jueves, 19 de julio de 2018

LA MANADA


Cada dia en España hay 4 violaciones. Hace poco se celebró la masiva manifestación feminista del 8 de marzo El caso de la Manada ha abierto un debate sobre las penas en el código penal. La victima rompió su silencio en una carta que no describía el acto infame, ni contaba su violencia de forma sensacionalista. Era una carta de agradecimiento; a sus padres por haberla educado y apoyado, por llorar con ella, por enseñarla a odiar y a amar, lo mejor y peor se comparte. Agradece a los que sin conocerla la han defendido aunque fuera un segundo, la han creído y no la han dejado sola. Acaba quejándose de que en la sociedad parece que si te violan tienes que llevar el cartel de violada pegado a al frente. Y anima a denunciar estas agresiones; “no os quedéis callados, para que no ganen ellos”. La gente salió a la calle indignada, en una tormenta social. Miles de personas en Madrid frente al ministerio de justicia protestaron contra la justicia patriarcal, y también contra las agresiones de mujeres a hombres, o en parejas del mismo sexo.
 



La manada
Llevaban días planeando aquel viaje a san fermines. Los amigos no se habían visto desde el último fin de semana, pero por el móvil comentaban cómo sería aquella aventura. Tenían que sentarse a planear el viaje con Anto, pero en general lo irían improvisando sobre la marcha. El campin les salía al final más caro que el hostel. «No se olviden la droga, muy importante, que la echaremos de menos después». El colega ni se acordaba de las pirulas. Comerían algún bocata. En la fiesta no podrían faltar bebidas, drogas y mujeres, iban a pasarlo bien. 

 
Llegaron en el autobús. Estuvieron bebiendo cervezas toda la mañana en distintos bares de tapas, llenos de turistas. Al mediodía se metieron en la plaza a jugar a torear al toro. Las fiestas de San Fermín trascurriendo como siempre: algún herido de asta, muchos borrachos. Era increíble cómo la gente aguantaba días enteros sin dormir y el alcohol se derramaba por las sucias calles. Ellos bebieron un cubata tras otro. El suelo estaba lleno de bolsas de plástico con ginebras, wiskis, ron... Se sacaron fotos con el torso desnudo escanciando una botella y la espuma se resbalaba por sus labios como baba de un perro rabioso. Intentaron ligar con varios grupos de chicas, que les rechazaban por «babosos borrachos». Ellos, en el juicio alegarían que eran guapos y no necesitaban forzar a las mujeres, pero aquella noche las chicas los evitaban, por más que se pusieran pesados. Habían ido a Pamplona a conseguir a una pamplonica paleta, "una buena gorda entre los cinco sería apoteosico" y entonces empezaron a tontear con un grupo de chicas. Entre ellas estaba la chica de 18 años. Había bebido bastante y no quiso acompañar a sus amigas a la pensión. Cuando empezó a sentirse mal decidió volver ella sola. Pero ellos ya habían fijado su objetivo como buitres sobre la presa. Era ya muy tarde y las calles estaban oscuras y silenciosas, sucias y llenas de los restos de los botellones. Los colegas se abrazaban entre ellos, cantaban y se daban palmadas, o sujetaban al que estaba más borracho y vomitaba en una esquina. 

 
Empezaron a seguir a la chica, espontáneamente, sin proponérselo. Los cinco amigos se percataron de que llevaban siguiéndola un buen rato. Entonces «el Prenda» propuso ir a saludarla. El colega miró horrorizado a su amigo intuyendo lo que en realidad quería hacer. Era militar y guardia civil y se cercioró de que la policía no estuviera cerca. Las calles estaban vacías, no había testigos. Los amigos se miraron entre ellos, asustados cada uno del cerebro enfermo del otro. Ya lo habían hecho, no era tan extraño. En Pozoblanco subieron al coche a dos chicas y lamieron sus caras obligándolas a hacerles una felación. Habían sido imputados en aquel caso, ya eran reincidentes. Lo habían grabado todo en video, y sin ninguna prudencia lo habían compartido en sus wasap y redes sociales. 

 

La chica se dio cuenta de que la seguían. Aceleró el paso. Oía su respiración entrecortada como si la soplaran al cuello. Los tenía detrás suyo, acosándola con piropos, silbidos, y amenazas. Intentó llamar por el móvil, pero se le cayó al suelo. Le pisaron el móvil, rajándole un poco la pantalla y le arrebataron el móvil, entre risas. La chica se metió al primer portal que vio, pero al intentar cerrar la puerta sintió la mano peluda de uno de los agresores impidiendo que la cerrara. La metieron al portal y la empujaron al suelo. La metieron unas pastillas en la boca y como seguía chillando la pusieron la mano en la boca. Ella quiso morderla y se resistió lo que pudo. En el bolso podía haber tenido uno de esos spray para cegarles los ojos, pero no había nada. ¿Por qué la obligaban a resistirse? Las fuerzas de seguridad están para velar nuestra integridad física ante las agresiones. No es el ciudadano el que tiene que auto defenderse. También muchas personas homosexuales tienen que ir a cursos de defensa personal, siempre con miedo a las agresiones sexistas y homofobas.  Eran cinco moles inmensas las que se abalanzaban sobre ella, forzándola y tocándola por todo su cuerpo. Abusaron de ella sexualmente, y por turnos la violaron, penetrándola bocalmente, vaginalmente y analmente. Ella perdió el sentido, y no podía ya percibir los detalles morbosos y escabrosos en los que este relato no va a ahondar. 

 
En el juicio se criminalizó a la víctima. El fiscal contrató a un detective para que indagara en la vida sexual de la víctima, sí era promiscua, si había tenido muchos novios. Si la chica era fácil entonces quizá habría sido consentida la agresión. De la boca del fiscal salía veneno. Presentaba por normal algo que no lo era. Los acusados no estaban arrepentidos, no habían hecho nada malo, ni siquiera la han pedido perdón. Ahora les llevarían en una gira promocional por las televisiones de todo el país. El juez les excusaba diciendo que todo era una fiesta, jolgorio y diversión, pero no lo fue para todos aquella noche. Ella salió del portal, mojada, sintiéndose sucia, mareada, aún drogada. Se arrastró hasta un banco y allí se dejó caer. Le habían robado el móvil y no podía avisar a nadie. Tampoco sabía bien lo que había ocurrido, estaba confusa, quería gritar, pero no salía nada de sus labios. Quería contar lo que había pasado y por otra parte no se atrevía a confesárselo a nadie, se sentía avergonzada y culpable ella misma de lo que había pasado. No, no se lo diría a nadie, sería su vergüenza secreta. 

La audiencia provincial de Navarra ha condenado a 9 años de prisión a los acusados por abusar sexualmente de ella, mientras por las calles se manifestaban los ciudadanos gritando: «No es abuso, es violación» «Nos lo hacen a todos» Poco después este mismo juez los ha dejado en libertad provisional con una fianza de 6 mil euros.  Ninguno de ellos tiene recursos para afrontarla. Los presuntos, ahora ya violadores según la ley, salieron del juzgado ante abucheos, protestas e insultos de la gente. Imperturbables y con una entereza inhumana y fría, hacían comentarios a la prensa como estrellas de cine a la salida de los Oscar. Una señora estaba indignada de que las mujeres no puedan salir a la calle sin miedo. Los hombres tienen miedo de la ironía de una mujer, pero las mujeres tienen miedo de que los hombres las maten. Ese mismo día no fue  noticia del periódico que un hombre se quemó a lo bonzo ante el juzgado de violencia a la mujer en Jaén, protestando por una denuncia de maltrato falsa de su mujer. En la redacción se tomaban con prudencia las violaciones que cometían personas inmigrantes, pues ahí ya se mezclaba el racismo y lo políticamente correcto. Pero todos estos casos no pueden restar importancia a la mayoría de violaciones que cometen hombres a mujeres como nuevas formas de barbarie. Manadas peor que las de los animales. Ahora en los san fermines de este año las mujeres visten de negro.

 

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