martes, 27 de febrero de 2018

ITALO CALVINO

El único español en el Oulipo es pablo Martínez Sánchez, autor del anarquista que se llamaba como yo o tuyo en la mañana. El primer miembro del Oulipo no francés fue el italiano Italo Calvino aunque nació en Cuba. Italo nace en 1923 en Santiago de las Vegas, Cuba. Su padre Marino Calvino era agrónomo y su madre Evelina Minelli era botánica. Ambos hacían una investigación en Cuba, pero cuando él tiene dos años de edad vuelve a Italia pues su familia se instala en San Remo. Los padres dirigían alli una estación de puri-cultura forestal y vivió hasta los 20 años. En 1941 se matricula en la universidad de Turín de agrónomos siguiendo la tradición familiar. Si padre era profesor en esa universidad de agricultura tropical. Tuvo que dejar la carrera al estallar la guerra y fue movilizado por el ejército italiano, pero pronto se unió a los partisanos, a las brigadas Garibaldi. Antes de finalizar la guerra ya era militante del partido comunista italiano. Al acabar la guerra se escribe en la facultad de letras y en 1947 se licencia con una tesina sobre Josep Conrad. Perteneció al movimiento de narrativa realista conocido como el neorrealismo. Sus primeras obras siguen esa literatura realista, contando las vivencias de la guerra. “Por último el cuerpo” es su primer libro de cuentos y senderos de nidos de araña su primera novela. Escribió artículos para el periódico Lunita. Conoce a Cesare Pavese, otro autor italiano de la anterior generación que era director de la editorial Eunaldi, la principal editorial italiana. Trabaja como vendedor de libros y luego como redactor. Decía que debía su condición de escritor a las enseñanzas de Pavese. En 1950 se suicida Pavese escribiendo en una hoja en el hotel donde se inmoló; “basta de palabras. Un gesto”

 
En el 51 escribe Calvino su novela los jóvenes del Po. Al año siguiente publica su primera novela de corte no realista ni neorrealista, el vizconde de mediado. En el 53 publica otra novela. Hace novelas neorrealistas y fantásticas a la vez, no tiene un periodo y luego otro, sino que lo va alternando en la misma época. Le encargaron una selección de cuentos del folclore clásico italiano y edita un libro de 200 cuentos populares italianos en el 56. Está traducido al castellano. En el 57 deja el partido comunista italiano en protesta por la invasión soviética de Praga. En el 57 publica dos libros de carácter distinto, el varón rampante de metafísica fantástica y la especulación inmobiliaria de corte neorrealista. Nube de son es una novela breve surrealista. Sus cuentos los recoge en un volumen. Escribe muchas letras de canciones para artistas italianos. En el 59 escribe el caballero inexistente. En el 60 recoge estas tres novelas fantásticas (el vizconde, el varón rampante y el caballero inexistente) bajo el título de nuestros antepasados
 
En esa época empieza a colaborar con un compositor de música italiano Luciano Berio. Compone diferentes textos para operas. Hace una ópera mímica ale hop. La escribe Calvino y le pone música el compositor. En el 59 se estrena en el teatro la Berice de Venecia. Viaja a EEUU, le encantaba Nueva York pero también va a los estados del sur y a California y un libro recoge ese viaje. En el 64 se casa con una traductora argentina, Esther Singer, de origen ruso. Publica la novela fantástica Marcabaldo y la jornada de un escrutador o interventor electoral, neorrealista. Se casa en la habana Cuba. Visita los lugares de su infancia. Se entrevista con Fidel y el Ché, las figuras de entonces. En el 65 publica las cosmicomicas. En el 66 fallece el editor Elio Votarini escritor también. Era muy cercano a Calvino. “los años posteriores a su muerte coinciden con un cambio gástrico en mi vida. Un cambio de rumbo. No dejo de tener curiosidad e interés por todo, pero si deja de estar en medio mi yo, mi primera persona. Dejo de ser joven y tendente al idealismo. Quizá forma parte del proceso de mi metabolismo. Cuando llego a esta edad siento que he sido joven demasiado tiempo y quiero que llegue cuanto antes la vejez” En el 67 se instala en París y allí entra en contacto con Raymond Queneau y traduce de él las flores azules y otras obras al italiano. Escribe el ensayo notas sobre narrativa como proceso combinatorio, en la que está ya las reglas del Oulipo. En el 69 escribe castillo de destinos cruzados. La novela está basada en las cartas del tarot. 
 
En el 70 publica los amores difíciles, siguiendo las reglas inventadas por él. A su gran pensamiento literario se le añade que la mayoría de sus obras no están escritas siguiendo las directrices del Oulipo. Pero siempre sintió por ellos afinidad y cercanía. En el 70 recopila una selección de cuentos clásicos de los hermanos Grimm y Perrault. Hace el prólogo para esa edición de cuentos populares. En 1972 publica las ciudades invisibles, la obra que le catapulta a la fama y de gran belleza. Entra a formar parte del Oulipo ese año. Es el primer miembro extranjero del taller de literatura potencial. En el 73 hace una continuación del castillo de los destinos cruzados; la taberna de los destinos cruzados. Colabora con Federico Felinni en guiones. Publica en el correo de la será, la republica los periódicos pioneros de Italia. Es el artista intelectual más emblemático de Italia y a su muerte ese testigo lo recoge Umberto Eco. Hay novelas suyas que recuerdan al Boudolino de Eco. En el 76 es invitado a dar conferencias sobre aspectos literarios en varias ciudades de EEUU, México y Japón. Dicta conferencias por todo el mundo, que están recogidas en la colección de arena. En el 79 escribe si una noche de invierno un viajero…, ya solo el titulo es precioso. En el 80 deja París y se instala de nuevo en Roma. Le conceden la legión de honor alli. Publica textos y ensayos sobre Queneau. En el 82 es nombrado presidente del festival de cine de Venecia. Toda su vida estuvo relacionada con el cine (Felini, los guiones…) En el 82 se estrenó la ópera de Luciano Berio en la escala de Milán, la verdadera historia. En el 84 estrena la última opera con Verio un rey a la escucha, se estrenó en Salzburgo. En el 84 es nombrado director de estudios de la Sorbona. Daba clases en la universidad de Nueva York y publica el libro cuentos fantásticos del XIX, haciendo su recopilación y prologo. En el 84 viajo, un mes antes de morir, a Argentina y conoció a Borges con quien se fue a Sevilla a un congreso de literatura fantástica. En el 85 cuando preparaba apuntes para dar conferencias ese mismo verano en Harvard le da una hemorragia cerebral y muere. Murió en septiembre y las charlas estaban programadas para el verano siguiente. Dejo otra obra, 6 propuestas para el próximo milenio

 

“cuenta lo que somos, profundiza en nuestra relación con el mundo y con el prójimo. Se estudia los puntos de vista, de un sentido. Se ve lo que sale. Se rompe todo. Pone la punta de la pluma sobre el papel en blanco y crea signos que nos producen sensaciones.” Calvino siguió dos intereses literarios y humanos; el universo y el fondo del alma humana. El nexo de unión entre ambos es la risa. El varón Casino pretende una utopía, crear una república mundial de gente guales, libres y justos. Habla de s participación en las brigadas parnasianas y del comunismo u su rechazo temprano al comunismo soviético. Era una forma de rechazo a todo totalitarismo. Eso se ve en Palomas, su obra más chorra pero central en su obra. El personaje es un tipo cómico que toma el nombre del observatorio del monte palomar en California. Eso le da una dimensión científico-cómica. Habla de sus dificultades para relacionarse con el prójimo. Es una relación problemática en malestar con el mundo. Aun así no renuncia al idealismo. “El construía en la mente un modelo geométrico ideal y perfecto y quería que las cosas se adaptaran, en su forma practica o en la experiencia. Ponía las condiciones para que el modelo y la realidad se acomodaran y fundieran en uno” Propone un modelo ideal de sociedad y lucha por cambiar el mundo. Lo que sucede es que le apresa el poder. La sociedad acepta de forma anormal y aborregada una escala de valores que consideran normales. El viejo idealista se refugia en una nueva forma de silencio. El remedio de los males puede ser peor que sus causas, es peor el remedio que la enfermedad en manos de salvadores iluminados.  Quiere crear unas reglas del comportamiento cotidiano. Es una nueva forma de escepticismo que no es renunciar a la búsqueda de la verdad o a la escala de valores sino una nueva búsqueda, una investigación abierta, muchas veces contradictoria. El universo es el espejo donde podemos contemplar solo lo que ya hemos aprendido a conocer de nosotros mismos. El protagonista Palomar busca un orden diferente. Hay una norma oculta en el fondo de lo existente. El motivo de esperanza es la salvación del ser humano.

 
El desorden es un orden que espera algo más profundo y complejo. Usa mucho la auto parodia, el reírse de si mismo. Todo puede aplicarse a las cosas que estan ahí. La atención a lo inmediato es lo contrario al idealismo y la impaciencia juvenil. Es una nueva forma de hedonismo y una actitud rebelde, trasgresora. Ya no política sino más allá del poder y del individualismo. Es otra forma de pensar en un grado de integración con el universo y la humanidad en su totalidad. Es la conciliación de la humanidad consigo misma. Se libera de la impaciencia juvenil y buscar la esencia es el problema de esta novela. Los lectores correrán las aventuras de sus personajes. son diez relatos que son diez comienzos de novelas. Es una autobiografía en negativo pues son las novelas que podía haber escrito y descartó. El barón rampante tiene rebeldía ante el mismo, y cierto autoritarismo y búsqueda necesaria, rebelado a la injusticia. En ese estado de conciencia aspira a un mundo mejor. El mundo le hace concesiones en su degradación moral. Él lo ve todo desde arriba, desde los bosques, porque se pasa la vida subido a los árboles. Aspira a un mundo mejor y como no puede mejorar el mundo se queda a vivir en la copa de los árboles y choca contra el caballero alargado. Se convierte en hombre y separa su suerte del de los demás. Quiere fundar una república arbórea habitada por hombres iguales libres y justos. Tiene fe en su imaginación, que amplia sin cesar los limites de la humanidad. Son metáforas sobre el ser humano. Todas estas obras se reúnen en el titulo los antepasados. Se le cruzan los cables y se va a vivir en los árboles, le dan la comida y salta de un árbol a otro, viaja de árbol en árbol y no pocas veces está a punto de caerse. Es una metáfora del hombre incompleto, no reconciliado consigo mismo. Se burla de lo que está escribiendo. La tragedia es la escisión de su personalidad y la alienación, pero en esta novela es muy exagerado. 
 
Todo empezó por un plato de caracoles. En realidad, empezó antes, por una barrica llena de caracoles que se expandieron por el sótano y hubo que restituirlos a su lugar tras un trabajo ímprobo. Al día siguiente, 15 de junio de 1767, el barón Arminio Piovasco de Rondó, sentado a la cabecera de la mesa a la hora del almuerzo, conminó a su hijo, el joven Cósimo Piovasco de Rondó. El narrador lo cuenta así: "Estábamos en el comedor de nuestra villa de Ombrosa, las ventanas enmarcaban las tupidas ramas del gran acebo del parque. Era mediodía, y nuestra familia, siguiendo una antigua tradición, se sentaba a la mesa a esa hora, pese a que ya cundía entre los nobles la moda, llegada de la poco madrugadora Corte de Francia, de almorzar a media tarde. Soplaba un viento de mar, recuerdo, y se movían las hojas. Cósimo dijo:
-¡He dicho que no quiero y no quiero! -y rechazó el plato de caracoles. Jamás se había visto desobediencia más grave".
El joven Cósimo no sólo se negó a comer los caracoles, sino que tomó el portante, salió al jardín, se subió al frondoso acebo y allí se quedó. La familia, todavía herida en su dignidad y autoridad, pensó que ya se le pasaría el enfurruñamiento y que buena le esperaba cuando bajase; a la tarde pensaron en contemporizar; al día siguiente en perdonar... pero todo fue inútil; el joven Cósimo decidió que nunca jamás sus pies volverían a tocar la tierra. Y esta novela es la historia de un muchacho que se subió a un árbol en desafío a su familia y vivió toda su larga vida en los árboles sin descender al suelo nunca jamás, hasta que ya viejo y moribundo, y estando a horcajadas en una altísima rama, acertó a pasar cerca del árbol al que se hallaba encaramado un montgolfier, un globo tripulado por dos ingleses, y de un salto se agarró a la cuerda del ancla que colgaba y desapareció en los cielos para siempre.

Estamos en el siglo XVIII, el siglo de la Ilustración. Ombrosa es una villa que pertenece a la República de Génova. Nos encontramos a doce años de la Revolución Francesa, es decir, en los albores de una fiebre revolucionaria que se extenderá por Europa hasta mediados del siglo XIX. Ombrosa es eminentemente rural y hasta ella llegan apenas los ecos de todo el gran proceso europeo. La historia del joven Cósimo parecería sólo la historia de un original si no fuera porque, episodio tras episodio, este muchacho de fuerte carácter que se queda a vivir en el acebo y que acaba extendiendo, por su natural curioso y aventurero, su dominio aéreo por todos los bosques de la comarca, empieza a vivir una serie de aventuras. La primera con los ladronzuelos de frutas de la comarca, después con la niña Violante, hija de la familia De Ondariva, vecinos de los Rondó, con los que se hallan reñidos por cuestiones de escalafón nobiliario; más adelante lucha con un gato salvaje, con el que se hace un gorro; empieza a tomar clases de su preceptor instalado al pie del árbol; entabla relaciones con los campesinos de la comarca; adquiere grandes conocimientos de agricultura que revierte en beneficio de las gentes del lugar, ya sean asentados o trashumantes; y tras la visita de los condes de Estomac, cuyo hijo casará con la siniestra hermana de Cósimo, su fama de habitante de los árboles empieza a extenderse por toda Europa.
Si bien Cósimo leía en diversas lenguas, incluido el latín, un acontecimiento lo convertirá en un hombre extremadamente culto de su tiempo. Su encuentro con el terrible bandido Gián dei Brughi le permite conocer a un tipo que, aburrido de esconderse, sólo desea tranquilidad y algo de lectura entretenida. Convertido en su mentor literario, Cósimo se relaciona con importantes libreros europeos y acaba dividiendo su día entre cazar para alimentarse y leer sin tino ni medida, de resultas de lo cual no sólo adquiere una amplia cultura de todo orden, sino que, dispuesto como es, llega a cartearse con Diderot, Voltaire y Rousseau entre otros grandes pensadores y científicos de la época.
También hay lugar para el amor. En un viaje a España -siguiendo la imagen de la ardilla que se decía que podía cruzar la Península sin descender al suelo- se dirige a un lugar, Olivabassa, donde un grupo de nobles exiliados de modo peculiar por el rey se ven obligados a vivir en las ramas de los árboles sin poder descender a tierra. Allí descubre el amor con la joven Úrsula hasta que el perdón del rey separa a los amantes. De vuelta, asistirá a la muerte de su padre, heredará la baronía, pondrá la administración de sus tierras en manos de su hermano Biagio, que es el narrador de esta historia, y recuperará a su amor de infancia, Viola, con una pasión desbordada entre ramajes y arboledas e idas y venidas de su amada.
Pero todo tiene su fin en esta vida y la pasión también. La casquivana y atractiva Viola desaparece y vuelve a la vida cosmopolita lejos del mundo de principios y de la vida cerrada de su amado. El barón rampante envejece, recibe la visita de Napoleón -que hace una escapada a Ombrosa aprovechando que se va a hacer coronar emperador en Milán- y escribe y se pajariza y se bate con un jesuita español. Se hace masón, crea confraternidades...
Ésta es una historia maravillosa para cualquier lector. La historia de un hombre que rechaza todo lo que puede obligarle a salir de su mundo y decide vivir así, como un pájaro que no puede volar, en una metáfora imposible y fascinante, en una fantasía en la que el mundo es visto desde la perspectiva de la altura y con el buen sentido de la naturaleza mezclado con las inconsecuencias de un carácter irreductible, decidido y, finalmente, ingenuo, enfrentado al convencionalismo de su clase social y a la pragmática cazurrería del pueblo llano. Por todo eso es un libro tan divertido como conmovedor, una novela feliz, una apuesta por la inteligencia hecha desde una escritura tan precisa, clara y sugerente a la vez que conmueve tanto como la propia fantasía que la genera.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 21 de noviembre de 2002

 
Fantasiosa; especulación inmobiliaria, jornada d escrutador, nibe smark
Las ciudades invisibles son la explicación de Marco a que es ciego- ha pasado por todas las ciudades de su imperio y le pide que describa esas ciudades fantástico- metafóricas. En su estructura juega con los números y los nombres. La mayoría de las ciudades tienen nombres femeninos sacados de la literatura, por lo tanto, es un juego referencial, juega con los números.

Ciudades memoria
Partiendo de allá y caminando tres jornadas hacia Levante, el hombre se encuentra en Diomira, ciudad con sesenta cúpulas de plata, estatuas en bronce de todos los dioses, calles pavimentadas de estaño, un teatro de cristal, un gallo de oro que canta todas las mañanas sobre una torre. Todas estas bellezas el viajero ya las conoce por haberlas visto también en otras ciudades. Pero es propio de ésta que quien llega una noche de septiembre, cuando los días se acortan y las lámparas multicolores se encienden todas juntas sobre las puertas de las freidurías, y desde una terraza una voz de mujer grita: ¡uh!, se pone a envidiar a los que ahora creen haber vivido ya una noche igual a ésta y haber sido aquella vez felices. Al hombre que cabalga largamente por tierras selváticas le acomete el deseo de una ciudad. Finalmente llega a Isadora, ciudad donde los palacios tienen escaleras de caracol incrustadas de caracoles marinos, donde se fabrican según las reglas del arte catalejos y violines, donde cuando el forastero está indeciso entre dos mujeres encuentra siempre una tercera, donde las riñas de gallos degeneran en peleas sangrientas entre los apostadores. Pensaba en todas estas cosas cuando deseaba una ciudad. Isadora es, pues, la ciudad de sus sueños; con una diferencia. La ciudad soñada lo contenía joven; a Isadora llega a avanzada edad. En la plaza está la pequeña pared de los viejos que miran pasar la juventud; el hombre está sentado en fila con ellos. Los deseos son ya recuerdos.
Las ciudades y el deseo. 1
De la ciudad de Dorotea se puede hablar de dos maneras: decir que cuatro torres de aluminio se elevan desde sus murallas flanqueando siete puertas del puente levadizo de resorte que franquea el foso cuya agua alimenta cuatro verdes canales que atraviesan la ciudad y la dividen en nueve barrios, cada uno de trescientas casas y setecientas chimeneas; y teniendo en cuenta que las muchachas casaderas de cada barrio se enmaridan con jóvenes de otros barrios y sus familias se intercambian las mercancías de las que cada una tiene la exclusividad: bergamotas, huevas de esturión, astrolabios, amatistas, hacer círculos a base de estos datos hasta saber todo lo que se quiera de la ciudad en el pasado el presente el futuro; o bien decir como el camellero que me condujo allí: “Llegué en la primera juventud, una mañana, mucha gente caminaba rápida por las calles hacia el mercado, las mujeres tenían hermosos dientes y miraban derecho a los ojos, tres soldados sobre una tarima tocaban el clarín, todo alrededor giraban ruedas y ondulaban papeles coloreados. Hasta entonces yo sólo había conocido el desierto y las rutas de las caravanas. Aquella mañana en Dorotea sentí que no había bien que no pudiera esperar de la vida. En los años siguientes mis ojos volvieron a contemplar las extensiones del desierto y las rutas de las caravanas, pero ahora sé que éste es sólo uno de los tantos caminos que se me abrían aquella mañana en Dorotea”.

Las ciudades y la memoria. 3

Inútilmente, magnánimo Kublai, intentaré describirte la ciudad de Zaira de los altos bastiones. Podría decirte de cuántos peldaños son sus calles en escalera, de qué tipo los arcos de sus soportales, qué chapas de zinc cubren los techos; pero sé ya que sería como no decirte nada. No está hecha de esto la ciudad, sino de relaciones entre las medidas de su espacio y los acontecimientos de su pasado: la distancia al suelo de un farol y los pies colgantes de un usurpador ahorcado; el hilo tendido desde el farol hasta la barandilla de enfrente y las guirnaldas que empavesan el recorrido del cortejo nupcial de la reina; la altura de aquella barandilla y el salto del adúltero que se descuelga de ella al alba; la inclinación de una canaleta y el gato que la recorre majestuosamente para colarse por la misma ventana; la línea de tiro de la cañonera que aparece de improviso desde detrás del cabo y la bomba que destruye la canaleta; los rasgones de las redes de pescar y los tres viejos que sentados en el muelle para remendar las redes se cuentan por centésima vez la historia de la cañonera del usurpador, de quien se dice que era un hijo adulterino de la reina, abandonado en pañales allí en el muelle.
En esta ola de recuerdos que refluye la ciudad se embebe como una esponja y se dilata. Una descripción de Zaira como es hoy debería contener todo el pasado de Zaira. Pero la ciudad no dice su pasado, lo contiene como las líneas de una mano, escrito en los ángulos de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras, en las antenas de los pararrayos, en las astas de las banderas, surcado a su vez cada segmento por raspaduras, muescas, incisiones, cañonazos.

Las ciudades y el cielo. 1

En Eudossia, que se extiende hacia arriba y hacia abajo, con callejas tortuosas, escaleras, callejones sin salida, tugurios, se conserva una alfombra en la que puedes contemplar la verdadera forma de la ciudad. A primera vista nada parece semejar menos a Eudossia que el dibujo de la alfombra, ordenado en figuras simétricas que repiten sus motivos a lo largo de líneas rectas y circulares, entretejida de hebras de colores esplendorosos, la alternancia de cuyas tramas puedes seguir a lo largo de toda la urdimbre. Pero si te detienes a observarla con atención, te convences de que a cada lugar de la alfombra corresponde un lugar de la ciudad y que todas las cosas contenidas en la ciudad están comprendidas en el dibujo, dispuestas según sus verdaderas relaciones que escapan a tu ojo distraído por el ir y venir, el hormigueo, el gentío. Toda la confusión de Eudossia, los rebuznos de los mulos, las manchas del negro de humo, el olor del pescado, es lo que aparece en la perspectiva parcial que tú percibes; pero la alfombra prueba que hay un punto desde el cual la ciudad muestra sus verdaderas proporciones, el esquema geométrico implícito en cada uno de sus mínimos detalles.
Perderse en Eudossia es fácil: pero cuando te concentras en mirar la alfombra reconoces la calle que buscabas en un hilo carmesí o índigo o amaranto que a través de una larga vuelta te hace entrar en un recinto de color púrpura que es tu verdadero punto de llegada. Cada habitante de Eudossia confronta con el orden inmóvil de la alfombra una imagen suya de la ciudad, una angustia suya, y cada uno puede encontrar escondida entre los arabescos una respuesta, el relato de su vida, las vueltas del destino.
Sobre la relación misteriosa de dos objetos tan diversos como la alfombra y la ciudad se interrogó a un oráculo. Uno de los dos objetos —fue la respuesta— tiene la forma que los dioses dieron al cielo estrellado y a las órbitas en que giran los mundos; el otro no es más que su reflejo aproximativo, como toda obra humana.
Los augures estaban seguros desde hacía ya tiempo de que el armónico diseño de la alfombra era de factura divina; en este sentido se interpretó el oráculo, sin suscitar controversias. Pero del mismo modo tú puedes extraer la conclusión opuesta: que el verdadero mapa del universo es la ciudad de Eudossia tal como es, una mancha que se extiende sin forma, con calles todas en zigzag, casas que se derrumban una sobre otra en la polvareda, incendios, gritos en la oscuridad.

 
LOS AMORES DIFICILES
Aventura de una bañista
Mientras se bañaba en la playa de , la señora Isotta Barbarino sufrió un penoso contratiempo. Nadaba en mar abierto y cuando le pareció que era hora de regresar y se volvía hacia la orilla, se dio cuenta de que había ocurrido algo irremediable. Había perdido el bañador.
No podía decir si se le había caído en ese mismo momento, o si hacía un rato que nadaba sin él; de su nuevo dos piezas, le quedaba sólo el sujetador. Un movimiento de la cadera probablemente le había hecho saltar unos botones, y el «slip», reducido a un trapito informe, se le había deslizado por la otra pierna. Tal vez todavía se estaba hundiendo a pocos palmos de profundidad; trató de sumergirse bajo el agua para buscarlo, pero enseguida le faltó el aire y sólo vio unas confusas sombras verdes vacilando ante sus ojos. Sofocó la creciente ansiedad, trató de ordenar con calma sus ideas. Era mediodía, había gente dando vueltas por el mar, en canoas y patines o nadando. No conocía a nadie; había llegado el día anterior con su marido que había tenido que regresar enseguida a la ciudad. Ahora no quedaba otra solución, pensó la señora, maravillándose de su propio razonar nítido y tranquilo, sino encontrar entre las barcas la de un bañero, que alguno habría desde luego, o de una persona que inspirase confianza, y llamarlo, o mejor acercársele y arreglárselas para pedirle al mismo tiempo ayuda y discreción.
La señora Isotta pensaba estas cosas mientras flotaba casi en cuclillas, agitando los brazos, sin atreverse a mirar alrededor. Sólo sacaba la cabeza y sin darse cuenta bajaba la cara hasta el ras del agua, no para escudriñar su secreto, que ahora consideraba inviolable, sino con un gesto como el de quien se frota los párpados y las sienes contra la sábana o la almohada para secarse las lágrimas suscitadas por un pensamiento nocturno. Y en verdad, las lágrimas estaban ahí esperando, le presionaban las comisuras de los ojos, y tal vez la posición instintiva de su cabeza era justamente para verter en el mar esas lágrimas: tan perturbada se sentía, tanta era en ella la separación entre razonamiento y sentimiento. No estaba tranquila, pues: estaba desesperada. En aquel mar inmóvil, recorrido a largos intervalos por la giba de una ola apenas insinuada, ella también permanecía inmóvil y, en lugar de lentas brazadas, agitaba las manos en medio del agua con un movimiento de súplica, y la señal más alarmante de su situación, que quizá ni ella misma percibía, era esa economía de fuerzas que debía respetar, casi como si la esperara un tiempo larguísimo y extenuante.
El bañador de dos piezas se lo había puesto aquella mañana por primera vez y, en la playa, en medio de tantos desconocidos, tuvo una sensación un poco incómoda. En cambio, apenas en el agua, se sintió contenta, más libre de movimientos y con más ganas de nadar.
A la señora le gustaban los largos baños en mar abierto, pero no por placer de deportista, pues era un poco regordeta e indolente, y lo que más le interesaba era la confianza con el agua, sentirse parte de aquel mar sereno. El nuevo bañador le dio justamente esa sensación; más aún, lo primero que pensó mientras nadaba fue: «Es como si estuviera
desnuda». Lo único molesto era la idea de aquella playa abarrotada de gente, no por nada, sino porque ese bañador podía dar a sus futuras relaciones sociales de balneario una idea de ella que en cierto modo tendrían que cambiar después: no tanto un juicio sobre su seriedad, porque ahora en la playa todas andaban así, sino porque la creyeran, por ejemplo, deportista, o a la última moda, cuando en realidad era una señora realmente sencilla y de su casa. Quizá porque tenía ya esta sensación de sí misma, diferente de la habitual, no había notado nada cuando la cosa ocurrió. Ahora la incomodidad que había sentido en la playa, y la novedad del agua en la piel desnuda, y la vaga preocupación de que tendría que regresar a la orilla, todo lo agrandaba esta preocupación nueva y mucho más grave.

Aventura de un empleado
Una vez, Enrico Gnei, empleado, pasó una noche con una mujer guapísima. Al salir de la casa de la señora, temprano, el aire y los colores de la mañana primaveral se desplegaron ante él, frescos, tonificantes y nuevos, y le parecía que caminaba al son de una música.
Es preciso decir que Enrico Gnei debía aquella aventura sólo a un afortunado cúmulo de circunstancias: una fiesta de amigos, una disposición particular y pasajera de la señora —por lo demás mujer controlada y que no se abandonaba con facilidad—, unaconversación en la que él se había sentido insólitamente cómodo, la ayuda —por una y otra parte— de una ligera exaltación alcohólica, fuese real o simulada, y también una combinación logística apenas forzada en el momento de la despedida; todo esto, y no la atracción personal de Gnei —o en todo caso sólo su apariencia discreta y un poco anónima que podía designarlo como compañero no comprometedor o llamativo—, había determinado la inesperada conclusión de la noche. De esto él tenía plena conciencia y, modesto por naturaleza, apreciaba aún más su buena suerte. Sabía sin embargo que lo ocurrido no se repetiría; y no lo lamentaba, porque una relación continuada comportaría problemas demasiado embarazosos para su tren de vida habitual. La perfección de la aventura residía en que había comenzado y terminado en el espacio de una noche. Aquella mañana, pues, Enrico Gnei era un hombre que había tenido lo mejor que se podía desear en el mundo. La casa de la señora estaba en la colina. Gnei bajaba por una avenida verde y olorosa. Todavía no era la hora en que solía salir de su casa para ir a la oficina. La señora lo había despachado en ese momento para que los criados no lo vieran. El no haber dormido le pesaba, y hasta le daba una lucidez como artificial, una excitación no ya de los sentidos sino del intelecto. Un moverse del viento, un zumbido, un olor de árboles le parecían cosas de las que en cierto modo debía adueñarse y disfrutar; y no se readaptaba a modos más discretos de gustar la belleza.
Como era un hombre metódico —el haberse levantado en casa ajena, vestirse deprisa, no afeitarse, le dejaban la impresión de haber trastornado sus hábitos—, pensó por un momento en dar un salto hasta su casa, antes de ir a la oficina, para rasurarse la barba y cambiarse. Tiempo hubiera tenido, pero Gnei descartó enseguida la idea, prefirió convencerse de que era tarde, porque le asaltó el temor de que su casa, la repetición de gestos cotidianos disolvieran la atmósfera de excepción y de riqueza en que ahora se movía. Decidió que su jornada seguiría una curva calma y generosa para conservar lo más posible la herencia de esa noche. La memoria, capaz de reconstruir con paciencia las horas pasadas, segundo por segundo, le abría paraísos infinitos. Así, vagando con el pensamiento, sin prisa, Enrico Gnei se encaminaba hacia la estación del tranvía.
 
ESPECULACION INMOBILIARIA
Levantar los ojos del libro (leía siempre en tren) y reconocer trozo a
trozo el paisaje —el muro, la higuera, la noria, las cañas, la escollera—, las cosas vistas desde siempre de las que sólo ahora, por haber estado lejos, se daba cuenta: éste era el modo en que Quinto, todas las veces que regresaba a ella, volvía a tomar contacto con su tierra, la Riviera. Pero como ya hacía años que duraba, esta historia de su alejamiento y de sus regresos esporádicos, ¿qué gusto sentía? Lo sabía todo de memoria: y, sin embargo, seguía tratando de hacer nuevos descubrimientos, así, fugazmente, con un ojo en el libro y otro fuera de la ventanilla, y ya era sólo una comprobación de observaciones, siempre las mismas.
Pero cada vez había algo que le interrumpía el placer de este ejercicio y le hacía volver a las líneas del libro, un hastío que ni siquiera él entendía bien. Eran las casas: todos estos nuevos edificios que se alzaban, viviendas ciudadanas de seis u ocho plantas, sin blanquear, macizas como paredes de contención ante el desmoronamiento de la pendiente, con el mayor número posible de ventanas y balcones orientados hacia el mar. La fiebre del cemento se había adueñado de la
Riviera: allá veías el inmueble ya habitado, con las jardineras de los geranios todas iguales en los balcones; aquí, el grupo de casas apenas terminadas, con los cristales marcados con serpientes de yeso, que esperaban las pequeñas familias lombardas ávidas de bañarse; más allá, de nuevo un castillo de andamios y, abajo, la hormigonera que gira y el cartel de la agencia para la compra de los locales.
En las pequeñas ciudades en pendiente, escalonadas, los edificios parecían subirse los unos encima de los otros, y, en medio, los dueños de las casas viejas alargaban el cuello en los pisos añadidos. En ***, la ciudad de Quinto, antaño rodeada de umbrosos jardines, de eucaliptos y magnolias donde entre seto y seto viejos coroneles ingleses y ancianas misses se prestaban ediciones Tauchnitz y regaderas, ahora las excavadoras removían el terreno reblandecido por las hojas marchitas o granulado por la grava de las avenidas, y el pico derribaba las pequeñas villas de dos pisos, y el hacha abatía con un crujido como de papel los abanicos de las palmeras Washingtonia, desde el cielo en que se asomarían los futuros soleados —tres habitaciones más cuarto de baño.
Cuando Quinto subía a su villa, que en otro tiempo dominaba la extensión de los tejados de la ciudad nueva y, abajo, los barrios de la marina y el puerto, más acá el montón de casas enmohecidas y liquenosas de la ciudad vieja, entre la vertiente de la colina a poniente, donde sobre los huertos se espesaba el olivar, y, a levante, un reino de villas y hoteles verdes como un bosque, bajo la ladera desnuda de los campos de claveles centelleantes de invernaderos hasta el Cabo: ahora ni rastro, no veía más que un geométrico superponerse de paralelepípedos y poliedros, esquinas y lados de casas, por aquí y por allá, tejados, ventanas, paredes ciegas contiguas a la fuerza con sólo los ventanucos esmerilados de los lavabos uno sobre otro.
Su madre, cada vez que venía a ***, en primer lugar lo hacía subir a la azotea (él, con su nostalgia perezosa, distraída y súbitamente desganado, habría vuelto a marcharse sin ir allí).
—Voy a enseñarte las novedades. — Y le señalaba los nuevos edificios—: Allí los Samperi añaden unos pisos, aquélla es una casa nueva de una gente de Novara, y las monjas, también las monjas, ¿te acuerdas del jardín con los bambúes que se veía ahí abajo? Mira ahora qué hoyo, ¡quién sabe cuántos pisos querrán construir con esos cimientos! Y la araucaria de la villa Van Moen, la más hermosa de la Riviera, ahora la empresa Baudino ha comprado todo el solar, una planta de la que tendría que haberse preocupado el Ayuntamiento, convertida en leña para el fuego; por otra parte, trasplantarla era imposible, quién sabe hasta dónde llegaban las raíces.

El vizconde de mediano empieza con las anécdotas de cuando se incorporó al ejercito y las batallas de guerra. Es heredero de un título nobiliario por su padre. tiene ironía y es fácil de leer. Luego te empieza a agotar. Le pegan un cañonazo y queda partido por la mitad. Una parte es buena y la otra mala. Se carga a su padre por culpa de la parte mala y mata a todos. Divide las setas y la mitad se las da a un familiar para que se las fría. Investiga en los fuegos fatuos, se encuentra aves carroñeras. Esa parte de los cadáveres es más desagradable.

Por la noche, durante la tregua, dos carros iban recogiendo los cuerpos de los cristianos por el campo de batalla. Uno era para los heridos y el otro para los muertos. La primera selección se hacía allí en el campo. «Éste lo cojo yo, aquél lo coges tú.» Donde parecía que había algo todavía salvable, lo metían en el carro de los heridos; donde sólo había trozos y pedazos, éstos iban al carro de los muertos, para tener sepultura bendecida; lo que ni siquiera era un cadáver se dejaba de pasto a las cigüeñas. Por aquellos días, en vista de las pérdidas crecientes, se había dado la orden de no exagerar en los heridos. Por lo que los restos de Medardo fueron considerados un herido y colocados en aquel carro.
La segunda selección se hacía en el hospital. Después de las batallas el hospital de campaña ofrecía un espectáculo aún más atroz que las mismas batallas. En el suelo había la larga hilera de camillas con aquellos desventurados dentro, y a su alrededor se afanaban los doctores, arrebatándose de las manos pinzas, sierras, agujas, miembros amputados y ovillos de bramante. Muerto a muerto, a cada cadáver hacían lo imposible para devolverlo a la vida. Sierra aquí, cose allí, tapona heridas, volvían las venas como guantes, y las ponían otra vez en su sitio, con más bramante dentro que sangre, pero remendadas y cerradas. Cuando un paciente moría, todo aquello que tenía de aprovechable servía para recomponer los miembros de otro, y a otra cosa. Lo que más se enredaba eran los intestinos: una vez desenrollados ya no se sabía cómo meterlos de nuevo.
Quitada la sábana, el cuerpo del vizconde apareció horriblemente mutilado. Le faltaba un brazo y una pierna, y también toda la parte de tórax y abdomen comprendida entre aquel brazo y aquella pierna había desaparecido, pulverizada por aquel cañonazo recibido de lleno. De la cabeza quedaba un ojo, una oreja, una mejilla, media nariz, media boca, media barbilla y media frente: de la otra mitad de la cabeza no había más que una papilla. En pocas palabras, se había salvado sólo la mitad, la derecha, que por otra parte estaba perfectamente conservada, sin ningún rasguño, exceptuando aquel enorme desgarrón que lo había separado de la parte izquierda saltada en pedazos.
Los médicos: todos satisfechos. «¡Huy, qué caso!» Si no moría entretanto, hasta podían intentar salvarlo. Y se pusieron a su alrededor, mientras los pobres soldados con una flecha en un brazo morían de septicemia. Cosieron, aplicaron, emplastaron: quién sabe lo que hicieron. El caso es que al día siguiente mi tío abrió el único ojo, la media boca, dilató la nariz y respiró. La robustez de los Terralba había resistido. Ahora estaba vivo y demediado.
Las dos mitades vagaban atormentadas por lugares dispares.

En la mesa se sentaba el abad, y su familia. Había huido del proceso de la inquisición, tenía vocación por la indiferencia. La fatalidad era algo a lo que no podía oponerse. Había que rezar largas oraciones, no hacer movimientos raros con la cuchara, no levantar la vista del plato ni hacer ruido al sorber la sopa. El abad dio un sorbo al vino. Al segundo plato podían comer con las manos y terminaban la comida lanzándose trozos de pera. En la mesa familiar tomaban cuerpo las reuniones familiares. Los padres estaban delante, no podía sacarse los codos de la mesa. estaba mi antipática hermana que siempre tenía antojos y caprichos. Acumulaba resentimientos espurios. Tenia 8 años. Todo parecía un juego. La obstinación de mi hermana ocultaba algo más hondo. Mi padre era un hombre fastidioso, pero no malo. Los tiempos agitados hacen a la gente agitarse también, pero de forma al revés. Había rivalidades con los vecinos. En casa vivimos como un ensayo general de la corte del rey Luis, y la emperatriz. El padre observaba si seguíamos los reglamentos. El abad no tocaba plato por no aer en el error. Había intenciones equivocas. Se le podía caer un mordisco o pillarle con las manos en la masa, o dejar huesos en el plato.
 
Jornada del escrutador. Sobre las 5 de la mañana eran, era un día lluvioso. Caminó al encantador colegio electoral. Las casas pobres estaban atestadas de gente. La lluvia era buena señal para las votaciones. A causa del mal tiempo no iban a votar los democristianos, los viejos inútiles o la gente de la carretera. No asomarían por ahí mientras hubiera lluvia. La organización para que todos votasen le fascinaba, incluso el partido de la oposición. Intentaban aprobar lo que los demás partidos llamaban “la ley estafa”. El 50 +1 votos tendrían el 2/3 de los escaños. Son caminos largos y complicados los de la política y uno podía volver un poco pesimista. Hay que hacer lo que se pueda día a día, hay que tener principios y no hacerse ilusiones. Cualquier cosa que hiciera podía servir. Él no era un político ni en el buen ni en el mal sentido de la palabra. Estaba escrito en el partido, aunque no era activista, llevaba una vida más discreta. Pero no se negaba a hacer algo útil cuando su partido se lo pedía. Estaba encantado de ser nombrado escrutador. Era una tarea importante. Lo había aceptado a pesar de la lluvia, estaría todo el día. Era un partido de izquierdas, el partido comunista si lo definimos con exactitud. Cada cual se siente inclinado a dar diferentes significados a la palabra comunismo. Tendría que definir la tarea del partido en estos años. En el hospicio escondían a los deformes, a los tarados y a criaturas que nadie quería ver. Qué hacer con esta gente era una polémica en estos tiempos de elecciones. Los políticos seguirían haciendo fraudes, prevaricaciones y estafas…

Italo sabe contar las historias. Las novelas el castillo y la taberna de los destinos cruzados los hace con pocos años de diferencia. Ambas se basan en los dos mazos de cartas del tarot- el castillo se basa en el tarot Visconti renacentista y la taberna en el tarot de Marsella. Por eso esta última novela tiene un lenguaje diferente, más peculiar y tosco. Comparten la estructura del tarot, pero el lenguaje es distinto. Los personajes atraviesan un bosque y se reúnen en una mesa donde cuentan sus peripecias. El castillo se inspira en el Orlando Furioso de Ludovico Ariosto. Son historias legibles en distintos sentidos. Cada historia condiciona el destino de las demás.

Los personajes se cuentan las peripecias del bosque (Calvino había hecho una recopilación de cuentos populares italianos y de Perrault y los hermanos Grimm. La simbología del bosque es lo desconocido, lo oscuro. En la edad medía simbolizaba el bosque la mente desconocida. Viene incluso de antes. La novela se basa en colores (rojo, verde) y en las cartas del tarot. Había tapas y botellas de vino, vimos una luz y pasamos la puerta. Estábamos a salvo y podíamos contar a los demás lo que habíamos vivido o visto con nuestros ojos en la oscuridad y en el silencio oímos una voz de los demás. Oímos el entrechocar de las copas y el descorcharse de las botellas. Hemos perdido la palabra en el bosque. Tenemos el pelo blanco de espanto. Hemos perdido las palabras, la memoria y ¿Cómo hago para recordar? ¿Qué hago para decir palabras y pronunciarlas? Todo lo decimos con las manos, con muecas. La novela sigue el tarot napolitano o de Marsella. No son las mismas cartas de tarot, pero se parecen. Las imágenes no se entenderían colocadas normales. Esto se aplica a las reglas del arte. Con las cartas del tarot recuerdan lo que sucedió, como han llegado aquí. Según señale una carta o otra la novela es la del castillo o la taberna, se puede leer en el orden que quieras

El castillo de los destinos cruzados
En medio de un espeso bosque, un castillo ofre­cía refugio a todos aquellos a los que la noche sorprendía en camino: damas y caballeros, séqui­tos reales y simples viandantes.
Crucé un destartalado puente levadizo, desmon­té en un patio oscuro, mozos de cuadra silencio­sos se hicieron cargo de mi caballo. Me faltaba el aliento; las piernas apenas me sostenían: desde mi entrada en el bosque tales habían sido las pruebas, los encuentros, las apariciones, los duelos, que no conseguía restablecer un orden ni en mis movi­mientos ni en mis ideas.
Subí una escalinata; me encontré en una sala alta y espaciosa: muchas personas –seguramente también huéspedes de paso que me habían prece­dido en los senderos del bosque– estaban senta­das para cenar en torno a una larga mesa ilumina­da por candelabros.
Tuve, al mirar a mi alrededor, una sensación extraña, o mejor dicho, dos sensaciones distintas que se confundían en mi mente algo vacilante debido a la fatiga y turbada. Tenía la impresión de hallarme en una rica corte, cosa inesperada en un castillo tan rústico y apartado, y no sólo por los ornamentos preciosos y la delicadeza de la vajilla, sino también por la calma y la molicie que reina­ban entre los comensales, todos de bella aparien­cia y vestidos con atildada elegancia. Y al mismo tiempo tenía una sensación de azar y de desorden, e incluso de licencia, como si en vez de una casa señorial fuese aquélla una posada donde personas que no se conocen, de condición y países distin­tos, se encuentran conviviendo por una noche, y en cuya forzada promiscuidad cada uno siente que se relajan las reglas a las que se atiene en su propio ambiente, y, así como se resigna a modos de vida menos acogedores, así también condes­ciende a costumbres diferentes y más libres. Lo cierto es que las dos impresiones contradictorias podían referirse a un único objeto: o bien que el castillo, que desde hacía muchos años sólo servía para hacer paradas, se hubiera ido degradando poco a poco a posada y los castellanos se hubieran visto relegados al rango de posadero y posadera, aunque sin dejar de reiterar los gestos de su noble hospitalidad, o bien que una taberna, como las que suele haber en las inmediaciones de los castillos para uso de soldados y arrieros sedientos, hubiera invadido las antiguas salas señoriales instalando sus bancos y sus barriles, y que el fasto de aquellos ambientes –junto con el ir y venir de ilustres hués­pedes– le hubiese conferido una imprevista digni­dad, tanta como para que se les subiesen los hu­mos al posadero y a la posadera, que habían terminado por creerse los soberanos de una corte fastuosa.
 
Con carne de la biblioteca podemos descargar libros en ebook. Hay unos 30 de Calvino. A Josu se lo prohíbe su religión. Hay un catalogo de la biblioteca electrónico que hace prestamos en todo el país vasco.  Leeremos algo más de Italo Calvino y hablaremos de que nos ha parecido el monográfico del Oulipo. Haremos una introducción sobre el monográfico israelí o entraremos directamente. 3 clases de marzo, 5 14 y 19 semana ultima semana santa. Hablaremos de narradores israelíes

Jon berger, autor de rara tierra, es francés. Vivía en los Alpes. Fue guionista de cine y critico de arte. Escribió la trilogía de nuestras fatigas. Tiene 3 novelas, dos libros de relatos. Una vez en Europa es el libro de relatos y lila y plog la novela. Son historias de pueblo que le cuentan a un viajante. La única relación entre ellas es que son del mismo pueblo. Son historias cotidianas de gran ternura y sensibilidad. Cuentan la vida de los campesinos y sus relaciones con la vida, la muerte, la tierra, los animales y lo humano.
PALOMAR
El señor palomar lleva el nombre de un observatorio. Entre la actividad exterior y la interior crece el mundo. Se conecta en los objetos y fenómenos y su relación con el yo y el universo. Se multiplica en todo lo que le rodea. Mar con estrellas y cielos y prados forman parte de lo mismo. Encierran preguntas sobre la existencia y el trayecto a la sabiduría. Es el viaje interior del protagonista que pocos realizan. El señor Palomar es un ser humano que observa analiza lo que tiene delante, hace pequeñas descripciones reflexiones sobre fragmentos de la realidad. a través de ellas se habla del interior del ser humano. Describe las olas, el seno nocturno, la espada del sol. Él vino con sus formas de naturaleza. El primer texto es una descripción. En el segundo hay elementos antropológicos culturales. Y el tercero es especulativo sobre el cosmos y el infinito y las relaciones con el mundo, del relato a la meditación. Hace descripciones, meditaciones

El mar encrespado, bordea la orilla, se para una ola. Él esta absorto en la contemplación de las olas, quiere mirar y mira, pero con el estado de ánimo adecuado. Aunque no tiene nada contra la contemplación, no se dan las condiciones. Quiere mirar una ola singular, las olas crean cada acto con su ausencia, con un objeto concreto. Ve la ola cambiar de color, moverse, reflejarse. Hace una operación mental; separar la ola de la que le sigue, de la ola que la precede. Nos lleva a la orilla. Cada ola le da un sentido de la anchura de la costa. Es la fuente que avanza, las olas que existen por si mismas, en distinta velocidad forma y fuerza. Los aspectos complejos varían continuamente. Cada ola difiere de la otra, hay formas y secuencias que se repiten y son distribuidas irregularmente en el espacio y tiempo. La ola capta sus componentes sin reclamar lo mismo. Registra aspectos que no había capturado. Ha visto todo lo que tenia que ver.

Camina por la playa solitaria, y ve a una joven que toma el sol con el pecho descubierto. La bañista no quiere ser mirada por mirones. Mira al mar. Las mujeres se cubren si ven a un desconocido. El hombre se siente inoportuno cuando pasa. Son convenciones respetadas a medias, en vez de darle libertad y franqueza el torso desnudo de la mujer le da vergüenza y mira al vacío y no a ella. Respeta la frontera invisible que divide a las personas. Al proceder así manifiesta su negativa a que los hombres la vean los senos. Lleva un corpiño mental entre sus senos y sus ojos. Es fresco y agradable de ver. Pero de una actitud indiscreta. Es retrogrado mirar así a la bañista. La bañista roza la espuma las olas, y se halla extendida en la arena, le sale un aro moreno en el pezón. El mirón reflexiona prosiguiendo su camino. Su mirada no pesa más que la de una gaviota o merluza. Equipar a la persona al objeto sería cosificar al sexo femenino. Seguir con la vieja costumbre de la supremacía del hombre. La mirada avanza por su piel tensa. Se mantiene en el aire, cruza el relieve de sus senos desde la distancia. Mira así, en una posición clara sin malentendidos. Ese sobrevolar la mirada hacía ella pueda entenderse como una declaración de superioridad. Relega los senos en la penumbra donde la han considerado pecado concupiscente durante toda la historia. Se asocia el seno femenino a la interioridad amorosa. Él cree en una una visión abierta de la sociedad. Por eso avanza hacia la mujer tendida al sol. Mira el paisaje y su mirada se detiene en los senos, en la gratitud del cielo, en las nubes y algas y cosmos y cúspides. Sin interferencias desviantes. Ella se incorpora de golpe. Se encoje de hombros como si huyera de un sátiro.

Mucha filosofía, pero al final es un mirón. El mirón mira cómo cree que debe mirar para no mantener la represión a la mujer. Pasa con la mirada justa.
El mundo mira al mundo, con contrariedades intelectuales. Palomar mira las cosas desde fuera. Es miope distraído e introvertido y no se considera del genero observador. Las cosas le piden una atención silenciosa. Una mirada resume todos los detalles sin desprenderse de ella. No pasa de largo reclinar lo que le llega. Le viene un momento de crisis. El mundo rebela una riqueza infinita al mirarse. Se fija en todo lo que tiene a tiro. Las cosas para mirar son algunas y no otras. Hay problemas de elección, jerarquías de preferencias. Interviene el yo y los problemas con el propio yo de quien sus ojos miran. El yo asomado a los propios ojos como una ventana. la ventana se abre al mundo. Siempre el mundo. ¿Qué otra cosa va a haber que el mundo delante y asesinado en el antepecho? El mundo que mira y es mirado. Palomar es un fragmento del mundo que mira otro trozo de mundo. El yo en la ventana es un mundo que mira al mundo. El mundo necesita gafas para mirar lo de dentro. El mundo de fuera mira afuera. Espera la transfiguración general, pero no, solo el gris cotidiano le rodea. Que sea el que fuera lo que mira el fuera o la extensión de las cosas de las que parte una señal, un guiño. La cosa se separa de las otras. Una cosa está contenta de ser mirada por otras cosas. Las cosas se significan así mismas y nada más. Se verifica las coincidencias de un mundo que quiere mirar y ser mirado. Estas cosas y acciones surgen cuando menos se lo esperan.

La conclusión que llega tras la etapa idealista de la guerra y del PCE es que hay que despojarse de todo. Solo se dedica a mirar y aprovechar el instante. En el diario íntimo de Saly ella va a buscar cerillas y no vuelve en años. Beben que se matan, botella tras otra. Describe con frescura la anormalidad. Esta empeñada en escribir el libro. Lo firma con el seudónimo de Sally mar, es divertida la novela. Instrucciones de uso es un libro más difícil de leer que las cosas. El secuestro es divertido. Y la trilogía de los antepasados. Las ciudades invisibles es un libro para tener a mano y leer un par de paginas y ciudades. Si les el libro después de que te ha encantado otro no le haces justicia al nuevo. Hay que cuidar el orden en que se lee y no leer deprisa y corriendo. Noche de invierno un viajero es un libro que tiende puentes a otros. Son historias inacabadas. Un lector va a protestar a la librería de que hayan mezclado varias novelas y conoce a una lectora que protesta por lo mismo. Son los ejes ambos de las historias. No se entera de nada uno al leerlo, pues hay que leerlos avisados. Son los libros mas experimentales, historias dentro de historias, te pierdes en ese laberinto, hay que leer pensando que no te pierdes lo más importante
Vizconde mediado
Invitación a la lectura
J Fernández de la sota tiempo muerto
Especulación inmobiliaria
Palomar
Castillo destinos cruzados
Amores difíciles
Las ciudades invisibles

No hay comentarios:

Publicar un comentario