RESUMENES
Mi intención con
los tres artículos es elaborar unos resúmenes críticos, por lo que mi
valoración subjetiva va implícita en su síntesis: las partes más brillantes a
mi juicio y también ciertas objeciones referentes a la falta de precisión en
algunos términos, sin restarlas el enriquecimiento en conocimientos que me han
aportado.
Prólogo a una antología del rock español. Silvia Grijalba.
En su prólogo a
una antología de poetas del rock, Grijalba se queja de la vulgarización a la
que el mercado ha sometido a esta “poesía del rock”. A través de una serie de
anécdotas (John Barry, la cita de John Waits) defiende que una canción no sólo
necesita de la literatura sino de la melodía, y además se encuentra con los
obstáculos propios del idioma, los corsés de la acentuación, ritmo, métrica silábica…)
Descarta la comparación entre los vates de la música y de la literatura.
Revindica la normalización de la inclusión de las letras de canciones en los
estudios relacionales literarios. Y defiende esta tesis ejemplificándola con un
canon personal de músicos que le han llevado a las mismas sinestesias que los
mejores poetas. Se queja de la poca bibliografía que hay sobre el tema y espera
que su libro sea pionero en el género, en sí mismo, musical. Revindica esta autonomía,
pero no la especialización que lleva al detrimento del conocimiento: en un todo
interrelacionado se podría comparar las letras de Cristina Rosenvinge y la
prosa de Ray Loriga. Lo importante no es el formato sino el contenido.
Ha tratado un
acercamiento a estos músicos, sin un resultado enciclopédico, pero sí la
intención de abordarlo globalmente. Se notarán ausencias en su trabajo, pero no
homogeneidad: ha querido visibilizar este mundo tan heterogéneo y plural siguiendo
criterios estéticos y en orden cronológico. Ni se ciñe al canon consagrado ni
busca la trasgresión por la trasgresión. Sí lo ha reducido al ámbito español
aunque ha tenido que relacionarlo a la fuerza con la contracultura anglosajona
a partir de los 60, que curiosamente en España, con excepciones, recogieron
primero los cantautores más que las bandas. Se fue creando una estética underground psicodélica (imitando la no wave de Greenwich Village) con muchas
referencias al cine, el comic y crítica política-social. Pero el rock pronto
recogió una espiritualidad y profundidad que les parecía reservada (ante la
saturación de este tipo musical se les llegó a motejar “plasta-autores). Dylan,
Lou Reed y todos los grandes citaban a los poetas
malditos franceses, los prosistas del realismo
sucio (Bukowsky, Raymond Carver), a la
Generación Beat (que a su vez se habían criado escuchando el mejor jazz.
Los músicos a veces compartían giras, performances y happenings con ellos.)
Esta
interrelación de artes no es nueva, pero según el autor quedó allí: Panero, por
ejemplo, tan venerado por el rock de los 90, no ejerció este papel físico de
acompañante de los novísimos, aunque
vemos la transversalidad en la
influencia que para este grupo supuso. Los posnovísimos
(y aquí creo que el autor se refiere a los Kronen o tal vez a los poetas de línea clara, concreta etc.) sí se
relacionaron de igual a igual con los letristas, aunque fuera por compartir
generación. En El Manifiesto Postista
se da preferencia a la música sobre la literatura (para Verlaine o Mallarmé
también la poesía era música.) A veces un comentario como el de D’Ors al postismo podría aplicarse a grupos punk
(Siniestro Total, Los Pegamoides),
aunque ellos no fueran muy conscientes de estas concomitancias.
Los grupos de
los 70-80 quizá no tuvieran una tutela de poetas tan clara, pero están
influidos y tampoco desconectados de la música oficial. (También difiero: los
músicos por ejemplo de La Movida compartían fanzines
con poetas del momento, se daba una interrelación, muchas veces interpretaban
poemas de sus coetáneos y además físicamente mantenían amistad algunos
escritores y músicos, asistiendo a sus respectivos actos de recepción.) De
Villena ha incorporado el mundo musical a sus novelas y De Cuenca fue letrista
de La orquesta Mondragón o Loquillo. Se pueden establecer conexiones con una
cultura de masas (la literatura fantástica, el cine comercial) y otra más
elitista (el cine de autor o culto, la alta poesía) y ambas influyen a estos
letristas. Hay letristas que componen verdadera poesía (Jaime Urrutia, Santiago
Auserón, Nacho Canut, Carlos Berlanga o Vainika doble) Astrud, Pauline en la
playa continúan en esta línea. A Pablo Guerrero duda en definirle como poeta o
letrista (él mismo separa ambos mundos), un cantautor pero tan vanguardista que
se diferencia de otros cantautores. No son el tema de este compendio, sin
restar merito a Serrat, Aute o Sabina.
Sí analizará el
fenómeno indie, situando a estos autores como antecedentes de quienes en los
años 90 se atrevieron a componer letras rock en castellano. Jim Morrison admiraba
las iluminaciones visionarias de
Rimbaud. A Patty Smith incluso le atraía sexualmente el enfant terrible, lo cual le llevó a conocer los celos con Verlaine
y al gran Baudelaire. Estos músicos, a veces con vidas desgraciadas, guardan
muchas similitudes con aquellos simbolistas:
su juventud, un romanticismo trasgresor “más
allá del bien y el mal”, el esteticismo exagerado o culto al “arte por el arte” o el coqueteo con las
drogas. En los 90 ya no tienen sentido estas separaciones entre artes, en una
cutura audiovisual en la que una canción influye en un escritor tanto como un
libro para un músico. Por último se debería desechar el tópico de que escribir
sobre el mundo del rock es retratar a unos seres marginales autodestruyéndose.
Grijalba pide normalidad al estudiar las pluralidades musicales.
El correlato
entre las artes y otros aspectos de la vida social humana es tan viejo como la
humanidad; lo artificial y reciente es esta especialización en
“parcelitas-estanco” con las que el funcionalismo a partir del siglo XIX lo
segmentó. Dithley distingue entre ciencias sociales, humanas, puras etc. y allí
comienza un “lio” con que el funcionalismo y estructuralismo dañó seriamente el
campo del saber, y que ahora trata de enmendar la palabrota “interrelación”. La
única crítica al autor es que ella misma especialice su libro enfocándolo solo
al mundo del rock y sus contornos tras haber defendido la simbiosis entre
grupos y respecto a otras manifestaciones de belleza. Comprendo que sería
inabarcable una historia de la música en todos los contextos donde se hayan
producido manifestaciones culturales y que por ello lo reduzca al ámbito
español. Al analizar el fenómeno Kronen para mi trabajo final de carrera me vi
obligado a mencionar muchos grupos de música, aunque solo fuera porque las
novelas de Loriga, Belén Gopegui, Lucía Etxebarria o Mañas citan miles de
ellos. En conclusión: en el siglo XXI no guarda ningún sentido la separación
artificial en la crítica de mundos distintos: está claro que todo influye en la
creación, al formar parte de la experiencia vital del autor.
Introducción a El
puño y la letra. Luis Boullosa, su autor.
Luis Boullosa
empieza la introducción de su libro de un modo en mi opinión impactante. “Hay
dos formas de entender la vida: la línea y el circulo.”: temer la vida por un
sentido finito o aceptarla como el circulo o ciclo natural de eterno retorno a
lo mismo pero nunca igual. El río de Heráclito. Los que piensan lo primero
optan por ver las partes de la vida separadas y estudiarlas también segmentadas
en disciplinas incomunicadas de otras. Quienes sienten la vida y cultura una
totalidad tratan de buscar más relaciones entre las partes de ese todo. Una
postura humanamente más flexible. Hay que partir de la evidencia de que las
creaciones parten de unos seres humanos que viven y se relacionan con otros en
un contexto. Por tanto las influencias no son solo las de una tradición (lectora
y en este caso musical) sino que parten de la experiencia y se mezclan con lo
distorsionador de la memoria y del sueño y los mundos simbólicos e
inconscientes. Y al final la “alta o baja” cultura, el arte mayor o menos, es
una connotación subjetiva que afecta al tono y modo que empleamos pero no de
donde parte toda creación que es lo vital.
El rock ha
estado marginado de los circuitos oficiales académicos, museísticos, la crítica
y los eruditos “ratoniles”. Esto le ha permitido dar voz a la calle y un discurso
más transgresor, basado más en divertirse que en la pedantería, con “un ideario
de tasca y una táctica de guerrilla”, compartido de forma fraternal. Compara a
estos guitarristas con los trovadores medievales, en la metáfora del príncipe
que amanece mendigo y al revés (¡es tan fácil y más en estos tiempos
triunfar-fracasar cara a la sociedad!) Los presenta como unos bardos
antisistema, que priorizan la esencia de su arte y su mensaje de denuncia al
pragmático vil metal. Pero al final pagan la servidumbre de la industria
comercial, caricaturizando a un Umbral vendiendo La movida al ABC o dónde
sirvieran el plato de lentejas como metáfora bíblica.
Sí hay algo que
no se puede comprar y tiene que ver con la emoción que producen en el receptor
que sabe distinguir el grano de la paja, aunque la paja se adorne con una
retórica retorcida y amanerada que los buenos artistas rechazan. Pero no todo
el público tiene esta sensibilidad crítica: en esta sociedad de la comunicación
la sobreinformación (sobrebasura descontextualizada, reiterativa, fragmentada, repetida
por la publicidad y redes sociales, instrumento del sistema Capital/estado)
resuena como un estridente ruido vacío sobre el buen gusto. De copas un amigo
se quejaba de lo de siempre, que ya no se hacía buena música, concluyendo que él
no “leía” las letras (la música quizá se trate de sentirla, de oírla en el
interior, y sus silencios contengan más que la sobre información de tantos
grupos comerciales actuales.) Perder el gusto musical nos deshumaniza. Hay
voces, sin embargo “refinadas, visionarias y personales” también que cuentan
con la misma ventaja que la minoritaria poesía: sí nadie la hace ni caso no
necesitan autocensurarse. Esa condena al malditismo es también la bendición del
arte puro.
A Boullosa no le
basta con “salir de la caverna” de
“OT”: necesita comunicar a esos “peleles” que hay buena música, por lo que se
ha propuesto traer la luz del logos rítmico con este libro. Él nos ofrece su
canon personal invitándonos a “atrevernos a saber” el nuestro propio, porque al
autor ya no le importa: nos las ha regalado. En este mundo capitalista este
moderno rapsoda debe hacer de empresario de sí mismo, pero a veces es demasiado
inteligente para estar vendiéndose a un público que no exige más que aquello
que no le suponga esfuerzo. Muchos intelectuales (el propio autor), que
pertenecen a clases medías altas, se han ensoñado en la torre de marfil de su
cenáculo docto. Viven en un “gremio” muy autorreferencial y exclusivo, en una
burbuja de buenos músicos que no les permite ver el resto del bosque: talado,
desértico. Algunos críticos, periodistas… iniciados en la adolescencia en este
círculo hermenéutico y contemporáneo al autor se han pasado al lado oscuro de
la cultura musical de masas, accediendo a órganos de poder. Los entendidos se
han encerrado en un gueto o hermandad y el pueblo escucha basura, pero lo que
el autor denuncia es a los vendidos al sistema, la comercialización de lo hipi,
el mal heavy, el pop comercial. Las revistas, la crítica…se han vuelto
generalistas, han vulgarizado los contenidos, han perdido la especialización y
con ellas el criterio del buen gusto. Parte de la culpa se la lleva un público
perezoso que ha perdido la capacidad anterior para asimilar una cultura más
elevada, porque la mayoría de productos culturales actuales “no dicen nada
sobre nuestra propia vida”. La perspectiva del autor es precisamente no tener
mirada sino ponernos en posición de mirar, seleccionar, comparar, descartar,
elegir, darnos la caña para pescar y no el pecado, ser libres en definitiva.
No nos da por
tanto esta historia musical ya leída sino que nos invita a leerla y completarla
en polisémica interacción, porque al final el canon hemos de elaborarlo
nosotros subjetivamente. El libro empezó como una tradición de letras, luego
realizó una serie de entrevistas, y ha dejado que sean los propios músicos los
que hablen al lector y oyente. Aunque reconoce que ha tenido sus carencias, la
generación crecida alrededor de las repercusiones del fin del franquismo ha
estado más desprejuiciada que la actual, tolerante, omnívora. La música que él
nos invita a escuchar está lejos de los tópicos asociados a la juventud perdida
y plantea debates intelectuales sobre la deshumanización, el control de un
estado orwelliano, la diferencia de cosmovisiones orientales y occidentales, el
individualismo o marginación, la astrología más cutre o la elevada poesía de
Milton, el súper héroe trágico, la muerte del padre y de Freud y todo lo humano
porque nada de ello nos ha de ser ajeno. Pretenden ser obras abiertas, sin
etiquetas, porque la música puede contener toda la complejidad heterogénea y
trágica del viaje épico de vivir en cuatro frases y unos acordes. Formas
vanguardistas y significados que hemos de rellenar. Tocará sólo grupos en
inglés, tan ignorados o despreciados en este país. El arte es la única
respuesta al absurdo de la vida. Cree en un arte integrador, inclusivo, “al
menos de todo lo digno de prestarle nuestra escucha.”
No puedo estar
más de acuerdo con que toda creación y cultura parte de la vida, aunque lo
humano brille por su ausencia en fríos estudios de “ratones de biblioteca”,
como él les llama, aportando datos, sí, pero desalmados; o en las letras de
estas “momias” a las que se refiere (aunque personalmente no me desagrade el Boss) Queramos o no, el “Maldito entre los
malditos” a todo Spinoza que ose sacar al esclavo de su caverna de Ignorancia,
el estigma de Caín hacía la música Differance, la que no encaja en unos
patrones comerciales o en un personamiento “normalizado” la condena a ser
pasatiempo intelectual de unas minorías. Como conclusión diré que nunca he
entendido porqué el liberto del teatro de sombras, en la metáfora de Platón, ha
de volver a soltarles el rollo de la luz a los esclavos. Mejor dejémoslo en sus
40 principales y sigamos sublimándonos en un arte más elevado. Igual que hay
música digna o no de abrazo, en mi opinión también hay que respetar la libertad
de las personas que quieran vivir vidas lineales, finitas; y elaborar listas y
categorías excluyentes creyendo así haber entendido algo de la música. Ellos se
lo pierden.
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