lunes, 15 de febrero de 2016

relato: una madre desaparecida

A mi madre

Las familias felices se parecen unas a otras, las desdichadas lo son cada una a su manera, escribió Tolstoi  sin conocer la mía.  Si supiera tu dirección, te mandaría esta carta en vez de pasarla de concurso en concurso. No soy el único con padres separados en el instituto, pero si el único con madre en paralelo desconocido. Me fastidia describir el día de tu despedida: Retiraste la colada del tendedero, suspirando la que después fue mi brisa. El sirimiri tornó tormenta. Cogiste el chambergo y ,sorda al estruendoso tronado, dejaste la casa y nunca más volvimos a verte. Todos en el barrio te llamaban la ida, terminaste por largarte de veras. Al recorrer el angosto pasillo en penumbra, apesadumbrada y ausente, eludías mi cuarto; mi fortaleza de papeles te empequeñecía hasta caber por las cerraduras. Puertas cerradas y callejones sin salida.  Aun oigo  tus canciones de Sabina batallando contra mi Tecno, y el aire todavía se tensa de esa cerrazón de dos planetas en continua colisión, jugando a hacerse daño. Este territorio comanche se acuartelaba sin tregua; cuartos atrincherados, gritos en el eco de paredes sordas sólo por ellas repetido. Enmudecías en tu dolor, entre nuestros ritmos de etnias en guerras de hermetismo. Asidos en dos mundos, dos faros solitarios jugaban a hacerse daño. Parece ayer cuando me esperabas en el umbral del cole con tu fular, sierpe enroscada al cuello. Tras el mordisco, el  veneno encharcó tus venas y agrió la comisura de los labios, antes sonrisa. Aquella víbora viperina te arrastró por la calle de la amargura con siseos y  sinuosidad; la afable culebra de la monotonía te hizo mudar de piel. Seguiste sigilosa  a la cobra y sólo quedo tu sombra como la vulgar piel rechazada. Los días de la madre te comprábamos orquídeas en la funeraria. Pepi “ la funesta” nos ponía una bonita dedicatoria; para la mejor madre del mundo, y otras cursiladas por el estilo. Las orquídeas ahora se han secado y papá ha empezado a hablarlas.
La abuela dice que te has muerto, así se explica tu silencio, pero yo sé que Persefone siempre regresa en la primavera de entre los muertos y los desaparecIDOS. ¿Acariciaste sus flores de loto?
Si, son más hermosas que los geranios pero sumen en distancia y sumergen en olvIDOS. Todo en tu cuarto sigue intacto. En palabras de Carmen; apesta a tu perfume; siempre intenta diluirlo con ambientadores.
Carmen es la psicóloga conductista que trata los sentimientos de culpabilidad de papá, en el diván y en la cama. Le ha medicado y un mar blanco de pastillas se suicida diariamente por su esófago. Carmen tiene el control sobre todo, en eso se parece a la abuela. Me reprocha que me emborrache cada sábado, que deambule sin brújula por estos Púbs., que absorba el tequila como madera humedeciéndose de lluvia.
No soporta el olor a tabaco en mi ropa, ni el incienso y últimamente le da por decir que estoy enfermo, que me ve pálido, ojeroso, decaído, que no duermo bien y casi no como.
A este paso- dice- serás una sombra en la casa como el fantasma de tu madre. Esta maniática de la limpieza quisiera esconderme bajo la alfombra pues soy una molesta  mota de polvo, y me encara mis aires. Para la abuela y para Carmen estas muerta, más joven que Marilyn, y sin sobredosis. Creo que sólo las mujeres estúpidas se cortan las venas resbalando ríos de sangre; las mujeres inteligentes saben ser invisibles, desvanecerse en tardes pegajosas de calor, dejándote la estela de su estrella luminosa, su perfume de mujer fatal. Se pegan un baño espumoso, como los lácteos de Cleoplata, y la conciencia se evapora encerrada en burbujas de jabón. Letra- herida del sueño de la Bella Durmiente o picada de muerte por una áspid, rodeada de flores como esa Ofelia prerrafaelita que vimos en la galería de Londres, esperas despertar. Sólo tu beso me hará dejar de sentirme cual Peter Pan con amnesia de padres; huérfano y naufrago.  Tu silencio contenido entre las notas del viejo piano Pleyel, estalla ahora. Necesitabas espacio, oxigeno en una casa peor que la que describe Laforet. Te creaste una pompa de jabón gigante, que botaba por la habitación en silencio. El gato, que también maúlla a la luna porque ya no la acaricias, te la arañaba. A veces ascendía como un globo aerostático y yo temía que explotará y explotaras tú en una catarsis.  Pero no, te fuiste en silencio, la dinamita tarda en prender.
Ahora, este castillo lo ha remodelado una madrastra, a la que sería muy fácil querer. La abuela me ha enseñado a remendar visillos y bordar retazos de otro mundo. A ti te enseñó a coser con la historia de Ariacne, que por desafiar a Atenea se convirtió  en una araña de tu jardín. Espero que esta carta sea un hilo que nos vuelva a unir, una telaraña que Carmen no frote con la bayeta. Te escapaste del laberinto del minotauro, como Ariadna, pero se te olvidó soltar el hilo, con el que pudiera seguirte. 
Cada mañana, tras el beso de Carmen me hago la misma pregunta. ¿Para que despierto? Muero cada noche, bajo las estrellas luminosas sobre la cama, para renacer en la misma triste habitación. En las pocas comidas en que coincidimos, el sonido absorbente de la televisión nos envuelve en silencio. Nadie escucha a Carmen, siempre hay un partido más interesante. Aita se refugia en su caparazón insondable, en melancólicas caladas a su puro, en sorbos templados a su vermut. Carmen no le entiende, yo tampoco comprendo sus borracheras, ni sus  espectros que le atormentan. A veces se despierta en medio de la noche de una pesadilla, y escupe tu nombre mientras un sudor frío le resbala por la arrugada frente.



Recuerdo como transcurrieron los días posteriores a tu despedida. La abuela nos invitó al pueblo, dando a entender que tampoco aprobaba tu huida. Llegamos un domingo extraño. El sol reverberaba sobre los prados, todo  el pueblo parecía un  espejismo. En cuanto papá aparcó el coche, el frío nos heló por todo el empedrado del cementerio. Se quedó contemplando Dios sabe qué, mientras yo observaba la aldea rodeado de huertas y eras. Creo que esquivaba la imagen del desolador tapiado, en cuyo interior se apilaban esquelas, tumbas y cruces. Mi hermana rompió el silencio, con el que nos había castigado todo el viaje, para protestar de nuevo porque papá y todos te dieran por muerta. - No esta muerta. Se ha escapado a Londres. Mama escondía muchos secretos en sus silencios. En los 60, antes de casarse (embarazada de mí), viajó a la tierra de los beatles a abortar. Me lo confesó el día que se fue de casa. ¿Qué fuerte, eh?.¡No haber nacido!

Pensar que papá estudiaba en un seminario y que por azar te conoció en la verbena del pueblo... Aquel día el alcalde trae a Formula V al pueblo, tu te vistes con tu vestido azul, y él, traído a regañadientes por sus amigos, te conoce. Todo digno de un episodio del pájaro espino, con salida inminente del seminario y boda rápida ante la evidencia.  Mi hermana ya tenía que dar la nota, dentro de aquella barriga, imposible de disimular en un pueblo donde todo se rumorea.
- Ha sido un viaje tranquilo- soltó papá a la abuela, que nos miraba a través de sus gafas opacas. A través de ellas veía un mundo polarizado; Negro, tú por abandonar el hogar y blanco, papá por soportar otra rabieta tuya. Los cristales del coche se empañaban de gotas, el sol lloraba. Bajamos la cabeza, mi hermana hizo ver que leía y yo sonreí a pesar del cansancio, salí del coche, afronté sus preguntas y afirmaciones - ¡cuanto has crecido, pero que delgado estas!- Sus arrugas y la manía de abarcarme con sus brazos, me hacían sentir viejo, arrastrando civilizaciones. Mis ojeras se debían a las últimas noches en vela asolado de fantasmas. La abuela  acarició a la gata que asomaba recelosa entre sus faldones oscuros. Se colocó las hombreras y entró en la casona.
Papá aporreaba el coche. Dentro, mi hermana Casandra se negaba a salir, ya estaba montando otra de las suyas. El abuelo atravesaba en esos momentos la calle, no parecía habernos visto. Pusilánime  pulgarcito al lado del ogro de papá. ¿Quien hubiera pensado al ver a ese enclenque, que se levantaba cada mañana a levantar con su sudor los resquicios de esa lúgubre casa de campo? Corrió a abrazarme. Me levantó en el aire, pero enseguida cesó en el empeño. - Abuelo, ya soy mayor- grité por su sordera. - Si es verdad, chavalote, ¡Como pasa el tiempo! ¿Y tu hermana?- Papá le ofreció la mano y después se dieron un abrazo corto, mirando al cielo. Mi hermana no salía del coche y no levantó la vista al saludarla el abuelo. La abuela regresó con la manguera, y nos mandó entrar a todos, pidiéndonos que bajáramos el volumen de voz. - En este pueblo las paredes, excepto la nuestra, son de adobe- sentenció. 
Recogió una flor marchita abandonada en el camino, abrió la puerta del coche y se la incrustó a mi hermana en su vestido de encaje negro. No se dijeron nada, pero Casandra no se desprendió de los crisantemos, como era de esperar, los olió y los guardo entre las páginas del libro que la había dado por leer.  La dejamos cerrando los ojos, columbrando mil lugares mejores en los que podía estar ahora. 
Dentro de la casona, revestida de cortinajes aterciopelados e iluminada exiguamente por velas se respiraba un entumecido frío. La abuela se sostuvo unos instantes en una piedra de sillería que sobresalía pero después se armó de las velas y las encendió  una a una, explicándonos patéticamente por qué les habían cortado la luz.  Me espeluznaba hallarnos a oscuras en esa construcción de esquinas y escondites, y salí un momento al jardín con sus recovecos y recodos de laberinto griego. Mi hermana aun leía a pesar de la exigua iluminación.
La gata maulló hasta que volví al cuarto del fogón, donde la abuela apilaba la leña. El abuelo pidió una copa. Papá preguntaba cada poco por su cuarto. La abuela no escuchaba a nadie y me clavaba su mirada que atravesaba hasta el último rincón de aquella masía. Manejaba con una mano el rodillo y con la otra trémula y temblorosa espaciaba la harina. Todos mirábamos la elaboración de aquel pan, sin saber que decir o hacer a continuación.
Mi hija se ha muerto, al menos a mis ojos- casi canturreó. Nos removimos todos de nuestros asientos – Si, es un hecho. No podemos negar los hechos, ¿Verdad? Podemos maquillarlos, podemos decir por ejemplo “las cosas van a ser diferentes a partir de ahora” o “Margarita vive en otra ciudad, con otro nombre”, pero es evidente que jamas volverá.- Todos observábamos cortar a la abuela el jamón en tacos con autentica rabia. Temía que en cualquier momento lo arremetiera ensañada contra mí. La bisabuela se reía con las paredes, parecía lejos de aquel comedor y sus ojos se tornaban como los de una loca. El ambiente se podía cortar con ese chuchillo, igual que hicieran con la electricidad. E
El abuelo rompió el hielo relatándonos que mañana se escaparía a las eras y que podíamos ayudarle con la cosechadora, o el tractor o la remolcadora o la trilladora, lo que fuera salvo quedarme a solas con las abuelas. Papá parecía un fantasma deambulando por la cocina, respondiendo con monosílabos apagados su interrogatorio. Al fin se retiró y el ruido de sus pasos subiendo las escaleras de piedra, nos acompañó en el tenso silencio. Trasteaba en su despensa.
Volví a salir al jardín; las madreselvas se enredaban en la fachada como en el tronco de un gran árbol. Deseé trepar a la higuera aunque no fuera la temporada, aunque fuera tan solo para ver el pueblo desde sus ramas. Los muros de piedra caliza terminaban en una filera de cristales como si ya hubieran previsto que intentara huir desde la higuera al patio vecino. Podía haber bajado por el lado equivocado y vivir otra vida, olvidarme para siempre de mi gótica hermana, del misterio ridículo que envolvía la desaparición de mama y de aquel destartalado torreón. Las ramas me picaron; eran unas serpientes encantadas por un fakir. La abuela me gritó que trajera las maletas y que jamas volviera a subir al árbol. - Lo plantó tu abuelo con la remodelación. Heredó las tierras y el pequeño huerto, yermo ya de puro olvidado, lo convirtió en este bello jardín, cuando aun tenía tiempo y ganas. – sentenció absorta. 
Si, llenó de setos y flores la torre del cerro, que desde su lejanía al pueblo, se veía aun maldita. En aquellos desiertos de sueños edificó un castillo en el aire y plantó las higueras y este manzano. Tu lo llamabas el árbol del pecado, el árbol de la serpiente que tentó a Eva en el paraíso. Cuando ocurrió la desgracia, el pueblo lo achacó a la maldición del manzano; Una culebra te mordió y por eso la menor de los Avechucho se paseaba embarazada sin estar casada, con sus camisones anchos de musa, su libro de Rosalia de castro bajo el brazo y esos aires que se daba de novelera. Los rumores de las cotillas reunidas en el fresco (En aquellos bancos donde el frío rascaba tras la calor de  la tarde)  movieron a todo un pueblo al desprecio más absoluto, a negarte el saludo, a darte por muerta por más que reclamaras una vida que sólo crecía en los árboles. 
En el pueblo estas mujeres te tachan de cobra. En ese manzano papá selló vuestro amor con su navaja militar al volver del frente y tú de Londres, según Casandra. “No vuelvas a acercarte a ese manzano” Estaba descubriendo demasiados secretos de familia.
Mientras sacaba las maletas Casandra empezó una de sus monsergas. Entonces, quizá por un destello de luz, creí distinguir el delgado cuerpo arrastrándose de un enanago y me metí al coche aterrorizado. - Sabes que no hay nada- me reprochó mi hermana - Eres un crío miedoso y estúpido- - Y tu sabes que tarde o temprano vas a enfrentarte a la casa-. Mi hermana se calló y miró la casona, mordiéndose los labios. Se llevó la flor a la boca, y empezó a chuparla, nerviosa. Aquel lugar nos estremecía a ambos, allí siempre nos habían ninguneado; hijos de la Margarita era algo así como hijos de puta.
La cena transcurrió sin papá ni Casandra. Nadie habló en la mesa, con aquel horrible mantel a cuadros como única panorámica, hasta que la abuela retomó la palabra. - ¿Esa maleducada va a salir algún día?- Nuestras miradas se dirigieron al mismo ángulo. Terminamos de comer, secaba los platos y sorprendí al abuelo llevándola comida a hurtadillas y la abuela le agarró del cuello de la camisa impidiéndoselo – Devolveréis a una cabeza loca muerta de hambre, saldrá por su propio pie, ya verás-
Intentaba dormitar en aquel cuarto pues abuela había dispuesto para nosotros las literas del ático, apenas dos colchones mohínos suspensos en el aire. A través de un tragaluz que comunicaba con el cuarto de los abuelos divisé a la abuela envuelta en su camisón dando la luz y despertando al abuelo. Se recostó bruscamente, y el abuelo siguió roncando y estornudando. Sin duda, los sedosos cabellos canos de la abuela le provocaban alergia. Ella lo zarandeo y él gritó como si le hubieran despertado al mismo báratro.        - Margarita mandó estas cartas para los niños. Diariamente llegan más y más. Sin remite por supuesto
- ¿Por qué no se las remites a  ellos (Y me dejas dormir)?
- Quien debe volver es ella y no alentarles para que se escapen, por mucho que la haya hecho él. No la pegó bastante.
- ¿no vas a dejárselas leer?- ante la supuesta negación de la abuela, el abuelo volvió a su purgatorio de ronquidos. Podía sentir la respiración amenazante de la abuela, me había descubierto. Aparté la cara de la rendija y ella se decidió a apagar la luz, para desvestirse.  ¿Qué significaba aquello? ¿Papá te maltrataba? Paradójicamente cuatro personas pueden vivir en un mismo piso sin conocerse lo más mínimo. Oyendo a la abuela se clarificaron muchos enigmas y misterios.

Al volver del internado por el periodo estival  Casandra y yo dejamos de extrañarnos de que no os tocarais y si se cernía una pelea conocíamos nuestra función; ahogar los gritos con la frecuencia moderada de la radio. Era sencillo; nadie te hablaba en la casa, ni siquiera la asistenta, ¿Por qué yo iba a hacerlo? ¡Actuabas tan herméticamente!. Papá se preocupaba por ti, nos pedía que no te apabulláramos con nuestros problemas y te dejáramos sola, que tu estado mental atravesaba una recaída y necesitabas estabilizarte, eso decía. ¡Valiente Hipócrita! 
Oí pasos en la escalera y apareció Casandra , pálida y calada hasta la medula. – Abre el pestillo, he de confesarte algo de mamá-
Esa noche cayó mi mundo ideal sustentando en las cuatro esquinas de los ángeles de la guardia, se derrumbaron los cimientos de mi mundo infantil y el estruendo retumbó más allá de la comarca. Una virgen de cera parecía velarnos, pero no me trasmitía ningún amparo sentirme bajo la tutela de la omnipresente abuela. De repente el mundo me pareció una prolongación de la torre del cerro y  del jardín en ciernes; un mundo de adultos donde las personas debían amar a Dios hasta el desprecio de si mismas, donde toda conducta que se saliera del carril marcado, del estúpido canto gregoriano del gregario rebaño sería tachado de locura. Quien no es oveja Dolly clonada es cabra descarriada o peor; lobo estepario, o peor; Cobra entre margaritas, margarita entre cobras. Un nuevo ruido interrumpió las lagrimas y pesquisas. Ambos nos miramos helados –¿¡papá?!
La abuela a paso feroz pronto se había alzado con el picaporte que desprendió con facilidad mientras sus alaridos peligraban el sueño de papá que hubiera restaurado todo a buenas y a bravas con el cinturón. Casandra se escondió tras el baúl pero la abuela la meneó que de no haberse sujetado a la barandilla habría salido disparada escalinata abajo. – Tú, ven conmigo- la gritó agarrandola por los pelos – Y tú, a dormir, que el abuelo te pone mañana a trabajar-  Su voz de ultratumba retumbaba en la losa. Me atrancó por fuera, aun no sé como, y reprendió a mi hermana mientras la zarandeaba cual bolo.   
- ¿Acaso quieres despertar a tu padre? ¡Mala zorra! El vivo retrato de tu madre. En un matrimonio el más fuerte ha de dominar- pensé en como trataba ella al abuelo
- Las ovejas descarriadas necesitáis un pastor que os ponga a raya. ¡Insolente! ¡baja los ojos!- Retronó una bofetada - Siempre gacha la cabeza en mi presencia. Piensa que la única forma de encontrar una moneda es mirar hacía abajo, humildemente. Sécate esas lagrimas, que lo que no comes, lo lloras ¡desagradecida! Y de lo de hoy a tu padre ver, Oír y Callar. Voy a hacer una mujer de ti, espantapájaros soberbio.
-           
Aquella noche junto al ulular de los búhos y el crepitar de los sauces llorones, se oyó el grifo de agua más de lo debido. Se cortó la hemorragia del brazo de mi hermana pero sus venas parecían latir más pausadamente después de la pelea -No lo consentiremos, hermano. Papá maltrataba a mamá y la abuela es la primera que no quiere saber nada de su hija-

Mas el mundo adulto se rige por leyes que la inocencia desconoce, por turbias luchas de poder. ¿Qué podíamos hacer?. Permanecimos todo aquel verano procurando complacer a la abuela. Los domingos acudíamos a misa con la ropa oliendo a jazmín, muy sumisos y a un palmo de los abuelos. Daba igual que luego nos llenáramos los trajes de tierra jugando en la alameda. No se puede decir que hiciéramos amigos con las habladurías del pueblo, pero nos teníamos el uno al otro.
Nos acostumbramos y temíamos el día que nuestro padre, nos devolviera a la ciudad. En el pueblo el trabajo era rutinario; yo manejaba el tractor y mi hermana limpiaba la trilladora. Los días pasaron como el destello de la  gran bola vespertina.

Y un día... – Vuestro padre vuelve a casarse- fue la última vez que vimos a los abuelos, antes de que pasara a recogernos papá con su peugot. Ya te he dicho que no me apetece malgastar una sola línea hablando de Carmen, es una historia patética. Papá conoció a Carmen en una de esas reuniones de separados. Él se revolvía nervioso en su silla, como en su etapa académica. Ella fumaba  cigarro tras otro, como si tampoco fuera ese su lugar.  Surgió el flechazo y al poco, ya estábamos de vuelta en el apartamento de Madrid con una nueva inquilina. Una visita larga, para quedarse. En el pueblo, al que no hemos vuelto, siguen los rumores en “el Fresco”. Leyendas sobre Carmen, la arpía que se acostó con papá la misma noche en que discutisteis por última vez. El imaginario popular castiga por defecto a las mujeres y nadie ve raro que el barba azul vuelva a casarse con una mujer a la que dobla la edad.
Ahora sabemos por qué te fuiste y que nada tuvo que ver con nosotros, meros cómplices de algo peor. Las estrellas nos acuestan, y leemos a hurtadillas el diario que nos dejaste intencionadamente abierto para que nos hiciéramos una idea del infierno padecido y que nunca hubiéramos podido imaginarnos en el internado donde nos recluyeron para no verte. En el manzano han brotado dos ramitas que reclaman viento propio.

En el tronco de tu vientre era un ciprés llorón, no pegaba patadas como futuro futbolista, lloraba al ser podado del cordón umbilical. En aquel invernadero siniestro crecieron  dos flores raras tan distintas como iguales, que han tratado de superponerse, de escapar una de la otra, pero que siguen cosidas en el herbario, comunicadas por el ombligo, estés donde estés ahora, pues hay un hilo para escapar del laberinto o confeccionar el ajuar de la reina de Itaca que siempre nos amarrara estrechamente, en la distancia y en el No- Olvido de quien se ha ido.  

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