miércoles, 17 de abril de 2019

NECROLOGIA URBANA DE MI BARRIO DE BAGAZA. BARAKALDO (NORTA)


NECROLOGIA URBANA DE MI BARRIO DE BAGAZA. BARAKALDO (NORTA)

Ya que damos la edad en el Club de Jubilados; nos aposentamos en el Club Geriátrico de Bagaza; pues el café es más barato. Y divisamos la voluptuosidad deshumanizante de los rascaleches; en calidad de socios privilegiados del envejecido, pero inmaduro Capital, con sillones de plástico de preferencia. Los de Bagaza somos una élite socio-económica y hemos sido inmortalizados por los pinceles de Iñaki Bilbao en su “hiperrealismo bagaziano” y por eso gozamos dentro de estos torreones funcionales el cuento de hadas del Bussinnes posindustrial. Son viviendas cuadradas, opacas, tristes, descoloridas, grises, con rayas de cebra marrón y amarilla, color loquero o manicomio progresista. No dejan estos monstruos del ladrillo respirar, ni otro lugar a donde mirar, agolpadas una sobre la otra. Los seres artificiales que nosotros mismos hemos creado impiden cualquier vista y a nosotros mismos a los que menos dejan mirar. Dejan asomar los ojos a una parcelita de cielo, pero está nublada y vacía de dios. Ratoneras funcionalistas cumplen su función de lata de hojalata, como antaño las cooperativas de casas obreras de AAHHV. La estética es cosa burguesa, el paisaje solo existe cuando un burgués se detiene a contemplar lo que para otros solo es trabajo, dijo algún proletario. Para los niños los columpios solo son juego, risas. Pero ¡nosotros, burgueses literatos, individuos ciudadanos de Bagaza hemos llegado y no vamos a dejar a este neocapitalismo, ni a esta inocencia, libres de nuestro juicio estético! 

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Lo llaman “plaza”, solo es el espacio sobrante de las construcciones urbanísticas. La zona donde no cabían más casas o presionaban “los concejales verdes” para que se plantasen unos setos y cuatro arbolitos. Lo llaman zona verde. En unos columpios de coloridos estridentes y chillones de psiquiátrico moderno y progresista; los niños se retuercen entre cuerdas y suben y bajan toboganes. Lo llaman infancia. Entre la infancia y estas jirafas de cemento y ladrillo y metal con piel de cebra, torres de Babel erigidas soberbias contra la ausencia de Dios, rascando las nubes, algo ha tenido que pasar. Los niños son lo más humano del lugar, con sus risas. Las torres ríen, pero con lenguajes geométricos, matemáticos, que solo entienden los eruditos del número deshumanizado. Están ellas y sus hablas frías, muertas. Se ríen de nosotros y son todo sarcasmos con baba verde.

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Por dentro estos pisos no son mejores que nosotros: estrechas latas de sardinas llenas de cachivaches tecnológicos. Trato de comprender al bicho humano; qué mi padre, aprovechando sus conocimientos de arquitecto municipal, se advirtiera del problema de aluminosis del barrio, y en vez de denunciarlo, aprovechase para timarles a una parejita joven de recién casados y a su bebé vendiéndoles este piso con aluminosis en el Beurko donde vivíamos mi infancia; antes de que estallara el escándalo y los pisos se devaluasen. Pero hay otros, como mis tíos, negados a dejar sus casas obreras y baratas de Beurko para habitar uno de esos antiestéticos y antihumanos rascacielos. “Cuando venga la grúa hablamos.” Cada persona sabrá cómo quiere actuar en la vida, y cuando venga “la grúa” a por nosotros.... ¡hablamos!

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La aluminosis es el cáncer de los inmuebles, y también santa gloria para los gatos, que anidan en familias en los agujeros fracturados en sus paredes desvencijadas, heridas, rotas…   Ha venido el neocapitalismo cabrón a Norta-Barakaldo-Bagaza y ha pillado a estos niños jugando entre cuerdas, pero ya era tarde. Para ellos, para nosotros, es tarde. Estamos presos entre cuerdas y ya no somos niños que podamos desembarazarnos de ellas y montar en otro columpio. Como cautivos por Platón y su caverna; estamos enredados entre cadenas invisibles, atrapados ¡y es una lata! Sobre todo porque ¿cómo se desprende uno de unos grilletes y argollas fantasmales? ¿A quién culpa si no hay un rostro tangible, un DNI a quién denunciar administrativamente? Ahogados de tabaco, jubilados al sol, sorbo mi café. Miro a los niños. Estoy mayor. No, estamos todos ya muertos. Las gaviotas negras se han desorientado del mar del norte y los buitres planean sobre nuestras cabezas, las alimañas y animales carroñeros rastrean nuestros cadáveres sorbiendo descafeinado con leche. Detrás las casas obreras, ahora chalecitos con jardín y muy céntricos. Incluso pueden vivir ahora allí familias felices como las de las series americanas. Pero en estos rascacielos solo pueden urdirse tragedias griegas, suicidios desde el séptimo piso. La intimidad de estos vecinos se airea, como una rúe del percebe, por unos ventanales enormes, que dejan ver hasta la escalera interior, infinita, que solo sube a más escaleras, y que solo lleva a más materia. Vertiginosos mareo de curvas rectas. Devoro con prisa el café, aun mareado del olor a pescado y fruta muerta del mercado de Barakaldo, huele mi ropa a sangre de bacalao y a sangre obrera y no he dormido esta noche de tanto vomitar por el casco viejo. El sol pica en la cara. Los niños siguen riendo y me molesta su inocencia, la de todos, mucho más que esta ciudad de muertos con sus putos rasca-cojones de dios. 

 Resultado de imagen de parque niños barrio de beurkoResultado de imagen de parque niños barrio de beurko Pie de foto: Nuestra alcaldesa la ilustre Amaía Del Campo posando para la necrólogica.

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