miércoles, 11 de enero de 2017

OTEIZA

Fue autodidacta en su educación. No quería que le pisotearan su talento en las academias. Era un ancianito lleno de orgullo, ego y sabiduría. Veía la tv, leía periódicos, escribía poemas porque era el arte más barato. Su fuerza nos hace fortalecernos a los demás. Escribió guiones para uno y otro. Su arte no era de débiles o apolíneos. El arte pertenece a los guerreros y atletas, al hombre dionisiaco. Oteiza era esquizofrénico, pero inteligente y sensible. Su esquizofrenia le hizo que relacionara todo con todo; la filosofía, la mitología, el arte, la escultura, la poesía… todo cabía en sus pizarras y sus experimentos con tizas. Nos habla su arte de la colocación de un espacio, de lo lleno y lo vacío, lo cóncavo y convexo, lo material y materico frente al hueco, el vacío de Dios, la religión. Con su arte físico nos habla de metafísica. Con su materialismo se adivina un fuerte espiritualismo católico. Su arte es una salida a la magia, un homenaje a Mallarme, Apollinaire, Verlaine o Rimbaud, a los poetas malditos. Estamos en el hueco vacio, no dentro de la pared. Hay que hallar a un Dios que no existe. Oteiza es existencialista. La materia y el cuerpo, muere, pero el vacío le sobrevive, la energía, el artista no concluye al morir porque su arte le sobrevive. Como en el cubismo, como en el Guernica de Picasso, su escultura está llena de figuras antropomórficas, es figurativo pero también abstracto y metafísico. Es un cristiano de mortificación, creando un mundo religioso metafísico, de sacrifico. Vacía las entrañas del ser humano, las convierte en cóncavo, las llena de un hueco. Uno se queda solo y fracasado ante sus pequeños ensayos. Oteiza se echa a llorar en la Bienal de Venecia. No comprenden al genio autodidacta, al eterno cascarrabias que trasladó el idealismo alemán a la escultura del vacío. Es el padre del arte del vacío vasco. Oteiza toma notas, aislado en Aránzazu, se resiste a fracasar. El fracaso es de los demás que lo han dejado solo al final de su vida. Lo utópico es irrealizable. Oteiza sentía pánico, disgustos, desmayos cuando exponía sus esculturas. Parecen piedras en montón, le querían sabotear la exposición, pero su currículo está limpio de todo fracaso. Oteiza triunfó, al menos consigo mismo, consecuente hasta el final.
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