domingo, 10 de febrero de 2019

LA MANDRAGORA DE MAQUIAVELO


La ignorancia de Maquiavelo sobre su paternidad en la teoría política moderna laica y el “renacentismo” teatral de La Mandrágora.
 
Entre los sugerentes aspectos del espectáculo dramático analizados por Kowzan y Esslin, aplicaré a La Mandrágora el que aborda Martin Esslin al final de Anatomía del drama: la categoría historiográfica. La obra me ha despertado varios interrogantes: los términos “renacentista”, “moderna”, “humanista” (con los que podríamos calificar esta obra de Maquiavelo) ¿fueron acuñados de forma programática, a modo de “eslogan publicitario” por sus propios creadores, con conciencia de formar un grupo, y seguir una corriente estética? O por el contrario; ¿fueron nomenclaturas asignadas a posteriori por la crítica? Cabría preguntarse si Maquiavelo era consistente de ser un autor renacentista, a lo que ya adelanto que no, pues no se hablaba en tales términos. De la misma forma que tampoco se autodenominaban humanistas aquellos eruditos del siglo XVI, que intentaron hacer lecturas de los textos clásicos más abiertas que la tomista, predominante durante la última etapa escolástica medieval. Paralelo al espíritu clasicista humanístico, se da la revolución científica. Aparte del avance tecnológico; los descubrimientos de Galileo y el giro cartesiano ponen fin a una cosmovisión ptolemaica y aristotélica: la Tierra ombligo del Universo y el sol girando en torno nuestro. Patenta cómo somos nosotros quienes giramos en su órbita. Este sol simbolizaba tradicionalmente la divinidad: somos nosotros quienes perseguimos lo intangible del Ser, frustrados por su silencio. También contribuyó al paradigma moderno el descubrimiento del nuevo mundo; desechar la idea de una tierra plana, un mapa perfecto en cuyos extremos perfectamente delimitados podías caerte a la Nada (¿De verdad creían que se iban a despeñar del mundo por Finisterre?) El giro cartesiano con el “Cogito ergo Sum” de Descartes (Pienso; luego Existo. No existo porque me haya creado Dios sino porque me percato de m vivir, soy autoconsciente.), principiará la entronización de la Razón en Diosa, culminando en una ilustración racionalista in media res de la Modernidad. Esto fue una contribución a la humanización del ser humano, que no nace sino que debe hacerse humano. 

Pero afirmaciones del tipo “Al Renacimiento lo caracteriza su preocupación por el hombre” resultan enormemente vacuas y no aportan nada. Es cierto que la época recupera el lema de Protágoras (“el hombre es la medida de todas las cosas”, androcentrismo o antropocentrismo abriéndose paso por siglos de pensamiento teocéntrico, deshumanizador, priorizando el Objeto sobre el Sujeto) pero tampoco hay un solo movimiento filosófico o estético al que no le preocupe y ocupe en prioridad nuestro tema del ser humano, por la obviedad de ser concebidas estas corrientes por humanos. Nos recuerda Unamuno al comienzo de El sentimiento trágico de la vida que Cremes justificaba su intrusión a cotillear en la comedía El enemigo de mí mismo de Publio Terencio con la máxima: “Homo sum, humani nihil a me alienum puto.” Como nada del hombre les era -nos es- ajeno aquellos autores no podían ignorar la tradición de siglos ni una época que sólo a partir del juicio ilustrado se empieza a calificar de “oscurantista”. Los cambios sociales o culturales en la época antigua, clásica, medieval y en esta transición a la Modernidad, no eran tan radicales ni vertiginosos como los que nos ha acostumbrado el siglo XX, cada vez se da más acelerados a medida que avanzamos disfrazados de posmodernos. Parece más acertado hablar de una paulatina transición en la que iban cambiando modos de pensar y sentir, y por tanto poéticas, significaciones y formas estéticas, de una manera más reposada y leve que revolucionaria y profunda. Dudo que Espinoza se viera renaciendo a una época, como quien abre una ventana, por consciente que fuera de la trasgresión de sus escritos, y de abrir un debate extremadamente polémico en los cenáculos teológicos. Básicamente proseguían la labor de las escuelas medievales: estudiar a los clásicos. Lo que sí se adivina en ellos, y no podían ellos mismos ignorar (como denota tanta represión sufrida por parte de la iglesia de San Pedro), es la tímida perspectiva secular con que los miran. O leen. 


No serían tampoco conscientes de llevar una empresa común salvo en cada escuela concreta, pero sí podemos ahora “a toro pasado” relacionarlos y buscar estas conexiones entre ellos, por lejanos en los contextos que se nos presenten. Una de ellas es la elección de motivos más mundanos que sagrados, algo que la Santa Iglesia no podía tolerar, por lo que no se lo pondría fácil. El teatro renacentista no rompe radicalmente con el medieval, pues “el espíritu humanista” prosigue estudiando la gran filosofía y literatura clásica. La diferencia de este teatro de la Commedia dell’Arte con el misterio de clerecía, los autos de fe y demás formas alegóricas sagradas será el paulatino laicismo en temas y significados. Lo vemos en la obra maquiavélica, sobre todo al ridiculizar la figura del clérigo Timoteo (su nombre ya sugiere la palabra “Timo” y que este engaño tiene que ver con ese “Teo”, aunque no podemos hacer esta lectura “etimológica” pues era un nombre de la época, incluso entre el clero): Su hábito hace al monje, ya que la máscara caracteriza unos prototipos sociales que en el inconsciente colectivo funcionan como arquetipos ridiculizados, junto a todos los elementos expresivos ya sean verbales o no, como insiste tanto Kowzan (y que tratará en este trabajo de no robarle protagonismo a Esslin.) Estos elementos expresivos (el movimiento corporal, que analiza la quinésica, y por el espacio, que analiza la prosémica, lo visual de los vestidos coloristas, la gestualidad exagerada, el tono de voz redundante en su patetismo tono grave… solo podemos intuirlos: ni ha quedado documento visual de su representación original ni Maquiavelo es prolijo en apartes e indicaciones sobre atrezos, vestuarios, entradas y salidas etc. Sí vemos a través del discurso esa intención cómica con la que caricaturiza al canónigo. Emplea un lenguaje retorico, pedante por su exceso de latinismos, presumiendo de su profesión, adoctrinando en máximas y sermones… que guarda esa coherencia formal que Aristóteles pedía al escribir e interpretar estos personajes planos o tópicos, y que en el Renacimiento empieza a denominarse “decoro”: había de corresponderse su habla, incluso su dialecto (que en este caso sería el mejor boloñés de tal región universitaria, donde se creó la primera universidad escolástica, de las más importantes en su labor hermenéutica y copista) con su condición social, económica psicología y su carente, correcta o excesiva ilustración. Maquiavelo se “burla” de un personaje-estereotipo (y ¿quién no se reiría viendo a ese pajarraco?, se pregunta retóricamente Siro ante el petulante eclesiástico), de una “máscara” prototípica cuyo sentido en sí mismo era denostar una clase social mayor, autotranscendental, y sus abusos de poder mediante la ironía. A veces también se caracterizaba con esta “máscara” al notario, abogado, jurista, al hombre de letras pesado, al “sabihondo”. La mayoría de estos humanistas reaccionaron contra la última etapa de la escolástica tomista, no contra toda la edad media (desechemos ese imago romántico de héroes enfrentados a todo un sistema político, económico, social, cultural, ideológico…) Connotan la grandilocuencia de estos seguidores de Tomas de Aquino de retorcida, obtusa, árida y en el fondo vacua, o al menos incomprensible para el común de la sociedad. 

Todo lo que Aristóteles había descrito del teatro de su época había tomado un carácter duramente normativo, añadiéndose la reinterpretación de Horacio, Quinquiliano y de las diferentes escolásticas, hasta el punto de convertirse en un criterio artístico más (“Aristóteles magister dixit o verbum.”) La “palabra de Aristóteles” constituía un logos en sí misma (Aunque Nietzsche llegue a insultarle y decir que se habían aferrado los rebaños pastoriles a este modelo de autoridad a falta de otros.) Traducían, ilustraban y copiaban miméticamente los textos de la alta filosofía griega, (aunque interesadamente: sí en el manuscrito aparecía “causa final” “fundamento primero” se interpretaba como el Dios de su fe. Por ello coloquialmente suele decirse que San Agustín “bautizó” a Platón; igual que Tomas de Aquino convirtió el “panteísmo” aristotélico en un pilar fundamental para entender su suma de prefectos teológicos.) Unamuno afirmó también que la civilización y cultura europea se sostenía en tres bases esenciales (y esencialistas): filosofía griega, derecho romano y la teología de estos dos pensadores del románico y del gótico. (En el fondo la ontología, epistemología, ética y metafísica de nuestra tradición tampoco ha sido otra cosa que notas al pie de las páginas de estos dos griegos.) En estas primeras universidades (Salamanca, París, la escuela catedralicia de Chartes…) se enseñaba la “escolástica” (se autodenominaban “escuelas”) y a quienes revisionan estos textos “rectores” o “comentaristas” pues su labor era discutir comentarios (por ejemplo de Averroes o Maimonides sobre el sabio de Estagira o de Plotino al ateniense.) Estos autores pertenecían a las múltiples órdenes religiosas, había bastante tensión interna entre diferentes perspectivas religiosas y entre ellas las órdenes franciscanas y dominicanas podrían considerarse las más estrictas y ortodoxas: o los jesuitas estar entre las más liberales. En el Renacimiento empieza a brotar el espíritu de estudiar estos mismos textos sin esa necesidad de incorporarlas al discurso eclesiástico. Lo cual tiene una explicación pragmática: muchos autores ya no tenían que depender directamente del beneplácito o censura del Vaticano al gozar del mecenazgo de la nueva burguesía, originada por ese protocapitalismo que Max Weber ve en las primeras bancas flamencas (Amberes), o florentina en este caso; junto a un primitivo avance de la tecnociencia y desarrollo de pequeñas industrias manufactureras y la ampliación de los burgos, y de todas sus arquitecturas e infraestructuras. Se iba así reformando el ecosistema gremial (formado por el pequeño comercio y la artesanía en un escaso mercado interior centrado en lo local: ferias populares en las calles centrales y plazas más antiguas de estos burgos, que ahora conocemos como cascos viejos) y aún con un fuerte proteccionismo estatal autárquico que no permitía la competente externalización y librecambismo de los productos (sistema arancelario, de aduanas) También surgían las llamadas profesiones liberales (banqueros, abogados, profesores de universidad...) Los aires de ciudad suponían un mayor grado de libertad e individualismo frente a la cerrazón del mundo rural feudal, dominado por la religión y la nobleza en un régimen más conservador: la inmanencia de la tierra ajena trabajada caía sobre el siervo hasta reducirlo a la condición de uno de esos bichos que podían destruir la producción agrícola y dejarles por tanto al borde de la inanición. 

A estos fenómenos de la banca, la tecnología, la burguesía, añade Weber cierta cosmovisión ideologica de ahorro y austeridad (el espíritu protestante: erasmista, luterano, calvinista…) Las clases sociales irán sustituyendo a los estamentos, donde ya no será el origen (la sangre) el criterio de pertenecer o no a la élite sino el poder adquisitivo. Otra forma de selección de “los aristoi.” El concepto de aristocracia había cambiado: en la edad medía esta siempre se había dedicado a guerrear y proteger militarmente a los campesinos de las amenazas (paganos, bárbaros del norte, a quienes se veía como los invasores verticales que iban a destruir la civilización y cultura italiana; moros en las cruzadas; o tensiones internas con otros nobles o revueltas comuneras) a cambio de un “contrato” de vasallaje feudal: trabajar sus propiedades agrícolas aportándoles un diezmo (el 10%) y otra serie de impuestos a estos señores (nobiliarios o eclesiásticos.) Descuidaban los nobles su ilustración, pues no se les pedía un nivel elevado de erudición: muchos de ellos eran analfabetos, apenas sabían leer o escribir, y se dedicaban a grandes banquetes (como los pantagruélicos del libro de Rabelais), cacerías y otros ocios, delegando absentistamente en personas a su servicio (lo cual se acentuará en época barroca.) No era ajeno el autor a la incompetencia de muchos poderosos a lo largo de la historia debido a su ociosidad, La Salud pública es la suprema ley, desde Cicerón: todo se somete al servicio de esta salvación y florecimiento de la República. Y cuando todo deseo personal ha de supeditarse a la salvación de un Estado- absoluto se anulan las excusas del noble vago. La vida política en Maquiavelo es prioritaria, encima incluso del ciudadano que debía morir por ella llegad el caso (Patria mortis), así que no estaba humanizando tanto al hombre, aunque sea su principal objeto de estudio. El ciudadano debe entregar lo mejor de su vida al servicio de su ciudad, pero más que nacionalismo plantea una comunidad política. Desenmascara a los tiranos cínicos que cometen barbaridades poniéndose hipócritamente de ejemplos morales. “Denuncia a los malos políticos”, dirá de él Rousseau, “sus usos y abusos del poder”.

Alberico Gentili sostiene que Maquiavelo ante todo fue un defensor y entusiasta de la República (en la época el mayor equivalente a nuestra democracia) y que más que pretender instruir al tirano quiso destapar a los malos gobernantes. Su objetivo y lector pretendido era doble: educando al príncipe formaba al pueblo en política. El mandatario renacentista ideal, que denotamos tras la lectura de El príncipe, debía ser un hombre de letras y armas; un militar entrenado en el noble arte de la guerra, al que Maquiavelo aconseja la virtud de la fortaleza, simbolizado en el ejército; la forma más firme y eficaz de mantener esta ciudad-estado ideal, aunque desprecia al mercenario (muchas veces extranjero al servicio de quién mejor pagara.) Habría que tener en cuenta la importancia que da el renacentista al concepto de “honor” para legitimar el ejercicio de esta violencia, y la que da Maquiavelo al mundo castrense, la forma más dura y eficaz de proteger su república ideal que le llevará a idealizar el romano. Pero a su vez, este mandatario debía ser también un cortesano cultivado, con la virtud de una especie de astucia personal, experto en leyes, instruido en la tradición. (En el Renacimiento también surge la figura del diletante: autodidacta, sabio en todo. El paradigma de este omnisciente sobre todo lo posible de conocer será Leonardo Da Vinci.) Junto a esta virtud de la fortaleza añade la astucia relacionada con esa ilustración sugerid, y la valentía (un “valor”, un “bien” en sentido social y económico, al modo romano, virtú más práctica que abstracción platónica de hacer el bien al prójimo por salvar el alma.)  Nunca pronunció o escribió “el fin justifica los medios”, pero se concluye de su filosofía. La iglesia había asociado la virtud a la sumisión sacrificada de amar a Cristo y al prójimo con la misma humildad con que él nos había redimido del pecado. Maquiavelo pretende un fin terrenal: salvar el Estado; y separar la política de la religión. No le interesa definir en planos metafísicos una política ideal. Se dirige tanto al príncipe como a sus súbditos, somos animales políticos. Los monjes debían dedicarse a su vida contemplativa y la política ocuparse del más acá, del fenómeno físico y no de noúmenos abstractos y metafísicos. Por afirmaciones como que el gobernante puede recurrir al engaño o incluso al asesinato por la buena causa (la razón de estado) fue condenado por La Inquisición.

En esta exaltación del Estado; incluso arremete contra Dante tachándole de traidor por no haber sido suficientemente patriótico y guardarle rencor a la Florencia que le marginó, mientras alaba a Bocaccio y a Petrarca, ejemplos estos sí de virtud ciudadana, según cuenta Marino Antonio López en La política en literatura. Este autor también afirma que la comedia maquiavélica fue la traducción a la comedía de sus ideas políticas de El Príncipe (aunque el tema no se toque explícitamente), un espejo de la vida privada que en él equivale a la pública-política y un medio para combatir la doctrina cristiana.  Juzga Maquiavelo también blanda y débil la actitud cristiana, la culpa de la caída del Imperio Romano, y anhela esa Roma antigua con valores precristianos, considerados por tanto ¡paganos!  Claro que sería consciente de esta trasgresión, pero no de su repercusión ni de la recepción posterior en la que le convertiremos en el primer politólogo (una ciencia creada hace un siglo, tras la 2ª guerra mundial). Este estudioso y teórico político no podía saber que le consideraríamos ahora fundador de la política entendida en cosmovisión moderna: pragmática, empírica, experiencial, física, “humana”.

La Iglesia prohibió sus libros, considerándole un maestro de la perversidad, diablo que enseñaba a ser “malo”, al contraponer una escala de valores mundana que contradecía la teológica, pero más eficaz en la resolución de conflictos y consecución de objetivos.  Hacer delitos, ilegalidades, inmoralidades (robar, matar, hacer daño) funciona si se justifica en términos políticos, de un bien público. No comete lo que la iglesia considera “mal” o “pecado” por capricho sino por necesidad de salvaguardar el estado en la paz, al servicio de una causa noble. Entre los muchos ejemplos que Maquiavelo pondrá para ilustrar esta idea está el enfrentamiento entre una banda de malhechores ladrones. Si les dejaban escapar seguirían robando a mansalva, violando y matando. Cesar Borgia descoyuntó a la banda, destrozando sus cuerpos en un tormentoso lento y espantoso. Les había dado un castigo ejemplar, evitando males mayores: más número de víctimas. Así se consiguió eficazmente el fin de evitar la delincuencia en la zona, sin importar la consideración moral sobre el medio empleado. No nos anima a ser “malos” o “buenos”, nos dice: ¡seamos prácticos! Maquiavelo afirmó:Me gustaría enseñarles el camino al infierno para que se mantengan apartados de él”, pero yo veo esta declaración de intenciones como una excusa ante tanta censura eclesiástica y creo que más bien no connotaba las acciones políticas de demoniacas o celestiales. (Pero de nuevo una mentirijilla sobre sus propósitos al escribir le sirvió para callar por un momento la difamación constante hacía su pensamiento.) El noble había de ser para él “más zorro astuto que león fuerte”, y a su vez le aconseja cierta flexibilidad (Lao Tsé recomendaba a su gobernante narratario ser “junco que se dobla sin romperse”), anticipado a los golpes del destino y circunstancias adversas de la Fortuna (entendida como todo lo determinante, ajeno a la libertad humana: Providencia divina, Ado, Fatuo, Moira escrita por los dioses; nos hallamos predestinados por nacimiento a merced de un plan divino. El libre arbitrio de los hombres es castigado cuando obra mal. Lo vemos en la tragedia Griega cada vez que un personaje heroico comete una trasgresión -hybris- que ofende a las alturas.) La suerte es caprichosa; la fortuna la presenta Maquiavelo en la metáfora de un rio embravecido inundándolo todo, echando por tierra árboles y arrancando los terrenos. Aunque el hombre tome preocupaciones contra ella, al final le arrastrará la corriente devorándole la voluntad de poder natural. Por eso debemos aprovechar la oportunidad, atrapar el momento y vivir el instante irrepetible (carpe diem amoroso o kairós de un ahora e instante sublimado en una trascendencia terrenal.) Hay que aferrarse al tren que pasa (aunque no pasaran trenes por aquella Florencia), y a un momento que no volverás a ver, no se repetirá, un río en que no volverás a bañarte. Por lo mismo hay que saber manejar los tiempos en política, cuando actuar (en el momento oportuno ante una crisis) o cuando no es prudente hacerlo.  La suerte los griegos la representan en forma de diosa alada Nike y los romanos a La Fortuna subida a un carro alegórico. En el renacimiento vuelve esta preocupación por el futuro, pretendían prevenirse a lo fatal, como denotan sus decoraciones palaciegas y su gusto por las astronomías, pero aun así no podía imaginarse el autor como parte de un movimiento humanista y renacentista.

La posteridad de Maquiavelo se divide entre esa lectura cristiana tachándole de inmoral y cínico (a la que debemos su concepción peyorativa); la nacionalista (Garibaldi) que ve en él a un patriota del risorgimiento; la fascista de un Mussolini entusiasmado por el teórico del liderazgo fuerte; o la republicana de Antonio Gramsci encarcelado por este mismo régimen fascista. Durante la revolución inglesa y guerra civil del XVII influye a James Harrington (su utopía Oceana recuerda a su vez a la de Tomás Moro) o a Milton (su Paraíso perdido ofrece una visión más heterodoxa que la de Dante.) A estos teóricos empiristas, de fe protestante, les sirvieron sus ideas como legitimización de la rebelión de Cromwell. Se publica El Príncipe en 1531 en Inglaterra, cien años después que en Italia. Y en 1640 estalla esta guerra civil en Inglaterra. Harrilton escribe dieciséis años después esta obra que leerá en un discurso el propio Cromwell. En 1776, en la Revolución Americana, sus padres fundadores (que exportaban las ideas liberales coloniales inglesas) también instrumentalizaron su pensamiento para fundamentar su recién creada unión federada. Vemos cómo esta filosofía práctica no murió con Maquiavelo. Viajaron a través del espacio y el tiempo las ideas del que no fuera maestro del mal sino de la politología, el que bajó a la tierra la teoría política al servicio de una praxis, revindicando su estudio científico orientado a lo existente y no especulando lo que debería ser. El método inductivo establece juicios a posteriori, según las pruebas de la experiencia sensible y no tratando de ajustar la realidad a un racionamiento o prejuicio a priori tomado como verdad absoluta, universal, eterna etc. Las ideas de Kant o del empirismo (que rescata el aristotelismo de los brazos de la fe) de Locke, Hume, Berkeley, Bacon… ya estaban en aquella Florencia unos siglos antes de su formulación. Maquiavelo nos inquieta pues siempre molesta que nos pongan ante el espejo del egoísmo personal o nuestra predisposición a participar en la cosa pública.

Las tres grandes potencias del momento eran Francia, Inglaterra y España (un imperio que acaba de formarse por la unión de los reyes católicos. Había europeos continuamente en Italia, el propio Garcilaso de la vega.) Temían que Roma fuera sometida de nuevo a los barbaros, e idealizaban nostálgicamente la antigüedad romana por su unidad (una Italia fragmentada en diversos territorios reclamando su propia identidad: por eso se hace en el risorgimiento esa lectura nacionalista.) Ven en Maquiavelo un independista al insistir tanto en su República florentina. El Vaticano considera tal ciudad una Sodoma y Gomorra de perdición y pecado, pervertida, corrupta y a su autor un inmoral, de ahí la carga peyorativa del vocablo “maquiavélico”: un” trepa”, arribista capaz de lo que sea por llegar al poder, pero Maquiavelo proponía otra ética, un código de virtudes más pragmático, terrenal y por ello más útil a la colectividad. Lejos de inmoral o amoral; Maquiavelo fue contramoral: solo se puede asimilar una moral o proponer otra, somos hombres sociales (según Aristóteles y el sentido común) y antisociales (Hobbes achaca el tanatos e instinto de dañar al Otro al pecado natural.) y no podemos ignorar la problemática ética de la Polis jactándonos de un falso irenismo.

Este autor libertario y trasgresor quiso ofrecer consejos prácticos a los gobernantes de su época, según sus lecturas clásicas y su experiencia como secretario de la Cancillería, embajador y ministro “diplomático” de Asuntos Exteriores Florentinos. Velaba por las relaciones entre la serenísima ciudad-estado y las grandes potencias. Anotaba todas sus experiencias vividas o aprendidas en cuadernos en sus viajes por todas las cortes europeas. Acabó en la cárcel por estas ideas adelantadas a su época, proponiendo una especie de “súper hombre” (guarda muchas concomitancias con el pensamiento de Nietzsche.) Se le tildó de inmoral por ir “más allá del bien y el mal” cristiano.  Los ciudadanos se sometían a su “estado-polis” (La república o ducado florentino en esta obra) federados a nivel nacional en una monarquía republicana (ahora términos antagónicos) Constituyó una comunidad política sin separación real hasta la revolución francesa. El sistema era de tiranía republicana (ahora también vocablos contradictorios.) Los Medici o los Borgia eran familias nobiliarias (las conocemos por tragedias turbulentas de dagas y envenenamientos que estaban a la orden del día en las intrigas palaciegas. El papa Alejandro VI abusaba de su propia hija, Lucrecia, ¿pretendería esta obra aludir a tal violación incestuosa con el juego de nombres?) Era una familia de origen valenciano, su apellido original es Borja. Políticamente dirigían la republica florentina ostentando los principales órganos de poder institucional; económicamente controlaban la naciente banca y culturalmente eran los mecenas de sus artistas protegidos. Ilustran esta época temas también más humanos, en los que por ejemplo ya se permiten desnudos (El David de Miguel Ángel), aunque sigan siendo de alegoría sagrada y tema bíblico.  A estas familias ahora los italianos las considerarían “mafias de la cosa nostra.”

Lorenzo de Medici “El Magnífico” había dado un golpe de estado en Florencia, en el que fueron detenidos varios republicanos. Entre ellos, Maquiavelo acabó en 1512 en la cárcel, y aunque permaneció allí solo unos meses, nunca volvió al poder. En prisión escribe su obra más famosa El Príncipe y se la dedica; una forma quizá de pedir clemencia. (Otros críticos sostienen que podría ir dirigido al emperador Maximiliano de Alemania, a Cesar Borgia, incluso tener en mente a nuestros reyes católicos, en quienes ve un ejemplo de astucia maquiavélica.) Era un manual para tiranos, siguiendo la tradición iniciada por Aristóteles para educar a su pupilo, el emperador macedonio Alejandro Magno, como perfecto mandatario de una utópica República, mezcla de la polis-estado platónica y su propio proyecto político. (Aunque a juzgar por la muerte del soberano, por alcoholismo, en medio de una orgía, no debió hacerle ni caso.) Este clasicismo del manual-espejo, con ejemplos morales y consejos se popularizó en la época (En nuestro país escribía Baltasar Castiglione El cortesano.) Maquiavelo prosigue con esta tradición, pero renueva el modelo clásico (hace un revisionismo, reescritura o deconstrucción diríamos ahora) al proponer consejos más pragmáticos que teleológicos. De esto sí es consciente: “Muchos han escrito de este mismo tema antes que yo, pero sospecho que ninguno lo ha hecho como yo”. Pertenece a una tradición, pero que rompe y renueva. Es un texto político de carácter expositivo-argumentativo que apela al lector instruido, al príncipe, con un lenguaje culto y formal, e intenta dar unas pautas de cómo debe manejarse en política según sus conocimientos y experiencia política. “Ya vera, su señoría, que el libro guarda consejos importantes” fue la forma de cortesía en que se lo entregó (podríamos considerarlo una especie de “currículo” para que el rey le tuviera en cuenta.) Es una obra de circunstancias que obedece más al fin pragmático de salir de presidio que al deseo de convertirse en padre de la política moderna. (Puso en práctica lo que predicaba: emplear el mejor medio posible para llegar a un fin concreto y pragmático.) Ávido de conocimiento, leía a Salustio, Tácito, la historiografía griega, Julio Cesar y en especial a Tito Livio. Tras su presidio, se retiró a una villa con huerta de labranza en una aldea cercana, a cultivar su “jardín interior”. Por la noche se lavaba del cuidado del campo, y vestido con sus mejores galas, dialogaba con los antiguos latinos: el resultado de tales dialécticas son obras como esta.

Las monarquías dinásticas se habían vuelto absolutistas y a juicio de Maquiavelo la decadencia y relativismo moral se debía a esa doble moral del clero. En el régimen del Imperio Germánico, los mandatarios alemanes también se creían descendientes del imperio romano (tal que Mussolini.) La coronación de Carlomagno en Notre Dame simboliza el matrimonio entre el poder papal (representante de Dios en la tierra; máxima autoridad de la Cristiandad, la Iglesia temporal, de los Estados Pontificios; señor feudal) y del emperador, al que a su vez se sometían los reyes de cada país, los nobles y a estos los esclavos feudales, en un escalonamiento estamental. El poder político y religioso se entremezclaban. El Cesarpapismo (“dad al cesar lo que es del cesar, al papa lo que es del papa”, respuesta de Cristo al sarraceno que pretendía escaquearse de los impuestos.) se había unido. No se daba esa división de poderes que Maquiavelo revindica (inspirando a Montesquieu su El espíritu de las leyes, siguiendo también las clasificaciones de gobiernos de Michel de Montaigne en sus Ensayos; y el Contrato social a Rousseau.)La religión era omnipresente, omnipotente y omnisciente. Italia admiraba la era clásica, patrióticamente veían en ella un imperio fuerte, unido, inmortal… Por ello, la recuperación de tantas obras latinas. Los textos de Maquiavelo eran molestos: su anhelo republicano chocó con los intereses económicos y políticos de los Medici y San Pedro de Roma no podía tolerar tamaña inmoralidad. Ni a Florencia ni a él la veía con buenos ojos la Iglesia oficial ni a Maquiavelo le reconoció la Roma centralista, por patriota que fuera. Nuestro autor sufrió una época inestable, de cambio y transición política (el fin de la monarquía y la conquista de Marara es la excusa para representar la obra, haciendo un paralelismo de la conquista militar y la amorosa.) en la que, muy lejos del risorgimiento, se daban tensiones políticas entre ducados y regiones que no aceptaban esta unificación panitálica. La aristocracia y el rey de los Estados Pontificas poseían extensas tierras, arrendadas por los campesinos en un régimen autárquico de subsistencia. Su posición republicana era más abierta que la de las familias Medici, y esto le costó tantos entorpecimientos en su creación.

Florencia se había convertido en la ciudad más rica y cultural de Italia y de la época, laboratorio para la reflexión política y la creación cultural, admirada por toda Europa, gracias a esta burguesía comerciante y las profesiones liberales y artísticas. Esta Florencia del XVI tampoco era consciente de hallarse en una época que posteriormente se llamará Renacimiento. Petrarca imita la tradición, como también pretendía la escolástica, pero desde una perspectiva más secular. El concepto de originalidad en el medievo tenía una única y tajante máxima: no serlo. Por ello la labor en las universidades teológicas y escuelas monásticas era más la del copista del manuscrito, el ilustrador de miniaturas, el filólogo erudito… que la creación. Tratan de mimetizar a Aristóteles tal como él había lanzado su imperativo de la mimesis, ese mito de la objetividad.  Petrarca se consideraba un clásico, y querría irrumpir en el limbo de poetas laureados, junto a Homero, pero sí se empieza a revindicar tímidamente lo novedoso. Aunque la revolución de estas trasgresiones literarias la llevarán a cabo los románticos, los humanistas preparan un terreno más tolerante con lo nuevo. Petrarca sigue la tópica del amor platónico, pero los poemas tienen motivos que la iglesia consideraría paganos. Se refiere a Laura, una amada concreta, con el mismo grado o más de sublimación del eros que en el medievo se traducía por ágape (celebrar el amor a Cristo.) Se trata de un amor profano, sin el pretendido receptor divino, sin una temática bíblica. Plantea una sublimación terrenal. Cambian las temáticas y con ellas la significación otorgada: no alegórica en el sentido teocéntrico sino simbolizando realidades humanas. No obstante, los significados siguen considerándose universales, eternos, fijos, inmutables etc., según las triadas platónicas y aristotélicas Verdad Bien Belleza, en un correlato con lo divino. Muchos de sus poemas siguen hablando del más allá (el gran tema de Dante) pero humanizan a sus personajes, eligen temas más escatológicos, y le restan visión teleológica. Quizá esto se vea mucho más claro en los pantagruélicos festines de los personajes de Rabelais o en Los Cuentos de Canterbury, o en El Decamerón de Bocaccio que precisamente en Dante.

Los estamentos eclesiásticos financiaron la construcción de la basílica de san Pedro exprimiendo al pueblo de impuestos y con la venta de bulos: papelitos con un perdón por escrito, documento factual valido durante breve tiempo, para evitar tu condena al infierno como pecador original (y que en realidad era “la parrilla del otro.”) Hoy en día la palabra “bula” tiene mala prensa y en la época las criticó Lutero. La iglesia aprovechaba las víctimas de las cruzadas y de otras guerras internas/ externas y aquellas pestes tremendas renacentistas, arrasando millones de vidas humanas o las malas cosechas en el ciclo infernal de su agricultura para seguir lucrándose de los muertos de inanición a base de mentiras: “Tu mamá acaba de morir. Sí quieres que siga en el seno de Dios, ¡paga!” Todo esto contradecía el mensaje evangélico y social de Jesús e irritaba la sensibilidad protestante y de otros reformistas desde dentro de la iglesia. El norte de Alemania se convirtió al protestantismo, Calvino y Enrique VIII se escinden del catolicismo (funda la iglesia anglicana, por el pragmatismo de poder casarse.) Hacía 1520 la iglesia se halla ya seriamente dividida. Erasmo de Rotterdam con su Elogio de la locura criticó estas supercherías y supersticiones en las que vivía el pueblo y de las que el clero sacaba más réditos económicos que espirituales. Se emprenden una serie de guerras de religión (la de Francia contra los hugonotes o la revolución inglesa entre puritanos y anglicanos.) En España no se dan; sí una fuerte presencia de erasmistas en el país, pero estos protestantes de Valladolid y Sevilla son pronto detenidos y ejecutados por la Inquisición. Esta reforma prepara el campo de cultivo para otra reforma, interior: la mística del periodo artístico barroco. El debate en la relación-religión entre Dios y el hombre se traducía en el correlato físico del pacto feudal: ¿Debía ser vasallaje u homenaje?, ¿esa predestinación negaba el libre albedrío humano? Para la iglesia católica la condena al infierno o la salvación depende en último ratio de un demiurgo intangible, al margen de tus acciones. Para los protestantes la fe basta (San Juan decía que el justo vivirá siempre por su fe) y el arrepentimiento de los pecados (sea cual sea su cantidad y magnitud.) Dios no puede estar dependiendo de lo que hagan sus mortales, no puede ser siervo de nuestras acciones decidiendo con el dedo: “Este sí, este no.” Maquiavelo no reniega del determinismo, pero aconseja anticiparse a él.  Por tanto al final todo depende del resultado práctico de nuestras acciones, ignorando el juicio ético. No nos salva ni dios ni nuestra fe o arrepentimiento: nos salvamos nosotros mismos si somos fuertes y astutos. Propone una trasgresora desacralización del hombre, y por tanto de la sociedad y la política que es lo que le interesa secularizar a fin de restar poder económico y político a una iglesia que condujo a la inestabilidad y debilidad republicana.

Esa inmoralidad que le reprocha la iglesia (en realidad son soluciones prácticas a problemas concretos al margen de la connotación ética con que los califiquemos) la vemos en la falta de miramientos éticos de todos los personajes: “Cada uno de ellos busca su propio beneficio sin caer en dilemas morales que pongan en riesgo su objetivo: Calimaco pretende el amor de Lucrecia, Micer Nicias quiere un heredero con desesperación, Ligurio la comodidad y Fray Timoteo el beneficio económico”, afirman los profesores en Ciencias Políticas de la universidad de la Sabana en Colombia Andrés Felipe Agudelo y Javier Alonso Cárdenas. Añadiría yo la búsqueda inconsciente del amor en Lucrecia, pues me parece que, teniendo en cuenta el contexto de la época, hay cierta mirada de género en un personaje descrito con gran introspección psicológica y que constantemente se queja de “un marido tonto, un confesor sin escrúpulos, una madre anticuada”. El prólogo no nos engaña, no nos vamos a encontrar un libro ejemplificador de moral católica: “Un amante mezquino, un doctor poco astuto, un fraile malicioso, un parásito astuto como un cuco, harán que a gusto os podáis divertir.” Lo pecaminoso no nos abandona en toda la obra, sin llegar a los infiernos sexuales que retrataba el marqués de Sade, pero inspirándole “malas ideas” (El soborno del marido al párroco boticario para que engañe a su cónyuge; y cómo este emplea toda su argucia, plantas mágicas, poder de seducción como ministro de la fe en la farsa, sin plantearse ningún dilema moral; la madre de Lucrecia a la que no le importa la felicidad de su hija sino mantener el destino tradicional de la mujer; el enamorado que hará lo que sea por yacer con ella tal como le recomienda Ligurio disfrutar y mantener todo en secreto para no dañar el honor de la dama; los criados obedeciendo a quien mejor page y hablando mal de todos cuando no se les escucha, Ligurio vive del dinero ajeno, el estupro de Nicias a su esposa sin dejar de violar a Calimaco,  la indolencia con que acaban los dos compartiendo mujer y encima casados por la Iglesia….)

Consiente el pensador la religión en el hombre político por pura conveniencia: causa buena impresión dar una imagen de virtuoso ante la opinión pública. Se debe aparentar ser misericordioso aunque no se sea. La masa se deja engañar fácilmente y por ello importa cuidar las formas. La anécdota del sueño de Maquiavelo antes de morir en 1527, reflejada en La sonrisa de Maquiavelo de Mauricio Viroli ilustra la fe que tenía: unos harapientos afirman ser los santos beatos de la Iglesia Católica camino al paraíso. Luego aparecen unos nobles con ropajes solemnes, dialogando entre ellos. Reconoce en ellos a los filósofos de la antigüedad: Plutarco, Tácito, Platón… condenados al infierno. Calimaco en la escena primera del cuarto acto de esta obra exclamará: “Lo peor que puede sucederte es morir e ir al infierno. ¡Tantos otros han muerto! Y ¡hay en el infierno tantos hombres de bien! ¿Vas a avergonzarte de ir tú también? Encárate con la suerte; huye el mal y no pudiendo huirle sopórtalo como un hombre, no te dejes vencer.” Me atrevería a decir que Maquiavelo preferiría con mucho ir al infierno para conversar con tan grandes hombres que morirse de tedio en el Paraíso con hombres tan buenos, pero tontos y débiles. Maquiavelo rechaza la pobreza (le preocupa hasta la elegancia en el vestir cuando va a leer a sus autores) y no soporta ese aspecto mundano de los seguidores de un vulgar hijo de carpintero pobre. Contrapone la virtud cristiana y la cívica: "Cuando hay bien seguro (el fin de concebir un heredero para el estado) y un mal incierto (por medio del pecado), jamás se debe dejar el bien por miedo al mal." Timoteo, para convencer a Lucrecia de que el cuerpo no puede pecar por sí solo mientras su voluntad sea noble (la de obedecer al marido y no la del deseo) argumenta que solo importan los resultados, cancelando así toda consideración moral y remordimiento de conciencia. (La tesis materna es aún más mundana: "¿No ves que una mujer sin hijos no tiene casa?”) Parece distinguir entre la voluntad inteligente y el deseo corporal, debate que mantenían también Colatino y Tricipitino cuando este viola a Lucrecia en la obra de Tito Livio. 

En la obra original ella se suicida para salvar el buen nombre del matrimonio, su virtud, su honor, pero aquí su acción inmoral recibe la recompensa del amor. Más que reflejar ese final feliz en que acababan generalmente los quintos actos de La comedía del arte (donde toda la trama argumental se sustentaba en el entorpecimiento del amor por un matrimonio concertado burguesía-nobleza); nuevamente incide el autor en conseguir el fin por el medio más eficaz y practico, con todo lo que conlleva esto de considerar a “los hombres como medios y no como fines en sí mismos.  Se ve un claro rechazo de la metafísica católica, corrupta en su representación temporal, pero no del natural deseo de trascendencia prometeica: no critica la teleología (que simplemente no le interesa tanto) como la teología concreta. Desde luego su ética tan personal puede ofender muchas morales religiosas, que tienden a deshumanizar a sus súbditos sublimados y subordinados a algo mayor que ellos, pero el maquiavélico no deja de ser otro código normativo de valoraciones éticas.  

La comedia que Maquiavelo y otros “humanistas” introducen en Italia y Europa recupera el espíritu de las antiguas, y aunque no fue aún acompañada de textos de poética o formulación teórica, sí se percibe en ellos una actitud trasgresora de renovación de las formas y contenidos teatrales y un cambio de propósito en los efectos de su receptor, ya que la mentalidad de este también había virado. Configuran así un modelo teatral clasicista y elitista para las clases elevadas, que ignoraba el teatro popular considerado bajo o vulgar (aunque esta comedía se influye también del mester de juglaría, el amor trovadoresco, las compañías de la comedía del arte.) Buscan formas literarias más cultas para montarlas en la corte, que estaba marginando a esta Florencia que se les escapaba de las manos. En Francia, España e Inglaterra hubo una reforma más orgánica, conviviendo algunas convenciones del drama medieval con los modelos clásicos revindicados por estos eruditos, dándose además más tardíamente. Pero en Italia el rechazo sí fue más radical y menos continuista con la tradición de la baja edad media. La nueva dramaturgia se basa en la comedia romana cuyos textos habían sido descubiertos, revitalizados durante el siglo XV entre las clases altas y doctas. Las obras de Plauto, descubiertas en 1519, se conocían de forma fragmentaria. Se sabía quién era, pero pocos se las habían leído. Las 6 comedias de Terencio, con una tradición más larga y usadas de modelo en las escuelas del periodo gótico, se publicaron enteras en 1535 con los comentarios del dramaturgo de la antigüedad tardía Donato (ahora se sabe que pertenecían a Evencio.) A partir de ellas, profesores y alumnos adquirían ciertas nociones de los principios de la comedia romana, aunque los textos hablaban claros por ellos mismos, contrastando con la comedia medieval. Las tragedias de Seneca y las comedias de Plauto y Terencio configuran el teatro moderno. Los textos supervivientes se trasmitían divididos en 5 actos. Irónicamente los investigadores en Clásicas dirán que esa estructura fue sobreimpuesta en la antigüedad tardía para acercarlas más a los modelos griegos. Aceptaron que los textos eran como los encontraron y fue tan axiomática esta estructuración que los textos antes de 1500 que la llevaban eran catalogados estéticamente según fueran o no latinos, como otro criterio estilístico crítico más.

Los renacentistas proponen un modelo de teatro autónomo de la literatura, de forma autotelica, justificado como fin en sí mismo, revindicando su estatuto artístico. Una obra dramática, como el resto de literaturas, iba a convertirse en algo que se experimenta por sí sola, no expresión subordinada a una ocasión social o religiosa. La consecuencia profunda a la larga fue la independencia de la obra teatral del contexto de esta fiesta (sagrada) encontrando sentido en otros contextos. Gadamer en Verdad y método dirá que el teatro medieval era un fenómeno ocasional. Abre camino a la producción de un teatro insertado en el circuito oficial, estatal, separado también tímidamente de las celebraciones privadas de la nobleza y con el tiempo ofrecidas a consumidores que pagarán una entrada. La comercialización o la profesionalización del teatro (las compañías constituían un gremio más) eran inconcebibles en el teatro medieval (¡bastante precio pagaban ya aquellos siervos de la tierra!) Se empezarán a construir edificios para las representaciones escénicas: teatros, como los corrales barrocos. El paso del teatro ocasional al autónomo lo analiza Andrews en estos tres niveles: Primero se consigue la autonomía del texto teatral, se iguala su consideración de obra literaria sin subordinarse a otros géneros. Posteriormente la independencia de las representaciones teatrales de los contextos religiosos. Y por último se logra con la construcción de teatros públicos la autodeterminación definitiva del drama. Tras 1500, en el teatro del siglo XVI, se consiguen estos tres objetivos interrelacionados. La canción escrita para la representación ante Clemente X en Palencia en el carnaval de 1516 (que no llegó a celebrarse) es todavía una pieza concebida para representarse en una ocasión festiva, no cualquier día ni en cualquier teatro.  Esta obra La Mandrágora debían cantarla en su prólogo musas y ninfas, pero aparecen ninfas y pastores. Las canciones testimonian su compromiso con la tradición pastoril en Italia, proveniente de la bucólica virgiliana y “la novela” griega de amantes y parajes idealizados a modo de locus armonius.

Empieza con una traducción tradicionalista, pero la obra remite constantemente a esta nueva estética y concepción del hecho escénico que plantean los humanistas: mayor presencia de elementos expresivos no directamente textuales y apelando más a las sinestesias visuales(los que analiza Kowzan), los escenarios, tramas y máscaras tópicas, los cinco actos, la forma comunitaria de autogestionarse las compañías con bajo presupuesto, sus giras itinerantes por Italia y Europa jugando con los acentos y dialectos regionales y regionalismos de cada localidad donde se montaba la obra, su sentido de improvisación con breves ensayos (aunque esta obra parte de un guion), su representación al aire libre en plazas y espacios públicos (como en este carnaval) o las categorías funcionales que Antonio Gramsci, Mikhail Bakhtin o Darío Fo (estudiando la semiótica de las formas medievales y renacentistas de misterio bufo) ven propias de la comedía: la risa, lo carnavalesco, grotesco, esperpéntico, la parodia sarcástica festiva, lo satírico- burlesco… elementos que para los formalistas des familiarizan, des alinean, des enajenan, des automatizan el pensar tópico y habitual a modo de extrañamientos que chocan con el common sense ( Nietzsche reveló también que El nacimiento de la tragedia está en el ditirambo: lo cómico de unos griegos subidos a un monte para festejar ante Dionisio la buena cosecha con orgías, cantos y vino, por mucho que fastidie aceptar esto a Jorge de Burgos en El nombre de la rosa y se quiera comer la parte perdida de La retórica de Aristóteles sobre La comedía.)  Maquiavelo participa en esto que Andrews llama “revolución”, pero su obra ha sido escogida para celebrar un carnaval en la corte ante el papa y no tiene inconveniente en adaptarla hasta adaptarlo a la situación. “Porque la vida es breve, y son muchas las penas que soportamos. Con nuestros anhelos, pasamos y consumimos años. Quien renuncia al placer no conoce del mundo los engaños (pero se pierde el placer.) ¿De que extraños males son oprimidos los mortales? Nos apartamos de la vida pero nos reunimos en júbilo.” Estos pastores viven en un Parnaso, en la Arcadia feliz, un mundo hedonista y epicúreo, viven para el placer, lo conveniente para festejar la dicha del carnaval. Por eso compone estos intermedios liricos, consigue mayor empatía e identificación con su público reflejando a esta gente despreocupada en el placer.

Presenta a unos seres que quieren olvidarse de penas y obligaciones del mundo. Tampoco la interpretación se realiza demasiado en serio: actores y público parecen sonreírse compartiendo que han venido a pasarlo bien, para preocupaciones ya está la vida. No olvidan estos pastores y ninfas, introductores del espectáculo, halagar al organizador de la fiesta, y agradecérsela. Muestra la obra su mezcla del hecho ocasional (los carnavales) y lo plenamente autónomo e independiente (la obra en sí), reflejando por tanto la tensión entre la tradición de una comedía costumbrista y el nuevo teatro. Las comedias romanas sugerían vías concretas e indicaciones de por dónde podía o debía trascurrir la obra. Pero los lugares en que se ubicaba la acción del drama religioso o cortesano medieval se envolvían en la imprecisión, fluctuando y aquí el escenario es concreto: unas calles determinadas de las que solo conocemos la plaza o calle central, con varias puertas que sugieren el resto de espacios de la obra al mostrar las entradas a un número de casas habitadas por los personajes. Es un tipo de escenario que remite de nuevo al de la comedía del arte (yo consideraría esta obra como tal): entre unas cortinas se alzaba un proscenio, una especie de pedestal sobre alzaprimas con un sencillo tapiz a modo de postal urbana donde toda la trama trascurría, más marco que cuadro del lugar.)  El teatro medieval usaba un lenguaje teatral más que mimético. Los personajes bíblico-mitológicos conllevaban un significado litúrgico, simbólico (de lo sagrado) y tenían una función didáctica moral. Sus personajes eran signos convencionales (lo que comparten con las juglaradas, la épica, los trovadores, la comedía del arte que se basaban en máscaras (a veces hasta zoomórficas) pero sobre todo mascaras psicológicas, arquetipos o prototipos, tipos, moldes), pero en vez de buscar la ridiculización del poder servían como ejemplos morales y legitimación de ese status quo. Los espectadores, obligados a asistir al mester religioso, debían identificarlos con sus propias vidas, fundiéndose así realidad y ficción. Estos Mistery play y autos sacramentales mediante la metáfora alegórica buscaban reformar la fe o hacerles enmendar su conducta.

En cambio; un espectáculo cortesano era parte de una fiesta y acentuaba la parte más frívola, alegre y leve de la vida sin insistir en lo dramático, la otra parte de la ambivalente vida. En este teatro tampoco se distinguían actores y espectadores: todos eran cortesanos. En el teatro barroco, en el XVII, participaban incluso los miembros de la casa real (infantas) en la obra. Cada vez que la reina salía a escena a realizar su papel los caballeros del público se levantaban, se quitaban el sombrero y la reverenciaban (no dejaba de ser la reina.) La separación entre ficción y realidad, espacio dramático y el de recepción no era nítida. Aun en el teatro de tradición medieval ya se daba este dialogo público-actores, en las obras de Gil Vicente y Diego Sánchez de Badajoz. Los humanistas recuperan los principios de la comedia romana, no respaldado por preceptos teóricos ni encontrando una gran tradición de representaciones de este tipo, así que sus pasos son más tímidos e inseguros. Había que seguir los comentarios de retórica aristotélica (que habían introducido el imperativo de los tres espacios y tres tiempos a las tres actos recomendados por el sabio) pero estas escenas tenían lugar en un solo espacio representando varios, podían simbolizar varios días, solían formarse en cinco actos a imitación de la comedía latina y desfilaban por el escenario más personajes que los que Aristóteles había aconsejado. Esta unidad de lugar no fue algo buscado sino imitado de Plauto o Terencio, lo que prueba que sí había una tradición que planteaba algo parecido al teatro que querían hacer y también que no eran conscientes de la trasgresión formal que estaban cometiendo, pues se limitaban a imitar a los clásicos. El escenario era un espacio ficticio autónomo con una lógica interna cerrada y no una plataforma mágica cambiante hecho a la medida de su público a moralizar. En La mandrágora el espacio es independiente de los espectadores (salvo el prólogo en que ninfas y pastores apelan directamente a él o la despedida de Fray Timoteo que en la última escena dirige un parlamento a los espectadores “yo me iré al convento, me quedaré solo y vosotros, ¡ale!, ¡a dormir!”)  En el del vaquero de Gil Vicente se ve mucha más clara esta simbiosis entre el público y la representación a la que asisten, el espacio no cambia para no romper la ilusión de los espectadores de que estan representando su propia realidad y así mezclen su vida con las virtudes de estos héroes trágicos, ejemplos morales. Se recomendaba en los manuales dramáticos, desde Aristóteles, armonizar gestos, comportamiento, emociones, las hablas y dialectos de su palabra, vestimentas, atrezos, voces, su manera de moverse y todas las categorías percibidas externamente… a los roles sociales de estas máscaras tópicas y planas. Desde esta intención mimética, había que imitar lo más fielmente posible la manera de hablar y comportarse de esos seres físicos, y no su significado moral, (pero es inevitable asociar a cada personaje-molde una connotación mental.)

El pensamiento y la motivación tenían que emerger a partir de explosiones emocionales realistas y no con un lenguaje poético impuesto por el autor; no volverlos ecos de su propio monologo interior, títeres manieristas de sus ideas. Estos dramatis personae son una codificación alternativa a la realidad, usando otro lenguaje, diferente al medieval. A los autores y espectadores de entonces les parecía acentuada la diferencia entre teatros. En vez de aludir al mundo real, el drama humanista arrastra al de la ficción con un simbolismo secular, humanizado, mostrando a sus actuantes con mayor perfil psicológico (siempre teniendo en cuenta que se trata de máscaras y no del personaje complejo de Stanislasky.) Los modelos romanos ofrecían estos mundos dramáticos autónomos, concentrándose en una descripción externa de la realidad, tendiendo a algo físico y no espiritual. En 1508 la puesta en escena de Ariosto, La Casarida, se hace en esta perspectiva, dando a los cortesanos una reconfortante sensación de modernidad, reforzando por medios visuales la separación del escenario, preocupándose de lo que ahora llamaríamos cuarta pared o un marco paraficticio. La escritura dramática operaba no dirigiéndose directamente ni entrando en dialogo con su público y los actores también fingían ignorarles, evitaban las intervenciones extradiegéticas, incluso las acotaciones. Solo se les permitía a los asistentes sorprender unos hechos y los intérpretes actuaban como si no fueran conscientes de estar siendo vistos. Ya no se dirige el autor a un “Vosotros”, les trata con otro respeto. Donato escribió que Terencio nunca hacía al actor hablar en público o fuera de la obra, pero en los modelos antiguos romanos es el único que lo cumple con rigor; este “defecto” es muy común en Plauto. (Si los dramaturgos tenían instinto cómico seguían a Plauto al final, que era más “divertido”.) Esta interacción con el receptor (con un feedback más allá de silbidos, tirada de lechugas etc. si les sacaban al escenario, y no considerándoles ya esa audiencia pasiva medieval a la que “soltar el rollo”) obedece a las necesidades plásticas de la comedia y hábitos del receptor. Es difícil representar una comedia e imposible recitar un monologo cómico (se daba el polifónico: al no poder pagar a varios actores interpretaba un actor varias voces) sin dirigirse al auditorio o hacerle guiños en algún momento. Se rompe la ilusión escénica si se dirige a ellos, se rompe la ficción en la comunicación directa. Querían en teoría eliminar las apelaciones directas al público entre el prólogo y la comedia; y que el propio autor o el pastor introductor (nunca los personajes) se dirigieran a este en el prólogo y luego se dejara hablar sola a la obra. El público estaba acostumbrado a que se dirigieran a él, no a que le trataran de convidado de piedra, e incluso la obra podía modificarse según su reacción: su empatía o su rechazo, al tratarse generalmente de improvisaciones.

La maquiavélica es una comedia clásica más terenciana que plautoniana, pues salvo al comienzo y al final ignora a su público. Se trata de una obra disciplinada en que todos los ingredientes de la obra se subordinen al desarrollo de la intriga. Prácticamente no hay ninguna escena que no contribuya al progreso de la acción y trama argumental, no hay rellenos. Emplea unos apartes que no son un dialogo con el público, sino pensamientos y monólogos del personaje, y a pesar del contexto delante de unas autoridades religiosas, se le permite un dialogo irreverente con el clero. El contexto de la representación fue una fiesta de carnaval y también la influye la juglaría popular, pero el modelo principal es Terencio dentro de una obra de circunstancias, condimentado con personajes y anécdotas de las narraciones de Bocaccio. Aunque se representara en un palacio episcopal en la Zaragoza católica ante el Papa critica al cristianismo y tiene una visión de género en Lucrecia, que se queja de la manipulación de la madre, del confesor, del esposo y del amante.  Macchiavello transforma un suceso trágico de la antigüedad en una comedia florentina. Atenas ya solo son unas ruinas, pocos florentinos sabían griego. Se presenta como un mediador entre una antigüedad que ya no existe y su época. La historia original cuenta que una noche, cenando en casa de Sexto Tarquino, unos patricios discutían la virtud de sus esposas. Colatino aseguró que ninguna tan virtuosa como la suya, Lucrecia. Para poner fin a las burlas, al calor del vino, los desafió a ir en ese mismo momento a sorprender a sus señoras y ver cómo pasaban el tiempo. Todas excepto Lucrecia se encontraban dedicadas a las delicias de una suntuosa cena.  Sexto Tarquino “mala libido Lucretiae per vim stuprandae capit, cum forma tum spec Tata castitas incitat" (fue avasallado por el perverso deseo de estuprar a Lucrecia por la fuerza, pues lo incitaba no sólo su belleza sino su comprobada castidad.) Esa noche regresan al campamento, pero unos días después Tarquina vuelve a casa de Lucrecia y la viola. Ella lo delata ante padre y esposo, reclamando venganza. Ellos intentan exonerarla de toda culpa:" mentem peccare, non corpus, et unde consilum afuerit, culpam abesse.” (Mientras no pece el cuerpo y no haya mal deseo: culpa absuelta) La han violado y se suicida. Acaba mal, creo. En contraste con el Filósofo-rey platónico, el príncipe maquiavélico no difiere en su naturaleza erótica del resto de los hombres sino en su astucia y poder para obtener la satisfacción mediante el engaño.

Maquiavelo no le regala un Happy end a Lucrecia por caridad cristiana (precisamente) o filantropía para con su personaje-idea. Lo hace según M. Antonio López, profesor de la UNAM porque “la obra exhibe la oposición entre pasión erótica y el poder mediante el contraste implícito con el famoso estupro” (fundiendo el interés personal con el público y político: el heredero en un matrimonio patricio) y porque “La Mandrágora no solo es una pieza teatral picaresca del Renacimiento o una muestra del talento del autor, sino una extensión de sus ideas políticas presentada en una forma distinta y con objetivos diferentes”, según los ensayistas Agudelo y Cárdenas. Es un autor tan importante y actual, no solo por considerarse el padre de la Política Moderna (y no lo sabía), sino como literato y pensador en sí, que el más representativo programa de teatro en La Dos se denomina La Mandrágora en homenaje a su obra. En mi humilde doxa; su trasgresión en la época fue parecida a la que sembró Nietzsche en el siglo XIX contra la falsa y doble moral católica, cuestionando las connotaciones del bien y el mal, proponiendo un hombre fuerte como león (la misma metáfora que en el de Basilea) fuerte intelectual, emocional y éticamente y astuto tal que un zorro. Lucrecia ha sido objeto de numerosas representaciones en el arte pictórico, incluyendo entre ellas obras de Lucas Cranach el Viejo, Tiziano, Rembrandt, Durero, Rafael o Botticelli. En contra de la mentalidad actual y de entonces, el propósito de dichas obras no era denunciar moralmente el delito de violación sino satisfacer la demanda popular de imágenes eróticas bajo un argumento mitológico-alegórico (ya he apuntado que era la forma de poder “colar” tales desnudos en aquel Renacimiento naturalista.) William Shakespeare trató el tema en una de sus obras poéticas de juventud (The Rape of Lucrece, 1595) En el siglo XIX se eligió esta historia para representar tres importantes cuadros de pintura histórica: Lucrecia de José Madrazo, La muerte de Lucrecia de Eduardo Rosales y El origen de la República romana de Casto Plasencia. El compositor británico Benjamin Britten estrenó en 1946 la ópera La violación de Lucrecia.  Tan actual parece la obra y pensamiento del florentino que en la red, buscando fuentes documentales para este trabajo, he  hallado también una irónica carta que supuestamente le dedica Maquiavelo a Pedro Sánchez tratando de educarle como Príncipe de esta polis-estado que debiera ser República o al menos aprender de las clásicas.                                  

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 Y los apuntes de las clases de Loreta Anna Paola de Stasio y de las clases de José Javier Rodríguez Rodríguez.

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