Otro año más san Valentín. Ya sabemos: el amor es
un convencionalismo cultural, un invento del corte inglés y de cada cultura,
una ¡mentira!. Pero los animales además de sexo sienten amor, aunque no de
forma tan artificial como nosotros; el amor rosa pink y cursi y el amor negro dark, (hasta que la muerte nos
separe o más allá de la muerte). Y es que aún vemos el amor artificialmente
como en el romanticismo, esos suicidios en masa imitando al joven Werther. Para
Madam bobary, (con su locura no lúcida) el amor era algo mental. El
romanticismo ha hecho mucho daño (aunque como movimiento esté bien, igual que
un ateo disfruta del románico) Flaubert nos retrata una Enma de la que sus
amantes se ríen y aprovechan sexualmente, una iluminada que cree que el amor es
lo que la enseñan esas novelas mentirosas. El materialismo dialectico y
estructuralista de Marx considera el romanticismo una enfermedad burguesa. Fuera
o no delirio nos ha dejado grandes obras, como las del perrafaelismo.
Los matrimonios cada vez duran
menos. Al sistema le interesa cierta promiscuidad sexual relacionada con el
consumo pero también los mensajes subliminales de las canciones pop pues con
esa mentira llamada amor se contratan los matrimonios, pactos económicos. Y la
sumisión de la mujer en espera del príncipe azul que sale sapo verde con la
falsa ilusión de que es eterno (al menos mientras dura).
Otro pacto, este más liberal, fue el
del amor libre de Sartre; dos personas adultas experimentando. Pero el sexo por
el sexo acaba cansando y nos dan miedo las enfermedades.
En la obra el Gran Hermano de Orwell las
relaciones sexuales intelectuales son canalizadas por el sistema. Un filósofo
se frustra porque para él el amor es intelectual-uránico pero para su amante es sólo sexual-pandémico. Ella se siente una Marilin Monroe que no llega a la
altura de su Arthur Miller. Él “Pastor” y ella “neumática” (flexible, sexy).
Muchos hombres ven en la mujer sólo un coño por muchos másteres que tenga. Se
ha educado a la mujer para casarse con el novio rico de las novelas de Austen.
Culturalmente ella busca protección y casamiento y él desfogarse. Ella se
somete a él, en la cocina y en la cama.
Asociamos el amor a lo
trascendente y no aceptemos lo inmanente; tirarse un pedo en el final de
Casablanca. No podemos separar la concepción del amor de la última canción
escuchada. Necesitamos que las palabras adornen este contrato de besos. Las
novelas acaban con un final feliz, los dos casados, pero en nuestra realidad
-más prosaica-, la mujer nos reprocha dejar la tapa del wáter levantada. Se oye
el vals de Bartholdy y los novios comen perdices aún a riesgo de empacho. Bodas
concertadas, impedimentos sociales, así era el amor en el barroco. El amor
romántico rinde culto a la calavera y la mujer era una Ofelia ahogada como el
cuadro de Millet, con rasgos famélicos que más parecían de fantasma, loca, o de
muerta.
Los resentidos del amor
saben que es una mentira y que el poeta finge hasta el dolor que en verdad
siente. Una mentira repetida mil veces se acaba creyendo verdad, repetida ya
desde los trovadores. Necesitamos maquillar el sexo y la continuidad de la
raza. Sublimar lo corporal a lo Freud. Pero también hay parejas sin sexo, que se
aceptan como amigos, estoy pensando en esa película de Barbara Streisard o en
el relato la noche de los feos de Benedetti; dos feos se aman sin verse. El amor existe más allá del sexo, pero sin
censurar este. Pasa con el amor como con Dios, de no existir habría que
inventarlo. Más que platónico resentido
del amor, me siento un plantónico,
al que le dan plantones o un plato único,
que espera al plato fuerte perdiéndose los aperitivos. Sigamos leyendo a los
románticos, apegándonos al masoca valle de lágrimas de nuestra frustración
amorosa. El amor seguirá trascendiendo infinitos, pues los fraguados en el vapor del día a día nos aburren y
necesitamos fantasear, auto engañarnos, seguir sublimando. El existencialismo, fiel
continuador del romanticismo, nos hace al menos ser conscientes de esta ficción
del cine romántico o los Beatles. Soñar sabiendo que soñamos. La locura lúcida
del amor. La Liberalización sexual no ha mermado el romanticismo, siempre habrá
baladas comerciales para seguir extendiendo esta mentira proclamada a voces que
algunos llaman Amor.
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