jueves, 6 de diciembre de 2018

ANEXOS DE MI T.F.G. OTRAS NOVELAS DE José Ángel Mañas, Lucia Etxebarria y los kronen

ANEXOS

Soy un escritor frustrado

 Editorial Espasa narrativa 2001
Un profesor treintañero de la Universidad Autónoma de Madrid, licenciado en Literatura, es un excelente crítico, eventual articulista y pésimo novelista. Es decir: un escritor frustrado. Da clases allí, pero falta con asiduidad. Aunque aparentemente ha triunfado académicamente y profesionalmente, su vida personal es un desastre: es depresivo y alcohólico. Lleva siempre una petaca de vodka en su bolsillo. Le han abierto expedientes en la facultad y le han demandado y suspendido de sueldo por estos problemas. El personaje no es nada plano sino complejo y redondo, de gran introspección psicológica, con muchos matices. Sencillo, pero no simple. Responde al tópico del profesor joven y progre de El club de los poetas muertos. Es crítico porque no ha conseguido ser buen escritor. Tiene ideas liberales, una profesión liberal, y sexo libre con su pareja. Encarna el desengaño del idealista soñador. Hay rasgos comunes entre José Ángel Mañas y el protagonista. Mañas es autor de una única novela: Historias del Kronen, aunque ha publicado seis novelas más. Todas sus novelas son recibidas como secuelas del gran libro y esto le frustra. La novela trata el maltrato a la mujer, que no tenía en esos momentos la repercusión mediática actual. El protagonista bebe antes de pegar a su novia Ana y la necesita sexualmente, pero no la ama. A veces siente asco por ella, llevan 5 años juntos y son codependientes. Ana va a llorar a casa de su madre, se siente una mierda al lado de él, nunca tiene tiempo para ella. Además le engaña con Marta, la amiga confidente del protagonista, una profesora no agraciada físicamente, jorobada y mayor. La describe con “el cuerpo de una tortuga, tímida, pero buena persona”. Ana acaba por abandonarle y Marta quiere salir con él. Pero aún entra otro personaje en el trío amoroso: Marian, una de sus alumnas.



Mundo burbuja

Espasa narrativa 1996


Mañas no abandona el tema transgresor de la juventud posmoderna, a vueltas de todo. El protagonista es un joven becado Erasmus que estudia en la Complutense, y sale por Malasaña, a la que llama “la pequeña Rusia comunista”. Huye del compromiso: el político y social y el de pareja. Prefiere sus follaamigas y a las MILFs: mujeres maduras pero aún atractivas. Cohabita con el mundo homosexual y sale por Chueca. Y con el artístico de las presentaciones de libros y las exposiciones de arte. No destaca en la universidad más que en Sicohistoria. Hay en la novela muchas citas de filósofos del lenguaje estructuralistas, de situacionistas y de sicomarxistas de la escuela de Frankfurt.



Como en Soy un escritor frustrado, el protagonista quiere ser escritor, pero no logra escribir nada de calidad. En París vive una historia de amor con Sofía y un lío de pareja, celos e infidelidades. Mañas retrata la camaradería de los colegas, y también describe la muerte de un chico, como en Historias del Kronen. El profesor de la asignatura de Vanguardia Artística es despedido por llevar las clases a la anarquía. Hay historias y fantasmadas para no dormir: alucinaciones de LSD, pirulas, pastillas. Pero lo importante en José Ángel Mañas es cómo lo cuenta, con ese registro y argot característico. El lenguaje se muestra en toda su perversión. Retrata de nuevo una generación condenada al fracaso, abocada al nihilismo: el del protagonista y la decepción de toda una época. Curro, Cobi, y Naranjito son el lavado de imagen de España cara a la Comunidad Económica Europea. Con los socialistas en el poder acabábamos de entrar en la OTAN. La droga está en la calle, a la orden del día. Esta crítica político social se ve en el altercado en el bar donde un viejo banquero crítica el pasotismo apolítico de los jóvenes que no votan ni creen en nada, ni en el comunismo, ni en dios, ni en los Beatles.


ANEXO 4 (Complemento a la entrevista)

La letra futura/ La Eva futura de Lucía Etxebarria

Editorial Destino 2001

En este ensayo doble Lucía Etxebarria se queja del mundo literario actual: un panorama desolador de envidias, rencores y rencillas entre escritores; machista y patriarcal. A la escritora se la trata despectivamente o con sobreprotección paternalista, la infantilizan y cosifican. Los grandes premios están amañados. Y la crítica alejada de los gustos del público y llena de clichés y prejuicios, lastrados del franquismo. Distorsionan frases en las entrevistas y críticos y periodistas, sin especificar nombres, la llamaron “puta provocadora” en su día. La consideran una escritora joven e inmadura a sus más de 30 años.

Habla de sus orígenes vascos, de su madre y sus varios hermanos. Empezó a leer a los 3 años por aburrimiento y soledad. Escribía buenas redacciones en su colegio. No tuvo muchas amigas, era la empollona. Su carrera de Ciencias de la Información en la Complutense le abrió la mente y desarrolló su afición a la escritura. Es una escritora atípica. En su juventud no asistía a todas las conferencias ni perseguía escritores ni compraba revistas literarias, salvo la Qué leer, el Hola de los escritores. Confiesa sus viajes al extranjero, las noches de fiesta, sus muchas relaciones sin encontrar el amor verdadero. Es doctora honoris causa en la universidad de Aberdeen. Trabajó en revistas de moda y ha recibido premios internacionales. Nadie es profeta en su tierra y en París encontró el reconocimiento de público y crítica y el éxito. En Alemania la crítica la recibe bien. En Europa siguen más adelantados que en España en materia literaria. La autora no proviene del mundillo literario sino de la calle. Las columnas que Lucía publicaba en El Mundo y en el ABC literario tenían un toque irónico, sarcástico, gracioso y punzante. Un periódico puede ser de derechas y conservador como ABC, pero mantiene en la plana a columnistas y firmas de izquierda para dar una nota de color a la grisura del periódico. La principal razón para escribir radica en su enfermedad entre psicológica y física, que muchos critican de fingida para darse importancia. Mezcla episodios de bulimia, amenorrea, obesidad, neurosis, crisis de identidad, anemia y adicción al Prozac. Necesita escribir como terapia curativa y recuperación de sus crisis.




No lo enfoca como negocio sino como vocación. Sus obsesiones deben salir para estar ella bien y entenderse a sí misma. Le han puesto muchas etiquetas, como la de transgresora. Se ha querido ver una polémica entre ella y Espido Freire. La han acusado de tener recelo, o envidia, ya que Espido Freire es de clase social más alta, más guapa, más fina, ha viajado más y ha sido niña prodigio. Esta enemistad ha sido parte de un márquetin y una campaña editorial. Las asocian porque ambas son vascas (Lucía Etxebarria de Bermeo y Espido Freire de Llodio), jóvenes y de parecida edad, aunque no hay tanta relación entre lo que escriben. (El tema de la secta de El contenido del silencio recuerda a Melocotones helados de Espido Freire.) Espido Freire ha sido mejor acogida por la crítica que ella, cuya prosa tachan de infantil, sensacionalista y abanderada de toda causa posmoderna para vender más: el ecologismo, la defensa LGTB, el feminismo, lo antitaurino, el veganismo…Se podría hablar de la misma generación en cuanto a origen y edad. Espido Freire es más dada al amor, la chica buena que va al cielo y Lucía Etxebarria al sexo, la mala que va todas partes; parafraseando su conocida frase, original de Mae West.

El feminismo, y el erotismo femenino, es el gran tema de la autora. Al contrario que Ángeles Caso y Ana María Matute, ella sí distingue entre literatura femenina y masculina. El hombre ha recibido una educación más liberal, y la mujer más recesiva. Se entiende de forma diferente la sexualidad. El hombre es explícito y salvaje, le han educado para desfogarse, necesitar el sexo. En la prehistoria el cazador del paleolítico buscaba una mujer de pechos grandes, garantía de que tendría muchos hijos y preservaría la especie. A la mujer se la ha educado para cazar marido y buscar la relación y al príncipe azul. La mujer debía ser como en aquel poema victoriano El ángel del hogar: buena esposa, señora de su casa. Al hombre se le permitía más y se le consentían las infidelidades en nombre de una necesidad natural. La mujer debía hacerse de rogar, esperar al matrimonio, ser dulce, sensible, tierna, intimista y romántica. Arremete contra el maltrato de género. Habla sin tapujos de lesbianismo, incesto, la vida privada, el morbo, la eutanasia, la píldora o el aborto. Da su opinión sobre la crisis, la guerra, el 15M, los kronen y otros temas. 

Lucía Etxebarria defiende el plagio, no el brutal y textual sino lo que ella llama intertextualidad y apropiacionismo. Es la idea de que todo está escrito ya. Nos seguimos preguntando lo mismo que Aristóteles, la filosofía solo son preguntas y el humanismo no avanza, aunque lo haga la tecnociencia. Las pasiones humanas son las mismas, no pasan de moda, todo está ya en Shakespeare. Nada del hombre nos es ajeno y no hay nada nuevo bajo el sol. Como los grandes temas son eternos, nos plagiamos unos a otros, nos influimos. Lo que decía Cicerón se dice ahora con otras palabras. Le parece bien beber de la tradición, colocar en las novelas frases e incluso párrafos literales de los grandes maestros, siempre citando la autoría. Todos pensamos parecido y una frase puede recordarnos a otra dicha con anterioridad. Los temas se copian, nada es original, pero el talento hace cada gesto diferente, le da personalidad y carácter, y eso no se remeda. A la autora la acusaron de plagio por su poemario Estación de infierno. No fue una copia textual como en el caso de Cela o Ana Rosa Quintana. Se inspiró en Nación Prozac para Amor, curiosidad, prozac y dudas. No ocultaba párrafos literales del libro de autoayuda al que parodiaba. En Beatriz y los cuerpos celestes homenajea la estructura cielo infierno de La Divina comedia.

Lucía Etxebarria es como las demás, aunque tituló una de sus novelas Nosotras que no somos como las demás. Se considera una mujer normal. Otra de sus colecciones de cuentos la llamó Una historia de amor como otra cualquiera. Ya no quiere sufrir por amor, que causa tantas depresiones. Le agobia San Valentín, invento del Corte Inglés para vender regalos y flores. No le gustan los comentarios sexistas del Facebook, las subidas de tono de algunos de sus detractores en internet y esos pesados agolpados en la feria del libro a por una firma suya. Nunca ha entendido el sentido de las postales, las fotos con ella o el garabato de una firma. Es el precio que paga por su fama. Ella es una tímida «verdulera» porque defiende sus opiniones de forma vehemente y sincera. Habla por los codos y sin parar, por vergüenza. No le gusta la intromisión de la prensa rosa. Un escritor no es un modelo de fotos, ni un Relaciones Públicas ni un sabio que sabe y opina de todo en la opinión pública. Muchos tienen una visión idealizada o prejuicios hacía ella. No puede ser mentora ni asesora literaria de nadie. Sus gustos son subjetivos y particulares y no lee a autores noveles.


ANEXO 5 

La generación siguiente en el 2000: Los mileuristas 

Y fotografías de algunos de estos escritores del actual mundo literario


Juan Manuel de Prada y Laura Espido Freire se han declarado independientes de la generación Kronen, aunque siempre se les asocie. Ambos escriben novela histórica y evasiva: en 2017 los dos coincidieron en sacar un libro por separado sobre Santa Teresa de Jesús.

Espido Freire (Bilbao, 1974) ganó el Planeta 1999 con 24 años con Melocotones helados, una novela protagonizada por tres chicas de nombre Elsa: la pintora que narra esta historia atípica de la guerra civil en su familia de panaderos, una niña perdida y una joven que se adentró en una secta. Irlanda es su primera novela, escrita con 16 años, y la crítica la compara a Françoise Sagan. Es la historia de dos primas que se odian un verano y acaba en asesinato. En la mayoría de sus obras (Donde siempre es octubre, Diabulus in música, Nos espera la noche, Cuentos malvados, El tiempo huye) cultiva el género fantástico del cuento gótico, en un estilo sencillo y fresco. Esta niña prodigio, joven promesa de la música, recorrió medio mundo acompañando al arpa la orquesta de los tres tenores. Estudió canto, teatro, filología inglesa y un master empresarial. Ha fundado su propia empresa, E+F, y explota trabajos extraliterarios como la promoción de marcas. Confesó haber sido anoréxica y bulímica en Volar y Cuando comer es un infierno. Cultiva la autoficción y el ensayo: Primer amor, Los malos del cuento y Los mileuristas, en el que reflexiona sobre la generación del 2000 que ganaba unos 1000 euros antes de la crisis. Comparte con Lucía Etxebarria y Belén Gopegui las influencias de Ana María Matute y Carmen Martín Gaite, que las recibieron en sus casas prestándolas clases particulares.






Juan Manuel de Prada (Barakaldo, 1970) tiene un estilo más clásico. Bebe de Cela y Umbral en su trilogía del Fracaso, una crónica del café Gijón: Las máscaras del héroe, de 1996, Las esquinas del aire, y el ensayo Desgarrados y excéntricos. Vivió hasta su adolescencia en Zamora. Estudió derecho en la universidad de Salamanca, aunque nunca ha ejercido. Su carrera empezó con Coños en 1994 (homenajeando Senos de Ramón Gómez de la Serna) y El silencio del patinador en 1995. El éxito llegó con la novela histórica La tempestad, premio Planeta 1997. Defiende la intertextualidad y el apropiacionismo, como Lucía Etxebarria. Ha seguido publicando muchas más obras, como, La vida invisible (premio Nacional y Primavera en 2003), El séptimo velo (premio Biblioteca Breve 2007), Me hallará la muerte en 2012, Morir bajo tu cielo en 2014 y ensayos como La nueva tiranía (Matrix-progre) en las que defiende posturas conservadoras (el aborto, los gays, la eutanasia) cercanas al catolicismo, contrarias al capitalismo. Suele participar en radio, en la tertulia de Garci y llevaba el programa de cine Lágrimas en la lluvia en Intereconomía.

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