Según el principio quinto del pacto mundial de la ONU con la red
española de empresas, estas deben erradicar el trabajo infantil. Esta
explotación constituye una violación de los derechos humanos como denuncian
varias organizaciones, entre ellas la Organización Internacional del Trabajo
(AITT) Es en el marco de los trabajos ilegales dónde más se abusa de los niños
que, en situaciones de pobreza, no tienen otra alternativa. También censuran
estos organismos la utilización de niños en conflictos armados, el
reclutamiento militar, el tráfico de drogas y la oferta de niños para la
prostitución junto a toda forma de pornografía infantil. Muchas multinacionales
de empresas trasnacionales, con capitales americanos y europeos, emplean en sus
fábricas mano de obra infantil sobre todo en países tercermundistas. Hacen la
trampa a estas leyes estatales y a estos códigos éticos mintiendo sobre la edad
de sus trabajadores o aprovechándose de que en algunos países la mayoría de
edad se alcanza a edades más tempranas. Está prohibido emplear a niños menores
de 15 años, o en edad de enseñanza secundaria obligatoria, pero en muchos
países la edad mínima para trabajar son 14 años.Pero sobre todo en este articulo quiero hablar del drama de las pateras, que ha puesto de actualizad el Aquarius.
El telediario anunció con alarmismo la
llegada de las pateras Aquarius a Italia frente a la costa libia. Fueron rescatados del mar por un barco humanitario y lanchas de la Guardia Costera italiana y de la marina. Los rescatadores del SOS mediterranée y de Médicos sin Fronteras les pusieron unos chalecos salvavidas y los fueron subiendo y dando mantas y mochilas. Distribuyeron también comida y medicinas. Les llevarían despúes hasta el barco de guerra en el que viajarán a Valencia, pues no los querían en Italia. Los
inmigrantes disponían de 45 dias por razones humanitarias para reponerse de sus
heridas y hacer una petición de auxilio a los organismos internacionales. (Sólo
es reconocido legalmente la admisión de inmigrantes que escapen de conflictos
bélicos o de países en dictaduras que vulneren los derechos humanos) Este fin
de semana habían llegado otras 72 pateras con más de mil inmigrantes. Muchas lanchas se habían hundido y estas personas flotaban en el agua, aferradas a
maderos y a los restos de las pateras naufragadas. En el aquarius viajaban 629 inmigrantes. Equipos de la Cruz Roja y de la Guardia Costera los socorrieron, sacando a más de 40 personas del mar. Desde el puesto de mando se les ofreció protección en calidad de
refugiados políticos. Tras su identificación se les llevó a hospitales para
hacerles una revisión médica. Muchos mostraban una hipotermia severa. Había siete embarazadas, una decena de niños, 123 menores no acompañados y muchos enfermos. Los albergues se desbordaron de personas y tuvieron que dormir en frontones o
lugares improvisados o al raso. Se cree que esta llegada masiva de inmigrantes, en su
mayoría subsaharianos o procedentes de Marruecos y Argelia, se debe al fin del ramadán y al buen tiempo.
Un sol abrasador achicharraba sus cabezas y las gotas de sudor se resbalaban
por sus frentes.
Ricardo no soportaba cuando el telediario se ponía en ese plan y
le abrumaba con ese tipo de noticias. Ricardo se adormilaba en el sofá. Su
mujer le había preparado la cena y ahora él zapeaba entre varios programas de
televisión, porque estaban en los anuncios del partido. No le gustaban los
documentales de la 2, los ponía para echar la siesta. Le aburría toda aquella
lucha de la naturaleza, las manadas de leones migrando por los desiertos del
Sahara. Toda aquella lucha con la naturaleza tan antropomórfica. El hombre es
el peor de los animales, que mata sin tener hambre, por puro entretenimiento.
Nos devoramos unos a otros, queriendo prevalecer como la especie dominante.
Baroja había titulado a su trilogía La
lucha por la vida recogiendo las filosofías de Nietzsche y de otros
filósofos que Ricardo tenía en su biblioteca, pero que nunca había leído.
Tratamos de imponer nuestra voluntad de
poder sobre el otro, el pez gordo se traga al pequeño, sólo las especies
más fuertes (o más astutas) sobreviven.
Ricardo pensó que si nos dejaran solos esto sería la ley de la
selva y ¡el anarquismo!, una guerra de todos contra todos, y eso que no había
leído a Hobbes. Tampoco había recaído Ricardo en que no hay mayor jungla que la
del asfalto ni peor anarquismo que este neocapitalismo estadounidense que deja hacer a las multinacionales a su
antojo. No se puede afirmar que el capitalismo ha triunfado como ideología
cuando constituye un fracaso para toda la pobre gente de los países más
desfavorecidos. No es este el mejor de los mundos posibles ni el menos malo de
los sistemas. Esas multinacionales se comen unas a otras y arrasan con la
hierba de las selvas africanas, llevándose a todo aquel que se interponga en su
camino. Pero a Ricardo aquellos leones le adormecían. Nuestra civilización ha
sublimado los instintos de ira y muerte en sofisticados aparatos técnicos,
armas de destrucción masiva e instrumentos de matar. Pero somos esos mismos
leones y lobos, vestidos de Versace. La naturaleza es cruel y dura. La madre
pájaro se come a sus propias crías. Y el hombre, en cuanto animal, sigue
aniquilando brutalmente. Precisamente debería ser la cultura la que nos haga
pasar de animal a humano para no matarnos los unos a los otros. Pero a Ricardo
le aburrían los documentales de la 2.
Así que cambió de canal. El telediario daba una imagen aterradora
de un niño inocente al que las moscas se le metían por la nariz. Tenía la tripa
inflada de arroz, pero se le marcaban las costillas. Era otro documental más de
la desnutrición en África. Ricardo no pensó «tu piel cubre la vergüenza de
nuestra ósea alma», ni nada parecido. Ricardo no se planteó el cinismo de Dios
cuando había cambiado el betún a esta gente, condenándoles a una vida
miserable. Si hubiera nacido unos kilómetros más abajo Ricardo no estaría
atragantándose de ganchitos sino muriéndose de hambre. «Lentamente te vas
dejando morir, morir de hambre, de sed en tu desierto, y tú que ardes, tu que
te quemas, no puedes sentir dolor por nadie, ni siquiera el tuyo propio».
Ricardo cambió de canal, volvió al partido. Aquellas noticias del África eran
lejanas, no le afectaban tanto como la final Real Madrid-Manchester. Había una
diferencia entre los negros como Ronaldo y los negros de verdad, que no tenían
la decencia de vestir ropas de lujo. Ricardo estaba ya harto de todas aquellas
noticias, que metían como de relleno, con imágenes de archivo que ya tenían.
Daba igual si la hambruna era de este mes o del pasado o de hace tres años,
siempre era lo mismo y Ricardo ya estaba cansado. Esas noticias le aburrían más
que la tele tienda. Eran como documentales de la 2 hechas con seres
humanos.
Kalim
nació en el Sahara, pero no recuerda mucho de sus padres. Debieron de morir
allí en la tribu, de hambre, o cuando empezó la guerra con el pueblo vecino. A
Lalim le regalaron su primera pistola cuando tenía 8 años, a la salida de la
escuela en vez de ofrecerle un sobro de cromos para engancharse a la colección,
como en el primer mundo. Unos hombres le apartaron de la escuela, donde sólo
perdía el tiempo, y le enseñaron a disparar. Al principio Kalim disparaba
pájaros, pero pronto aprendió a matar personas. ¡Era tan fácil matar…! Su
abuelo le solía contar la historia de un pájaro que nació sin alas en la sabana.
Los demás pájaros se reían de él porque no tenía alas y por más que el pájaro
se empeñara no podía volar. Pero un día al pájaro le brotaron alas, y sobrevoló
más alto que la bandada y emigró para siempre de las risas de sus compañeros.
Kalim también se había pasado la vida huyendo.
Se
escapó del ejército en el que le habían enrolado. Pasó meses vagando por el
desierto, alimentándose de plantas o lo que encontrara. Hacía tanto sol que
cada duna le prometía un oasis que nunca era real. Dormía desnudo, bajo los
árboles, como un animal salvaje. Al fin encontró una ciudad. No sabía dónde
estaba, pero la gente lo llamaba Marruecos. Tenderetes y puestos en mercados
fue lo primero que vio. Y turistas que regateaban el precio de chilabas y
cachimbas a los árabes que les gritaban: "Aquí más bueno y barato que en
Carrefour». Kalim vivió un tiempo mendigando, pero todos le ignoraban cuando no
le maltrataban. Las prostitutas le habían cogido cierto cariño y alguna de
ellas le llevaba comida, y Kalim tuvo con una de ellas su primera experiencia
sexual. Pero en general los vendedores le empujaban y trataban mal:"¿No
sabes que está prohibido mendigar?». Algún turista se apiadaba de él y le daba
monedas Había días que no le daban nada y tenía que robar fruta del mercado
para comer. Una de las prostitutas le habló de una fábrica en la que le podían
emplear.
Kalim
tenía 12 años, no podía precisar su edad porque nunca había tenido un
cumpleaños. No había ido contando los días de su vida, sólo se fiaba del cielo,
de los amaneceres y los anocheceres. Aquel sol naranja le había acompañado toda
su vida y era su único Dios. La tierra era su diosa. Y eran las únicas
referencias que tenía de que el tiempo había pasado. Kalim entró a trabajar en
la fábrica de Nike. Muchas mujeres, tapadas con burkas y velos, confeccionaban
ropa en máquinas de tejer, en unos telares bastante primarios. Su misión era
coser balones. Ni siquiera sabía para quién trabajaba, pero en las pelotas de
cuero y de goma siempre aparecía la marca Nike. Un árabe de mostacho poblazo y
barba corta le daba cada mes unos monedas que se gastaba los primeros tres
días. El resto del mes no tenía para comer y el patrono les obligaba a comer en
el comedor de la empresa, descontándoles el dinero del menú de su sueldo que
Kalim no sabía ni cuál era, pues a veces le daban menos monedas que otras.
Kalim no cuestionaba nada de todo esto, prefería el puré y la sopa a morirse de
hambre.
Un
día en la fábrica le hablaron de un barco que zarparía dentro de un mes. Muchos
de sus compañeros habían pagado todo lo que habían ido ahorrando a la mafia que
organizaba aquel viaje. Todos decían que era una oportunidad. Apostaban en el
viaje todos sus sueños y esperanzas. Kalim sintió que de repente por fin le
habían brotado las alas. Pero no tenía dinero para el viaje, apenas ahorraba y
sus amigas prostitutas habían recaudado poco dinero entre ellas. Kalim tuvo que
prostituirse ante un turista inglés, aunque no era homosexual. Todo aquello le
asqueaba, pero en cuanto el otro se ató la bragueta y le dio la propina, Kalim
se sintió feliz como no lo había sido nunca.
A
final de mes nadie echó en falta a Kalim en la fábrica. Era el primer día que
faltaba pues Kalim iba religiosamente a la factoría aunque estuviera muerto de
fiebre. Nadie le echó en falta en su puesto. Había doscientos niños esperando
para entrar a trabajar y sustituirle en su labor. Y tampoco había hecho amigos
allí. Ese día llegó muy temprano al puerto, atestado de ferrys y barcos de
turistas y de puestos de artesanía y barcos pesqueros. Pero el barco que le
llevaría a España no era aquel crucero lujoso del que salían hombres de tez
blanca cámara en mano. Kalim paseó por el barracón, y a cada paso que daba se
alejaba del puerto turístico hacía el modesto puerto de los pescaderos. Allí le
saludaron sus amigos de la fábrica. Unos hombres morenos le pidieron el dinero,
que Kalim sacó presuroso y nervioso de su mochila. No era suficiente. Y con
aquellos hombres no se podía razonar, no atendían a razones como tampoco a
lloriqueos. Kalim se coló en la barca, pues eran tantos las que la agolpaban
esa mañana que su pequeño cuerpo pasó inadvertido. No cabían en aquella patera.
Había familias enteras, pero la mayoría eran de una edad mayor que la suya.
Había más hombres que mujeres. Aquellos se pisaban para entrar y se agolpaban
dentro, en la mayor de las estrecheces, como en un abrazo comunal. En la orilla
se quedaron muchas mujeres y niños pequeños despidiéndolos con la mano o
alzando pañuelos.
El
mar estaba tranquilo aquella mañana, y las olas golpeaban suavemente sobre la
barca de madera y las lanchas a motor. Pero a eso del mediodía el cielo se
llenó de borrascas y tormentas y el mar empezó a enfurecerse. Kalim estaba tan
mareado por el traqueteo de la barca que se contuvo varias veces el estómago
para no vomitar, hasta que no pudo más y devolvió varias veces lo que no había
desayunado. Las olas embravecidas se tragaban su vómito, el puré del día
anterior, que se perdía entre la espuma en el horizonte azul. Le venían
constantemente vahídos y vértigos, porque sentía las respiraciones de los demás
tripulantes en su nuca, sus babas, sus toses y nauseas e incluso a veces sus regurgitaciones.
Algunas mujeres iban sentadas, apretujadas unas a otras, pero la mayor parte
permanecía de pie. Era un milagro que la barca no se hubiera vencido del peso y
de los golpes furiosos del mar.
Así
pasaron tres días, o cuatro, o cinco. No comieron en todo el trayecto, pero
Kalim estaba acostumbrado a permanecer varios días en ayuno. Algunos de
aquellos hombres cantaban canciones para distraer el insoportable tiempo que no
pasaba. Kalim no les miraba pues se entretenía con el cielo, y en cada bandada
que emigraba a tierras calientes parecía reconocer al pájaro sin alas. Sólo era
que tenían la ruta despistada, porque el paraíso era Europa, en dirección
contraria. Los turistas también eran pajarracos desorientados que iban al
África creyéndola un paraíso en la tierra. Todos estaban equivocados, porque el
paraíso era llegar al estrecho de Gibraltar y al cabo de Gata. Alguna vez había visto series de
facturación española en el bar de Marruecos, al que se entraba por una puerta
estrecha con mosquiteras. ¡Se les veía tan robustos y felices en la televisión!,
Kalim deseaba ser uno de ellos. A veces en la vida todos van en bandadas y al
pájaro que vuela libre todos le llaman loco, hasta que la masa se cae en precipicio
y sólo se salva el que planeaba solitario, como un águila. ¡Qué de cuentos
recordaba de su abuelo, el sabio masáí!
Después
de tres días y medio que se hicieron eternos, la tripulación empezó a moverse excitada,
habían avistado puerto. La barca se mecía porque nadie podía disimular su
nerviosismo y se movían inquietos. El cielo no dejaba de plañir y las olas
enloquecidas balancearon la barca. Se había abierto un agujero en la proa y el
agua empezaba a entrar dentro, mojándoles los pies descalzos y oscilando la
embarcación. La gente se puso muy nerviosa, y muchos empezaron a gritar. Se
agarraban unos a otros, empujándose y tirando a algunos al mar. Al final la
barca se venció del peso y se fue sumergiendo en el mar. Kalim tuvo que saltar,
pero apenas se defendía nadando, porque había crecido en el desierto. Nadó a lo
perro, mientras veía ahogarse a compañeros de la factoría. No sabía nadar pero
nadó con toda su alma. Había brotado en él una resistencia a la muerte, que le
sorprendía a él mismo. Iba a anochecer y nadie había acudido a su auxilio,
aunque la costa estaba cerca. No podría resistir más tiempo pataleando y
braceando las olas, aferrado a un madero. Cada vez que su cabeza se sumergía en
el agua sentía que sería la última. Pero siempre lograba emerger. Tenía los
ojos completamente cerrados, pero de un rojo más vivo que aquel sol inhumano y
abrasador. El agua estaba helada, pero él estaba abrasado por el sol, y sentía
su piel reseca y quemada. No podía abrir los ojos. La nada no tenía un color
blanquecino o negro como el de la muerte sino completamente rojo. Un rojo
furioso y violento era lo único que podía ver o intuir. De repente aquel rojo
se hizo más intenso y luminoso.
Era
una barca de salvamento cuyo faro le estaba iluminando directamente a los ojos.
Cuando los abrió se encontraba en la cubierta de un barco, tendido en ella como
muchos otros compañeros del viaje. Les habían dejado secándose como se deja al
bacalao en los barcos de pesca. Cuando el barco arribó a puerto Kalim suspiró
mudamente, pero como si gritara a la humanidad culpable. Los ojos los tenía tan
rojos y cegados que ni siquiera podía llorar de alegría o de dolor. Le hicieron
el boca a boca, porque parecía que no respiraba, no tenía fuerzas para ello. Le
atendieron porque tenía quemaduras graves, estaba completamente achicharrado
por el sol. Y totalmente desnutrido. Tenía hambre de siglos y devoró la comida
que le llevaron unas enfermeras en una bandeja. Ahora estaba en un
polideportivo en el que habían extendido unas mantas y una almohada. Aquellas
enfermeras le dieron todos los tratamientos médicos y cuidados paliativos. En
cuanto estuvo recuperado le llevaron a un alojamiento específico que habían
dispuesto para aquellas personas hasta que se tramitara su regulación
administrativa. Kalim sabía que le repatriarían. Era el riesgo que tenía
colaborar con estas mafias; morir en el intento o ser pillados. Y los habían
pillado, de pleno.
Otros
si lograban cumplir su sueño. Milagrosamente se escabullían entre los montes y
burlaban las medidas de seguridad, adentrándose en bosques de los que no sabían
su futuro. Kalim volvió a sentirse hundido porque todas sus esperanzas se
habían frustrado y le devolverían a aquel horror. En este país sobraba la gente
como él, que les quitaba el trabajo a los autóctonos. Sin embargo, una
asistente social fue a visitarle al centro. «Tengo buenos noticias, tu caso va
a ser tramitado como un caso de explotación infantil. A veces ocurre esto. Hay
personas que se salvan, sí se considera que están escapando de un conflicto
bélico. Y en tu caso vamos a internarte en un centro de menores» Kalim no
aguantó ni dos días allí. En cuanto pudo volvió a volar. Allí no le daban
dinero, sólo comida. Era una cárcel. Prefería trabajar en los invernaderos y en
las huertas de Almería. Pero aquello también resultó ser horrible. Bajo aquel
sol del averno, tenía que recoger fresas de sol a sombra. Le pagaban una
miseria. Todas las fresas que levantaba con su alzada las iban disponiendo en
cajas de madera. Kalim se escapó de allí, aunque el patrón le persiguió,
amenazándolo con matarle. Tenía una azada en la mano y había que ver cómo se
las gastaba. Kalim corría más que él y estuvo muchas lunas caminando por la
carretera. Cuando pasaba algún coche levantaba un dedo, hacía autostop y
siempre alguien le recogía. Así llegó a la ciudad. Y nuevamente sintió que
volaba. No imaginaba lo que aquel cruel sol le tenía reservado para él en la
gran metrópoli.
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