“Le faltan habilidades sociales”,
iba diciendo el padre a la siquiatra como si yo no estuviera presente. “Tiene que
aprender a respetar a la autoridad por la autoridad”. ¿Y si la autoridad se
equivoca? ¿Y nuestro derecho a decir “el emperador va desnudo”? “Aunque no
tenga razón hay que respetarla”, respondió. ¿La profesora del Trabajo final de
grado tenía derecho a humillarme y yo no podía responderla? Si el mundo es de
lobos habrá que sacar la garra. La profesora se sentía evaluada, al sugerir que
debería leerse el libro sobre el que hacía el trabajo para no estar hablando de
la nada en las tutorías. Era un librito que se lee en un viaje en metro. Me hacía
corregir una y once veces el mismo reportaje, pero al no saber el tema hablábamos
del vacío y solo me sacaba errores ortográficos. A veces hablábamos de
literatura de adulterio del siglo XIX, muy interesante, pero que no venía al
caso. Le puse sobre la mesa los 30 ensayos que me había leído para hacer este
trabajo. Ella se disculpaba con su sueldo, lo poco que la pagaban. Estaba muy
ocupada con sus columnas en el Berria y sus intervenciones en radio. ¿Y a mí
todo eso que me importaba? A mí no me pagaban por hacer este trabajo. A ella
sí, y se quejaba. Las funcionarias sustitutas ven peligrar su puesto laboral y
por eso se quería desvincular de un trabajo que la superaba intelectualmente,
pues cuando me examinaran a mí en el tribunal también la examinarían a ella
como tutora. Cuando me echó del despacho fingiendo un ataque de ansiedad me
obligó a hacerlo solo. En el informe ponía que yo desde mi libertad había elegido
hacerlo sólo. Prometió que abalaría el trabajo fuera lo que fuera, era mentira.
Mandó un informe negativo al tribunal afirmando que era “arduo y frustrante”
trabajar conmigo, aunque ella había hecho excepcionalmente su trabajo, y que todo
lo que allí presentara era fruto de “mi insigne pluma” y no de su supervisión. Esto
tenía que quedar claro, no por venganza hacía mí, sino por asegurarse la
provisional plaza. Tenía yo que pagar la frustración de aquella neurótica lesbiana,
que un día me llamaba joven promesa de las letras y al siguiente que sí me
creía el nuevo Shakespeare. Los mismos prejuicios, buenos o malos, hacía mí,
sin conocerme. Aguanté todas sus faltas de respeto y la tuve que pedir perdón
dos veces, porque a ella lo que le parecía una falta de respeto era una falta
de ortografía. Siempre, las malditas formas. Aquella profesora ¿Qué sabía si
mientras escribía la grafía formalmente correcta la estaba odiando por dentro? O,
si por el contrario la estaba amando en cada falta ortográfica. Al emperador no
le importa si va desnudo o no, sólo quiere que no se lo digan.
“Tienes que cuidar las formas”
Pero las formas, las palabras, el lenguaje mismo, solo es un instrumento. Lo importante
es el fondo. Me puede decir la siquiatra el diagnostico exacto con el mayor de
los eufemismos y me hace daño, y en cambio alguien me puede llamar “loquito”
cariñosamente y no me ofendo. No hay mayor insulto que un eufemismo, la forma
que se usa para no ofender. El eufemismo hace que a un negro le prejuzguemos el
color, vayamos al rincón de las palabras políticamente correctas y al final le
llamemos “persona de color”. Con sus
amigos se llamarán “negratas” entre ellos. La gente se olvida del significante
cuando el significado está lleno de amor, y fraternidad, aunque no haya respeto.
Sólo nos fijamos en las formas cuando disimulamos. Uno siente que está
respetando al rey cuando le reverencia una y otra vez. Cuando está haciendo el
amor a su mujer no siente que la está respetando, simplemente la ama. Se olvida
de la forma, sí la hace el amor suave o salvajemente, porque lo importante es lo
de dentro. Hablamos de respeto generalmente cuando no hay amor ni fraternidad
hacía ese jefe que nos está mandando, igual que nos quedamos en las formas
cuando no hay ningún fondo detrás. La profesora se fija en mis faltas ortográficas
porque no le importa el contenido del trabajo. Uno se empieza a fijar en cómo
está escrita una novela cuando el fondo no le atrapa. Y así vivimos en un mundo
de formas y apariencias, de mentiras y formalismos, sin esencia ni sentido, sin
significados, sin verdad. Un cáncer es un cáncer, te lo comuniquen con el
acordeón o con el txistu. Me es difícil fingir respeto, si no hay fraternidad. No
hablo de que el profesor o el padre tenga que ser tu amigo sino de que, en mi
caso al menos, siempre hay un sentimiento detrás. Para respetar a alguien debes
sentir un mínimo de afecto. No puedo fingir que todo va bien y lo felices que
somos sí por dentro estoy odiando a esa persona. Mi padre vive en la ficción de
lo buen padre que es, porque me deja dos rodajas de lomo en la nevera vacía
cuando marcha al apartamento en la costa a atender sus negocios. Nunca le
importa que estoy escribiendo en mi ordenador, sólo que respete un horario, la
autoridad y las normales sociales. Mientras cumpla el horario de acostarme a
las 12 le da igual si me paso la noche llorando bajo la almohada. Se preocupan
los padres si un hijo sale de fiesta, toda la noche desvelados sin dormir, pero
en cuanto el chico se va de casa parece que la noche es menos peligrosa y
duerme tranquilo. En el fondo lo que quieren egoístamente es no tener
remordimientos de conciencia. Proyectan en su hijo su propio miedo como padres.
La autoridad se resquebraja, porque no cree en ella misma, tiene dudas de fe, y
está desnuda. Pero nadie puede decirle que su traje es invisible. Ni siquiera él
mismo.
“Hay que respetar a la autoridad,
aunque se equivoque”. Si todos pensásemos así jamás se habría derrocado al rey
de Francia. “Existen unas normas sociales que hay que respetar. Hasta la
alcaldesa de Barakaldo está supeditada a normas” Pero las normas son
convenciones creadas por alguien y cuando no te dejan participar de ellas te
están marginando. Se tiende a criminalizar a la víctima. "Si está marginado es
porque quiere, por no respetar las normas". Tú tienes tu libertad de decir las palabras sagradas del SI y el NO o, tu voluntad y tu noluntad. Pero la mayoría de nuestras acciones no son
libres, sino determinadas por las circunstancias. Si te ponen contra la espada
o la pared no hay elección posible. Si estás en una habitación dónde te están
pegando tú eres libre de huir. ¡Menuda libertad! Si estás en un sistema debes
participar de él, pero ¿y sí estás tomando un café tranquilamente en Marzana y
te empiezan a poner un ruido estridente de rock? Tu libertad es huir,
marginarte. Eso no es libertad. El capitalismo nos deja libres hasta que nos
rebelamos, y el paternalista proteccionismo entonces se vuelve represor y opresor.
A veces el problema está en la propia formulación de esa pregunta. Es una pregunta cerrada que se responde con Sí o NO, pero la vida está llena de maticillos, no es una pregunta en la que sólo te dejan asentir o negarte. Entre la espada y la pared. Si toda mi vida he huído de los que me pegaban en el colegio es porque no había otra opción. Poner la otra mejilla no es una opción válida salvo para el masoca. . Tambien está la de enfrentarte, en la que siempre sales perdiendo. Y la otra, la más inteligente o la única que hay, es huir. Pero por mucho que te evadas siempre vuelves a aquel matón del patio de colegio al que no te enfrentase, ccomo proyeción, como trauma. Y tarde o temprano te enfrentas. Y pierdes, claro. Puedes estar ignorando la dura realidad toda la vida si quieres, pero tarde o temprano te matará.
Yo sabía lo que tenía que decir para salir de aquella consulta de psiquiatría,
sin crear alarma en mi siquiatra. Pero no me daban los santos cojones de
interpretar mi papel en aquel momento. La
libertad que nos dejan consiste en ir haciendo una serie de concesiones a la
autoridad y al poder hasta que te dicen; jamás trabajarás en ningún medio periodístico
mientras nosotros vivamos. O; te internamos en un psiquiátrico. O; te
maltratamos toda la vida. 0; somos tan progres que no te suspendemos el trabajo,
sino que te obligamos a repetirlo con el mismo tema y la misma profesora en el
plazo de dos meses. O; tienes un ictus y te vas a morir en dos meses.
Todo esto se hace desde nuestra libertad. Y somos
nosotros los únicos culpables de todo esto que nos pasa. Si te echan a la calle
es tu libertad, o sí te desahucian, todo se hace en nombre de esa libertad. Quizá
podría haber entregado un trabajo hecho en un mes, haber ido a una o dos
tutorías y poner una bibliografía de dos libros. Así haría trabajar menos al
tribunal y hubiera aprobado seguro. Pero había algo interno, una coherencia
conmigo mismo, un imperativo que surgía de las tripas, que me había hecho
ofrecerles un Trabajo fin de grado de dos años de trabajo (Se valora el
producto final y no ese esfuerzo) Me tuve que trasladar a Madrid por capricho
de la profesora ya había conseguido entrevistas de escritoras inaccesibles,
niñas prodigio del momento. Y todo para nada. Mi trabajo era ímprobo, pero ímprobo
no significa sólo “trabajoso” de leer sino “trabajado”. Era un consuelo. Creían
ofenderme comparándome al nuevo periodismo, o diciendo “sólo te ha faltado
presentarlo fumando como el loco de la Colina” Pero me estaban alabando.
Mi padre me da la libertad de
echarme de casa. Ni siquiera puedo disponer de las llaves del desván para que
no lo llene de libros, pero él sí tendrá llaves de mi nueva casa. La casa que
me están buscando estará entre la de mi padre y la de mi madre para seguir controlándome.
No se fían de mí, igual que nadie daba un duro por mí, que podía acabar una
carrera. Mi padre es un hombre importante, tiene muchos contactos en la empresa
y por eso lo mejor que había podido conseguir era un sueldo de 100 e en una
empresa de trabajo protegido. La mayoría de las decisiones que han tomado
ellos, sin mi voluntad, han salido mal. (Enviarme al colegio de curas del
barrio, lo que más cerca estaba de casa. Meterme a grupos scout para que
tuviera amigos. Ingresarme en psiquiátricos) Y las que he elegido yo, aunque
hayan salido mal, las recuerdo como propias. Equivocarse es el precio de la
libertad, pero es peor cuando no eres libre y son los otros los que se
equivocan por ti. Cuesta perdonar. Tendré a mi madre todo el día allí llevándome
táper de comida. En el fondo quieren que me vaya para vaciarme la habitación de
libros y así no avergonzarse de aquel cuarto cuándo enseñaran la casa a los
vecinos.
La editorial me daba la libertad
de trabajar gratis para ellos, renunciando incluso al 5% de los beneficios de mi
propio libro (en otros he tenido que comprarme mi propio libro) y no pudiendo
publicar mis propios textos hasta pasados 5 años. Primero querían cuatro
cuentos y luego cuarenta. Las mil y unas noches os escribo, y sí quieres hago
de Sherezade. Aquellas consultas con la siquiatra no servían para nada. Sólo se
fijaba en las formas, y en las conductas, como el formalismo y el conductismo,
el positivismo y el utilitarismo. En estas terapias te pueden decir “no fumes
que es malo”, cambia tu conducta, pero no les importa la conciencia o el pensamiento
que hay detrás lo más mínimo. Todo lo que sonara a pensar, a filósofo, ellos lo
llaman “racionalizar” La profesora del trabajo no se lo iba a leer y
simplemente me decía “resume”. Para estas sabias conclusiones no hace falta
tener mil carreras de psicología y periodismo ni once mesteres. En el máster no me cogerían, gracias al gesto
tan caritativo de aquel tribunal en poner “no presentado” en vez de “suspendido”.
Yo desde mi libertad de pronto tengo un trauma con una familia que me ha sido
impuesta, la patada a la calle de esta misma familia, un pasado azul internado
en psiquiátricos LIBREMENTE escogidos, la marginación de no tener ningún amigo,
el trabajo final de grado suspendido, 32 años (con los que todos los periódicos
se pegarían por mi currículo), un trabajo de “negro” sin sueldo, y un máster en
el que no me han aceptado. Me dije que era tan libre que me asustaba tanta
libertad. ¡Qué libre que era! Y sin embargo, cuando abandoné la consulta de la
siquiatra de un portazo, a aquella autoridad no le hizo mucha gracia tanta
libertad que me había tomado. Y no obstante, la siquiatra, tan vestida de
palabras, está desnuda. Como las formas sin fondo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario