Innovaciones de la
novela en el siglo XX, entre la modernidad y la posmodernidad:
El arte, en general, en la época moderna ya no busca la mimesis clásica,
aunque la novela realista/naturalista incidió en este mito de la objetividad
que sigue coleteando en el hiperrealismo americano y los relatos del nuevo
periodismo no pueden sustraerse tampoco del todo a ese cientificismo que no se
contenta con la verosimilitud sino que reclama ser relato fiel de lo real. La
mayoría de narradores del siglo XX, sin embargo, se fijarán más en otros
aspectos de la retórica de Aristóteles: en el discurso lírico (poiesis)
creando una prosa más subjetiva y sentimental o incorporando elementos del
teatro escrito (katharsys) a la novela como denotamos en la mayor
presencia de diálogos, sobre todo desde la invención del cine y otras formas
audiovisuales. (Incluso hay novelas corales prácticamente basadas en diálogos y
monólogos de personajes, como Pedro Páramo de Juan Rulfo) Pero sobre
todo, se centra la novela moderna en el concepto de diégesis: la ficción
que construye una subjetividad -un narrador-, concepto con que Aristóteles
describe por ejemplo la filosofía platónica, pero no la epopeya o la
historiografía griega que, con todos sus elementos fantásticos, pasaba por
narración factual que se escribía casi sola y se tomaba por objetiva.
Es común en la novela moderna la
hibridación de géneros (No sólo la mezcla con la poesía y el teatro, sino
incluso hay novelas que incluyen documentos factuales como una receta de cocina
de la que parten todos los capítulos de Como
agua para chocolate, un recorte de noticia de periódico como pie a esa
narración, la reelaboración de las crónicas históricas factuales como material
de ficción (Las crónicas urbanas de
la noche y movida madrileña de Umbral) o el grupo Oulipo que juega con la
ciencia al crear composiciones casi matemáticamente) Son comunes las novelas
polifónicas, jugando con diferentes planos narrativos, puntos de vista o
perspectivas de distintos narradores, apelando más al lector.
El narrador se aleja de esta objetividad mimética y del narrador
omnisciente en tercera persona de la novela realista, que es un eco de ese
narrador divino que parece ser quién nos cuenta la historia por mediación de un
autor inspirado. Se entendía esta inspiración como revelación (Dios le dictaba
a Tomas de Aquino La summa teológica
o la dialéctica que creían tener con él los místicos) Lorca define la
inspiración como “genio, duende y hada” en época moderna distinguiéndola del
eterno mito romántico del genio Goethe. Lorca habla de un talento debido a la
inspiración en lecturas y a la práctica del escribir, del Hada (o el Hado,
Moira, Fatuo, sinó) como la parte experiencial biográfica que inspira al autor,
esa vida que nos puede sonreír más o menos, y del duende como “la chispa”, “el
clic” en la cabeza, musa, fantasía, imaginación, intuición, visión,
iluminación, imagen o parte inconsciente o como se ha ido llamando según la
época. De Dios no tenemos constancia, de la biblioteca de San Agustín sí.
Este tipo de narrador omnisciente “divino” entra en crisis ya desde la reforma
protestante renacentista, el giro intimista del barroco y todo el proceso
secular ilustrado y porque el nuevo público del folletín y novela moderna pedía
personajes en acción y no una literatura didáctica. Por tanto, cobran más
importancia los personajes (y su psicología interior, muchas veces fragmentada,
en conflicto de yos, con lo psicoanalítico de Freud, Yung, Lacan y compañía) y
no tanto las aventuras que le acontecen al héroe enfrentado a un destino. En la
novela moderna son importantes los hechos, los sucesos, pero respecto a cómo
los vive ese personaje desde una mayor subjetividad y libertad.
Y también cobra más importancia el escenario en el tiempo y el espacio en
que esos personajes se mueven, y por tanto la posible crítica social. No importa
ya tanto el narrador: se hace más invisible que el narrador decimonónico si es
en tercera persona y más presente si se narra en primera, pero obedeciendo a la
sicología del protagonista (personaje más redondo que plano) y no al discurso
maniqueo del autor.
Y es que tiene menos importancia el autor mismo. Este se va rebajando de
genio laureado en un limbo de eternidad y visitado por la musa hacía el
escritor maldito visionario iluminado sacerdote de su creación y de ahí al
artesano-manufacturero-trabajador del pueblo- ingeniero-obrero literario,
paralelo al paso estamental hacía la sociedad de clases, hasta hablar ya de la
muerte del autor en la metanovela posmoderna.
Flaubert introduce en Madame Bovary un narrador en estilo indirecto
libre, donde las digresiones del narrador se confunden con los pensamientos
de su protagonista, algo que caracteriza la novela moderna, junto a ese narrador
en primera persona (más subjetivo, intimista) y un narrador testigo
más distanciado del personaje al que describe (como una forma de criticar su
conducta y por ende la social) También el narrador falible o parcial, de
cuya narración no nos fiamos (ya sea por su divergencia psíquica, su conducta
delictiva etc, como en El ruido y la furia o Lolita)
En la Nouveau Roman francesa (junto al New criticism y la Nouvelle Vague,
es decir, por influencia del cine de los años 60 70 y de la nueva crítica) se
introduce un narrador semiconsciente o
“cámara”, que solo puede describir las acciones o lo que el personaje
pronuncie en voz alta, pero no puede adentrarse en sus pensamientos. (El amante de M. Duras x ejemplo) El
monólogo interior del personaje funcionará como un narrador en primera
persona. Y esto nos lleva a pensar que la literatura moderna hace más hincapié
en la introspección del personaje que en sus acciones, ya que la trama y el
conflicto pueden ser internos al ser humano y no sólo exteriores, aunque entren
siempre en conflicto con su sociedad.
Esta nueva forma de narración necesita de un lector más activo para rellenar esos espacios en blanco y de
indeterminación (según la teoría de la recepción) que aumentan en la novela
moderna frente a la anterior con un discurso más cerrado, menos dialéctico, y
más impositivo (por ejemplo la novela de tesis induciendo al lector hacia una
idea del autor sin permitirle reflexionar) Ante este nuevo lector el narrador
se plantea recursos innovadores en la estructura temporal como
los finales abiertos, la ruptura de la cronología lineal (flashbacks,
flashforward, comenzar la historia por el final o en media rex) Estilísticamente innova pues se
preocupa más de sugerir que de explicitar, las narraciones quedan más
indefinidas y ambiguas, y el narrador libre de describir con tanto detalle
calificativo. En la trama, se juega
con los efectos-sorpresa, el mantenimiento de un suspense, la suspensión de la
credibilidad temporal de ese pacto narrador-lector si por ejemplo el narrador nos
recuerda que estamos leyendo una ficción, satisfaciendo y otras veces
traicionando las expectativas del lector hacia esa trama. Rompe así las
unidades aristotélicas de tiempo, espacio y personajes (los sistemas
clasificatorios de su retórica tendían a enumerarse en categorías de tres) si
bien no se rompe del todo con la unidad de sentido y de conjunto que tiene que
tener toda obra (una lógica de lo ilógico, incluso en el relato del absurdo y
la obra como un corpus que unifique las partes) ni con las relaciones casuales,
pues incluso el azar tiene una consecuencia en la trama, aunque la causa de
este azar ya no se explique de forma mitológica sino más lógica.
Esta experimentación con las
técnicas formales y retóricas del lenguaje se explica por un lado por los
conceptos de “transgresión, originalidad, novedad, vanguardia”, que se
introducen a partir del romanticismo: por el intento de denuncia social
(“epatar a la burguesía”); y por un profundo desengaño con la capacidad
comunicativa del lenguaje (“La gramática: esa vieja Circe engañadora”
para Nietzsche, la escuela de Viena -Russell, Wittgenstein- y el
estructuralismo, el existencialismo, y el des constructivismo posterior Derrida
Foucault Barthes etc que desemboca en la postmodernidad que rechaza los
esencialismos) De esta manera, se pueden introducir incluso párrafos del
absurdo, de lenguaje ininteligible, con un objetivo claro de extrañamiento
en el lector y replanteamiento de sus creencias o confianza en el lenguaje,
como vio la crítica formalista rusa. Las vanguardias (surrealismo, dadaísmo)
rechazan el lenguaje retórico literario, contaminado de capitalismo burgués, y
tratarán de buscar palabras nuevas, frescas, con la espontaneidad del niño que
se toma la literatura en sentido lúdico y no con la gravedad heredada de
visiones teleológicas, (y teológicas, dicho sea de paso). De ahí los juegos de
escritura automática, cuya intención es precisamente des- automatizar la
conciencia, des-alienar la sociedad y des-enajenar al sujeto crítico más que
deshumanizar el arte, como vio Ortega y Gasset.
Esta experimentación se da en
todas las estructuras básicas de la novela: ya no sólo se rompe el tiempo
lineal cronológico de la fábula sino incluso el tiempo lineal de lectura (Rayuela de Cortázar obliga a seguir un
orden establecido por el autor distinto a la estructura del libro como objeto,
u otras novelas que se pueden leer por cualquiera de sus capítulos
entendiéndose la trama central por sus partes) Y junto a la multiplicidad de espacios
físicos o imaginarios, y de épocas históricas dentro de una misma novela,
también se juega con la meta literatura y el metalenguaje (la misma obra de
Borges, aunque este juego era común en la literatura barroca, Quevedo,
Cervantes.. con aquella literatura de espejo de otras e incluso en la
literatura clásica, versionando el canon)
Aunque habría que distinguir en el tema de la intertextualidad las que se limitan al copia-pega de citas
pedantes sin una unidad de sentido y en las que este apropiacionismo de citas,
autores y referencias a otras obras es pertinente para la trama, para una
reescritura o contraescritura de clásicos homenajeados o puestos en revisión o
para darle un sentido alejandrino al relato narrativo como en Borges. A veces
el narrador en tercera persona se introduce como personaje, Unamuno en Niebla,
(cuando no va implícito o explícito que el narrador es el protagonista o uno de
sus testigos.) En la autoficción es obvio que el narrador es el protagonista si
bien habría que distinguirlo del autor material del libro, que distorsiona
siempre su propia biografía.
Desde la invención de una identidad literaria para tapar un pasado oscuro
como en algunas escritoras románticas, pasando por los heterónimos de Pessoa,
los seudónimos, los libros escritos en colectivo, los plagios, las erradas
atribuciones o los anónimos, no queda
clara la autoría real de la novela,
ni su importancia (¡tan clara la tenían los manuales de literatura
positivista!), y aún menos claro queda el autor con este juego metaliterario en
el que todos ya lo han dicho todo y nosotros diremos lo mismo con otras
palabras. Aunque paradójicamente el fenómeno de cultura de masas asume como
nuevos ídolos a estos escritores de la contraportada.
Los temas abstractos pueden ser finitos y
repetirse (muerte, amor, pocos más), pero el novelista moderno tiene claro que
sus verdades o significaciones
profundas no son universales y eternas sino relativas a la historicidad, al –valor- lingüístico de la época en
los formalistas y hoy en día a la tiranía de las modas pasajeras.
Los significados o fondos de una obra no son inmutables, como se creyó
hasta la modernidad. El novelista moderno ha separado también la tríada
platónica de lo bueno, bello y verdadero dentro de una obra literaria, ya que
de lo “Bueno” se ocupa la ética (no ya moral heterónoma religiosa sino
autónoma, desde Spinoza, Kant etc), de la Verdad la filosofía y en la
literatura también puede haber una estética de lo grotesco o de la Fealdad
(U.Eco). Además ese nuevo lector reclama significar él mismo la obra,
reinterpretarla desde planteamientos hermenéuticos que siempre ha habido y
relacionarla con arquetipos universales (Jung), unos eones que tampoco son
colectivos y eternos como podemos pensar con ese mito de la mente colectiva. La
teoría de la recepción reclama esa interpretación libre del lector, y en la
deconstrucción ya no importa casi la obra o lo que el autor haya querido
expresar sino lo que signifique a cada nuevo lector, relacionándolo con estos
símbolos y con su experiencia lectora y vital.
Las temáticas concretas, al igual que las formas y significados, también
cambian sincrónicamente y diacrónicamente en la novela moderna. Ya no es la
naturaleza idílica o las aventuras de un héroe enfrentado a determinismos
divinos, sino que cuentan historias de personas concretas (identificación de
este nuevo lector popular, en la cultura de masas) en su relación con el
entorno social, que ya no es rural/agrícola sino urbano/industrial y que le
condiciona, pero le deja más espacio de reacción al personaje.Unos autores acentúan más la introspección psicológica en el personaje y
otros la crítica social, pero la libertad del personaje es mayor y su
conflicto con el medio distinto.
Este nuevo lector, cada vez más popular (con la mayor ilustración de la
masa), que ha asumido la novela como la lectura silenciosa de un objeto físico
cada vez más abaratado, reclamará también todos los aspectos extraliterarios, o
al menos extra-autor, en los que se sienta más involucrado. Una participación
bidireccional en la obra (en lo que en principio es “goce solitario” del
autor y del lector, y sin el carácter de difusión inmediata de los
audiovisuales ya que requiere de una recepción más reposada) Los salones
sociales del XVIII de público femenino se irán transformando paulatinamente en
todos estos fenómenos que exceden al creador y tienen más que ver con la
promoción editorial de su obra (presentaciones, ruedas de prensa, firma de
libros, concursos, fans, relatos que termina de escribir el lector por
internet… ) junto a la mayor importancia de la crítica, gracias también a la
autonomía de la ciencia humanística y filológica que se consigue desligar de la
filosofía teológica. Prever la recepción de esta obra en el público y en la
crítica puede condicionar incluso la creación de una novela, junto a las
presiones editoriales, los nuevos ritmos y plazos de esta industria y la
sobreinformación de publicaciones que prevé va a tener que compartir su obra.
El novelista desaparece una vez deja su obra en manos del editor y del lector,
relativamente, pues le preocupa la recepción de su novela, no quiere morir el
autor del todo.
Además, hay una potenciación e independización de los considerados
marginalmente subgéneros: la distopía y ciencia ficción debido al
escepticismo y negatividad de la sociedad actual, el auge de las nuevas
tecnologías y como reacción a las utopías de ideología más platónica o cristiana.
La literatura fantástica prejuiciada anteriormente como cuentos de
hadas, de terror, reducida a colecciones de cuentos tradicionales y a fábulas
morales; la autoficción cuyo origen son las autobiografías y las
biografías cada vez menos públicas y más personales y los relatos en primera persona
de un narrador-personaje. O la novela
rosa que se escinde del relato romántico- realista, de la novela idílica
griega, reduciendo la trama sólo a la historia pasional; o la novela
histórica, que pasa de tener un interés político desde la antigüedad, para
legitimar una conquista o una fundación villana o nacionalista como se le reprochó
a la romántica a partir del siglo XIX, a tener un interés económico de mercado.
El mismo interés mercantil es el que lleva a reivindicar el género autónomo de
la novela negra, si bien ha ido innovando en los estereotipos de sus
detectives. Se le pueden poner tantas subetiquetas a la palabra novela como
intereses comerciales haya en el momento, alejándose estas categorizaciones de
los intentos primeros de revindicar narrativas autónomas del genérico Novela
dominante y de los intentos trasgresores de experimentación de los primeros
autores, que han sido asumidos y reciclados por ese mercado. Se fue
sustituyendo el discurso dominante estamental religioso por el capitalista
burgués, por la dictadura de la élite proletaria con aquel breve realismo
socialista al servicio de la revolución, y ahora la voz hegemónica de la novela
obedece a la tiranía democrática del neoliberalismo de masas.
Todos estos cambios en las intenciones, en los planteamientos filosóficos,
en las temáticas, en el paso de una retórica a otra (¿más sencilla?, el Ulyses no es nada sencillo), en la
hibridación de géneros y en otros que se han declarado independientes, en la
nueva comunicación con el lector (el autor no muere del todo pero deja espacio
a la obra y a la interpretación del público) y en los aspectos de promoción del
libro, han llevado a que la novela se
relacione también con otras artes: Muchas novelas se apoyan en soportes
gráficos de ilustraciones, fotografías, fotogramas de películas o se mezclan
con lo audiovisual (novelas escritas para el cine, películas llevadas a novela,
audiciones públicas de una novela, soportes digitales como internet donde se
puede leer una novela y comentarla, el e-book, los audiolibros, videos o
material sonoro incluido en una novela...)y considerando también el cómic y la
novela gráfica como otras formas narrativas constitutivas de un género en sí
mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario