En este relato quiero contar otra
historia en positivo y hablar del proyecto de integración intercultural que emprende
la asociación cultural y religiosa Norai en Bilbao. Ofrece un servicio de
bookcrosing o de librería gratuita, se trata de libros itinerantes y de
intercambio. Además ofrece diferentes talleres de escritura, filosofía o teatro.
Es lugar de oraciones para otros credos, como el mahometano. En este relato
reflexiono sobre el papel de la religión en nuestra sociedad posmoderna: el
nuevo cristianismo existencialista y todas las formas religiosas de la nueva
era. También analizo la marginación hacía la filosofía o el mundo
universitario. Por último muestro las ferias de artesanía y también el papel político
del 15M Y de Podemos como renovador del cambio social.
La
asociación Norai tiene un local en la calle Bailén de Bilbao la vieja. La
llevan dos hermanas monjas mayores. La señora Amalia esconde las arrugas de sus
ojos con unas gafas de culo de vaso. Es muy bajita y algo regordeta y tiene un
andar gracioso. La hermana Sofía es también bajita, de pelo canoso y aspecto
bondadoso. Dos brujas buenas. Aunque lo lleve esta orden religiosa, la mayoría
de profesores son ateos o agnósticos. Al entrar por la puerta lo primero que
encuentras es la librería de libros gratis, pero si atraviesas un pasillo
diminuto ves varias puertas. Una de ellas lleva a la sala dónde se ensaya teatro.
Otra a los despachos. Y la última al cuarto dónde rezan los musulmanes y donde
a veces se celebran grandes comidas comunales, recitales de poesía o diversos
actos. Bajando las escaleras llegas al
almacén, repleto de libros en innumerables estanterías. Uno se pierde en este
laberinto de libros y puede enamorarse de alguno de estos libros muertos que
esperan ser resucitados. Te lo puedes llevar gratis y no tienes por qué devolverlo.
También puedes preguntar por un libro en concreto y te lo buscan en el
ordenador, archivado en una larga lista de Excel. Si quieres puedes hacer un
donativo o traer los libros que acumulan polvo en tu desván y darles mejor
vida. Últimamente llegan tantos libros que no les caben, ni en la librería ni
en el almacén. Si es una enciclopedia antigua lo más seguro es que ni te la
recojan. Pero tienen libros infantiles, de arte ilustrados, en otros idiomas,
novelas rosas, de misterio… Llegan tantos que son como mensajes en botellas de
náufragos que nunca serán escuchados. Me pregunto cómo se financia esta
asociación pues todas las actividades que ofrecen son gratuitas. Quizá reciban
algún tipo de subvención municipal. Las voluntarias que trabajan alli como dependientas
de la librería no reciben ningún tipo de sueldo. Y el poco dinero que se puede
conseguir se revierte en la asociación.
Iván,
el profesor del grupo de teatro aficionado, llega tarde como siempre. Se
disculpa de la tardanza. Huele un poco a whisky. Me gustan las boinas bohemias
que lleva a veces. Nos deja movemos por el escenario, se trata de soltarnos, de
hacernos creativamente con el espacio. Sabe mucho de teatro. En Chile estudió
arte dramático, se ha recorrido toda Europa con varias compañías. Al entrar le
ha dado un beso en la boca a su novia, una de las voluntarias de la librería. Nos pasa el nuevo libreto. La
anterior obra fue un éxito, a pesar de que me quedé en blanco, se me olvidaron
algunos diálogos y tuve que improvisar y salir como pude. «Mucha mierda», nos
despide. Los integrantes del grupo abandonamos el lugar del ensayo, para dejar
pasar a los marroquíes que, sentados de rodillas sobre unas mantas, rezan cara
a la Meca. Se oyen todos sus rezos en una misma voz uniformada, un ruido monótono
y monocorde. Me hace gracia que ayunen durante el ramadán, pero que a partir de
cierta hora de la noche se abra la veda y coman carne. Me parece muy digno que
aunque la asociación sea cristiana dejen espacio a otras religiones y culturas.
Cenamos los de teatro en el kebab de la esquina: zumos naturales y kus kus con
crema de cacahuete, nachos y arroz con pollo.
Apunto
los títulos de los libros que me interesan y bajo las escaleras al sótano. Allí
me suele esperar Carlos el filósofo que da charlas de filosofía para el que
quiera asistir. Carlos se estaba durmiendo en el sofá cuando me ha oído bajar
las escaleras de madera. Escondido entre sombras, su figura se me hace hoy más
decadente que nunca. Lleva una barba poblada blanca, a lo Marx, le da aspecto
de sabio druida de alguna tribu celta. Bajo su nariz un poblado mostacho me
recuerda al de Nietzsche. Carlos no se preocupa mucho de su aspecto físico o
imagen personal. Creo que esto es algo que comparten todos los estudiantes o
profesores de metafísica: en nombre de la esencia ideal descuidan su
apariencia. Carlos sólo tiene tres chaquetas, las tres iguales, y cuando una se
gasta se pone otra idéntica. Lleva pantalones de pana y siempre tiene un libro
entre sus manos. Un sudamericano graba la conferencia de hoy en una cámara de
video apoyada en un atril y me sumerjo en ella, tomando notas en mi ordenador
portátil.
El filósofo ha estudiado periodismo y filosofía en la Complutense,
sin matricularse, en la última fila. Los profesores le invitaban a comer a casa
y regalaban libros. Aquel trato personalizado con los profesores no se ha
vuelto a ver en nuestras universidades. Ahora ni te escuchan un programa de
radio que hayas hecho por tu cuenta para no interferir en la nota. Y te lo
encuentras el cd en su despacho en el mismo sitio que lo dejaste. El filósofo conoció a la intelectualidad de
la movida, al catedrático de filosofía García Calvo expulsado injustamente de
la Complutense en el tardofranquismo, aplicándole la Ley de vagos y maleantes.
Solía ir Carlos en Madrid al Manuela y
al Ateneo o al círculo de Bellas Artes con matrículas de precio simbólico.
Trabajó para radios entrevistando escritores y le regalaban libros las
editoriales. Hasta que le dijeron que nunca más trabajaría mientras estuvieran
ellos en el poder. Carlos fue a la oficina de Lanbide con un currículo hecho
con sus aforismos y ambivalencias, sus reflexiones filosóficas. La funcionaría
se rio de aquel extraño currículo, para luego ponerse seria. “Estos casos políticos
son más difíciles de tramitar...”, dijo otro funcionario desde dentro.
Lo
que más me gustaba de aquellas clases de teatro era el descanso para fumar y
conversar sobre la obra o cuando acababan las clases de filosofía y tomábamos
un café en el bar de al lado. Esta asociación hace a título particular más por
la cultura que muchas campañas institucionales. A veces celebran grandes
comilonas. Una cazuela de arroz alimenta a toda la mesa, se van llenando los
platos de plástico mientras alguien lee un poema. Conversamos sobre lo divino y
lo humano. Sobre todo, de lo divino. Nunca he querido vincularme demasiado con
la asociación porque su ideología de nuevo cristianismo existencialista y
dios-amor no me convence. Todo aquello del comunismo cristiano, de los curas
obreros de la transición, ya pasó. La new age de esta postmodernidad no puede
acabar con el proyecto moderno de secularización que se enraíza en una
tradición de tres siglos desde Kant o incluso anterior: en Spinoza, en los
panteístas...El ateísmo es tan antiguo como la religión. Tratar de restaurar el
cristianismo en estos tiempos es más una contrarreforma e involución que una
revolución progre como tratan de vendérnosla.
En
esta era de acuario, de nueva aurora y sociedad liquida son muy bien venidos
los chamanes, el reiki, el yoga, los santeros, los talleres de homeopatía, para
llenar ese vacío que ha dejado la muerte de Dios. Si Dios no existiese habría
que inventarlo, el hombre teme a la libertad, el hombre clama al cielo nuevas
cadenas.. .son frases existencialistas que ahora pueblan mi recuerdo. Me cansan
bastante las discusiones sobre Dios, diálogos de sordo, dialécticas sin ninguna
síntesis final, debates en los que el religioso sigue pensando lo mismo que
pensaba anteriormente y que al ateo no le hacen renegar de su nihilismo.
Aprecio todo lo que los religiosos han ayudado humanitariamente a los más
desfavorecidos, aquí o en África, pero no sé por qué tenemos que evangelizar a
los pueblos, colonizarlos y considerarlos inferior culturalmente, eternos
menores de edad a los que hay que convertir. Ese deseo de llevarles la religión
verdadera es la misma voluntad de poder que mueve al religioso a venderte la
idea de Dios como una enciclopedia en el portal. Suelo dar con la puerta en las
narices a los testigos de Jehová con sus biblias mormonas. Ahora elegimos la
religión como quien hace compras en un supermercado de ideologías, el budismo
en oferta en la primera estantería y algo más escondido un taoísmo de marca
blanca. Y así cogemos de una y de otra las partes que nos convencen y hacemos
un batido multifrutas con el zen y la cienciología, lo exotérico y las flores
de Bach que le dan más sabor.
En
el piso de arriba duermen varios sudamericanos y gente que no tiene dinero para
pagar un alquiler. Allí te ofrecen una cama a precios simbólicos y recogen a
mucha gente de la calle. Juan duerme allí. Baja las escaleras, le toca barrer
la librería. Estaba cocinando algo de pasta para cenar esta noche cuando han
tocado el timbre. Es Luis, que acaba de terminar su jornada en el mercado de la
Ribera limpiando pescado. Madruga mucho y termina a las 4 y media, así que
llega tan cansado a la residencia esta que a veces se mete en la cama
directamente, aunque el estómago le esté rugiendo. Cuando despierta de su larga
siesta, cena algo ligero y se vuelve a meter en la cama, porque muchas veces
trabaja de madrugada en otro trabajo pluriempleado.
En
la asociación hay también un catequista, un sacerdote con mucha pluma, se nota
a leguas que es gay. Cada vez que le veo me pregunto cómo conciliará su deseo
sexual con su condición, si esto le hará sentir culpabilidad interior. Le gusta
mucho la música de los 80. En los conciertos de Mecano y de Enrique Bunbury
sacaba el mechero como si fuera una adolescente más. Ha estudiado Filosofía y
letras por la Uned. En sus clases presenta a Nietzsche como el más religioso de
los hombres. Bautiza todas sus enseñanzas, y nos vende al mayor de los ateos
como un pecador arrepentido abrazado al cristianismo amor al final. Todo lo
lleva a su terreno. A veces celebran un cine fórum con cine de autor y de
misioneros y las catequesis las retransmiten por Skype y video conferencia. No
suelen ir muchas personas a estas charlas y el público lo componen pirados de
toda índole o amas de casa aburridas a las que les da igual si hoy les hablas
de Heidegger que del misterio de la santa trinidad. Lo reciben todo con su
sonrisa de querer saber más y apuntan conceptos que no entienden en sus
libretas estampadas de flores. Por eso dejé de ir a estas charlas.
Empecé
a ir a esta asociación porque me regalaban los libros. Ellos lo llaman Book-crosing.
Llegan más libros que los que la gente se lleva. El libro no vale nada, está
devaluado, no te lo cogen ni en bibliotecas ni en rastrillos. Antes iba a la
plaza nueva porque en un puesto me regalaban todos los que sobraban. Me
obsesioné con los libros. Me daba pena que acabaran en la basura y los
rescataba y arrastraba en bolsas hasta el desván de mi casa, en la que ya no
cabían más. Las bolsas se me iban
rompiendo por el camino y parecía un viacrucis. A veces me quedaba dormido en un
banco, con las bolsas rotas por el suelo.
En los puestos me pegan con la mano y me miran mal o me observan
mientras apunto títulos de libros. Una vez robé uno y llevan diez años
echándomelo en cara y tratándome de ladrón. Tengo derecho al olvido. Ahora me
han pasado bibliotecas de libros digitales y audiolibros y me he quitado esta
manía y no he vuelto a la plaza. Esos puestos de segunda mano han proliferado
con la crisis. Algunos de mis amigos
vendían por Ebay o Todocolección ropas que se encontraban, pero sigo añorando
los regateos con los árabes. En el mercadillo aparecía a veces la policía pues todos
se robaban unos a otros. A veces tenía la sensación de que se pasaban de mano
en mano el articulo hasta acabar en la bolsa de la gitana que me intentaba
vender el artículo que me acababan de robar.
Norai
celebra ahora una comida, una marmitako, tras la charla de emprendedores. Los
senegaleses cuentan cuentos, la gente recita poemas. Tocan tambores y batucadas
y exhiben bailes africanos. Presentan cazuelas de arroz en esta fiesta de
arroces del mundo. Hay un taller de cerámica y ganchillo y punto de cruz. Han
hecho un grafiti en un mural, y dramatizan una performance contra el festival
de exposiciones de arte Arco. En la jornada hay distintas ferias de artesanía,
talleres de escritura creativa o de pintar oleos y una mujer presenta su
colección de cuentos infantiles, políticamente correctos.
Un
día nos llevaron a un monasterio, donde nos hicieron trabajar la huerta, una
especie de invernadero de plástico y nos dieron de comer gratis. Algunos africanos
del grupo habían trabajado en los invernaderos de Almería y esto les parecía
mucho mejor. Hacían teatro humanista, Dios aparecía como una brisa suave en la
obra. Eran obras didácticas y discursos de buenísimo contra la marginación
racista. Con la hermana Sofía debatí sobre la biblia y el estigma de Caín.
Luego subimos al monte a ver las estrellas. Algunos del grupo habían estado en
pueblos hippies ocupados, pintando en casas blancas junto al mar. Prendimos una
hoguera y leíamos pasajes de los evangelios, mientras un monitor tocaba
canciones religiosas en una guitarra. Acabamos la noche hablando de las ánimas. Al día siguiente todos de resaca fuimos a misa. Subimos al Pagasarri, y comimos en
una ermita unos bocadillos.
Solía
recorrer aquel mercado medieval e iba probando las diferentes piezas de queso,
salchichón y jamón que daban para probar. De repente me fijé en el vendedor de
colgantes. Era peruano, de brazos prominentes y llenos de tatuajes. Vestía un
pareo hippie, una especie de sabana que le cubría entero y le daba el aspecto
de sacerdote de ritos extraños. Llevaba unas largas melenas desmelenadas, tenía
el cuello lleno de colgantes tribales y un aspecto fiero al acercarme a él.
Parecía sacado de una novela de Herman Hesse. En el puesto se repartían
cerámicas y manualidades, y productos de artesanía.
Celebraban
el 15 m en la plaza del Arenal y del Arrriaga, y había repartidos varios puestos
de venta. Los hippies dormían en tiendas de campaña dentro de sacos de dormir
sobre esterillas. En las casetas vendían ceniceros, muñecos de trapo, colgantes
y pulseras, piedras y minerales, conchas de mar, libros de segunda mano,
cuadros pintados por ellos, arenas y cosas así.
Nada
tenía que ver con la ferie de queso y embutidos que solían poner en la plaza. O
con el tradicional mercadillo de navidad. En otra de las carpas uno de aquellos
hipes me lee las líneas de la mano y me predice el futuro. Me acordé de las
lecturas de cartas del tarot a la que tan aficionados eran Jaro y
Gilberto. No me dijo nada que no supiera:
encontraría un nuevo amor, un nuevo trabajo. Todo aquello del horóscopo y la
adivinación es una superchería. No creo en la magia ni en las ciencias ocultas,
ni en los fenómenos paranormales ni en la metafísica, pero no obstante robo un
ejemplar de Claros en el bosque de
María Zambrano. También encuentro un Cluedo en buen estado y un Risk y algún
otro libro y video. ¿Este movimiento antisistema va a acabar con la maldita
crisis? El Libro indignados de Hessel ha sido éxito de ventas convirtiendo a su
autor en una especie de sartre de un
nuevo mayo del 68. Incluso se ha comercializado una película, Libre te quiero, sobre todo esto del
15M. García Calvo con sus pareos hippis y su mujer enfundada de fulares
representaban un Sartre y Simone de Beauvoir a la española. No sé si ahora con
un gobierno socialista y más democrático que el anterior resurgirá otra especie
de micromovida como la de Zapatero. Pero a estas alturas no confío mucho en
terceras republicas. Allí les dejó a estos jóvenes, que esta noche dormirán en
sus tiendas de campañas soñando con un mundo mejor, o al menos un mundo nuevo. No
me planteo utopías lejanas, lo cierto es que vuelvo a casa con unos cuantos
libros interesantes que me alimentarán varias noches y el estómago lleno de
arroz intercultural.
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