domingo, 22 de julio de 2018

NO A LA GUERRA


La guerra de Irak fue una cuestión meramente económica, el petróleo, ya nos cuenten las historias para no dormir de bombas atómicas y destrucción masiva que quieran. Los europeos imaginamos Yanquilandia como un salón del oeste donde Bill Gates al piano toca la de Casablanca y las animadoras de instituto bailan el cancán ante Bush o Trump. El liberalismo económico nos ha concedido una Libertad condicionada, las migajas del Sistema. El 4 de Julio sustituirán el día de la independencia por el de la Seguridad Nacional. Un país paranoico que ha creado un muro de la vergüenza, de más lamentaciones que el otro. Todos recordamos el fin del comunismo soviético, la caída del muro de Berlín pero el 11 s nos anunció que el capitalismo también está en las últimas.

 


Derribaremos estos muros para construir puentes de multi culturalidad, para cruzarlos con la inter culturalidad. En EEUU las empresas campan a sus anchas en el mayor de los anarquismos. (el anarco-capitalismo) Tocqueville nos lo vendió como el paraíso de la Democracia, pero muchos emigrantes que llegaron allí se decepcionaron no más ver la estatua de la libertad, el monstruo de Nueva York. Esa ley de la jungla financiera es todo menos libre. Han legitimado sus asesinatos llamándoles razón de estado o guerra legal. Han intentado argumentar su deseo de codicia, posesión, retención y lucro con todas las ideologías posibles; el positivismo, el utilitarismo, el conductismo…A este país, que apenas tiene más historia propia que las películas de vaqueros, le parece muy racional bombardear un país. No son los ideales Libertad-Democracia-Seguridad-Independencia lo que les lleva a intervenir en estos conflictos. Es el ansía del petróleo.

El oro negro ha ensuciado sus almas, ya desde que metieron en reservas a los indios nativos. Es un país formado por delincuentes y otros presos que escaparon de Irlanda e Inglaterra al país de la libertad o más bien del libertinaje. A la CNN y los mass media, mercenarios del capital estado, solo les falta retrasmitir por televisión las muertes en la silla eléctrica. Cualquiera puede comprar un arma en la América profunda. La sanidad pública es un desastre. Hay racismo con los latinos y niveles de pobreza alarmantes.  Sus valores morales giran en la veleta de las oscilaciones bursátiles de Wall Street. Kant les invitaría a salir de su culpable minoría de edad, dependientes de papa estado y mama capital. La globalización es la llegada a la tercera edad, al asilo del siglo XX, en un primer mundo superpoblado y envejecido. En la era de la comunicación estamos más solos y desamparados que nunca. Clamamos al cielo nuevas cadenas. Todo vale para el convento, en un relativismo que no es la ambivalencia moral. Kant creía en la razón autónoma, que no dependía de lo heterónomo, lo de fuera, pero que se sometía al tribunal de la Razón Universal. La ONU ha intentado cumplir esta función de arbitrio, pero los EEUU se saltan los protocolos de Kioto y todos los acuerdos internacionales.

Actualmente nos asolan 2000 guerrillas en todo el mundo, sobre todo en las partes impúdicas de la tierra, el Sur de nuestro ombligo. En África se enrola en el ejército a muchachos a los que les dan una Coca-Cola, un arma y un cigarrillo lucky para engañar el estómago. Se internacionalizan antes estos “productos de primera necesidad” que las ayudas humanitarias. Todos los que han ido a estos campos de refugiados y a estas aldeas en reconstrucción ven un contraste entre el buenísimo de sus buenas intenciones y la realidad penosa del país. Los políticos van allí a figurar y sacarse la foto de rigor. Los cascos azules intervienen en estas zonas. La guerra actual es económica y no ideológica. Ni siquiera es real. Se retrasmite virtualmente por televisión o por la pantalla de tu ordenador como el último juego bélico del mercado. Se hace de ella un espectáculo. Parece realidad virtual o un simulacro, según los situacionistas y filósofos posmodernos como Lyottard. Los fotógrafos sacan las fotos más escabrosas y morbosas para vender sangre a las agencias de fotos y noticias. En camiones van los militares junto a los activistas de las ONGs y algún turista que otro. Se compran el traje en Coronel Tapioca y hay que lucirlo. Los corresponsales de guerra van allí a vivir la experiencia. El nombre de ONG se queda corto. Ya no deberían llamarse organizaciones no gubernamentales sino organizaciones no empresariales. El escepticismo y la filosofía de la sospecha nos invaden cada vez que hacemos caridad y enviamos la ropa que nos sobra o alimentos. ¿Hasta qué punto revierten los beneficios en ellos mismos? La caridad cristiana se va sustituyendo por la solidaridad de estos grupos filantrópicos.

Han muerto las guerras por ideales, igual que la política se reduce al carisma televisivo de Trump. Han muerto los metarelatos y dejan en herencia viejos mensajes anacrónicos, posverdades anunciadas por la publicidad. Se ha vaciado los mensajes de contenido y como diría Adorno; ya no luchamos en colectivo, nos apuntamos a las campañas. La guerra nos ha acompañado desde que el hombre es hombre, el conflicto surge con el infierno del otro. Para Hobbes la guerra de todos contra todos es innata a ese hombre que nace lobo. Por el contrario, para Rousseau nacemos corderos y la guerra surge por el capital y la propiedad. La disputa empezó cuando el primero de los hombres buenos por naturaleza puso un palote entre su tierra y la del vecino. Las palabras de antes eran peligrosas y podían matar, pero las guerras de ahora se retrasmiten en un silencio cómplice.  

En nuestro país se abolió el servicio militar obligatorio, y cuando nos hablan de vocación de matar nos apenamos por ellos. La violencia organizada es la pasión y hobby de los hombres trastornados y ociosos. Para los que aman tanto los gatillos, no hay diferencias entre proteger la nación, disparar halcones, pronunciar levantamientos, o pertenecer a un comando terrorista. Se trata de matar y matar es lo más fácil del mundo, basta con apretar un gatillo. Los hyppis pusieron una flor en el cañón de las pistolas intentando hacer el amor y no la guerra. Pero ya decía el propio Cristo que él había venido a sembrar la guerra y no la paz. No hay camino para la paz, la paz es el camino, decía Gandhi. Hay que guerrear mucho por ella.

Quienes nos asustamos ante el ruido de una simple metralleta de juguete nos cuestionamos hasta dónde puede llegar esta paranoia de la protección por nuestro propio bien y en nombre de la seguridad colectiva. Nos negamos de niños a jugar a indios y vaqueros igual que ahora nos negamos a jugar a la guerra. La policía nos protege de los disturbios y Papa Estado es bueno y paternalista hasta que lo desafiamos. Saca entonces su garra contra el hijo prodigo y llega la represión y la opresión. Luchamos contra fantasmas y amenazas invisibles. El otro ya no es sólo nuestro infierno sino el enemigo. Demonizamos a Ben Laden y al Sadam de Casterville. Son los nuevos chivos expiatorios a los que culpar de nuestros propios errores y los sacos de boxeo en los que descargar nuestra rabia contenida.

EEUU hace caridad, y no solidaridad, con estos países con falta de libertades. Les lleva nuestra cultura hegemónica y el alfabetismo, nuestra religión aculturizadora y el imperialismo colonialista sigue lastrándoles. La mili ya no es obligatoria y nos venden el ejército como un lugar dónde la mujer se va a desarrollar profesionalmente. Se pensó incluso impartir en las escuelas la FEM o formación del espíritu militar. Las pruebas de acceso para hacerte soldado son más fáciles que sacarse el carné de conducir (¿Qué batido de cerebros nos protege?) Han invertido millones en publicidad del ejército, pero las cuentas siguen sin salir.  Sigue sin haber vocación militar, como tampoco religiosa.

Las guerras medievales de los héroes vestidos de armadura eran hasta divertidas cuando se caían del jinete a lo Charlot y no dejaban tantos regueros de sangre. Muchos coleccionan soldaditos de las batallas de Napoleón o juegan al Risk. Pero la actual guerra es invisible, cuestión de una estrategia coordinada y tecnológica. De apretar el botón correcto. Los soldados son mercenarios del dinero, no luchan por el honor y otros romanticismos. Se venden a la mejor bandera y ascienden en la jerarquía de mandos. No es una vocación sino una profesión, un negocio tan rentable como la prostitución, la droga o la cosmética, que enriquece a la minoría de siempre.

El 80% de la humanidad sumida en la miseria no justifica que la fuerza bruta sea la única forma de mantener vivo un mundo injusto. Si hemos sobrevivido como especie no es sólo gracias a la agresividad sino a la inteligencia. 2,5 billones con B de barbaridad y burros se destinan en nuestro querido país democrático para gastos militares. Ese dinero proviene de nuestra renta, de no negarnos a la abstención fiscal para gastos militares, a favor de mayor atención social. Una realidad tan cercana como la fábrica armamentística de Eibar.

El pacifismo y el movimiento anti militar de muchos organismos internacionales quieren revisar los consejos de guerra en los que muchos individuos se negaron a empuñar a un arma. No podemos abnegarnos en el nihilismo y el pesimismo existencial ni delegar la culpa en los políticos. La polis somos todos y el infierno somos cada uno de nosotros cuando, pasivos ante el televisor, cambiamos de canal. Consecuentes con la moral autónoma de Kant deberíamos negarnos a empuñar la peor arma; la de la indiferencia, grillete del ser humano.

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