lunes, 23 de julio de 2018

LA TRAGEDIA DEL AQUARIUS


Según el principio quinto del pacto mundial de la ONU con la red española de empresas, estas deben erradicar el trabajo infantil. Esta explotación constituye una violación de los derechos humanos como denuncian varias organizaciones, entre ellas la Organización Internacional del Trabajo (AITT) Es en el marco de los trabajos ilegales dónde más se abusa de los niños que, en situaciones de pobreza, no tienen otra alternativa. También censuran estos organismos la utilización de niños en conflictos armados, el reclutamiento militar, el tráfico de drogas y la oferta de niños para la prostitución junto a toda forma de pornografía infantil. Muchas multinacionales de empresas trasnacionales, con capitales americanos y europeos, emplean en sus fábricas mano de obra infantil sobre todo en países tercermundistas. Hacen la trampa a estas leyes estatales y a estos códigos éticos mintiendo sobre la edad de sus trabajadores o aprovechándose de que en algunos países la mayoría de edad se alcanza a edades más tempranas. Está prohibido emplear a niños menores de 15 años, o en edad de enseñanza secundaria obligatoria, pero en muchos países la edad mínima para trabajar son 14 años.Pero sobre todo en este articulo quiero hablar del drama de las pateras, que ha puesto de actualizad el Aquarius.
 


El telediario anunció con alarmismo la llegada de las pateras Aquarius a Italia frente a la costa libia. Fueron rescatados del mar por un barco humanitario y lanchas de la Guardia Costera italiana y de la marina.  Los rescatadores del SOS mediterranée y de Médicos sin Fronteras les pusieron unos chalecos salvavidas y los fueron subiendo y dando mantas y mochilas. Distribuyeron también comida y medicinas. Les llevarían despúes hasta el barco de guerra en el que viajarán a Valencia, pues no los querían en Italia. Los inmigrantes disponían de 45 dias por razones humanitarias para reponerse de sus heridas y hacer una petición de auxilio a los organismos internacionales. (Sólo es reconocido legalmente la admisión de inmigrantes que escapen de conflictos bélicos o de países en dictaduras que vulneren los derechos humanos) Este fin de semana habían llegado otras 72 pateras con más de mil inmigrantes. Muchas lanchas se habían hundido y estas personas flotaban en el agua, aferradas a maderos y a los restos de las pateras naufragadas.  En el aquarius viajaban 629 inmigrantes. Equipos de la Cruz Roja y de la Guardia Costera los socorrieron, sacando a más de 40 personas del mar. Desde el puesto de mando se les ofreció protección en calidad de refugiados políticos. Tras su identificación se les llevó a hospitales para hacerles una revisión médica. Muchos mostraban una hipotermia severa. Había siete embarazadas, una decena de niños, 123 menores no acompañados y muchos enfermos. Los albergues se desbordaron de personas y tuvieron que dormir en frontones o lugares improvisados o al raso. Se cree que esta llegada masiva de inmigrantes, en su mayoría subsaharianos o procedentes de Marruecos y Argelia, se debe al fin del ramadán y al buen tiempo. Un sol abrasador achicharraba sus cabezas y las gotas de sudor se resbalaban por sus frentes. 

 
Ricardo no soportaba cuando el telediario se ponía en ese plan y le abrumaba con ese tipo de noticias. Ricardo se adormilaba en el sofá. Su mujer le había preparado la cena y ahora él zapeaba entre varios programas de televisión, porque estaban en los anuncios del partido. No le gustaban los documentales de la 2, los ponía para echar la siesta. Le aburría toda aquella lucha de la naturaleza, las manadas de leones migrando por los desiertos del Sahara. Toda aquella lucha con la naturaleza tan antropomórfica. El hombre es el peor de los animales, que mata sin tener hambre, por puro entretenimiento. Nos devoramos unos a otros, queriendo prevalecer como la especie dominante. Baroja había titulado a su trilogía La lucha por la vida recogiendo las filosofías de Nietzsche y de otros filósofos que Ricardo tenía en su biblioteca, pero que nunca había leído. Tratamos de imponer nuestra voluntad de poder sobre el otro, el pez gordo se traga al pequeño, sólo las especies más fuertes (o más astutas) sobreviven. 

 
Ricardo pensó que si nos dejaran solos esto sería la ley de la selva y ¡el anarquismo!, una guerra de todos contra todos, y eso que no había leído a Hobbes. Tampoco había recaído Ricardo en que no hay mayor jungla que la del asfalto ni peor anarquismo que este neocapitalismo estadounidense que deja hacer a las multinacionales a su antojo. No se puede afirmar que el capitalismo ha triunfado como ideología cuando constituye un fracaso para toda la pobre gente de los países más desfavorecidos. No es este el mejor de los mundos posibles ni el menos malo de los sistemas. Esas multinacionales se comen unas a otras y arrasan con la hierba de las selvas africanas, llevándose a todo aquel que se interponga en su camino. Pero a Ricardo aquellos leones le adormecían. Nuestra civilización ha sublimado los instintos de ira y muerte en sofisticados aparatos técnicos, armas de destrucción masiva e instrumentos de matar. Pero somos esos mismos leones y lobos, vestidos de Versace. La naturaleza es cruel y dura. La madre pájaro se come a sus propias crías. Y el hombre, en cuanto animal, sigue aniquilando brutalmente. Precisamente debería ser la cultura la que nos haga pasar de animal a humano para no matarnos los unos a los otros. Pero a Ricardo le aburrían los documentales de la 2. 


Así que cambió de canal. El telediario daba una imagen aterradora de un niño inocente al que las moscas se le metían por la nariz. Tenía la tripa inflada de arroz, pero se le marcaban las costillas. Era otro documental más de la desnutrición en África. Ricardo no pensó «tu piel cubre la vergüenza de nuestra ósea alma», ni nada parecido. Ricardo no se planteó el cinismo de Dios cuando había cambiado el betún a esta gente, condenándoles a una vida miserable. Si hubiera nacido unos kilómetros más abajo Ricardo no estaría atragantándose de ganchitos sino muriéndose de hambre. «Lentamente te vas dejando morir, morir de hambre, de sed en tu desierto, y tú que ardes, tu que te quemas, no puedes sentir dolor por nadie, ni siquiera el tuyo propio». Ricardo cambió de canal, volvió al partido. Aquellas noticias del África eran lejanas, no le afectaban tanto como la final Real Madrid-Manchester. Había una diferencia entre los negros como Ronaldo y los negros de verdad, que no tenían la decencia de vestir ropas de lujo. Ricardo estaba ya harto de todas aquellas noticias, que metían como de relleno, con imágenes de archivo que ya tenían. Daba igual si la hambruna era de este mes o del pasado o de hace tres años, siempre era lo mismo y Ricardo ya estaba cansado. Esas noticias le aburrían más que la tele tienda. Eran como documentales de la 2 hechas con seres humanos.  
 

Kalim nació en el Sahara, pero no recuerda mucho de sus padres. Debieron de morir allí en la tribu, de hambre, o cuando empezó la guerra con el pueblo vecino. A Lalim le regalaron su primera pistola cuando tenía 8 años, a la salida de la escuela en vez de ofrecerle un sobro de cromos para engancharse a la colección, como en el primer mundo. Unos hombres le apartaron de la escuela, donde sólo perdía el tiempo, y le enseñaron a disparar. Al principio Kalim disparaba pájaros, pero pronto aprendió a matar personas. ¡Era tan fácil matar…! Su abuelo le solía contar la historia de un pájaro que nació sin alas en la sabana. Los demás pájaros se reían de él porque no tenía alas y por más que el pájaro se empeñara no podía volar. Pero un día al pájaro le brotaron alas, y sobrevoló más alto que la bandada y emigró para siempre de las risas de sus compañeros. Kalim también se había pasado la vida huyendo.
 
Se escapó del ejército en el que le habían enrolado. Pasó meses vagando por el desierto, alimentándose de plantas o lo que encontrara. Hacía tanto sol que cada duna le prometía un oasis que nunca era real. Dormía desnudo, bajo los árboles, como un animal salvaje. Al fin encontró una ciudad. No sabía dónde estaba, pero la gente lo llamaba Marruecos. Tenderetes y puestos en mercados fue lo primero que vio. Y turistas que regateaban el precio de chilabas y cachimbas a los árabes que les gritaban: "Aquí más bueno y barato que en Carrefour». Kalim vivió un tiempo mendigando, pero todos le ignoraban cuando no le maltrataban. Las prostitutas le habían cogido cierto cariño y alguna de ellas le llevaba comida, y Kalim tuvo con una de ellas su primera experiencia sexual. Pero en general los vendedores le empujaban y trataban mal:"¿No sabes que está prohibido mendigar?». Algún turista se apiadaba de él y le daba monedas Había días que no le daban nada y tenía que robar fruta del mercado para comer. Una de las prostitutas le habló de una fábrica en la que le podían emplear. 

 
Kalim tenía 12 años, no podía precisar su edad porque nunca había tenido un cumpleaños. No había ido contando los días de su vida, sólo se fiaba del cielo, de los amaneceres y los anocheceres. Aquel sol naranja le había acompañado toda su vida y era su único Dios. La tierra era su diosa. Y eran las únicas referencias que tenía de que el tiempo había pasado. Kalim entró a trabajar en la fábrica de Nike. Muchas mujeres, tapadas con burkas y velos, confeccionaban ropa en máquinas de tejer, en unos telares bastante primarios. Su misión era coser balones. Ni siquiera sabía para quién trabajaba, pero en las pelotas de cuero y de goma siempre aparecía la marca Nike. Un árabe de mostacho poblazo y barba corta le daba cada mes unos monedas que se gastaba los primeros tres días. El resto del mes no tenía para comer y el patrono les obligaba a comer en el comedor de la empresa, descontándoles el dinero del menú de su sueldo que Kalim no sabía ni cuál era, pues a veces le daban menos monedas que otras. Kalim no cuestionaba nada de todo esto, prefería el puré y la sopa a morirse de hambre.
 
Un día en la fábrica le hablaron de un barco que zarparía dentro de un mes. Muchos de sus compañeros habían pagado todo lo que habían ido ahorrando a la mafia que organizaba aquel viaje. Todos decían que era una oportunidad. Apostaban en el viaje todos sus sueños y esperanzas. Kalim sintió que de repente por fin le habían brotado las alas. Pero no tenía dinero para el viaje, apenas ahorraba y sus amigas prostitutas habían recaudado poco dinero entre ellas. Kalim tuvo que prostituirse ante un turista inglés, aunque no era homosexual. Todo aquello le asqueaba, pero en cuanto el otro se ató la bragueta y le dio la propina, Kalim se sintió feliz como no lo había sido nunca. 

 
A final de mes nadie echó en falta a Kalim en la fábrica. Era el primer día que faltaba pues Kalim iba religiosamente a la factoría aunque estuviera muerto de fiebre. Nadie le echó en falta en su puesto. Había doscientos niños esperando para entrar a trabajar y sustituirle en su labor. Y tampoco había hecho amigos allí. Ese día llegó muy temprano al puerto, atestado de ferrys y barcos de turistas y de puestos de artesanía y barcos pesqueros. Pero el barco que le llevaría a España no era aquel crucero lujoso del que salían hombres de tez blanca cámara en mano. Kalim paseó por el barracón, y a cada paso que daba se alejaba del puerto turístico hacía el modesto puerto de los pescaderos. Allí le saludaron sus amigos de la fábrica. Unos hombres morenos le pidieron el dinero, que Kalim sacó presuroso y nervioso de su mochila. No era suficiente. Y con aquellos hombres no se podía razonar, no atendían a razones como tampoco a lloriqueos. Kalim se coló en la barca, pues eran tantos las que la agolpaban esa mañana que su pequeño cuerpo pasó inadvertido. No cabían en aquella patera. Había familias enteras, pero la mayoría eran de una edad mayor que la suya. Había más hombres que mujeres. Aquellos se pisaban para entrar y se agolpaban dentro, en la mayor de las estrecheces, como en un abrazo comunal. En la orilla se quedaron muchas mujeres y niños pequeños despidiéndolos con la mano o alzando pañuelos.   

El mar estaba tranquilo aquella mañana, y las olas golpeaban suavemente sobre la barca de madera y las lanchas a motor. Pero a eso del mediodía el cielo se llenó de borrascas y tormentas y el mar empezó a enfurecerse. Kalim estaba tan mareado por el traqueteo de la barca que se contuvo varias veces el estómago para no vomitar, hasta que no pudo más y devolvió varias veces lo que no había desayunado. Las olas embravecidas se tragaban su vómito, el puré del día anterior, que se perdía entre la espuma en el horizonte azul. Le venían constantemente vahídos y vértigos, porque sentía las respiraciones de los demás tripulantes en su nuca, sus babas, sus toses y nauseas e incluso a veces sus regurgitaciones. Algunas mujeres iban sentadas, apretujadas unas a otras, pero la mayor parte permanecía de pie. Era un milagro que la barca no se hubiera vencido del peso y de los golpes furiosos del mar. 

 
Así pasaron tres días, o cuatro, o cinco. No comieron en todo el trayecto, pero Kalim estaba acostumbrado a permanecer varios días en ayuno. Algunos de aquellos hombres cantaban canciones para distraer el insoportable tiempo que no pasaba. Kalim no les miraba pues se entretenía con el cielo, y en cada bandada que emigraba a tierras calientes parecía reconocer al pájaro sin alas. Sólo era que tenían la ruta despistada, porque el paraíso era Europa, en dirección contraria. Los turistas también eran pajarracos desorientados que iban al África creyéndola un paraíso en la tierra. Todos estaban equivocados, porque el paraíso era llegar al estrecho de Gibraltar y al cabo de Gata. Alguna vez había visto series de facturación española en el bar de Marruecos, al que se entraba por una puerta estrecha con mosquiteras. ¡Se les veía tan robustos y felices en la televisión!, Kalim deseaba ser uno de ellos. A veces en la vida todos van en bandadas y al pájaro que vuela libre todos le llaman loco, hasta que la masa se cae en precipicio y sólo se salva el que planeaba solitario, como un águila. ¡Qué de cuentos recordaba de su abuelo, el sabio masáí!
 
Después de tres días y medio que se hicieron eternos, la tripulación empezó a moverse excitada, habían avistado puerto. La barca se mecía porque nadie podía disimular su nerviosismo y se movían inquietos. El cielo no dejaba de plañir y las olas enloquecidas balancearon la barca. Se había abierto un agujero en la proa y el agua empezaba a entrar dentro, mojándoles los pies descalzos y oscilando la embarcación. La gente se puso muy nerviosa, y muchos empezaron a gritar. Se agarraban unos a otros, empujándose y tirando a algunos al mar. Al final la barca se venció del peso y se fue sumergiendo en el mar. Kalim tuvo que saltar, pero apenas se defendía nadando, porque había crecido en el desierto. Nadó a lo perro, mientras veía ahogarse a compañeros de la factoría. No sabía nadar pero nadó con toda su alma. Había brotado en él una resistencia a la muerte, que le sorprendía a él mismo. Iba a anochecer y nadie había acudido a su auxilio, aunque la costa estaba cerca. No podría resistir más tiempo pataleando y braceando las olas, aferrado a un madero. Cada vez que su cabeza se sumergía en el agua sentía que sería la última. Pero siempre lograba emerger. Tenía los ojos completamente cerrados, pero de un rojo más vivo que aquel sol inhumano y abrasador. El agua estaba helada, pero él estaba abrasado por el sol, y sentía su piel reseca y quemada. No podía abrir los ojos. La nada no tenía un color blanquecino o negro como el de la muerte sino completamente rojo. Un rojo furioso y violento era lo único que podía ver o intuir. De repente aquel rojo se hizo más intenso y luminoso.
 
Era una barca de salvamento cuyo faro le estaba iluminando directamente a los ojos. Cuando los abrió se encontraba en la cubierta de un barco, tendido en ella como muchos otros compañeros del viaje. Les habían dejado secándose como se deja al bacalao en los barcos de pesca. Cuando el barco arribó a puerto Kalim suspiró mudamente, pero como si gritara a la humanidad culpable. Los ojos los tenía tan rojos y cegados que ni siquiera podía llorar de alegría o de dolor. Le hicieron el boca a boca, porque parecía que no respiraba, no tenía fuerzas para ello. Le atendieron porque tenía quemaduras graves, estaba completamente achicharrado por el sol. Y totalmente desnutrido. Tenía hambre de siglos y devoró la comida que le llevaron unas enfermeras en una bandeja. Ahora estaba en un polideportivo en el que habían extendido unas mantas y una almohada. Aquellas enfermeras le dieron todos los tratamientos médicos y cuidados paliativos. En cuanto estuvo recuperado le llevaron a un alojamiento específico que habían dispuesto para aquellas personas hasta que se tramitara su regulación administrativa. Kalim sabía que le repatriarían. Era el riesgo que tenía colaborar con estas mafias; morir en el intento o ser pillados. Y los habían pillado, de pleno. 

 
Otros si lograban cumplir su sueño. Milagrosamente se escabullían entre los montes y burlaban las medidas de seguridad, adentrándose en bosques de los que no sabían su futuro. Kalim volvió a sentirse hundido porque todas sus esperanzas se habían frustrado y le devolverían a aquel horror. En este país sobraba la gente como él, que les quitaba el trabajo a los autóctonos. Sin embargo, una asistente social fue a visitarle al centro. «Tengo buenos noticias, tu caso va a ser tramitado como un caso de explotación infantil. A veces ocurre esto. Hay personas que se salvan, sí se considera que están escapando de un conflicto bélico. Y en tu caso vamos a internarte en un centro de menores» Kalim no aguantó ni dos días allí. En cuanto pudo volvió a volar. Allí no le daban dinero, sólo comida. Era una cárcel. Prefería trabajar en los invernaderos y en las huertas de Almería. Pero aquello también resultó ser horrible. Bajo aquel sol del averno, tenía que recoger fresas de sol a sombra. Le pagaban una miseria. Todas las fresas que levantaba con su alzada las iban disponiendo en cajas de madera. Kalim se escapó de allí, aunque el patrón le persiguió, amenazándolo con matarle. Tenía una azada en la mano y había que ver cómo se las gastaba. Kalim corría más que él y estuvo muchas lunas caminando por la carretera. Cuando pasaba algún coche levantaba un dedo, hacía autostop y siempre alguien le recogía. Así llegó a la ciudad. Y nuevamente sintió que volaba. No imaginaba lo que aquel cruel sol le tenía reservado para él en la gran metrópoli.

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