo Iribarren esta entre ellos. Quise
ser astronauta como todos. No escogí lo difícil sino lo que escogieron mis
amigos, los que nunca fallaron, los que estaban ahí cuando dolía ser, su
compañía humilde en el silencio bastaba para andar sobre la luna.
"Hijos de la bonanza" nos llamaban:
los que no conocieron ni la hambruna
ni las agudas larvas de estridencia
chillando en el oído por las bombas.
Y cuando nuestras piernas tan delgadas
caían y sangraban porque el parque
era de hormigón armado y frío,
se quedaban callados, observando
nuestro llanto con un gesto de sorna.
los que no conocieron ni la hambruna
ni las agudas larvas de estridencia
chillando en el oído por las bombas.
Y cuando nuestras piernas tan delgadas
caían y sangraban porque el parque
era de hormigón armado y frío,
se quedaban callados, observando
nuestro llanto con un gesto de sorna.
Parece que la sala de Bidebarrieta se ha llenado hoy del olor a salitre de la poesía nostálgica y la música evocadora.
Foto Clark en Santa Gertrudis. J.A.RIERA
Ben Clarck
- Blog de Ben Clark
- Entrevista en el Diario de Ibiza
- Sobre Los hijos de los hijos de la ira. Página de la editorial Hiperión
- La mejor poesía del 2006 según El País
- Colaboración semanal en Nou Diari
- https://es.wikipedia.org/wiki/Ben_Clark
https://es.wikipedia.org/wiki/Leire_Bilbao
Leire Bilbao en la página web de Euskal Idazleen Elkartea/Asociación de Ecritores Vascos
http://aunamendi.eusko-ikaskuntza.eus/artikuluak/artikulua.php?id=eu&ar=154041
Karmelo_C._Iribarren
https://es.wikipedia.org/wiki/Karmelo_C._Iribarren
https://www.um.es/tonosdigital/znum8/estudios/12-iribarren.htm
http://tertuliaspoeticas.blogspot.com/2011/09/entrevista-con-karmelo-iribarren.html
http://callados.blogspot.com/2010/09/entrevista-karmelo-iribarren-en-tedium.html
«Fran Nuño, Karmelo C. Iribarren y la poesía que la ciudad arrastra, entrevista, Letras, nº 30». Archivado desde el original el 24 de marzo de 2012.
https://es.wikipedia.org/wiki/La_ciudad_(Iribarren)
https://www.diariovasco.com/20080528/cultura/poeta-karmelo-iribarren-publica-20080528.html
http://enbuscadeitaca-ada.blogspot.com/2010/03/la-ciudad-de-karmelo-c-iribarren.html
https://es.wikipedia.org/wiki/Versos_que_el_viento_arrastra
https://www.diariovasco.com/v/20100528/cultura/libro-iribarren-inaugura-nuevo-20100528.html
Reseña de solapa de Versos que
el viento arrastra de Karmelo C. Iribarren, El
Jinete Azul, 2010
http://www.alvaeno.com/Letras Enero.pdf
Podéis encontrar la mayor parte de sus libros aquí.
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