LA CARPA GEODESICA DE LA VIDA
Hay quien opina que sí antes he
descrito una mierda urbanización ahora tocaba escribiros sobre una mierda de bola-plástico
a la que llaman CIRCODROMO en la carpa geodésica.
Pero la ilusión de Alfonso enseñando el Hale
Black (una técnica payasa de improvisación) a los aprendices que le
escuchan atentos en las gradas del interior contradice la olorosa comparación. Unos
niños preguntan sí ya ha empezado el festival de circo, si ya pueden entrar,
tienen ganas de reír, es entendible. Pero esto es un negocio, cobran entrada a
la ilusión porque es difícil compaginar comer e ilusionarse. Por eso dijo la
viuda de Tonetti que se habia suicidado el empresario Manolo Villa y no el
payaso Tonetti. (Este es inmortal.) El espectáculo siempre debe continuar, le
ayuden o no los de Cultura Norteña, con un jardín ecológico como pretendían o
sin él, con el espacio peleado entre los niños del colegio de Minas (o más sus
propietarios) y estos payasos que querían hacer este festival de teatro y espectáculos
y ¡lo han conseguido! Fuentes centrípetas como las del globo geodésico les
ayudarán a seguir consiguiéndolo y estos niños, con la paga del domingo,
también.
El circodomo es una
circunferencia como el eterno retorno del sabio de Basilea, en la espiral de la
hermenéutica vital, en el mundo ovalado, y en la historia cíclica que tiende a
repetirse y a cerrar sus círculos.
Un iglú de esférico abrazo, de circular
sonrisa, payasos tristes que asustan a los críos y otros que les re-niñarán y
alejaran del matamarcianos de la consola y hasta devolverán a la infancia a sus
padres. Cerrar el círculo es una mística, repartir las energías de esta estructura
que físicamente concentra espacios, tiende cables de intercultura y tendones de
tela. Abrazan, sin ahogar como aquellos infames rascacielos (que ahí siguen, al
lado de la escuela de teatro y por tanto, de esta carpa improvisada donde se
está celebrando esta semana el festival circense.) Son cables que no ahogan ni
suicidan a Tonetti, no son puentes dirigidos al Carrefour los que tiende la
intercultura e interdisciplinaridad artística. No son autopistas de Rontegi hasta la nada del
consumo, sino que son proyectos sicosociales y del logos más cachondo, corporal
y payaso. Lo han situado entre el columpio de los niños, el club de los viejos,
mi antiguo colegio de los curas, las viejas casas de los obreros a punto de
fallecer del todo, el rascacielos con los nuevos ricos timados y la escuela de
teatro la BAI donde han estudiado muchos de quienes estos días actuarán para nosotros
los del barrio de Bagaza, una clase favorecida aristocráticamente en lo socioeconómico.
Es el circo mundial, de nuevo, en el pueblo, como de niños. Mundial y lo
tenemos en Norta.
Los payasos improvisan un rol, se
ponen una flor que echa agua y unos ojos que a veces fingen llorar lágrimas de
plástico, se calzan unos zapatones enormes y ridículos, toman una performance, se pintan una nariz
comunista, se vuelven el señor Mellier, y lo mismo son cineastas que ruedan Viajes a la luna que un vendedor de
caramelos sin dejar de ser el niño que soñaba viajar a la luna y lo logró. Branden
los actores una espada de Hamlet entre el Ser y el Ser también, pues la nada
nada puede ser, luego algo será. ¡Basta ya de considerar al cuerpo de tan poca
cosa como una nada o un No-ser! Apaguen el televisor, ¡esto es el espectáculo de
la vida, con su ficción y su posverdad, en todo su drama de salir a escena y
sacar el personaje de persona como única mascara! (Hasta que la muerte nos
ponga la calavera como obligada careta final.) Rompamos la pantalla del tv y disfracémonos
en cualquier trasunto con cualquier attrezzo minimalista. Rompamos también la
cuarta pared y por un momento sintámonos el payaso en su carpa con forma de
iglú, fumando un cigarro tras el espectáculo bien hecho. Con orgullo norteño admiremos
las curvas circenses y alegres que, voluptuosas y frívolas, se ríen de esta
vida triste y cisterciense. Y de los curas de mi antiguo colegio (Paules.)
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