martes, 10 de agosto de 2021

EL CLUB DE LAS PERIPATETICAS, novelita corta de iniciación

  I  EL CLUB DE LAS PERIPATETICAS

Yo sería una gran escritora si no me pasara el día aquí encerrada en las librerías mirando las listas de Best-séllers. Ya habría escrito una gran novela si no me dedicara a espiar las que otros escriben, pero me maravillo solo con ver la portada de un libro, lo acaricio, veo sus fotos, repaso sus datos biográficos y toda la información de las contraportadas…Me paso las tardes en los centros comerciales, en el corte inglés mirando estas listas de más vendidos y estanterías con libros comerciales. Quizá no sea nunca capaz de escribir una gran obra, solo de apuntar los últimos libros, las novedades. El resto de mi vida parece estar condenado a ojear estos libros  que me acompañan todas las tardes. ¡Qué de tiempo he perdido en estos almanaques soñando con qué vida harán las escritoras que idolatro! No quiero que tú lector me recuerdes con pena cuando muera sino que me inventes a tu modo, ni siquiera quiero que me recuerden cómo me hubiera gustado ser sino cómo tu querrías que fuera, qué persona humana hubieras querido tener entre vosotros. No estaré muerta mientras pueble y prolongue vuestros sueños. Me propongo escribir la historia de tres amigas; las tres estudiaron periodismo y ninguna ejercía como tal. Rosa Platonina se acababa de graduar y escribía artículos en su blog, se escondía en miles de citas de filósofos para que no se la viera llorando. Carlina Socrata era librera, pues con esta función pragmática de un negocio escondía a la poeta marginal que siempre había tenido que escribir desde los márgenes, en el ostracismo. Y yo, Rosario la aristotélica, la madre de Rosa, soy ama de casa y en mi tiempo libre acudo al taller literario de Carlina Socrata.   

La señora Rosario la aristotélica salía aquel domingo emperifollada con el rosario de su madre, que ella de niña salvó pues el padre cruel tras abandonarlas quería llevárselo y empeñarlo y ella lo salvó. Aquella cadenita tenía más años que dios, pues había engarzado el cuello de la tatarabuela de su tatarabuela. Rosario se había limpiado bien los sobacos y se había embadurnado de crema nívea que disimulaba arrugas, y pintado los labios pues como cada domingo acudía a la cita con su señor, y con aquel cura que siempre disculpaba su no asistencia al acto en su honor, pero que también estaba de bien ver, y mejor hablar. La señora Rosario se recolocaba la camisa de cuello alto, perfumada de la esencia más cristiana que había encontrado en el Carrefour, marca blanca pero bautizada por la sede episcopal de Norta. Mientras Rosario se preparaba para ir a misa; Rosa Platonina fue arrojada del portal de la calle Malasaña con la lengua fuera, la melena desmelenada, en forma de cresta. No iba a misa, volvía de la liturgia con vino sagrado celebrada en epifanía con la eclesía de la cuadrilla, tras haber alcanzado el éxtasis, enajenada en un inconsciente colectivo y rito báquico. Llegaba a casa cuando muchos iban a trabajar, pero ella también iba a trabajar, aunque fuera domingo, a una revista para la que escribía desde un café y lo enviaba por mail. (Eso no lo consideraba nadie trabajo.) Tenía que pasar por la redacción Anoche también se trabajó a unos cuantos chorbos y aguantó a su amiga Felisa, borracha perdida, gritando “la mujer no nace, se hace. Me he hecho trans”, con la voz desgarrada y desafinada mientras vomitaba unos cubatas de más. (Ser trans es un limbo legal, nunca saben si debe cachearte un hombre o una mujer en los aeropuertos. Rosa Platonina era poli-pan sexual, por delante, por detrás, le gustaban los bollos y los brazos de gitano.)Rosa Platonina se cruzó en el portal de su casa con su madre, pero cada una inmersa en sus pensamientos se vieron sin mirarse. Rosa sentía aquella mañana que volaba más alto que las cigüeñas de las torres de las iglesias, su pensamiento era más antiguo que la piedra del templo y su cabeza miraba más lejos que lo que podía aventurar los rascacielos funcionales.

Su dios estaba más cerca que el enano cura alzado en un pulpito, arengando a las señoras adormiladas, criticándose entre ellas y a Rosario por tener una hija como Rosa, a quien nunca veían en misa. Rosa Platonita antes de ir al café existencialista quedó epatada por la luna del escaparate de la librería La Cábala. Le atraían magnéticamente unos cuentos de hadas, quizá los Grimm, con ilustraciones de Leonora Carrington, Remedios Baro y prerrafaelistas, románticas y naifs. El escaparate la devolvía su propia cara de princesa anoréxica y algo encorvada de leer, su cabecita deforme de sueños y sus manos demasiado grandes de abrazar amantes que sólo la habían masturbado el pubis sin llegar al azul metálico de sus ojos. Planonita vestía unos pantalones campana muy progres y hippies color naranja con estrellas.  Ser existencialista era la excusa para fumar junto a un café, tener libros y muchos gatos. Su cara era aniñada pero llena de granitos, fruto de los anti psicóticos. Le gustaba su flacidez desvalida, fantaseaba con desmayarse de pronto en medio de esa calle y con que todos la quisieran incondicionalmente. Se rascaba obsesivamente los granos, como de seta de gnomo. Platonita había empezado escribiendo ensayos y habían acabado ensayando con ella los neurosiquiatras. Platonita era una lunática. Ya decía su madre: “tu antes que la explicación lógica buscas la fantástica.” Prefería los pensamientos mágicos, auto-introspecciones y recrearse en los juegos del lenguaje. Se pierde en el laberinto oscuro de un bosque frondoso donde las ramas le enredan hasta el punto de perder la chota. Solo le gustaban los poetas que reconocían mentir su verdad o que culpaban solo al lenguaje y no a las personas, ni víctimas ni verdugos. 

Entró Platonita modosa en la librería de colores chillones, pero se dirigió directamente a la dependienta con los ojos lacrimosos, no había dormido en muchas lunas, intentaba disimular que le había venido la regla, el profundo dolor de estómago y que sus gafas portaban torcidos unos cristales rotos, sucios y rayados. Una señora subida a una escalera rebuscaba libros en los estantes de arriba. La vio tan alejada del mundo real, tan  apartada de toda humanidad, y tan cansada que no se atrevieron  las palabras a salir de sus labios. Ella no venía buscando un libro, o venía buscando El Libro, se atrevía a abrir todos los libros salvo El libro de la vida. Nadie empezaba a entablar así una gestión comercial –deme el libro de mi vida-. Era una paranoia. Le pareció más lógico revolver con ansiedad libros, se los sabía de memoria, pero aun así apuntaba obsesivamente títulos y autores, se habría tatuado la piel  con su contenido, se acostaría con quienes lo escribieron, incluso con los críticos y con los traductores. Para que todo aquello se incorporara a su ser y esas personas no murieran nunca. Los libros  sin  abrir son un objeto cosificado, un trozo de papeles encuadernados a partir de Gutenberg y en la forma que  ahora los conocemos. Pero cuando los  abres… abrir todos los libros y ¡qué todos digan algo parecido y nunca igual…! Ansiaba el libro que le hablara de lo que ya llevaba dentro,  que lo aceptaran todos y entonces se convertiría ya en un significado de  diccionario, en una irrebatible ley natural, y ya  no sería necesario leer más libros porque en ese libro  estaría la respuesta universal.

“Nadie podrá escribirte ese libro, Platonita. Sólo tú”, le  decía una de sus “voces”, que en realidad no era una voz esquizofrenica sino la voz de Socrata la librera.  Platonita había estudiado periodismo y la única conclusión que había sacado era la imposibilidad de la incomunicación humana; por varias razones: se mata al mensajero porque el lenguaje nos contamina, nos manipula  (tanto en su forma como en su fondo, pues ni el escritor ni el lector los separan como no separas la letra de su armonía) y porque pasa el tiempo y nunca se baña el libro en la mismo buceador de respuestas.

Siempre son distintos los conjuros mágicos que se les pide a la novela más realista y objetiva. Ella leerá el mismo libro, en distintos naufragios, y necesitará un salvavidas distinto. ¿Entonces que permanecía eterno? Las ganas de lágrimas o de secarlas, el mar de dudas o de solucionarlas, la sed de una palabra bonita, el hambre de una letra golosa  que le llenara por dentro, le alimentara, “vianda”, “fármaco” han sido formas de referirse  a la lectura, a lo que Platón y los curas neoplatónicos añadían “del alma” Pero esa palabra ya no le dolía tanto, ni la de Ser, porque se refería a su interior, a su lucha del yo por salir de la presión del superyó y la inevitable y natural opresión del id animal. Lo que le dolía era el Ser cuando se usaba para referirse  a algo ajeno a  ella, la metáfora de dios era una fractura que se le había quedado clavada en el  corazón como un cristal hiriendo sus sentimientos y había logrado mil argumentos racionales en su contra. Las metáforas hablan de dos realidades, la cosa pura y el signo interior. El referente de rosa era la rosa que vio esta mañana en el florero de casa, pero la rosa no le recordaba a otra rosa, había multiplicidades de rosas  y todas diferentes, y se podían llamar por su nombre científico, en distintos lenguajes, con sinónimos, se podría deconstruir  la palabra rosa y decir “peligrosa” o “olorosa” o “osa” y ella  sabría  interiormente que se estaba refiriendo a la rosa de esa mañana y no a cualquier rosa. Todo lo que quedaba de la rosa era su olor, su fondo. La rosa la  encontraría marchita al volver a casa. Y la palabra rosa se la llevaría el viento. Pero quedaría esa rosa, esa única rosa diferente a todas las rosas  que había sentido, olfateado, acariciado, mordido, saboreado y le había impregnado la piel. No era la  rosa del diccionario, ni la rosa de un supuesto logos racional de milenios de personas sintiendo rosas ni le traía un  supuesto arquetipo universal de rosa. No, aquella rosa concreta, no quería diferenciarse de las demás  rosas por una ley inhumana de la naturaleza, ni por la catalogación en un libro de botánica.  sino porque le había hablado  directamente a ella. esa esencia de  rosa se iba volviendo una idea, un sentimiento, una sensación en ella, y quizá buscaría inconscientemente el olor de aquella  rosa en otras que oliera, pero consciente de que nunca lo encontraría, lo utópico de que ella había cogido la rosa tenía un lugar físico y sólido en alguna parte de su mente, pero sí quería expresar esa rosa irían  volando todos  los pétalos, se volatirizarían y ya no sería su razón. Cuantos más participaran en la intimidad privada de su rosa más la mancillarían y alguien acabaría escribiendo un tratado sistemático sobre  el “neo-platonismo  de la rosa”. La rosa solo le había servido a ella, solo tenía función en aquel momento irrepetible, en aquella casa que había abandonado (quizá para siempre, ¿quién lo sabe?), pero la rosa le había hablado en exclusividad, y no había sentido necesidad de arrancarla y tenerla  en propiedad, su olor había venido espontáneamente, improvisadamente, por sí solo, subliminalmente hasta formar parte de la esencia de ese día. ¿Cuánto dura el perfume de una rosa? Mañana  tendría que inventarse otra esencia para sobrevivir.

Rosa Platonina vivía con su madre Rosario, que era una señora muy chapada a la antigua. Desde niña la había sobreprotegido; Rosario se pasó toda su vida limpiando casas en la zona rica de Algorta mientras Platonina soñaba con los galanes de las novelas amorosas. Platonina era muy querida en su pueblo, todos la llamaban la hija de los platoninos. Se enamoró de un chico del pueblo, era un chico deportista, iba a hacer surf a las playas de la margen derecha y lo que se decía un buen partido. Rosa Platonina quedó prendada por él, pero ella era una niña aún ingenua y enamoradiza. Al principio estaba bien porque le compraba ropa cara, hacían viajes, la llevaba a centros comerciales y al cine, pero pronto se cansó de esa vida, sobre todo porque el chico era un poco promiscuo. Aquel chico le hizo mucho daño. Era el novio de toda la vida, en su pueblo siempre les veían juntos.  La relación acabó de forma brusca.

Su madre entonces, asustada por cómo se aprovechaban los hombres de su ingenua hija, la incapacitó. La engañaron, no sabía bien lo que hacía Rosario, la madre de Rosa, pero el caso es que la incapacitaron parcialmente y la pusieron una curatela. Ahora Rosario se ha cambiado el nombre, se ha puesto Platonina después de leer la obra completa de Platón. Quiere recobrar lo que es suyo, lo que nunca debían haberle arrebatado: su capacidad de obrar y actuar en esta vida como una persona normal.

En la agencia de abogados había en el recibidor varios cuadros y una cortina cubría los grandes ventanales. Colgados en la pared se podían ver los varios diplomas de la letrada, en uno escenificaban un juicio y los jueces aparecían como figuras inglesas con su toga, unos perros jugando al póquer. En la mesa había un gran ordenador y los libros de derecho se apilaban en los estantes. En un cenicero se acumulaban colillas de cigarros. Y en los archivos albaranes e informes en carpetas. Rosa entró nerviosa en el despacho y la abogada le hizo esperar mucho tiempo. La abogada saltó de la mesa cuando aquella chica extraña le propuso denunciar a su madre por maltrato. A Rosa le gustaba aquel cenicero indio, quedaría bien en su museo de los horrores, donde había ido recopilando toda clase de objetos. Aquella habitación estaba llena de libros de derecho, antiguos mamometros que amenazaban caerse de los estantes, libros de contabilidad y un cuadro con unos abogados dibujados en el lienzo, representando este mundo duro y lobezno de la abogacía. La señora letrada había empapelado la habitación con diplomas de sus carreras, sus notas, sus licencias, sus doctorados y se alegraba de enseñarselo a todo aquel que se dispusiera a admirarselo. El despacho despedía un hedor a libro viejo que remitía a otros tiempos, pero tambien al aire nuevo de esta nueva generación de abogados que se iban a comer el mundo. Rosa era demasiado joven para entender estas cosas y la señora Letra demasiado mayor para pasar a explicarselas. Rosa había cogido un buen catarro y se sonaba la nariz insistentemente pero era incapaz de llorar.

-denunciar a tus padres no te viene bien ni aquí ni aquí - dijo la señora Letra, la abogada señalando la cabeza y el corazón (o quizá fuera la tripa, “el segundo cerebro”) Su abuela habría añadido otro aquí (¡hay que tener cojones!, era la expresión preferida de esta mujer.)

La abogada insistió: -¿de verdad te gustaría ver a tu madre encerrada?

Una montaña de papeles amenazaba derrumbarse de los estantes. La abogada repetía mucho que tenía que hacer de madre con ella. El otro día le llamó –bueno, en teoría tiene que ir un juez al hospital a certificar qu estas, pero nadie puede impedir el arresto.

-entonces me escaparé- (pero es difícil que un enfermo escape de un problema mental.)

 Vinieron a buscarla a casa. En estos casos lo más conveniente es no abrir la puerta a la policía, hay que pedirles una orden judicial porque si no es allanamiento de morada, pero aquellos brutos entraron como una manada de perros salvajes, como unos miembros de la gestapo. Su madre llamó a un cerrajero, demolieron la puerta, la derribaron de un golpe. La policía debió de quedarse una bolsa de ropa porque no aparecía por ningún lado. Ella había estado toda la noche preparando varias maletas, una de ropa, otra de libros, otra con su portátil. Estaban presentes en aquel entuerto la siquiatra, su madre y una serie de camilleros y matones mercenarios. Platonina saltó por la ventana e hizo el amago de suicidarse, alarmando a todos los vecinos. La policía la agarró brutalmente y la esposaron. La subieron a la ambulancia y Rosa no quiso despedirse de su madre que, desde el balcón, la saludaba.

CAPITULO II LA LIBRERIA

Socratina la librera estaba limpiando la librería, ordenando en las estanterías los libros y pasando el polvo al escaparate. Había contratado a Platonina para que le ayudara por las tardes en estas tareas y sobre todo atendiendo al público. A veces compartían juntas un cigarro, y se contaban historias. Socratina intentaba vivir al margen del sistema, estar tangencialmente en él, y vivía de una rgi pues en realidad la librería no daba un duro y en un piso que le había quedado al morir su madre, a la que estuvo cuidando.

Socratina tenía la apariencia de una gran chamana, iba vestida con un pareo indio, fumaba hierba y le gustaba aconsejar a Platonina sobre la vida. Se sentaba en un banco de la plaza y le contaba a Platonina anécdotas sobre sus años en la movida de joven. Al taller solía venir tambien Olivia la tomista, que trabajaba en una gasolinera reponiendo gasofa a los coches y por las tardes acudía al taller de escritura de Socratina. Las tres se habían hecho amigas, habían sellado su amistad cortándose en la mano y el hilito de sangre simbolizaba que siempre estarían juntas, intercambiando bragas usadas porque era lo más intimo que podían compartir. Las tres habían estudiado periodismo, y las tres habían formado aquella estrecha cofradía de filosofas; el club de las peripatéticas. A la salida de la librería solían reunirse en una plaza llamado el consulado.

CAPITULO III   MONOLOGOS DE UNA MADRE MARUJA

Llega la noche y Rosario la aristotelica se ha quedado sola en su casa. Los niños se acuestan a esta hora y solo las brujas buenas toman el té tan de noche. Rosario monologa delante de su espejo, así iluminada con este pálido hálito de luna parece una meiga más. Rosario se llama Rosario y no Rosa, ni Rosita, como su hija, porque para eso es la madre y es más conservadora. Y se apoda la aristotelica porque es más comedida y racional que su hija y por supuesto que Socrata, la librera.

Monologo interior de Rosario la aristotelica:- A mí esto de la literatura siempre me ha ido mucho, no piensen que es cosa solo de mi hija. Me pasé de niña muchas horas leyendo. Porque cuando eres una niña gorda las demás niñas no te invitan a su cumpleaños, y no sales luego de chavala por discotecas, por evitar el ridículo más que nada. Los hombres no te miran cuando eres gorda. Eso te da cierta invisibilidad, como la de un fantasma cuyas cadenas pesan como si arrastrara el mundo entero. Siempre fui la niña invisible. Los profesores no se aprendían mi nombre, ni mis apellidos. Y como mi apellido empieza por la v allí me habían puesto, al final de la clase, en un pupitre alejado de todo y de todos. Fue el primer exilio que me hicieron. A veces faltaba a clase y ni se daban cuenta. Así que hice muchas piras, entonces se llamaba hacer novillos. Aprobé aquellos exámenes malditos. Alguna vez me encuentro a los profesores y me pregunto nerviosa si saludarles o no. Pero yo creo que ya no se acuerdan de mí. Si entonces era invisible, ahora con 50 años es como si ya me hubiera muerto. Pero no, no les daré esa satisfacción a mi familia, aún tendrán que aguantarme, al menos otros 50 años, porque pienso vivir hasta los 100. Yo era invisible para el resto de niñas y especialmente para los niños que se fijaban en las chicas delgadas con pechos prominentes. Recuerdo el día que me empezaron a crecer unas tetas de mujer monstruosas y algún niño empezó a reírse de ellas y luego vinieron todos esos malditos bastardos a tocármelas y a decir que me iban a ordeñar mientras cantaban “tolontolon, la vaca nos va a dar leche” A veces cantaban para mí y solo para mí la canción “gordas, super gordas." Creo que lo tuve más fácil al nacer mujer; a ver si me explico; es una putada ser tía y tener la regla y sufrir partos y toda esa mierda, pero a las niñas no nos exigían hacer deporte como a los niños, y menos mal. Porque yo y el deporte estamos totalmente reñidos. Una vez me apunté al gimnasio, porque estaba harta de que se rieran de mi obesidad. Creo que no aguanté ni dos días. Lo único que me gustaba de aquel sitio era la sauna, pasarme horas calentita, que digo calentita, a punto de una insolación o un mareo de la calor que hacía. Sudaba como una cerda. Creo que también se pueden perder kilos, tumbándote en una sauna de esas. Pero lo de la bicicleta esa que hay que pedalear no lo veo.

A mí me costaba horrores también correr por la cinta esa y estuve como 5 minutos porque acabé agotada y entonces me dijo la monitora que eso solo había sido el calentamiento. No vuelvo a ir ni loca. Y eso de que se liga en el gimnasio es otro mito urbano. Al final acabas cogiendole asco a tanta maquinaría metrica para correr, y acabas por refugiarte en la sauna o en el spa del gimnasio olvidandote de la salud y el deporte. Un día no te dejan pasar porque hay un curso de natación para madres primerizas, al día siguiente hay otro de escolares, luego otro para bebes para enseñarlos a nadar y al final te ponen una excusa o otra y te quedas sin entrar. Y te devuelven el dinero que les da la gana. Supongo que lo de apuntarme al gimnasio fue otro de mis proyectos que no completé. He sido un poco inconstante. Empecé como cinco carreras y no he terminado ninguna. De niña tenía claro lo de ser escritora y por eso cuando acabé el bachiller me matriculé en filología hispánica por la Uned. Pero cuando me empezaron a contar todo aquel rollo de morfología y fonética y gramática lo dejé. Para mí la literatura no era eso, analizar sintagmas y esas cosas, sino disfrutar con las historias que te cuentan. En el fondo la literatura es como un sálvame Deluxe, pero en letras, porque te enganchas a las historias que te cuentan. Toda novela es en cierta medida confesional y autobiográfica y eso es lo que nos gusta del libro; su autor, escuchar otra voz. Pero los profesores empezaron a calificar mis examenes de esquizofrenicos porque eran diferentes, se salían de lo convencional. Después de la filología empecé un curso de fp para ser secretaria, pero a mí todo eso de crear tablas de Excell me parece algo tan frio, mecánico… un trabajo de chinos. A mi números no, que soy de letras. Luego me dio por la psicología porque siempre han dicho que estoy loca y quería comprobarlo con mis propios ojos, me tira eso de analizar a las personas, desvelar los misterios de la mente, porque no puede ser que la psicología siga en buena parte lo que decía aquel chalado de Freud del que han pasado tres siglos. Me imaginaba no en una consulta de psicólogos sino como investigadora, inventando teorías nuevas sobre el siquismo de la gente. Aunque se precien de científicos, la psicología es otra forma de arte o de literatura, y sus teorías son otro invento de la mente, como decía el Nietzsche ese. Creo que no llegué a ir a una clase de psicología porque me quedé aterrada solo viendo el programa de las asignaturas que había. Luego quise hacer Bellas artes o Historia del arte o algo así porque siempre me ha gustado hacer tebeos y he pintado algún oleo cuando iba con mi Paco al taller de pintura. Qué mal me caía la profesora de pintura, que me hacía limpiar los pinceles y todo se llenaba de aguarrás y de óleo, y el vestido nuevo comprado en el corte inglés a la basura. Y ella me decía que era un desastre que lo manchaba todo. Aquella mujer olvidaba que todos los grandes genios han sido un desastre que lo manchaban todo. Siempre he sabido que yo para el arte y la literatura tengo maña, y tengo que explotar mis cualidades. Pero lo de hacerme famosa y reconocida a los 20 años, y que me consideren una niña prodigio y una joven promesa, todo eso… ¿dónde ha quedado? De repente un día te miras en el espejo del baño y te ves las arrugas de los 50 años, el pelo teñido de rojo para disimular las canas, te ves gorda como una vaca, y apenas reconoces a la niña que eras con 10 años. Sigues siendo la misma niña, pero con los estragos de la edad. Y tienes 50 años y ninguno de tus sueños se han cumplido. Es muy duro, sobre todo cuando te has pasado la vida considerándote a ti misma un genio. Lo único que en este medio de siglo he conseguido ha sido editar un libro de poesía, que me he tenido que pagar entera yo. Tuve que pagar los costes de impresión y edición e intenté vender el libro a mis amigos. Increíble la cantidad de escusas que se pueden llegar a inventar para no comprártelo. A esa presentación del libro faltaron todos mis amigos. Absolutamente todos. Pero lo peor fue cuando vi a mi amiga Maya dos calles más allá donde presentaba el libro tomando cañas con sus amigos o cuando llamé a Ramón, a ver por qué no había venido como me prometió. Y me contestó; no me ha dado la gana.

En ese momento me puse como una furia griega, porque una cosa es que no venga por fuerza mayor y otra que no le apetezca venir al acto más importante que he tenido yo en mi vida. Estuve sin hablarle unos meses. Me escribió un mensaje; estoy pasando una mala etapa y quizá no nos veamos hasta dentro de tres años. Esa misma semana del mensaje le tenía en mi casa gorroneándome los bobones mientras yo hablaba y hablaba y él hacía que me escuchaba, atragantado de mis bombones lindor. Tengo todos los libros en una bolsa. Hice como 100 ediciones y solo logré vender unos 20. Ahí los tengo muertos de asco en el camarote.

No me hicieron una vulgar entrevista, bueno, uno del Correo me hizo dos preguntas allí en el acto y me invitaron a un programa de radio donde leí un par de poemas. Además, que nunca he tenido apoyo de nadie. Mis padres siempre criticaron mi verborrea, decían que era incontinencia verbal. Nunca tuve apoyo de mis profesores. Los curas decían que mi inventiva me la daba el diablo, que les venía con cosas raras y que no estudiaba, que en los exámenes ponía lo primero que se me ocurría. Decían que yo era vaga y que no servía para estudiar. Y mis notas eran mediocres, salvo en literatura, que era lo que me interesaba; la vida de otros. Los curas me castigaban contra la pared o al cuarto oscuro, me estiraban de las trenzas… yo siempre he sido muy atea, y quizá ese deba a esto. Tenía demasiada imaginación para esos curas y ellos poca paciencia conmigo. A medida que ascendía en los cursos todo era más difícil y yo más sola estaba. Siempre me marginaron, les gustaba asustarme haciendo que me pegaban y a veces me pegaban de verdad. En las clases de gimnasia acababa con la lengua fuera después del maratón y en las duchas las niñas se reían de mí apuntándome con el dedo y me llamaban ballena y cuatro ojos, y gafosa. No tenía a nadie. Deambulaba por el recreo como ida, como una loca que vagara por el jardín de su psiquiátrico. Las demás niñas jugaban a la comba, pero yo no sabía saltar o jugaban a la rayuela y a mí me daba vergüenza todo. Me dio por intercambiar cromos con las niñas. Estas tenían la carpeta llena de fotos de famosos, eran sus ídolos y amores platónicos; actores y músicos andróginos de cara angelical y aniñada, con cierto aspecto ario. Y llenaban esas carpetas de frases pintadas con el pintalabios o el rotulador fosforito; el verso más sincero tiene dos palabras te quiero. Mis poemas eran demasiado largos y profundos para ponerlos en esas carpetas y lo que yo coleccionaba eran fotos de escritores. Esas niñas eran como marujas en cuerpos de niñas, porque ya leían las revistas de adolescentes que luego sustituirían por el pronto y el Lecturas. Y se pasaban el recreo cotilleando de unas y otras como en un mentidero del siglo de oro. Si un chico me sonreía, ya estaban todas; a Rosario le gusta Juan, a Rosario le gusta Juan… el día que me crecieron los pechos de mujer y empezaron a ordeñarme las tetas, corrí al cuarto de baño y ahí me pasé la tarde llorando. Nadie vino a consolarme. Me enjuagué las lágrimas, porque no tenía sentido llorar cuando nadie lo ve y a nadie le importas. Pero aquellos lunes en que empezaba el colegio hacía un frio como nunca nadie ha sentido, un frio que helaba las entrañas, el viento parecía llevarme en volandas, y yo pedía al cielo que me barriera y desaparecer para siempre. Porque yo era invisible y nadie notaría mi ausencia, nadie me lloraría ni me echaría de menos.

Supe desde niña lo que era estar sola, con un padre borracho que maltrataba a mi madre. mi madre siempre estaba cansada y dolorida y era yo la que hacía la comida y las tareas de la casa. Planchar era lo que menos me gustaba, qué sentido tenía alisar una ropa que en dos días volvería a estar arrugada. Hacía la cama, ponía la lavadora, tendía la ropa a secarse, limpiaba los baños, barría, pasaba la aspiradora y fregaba con la fregona.  Ponía la radio a veces, algún programa de literatura de los de entonces que eran mejor que los de ahora. La televisión también me hacía compañía, yo hacía las tareas con la voz de la presentadora cotilleando en vidas ajenas. Y ahora que tengo 50 años sigo haciendo lo mismo que de niña, la misma rutina, ¿qué he hecho yo para merecer esto?, diría Carmen Maura. La vida de una maruja es muy dura, aunque se frivolice el tema siempre. Sobre todo, porque me siento muy sola. Lo de hacer las tareas al final te vas acostumbrando y ya lo haces en un acto mecánico, pero lo de estar sola… eso es lo que duele.

El ser humano puede vivir sin comer ni beber ni dormir unos cuantos días, pero sin alguien con quién desahogarse o compartir nadie aguanta. Salgo de casa con miedo a haberme dejado el gas abierto o algún grifo, o las llaves, pero no, están en mi cartera. Entro al súper mercado. Me molesta que a la entrada del súper mercado siempre haya un negro o un pobre, porque me hace sentir mal, como muy consumista e insolidaria. Si se ponen a la puerta de la iglesia no me molestan tanto, pero a la entrada del súper mercado no. Me mira y me dice algo, quizá buenos días, es que ni le escucho. Él me ve entrar todos los días, en cierta forma conoce mis secretos, sabe a qué hora hago la compra, quiere establecer un lazo conmigo, para tenerme atrapada, para que me dé pena y cada vez que pase tenga que saludarle, porque si no le saludo la que queda de racista soy yo. Odio que haya estas largas colas en el súper mercado y a los chavales que solo traen una lata de coca cola y te dicen; ¿puedo pasar qué solo llevo esto? Paso por la sección de bebida. Me cojo un wiskito, para acompañar al picoteo mientras cocino. Cuando cocino me pongo música de los 40 principales y mientras se hace el cocido pico un poco de jamón del que ya no cabe en la olla y me gusta más si es con un traguito de wiski. Paco dice que tengo un problema, uno no, varios, y entre ellos está el alcoholismo, pero yo solo bebo muy de vez en cuando, cuando me quiero hacer mis homenajes. También dice que estoy gorda y que tengo Diógenes y acumulo. El que debería ir a la loquera es él, pero la tonta que va todos los meses a la consulta del psicólogo soy yo. No confió nada en los psicólogos, yo estuve a punto de ser psicóloga también. El aprenderse unos apuntes de memoria y aprobar unos exámenes no garantiza que sean buenos profesionales, son gente que no ha leído ni a Jung, unos vulgares funcionarios. Paso por la carnicería, me pone lo de siempre, me gusta mucho todo lo del cerdo. Pillo embutido que me encanta. Paseo por las galerías del supermercado, se me hace la boca agua con todo. Me fijo mucho en las ofertas y casi todo lo que compro es de marca blanda o blanca o eso. Mi marido está en el paro, y menos mal que recibimos una ayuda.

No me corto comprando. Siempre lleno el carro. Me gustan los centros comerciales. Hay gente que le da ansiedad y angustia estar metido en uno, pero a mí me encantan, es el paraíso en la tierra. Todo lo que puedes desear lo puedes tener, si lo pagas claro. Pero en este edén Dios puso una condición; no osarás probar la pastelería industrial.

Y yo soy una pecadora, lo reconozco, me encantan los donuts y los bollicaos, la bollería industrial, pero luego lo suavizo con galletas integrales y así hago una dieta sana, casi mediterránea. Porque yo aceite compro mucho. Y fruta y verduras que son muy sanas. Y lentejas para el hierro. También compro patatas matutino y quesos y pates y cosas que engordan, pero es que hay que probado de todo. En la cola de la pescadería dicen, ¿la última? Esa debo ser yo, que siempre soy la última en todo. Me tiene que despertar una señora. me he quedado traspuesta, yo no sé si es que duermo menos de 10 horas que son las que recomiendan, pero con los ronquidos de Francisco es imposible. Y a veces cuando no puedo dormir y me vienen los ataques de ansiedad o los pensamientos raros, y me abordan los recuerdos y me inundo de pasado, me salgo a la terraza a fumar y a leer algún libro de poesía. Claro que eso Paco lo detesta porque el frio entra por la terraza y le cosquillea la nariz y luego le abofetea la cara y le despierta. Me lo ha repetido muchas veces, salte a la calle cuando no puedas dormir o te venga el ataque de ansiedad, pero yo en la calle ¿qué pinto a las tres de la mañana? Por la noche solo hay yonquis y putas y maricones. Lo dice una que ha vivido la movida madrileña, aunque trasversalmente claro. Yo tenía hora de llegar a casa, a las 11 de la noche, una hora antes que la cenicienta, nos han jodido.  Pero viví todo lo de la movida porque estaba metida en el sindicato de la universidad y repartía panfletos entre los estudiantes. Estuve en manifestaciones, era cuando empecé las cinco carreras. Quizá fue el periodo de mi vida más feliz o al menos el único que elegí. Me ha dado de pensar todo esto, quizá por eso no estaba a lo que estaba. Compro un besugo y merluza, para cuando viene a casa a comer mi madre. mi padre nos abandonó siendo niña yo. Y luego me enteré de que había muerto de cáncer, pero cuando se fue dejé de verle. Mi madre me ha contado que a veces venía a la puerta del colegio a verme salir del colegio. pero yo ya no le reconocía. Era muy niña cuando se fue. Mi madre sigue viva, tiene 80 años, pero más ganas de vivir que yo. Sigo llenando el carro de objetos y luego pago. Es lo único que quieren de mí, mi tarjeta de crédito. Vuelvo a casa acarreada de bolsas, un quinto sin ascensor. Oído a todas las cotillas del vecindario, siempre hablando mal de una. Yo solo salgo a la reunión de la comunidad, pero a veces Dolores viene a casa a hacerme una visitilla porque Francisco está en el bar o con la amante o donde quiera que este y yo estoy muy sola. Y como no hemos tenido hijos pues el vacío se nota más y a veces la casa se me viene encima. Pero Dolores entonces me prepara un café e interrumpo por un momento las tareas de la casa. Dolores es muy leída y hacemos una tertulia literaria nosotras dos, y a veces han venido más amigas. Yo una vez me apunté a un taller de esos creativos, pero a escribir nadie te enseña, lo tienes que llevar muy dentro y practicar mucho. Aquello fue un sacadinero, como los miles de engaños a los que me he expuesto.

Estuve con un naturista que decía que me iba a dejar la espalda como nueva y me dio un masaje fisioterapéutico que me dejó la espalda totalmente jodida. Salí peor de como entré. Ya he dicho antes que soy un poco inconstante y lo del taller de literatura quedó como todo lo que he hecho en esta vida en agua de borrajas. Yo iba allí con mi libretita, que la compré en el chino todo a un euro, más contenta que una niña. Volvía a ser la niña aplicada y estudiosa que nunca fui.

No escribo del todo mal pero el profesor me hacía unas críticas destructivas. Tenía una mente calenturienta y perversa y en todos mis poemas veía él una falta de sexo. Todo lo relacionaba con la sexualidad, parecía Freud. Yo creo que era que estaba un poco enamorado de mí, no de mi físico claro, sino de mi personalidad tan sensible. Y como no le hacía ni caso se metía conmigo. Era borde y me daba cada hachazo… y yo no iba a ir para que me humillara aquel señor. Y además los ejercicios que hacíamos eran idiotas. En nombre de la creatividad se escriben auténticas chorradas y todo eso de la escritura libre, vaya diálogo de besugos. ¿cómo se va a sacar un poema bueno de juntar palabras así por juntar o de continuar un poema donde lo acaba otro? A mi todo eso de las vanguardias, qué quieres que te diga, me parece un engaño y una burla al Arte con mayúsculas. Te ponían en un vaso papelitos y había que escribir poemas según la palabra que te tocara. ¿éramos niños retrasados o qué? Así que lo dejé, podría haber sido una gran escritora famosa si me lo hubiera propuesto en serio. Siempre tuve ese sueño y ahora con 50 años cada vez estoy más lejos de él. Se me ha pasado el arroz y es triste reconocer que ya nunca triunfaré.

De niña tenía dos sueños, que se repetían mucho; en uno era una famosa que vivía en una casa minimalista en el centro de Madrid y me sobraban los dineros y era delgada y me invitaban a fiestas y a saraos. Y yo iba allí como una princesa que bajara de las escaleras de su mansión, como Audrey Hepburn en Guerra y Paz, como una Isabel Presley, admirada y envidiada por todos. Y en el otro sueño acababa en una pensión de mala muerte y yo era una vagabunda que recogía cartones para venderlos y rebuscaba en la basura y tenía en la pensión cuatro libros de Nietzsche y regalaba papeles con poemas míos que la gente cogía por compromiso y luego tiraban a la basura.  Ni el sueño ni la pesadilla se han cumplido y he conseguido un punto medio; ser una ama de casa aburrida de todo, en especial del esposo.

Cuando acabo de subir él las escaleras del apartamento abro la puerta, cerrojo de dos llaves. Y mi casa de pronto la odio, porque siempre se repiten los mismos muebles, los mismos objetos de decoración. El hall de la entrada nos lo hizo un decorador profesional. Hay un jarrón chino que trajimos de Tailandia y un zapatero antiguo de madera de caoba. Hay un ropero y un perchero con las gabardinas de mi marido. Al lado esta uno de los dos cuartos de aseo, perfectamente decorado, con tacitas de cristal y para dejar los dientes, un montón de potingues de esos que me hecho, cremas, y lociones, perfumes. Mi marido debería cuidarse un poco más, no digo ser un metro sexual de esos, pero es que a veces sale a la calle mal afeitado o sin echarse el desodorante. Un asquito, vamos. Yo lo tengo todo recubierto con trapitos de ganchillo que a veces hago en mis ratos libre, todo con su posavasos, su mantel, los mantelitos. La sala es grande y tiene una barra americana con bebidas, para hacerme yo mis gin-tonic cuando organizo fiestas los sábados. La tv lo preside todo y luego un sofá de leopardo que me regalaron mis tíos cuando me casé. Y alguna baratija traída de nuestros viajes, un arco con sus flechas y unas mascaras que traje de áfrica o un biombo que compré en un mercado de Tokio. También tenemos un loro de barro colgado, en sustitución al loro que teníamos y que se nos murió. Pobre lorito, se llamaba Lorenzo y a él le contaba todas mis cuitas. Cuando hacía las tareas de la casa, antes de que subiera la vecina, era el único que me escuchaba mis problemas, aunque no podía ayudarme, pero a veces repetía lo que yo decía y eso era mejor que ir al sicoanalista ese, al que también fui, porque entonces te volvías a oír lo que habías dicho y este dejaba pensativa, reflexionabas, las cosas no eran tan graves como parecía. Hay una alfombra con figuras geométricas, líneas y rayas, y la pared está aún con gotelé, pero todo estampada con papel de flores. Luego hay un butacón que es donde se sienta mi Paco a fumar el puro y leer el periódico. Y hay una salita pequeña que es la biblioteca, todos los libros que hay ahí son míos porque Francisco no lee, y está el despachito de Paco, que lo uso yo más que él. Tenemos una pequeña terraza que casi no la usamos, algún domingo hemos comido en la mesa de plástico de la terraza, pero estábamos muy constreñidos. El resto de la casa lo conforman dos habitaciones, una la compramos para Rosa y el otro es nuestro dormitorio. Un enorme crucifijo está sobre la cama de matrimonio, fue idea de mi marido. Los cojines son de la india. Los cuadros del pasillo y de las habitaciones son de mi madre que le dio por pintar en su vejez, cuando más dulce era conmigo y alguno también es mío de cuando me daba por ser artista e iba a ese taller de dibujo.

Soy un fantasma, una muerta en vida, una mística Ofelia que constantemente se renueva, se reinventa, resurge de nuevo a la vida... subir, bajar.... bajar, subir... La vida son golpes y alegrías y altibajos emocionales, hoy estas bien, mañana fatal. Esta hipersensibilidad destapa mis carencias afectivas y soledad. No sé si es una falta de serotonina y creatinina, pero ni el prozac ni el Platón ni el Bucay me calman... soy una triste mujer de sombras, una lunática. La luna serena sale e ilumina el cielo. El doctor de la seguridad social me receta pastillas. Estoy cansada. Me duele el cuerpo, me duele todo. Me da miedo la vida y no me siento a gusto con mi cuerpo, demasiado gorda. No sé lo que quiero. Leo una novela en la sala de espera. Las señoras cacarean. No las miro, me llevo las manos a la cara y lloro y asiento cabizbaja, callada, sintiéndome perdida y triste. Estoy sentada en una silla de la sala de espera del psicólogo. No me quiero a sí misma, o me quiero demasiado o no sé, no quiero pensar, así es mejor. Cuando lloro a veces me obligo a sonreír. Si mi padre me pegaba no es una vergüenza, que se avergüence él. Me repito como un mantra que no tengo culpa y eso calma mi neurosis. De niña leía a las hermanas Brontë y quería encerrarme en un sitio donde no me viera nadie. Esconderme en la carbonera como la cenicienta. Cuando estudiaba medicina quería esconderme abajo, en la sala del laboratorio, y que no me viera nadie. Mi abuela decía que me paseaba por la casa como un fantasma metido dentro de una sabana. Y en mi cama hacía el cine de las sábanas blancas. Me llaman cabeza loca o loca a secas, de niña alma de cántaro. No confío en nadie. Mi padre sentía deseos sexuales, pero me negaba su cariño. No quiero que me compadezcan.

Recuerdo la otra noche cuando bajamos del hotel porque no podíamos ninguno dormir y bajamos a tomar una última copa que nos adormilara. La camarera, sonriente, nos sirvió una copa de champaña francés. La camarera era una muchacha joven y alemana de dentadura blanca, con su pelo rubio y rizado. ¿recuerdas? La niña sabía muchos idiomas. Nos contó que hacía tres meses que trabajaba en marina Dor. 

Tú te levantaste de la mesa y la preguntaste si acaso sabía de arte. Para ti todas las rubias son tontas, todas Marylin, y todas las modelos son a la fuerza unas incultas... ¡Aich, los hombres....! ¡¡El cielo nos vamos a ganar nosotras, las mujeres que todo nos callamos, que todo lo insinuamos, las mujeres que danzamos con lobos...!!. Y la niña, tan digna ella, te preguntó a ti si sabías hacerte un cubata. Te abrochaste el nudo de la corbata y te sentiste herido en tu orgullo, querido. Aquella noche me hiciste el amor con furia, con una fuerza que me dejaba “anonadada”. Fue algo violento y animal que me recordó las palizas de mi padre. En el bar te rocé el pantalón con mi pie. Luego clavé mis uñas de color morado en la bragueta de tu pantalón. Aquella noche en Marina Dór, José Luis Moreno armonizaba la velada... ¡era todo tan “onírico”!... Como sueño de una noche de verano, querido, como sueño de una noche de verano, me repito. Estaba cansada de palabras, me tenía rayado que los hombres siempre nos expliquen las cosas. Pero aquella noche no hablaste y fuiste mi juguete sexual. Tu boca era un caramelo derretido entre mis dedos. Tenías los ojos llororos como de hombre sensible que no eres. No sé que vi en tus dos ojitos, luceros de acuario celeste y ambarino.Escribo porque esto de insomnio, no soporto estas noches, ¿saben?, estamos en pleno Agosto y la pared chorreando sudor, ¡vaya grima!, estoy harta del camisón azul, me lo he sacado a tirones, de la rabia que tengo. Lo he tirado por la ventana, no puedo más, no sé que me pasa. Esto es horrible. Creo que me estoy volviendo loca. Y no, no me ha pasado nada en concreto. Me asquea que te tenga que ocurrir algo concreto para estar así, llegará el día en que nos prohíban llorar sin un motivo concreto, pues mira, ahora estoy llorando, así, sin más, sin que se me haya muerto nadie, y las lágrimas se me derriten de calor en ríos de rimel, ¡vaya careto de payasa que tengo!, como de vejestorio desmaquillada, se me ha caído la cara de vergüenza, me la tragó la tierra, se me ha caído la máscara que me pongo, siempre sonriendo al mundo, mi carita de niña buena la ha ido desgastado el tiempo, estoy hasta los mismos ya... perdona, debería de calmarme, siempre me han dicho que escribir cartas te serena mucho pero a mí me está creciendo la mala uva, me inflama el pecho, se me agolpa en la boca un mal vahído... como si te fuera a vomitar mi vida, así, sin más, mi vida que es un vomito... hija, que quieres, ya me perdonas el lenguaje, pero es que estoy atacada de los nervios, me voy a calmar y sigo, vale?, lo siento, mona, en seguida se me pasa. Hoy parecía que iba a ser un día especial. Me he levantado con los dos pies, ni con el derecho ni con el izquierdo, sino ambos que es lo que uno hace cuando ha puesto mucha ilusión en el nuevo día. Me levanto de sopetón, pum, en un golpe seco, me enchufo a Vivaldi y ese optimismo que te saca, ya sabes, me preparo una limonada... en fin, que ya me había hecho a la idea de mi soledad y me disponía a disfrutarla porque esto de vivir sola es todo aptitud. Me he tomado el desayuno y ha sonado el teléfono. - buenos días, soy la madre de Rosa, Rosario, quisiera hablar con usted, mejor nos citamos en la librería.-

Aquella tarde hacía un sol esplendido y todos vieron a Rosario entrar furiosa en la librería, llevaba bolsas de la compra asidas en cada brazo y una cara de perro rabioso, de rottwailer. Los muchachos aquistados en la esquina fumando sus pitillos quedaron asombrados de ver a Rosario con tan mala uva, cómo entraba a amonestar a la librera, que asustada miró hacia el cielo como pidiendo una explicación a un dios inexistente.

-usted está pervirtiendo a mi hija con todos esos librajos, esas canciones de hippies que la vuelven a una loca la cabeza, esos consejos de chamán y muerto de hambre y esas canciones de la luna- le espetó Rosario la madre de Rosa.  

-no la consiento que me hable así, esta librería es un sitio muy decente, nunca se ha visto que entren señoras a montarme el número, aquí todos somos personas de pro.- contestó con exabruptos Socrata la librera.  

Aquellas dos víboras se enzarzaron en una discusión interminable, parecían dos arpías o dos áspides dispuestas a soltarse el veneno la una a la otra, nunca se sabía cuando la una iba a morder a la otra.

CAPITULO IV RECUERDOS DE OTRA ÉPOCA

Rosa la platonica vestía chupa de cuero y frente a aquellos desarrapados hippies iba de dura, se había quedado anclada en el rock and roll de la movida madrileña, la decían. Conducía una hardley davison y consideraba a toda la comuna hippie una panda de afro- gays blandurrios. Fumaba cigarrillos americanos, rubio, y solía salir a veces con un grupo de antimilitares que sin embargo, paradójicamente, iban vestidos con cadenas de hierro y esvásticas nazis.  A Rosa le encantaban en aquella etapa de su vida las novelas formativas o de iniciación, sobretodo Herman Hesse y todo aquello. Y leía libros de la universidad de Chicago o de la de Frankfurt y estudios sicológicos sobre la “empata” y “simpatía” como forma de interrelación social. Buen rollito, paz, amor, en eso se resumían. Hacer amor y no guerra. Y leía a Eric Fromm y tenía la tienda de acampada llena de pósteres de sus ídolos. Llevaba en la cara pintado un sol y una luna, uno en cada papo y empezó a interesarse por el esoterismo, la nueva era, aquella nueva ola de magia, quiromancía, astrología y demás ciencias ocultas que tan de moda se estaban poniendo. La India estaba de moda, y ella llevaba un punto indio en la frente, y se lamentaba, mientras fumaba en pipa, de toda aquella pobreza, del sistema de castas y demás. Todos se pasaban la pipa de la paz, como los indios cheroquíes, y entre toses reflexionaban sobre Vietnam y todas las guerras  internacionales de los EEUU.

Rosa empezó a vestir pareos, faldas gitanas y a ponerse fulares naranjas. Había un tipo, en la comuna, que se hacía su propia ropa, imitando a Gandhi. Aunque le salían unos trapos un tanto horteras, en opinión de Rosa. Ella con cualquier cosa se arreglaba. Se ponía en la cabeza una visera parisina y unas sandalias en los pies y luego una muselina opaca tapándola el resto del cuerpo.  Algunos llevaban gasas trasparente y había quien se paseaba desnudo por el campamento pero Rosa tenía aún pudores y prejuicios de pequeño burguesa. Después de todo su familia la mataría si la viera ahora tan suave, tan liviana y ligera, se sentía flotar, levitar... Y cuando leía la bola de cristal o echaba las cartas a Ricardo sentía que verdaderamente estaba entrando en trance. Como las místicas, como santa teresa.

Igual que de niña, Rosa sentía que podía hablar con Dios. no el Dios de la iglesia, por supuesto, sino su propio Dios, un Dios personal y mágico, interior, sólo para ella. Nada que ver con el dios institucionalizado de su madre Rosario, cargado de mil barroquismos, mentiras e hipocresías.

 Rosa tenía un aura blanca, un aura de inocencia, vestal o sacerdotisa india, piria griega; podía comunicarse con el inconsciente colectivo, escuchar la voz de la Conciencia Universal. El alma hay que cuidarla, y no perder. Se ponía ciega a coca, esnifaba las rayas con un canutillo de papel, o se tomaba alguna pastilla de LSD, se sentía “viajar” y el viaje la transportaba hasta otro mundo, un mundo sicodélico,  claro que a veces la daba el mal viaje que la ponía de bajón y la hacía lamentarse toda su existencia e incluso insultar a todos los miembros de la comuna. Había peleas continuamente en la comuna, aunque por la noche todos acabaran perdonándose entre sí, dándose la mano y confesándose entre risas y besos que siempre habían querido ser como Jesús. El guía del “viaje” de LSD de Rosa era el propio Ricardo. Él sabía cuanta dosis le hacía falta porque había que tener cuidado con ella, ya de por sí era tan fantasiosa y alucinada que sí se pasaban podía acabar totalmente esquizofrénica.  Mucha gente había acabado colgada de tanta droga pero el secreto estaba en el uso y no en el abuso, se decían. No había líderes en la comuna porque pretendían funcionar de forma anarquista, cada uno a su bola, y se reunían en medio del campamento cada noche y allí, frente a una fogata, repasaban lo que cada cual había hecho a lo largo del día.

 A Ricardo le habían aceptado porque su lema era tolerancia hacía todos, cuantos más mejor, pero enseguida Ricardo, llevado por el afán de protagonismo y la voluntad de poder, había querido mandar sobre todos ellos. Trataba a Rosa como un gallo a su gallina, y esto a Rosa le contrastaba mucho a como le trataban el resto de chicos y chicas. Todos respetaban que ella se abstuviera en las relaciones sexuales y que quisiera irse incluso cuando hacían algún acto carnal, la trataban con amor y afecto, como se hubiera tratado a una niña pequeña, sobretodo Ricardo, que parecía ya su “madre”, la madre que a Rosa siempre la había faltado.  Sus amigas intentaron apartarla de él porque sabían que no era un tío legal, no era de fiar el tal ricardo. Aunque era un pintas enseguida enamoró a Rosa.

Y Rosa a su vez se volcaba en todos, intentaba ser todo lo empática y flexible que decían aquellos libros de autoayuda aunque a veces la saliera el mal carácter de su padre o empezara a lamentarse de todo, a anegarse en la tristeza, como le pasaba a su madre. Su madre nunca la dio afecto ni cariño porque estaba metida en su propia burbuja, en su mundo, estaba frustrada porque su cuento de hadas y su matrimonio hubiera acabado como había acabado, en unos malos tratos y un infierno de los otros que tenía que seguir tragando para que los demás no dijeran, para que su propia familia no dijera “te lo advertimos” o “sabíamos que no eras capaz de elegir nada bien por ti misma” A su madre había que entenderla en su contexto, decía Rosa, como si su madre fuera alguna especie de filosofa metida en su contexto- casilla y no una persona de carne y hueso de la que Rosa nunca se había preocupado realmente lo más mínimo.    Aquella noche, al liarse con Ricardo, repetía el error de su madre y además siendo consciente de que lo hacía, de que obraba mal. No es verdad que no pudiera resistirse, que los ojos de Ricardo le atrajeran hasta el punto de perder el control de sí misma. Ella sabía que nunca había perdido el control sobre su cuerpo, a veces incluso represivo, y que a Ricardo le dejaba hacer dentro de ella esperando un cariño que ella sabía que nunca le daría.

Ricardo, el novio malo de Rosa, la hacía el amor con fiereza, mordía su camiseta y sus pezones, sostenía su cabeza entre las manos y la obliga a chapársela aunque a ella le daba mucho asco. El era un sádico y ella una masoquista, lo sabía, Rosa sabía muchas cosas, demasiadas, había leído demasiada sicología.

Y demasiados libros para mayores leídos cuando no convenía, a edades demasiado tempranas. Libros rojos, prohibidos.  Rosa sabía lo que se hacía entregándose a aquella relación en que él la vejaba, la agredía incluso, la trataba despectivamente... pero es que Rosa no se quería así mismo en absoluto, se menospreciaba y se echaba así misma todos los sentimientos de culpa que lastraba de su traumática infancia. Sí, era un caldo de cultivo muy rico para el psicoanálisis, pero aún sabiendo todo esto.. perpetuaba en su victimismo.  Después él la abandonó dejándola embarazada, como era de prever. Ocurrió una noche en que él se largó, sin más, sin dar explicaciones a nadie, en su hardley davisón. Arrancó y se las piró. Y la moto se pierdo en el horizonte de un sol anaranjado sobre un campo de amapolas. Y Rosa quedó llorando, lunas y lunas, lamentándose de su existencia, odiando a sus padres, así misma, a aquel niño o niña, hijo de la luna, hijo del diablo y el now que llevaba en sus carnes.

Ya lo creo que pensó en Londres, en abortar, e incluso visitó al chamán de la comuna, un tipo loco con el pelo rojizo y revuelto a lo vanth goth que conocía todas las plantas y ungüentos, como un celestino o un brujo de cuento. Aquel tipo podía haberle quitado al niño de encima, un problema menos, pero algo en sus manos callosas, en sus brazos venosos, en su aliento de rata y en sus ojos de rana fumada le hicieron desistir de tal propósito. Estaría loca sí dejaba su vientre en manos de aquel alucinado. Desde que se supo embarazada se convirtió en más mística, pero esta vez no abrazó las religiones new age de forma superficial, en su apariencia, sino que devoró todos los libros que llegaron a sus manos y además empezó a practicar actos litúrgicos.

Cada noche se bañaba desnuda en el lago, baños de luna, decía ella, invocando a la gran diosa y pensando que la naturaleza era siempre femenina, en contraposición a la civilización que era masculina y falocratica. Un mundo hecho por hombres, por científicos, políticos, intelectuales, hecho sobre el vientre de la Gaya Tierra, de la Madre Gea. Así sentía Rosa el error de la humanidad. Como el mundo de Sofía.  Ella debía ser femenina y renunciar a la voluntad de poder del hombre, a eso le obligaba el súper yo, los demás. Debía ser pasiva como es pasiva la corriente de un río, como es la fuerza natural de los elementos. Vieja sirena.  Rosa se hacía más panteísta cada día que pasaba. Veía a su Diosa Madre en toda la naturaleza, era el orden natural la solución a todo el caos y desorden de los hombres... pero ese retorno al entorno natural sería demasiado anarquismo, sería volver a cuando el inocente y buen salvaje niño se enfrentaba a las tormentas, a las cascadas de los ríos, sin intentar imponerse sobre ellos, sino adaptándose él a esa naturaleza. (y no adaptándola a su mentalidad adulta)   Todo esto pensaba por aquel entonces Rosa, que quería un mundo nuevo, un mundo mejor para su niñita, un mundo donde la palabra “hambre”, “miseria” “guerra” y “dolor”” fueran terminantemente borradas, no del diccionario, sino de la realidad.    Ella buscaba siempre lo leve, lo Light, la paz universal, la creatividad, armonía, buen rollito. En lo que más creía era en el amor, el amor universal.

Rosa no había hecho concesiones en su vida ni renuncias, seguía manteniendo el espíritu juvenil y vital, lleno de ilusión, había logrado conservar su imaginación y su inocencia, y una forma mágica, romántica, especial y diferente de contemplar el mundo. Rosa  educó a su hija Virgo según los nuevos métodos educativos, según las escuelas sicológicas que postulaban una educación sentimental. Era madre soltera pero ella misma funcionaba como padre y como madre, y cuidaba de su hija como de una leona, nada quería más en el mundo. Jamás pegó a su hija, ni siquiera la dijo una mala palabra, casi nunca discutían, sólo establecían dialécticas intelectuales de tú a tú, de igual a igual, y además ella era la mejor “amiga”, la coleguita de su hija.

Virgo se educó en este clima de amor y paz, jamás conoció las cosas malas de la vida que su madre había vivido (al abuelo lo mataron en la guerra. A Rosa la violaron. A Rosa muchos hombres la hicieron daño en el corazón) Virgo nunca tuvo las esperanzas de cambiar el mundo que tuvo su madre. Nació en los 90, en un mundo mucho más pragmático y materialista, donde sólo importaba venderse bien, la oferta  demanda, el entrar y meter en la bolsa, el out put, in put economicist.  La gente de la edad de Rosa no pretendía cambiar nada porque nunca había tenido necesidad de cambiar nada. No habían conocido el sufrimiento y por eso parecían a veces insensibles, sin sentimientos, sin sangre en las venas. En el colegio a Virgo le pareció que todo era frío y automatizado, mecánico. Las personas se comportaban hipócritamente, con falsedad, dando su mejor cara y luego traicionándote a la espalda, dándote por atrás como serpientes sibilinas que siempre hablaban mal de Virgo. A la gente le gusta rumorear, hablar por hablar, trasmitir información. Virgo había sufrido mucho en la escuela por ser diferente. Estaba en el centro de muchas conversaciones y siempre se sentía observada, juzgada, por los demás. Sentía a los Otros como una presión, un determinismo social que la impedía ser realmente ella misma. o quizá realmente el infierno fuese ella misma. Es difícil de explicar. Virgo tiene cara inocente. Y a todos los chicos les entran ganas de corromper esa inocencia bella de su cara. Hasta cuando Virgo llora es bonita porque se le forman bajo los ojos rayitas y cuando tiene insomnio las orejas o los hoyuelos la dan un aspecto de inocencia decadentista, de musa prerrafaelista o de mujer fatal.

Un día Virgo decidió ir a conocer a su padre. Lo primero que hizo fue ‘preguntar a los antiguos amigos de su madre, los que habían vivido con ella en la comuna. Pero Ricardo no llevaba móvil, al menos en aquella época. Visito incluso a la madre de Ricardo que vivía en una casa a las afueras del pueblo. La madre poco sabía de su hijo. Vivía encerrada en sus cuatro paredes y le sirvió a Virgo unas madalenas mientras repasaban juntas el albúm de fotos. Había fotos de su madre, de  Rosa, y también de otras amantes de Ricardo. Virgo llamó a todos los teléfonos de las amantes de su padre, imaginando como amó su padre a cada una de ellas, a cada cual de distinta forma. Pero la mayoría de teléfonos la daban comunicando o al otro lado salía la voz de una señora en edad adulta que ya había olvidado, nacemos para olvidar. Sólo consiguió contactar con una chica que decía saber donde se encontraba su padre. Había sido su última amante, cuando Ricardo había entrado en su declive, toda la droga que tomó de joven le había pasado factura. Ahora tenía Alzheimer y vivía en una residencia de ancianos, aunque él no era excesivamente viejo. Rosa fue a visitarle. Las enfermeras le sacaron de su cuarto. Era la hora de la merienda, del café, y después de tomar un café en un vaso de plástico, Rosa y su padre pasearon por el jardín. Era inútil, no podía sacarle ninguna información a aquel viejo, ya nada recordaba, la lava del olvido ardía en él. Virgo abrazó a su padre, llorando, preguntándose por que lloraba, lloraba por un padre que no la recordaba, que no la reconocía, que nunca se había interesado por ella, por un padre que la había abandonado de bebé. Pero Rosa lloró aquel día, un día en que la lluvia la acompañaba. Y cuando volvió a casa no comentó nada a su madre. ¿Dónde has estado, hija? He estado visitando el pasado, pero ya el pasado no interesa a nadie, el pasado se olvida. Es verdad, hija, apenas me acuerdo de mis tiempos en la comuna hipie. Siempre topo con los recuerdos que no quiero invocar, pero a veces el pasado golpea la puerta, tú haces como que no has oído el timbre pero ahí sigue, el pasado, detrás de la puerta. Es tan doloroso olvidar….

Y  me olvidarán. Dará igual cuantas pataletas haga escribiendo, desnudandome emocionalmente, haciendo esta pornografía de mi misma, porque de lo único que estoy segura es de que me voy a morir, tan cierto como que tú lector lo harás, y entonces ya no podremos hacer nada, nos olvidarán. En esto pensaba Virgo, porque ya tenía una edad en la que una alcanza la madurez, y piensa en estas cosas cercanas o lejanas de la muerte y la vejez.

Llega una edad en la que temes perder el hilo argumental de tu propia historia. Por eso hay que centrar esta historia en un tiempo concreto de los años 80, en unas calles concretas como son las de Malasaña, en este espacio de Madrid donde Socrata la librera montó esta librería sin ayuda de nadie. Se acababa de separar del esposo, al principio era divertido que la comprara ropa y pasear por las grandes ciudades, pero a la larga toda relación acaba hastiando, uno tiene ya una edad en la que es dificil rehacer sus vidas, uno se aburguesa y coge manías y es dificil encontrar una persona afín, la medía naranja dichosa, con la que compartir estas manías. No, no tenía a nadie en esta vida. Su padre había muerto ya mayor, y por cosas de la edad y la demencía senil ni se acordaba de su hija, despues de insultarla y llamarla pérdida, de vida insoluta y otros disparates por el estilo. Tampoco tenía novio, ni amante, y había contratado a esta chica joven porque le alegraba la vista ver cómo las nuevas generaciones ocupaban su puesto y sacaban a regenerar el negocio, además Rosa la platonita no la cobraba mucho, hacía esas funciones por amor al arte, y qué mejor encargada que esta niña letra herida, esta rata de biblioteca, que en sus ratos libres leía filosofía de Platón, o de Socrates, o de Aristoteles, y hacía de negra para varias editoriales new age. Rosa había estudiado periodismo para poner algo en la solapa de esos libros que nunca escribiría, pero estaba en paro desde hace mucho tiempo, quizá toda la vida. Recordaba mientras pasaba el polvo de la pequeña librería aquellas fiestas en el sur, en la costa levantina española, y aquellas comunas hippies donde conoció a Ricardo, el novio malo, y donde leyó y releyó libros de hippies y fumó la pipa de la paz, y copuló con hippies y desarrapados.

CAPITULO V EL CAFE DEL SOMBRERERO LOCO, EL CLUB DE LAS PERIPATETICAS

Aquella mañana Rosa atendía al público, les recomendaba libros o se los regalaba con una bonita dedicatoria. Estando ambas en la librería irrumpueron unos camilleros del sistema sanitario hospitalario, entraron dando guerra y con gritos y albahacas, querían llevarse a Rosa, alegando que la chavala era frágil para este mundo y su inestabilidad mental. Los camilleros entran reclamando a Rosa la platonita pero se acaban llevando tambien a la dueña de la librería, a Socrata, ya que la madre las ha denunciado a ambas porque no aprueba el modo de vida que Socrata la está inculcando a su hija. La está reeducando de nuevo. Y Rosario está ya mayor, y no quiere oír nada más de hippies y vidas alternativas. Rosa la platonita está asqueada de la vida, en unos de esos días inciertos y aciagos en que solo quiere prender fuego a la librería y acabar con todo. Echaría una colilla al lado de la estufa, que actuaría como un bidón de gasolina, y todo ardería, y explotaría, como en esas peliculas de acción donde explota una gasolinera entera. Ambas mujeres pasan el día encerradas en la planta de siquiatría del hospital de su localidad, la comida malisima y el trato pesimo, debería denunciarse todo lo que hacen en esos siquiatricos inhumanos. Pero las viene a rescatar, como si de cuento medieval se tratara, un hombre misterioso de serial medieval que no es otro sino Ricardo, el novio malo de Rosa la platonita. ¿qué hace este tipejo aquí, en mi ciudad, cuyo nombre no quise darle para evitar justo esto, que me persiguiera por medio mundo? Pero Ricardo ya no es Ricardo, se lo han cambiado, es otro, es ahora un señor de mediana edad, un madurito como se dice, que trata de rescatar amantes y telefonos y contactos del móvil para así creer que recupera algo de su juventud.

Pero los papeles han cambiado, porque ahora es Socrata la librera la que se siente interesada por este galán como de otra época, de la época de los hippies, ya que tienen parecida edad, y Socrata no tiene muchos pretendientes en su haber, ya que vivimos en la sociedad frivola y superficial en que vivimos. El cortejo funciona lento, paulatino, a Ricardo ya no le interesa Rosa ni la madre Rosario que la parió, nunca mejor dicho. Son dos amigas que con el tiempo se han robado el novio, igual que de niñas compartían libros y cromos y amigas. Socrata se ha enamorado a su edad, porque aún se siente joven y está ganando la batalla a la fribromalgia, al alzheimer y al parkinson. Les ha unido esta mañana rara en un hospital siquiatrico en que dos policias de seguridad las han detenido, y donde la estancia y la comida ha sido pésima. ¡Se podría criticar tantas cosas de estos siquiatricos de tres por cuatro!, pero no malgastemos tinta electronica en regodearse de un tema que solo hablar de ello crea más estigma social. ¡cuánta diferencia entre la época luminosa, colorista y hippie que vivió Rosa de niña en el sur, riendo y comiendo aceitunas y cerezas, con su madre, y la realidad triste y opaca de un plato de alubias en el siquiatrico de la esquina!

Socrata se besa con Ricardo, como si fueran niños, y ella, una persona ya mayor y llena de arrugas, vuelve a sentir el alborozo de cuando niña, la alegría y el jolgorio de los enamorados en la primera adolescencia, cuando los jovenes se pasan ripios mal escritos y puberes en los pupitres. Entonces aparece en escena Rosario, tambien una señora ya de una edad cogida, con esos ademanes de señora mayor que a todos llega, y las sorprende a las dos con el odiado Ricardo. Al final se van los cuatros a tomar un café al bar colindante o paralelo a la librería. Un camarero, pero moderno, no de los de lévita, les sirve un café humeante que los cuatro degustan de diferente forma. Rosa, muy nerviosa. Rosario, muy segura de sí misma. Y Socrata indiferente, como si esa reunión social con su enemiga, su empleada, y su último amor de senectur fustrado, no fuera con ella. Ricardo ni siquiera pide café, solo té, con pastas. Las cuatro parecen fantasmas, las cuatro parecen sacadas de un comic, o un tebeo de los de antes, más caricaturizadas que retratadas. En cuanto a la caracterización de los personajes…sólo unas líneas. Rosario va con los rulos, con la permanente hecha, con un vestido de satén rojo, que parece robado a la abuela. Rosa aparece en el cuadro impresionista de esa mañana en el café con sus pintas posmodernas de periodista frustrada. Socrata va vestida de cualquier forma, tampoco le da mucha importancia al vestir, para ella lo importante en ese momento es que Ricardo la dedique una sonrisa, sólo una, que la recuerde que aún es joven y está abierta para el amor, para las relaciones polisexuales como dicen las jovenes de ahora, por ejemplo Rosa la eterna estudiante sin trabajo. Ricardo viste una chaqueta de armani, y lleva unas gafas de sol Gucci, para disimular las ojeras y los oyuelos que sin embargo le hacen tan atractivos.

¿de qué hablan? De cosas intrascendentes. Rosario las quiere denunciar, a su hija por malos tratos, por pegar gritos en casa, y escaparse cuando no hay otra salida. A la librera, a Socrata, por tratar de pervertir a su inocente hija. y Ricardo quierer denunciar al siquiatrico porque se las han llevado sin motivo al manicomio improvisado del hospital. Hablan del tiempo, de viajes, de la vida, de recuerdos, de tardes en Tunez con el sol dorandolas la piel. Improvisan un accidentado taller literario en este café, donde Rosario la aristotelica parece la más cuerda por defender valores inmortales, costumbristas, anticuados. Y donde su hija parece el sujeto más frágil. Solo a Socrata le interesa la literatura, hacer un pasa pasa, conseguir un poema de todas y de Ricardo como seña de identidad, como poema de amor que acariciar y llevarse a la cama. La sensualidad cede paso al erotismo. A Ricardo solo le preocupa mirar el escote de su ex novia, Rosa, no enfadar con ello a su madre que observa celosa la relación del don juan con su hija y su enemiga. Robarle una sonrisa de complicidad a Socrata. Cada uno cuenta su historia. Tienen miedo estas cuatro personas de acabar en un siquiatrico, o en un asilo, pero esta vez eternamente. ¿y quién escribirá su historia entonces? Se las olvidará, no pasarán a la historia, pero esta tarde en el café si se inmortalizará, como en un cuadro impresionista con miedo a que pase el tiempo.

Al final se hacen todos amigos. Se van pasando los apodos los unos a los otros. Socrata en realidad no se llama Socrata, se llama Carlos, se llama Felicidad, se llama cualquier persona amante de los libros que se dedica modestamente a ello. Pero se ha ganado este mote o este apodo porque Socrates fundó la filosofía moderna, con esa filosofía undergroup para la época, que nos puede recordar la época hippie de Rosario y cómo educó a su tierna hija. Socrata es ácida, ironica, transgresora, irreverente y contestataria a su forma, quiero decir, a su edad. Representa la vejez que quiere ser joven, mejor dicho, que quiere ser eterna, no morir, perpetuarse, no caer en el olvido, hacerse monumento como las letras, y a poder ser enamorarse de efebos y jovencitas. Porque Socrata siente una pulsión sexual muy fuerte por su empleada, por Rosa la platonita, que puede esconder cara a la galería a los demás pero que no puede ocultarse así misma. Y tambien siente una tensión érotica no resuelta por el joven-viejo-.maduro Ricardo, aunque Rosa la platonita, está ya escaldada de este galán de tres al cuarto, que solo le ha hecho daño a ella y a su madre. Rosa la platonita se ha ganado este apodo por su candidez, por su inocencia y su platonismo, por su juventud, por ser discipula de Socrata, por haber estudiado periodismo, por encontrarse en paro, por haber querido fundar esta academía de pequeños filosofos en paros allí en la librería, en las aceras paralelas a la casa donde habita con su madre, en el muelle de Marzana. Es un ágora improvisado, es un gineceo solo para tres mujeres filosofas, que como no han encontrado trabajo, se dedican a filosofar y pasar el rato, el tiempo muerto, el spleen, la desidia de los días y sus afanes.

Y por último Rosario, la señora madura, que como Aristoteles se ha arrepentido de esos errores de juventud, como San Agustín despues de embarazar a su mujer africana y dejarla un hijo sin recursos. Rosario representa la templanza, lo comedido y lo correcto, por eso, y por defender el punto medio, se ha ganado el seudonimo de La Aristetona.

Este cuento largo no llega a ser la novela corta divertida que pretendía, pero he quitado mucha metaliteratura, aunque quisiera que fuera una novela que hablara de novelas, la única referencia a la cultura que podemos rastrear es la referencia a estos tres filosofos, discipulos y maestros entre ellos, pues mi intención era volver a los tiempos actuales y posmodernos la eterna reflexión sobre los libros, la vida y sobre todo, por desgracia, la muerte y el olvido. Puede quedar aquí, en un final abierto, ¿qué será de estas tres excentricas mujeres?, ¿Las ingresarán definitivamente en un siquiatrico?, ¿harán un trio de políamor con el viejo-joven galán Ricardo? ¿firmarán las paces fumando la cachimba de la paz y bebiendo sus cafés y tés al lado de la librería colorista y futurista?, o por el contrario…¿se engarzarán más en el eterno pique dialectico como tres niñas enfadadas con el mundo? Ricardo ha tenido una idea, fundar una reunión de filosofos en la librería, para conversar sobre lo divino y lo humano. Y les propone algo más jugoso, escribir un libro con total verosimilitud sobre los años 70 y 80, la época que los cuatro han conocido, cuando corrían de los grises, y escuchaban músicas francesas y de cantautores, y recobrar así en la polvorienta pero colorista librería aquellos años en que fueron felices, en el sur, comiendo cerezas, sonriendo, amandose….Quizá ese libro que Ricardo tiene en mente ya esté escrito, y sea este, donde he tratado de objetivizar mi propia existencia rememorando las historias que mujeres anonimas de la vida me han depositado, guardo así su legado y espero que los loqueros no acaben y tiren por la borda la vida de estas mujeres, porque, por excentricas que sean, ellas y sus vidas posmodernas, tienen derecho a vivir una vida anonima, alejada de los manicomios y los loqueros. La librería, en la calle Marzana, es el lugar de encuentro o lo será, para estas filosofas de la vida frenetica actual que añora la de los 80. Y un lugar tambien para rescatar de la memoria aquellas reuniones peripateticas de filosofos. Y es que…¿Dónde encontrareís más filosofas que este trío calavera de Rosario, Rosa y Socrata? Las tres han conocido el amor, las tres han sido engañadas-seducidas por el lobezno Ricardo, que, ahora, disfrazado de editor, las ofrece la oportunidad de contar su historia. Hoy, para no caer en el olvido, han fundado el club de las peripateticas.

 

 

 

 

 

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