IAC MC WEBAN
Nace en el 48 en AldershotHanser. El padre era un trabajador de rango mayor militar. Hasta los 12 años viajó por todo el mundo. Eso influye en sus obras. Vuelve a Inglaterra y estudia en la Boston hall scool y se saca la carrera de literatura con un máster en literatura inglesa. En el 75 saca primer amor últimos ritos, un libro de relatos breves al que sigue entre las sabanas. Son relatos macabros y truculentos. Tiene tres etapas diferentes. Y en esta primera etapa se saca el apodo de Mc abro. En los 80 saca jardín de cemento y jardín de un extraño. En la novela la cuenta hace un laboratorio experimental descubriéndose así mismo como escritor. El tema dominante es la adolescencia, el transito entre la niñez y la edad adulta, la bildursroman. No escatima en escenas de sexo y perversión grotesca. Habla de la dificultad de convertirse en hombre. Los adolescentes sonperfectos extraños. Narra en primera persona, mostrando ese periodo de trasmisión de sabidurías. Cuenta la historia de un pornógrafo que secuestra a mujeres a las que trasmite enfermedades venéreas. Luego en su etapa comercial consigue muchos lectores, con temas variados. El inocente, perros negros, amor perdurable, Ámsterdam, Expiación, nubes corridas. Ha dado de comer a mucha gente de la BBC pues se han hecho series y películas con sus libros en tv. Expiación se lleva al cine con Joe Wrighen la primera guerra mundial. Es una adaptación fiel, aunque le cambia el orden. Los actores salen bien. Ha hecho guiones para tv, obras de teatro y ficción infantil. En 2006 es acusado de plagio por amor perdurable, que se parece a autores de siglos anteriores. Él se había influenciado y era muy seguidor, por lo que defiende el hacer homenajes y le defiende Martin Amis. Luego saca solar, operación dulce y la ley del menor y cascara de nuez. Es una novela profunda esta última novela. Se publica en junio de este año, en el 70 cumpleaños del autor. Es nominado al booker dos veces, solo gana con Ámsterdam. Describe la literatura de antes y la de ahora. En 2008 recibe el titulo de la universidad de Londres donde enseña literatura. El times lo nombra uno de los 50 mejores autores publicados después del 45. Se queda en el puesto 35, detrás de Isidhuro. O MartinAmis en el 19, iris Murdoch en el 12 o Angela Carter en el 10. (Del primero en la lista nadie se acuerda porque es poco conocido, bromea el profesor). Aparecen en esa lista George Orwell, Tolkien, LewissCarrol, autores ingleses por excelencia. Fue polémico el premio Jerusalén por libertad, donde se muestra a favor de Israel. La organización de combatientes israelís y palestinos le ponen a caldo, como el islam por sus opiniones sobre la mujer y la transexualidad. Es ateo profundo. “El cristianismo son palabras bonitas, pero con una visión medieval del mundo que salva unas almas y otras no”. Está concienciado con el cambio climático y el medio ambiente. En 2002 descubre que tiene un hermano. En la segunda guerra mundial la madre estaba casada con un hombre, y su amante era el padre de Iwan. Lo da en adopción. En la guerra muere su marido y se casa con el amante. En el 2002 se rencuentra con su hermano que se parece a el físicamente. (Cuando en el pub le pedían autógrafos, empezó a sospechar que era hermano de él.) El hermano es albañil y tienen una relación muy estrecha
Las dos primeras obras son relatos. En jardín de cemento son 4 hermanos que tras morir sus padres repentinamente para que no se los lleven los de repartición familiar esconden el cadáver de la madre en un cajón y lo tapan con cemento. Para no ir al reformatorio. Los hermanos mayores tienen una relación incestuosa y los pequeños experimentan con el travestismo. La obra no tiene desperdicio. Para tener relaciones con la hermana violan a una niña. Otro lleva su muñeca hinchable a todos lados. Es una bildursroman, niños en un mundo de adultos. No quieren los pequeños separarse. Fingen que vive la madre muerta, pero los descubre el novio de ella. Tiene esa temática, pero habla de cosas potentes
Placer viajero son dos amantes separados en la vida que deciden pasar el verano en Venecia. Recuerda la serie mentes criminales, hay misterio, son arrastrados a lo desconocido, es una novela para los que les guste la sangre. Saca los personajes de la normalidad a terrenos mas pantanosos. Siempre en sus novelas algo pasa, están amenazados, algo destroza todo. No es el destino sino el azar. Todo se va al traste y cambia el destino de los personajes. Con la muerte de Mully aparecen fotos. En expiación desaparece una prima y el otro cree que la ha visto. Entre las sabanas es un relato de un pornógrafo que secuestra a dos mujeres.
'Byrne atravesó á pie el mercado del Soho hasta la tienda
de su hermano, en Brewer Street. Un puñado de clientes hojeaba las revistas, y
Harold los observaba a través de unas gafas de culo de vaso desde su tarima, en
un rincón. Harold apenas medía metro sesenta y llevaba zapatos de plataforma.
Antes de convertirse en empleado suyo, O'Byrne lo llamaba Renacuajo. Junto al
codo de Harold, un minúsculo transistor bramaba los detalles de las carreras
previstas para aquella tarde.
—Vaya —dijo Harold con un desprecio apenas velado—, el
hermano pródigo…
Cada vez que pronunciaba una consonante, sus ojos
revoloteaban tras las lentes de aumento. Miró por encima del hombro de O'Byrne.
—Aquí vendemos revistas, señores.
Los mirones se revolvieron inquietos como si alguien
hubiera turbado su sueño. Uno de ellos devolvió la revista a su sitio y se
marchó apresuradamente de la tienda.
—¿Dónde te habías metido? —dijo Harold en voz más baja.
Bajó de la tarima, se puso el abrigo y lanzó a O'Byrne una
mirada iracunda, a la espera de una respuesta. Renacuajo. O'Byrne tenía diez
años menos que su hermano, y lo detestaba, y detestaba que hubiera tenido
éxito, pero en aquellos momentos sentía necesidad de su comprensión, lo que no
dejaba de parecerle extraño.
—Tenía que ir al médico, ¿no? —dijo sin alzar la voz—.
Tengo gonorrea.
Harold pareció complacido. Se estiró y, bromeando, le pegó
un puñetazo en el hombro a O'Byrne.
—Te lo mereces —dijo con una risotada socarrona y teatral.
Otro cliente se marchó discretamente de la tienda. Desde la puerta, Harold
gritó—: Estaré de vuelta a las cinco.
O'Byrne sonrió mientras su hermano se marchaba. Se metió
los pulgares en la cintura de los vaqueros y se dirigió despreocupadamente
hacia el denso núcleo de clientes.
—¿Puedo ayudarles, caballeros? Aquí vendemos revistas.
Se dispersaron ante él como gallinas asustadas y, de
pronto, se encontró solo en la tienda.
Una mujer rolliza, de unos cincuenta años, posaba delante
de una cortina de baño de plástico, desnuda salvo por unas bragas y una máscara
antigás. Los brazos le colgaban lánguidamente a los costados, y en una de sus
manos humeaba un cigarrillo. La Esposa del Mes. Desde lo de las máscaras
antigás y la sábana de goma en la cama, escribía J. N., de Andover, nos lo
pasamos bomba. O'Byrne jugueteó con la radio un rato, y después la apagó.
Pasaba rítmicamente las páginas de la revista, deteniéndose para leer las
cartas. Un varón virgen sin circuncidar, no demasiado limpio, que iba a cumplir
cuarenta y dos años en mayo, no se atrevía a despegarse el prepucio por temor a
lo que pudiera encontrar. «Tengo pesadillas en las que veo gusanos». O'Byrne se
rió y cruzó las piernas. Devolvió la revista a su sitio, volvió a la radio, la
encendió y la apagó en rápida sucesión y captó una palabra ininteligible a la
mitad. Paseó por la tienda enderezando las revistas en los estantes. Se detuvo
junto a la puerta y contempló la húmeda calle a través de las tiras de plástico
de colores de la cortina. Silbó una y otra vez una tonadilla cuyo final volvía
inmediatamente al principio. Después volvió a la tarima de Harold e hizo dos
llamadas telefónicas, las dos al hospital. La primera a Lucy. Pero la enfermera
Drew estaba ocupada y no podía atender al teléfono. O'Byrne pidió que le
dijeran que no podría verla aquella noche y que volvería a llamar al día
siguiente. Marcó otra vez el número de la centralita del hospital y en esta
ocasión preguntó por la enfermera en prácticas Sheperd, del servicio de
pediatría.
—¡Hola! —dijo O'Byrne cuando Pauline cogió el teléfono—.
Soy yo. —Y, estirándose, se apoyó contra la pared.
Pauline era una chica callada que en cierta ocasión lloró
durante una película sobre los efectos de los pesticidas en las mariposas, y
que quería redimir a O'Byrne con su amor. Pero ahora se reía.
—Llevo toda la mañana llamándote —dijo—. ¿No te lo ha dicho
tu hermano?
—Oye —dijo O'Byrne—, estaré en tu casa sobre las ocho. —Y
colgó.
Harold no regresó hasta después de las
seis, y O'Byrne estaba casi dormido, con la cabeza descansando sobre el antebrazo.
No había clientes. La única venta que había hecho era un ejemplar de Puta Americana.
—Esas revistas americanas —dijo Harold mientras sacaba
quince libras y un puñado de calderilla de la caja registradora— son buenas. —Harold
llevaba su cazadora nueva de cuero. O'Byrne la palpó con admiración. Setenta y
ocho libras —dijo Harold mientras posaba ante el espejo. Sus gafas emitían
destellos.
—Está bien —dijo O'Byrne.
—¡Está cojonudamente bien! —dijo Harold, y empezó a prepararse
para cerrar. Los miércoles nunca recaudamos gran cosa —dijo melancólicamente
mientras se estiraba para conectar la alarma antirrobo. El miércoles es un día
de lo más capullo.
Ahora era O'Byrne quien estaba frente al espejo, examinando
un pequeño e incipiente brote de acné que le había aparecido en la comisura de
los labios.
—Y que lo digas, joder —asintió.
La casa de Harold, donde le alquilaba una habitación a
O'Byrne, se encontraba al pie de la torre de Correos. Caminaron juntos sin
hablar. De vez en cuando, Harold echaba furtivas miradas de soslayo a las
oscuras lunas de los comercios para mirar su reflejo y el de su cazadora nueva
de cuero. Renacuajo. O'Byrne dijo:
—Hace frío, ¿no? —Y Harold no contestó.
Unos minutos más tarde, cuando pasaban junto a un pub, Harold tiró de O'Byrne
hasta su frío, húmedo y desierto interior mientras decía:
—Como has pescado una gonorrea, te invito a una copa.
El dueño oyó el comentario y miró a O'Byrne con interés.
Tomaron tres whiskies por barba y, cuando O'Byrne pagaba la cuarta ronda,
Harold dijo:
—Ah, sí, ha llamado una de las enfermeras con las que sales
últimamente. —O'Byrne asintió y se limpió los labios. Tras una pausa, Harold
dijo—: La tienes en el bote…
Mc Iwan consigue premios y lectores en su etapa comercial. Las nominaciones booker han sido en esta etapa con Ámsterdam y expiación. En Ámsterdam una mujer de 48 años ha muerto. Aparecen sus amantes; un musico fracasado, un periodista y un millonario marido político de derechas. Todos eran amigos en los 70, cuando eran idealistas y pobres. En el entierro va su marido y tres de sus amantes. El marido los conoce a todos, de su época de soltera y casada. Bernan y Claire, dos de los amantes, lo narran todo. Aparece en la novela el egoísmo, la muerte, el oportunismo. Critican que no la den una muerte digna con eutanasia, que en Ámsterdam es legal. Habla de la amistad de dos hombres y la promesa que se hacen; si uno de ellos muere el otro le practicará la eutanasia. Por circunstancias de la vida aparecen fotos del amante de ella en ropa interior de mujer. El periodista le hace chantaje queriendo hundir su carrera de actriz. Él va a destruir el honor de una persona con hijos. Estos dos amigos se hacen continuas venganzas y el final deja algo frío y es predecible. El marido era permisivo, pero no olvidaba
Expiación sucede en la primera guerra mundial y en los primeros años de la familia Taly de tres hermanos; Cecilia, Medina y Sioly, la pequeña. El hijo de la ama de llaves, Roly, está liado con Cecilia. Con doce años ha escrito una obra de teatro y está celosa de su hermana porque también quiere a Roly. Roly queda en una situación comprometida, acusado de violación y secuestro sin ser cierto. Y marcha a la guerra. El poder de la palabra, la imaginación, sirve para hacer una obra de teatro o algo malo como destrozar la vida de las personas. La expiación es otro personaje más. Ella trabaja como enfermera para redimirse de su sentido de culpa. Acaba en la actualidad haciéndose escritora y escribiendo sobre su hermana y Roly.
Durante largo tiempo, tumbado de espaldas,
Turner estuvo fumando y mirando la negrura del cavernoso tejado. Los ronquidos
de los cabos formaban un contrapunto. Estaba exhausto, pero no tenía sueño. Le
incomodaba cada punzada precisa y tensa de la herida. Tuviera lo que tuviese
dentro, era afilado y estaba cerca de la superficie, y deseaba tocarlo con la
punta de un dedo. La extenuación le volvía vulnerable a los pensamientos que
quería evitar. Estaba pensando en el chico francés dormido en su cama, y en la
indiferencia con que unos hombres podían arrojar bombas sobre un paisaje. O
descargarlas sobre una casa dormida junto a la vía del tren, sin saber o sin
importarles quién vivía allí abajo. Era un proceso industrial. Había visto en
acción a las unidades de su propio ejército, grupos estrechamente ensamblados,
que trabajaban a todas horas, orgullosos de la rapidez con que podían instalar
una batería, y orgullosos de su disciplina, ejercicios, instrucción y trabajo
de equipo. No necesitaban ver el resultado final: un chico desaparecido.
Esfumado. Mientras formaba esta palabra en sus pensamientos, el sueño le iba—
venciendo, pero sólo unos segundos. Luego despertaba en el catre, de espaldas,
mirando a la oscuridad de su celda. Sentía que estaba otra vez allí. Podía oler
el suelo de cemento, y la orina del cubo y el esmalte de las paredes, y oír los
ronquidos de los hombres a lo largo de la hilera. Tres años y medio de noches
parecidas, sin poder dormir, pensando en otro chico desaparecido, otra vida
esfumada que había sido la suya, y esperando al alba, y vaciar el recipiente y
otro día malgastado. No sabía cómo había sobrevivido a aquella estupidez
cotidiana. La estupidez y la claustrofobia. La mano que le apretaba la
garganta. Estar aquí, guarecido en un granero, con un ejército en desbandada,
donde una pierna de un niño en un árbol era algo de lo que los hombres normales
podían no hacer caso, donde todo un país, toda una civilización estaba a punto
de derrumbarse, era mejor que estar allí, en un camastro estrecho, bajo una
tenue luz eléctrica, sin esperar nada. Aquí había valles boscosos, arroyos, luz
de sol sobre los álamos que no podían quitarle, a menos que lo matasen. Y había
esperanza. Te esperaré. Vuelve. Había una posibilidad, al menos eso, de volver.
Tenía en el bolsillo la última carta de ella y su nueva dirección. Por eso
tenía que sobrevivir, y valerse de su astucia para apartarse de las carreteras
principales donde los bombarderos trazaban círculos en el cielo como aves de
presa.
Más tarde, se levantó de debajo del abrigo, se calzó las
botas y recorrió a tientas el granero para ir a aliviarse fuera. Estaba mareado
de cansancio, pero todavía no conciliaba el sueño. Haciendo caso omiso de los
gruñidos de los perros, recorrió una vereda hasta una pendiente de hierba para
observar los fogonazos en el cielo del sur. Era la tormenta inminente de las
unidades blindadas alemanas. Se tocó el bolsillo superior, donde tenía envuelto
el poema que ella le había enviado en su carta. En la pesadilla de la oscuridad,
todos los perros de Europa ladran. Las restantes cartas estaban guardadas
en el bolsillo abotonado del interior del abrigo. Poniéndose de pie sobre la
rueda de un remolque abandonado pudo ver otras partes del cielo. Había
fogonazos de artillería en todas partes, salvo en el norte. El ejército
derrotado recorría un pasillo que tenía que estrecharse y que no tardarían en
cortar. Los rezagados no tendrían ocasión de escapar. En el mejor de los casos,
de nuevo la prisión. Un campo de prisioneros. Esta vez no aguantaría. Cuando
Francia cayese, la guerra no tendría fin. No habría cartas de ella, no habría
regreso. No podría negociar una liberación anticipada a condición de alistarse
en la infantería. Nuevamente la mano en la garganta. La perspectiva sería la de
mil o miles de noches encarcelado, repasando insomne el pasado, aguardando a
reanudar su vida, si alguna vez conseguía reanudarla. Quizás lo sensato fuese
marcharse ahora, antes de que fuera demasiado tarde, y caminar día y noche
hasta llegar al Canal. Escabullirse, abandonar a su suerte a los cabos. Se
volvió, empezó a bajar la cuesta y se lo pensó mejor. Apenas veía el suelo que
tenía delante. No avanzaría en la oscuridad y era fácil romperse una pierna. Y
quizás los cabos no fuesen tan imbéciles: Mace con sus colchones de paja,
Nettle con su regalo de tabaco a los hermanos Bonnet.
Guiado por sus ronquidos, volvió a la cama. Pero seguía sin
llegar el sueño, o le llegaba en rápidas zambullidas de las que emergía
aturdido por pensamientos que no podía elegir ni controlar. Los viejos
recuerdos le perseguían. Rememoró otra vez su único encuentro con ella. Seis
días después de salir de la cárcel, un día antes de presentarse cerca de
Aldershot para el servicio. Cuando concertaron una cita en el salón de té Joe
Lyons, en el Strand, en 1939, llevaban sin verse tres años y medio. Llegó
temprano al local y se sentó en un rincón que dominaba la puerta. La libertad
era aún algo nuevo. El ritmo y el trasiego, los colores de abrigos, chaquetas y
faldas, las ruidosas y animadas conversaciones de los compradores del West End,
el trato amistoso de la chica que le atendió, la espaciosa ausencia de amenaza:
se recostó y disfrutó de la envolvente vida cotidiana. Sólo él podía apreciar
su belleza.
Durante el tiempo de encierro, la única mujer autorizada a
visitarle fue su madre. Para evitar que se sulfurara, dijeron. Cecilia le
escribía todas las semanas. Enamorado de ella, deseoso de conservar la cordura
por ella, estaba, por supuesto, prendado de sus palabras. Cuando le contestaba,
simulaba que era el mismo de siempre, procuraba aparentar que estaba cuerdo.
Por miedo a su psiquiatra, que actuaba también como censor de ambos, no podían
mostrarse sensuales, ni siquiera cariñosos. La cárcel estaba considerada
moderna e ilustrada, a pesar de su escalofrío Victoriano. Con precisión
clínica, habían diagnosticado que la sexualidad de Robbie era morbosamente
obsesiva, y que necesitaba tanta ayuda como corrección. No había que
estimularle. Algunas cartas —tanto de él como de ella— fueron confiscadas a
causa de alguna tímida expresión de afecto. En consecuencia, hablaban de
literatura, y empleaban personajes a manera de códigos. En Cambridge, se habían
cruzado en la calle sin detenerse. ¡Todos aquellos libros, todas aquellas
parejas felices o trágicas de las que nunca habían hablado! Tristán e Isolda,
el duque Orsino y Olivia (y también Malvolio), Troilo y Crésida, el señor
Knightley y Emma, Venus y Adonis. Turner y Tallis. Una vez, desesperado, aludió
a Prometeo, encadenado a una roca, con el hígado devorado todos los días por un
buitre. En ocasiones ella era la paciente Griselda. Mencionar un «rincón
tranquilo en una biblioteca» era una expresión cifrada que significaba el
éxtasis sexual. Consignaban asimismo la pauta diaria, con aburrido y amoroso
pormenor. El describía cada aspecto de la rutina carcelaria, pero nunca le
hablaba de lo estúpida que era. Ya era bastante evidente. Nunca le dijo que
temía hundirse. También estaba clarísimo. Ella nunca le escribió que le amaba,
aunque lo habría hecho si hubiera creído que pasaría la censura. Pero él lo
sabía.Ella le dijo que había cortado toda
relación con su familia. Nunca volvería a hablarles a sus padres, a su hermano
ni a su hermana. El seguía de cerca todos sus pasos hacia su diploma de
enfermera. Cuando ella le escribió: «Hoy he ido a la biblioteca a buscar el
libro de anatomía del que te hablé. He encontrado un rincón tranquilo y he
fingido que leía», él supo que ella se nutría de los mismos recuerdos que a él
le consumían todas las noches debajo de delgadas mantas carcelarias.
El cretino miserable se puso del lado de la policía e hizo
preguntas obvias. Era feliz con sus nuevos amigos. Seamos realistas, eligamos o
tu o ellos. No instante de donde eres lo que mas quiero, la razón de mi vida
La
película esta bien. A través de las novelas de espias repasa la historia de
Inglaterra en el siglo xx
Operación
dulce. El personaje tomas Haley tiene similitudes con el autor. Aparecen
trabajos resumidos del autr. Recoge el tetsigo de los compañeros escritores, lo
que estudió en el 72. Cada verdad oculta una mentira. Crean una fundación de
auida a escritores prometedores pero es para hacer propaganda. Se enamora del
escritor. Tiene novelas en las que hay una critica potente de la Inglaterra de
Margaret Tacher. Saldo, perdidas en el tiempo, el inocente, solar- le gustan
los temas fisiciso, ha escrito algún articulo sobre el cambio climático. Luego
escribe la ley del menor y cascara de nuez. El narrador es un niño que aun no
ha nacido, espectador de un mundo al que va a ir. se inspira en la hermana de
su mujer embarazada para contar la hisoria desde l perspectiva del bebe. Es la
historia de Hamlet, el tio es amante de la madre y quiere cargarse al padre-
sábado es una critica, sucede un 1 de febrero desde que despierta
No hay comentarios:
Publicar un comentario