sábado, 12 de noviembre de 2016

POEMAS DE ÁNGELA FIGUERA


Siempre, cuando me despierto,
sonrío y pienso:
Hoy sucederá algo grande,
maravilloso, perfecto;
hoy se cumplirá sin duda
el más lindo de mis sueños...

Y luego... no pasa nada:
Yo trajino, salgo, entro...
—Sólo un día entre los días...
El mocito a su colegio;
el padre con sus afanes...
—Deberes, barullo, juegos;
costura, un libro, la radio;
una regañina, un beso;
bromas, parloteo; nada.—

Y, al cabo, cuando me acuesto,
después de besar al hijo,
con la cabeza en el pecho
de mi adorado, suspiro,
entre soñando y durmiendo:

Acaso es verdad... Acaso
lo maravilloso es esto.

 

Machado d Alonso, poetas inspirados por una guerra, nos dejaron muchos versos enseñanzas, ni un poeta más inspirado por la misma causa;

REGRESO

 

Salió a sembrar. Salió de madrugada.

Volvió al anochecido. Traía la simiente

intacta y una sombra de plomo le seguía.

 

Salió a sembrar. Dijeron que era tiempo

de regresar y uncirse a la costumbre.

 

El era sólo un rudo campesino.

Los ojos y las manos pegados a la tierra.

Y también la esperanza.

Su pequeña esperanza, justo para ir tirando

de un año para otro, de cosecha a cosecha.

 

Sudaba largamente. Deseaba la lluvia

o el sol según los casos. Maldecía a menudo.

Y cantaba otras veces.

Cuando el aire era dulce y obediente el ganado.

 

Un día vio en sus manos una dura culata.

Vio el fuego, el miedo, el odio, limándole los huesos.

La carne troceada. El aire al rojo

metiéndose debajo de sus párpados.

La furia repetida del acero y la pólvora.

La sangre despreciada.

 

Aquello era la guerra, le dijeron.

Luego, otro día, le ordenaron: Alto.

 

Volvió. Pensó primero que era hermoso.

La paz debía ser como una aurora.

Un oloroso aceite derramado.

Un vino alegre dentro de las venas.

 

Volvió. Salió a sembrar de madrugada.

Salió a sembrar. No pudo.

Le faltaba el silencio.

Sus oídos alerta

seguían escuchando los cañones,

la brama del motor entre las nubes,

la piedra dividida en estallidos,

el lento gotear de las heridas.

 

Y dejó solo el campo.

Y devolvió a sus arcas la simiente.

Porque no había silencio.

Porque no había fe ni existía el mañana.

Porque se había roto

el ritmo primitivo que movía sus brazos.

Impacto familia de un bebe con síndrome dawn

Sucedió en el recinto de una casa decente.
En el seno de cierta familia
comedida y honesta a través de los años.
Un hogar respetable,
todo se hacía de manera discreta
y el sofá de la sala recogía amoroso
distinguidas visitas
bajo el bello retrato del abuelo ministro.

Nació el niño a su hora.
Correctísima mente.
Con el llanto obligado.
(Quizá un poco más suave de lo que es la costumbre.)
Pero todos lo vieron.
(Se notaba enseguida.)
En vez de ojos, tenía dos magníficas rosas.

Qué cruel desconcierto en la honrada familia.
Se quedaron atónitos.
Con un tanto y un cuanto de terror y vergüenza.
El papá, funcionario, personaje importante
era el más afectado.
Con los brazos en alto hizo malos pronósticos:
«Esta criatura no valdrá para nada.
No entiendo, dos rosas para andar por el mundo...»

Se olvidaban mirándole, se olvidaban de todo.
De lavarle y vestirle.
De ponerle en el pecho.
El seguía llorando por sus rosas. Seguía
dulcemente llorando.

Fue la madre la única, ya un poquito respuesta,
que no hizo aspavientos ni extrañó lo más mínimo.
Tomó el niño en sus brazos, lo meció tiernamente.
Le besó las mejillas.
Le tocó los cabellos.

Sonrió al funcionario. «No te enfades. No es nada.
Es un niño precioso.
Vera cosas divinas.
Olerá a primavera.
Y además siempre es bueno tener rosas en casa».

Yacíamos unidos, sin lujuria,
absortos en el hondo tableteo
de nuestros corazones. Escuchando
de vez en vez el tímido latido
del otro corazón encarcelado
que ya, para nosotros, gorjeaba.
Yo sonreía señalando el sitio
en que un talón menudo percutía
mis íntimas paredes en un ansia
gozosa de correr por los senderos
apenas presentidos.

Y, en medio del olvido refrescante,
en lo mejor del conseguido sueño,
surgía denso, alucinante, bronco,
el bélico zumbar de la escuadrilla.
Bramando, sacudiendo, despeñándose,
atropellándose los ecos
iban las explosiones avanzando,
cada vez más cercanas,
hasta que, al fin, la muerte en torrentera,
en avalancha loca, trascurría
sobre nuestras cabezas sin refugio.

Entonces tú, imperioso, dominante,
con un impulso elemental de macho
que guarda la nidada, con un gesto
ardiente y violento como el acto
de la amorosa posesión, cubrías
mi cuerpo con tu cuerpo enteramente,
haciendo de tus largos huesos duros,
de tu apretada carne exacerbada,
un ilusorio escudo indestructible
para el hijo y la madre.

Así, unidas las bocas, trasvasándonos
el tembloroso aliento, diluidos
en éxtasis de espanto y de delicia,
las almas contraídas, esperábamos...

No. Nunca nos quisimos como entonces.
"

Enfrentarse a todo el mundo con la palabra

Carta al mismo hijo de dios


Jesús de Nazaret

(Dios hijo)

Cielo

 

Perdona que te escriba. De seguro

no harás cuenta de mí. Soy poca cosa.

Segundo López Sánchez, carpintero,

casado, con mujer y cinco hijos.

Trabajo en un taller. (Y las chapuzas.)

Soy uno de tus pobres. Pero ocurre

que ya no tengo fuerzas ni paciencia.

Señor; mejor que bajes y lo veas.

Yo soy de pocas letras, mas decían

que fuiste del oficio cuando mozo.

No sé cómo andaría en aquel tiempo

lo de vivir del tajo y ser un pobre,

pero lo que es ahora es un milagro

mayor que el de los panes y los peces

poner algo en la mesa y repartirlo

para que llegue a todos. Haz la prueba.

Ven a carpintear entre nosotros

y vive del jornal. Sudarás sangre

como en el huerto. Y sal por los caminos

y ponte a predicar como solías

contra los fariseos y repite

aquellos de los ricos y la aguja,

y echa a los mercaderes de la iglesia,

y a ver qué pasa. Y resucita a un muerto

de los prohibidos, y habla del reparto

y di que den lo suyo a quien lo gana.

Si no te crucifican como entonces

es porque ahora, apenas se abre el pico

te hacen callar. Bonita está la cosa.

Señor, ven a ayudarnos, por tu Madre.

Que no digan ni Cristo lo remedia.

Que no somos tan malos como dicen.

Pero es ya mucho machacar el hierro.

Luego se pone al rojo y se arma una,

y, en fin, no canso más, tú te harás cargo.

De obrero a obrero te lo pido y firmo:

tu humilde servidor,

Segundo López

Sin llave

Me tienes y soy tuya. Tan cerca uno del otro
como la carne de los huesos.
Tan cerca uno del otro
y, a menudo, ¡tan lejos!...


Tú me dices a veces que me encuentras cerrada,
como de piedra dura, como envuelta en secretos,
impasible, remota... Y tú quisieras tuya
la llave del misterio...


Si no la tiene nadie... No hay llave. Ni yo misma,
¡ni yo misma la tengo!


A tiros nos dijeron: cruz y raya.
En cruz estamos. Raya. Tachadura.
Borrón y cárcel nueva. Punto en boca.

Si observas la conducta conveniente,
podrás decir palabras permitidas:
invierno, luz, hispanidad, sombrero.
(Si se te cae la lengua de vergüenza,
te cuelgas un cartel que diga "mudo",
tiendes la mano y juntas calderilla.)

Si calzas los zapatos según norma,
también podrás cruzar a la otra acera
buscando el sol o un techo que te abrigue.

Pagando tus impuestos puntualmente,
podrás ir al taller o a la oficina,
quemarte las pestañas y las uñas,
partirte el pecho y alcanzar la gloria.

También tendrás honestas diversiones.
El paso de un entierro, una película
de las debidamente autorizadas,
fútbol del bueno, un vaso de cerveza,
bonitas emisiones en la radio
y misa por la tarde los domingos.

Pero no pienses "libertad", no digas,
no escribas "libertad", nunca consientas
que se te asome al blanco de los ojos,
ni exhale su olorcillo por tus ropas,
ni se te prenda a un rizo del cabello.

Y, sobre todo, amigo, al acostarte,
no escondas "libertad" bajo tu almohada
por ver si sueñas con mejores días.
No sea que una noche te incorpores
sonambulando "libertad", y olvides,
y salgas a gritarla por las calles,
descerrajando puertas y ventanas,
matando los serenos y los gatos,
rompiendo los faroles y las fuentes,
y el sueño de los justos, porque entonces,
punto final, hermano, y Dios te ayude.

Grito paz y esperanza. Al hombre nuevo.

Prepárame una cuna de madera inocente
y pon bandera blanca sobre su cabecera.

Voy a nacer. Y desde tí, mi madre,
pido la paz y pido la palabra.

Pido una tierra sin metralla, enjuta
de llanto y sangre, limpia de cenizas,
libre de escombros. Saneada tierra
para sembrar a pulso la simiente
que tengo entre mis dedos apretada.

Pido la paz y pido a mis hermanos
los hijos de mujer por todo el mundo
que escuchen esta voz y se apresuren.
Que se levanten al rayar el día
y vayan al más próximo arroyuelo.
Laven allí sus manos y su boca,

Después, que vengan a nacer conmigo.
Haremos entre todos cuenta nueva.
Quiero vivir. Lo exigo por derecho.
Pido la paz y entrego la esperanza.

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