Ana
vuelvo a escribirte desde la lluviosa city. El loco del lugar ataca de nuevo.
Hoy hace frío, ese escalofrío que hace cosquillas en la nariz y aprisiona el
corazón en el pecho. Frío de amor, frío de que san Valentín amanece y yo estoy
solo, igual que tú.
Creo
que nuestro destino de pardillos es ser esclavos de este boli. Que el papel
solo posea de nosotros, los autores, lágrimas y fantasía. Y que entre nosotros
medie un abismo tan grande como el de la noche y el día. Ana, ¿Cuánto tiempo
llevamos escribiéndonos? ¿Recuerdas el día que me escapé del monte y te vía a
ti? Pensé que eras un hada, rubia, orejas de elfo y ese aire mágico e infantil
que nunca perderás.
Y nos
quedamos callados, sin estropear el silencio, mirándonos. Hasta que dieron las
doce y tú, como buena cenicienta, tuviste que irte. Y yo me calé porque el
cielo, como yo, lloraba de pena. Y tú ni siquiera me dejaste un zapato de
cristal, sino una llaga en mi corazón.
Me lo
has dejado abierto, como una obra olvidada o una gruta por explorar, mi corazón
está a medio cocer porque le faltas tú.
Ya sé,
no te tengo acostumbrada a este tipo de cartas. Siempre te hablo del instituto,
del rollito del sábado o las bromas en casa pero sentía que te mentía cada
línea que escribía y sine embargo no expresaba mi amor.
Ana, yo
sé que tu y yo de la misma forma que estamos destinados a ser el alma gemela
del otro, estamos también condenados a vagar por el mundo buscándonos, nuestro
amor es imposible e irrealizable.
¿no
sientes que estoy estropeando la amistad que teníamos? A mí me da esa sensación
y no voy a releer esta carta sonámbula porque me tiembla el pulso y tengo miedo
a no tener valor de llevarla a correos el 14 de febrero. Es esa amistad que se
estropea enamorándote. Al romper esta especie de tabú, el amor platónico,
siento como si ya no fuera el mismo y tú una extraña.
Te escribo desde mi ático, el mismo donde
contábamos estrellas y tú decías que ya habías acabado, tramposa. Pues sí,
ahora mi desván esta muy triste sin ti, oscuro, lleno de sombras, me recuerda
que la vida esta rodeada de vacío y muerte. Un lugar tenebroso como la noche
que nos mata cada día en el sueño para resucitar al día siguiente. Y cada día
noto tu ausencia, ¿por qué nos ha de separar la ciudad, la familia, la edad?
¿Es eso importante? Solo sé que te quiero y vivo pendiente del chat, de las
cartas que me mandas, de tus escasas llamadas telefónicas. Para mí son como
inyecciones de esperanza. ¡vaya era de la comunicación en que titubeo al
hablarte!
Me
gustaría que te sentaras aquí conmigo a fumar, a mirar el cielo, subido en este
tejado de sueños. Las estrellas desde que tu te has ido navegan locas por su
orbita en la autopista de los satélites. Dicen que son espejismos, reflejos de
lo que una vez fueron.
Son
como nosotros, Ana, añorantes fantasmas de una relación que ya olvidamos. Una
más entre mil estrellas y sin embargo es a ti a quien quiero. Y ni yo sé por
qué. Las estrellas no son propiedad de nadie, como en el Principito pero yo
seré tuyo si tú lo eres mío.
El amor
es posesivo pero por ambas partes. Olvida esta carta, olvida lo que te he
confesado y piensa en mí al menos como amigo. Soy un idiota al quererte, porque
aunque me quieras, nada será lo mismo. No sé, me gustaría no haber crecido,
seré un Peter pan pero me gustaría seguir siendo el niño que se reía de tus
vestidos, que se abobaba con tus sonrisas, que se ponía nervioso con tus
miradas. No sé, tal vez las estrellas, tan calladas, con tantos años y siglos
de experiencia, sepan algo de tus miradas. Al fin y al cabo, allá arriba
también deben de entirse solas el día de san Valentín, espera… acaba de pasar
una estrella fugaz. Sí, he pedido un deseo.
Anochece
en mi lluviosa city, la noche es una muerte más, sobre todo las que tú no
estás.
David
No hay comentarios:
Publicar un comentario