sábado, 21 de enero de 2017

CRITICA TEATRO; TREN TREBLINKA



Esta obra nos ha emocionado hasta casi llorar, pero con ese lloro en el que se adivina una sonrisa de esperanza en el ser humano. El Doctor y pedagogo Kòrczak fue un maestro de la humanidad y el humanismo. Fue el director en Varsovia de un orfanato de 200 niños. Cuando estalla la guerra los trasladan a un gueto, el paso intermedio antes de llevarles a un campo de exterminio (que no de concentración). El doctor es de esa clase de personas que surgen no se sabe de dónde vienen o cual es la mezcla y el cultivo de donde las han sacado. Es una estrella que brilla con luz propia en medio de la noche del nazismo. Fue un hombre que incluso se negó a casarse por dedicarse al cuidado de sus niños. Este hombre adquirió un carácter heroico. Los niños subieron al tren rumbo a Trenvilka cantando, para demostrar que se puede doblegar el cuerpo, pero no el espíritu. Al final de la obra repite que ha dado su vida por una idea, por un ideal. La interpretación del doctor ha destacado sobre las demás por la calidez de su voz. El actor ha interpretado a este médico y pedagogo que dedicó su vida a los niños. Él creía que a los niños hay que tratarles con respeto, casi como a personas adultas y no infantilizarles. Dejaba hablar a los niños, que le contestaran. Los trataba con ternura y dulzura. En la obra vemos como escenificaban un tribunal, pero para niños. Eran los propios niños los que hacían de jueces, de testigos, de abogados y fiscales. El pedagogo quería implantar una república de niños, hacerles caso, no ignorarles o menospreciarles, no imponer sino sugerir y no castigar sino corregir. El personaje está genial representado, con su dosis de chaladura y de inocencia que despiertan esos adultos de los que nos extraña su ingenuidad, casi de niño. El soñaba con un mundo sin dinero, con cambiar el mundo y con el tiempo se dio cuenta de que no se pueden hacer grandes revoluciones sino pequeñas y de forma paulatina. Él fue un rebelde de niño que lloraba mucho, era un llorica, pero también se reía mucho. Por eso ve en sus educandos más díscolos el sentido de su renovación pedagógica. En un rebaño el pastor va en busca de la oveja descarriada sin descuidar a las demás. Uno de los niños acaba de ver morir a su madre. Ella ha muerto en paz porque ha conseguido meter en este orfanato a su niño. El orfanato del doctor Korczak acoge unos doscientos niños. Además del doctor está la cuidadora Estefanía que los quiere a todos como una madre. no es un orfanato al uso, los niños escenifican el tribunal de justicia y también montan pequeñas obras de teatro. Lo más original de esta obra de teatro es que el público participa. Nos suben al escenario y nos permiten elegir si queremos ver la obra sentados en literas o en las mesas comunales, la mesa de comedor del orfanato. Los personajes actúan al lado nuestro. El doctor se apoyó en mi hombro cuando daba uno de sus discursos. No es lo mismo verlo desde el público que subidos al escenario. Dependiendo de donde nos situáramos veíamos la obra desde una perspectiva distinta, los laterales, el centro. Cada espectador hemos visto una obra diferente, desde un lado distinto. Los actores se van moviendo entre el público. El niño que ha perdido a su madre le roba la carta de amor que otro niño ha escrito a una niña de otro orfanato. La niña le pide que no le escriba más cartas porque se lo han prohibido. El niño es judío. Esta pelea se resuelve en un tribunal entre los propios niños y acaban librándole de la sentencia ante el abrazo de los dos niños. También hay una niña que se enamora del adolescente que toca el piano en la obra. Incluso se ve un acercamiento entre el doctor y la cuidadora. Los niños se suben a sus literas, bajan, se mueven por el espacio. El ambiente es de felicidad y alegría. El doctor canta una nana a una niña que no se puede dormir. ¿y quien podría dormir con la amenaza constante de la Gestapo nazi? El doctor arriesga su propia vida al dar sus mítines en la radio. Los niños también dirigen una revista e incluso montan el cartero del rey de Tagore, una pequeña obra de teatro, con la que intentan llenar de vida unos momentos que anteceden a la muerte. La obra de teatro acaba con el niño muriendo, o mejor durmiendo. Todos temen por sus vidas. El doctor tiene la oportunidad dos veces de salvarse. Y es que fue medico de nazis y profesor de muchos nazis. Hubo una campaña por salvarse pues poseía muchos conocimientos médicos. Los nazis eran monstruos inhumanos pero no tontos y sabían lo que perdían si le mataban y como se haría eco la opinión pública. Existía el pensamiento de ¡qué lástima que un hombre tan brillante sea judío! Pero el doctor, fiel a su propia ética, renuncia a salvarse con un salvoconducto e ir a una casa que le habían preparado. Un hombre ya de su edad, ¿qué culpabilidad arrastraría todo el resto de su vida de haber dejado marchar a sus niños al campo de exterminio? Hay un monologo genial en el que reza a un Dios en el que no sabe si cree. Entre otras cosas le da las gracias por haberle concedido lo que siempre quiso desde niño; dios, dame, una vida difícil pero interesante. Da las gracias por las amapolas, las cucarachas y los pechos de las jóvenes. Arremete contra Dios, ¿no te parece mi oración suficientemente formal? Este hombre escribía todas las noches el diario del gueto. Quería dejar constancia de su labor, y de todas las conversaciones y de todo lo que se habló durante esa triste espera. Y es lamentable que en España no haya una sola traducción de sus más de 23 obras sobre pedagogía; los derechos del niño, la república de los niños…incluso escribió una novela y escribía cuentos para niños, los cuentos del dios Mateito, sobre un reino gobernado por niños. La filosofía de vida que tenía con los niños era no tratarles como a tontos, contarles la realidad como era sin endulzarlas. Y cuando todos saben que van a morir representan esta triste obra de teatro en la que muere un niño. Este hombre incluso aprendió chino con unos niños chinos que acogió en su institución. Hay momentos enternecedores en la obra como cuando los niños preguntan que es la chimenea esa a la que los van a llevar. Cogemos odio al soldado nazi cuando entra con una orden de detención y le dice a una de las niñas. ¿te gustan las adivinanzas? ¿cuál es el sitio que se entra por la puerta y se sale por la chimenea? Los niños se debaten entre las risas de sus juegos y canciones y el dolor de oír entrar a los nazis a romper su magia y llevarlos a la muerte. Hay varios colaboradores a los que el médico hace la pelota por conseguir un saco de harina o de patatas. Todos los niños, la cuidadora y el doctor murieron y nos queda el falso consuelo de que hubo una rebelión en el campo, mataron a algunos nazis y lograron escapar algunos judíos. La obra gana mucha intensidad metiendo al público en el escenario. Por un momento pensé que nos harían desfilar junto a los niños rumbo al campo de exterminio. Los actores no conocían como funcionaba un gueto, pero su interpretación decía lo contrario. Nos hemos creído su ficción. Había público subido a literas, con el momento romántico de juntar sus pies. Una señora con pieles dejo su abrigo en la litera como con miedo a que se la robaran los judíos. Y otra señora colgó el abrigo en la percha que era parte del attrezzo. Éramos 75 personas en el escenario, pero en la versión original todo el público estaba metido en el escenario, había más literas entre el público y no solo en el proscenio. Subir a las señoras a las literas era fácil pero el problema era bajarlas. Había señores de 80 años subidos a las literas. Al acabar la obra todos nos pusimos de pie aplaudiéndolos. En el orfanato no dejaban de cantar. Toda la obra sonaba una polka original de Iñaki Salvador, con el fondo de acordeón doloroso. La nana que canta el doctor y las niñas es una canción tradicional y la que canta la pareja de niños al piano. La letra de la última canción, la que cantan cuando suben al tren, se traduciría en castellano por “vamos a pintar pájaros y cosas bonitas”: Entre el público en una de sus representaciones vinieron polacos a los que la obra emocionó. Una abuela polaca se sabía todas las canciones, y al final de la obra les ayudaba a pronunciar correctamente la canción popular. Esa señora estuvo toda la obra llorando y cantando. La obra nos hace sentir más buenos porque lloramos el genocidio, claro, pero también nos hace reflexionar en que ahora se dan imágenes casi calcadas de aquello y no hacemos nada. Y también es una reflexión sobre la educación. Se educa en conocimientos y no en valores. En nuestra época hay más conocimientos que nunca, no hace falta aprenderlos, los tenemos a golpe de ratón en la Wikipedia, pero se ha perdido la educación en moral y ética. Se ha pasado de la disciplina autoritaria, la disciplina inglesa, del profesor que pegaba con el cartabón en los dedos al pasotismo de los padres y la impotencia del maestro. El profesor no se atreve ni a toser a los niños por miedo a que les denuncien los padres. Y el niño y el adolescente se convierten en pequeños tiranos dictadores. Se ha pasado de un extremo al otro. Y ha subido el bullin y la marginación y el absentismo y fracaso escolar. Se escolariza al niño hasta muy mayor, forzadamente y este se rebela. El niño que no quiere estudiar entorpece el buen funcionamiento de las clases y molesta a los que verdaderamente quieren estudiar. Los padres culpan a los profesores, olvidando que los profesores solo enseñan conocimiento, pero los valores, la disciplina y el sentir ético deberían inculcarlo los propios padres. Estos padres llegan cansados del trabajo a casa y no se ocupan de los niños. Los niños se refugian en los ordenadores y video consolas y va bajando cada vez más el nivel educativo y el cívico y moral. Ya sabemos que el intelectualismo moral de Platón falla y que el más listo no es siempre el más bueno. Esta obra nos reconcilia con la figura de maestro. Y es que este educador quería verdaderamente a los niños pues no dejaba de soñar con un mundo en que gobernase la inocencia. 


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