domingo, 22 de julio de 2018

LA SECTA DE MIGUEL

LA SECTA
Las sectas están proliferando en estos tiempos de crisis económica y de demandas espirituales. Las religiones orientales (el budismo, el taoísmo) se mezclan con nuevas prácticas exotéricas como los masajes reiki, las flores de Bach, el yoga, el taichí, la astrología, la lectura de cartas, tarot, del aura...Una mezcla de filosofías y religiones heterogénea que han conformado lo que se da en llamar la nueva era (New age) o era Acuario, Piscis. Una sociedad liquida (según Bauman; sociedad pecera, burbuja), una nueva aurora postmoderna abierta a otras formas de mirar el mundo más trascendentales e interculturales, pero en la que surgen a veces grupos que se aprovechan de la buena fe de la gente. Nos llegan noticias de sectas que sacan todo el dinero a sus integrantes, se meten en sus vidas personales o incluso celebran extrañas ceremonias e inmolaciones colectivas. Este relato quiere reflejar este problema social. Y denunciar también las supercherías del conductismo aplicado práctica y utilitariamente en las empresas para aumentar la productividad de sus empleados. (Detrás del queso)


Solía ir a la lonja de Miguel, un naturista. Estaba obsesionado con las escuelas Waldor de Rudolf Steiner. Steiner fue un filósofo de la época de Nietzsche, tan loco como el otro, pero con menos fama, aunque los captados por la teosofía lo idolatran. El movimiento trata de integrar la seudo-ciencia de la naturopatia con las filosofías de este hombre a través de múltiples prácticas que van desde el fendelcrass, el yoga, las flores de bach hasta talleres de cuentos de hadas. Los naturopatas confían en los productos naturales como remedios balsámicos que nos van a salvar de todas las enfermedades que nos produce este sistema capitalista alienante. Su eficacia radica en el uso de placebos; el paciente va condicionado a recuperarse porque dota a estas flores de bach o a estas plantas de un poder beatifico. Muchas enfermedades se tratan con el mismo virus, que, en pequeñas dosis, puede curarnos del mismo mal que queremos combatir. Igual que muchas de las vacunas que los médicos convencionales nos inyectan y que nos producen algo de fiebre al tratarse del mismo virus. Estas prácticas son peligrosas y ha habido asesinatos, aunque también puede ser que los laboratorios Meyer financien estos estudios científicos para que los remedios naturales no les quiten su nicho de mercado. Sólo es legal en Suecia y en el resto del mundo está prohibida. 

 
El taller de cuentos me pareció una secta desde el principio. Todo lo que dábamos era una repetición de lo que Steiner había dejado escrito. También se había dedicado a analizar los cuentos de los Hermanos Grimm desde su teosofía, a pesar de que estos románticos escribían cuentos sin moraleja alguna. No dimos a otros cuentistas, porque para Miguel sólo existían los hermanos Grimm y Steiner y desconocía por ejemplo a las dos cuentistas infantiles más importantes del siglo XX en España; Carmen Martin Gaite y Ana María Matute. Tampoco vimos a Andersen, a Calleja, a Helena Fortún, a Perrault. Lo que había dicho Steiner iba a misa. De vez en cuando se obsesionaba con algún nuevo autor. Ahora le había dado por Gloria Fuertes y Blas de Otero, buscando una lectura religiosa y exotérica a ambos poetas sociales, que son conocidos por su vertiente política y no por la mística. Le descubrí a García Calvo y estuvo otros meses obsesionado con este nuevo autor, reflexionando en cómo lo clasificaría su maestro Steiner. 

 
En su taller del casco viejo mezclaba la sicomagia con el chamanismo, la pasiflora, la anti-psiquiatría, el yoga y el fendelcrass y las teorías Waldor. Había cambiado varias veces de nombre y de local, pues los primeros locales se los había cerrado la policia. Pasó su taller de llamarse Nueva Agora a Hogar Izarra o lozarra o algo así. Allí recogía a los que no servían para estudiar ni para trabajar, a los ninis, a los deficientes mentales, a los subnormales, a los síndromes de Down y a los jóvenes con problemas de drogas o delincuencia. Les ponía a trabajar poniendo tubos y pelando claves, y a cambio les daba 50 e al mes y muchos consejos sobre la vida. Era una nueva forma de explotación, en la que se aprovechaba de la gente con deficiencias o problemas, y no era del todo legal, pues maquillaba aquel dinero negro llamándolo "bonificación" en vez de "sueldo", "subcontrato" en vez de "contrato". A su consulta también iban muchas mujeres que se derrumbaban psicológicamente y se le ponían a llorar. Miguel a veces no sabía dónde meterse cuando una de esas señoras le contaba su perdida del marido o que sus hijos no la querían, pero tenía mucho saber estar y entereza y las prometía el paraíso si aceptaban sus tratamientos y cuidados. Las señoras le habrían dado todo el dinero de su cuenta de banco si él se lo hubiera pedido, era su salvador, el único hombre en el que ya podían confiar, la única mano amiga. La única persona que no era un actor en esta película que hacían con su vida. 

Daba consejos a sus pacientes de Perogrullo, como sacados del sentido común de cualquier aldeano; deshacerse de los objetos del muerto o ponerse la ropa del padre que le ha maltratado para restarle poder. Los maltratadores son siempre hijos maltratados, pues Miguel no podía concebir al hombre como un ser malo, confiaba en esa bondad roussiana ingenuamente. Miguel era un vendedor de humo, un farsante e impostor. Sacaba el dinero a las señoras leyéndolas cartas del tarot en bares como si fuera Jodorowsky, y ofreciéndoles aquella gimnasia para recuperarse de sus divorcios. El propio Jodorowsky le hubiera definido como un pato Donald que va mareado detrás de las carteras del tío Gilito y de las señoras, vestido de progre o de rojo si era necesario. Un día me encontré a un gitano conocido en la estación del metro y se me ocurrió llevarle a la terapia. El naturista le aseveró que se pusiera a trabajar, le preguntó si sabía limpiar escaleras de forma agresiva. Esperaba más dulzura en un taller de cuentos de hadas.
 
Miguel se había salido del seminario de joven, porque le gustaban demasiado las damas y ahora se había reciclado haciendo ese taller de naturopatia. Había abrazado las religiones orientales con el mismo amor que abrazó el cristianismo. Las escuelas Waldor se han implantado sobre todo en EEUU. No creen en la tecnología, por lo que están prohibidos los ordenadores y pretenden educar a los niños según una educación sentimental, que bebe del romanticismo desde Goethe hasta aquí. Son escuelas seudoconductistas, pintadas de alegres y festivos colores, en comunión con la agreste naturaleza, pues es muy importante que el niño esté en contacto con la naturaleza. Los espartanos que abandonaban a sus vástagos en medio del bosque para que se hicieran hombres. Aquellos niños se veían obligados a madurar, matando animales para comer y durmiendo en los claros, incluso matando a otros niños que atacaran su comida. Era el rito de iniciación espartano. De ese paso de la infancia a la madurez ha surgido incluso un estilo literario; el de la bildursroman alemana, en la que podríamos situar obras como el Fausto o Wherter de Goethe, las peregrinaciones de Lord Byron, el Hyperion de Hölderlin, las novelas de Herman Hesse, entre otras muchas. Pero tampoco hablamos de ninguna de estas novelas de formación en este taller de cuentos de hadas. La pizarra se iba llenando con palabras escritas en tizas de colores. Palabras abstractas, que sueltas no tendrían ningún sentido, pero que Miguel unía interrelacionándolas en esquemas con flechas, jerarquías y escalas que le daban una apariencia de teoría científica o de desvarío esquizofrénico. 
En aquellos galimatías siempre había un orden; había palabras que se alzaban al cielo, al mundo de las ideas. Y palabras que Miguel escribía en la parte de debajo de la pizarra. Las palabras querían rebelarse a este orden jerárquico, pero Miguel no las dejaba bajar la escalera. También había palabras con derecho a ser mayúsculas y otras que se avergonzaban de ser minúsculas y de caja baja. Mente, Auto Conciencia, Yo trascendental, Espíritu, Alma Esencia tenían más privilegios que Cuerpo, Apariencia, sentidos, instintos….De esta forma iba dibujando las Leyes Naturales, la escala de las plantas, los animales, las edades de los niños, las cronologías históricas enraizadas en cosmologías paranoicas… Parecía la suma teológica de un Santo Tomás de Aquino enloquecido. Yo intentaba enlazar aquellas raras teorías con mis conocimientos de filosofía, pero todo aquel esquema se contradecía a sí mismo, y no guardaba ningún sentido. Había palaras en rojo, otras en verde, siempre priorizando unas sobre otras, desechando las que no le gustaban. 
También advertí que le gustaba mucho la numerología; Todo nace del fundamento llamado Dios que es el Uno, y de ahí se crea a Adán y Eva que son Dos y su retoño los convierte en Tres. De esta forma lo enlazaba con la santa trinidad y la teoría trinitaria de Aristóteles, pero la cosa se le chafaba sí Adán le resultaba maricón. Platón, al contrario que Aristóteles, había establecido su sistema en una dualidad contradictoria en su ambivalencia, y Hegel había resuelto esa dialéctica de la tesis- antesis en una síntesis imposible, lo que convertía de nuevo el 2 en 3. Todos aquellos juegos de números le encantaban.   
-¿Qué haces aquí? Deberías estar en la universidad.
- La universidad la he acabado, le respondí- Ahora soy ya todo un licenciado parado.- 
Miguel, el ex diacono, era un hombre joven y fortachón, una especie de cristiano comunista, lo que en tiempos de la transición se llamaba un cura obrero o progre.  Miguel simbolizaba la nueva iglesia, la juventud cristiana. Era de un pueblo de la Rioja. En su juventud había sido objetor de conciencia, desertor. Había vivido el Mayo del 68 de la ciudad de Calahorra y de Logroño. Vivía en la parte de arriba de la parroquia de Santiago, en el casco viejo. Allí tenía montado su estudio de homeopatía y yoga, meditación y relajación. Tenía carnet de naturista y no pocas veces me había ofrecido flores y me había dado masajes como el mejor de los fisioterapeutas. Miguel me miraba extrañado de mi mochila, le debía de parecer un vagabundo. Le expliqué que me había ido de casa. En el fondo Miguel admiraba mi valentía de haberme escapado. Él tomó otra decisión igual cuando le tocaba. Me invitó a entrar en la iglesia. Miguel cogió un poco de agua bendita del pilón y me hizo la señal de la cruz. Yo miraba aquellos retablos y pinturas y todas las esculturas de santos y apóstoles y todo me parecía lo mismo. Cuando visitaba una iglesia intentaba adivinar de qué época era; románica, gótica, barroca… pero en el fondo todas las iglesias eran la misma, no sabría bien diferenciarlas. No me decían nada. Aquel Jesucristo lleno de venas y sangre me horrorizaba, era humano demasiado humano. Y las cruces románicas me parecían frías, un dios demasiado estilizado. 

 
– Vivimos en un mundo sin Dios, después de Nietzsche- decía Miguel mientras atravesaban los bancos hasta una puerta pequeña junto al altar. – Todos somos ahora huérfanos. La mayoría de la gente clama al cielo unas cadenas. Si Dios no existe habría que inventarlo. El hombre teme la libertad. Pero también están los que orgullosos se creen así mismos dioses. Y entre los unos y los otros la iglesia sin barrer- bromeó. Miguel dejó la escoba y me llevó a su despacho. Tenía un poster grande con el canon de Vitrubio de Leonardo Da Vinci. Miguel era como un sabio que sentenciaba, como si su palabra fuera palabra de ángel.
– Ha habido épocas en que el ser humano se ha dado cuenta de lo que valía. Sucedió en la Grecia clásica, en el Renacimiento, en la ilustración… son las épocas en las que el hombre es el centro del mundo. Y luego están las épocas en las que el hombre se ha subordinado a algo mayor. Las personas necesitamos rebelarnos a nuestro creador, porque la libertad es la huida de la opresión del otro. Por eso respeto que quieras irte de casa de tus padres. 
Me vinieron recuerdos de su infancia, de sus padres, había tantos momentos malos como buenos. Pero el día había llegado, era hoy, ya no podía aguantar más. Los años pasaban y cada vez pasan más rápido. Si me dejaba dominar por los miedos jamás saldría de aquel cuartucho monacal, una celda como de monja, que mis padres llamaban mi habitación. Tenía que escapar ahora que aún era joven, porque un día podría mirarme al espejo y avergonzarme de mi mismo. Porque la vida es solo una, y es siempre así, Vida con mayúsculas, porque la vida exige decidir, equivocarse, elegir y ser libre y estar condenado a serlo y poder huir. El secreto es que a veces no hay que elegir y podemos conciliar las dos cosas y creernos en la ilusión de que hemos llegado a una síntesis dialéctica. Son los niños los que lo quieren todo, no quieren elegir, quieren el sol, pero también la luna, quieren a papá pero también a mamá, o no les quieren a ninguno de los dos, como era mi caso. Miguel quería captarme hablándome mal de mis padres para que les abandonara, igual que había puesto a muchas mujeres en contra de sus maridos, prometiéndole que la felicidad sólo la encontrarían con él y con Rudolf Steiner. Las señoras picaban enseguida, porque Miguel era joven y algo atractivo y hablaba con mucha seguridad, les daba cercanía y confianza. Poco a poco iba preguntándolas cosas de su vida personal, torturándolas psicológicamente y destrozando sus corazas y proyecciones interiores, hasta desnudarlas por dentro. Se aprovechaba de la vulnerabilidad de estas mujeres inseguras e inestables, que tartamudeaban cuando hablaban, no miraban a los ojos o se ponían a llorar delante de un café cuando recordaban los 40 años con su ex marido. Conmigo lo iba a tener un poco más difícil. 

Miguel me sirvió una infusión de plantas medicinales y me fue explicando que llevaba aquella mezcla. Miguel en la edad medía habría sido un herbolario o un alquimista de esos que buscaban convertirlo todo en oro. Habría sido un mago Merlín o un druida Panoramix o Gandalf del señor de los anillos. Seguramente le habrían quemado por brujo, aunque usara la escoba solo para limpiar la parroquia. Miguel solía beber absenta a escondidas, la bebida de los brujos. Desde luego no era un religioso ortodoxo, convencional. Nunca dejaba de sorprenderme. Me había enseñado a Hugo a hacer yoga, a doblarse con las piernas encima una de otra y hacer la salutation al sol.  También a relajarme y a dominar los ataques de ansiedad. Era horrible, me podían dar en cualquier sitio, en el tren, en la calle, en un bar. Y se empezaba a ahogar, sentía que me iba a morir allí mismo, que había envejecido mi cuerpo demasiado, que me faltaba el aire, sentía débiles las extremidades y un gran cansancio, pero no podía dormir ni permanecer tumbado o sentado en la cama. Entonces me dedicaba a pasear, a ver si se me pasaba y podía tardar dos horas en pasárseme.  Lo mejor era prevenirlo antes de que pasara. Los ataques surgen porque el cuerpo a la noche pide el mismo nivel de estrés que durante el día y no se relaja. Y también porque era adicto al café, a las bebidas energéticas. 
También me gustaba beber los sábados con los amigos. Comprábamos litros en la tienda del Botellas y hacíamos botellón en las eras, en el teleclub o en el frontón del pueblo. Fumaba mucho. Realmente tenía todos los vicios habidos y por haber. Miguel a veces me había tumbado en la cama y me había hecho un masaje de reiki. Empezaba a tocar los chacras del cuerpo y me explicaba lo que significaba cada uno. Me hacía hasta llorar, entrar en catarsis, como esos sicoanalistas que le hacen llorar a uno y tener regresiones y proyecciones de la infancia. Miguel me iba diciendo; sacaré el demonio de ti, te sanaré, te haré tener un cuerpo sano. Te dejaré guapo y atractivo. Miguel era todo un chamán. De hecho, probó el coyote en sus viajes a Sudamérica donde visitó Chile, el Machu Pichu… también había estado en la India, en el Tíbet. Le gustaban todas las religiones, hacía una mezcla de todas. 
Le entusiasmaba también la filosofía. Este ex párroco me dejaba leer todos los libros que tenían en la iglesia. Su madre, la bibliotecaria del pueblo y una profesora de literatura habían sido los culpables de que Miguel fuera un letra- herido. Sabía mucho también de teosofía; madame Blabasky, Goethe, los masones, Gurchef… estaba al día de los libros de Osho, de Bly, de Castaneda, de Cirlot. Le gustaba la astrología, las ciencias paranormales, el esoterismo… Incluso la España mágica de Dragó, los libros de hadas de Jesús Callejo, las novelas de ovnis y esoterismo de Javier Sierra (nuestro premio planeta) o los programas paranormales de Iker Jiménez. Miguel me inició en mi adolescencia como una especie de padre iniciático en la secta de la cultura. Era el padre que siempre había querido tener. MI padre en nada se parecía a este filósofo, a esta figura reverenciada. Mi padre era un funcionario gris y aburrido que fichaba por la mañana, tomaba el café y atendía asuntos en el ayuntamiento. A mi padre jamás le vi con un libro. Era un hombre de horarios, de rutinas, de costumbres, no de grandes metarelatos o filosofías sino de pequeñas creencias, de una serie de lugares comunes que se repetía cada día para seguir viviendo. 

 Mientras tomaba la infusión me dio por pensar. Era el momento en que el aprendiz superara al maestro, la vida de verdad se imponía sobre la vida en la fantasía, el árbol de la vida dejaba atrás el de la ciencia. Miguel me llevó luego con el coche a las clases de sensorialidad que daba en el asilo o residencia Miranda. Hacía a los viejos recobrar los sentidos, oler un calcetín y con el tacto y el olfato y los ojos vendados adivinar el otro par de calcetines que le corresponde. Lo llama los talleres o el aula de la experiencia y a estos abuelitos les encanta, aunque sea por estar acompañados unas horas. También les enseña coach; dar la mejor versión de uno mismo, repitiéndose mensajes positivos uno mismo, como estímulos y refuerzos cognitivos. (Se confunde lo positivo con el positivismo) En esa teoría conductista y empresarial también se aplican correctivos. Formas modernas de llamar a auto premiarse y autocastigarse. No se trata de racionalizar filósofos, ni de pensamientos elevados sino de pequeños mensajes prácticos, utilitarios y concretos que nos hagan más eficaces y productivos, más resolutivos y con mayor resilencia o resistencia a al fustración. “Yo soy la mejor y no dejaré que otra ratona me robe el queso” “Yo no me comeré hoy las patatas fritas” Tampoco les importa realmente tu conciencia, pues creen que primero hay que cambiar la conducta para cambiar el pensamiento. Una persona autodestructiva puede dejar de fumar un tiempo si la obligan, pero si no se la tratan sus creencias tarde o temprano recaerá. 
También les hace moverse a los ancianitos en una gimnasia parecida al Pilates. Considera que el pensamiento racional y dual es el que nos ha hecho sufrir en una cárcel mental. Todas estas ideas las saca de los libros de auto ayuda que lee. Miguel recoge la tetera y me recomienda a un chamán que me dará unas flores de Bach después de una clase de yoga. En su secta intenta dar respuesta a todas las demandas espirituales de la gente. Lo mismo organiza clases de filosofía que de ajedrez, baile, cineclubs, talleres de literatura o de teatro. El caso es captar nuevos clientes. A mí la gente me habla mal de este taller, y lo empiezan a llamar secta pues Miguel se mete en la vida personal o de pareja de la gente. Aconseja separarse a una señora y venir a su taller y luego la pide dinero para financiar el sitio. Mi amistad con Miguel acabó cuando después de un recital que organizaba en su local me echó. Le enfadaba que no quisiera trabajar en la barra de bar que tenía montada en su estudio. Esa actividad estaba programada como gratuita, pero Miguel me empezó a decir que ellos no eran una ONG y que necesitaban alguien que por lo menos pusiera o quitara las sillas. Como me negué a ingresar en la secta, ese día no me dejó probar uno solo de los pinchos que había servido al final del acto. Él quería que yo trabajara alli gratis, dando algún taller de literatura o de filosofía rara. Me di cuenta de que era una secta cuando algunos de sus miembros empezaron a gritar “Diosa es femenino” por todo el exterior de la catedral de Santiago, agitando un incensario como los Hare Krishna. Se agarraron de las manos y se abandonaron al espíritu colectivo, al dios interior en comunidad, a la Diosa Femenina aquella. Una señora sentenció; esto se puede hacer de dos formas; drogándose o con conciencia. Desde entonces no piso ese lugar. 
La verdad es que no sé cómo acabará todo esto, si se suicidarán todos en masa en su casa de veraneo de Sopelana. Miguel se alzará como el macho cabrío y las señoras viudas y separadas danzarán en torno suyo desnudas, con diferentes colgantes y las tetas flácidas colgando. Pero mejor es no saberlo.

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