domingo, 24 de abril de 2016

DIARIO DE UN SIQUIATRICO, MANICOMIOS


Exactamente no sé porque estoy aquí. Mis diagnósticos divergen; carencia de serotonina, exceso de Testosterona, nulos ejemplos paternos, complejo de Electra, infancia traumática. Hay en el hospital muchos pacientes. Todos están diagnosticados de múltiples formas. Hay esquizofrénicos paranoides, esquizotipicos, bipolares- cicladica, palabros que no me dicen nada, o a los que otorgo otro significado del que de verdad tienen. Por ejemplo eskizo afectivo es para mi un esquizofrénico falto de cariño.  No sé, ni de donde vengo ni a donde voy, la medicación me deja sedada.  El día es tan blando como una almohada gigante. Quisiera empotrar mi enfermedad contra el suelo, pelearme con mi almohada y romperla y llenar el cielo de plumas. El frío impregna a mis huesos do-lor por todo mi cuerpo ¡vaya vieja maniática a mis 18 tacos!.

Busco entre las sabanas, que se adhieren cual segunda piel, mi droga; El paquete de Camel que las enfermeras me aconsejan no fumar y un libro del que no consigo acordarme, que tampoco debo leerlo para que no me excite demasiado. Me duelen las cervicales, el cuello, el vientre.

No sé cuanto tiempo aguantaré y encima me dicen que no me excite demasiado. Me recuerda a una novela que leí en mi adolescencia; Un mundo feliz. En ese mundo todos sonreían, pero se prohibía la ensoñación, el pensamiento (sapereaudem) o la melancolía. En ese mundo no puedes reclamar tu derecho a la tristeza pues enseguida te administran cualquier droga, el soma, para mantenerme despierta pero adormilada, sonriente pero rabiosa. A veces odio esta institución y a todos los loqueros, pero en el fondo les agradezco que me ayuden. A veces les odio, a veces les amo, bipolar cambio de humor.

Pero yo no tengo dos humores distintos, tengo muchos, depende del día, alguien se tomó la molestia de hacer una lista;  flemático, bilidinoso. Etc

Uno de los sicólogos de la clínica me ha aconsejado escribir este diario, unas absurdas reflexiones, para canalizar mi odio y mi energía negativa. Yo escribo, me lo recomiende ese o no.  A mi antes no me gustaba ni leer ni escribir.  Hasta que en secundaria, el profesor especial que pasa por nuestras vidas, me descubrió la novela francesa. Dumas, Madame Bobary, Balzac iban  cayendo a mis manos ardientes de un cariño, que al no encontrarlo en mi casa, buscaba en ellos. Quizá los libros me han convertido en lo que soy hoy, una neurótica reflexiva y deprimida, deprimida y suicida de la vida y por tanto... lectora. 

Hace mucho frío, pediré que suban la calefacción. No me han hecho caso. Ahora me muero de sueño. No he hecho más que despertarme y ya estoy otra vez cansada. Es este no hacer nada, el vivir sin vivir en mi, la parsimoniosa monotonía en que funciona este centro. ¡Tan fácil dejarse llevar por la rutina! ¿Verdad? Acabo de abrir los ojos y ya los siento pesados, nunca se habitúan a la luz. Abrir párpados es un mecanismo inquietante y absurdo. Hoy transcurre todo como si llevara aquí toda mi vida, y quizá la lleve.

Ni siquiera puedo recordar, esa es mi única enfermedad; lava ardiente de olvido. Hemos desayunado todos en el estrecho comedor, haciendo varios turnos porque nunca hay espacio para todos. Vamos pasando en filas, como en la guardería, mirándonos con aire condescendiente unos a otros. Suspiraba para mis adentros, por no poder siquiera llevarme un cigarrillo a la boca, el tabaco me excita mucho y no me conviene. Sin libertad siquiera para matarme a gusto.  He esperado soñolienta en el vestíbulo mi turno de abalanzarme al sucedáneo de café, achicoria, mi suero y mi medicación.

 En el siquiátrico somos unos veinte, el hospital tiene un aire intimo. Aunque llevamos la mayoría toda nuestra vida aquí, aun no nos decidimos a considerarnos amigos, ni me sé los nombres de todos, aunque seamos los únicos cabos solitarios a los que aferrarnos. ¡Orgullo lo llaman!

Aquí todo el mundo es orgulloso, nadie esta en verdad enfermo sino que somos periodistas haciendo un reportaje entre dementes como en los renglones torcidos de Dios (luca de tena).

La mayoría me triplica la edad, y todo tiene un aire de asilo, de naftalina en armarios y calceta de punto insoportable. Cuando acabamos de desayunar, se encienden todas las luces del hospital a la vez. Esto parece  una atracción de Disneyland porque a las 9 A.M todo el Hospital empieza a funcionar, como un reloj suizo al que dan la hora. ¡Me niego a ser una rueda más del engranaje de la maquina de electros! Pienso cosas negativas, juro arameo contra la psicología, es como la rabieta de un niño pequeño y no conduce a nada. Ir contra el “sistema” no es más que ir contra mi misma. Este pasillo es nuestro corredor de la muerte, y yo solo quiero volver a mi celda, y cerrar los ojos.

Para no ver esta luz artificial, estas bombillas que  iluminan los pasos cansados de los residentes. Muchos siguen en sus antiguos oficios. Me gustaría saber que pensaría mi padre, que siempre me ha inculcado el respeto hacía la autoridad, si le contará cuantos policías, abogados y políticos se comen las uñas y afirman haber dado el golpe de Brumario. Quizá pasee por el jardín, o lea algo. En fin, que otra mañana perdida, como tantas, como todas.

Y no me queda el consuelo de la noche pues me la pasó adormilada, la medicina me anestesia, pero a veces también me ha dado insomnio, sobre todo cuando vienen los ataques de ansiedad, que ni puedo sentarme ni ver la tv ni tumbarme ni dar un paseo. Me preguntó cuando acabará esta pesadilla. La enfermera me llama para que recoja el desayuno. Mi única amiga aquí, se llama Helena, me ha pedido que hoy sea especialmente amable con todos, pues no pueden sospechar nuestro plan. Pensamos fugarnos, acabar con esto. Acaba de entrar un hombre, al que no conocía, bastante guapo, pero con un aire a capitalista cabrón engominado que tira para atrás. Apunta  todo en una libreta. Su mirada es esa de quien se cree al otro lado de nuestro esquizofrénico espejo de Alicia. Pero él esta en nuestro lado.

 

El sikiatrico es un lugar alejado de la modernista ciudad de Reus. Construido prácticamente al gusto de Gaudí, por su coetáneo y discípulo Pere Doménech i Roura y su padre Dómenech i Montaner (amigo personal suyo) Se trata solo enfermos de posibles; empresarios, periodistas, letrados... 

Es el caso de mi tío, un afamado abogado. Mi tío debe haber notado mi presencia. Lo presiento desde aquí, y saboreo como si le estuviera viendo, el espeso humo de sus habanos cubanos.  Siempre fumando sus preciados farias. En ocasiones sacaba su pipa y tragaba el tabaco negro con arte o porte de viejo marques. MI

tío sigue ejerciendo, pero casi de forma simbólica, de vez en cuando le piden su consejo.  Mi familia se desatendió hace tiempo de este viejo que huele a pis contenido y a papilla de bebe, alegando su inestabilidad emocional. En realidad, a mi parecer, esa inestabilidad es lógica si has vivido 2 guerras, se ha muerto tu mujer y te alimentas de nostalgia. Se ahorraron el asilo. Este abuelo nos puede vivir cien años y es más económico tenerle un tiempo aquí, que pagar mes a mes una residencia.

 

El hospital clínico Pere Mata para enfermos mentales de la ciudad de Reus amanece con el primer destello del sol. Esta institución tiene su origen en 1898, en plena decadencia del 98 y crisis cultural. Cuando el desastre del 98.

La puerta se entreabre, y huele a cerrado, a siglos atrás. Las modernistas ventanas exhalan un aroma a podrido y al acercarme a ellas compruebo que están rotas. Un cuco se posa sobre un cristal, hiriéndose la pata Debe ser un cuco algo autodestructivo, como todos aquí. Es el último vuelo sobre el nido del cuco, me río de mi ocurrencia. Un aullido de lobo y la luna escondiéndose envuelven la oscura estancia. Estoy a 2 velas, no, a 3. Vuelvo a reírme. Para que se hagan una idea de mi sentido del humor; mi risa se parece mucho a la de Aznar y mis chistes a los de Tony Blair. Estoy solo, y solo escucho el último gemido del pobre pájaro. Al fin el desdichado muere y se escucha un grito, un grito humano y agudo. Ahora escucho de todo, una risa de mujer que estremece y pasos en la escalera. Realmente hace frío y como un cuchillo helado, esta oscuridad se me clava en la espalda.  El aire sabe amargo, saboreo la tensión del ambiente. Ummm.  Baja una enfermera y me tranquiliza, huele a chanel nº 5 y su mano, al besarla, exhala un perfume antiguo, que remonta a los tiempos de la fiebre D´or catalana.

Subo las escaleras lentamente. Me paro cada poco, pienso que lo del pájaro solo ha podido ser una alucinación ¿Y los ruidos? ¿Y la risa? Me he pasado la vida leyendo a BlamStocker una y otra vez.

Encendía la luz bajo las sabanas de mi cama y allí me enfrascaba de nuevo, por enésima vez, en la lectura de Dracula.

Quizá solo sea miedo a enfrentarme a mi tío, el abogado licántropo que con la luna se convierte en lobo, demonizado por toda  mi familia. Asciendo por la escalinata podrida, rota, sustentada por viejas y carcomidas maderas descoloridas, de tacto grueso y macizo, acompañado de la omnipresente enfermera que no me quita ojo de encima. La enfermera se muestra bastante borde. Una de tantas antipáticas que ni siquiera me dedican una sonrisa. Rutinaria, profesional. Los  internos reciben vistas diariamente. Tanto tiempo rodeada de pacientes la han desprendido de las buenas maneras y la simple empatía. ¡Ni un gesto sonriente hacía quien visita sus instalaciones! Una de esas ásperas y esquivas mujeres estrechas, que sin embargo tienen las manos suaves, y la voz cálida. Y ese pelo perfumado que se recogen en moño.

 

Me he quedado mirándola como un bobo, y hemos llegado al baño. Un minúsculo cubículo con ventanas abiertas, a la vista de todos. Allí esta mi tío, observado, rodeado y quizá estudiado (Como una cobaya de experimentación social) por un séquito de prepotentes enfermeros. Mira para abajo con resignación y resentimiento, arrugado, viejo, cansado y oliendo a mierda. Saborea como un bebe su dedo meñique mientras lee una revista.   - Pero Eso es un crimen ¿Y su intimidad? Cállate Ideo- me grita la enfermera apática, que hasta ese momento no me ha dirigido la palabra- y vuelve a tu celda, hoy cenaremos a las 8.

 

Me gustaría habérmelo encontrado en otro lugar, la barra de un pub por ejemplo o en mi trabajo, pero, no seas tonta Odei ¿qué trabajo iban a dar a una esquizofrénica? Después de comer Helena me ha sacado al jardín para hablar de nuestra gran evasión, pero esto no es un guión de Orwell, ¿o era orsonwells? No va a ser tan fácil. Y además aunque lográramos escapar ¿Adonde iríamos?

Si no recuerdo mi casa ni a mis padres, si no tengo infancia, o no quiero pensar en ella. Conservo solo una foto de boda de mis padres. El resto me lo han sabido meter entre todos los poros de mi piel, y ahora es difícil identificarlo. No quiero escribir sobre mis padres.

Imagíname libre como Peter Pan, pero no con pena, no como a una huerfanita patética de novela de Dickens. Abrazo la foto antigua, en blanco y negro, desgastada, descolorida y doblada, como si fuera mi único enlace con esta vida. Miro la foto de mis padres, los ojos de mamá, debía quererla mucho, es lógico que a mi no. Que guapa era ella, al menos en su boda. La odio, aunque no sé por qué. No me acuerdo de ella. En esta foto puede ser cualquier princesa el día de su boda, antes del final, del vals del final, pero hay algo gélido en su mirada. Y él parece un muerto, con ese rictus tan serio, esas delgadas comisuras en su boca, tristes y huidizos ojos, su pálido rostro. Él es un muerto.  Daría cualquier cosa porque estos espectros no fueran mis padres.  ¿Por qué me bautizaron Odei? Porque soy como las nubes del cielo que nunca se detienen, construida de sueños y algodón.

Mis lágrimas no son vanas, sirven para que siga creciendo la tierra del parterre de este hospital psiquiátrico y la vida brote. Una nube construida de azúcar y lágrimas saladas de mar, pero ¡tan solitaria allá arriba!

----------------------Los recuerdos de Odei se desfiguran en el cristal de la ventana del siquiátrico.

DIARIO DEL TIO DE ODEI

Los recuerdos se resbalan vagos, dolorosos y nostálgicos surcando como ríos, regando enredaderas por el marco de la ventana. El cristal se empaña cada Mayo de sombras, de gotas de lluvia, lágrimas celestes contenidas durante años. Y los que les quedan. Odei y Helena son tan jóvenes... No saben lo que es llevar aquí toda tu vida, como yo. Quizá no les queden tantos Mayos de nostalgia, porque con el tiempo la “morriña”, los recuerdos y los deseos de huir desaparecen, y en su lugar empiezas a valorar la tranquilidad, el paisaje, como yo. Todo su pasado dejará de existir, difuminado en imperceptible vapor. Se te olvida el lenguaje de las flores. Yo procuro no olvidarlo, y cada mañana le hablo a las rosas del jardín. Todos creen que estoy loco, pero al fin y al cabo, que importa ya lo crean o dejen de creer. Si quisiera, podría haberme despedido hace tiempo de las tardes de nihilismo y tertulia, pero no tengo a donde ir. Mi familia deniega de mí y me siento adolescente perdido, naufrago. A mis sesenta años no he encontrado otra compañía que ecuatorianas que me atienden y administran mis medicamentos.

Mi mujer es la sombra q se esconde cuando la enfermera me cierra la puerta y que atormenta mis noches en vela. Pero solo es eso; sombra que me invade las pesadillas. Ahora al menos tengo aquí a mi sobrina; sabía que tarde o temprano lo ingresarían. Mi familia, la sociedad es así con el que se sale de la normalidad. Aun lo recuerdo abrazado a mi, las pocas veces que me dejaban tocar al bebe regordete.Se resbalaba gelatinoso entre mis macilentos brazos, mas acostumbrados a sustentar la pluma de firmar actas, que a acunar bebes. Yo ya sabía que iba a vivir mi infancia de niño triste repetida en el eterno retorno. Su edad es la más peligrosa para la salud mental, al contrario de lo que se cree. A los viejos se nos va la cabeza más de lo debido, cierto, pero en la adolescencia empieza la autentica esquizofrenia. Siempre había sido callado, más bien taciturno.

Cuando mi hermana se divorció y la llevo al internado ingles aquel, ya no pudo más. Siempre había sido una excelente alumna, pero dejó de prestar atención a las clases y a la vida. Cuando quisieron darse cuenta había confundido a la directora con Melusina, una bruja de las leyendas celtas. Tiraron del hilo y salieron todos los años que había pasado invisible, leyendo, muda. Llaman a la puerta, he de dejar de escribir porque necesitan limpiar la habitación. Quizá mañana encuentre un hueco para seguir este diario. Por cierto, mañana habrá dos pacientes menos. Echaré de menos a Odei y a la otra, a Helena, lograrán huir, como las golondrinas que me abandonan todos los veranos y todos los Mayos floridos del 68 o del 98.

 

Por la tarde, Helena y yo salimos a tomar el té al gran jardín. Hacía frío y había pocos residentes, solo una mujer vieja leía un libro al revés bebiendo de una taza vacía. Nos hemos acercado a la verja, como quien no quiere la cosa, pero cuando estábamos subiendo por ella, alguien me ha cogido por la espalda. En ese momento el plan se nos ha caído al suelo, y el cielo se detuvo, no quería mirar al enfermero que nos había descubierto, no por vergüenza, sino por no reconocer nuestro fracaso. Entonces él me habla con una mueca sonriente, surcada en su cara. - Tampoco es este tu lugar ¿Verdad?- Me he vuelto y he visto a Ideo, el tipo esquizofrénico que ha ingresado hace unos días. Me ha dado pena su cara pánfila, demasiado inocente para este mundo y a la vez he sentido asco y miedo de su agresividad. No nos ha atacado y parecía educado, así que le hemos hecho algo de caso. Quería fugarse con nosotras, que tierno. A Helena le ha parecido una idea genial, pero a mi me ha supuesto un lastre, un imprevisto, algo que enturbia nuestro plan. Y hemos tenido que cargar con él.  Los tres hemos subido la verja y más allá; la libertad. Helena se ha herido en la verja y ha tenido que llevarla en hombros. Helena parecía enamorada del chaval, y no he querido devolverla sus miradas de complicidad, como preguntándome que me parecía su nuevo amante.

. Solo a ella se le ocurre enamorarse de un esquizofrénico. 

 

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