martes, 3 de julio de 2018

MODIANO, RECUERDOS DURMIENTES



Recuerdos durmientes
Eterna novela de Patrick Modiano entre novedosa y continuista. ¿Quiénes son los personajes, de dónde surgen, hay realmente personajes en su novela? Modiano se inventa unos nombres propios, pero no importa este sino el recuerdo de esa hipotética persona. ¿Los recuerdos son verdad o ejercicio literario narrativo que sirve para dar consistencia al relato? ¿Qué le importa realmente a Modiano en sus escritos, cómo es uno u otro? Sus personajes y calles existen. Igual nada existe en Modiano más que el gozo de la melancolía, pasado por el refrito del recuerdo.

Los párrafos se suceden, aunque realmente no suceda nada, ¿Y qué mas da? Salen, entran, de los cafés unos seres enigmáticos. Los nombres incluso parecen que son fantasiosos, porque lo que menos importa de todos ellos es que tengan aparente realidad. Lo importante es ponerse delante de la maquina de escribir y el cerebro va plasmando sus fotogramas del paso del tiempo, como muchas vertientes que coinciden en un mismo punto. Con el noble arte de fantasear con el tiempo y los personajes, consigue la idea del ensueño y melancolía. Ese pasado siempre quedó muy lejano, siempre fue hace 40 años, 50 años que no había visto a tal o no recordaba el nombre de otro. Lo importante no es lo que queda de esa persona que no has visto, sino que en ese abanico de tiempo la vida te ha dado una posibilidad para agarrarte a la realidad. No dice nada directo, sino de forma indirecta o implícita, y su narrativa plasma su sentir en la vida, el tiempo y la nostalgia.
Siempre en sus relatos hay una intriga, los personajes son enigmáticos y con nombres que dan la sensación de que no existen. No es como el Macondo de García Márquez, porque supuestamente todo trascurre en una ciudad real, en París. Aunque tengan una realidad, esos sujetos son solo portadores del recuerdo. Son enigmáticos, inclasificables, no define ni quiénes son ni cómo son. Da la sensación de que nunca hablan, porque no tienen nada que decir y nada les importa. Modiano los utiliza como excusa narrativa y va en su busca o los aparta en su recuerdo. Deambulando por esas calles y callejuelas de París encuentra la propia literatura. Hace literatura en el bar, en la esquina, en los lugares que va viendo. La ciudad se convierte en un desarrollo literario. Paul Auster es Nueva York. Umbral en Madrid. Este hombre en París es un símbolo, París no existe más que como metáfora, decía Cortázar en Rayuela. La ciudad se convierte en un personaje más. No es un cuerpo de sujeto la ciudad tampoco, sino que le sirve para el sujeto verdadero que es el recuerdo y la melancolía. Todas sus novelas son recuerdos. Deja que la fantasía y el noble arte de la recreación que pasa por su cerebro aflore. Él lo plasma en el escrito. Te lo puedes creer o no, pero sientes su anhelo del recuerdo, el sentir de la melancolía. Lo que es real en Modiano es la literatura en pro del recuerdo. Todo parece inconexo, cuando describe te da igual en que trabaje o que siga enamorado de su mujer o que esté al frente de una empresa. Estos personajes son la excusa para llevarte al terreno que quiere; prolongar su identidad a través del recuerdo. Ya decía Manrique que después de la muerte física sólo se puede resucitar en el recuerdo del otro. Y como un río todo desemboca en la muerte. 
En su vida real de Modiano su padre era un empresario que siempre estaba fuera, no estaba con él nunca y la madre era una actriz siempre en provincias. Pasó su infancia en internados. Se educó solo, en un ambiente no hostil, pero en soledad. En el pedigrí describe una tarde de domingo en el internado, tiempo que solo le pertenece a él, cuando sabe que no hay nadie. Tiene que inventar algo para cubrir la tarde del domingo. Y por eso empieza a escribir. ¿Qué haces ese día? Recibe una carta de la madre y el niño lee lo que dice la madre, que se acuerda de él, pero que le pide que entienda que el trabajo les hace estar separados. El matrimonio está divorciado, debe sacar la vida adelante y no puede estar con el niño. El niño tiene que fantasear e inventar historias, aunque sea para pasar el tiempo.
El protagonista de Modiano siempre es un individuo alejado del grupo. Parece que es él mismo el sujeto de la novela, narrador y protagonista. Va encontrando otros individuos que estan como el y parece que convive con ellos. No hay peñas, familias, amistades. Hay respeto, y poca fraternidad o sentimiento.  Cuando aparecen los seres en sus escritos es porque el protagonista los ha encontrado en la calle, o en lugares que ha frecuentado, pero nunca está en compañía de otros, ni en lo familiar ni en lo personal. Se ha educado en soledad y fruto de ella es la escritura. Refleja ese mundo de compañía con los personajes que crea, con el hilo conductor de esa neblina, ese halo misterioso del recuerdo, que rodea su mundo y sus personajes. Es como si fueran objetos, no tienen entidad propia. Personajes planos, no redondos, por poner a alguien. Son retratos fríos, no hay calor comunicacional. Es mas bien una rutina momentánea porque el devenir ha hecho que te encuentres con alguien en esto de la vida y compartas unos momentos. Nadie podría analizar cómo es la profundidad psicológica de los personajes. Quiere que quede reflejada la sensación de soledad que tiene y la nostalgia del narrador, de él mismo. No pretende mostrar unas características psicológicas de un personaje, pero estos entran en la historia por la rutina de lo cotidiano. Lo importante no es que estén sino lo que a mi como nostálgico me provocan, o evocan, sí me producen melancolía, recuerdo, gravedad o levedad del ser.
No hay ni acciones ni digresiones reflexivas. Quiere plasmar el sentido del recuerdo y el placer de la melancolía. No le importa quién es el personaje, aunque lo identifique con nombres y apellidos o las calles por las que pasa. Al terminar la obra no puedes definir quién era la aparente protagonista de la novela. Puede decirte que iba vestida de una forma, tenía botas excesivas, pero nunca sabremos qué psicología tenía, a qué aspiraba. Los personajes son asépticos, los utiliza para deambular por su recuerdo y melancolía. Han pasado 30 años que no veía a Fulanito, y verle me ha recordado aquel café con la camarera rubia… Otros escritores se habrían recreado en el personaje diciendo cómo era. No le importan los recuerdos en sí sino sentir el recuerdo, y que el paso del tiempo no ha pasado tanto. No le importa sí el tiempo ha pasado también para estas gentes, sino que ha pasado para él y se ha hecho mayor. En una narrativa tan aparentemente objetiva, fría o neutral él está hablando continuamente de sí mismo, de lo que siente al recordar más que de lo que ha podido sentir o no hacía esas personas. Lo importante es la conciencia de que ha pasado el tiempo. Es un narrador frio, no tiene sensación de un abrazo cariñoso, las personas han pasado como un día de feria o fiesta o una lluvia, pero no le queda la impronta de ninguna de ellas. La persona es un número o una cara más para su recuerdo. 
Empezó a escribir con 20 años, cebándose en ello, siempre como recuerdos. No escribe de forma barroca sino directa, las frases son cortas, no necesita recrearse en las definiciones excesivas de los lugares y personas. Desde la primera línea cae en el hueco oloroso rico del recuerdo. Me he encontrado el verdadero final de la lectura al Modiano bueno de siempre. Te está llenando el folio para dar cuerpo a la novela. Esta señora tiene una labor determinada, pero eso no importa. No recuerda amores. Te puede decir; Estuve hace 15 años en un hotel con Ane en la playa. No está analizando ni cómo lo vivió ni lo que sintió ella ni porqué lo dejaron. Ellos han estado, y eso es lo importante. El coche viene y se va, y la vida también viene y se va, y él trata de no intervenir sentimentalmente en la historia. Ese tiempo de amor que han estado juntos Ane y él un Balzac lo describiría hasta el último detalle. Desmenuzaría el lugar, los personajes, te enteras en esas novelas del XIX hasta cómo es el consejero en su dormitorio o la psicología el empleado de banco. Es frio en la narración y los calificativos no tienen sentido en la descripción. Al administrador de la finca no lo analiza. Sólo lo señala. No denuncia ni critica nada, da inventario y trascripción de sus recuerdos. Parece Modiano que no quiere que sepamos lo que siente. sí es que siente.
Desaparece de su vida esa persona que le ha recordado a otra. Esa persona cruza por otra calle y quizá no le verá ya más, y si le saluda ya no será el saludo afectuoso de alguien que te ha marcado o al que muestras afecto o desprecio. Si todos los personajes de Paul Auster tienen el denominador común en que se encuentran por azar, y suerte en la laberíntica ciudad de Nueva York. Aquí Modiano hace también un poco eso. ¿qué hay más azaroso que el recuerdo que selecciona unos recuerdos y otros no? Todos sus personajes están perdidos, pero eso sólo podemos intuirlos si Modiano no nos deja verlos por dentro. 
No hay calor sino frio. Su literatura aséptica sirve de objeto para el recuerdo. Nos dice que existe el recuerdo. Existe la vida, los momentos de maticillo de logos en los que sentimos que hemos aprovechado la tarde. “Hemos ganado la tarde”, decía Luisa Futurasky. Y esos momentos de momentánea y pasajera felicidad le pertenecen secreta e íntimamente a cada cual. Los malos recuerdos o los traumáticos los vivimos en un exilio interior y otros, como Modiano, lo escriben en unos folios. Al escribir sobre mis traumas en cierta forma estoy enfrentándome a ellos y superándolos. Pero Modiano no busca darse una explicación así mismo ni ajustar cuentas con su pasado o con la vida, sino solamente celebrar la epifanía del recuerdo. Una ataraxia con el recuerdo, que no es feliz ni trágica, sino simplemente la constatación de que el tiempo ha pasado y ya nada es lo mismo en este río de Heráclito o de Manrique. No se compadece de sí mismo, no se lamenta, parece que la vida ha pasado en él sin resbalarle ni calarle. No podemos presuponer que fuera una persona fría o insensible con esas personas que describe tan escuetamente. Lo único que sabemos es que las recuerda, parece que lo que quiere es demostrar la buena memoria que tiene que se acuerda de nombres de calles y personas.  
Esta compartiendo con alguien el mensaje de que la vida es un sinfín de recuerdos, pues lo posibilita así la propia vida. La vida es un símil del recuerdo, vivir el presente a veces pasa por soñar el futuro o recordar el pasado, dos formas gozosas de vivir el presente a la vez que pasado y futuro.  Ahora estamos condenados a un eterno presente de carpe diem. Es el lema de Nike es “no lo pienses, hazlo” Vivimos en esa inmediatez de vivir el momento e instante, coger las rosas antes de que se marchiten
Más que análisis personal vital, de unos o de otros, él busca trasladar su morriña. Eso es lo que da a ver en sus novelas. Todas las novelas son iguales siendo distintas, y te encuentras con ese momento enigmático. Parece que vamos a entender quién es el dueño de la posada. Al pasar de una pagina a otro se le olvida el personaje anterior, ha cubierto el ciclo narrativo de este, y si vuelve sale su nombre brevemente mencionado, porque esa mujer tiene relación con él porque es el casero de la casa. No se explaya en los análisis de la gente. Por tanto, usa personajes planos, exteorotipos. O me atrevería a decir más; crea personajes extras o figurantes, sin ninguna introspección psicológica y sin más misión que el fondo de la novela parezca humano, y no llena de objetos, faroles y cafeterías. Pero todos estos personajes, meditabundos entre calles y cafés, no tienen un hilo conductor común, un nexo de unión, salvo el recuerdo del autor. 
Los recuerdos durmientes es el título de la novela, es un ajuste de toda su obra. Hay recuerdos que a veces duermen, y el los aflora a la luz, los saca hacia fuera, ya son recuerdos despiertos. Le apetece como escritor lanzarlos a la realidad. Al lector solo le interesa la neblina, el halo de tiniebla otoñal en la descripción del recuerdo. Los lectores de Modiano solo buscan ya eso. Con nostalgia recuerdas el poema de Machado; monotonía de lluvia en los cristales, es tarde fría y parda… En otros buscas un análisis psicológico del personaje, siempre singular, con sus angustias. Modiano es como el personaje neurótico y fracasado de la Gran Belleza de Sorbentino. No dice nada Modiano en estas conversaciones intelectuales donde se habla de la nada y nadie dice nada de verdad. A estos personajes te lo encuentras en una fiesta y cambias impresiones baladís. En esas fiestas no vas a exteriorizar nada exterior que te sirva para conocerte tu mejor tu interior. El protagonista de la gran belleza le dice al otro lo que es y eso te da tranquilidad espiritual. Modiano pega un salto, deja eso de lado, y si pone a narrar por el mero gusto de narrar. 
Que nadie encuentre en él un autor sicológico o de la descripción poética de lugares. En la calle, paradigma del micro universo físico, él lo encuentra todo. Cuando menciona el nombre de una calle, por insignificante que sea, nos dice que es una base para el recuerdo y vuelve a lo mismo constantemente. Bajo por la calle, en la rue tomamos un café, hacía calor. Si quieres profundizar en quienes son esas personas, Modiano dirá que esa no es su misión. Cógete a Balzac que cuando pone nombre y apellido lo analiza hasta la última neurona. Yo no he venido al mundo para eso, dirá Modiano. Balzac era muy observador, sacaba la composición de lugar enseguida, iba predispuesto a dar una composición de las gentes. Flaubert quiere hacer novela psicológica. Este hombre diría, el señor con el móvil me recuerda a Pierre con el que paseaba por Somera. Y había muchos bares. Aparecen muchas calles plazas bares de París y él narrador, que se parece tanto a Modiano, siempre es un hombre que observa, que mira. Alberto Moravia hablaba del voyeur cotilla que todo escritor lleva dentro. 
Mi madre mandaba una carta, a la otra la conocí en tal… habla de lo que siente con la presencia de otros objetos que son humanos. Y a la vez siente el recuerdo, pero no empatiza con el otro y parece no sentir nada por los demás. No desea saber si la mujer de la mesa de enfrente del café trabaja en el corte ingles o tiene un problema con el sindicato. Porque no la quiere, y no puede fingir sentir algo que no siente por nadie. Importa que esa persona le recuerda a otra, a una que limpiaba los váteres en el internado. De esta forma habla de su dolor en el internado, pero de forma objetiva, no desgarrada, reposada y sin dramatismo. Habla de sí mismo como de un personaje más que se ha encontrado en la calle y con la que tiene una charla de circunstancias de dos minutos. Pero por más que se vista y se esconda, siempre vemos que algo sí que debió sentir en la vida. En su manera de escribir no necesita dar descripciones largas y pesadas. No hay prosa poética en él. E la antítesis de la novela psicológica. Él es el narrador que ama la palabra, el lenguaje, la escritura por la escritura, para plasmar el eterno estado de animo del recuerdo y la melancolía. No es lo sentimental de Proust con aquel recuerdo teñido de afectividad. Han pasado 40 años y ya no queda nada de aquel local, igual el edifico esta derruido. Sientes que el edificio no está, y le vale lo mismo añorar a un bar que a una persona. Él ha sentido que cuando era joven estuvo en ese bar y nos lo quiere contar. Tiene buena memoria y te puede decir cómo era la camarera del año 65, cómo le trataba, y se dirigía a él y le servía el café. Los recuerdos nos permiten seguir viviendo.  

Tampoco hay filosofía, enseñanza, igual sí cierto existencialismo que no pretende ser destructivo, sino que pudiendo ser destructivo con la poética del recuerdo se hace llevadero. Es un nihilismo descafeinado el que respiran sus novelas, que huelen a Sena. Ninguno de sus personajes se tirará al río de Paris ni se cortarán las venas, pero en su grado de nadería refleja la vida de un nihilismo nada agresivo. No hay eslóganes absolutos, ni consignas ideológicas, ni verdades verdaderas. Sosegado, en calma, va relatando anécdotas y conocidos en el baúl de los recuerdos de Karina. Parece haberse iluminado en ataraxia y nirvana, en estado de plenitud bajo el árbol de Buda. Parece haber llegado a un grado de sabiduría por la experiencia de la vida vivida y ahora la vive de forma aséptica, sin ningún drama emocional autodestructivo. La ataraxia griega unida a ese nihilismo cotidiano. Es el voyeur que se retira para ver y observar y sacar sus conclusiones. Tampoco habla de sí mismo. Observa todo en el parque y luego se va a su casa. Con el lenguaje pone improntas, pero pretende que sea todo más puro en un lenguaje exquisitamente seleccionado. El cronista va poniendo orden. El no pone orden, lo que vaya surgiéndole le surge, sin idea preconcebida de nada. Van sucediéndose cosas, acontecimientos, historias ninguna relación o hilo entre ellas. Son personajes que se encuentran unos con otros y por azar circunstancial. El día que fuiste al hotel este hombre entraba para alojarse una semana. No hay vínculos de nada. Cuando parece que hay un vínculo, padre e hija, se desvanece luego, en algo azaroso. No influye para nada en el relato. Solo influye el recuerdo. 
Una persona le puede llevar a otra y esa a una calle y esa al recuerdo. Mete nuevos personajes sin relación entre ellos para describir la situación por la que está pasando para llegar por enésima vez al recuerdo, cómo era Marzana hace 20 años. Ve a un señor bebiendo vino que le recuerda a otro bar. No va poetizando demasiado cómo era el barrio, pero si quieres ver el barrio o saber del personaje llama a Sthendal. ¿Y qué llevará en esa bolsa?, se pregunta el lector ante uno de sus personajes. Al poner el misterio de la mochila genera una especie de intriga, cómo en la novela negra, que le pica al lector y le hace querer saber más y le atrapa en la historia. aunque luego quede decepcionado porque la mochila nunca se sabrá que contenía o porque el personaje desaparece para siempre después de tres líneas. Siempre genera una inquietud, de novedad narrativa, aunque sepamos que no va a pasar absolutamente nada más que el tiempo. Que no es poco. 
Amarcord Fellini

Baila en los recuerdos, para recordar el barrio. Va pasando por las calles, se sienta en el café, va al salón de un hotel y sabe que en la esquina se encontrará de nuevo con el recuerdo. Habla de los conocidos de hace 20 años, lo que están ahora no tienen nada que ver con los que eran antes.  Una de sus constates narrativas de el es desarrollar hasta el infinito todos estos personajes que como matriuscas rusas te van llevando a otras personas. 0 como una caja envuelta en papel de regalo en cuyo interior hay otra caja y luego otra…Siempre añade un añadido nuevo. Cada novela tiene personajes diferentes, pero siempre está escribiendo la misma novela. Aunque sea hablar de la copa de vino que se bebió hace 20 años. Pero hablar de algo. 
la familia Ettore Scola

El recuerdo de los conocidos es una excusa buena para la narrativa, siempre hay motivaciones. Nunca se quedará en el folio en blanco, siempre hay argumentos para seguir con un nuevo relato, que siempre es el mismo y que termina en el rio del recuerdo. Usa afluentes del lenguaje e historias aparentes para converger en el río de la resurrección a través de la memoria. Su rutina es paseo, ir al café, lo cotidiano, ir al restaurante, comer un menú del día, cruzar la ciudad de cabo a rabo pensando cómo era la ciudad antes, la gente que conoció. Siempre se hace la pregunta, con la que abre cada anécdota de cada personaje. ¿Qué será de Jan Pierre? Juega con el recuerdo cuando va por unas calles y a la vez se acuerda de cómo fue su casa. Estos personajes tienen una conversación sobre cualquier tema, aunque hayan pasado 40 años. Por eso gusta, nos sentimos reflejados en el noble arte del recuerdo. Por eso decía García Calvo que el recuerdo es la forma gozosa de la realidad. Carlos recuerda al viejo que le decía cuando le veía siempre con libros; “Déjate de tanto estudiar, que acabaras trabajando, como todos. Lo que hace falta es que llueva” Carlos no volvió a verle hasta una tarde décadas después, le saludó y al de unas horas aquel aldeano moría y Carlos había sido la última persona con la que había hablado. Eso es Modiano total, y la vida misma. 

Al recuerdo lo pasas por un filtro cálido que saca lo mejor de ese momento, y edulcora ese tiempo atrás, esa entrevista que yo hice, cómo era el Madrid… es inevitable. Proust a partir de una magdalena quiere recordar el tiempo perdido en el que era feliz. Recordamos y cualquier tiempo pasado parece mejor. Como el niño que vuelve al pueblo de su infancia y lo nota más pequeño que de niño, en que lo ves todo inmenso. Paseas por las cuatro calles del pueblo preguntándote cómo has podido ser feliz en ese pueblo de cuatro vacas, un monasterio abandonado, una iglesia y un ayuntamiento junto a las eras. Seguramente me aburría como una ostra en los pajares, pero yo lo recuerdo como mi época más feliz de la infancia. En el fondo queremos volver a ese paraíso extraño en el que nacimos, al jardín de infancia, aproximarnos al origen presocrático, a los juegos de niñez, al niño interior e inocente que fuimos antes de corrompernos.  
Los filósofos nos han hablado de mundos utópicos y distopicos (el buen salvaje de Rousseau y la guerra de todos contra todos de Hobbes) y siempre lo han ubicado en un jardín. Los Panero decían en el documental el Desencanto que si tu recuerdo no te gusta o es doloroso te inventas otro y arreglado. Michi decía que todos debían fingir la ficción de familia feliz. Si la cosa no es tan bonita la cambias de color, y parece que era mejor el lugar, los arbolitos estaban bien y los pastores tocaban el arpa. Tendemos a eliminar de la memoria los recuerdos dolorosos, por pura supervivencia como especie el Eros tiene que prevalecer sobre el Tánatos. Antes de ir la cama haces tú examen de conciencia del día, siempre prevalecen las preocupaciones y problemas que el recuerdo de algo feliz, pero es cuando llega esta imagen feliz cuando consigues dormirte. No nos queda más remedio que cotejar el recuerdo traumático con algo bueno esperanzador y que el resultado sea equilibrado, no un estancamiento de las cosas. Si exageras lo malo entras a derroteros más angustiosos. Por eso a veces está bien engañarse a uno mismo y contarte el cuento de hadas para coger el sueño. El recuerdo lo puedes poetizar o dejar de forma aséptica. Queda muy llevadero, muy propio, apañadito tu escrito. Puede ser un recuerdo mentiroso. O un recuerdo aséptico y ataráxico. 

Los griegos tenían a Mnsemosine, la musa de la memoria y la Ilíada empieza así; recuerda, oh musa recuerda. En estos tiempos en que los ancianos pierden la cabeza y les viene el Alzheimer, hemos eliminado el recuerdo, el de la guerra civil, del terrorismo, la memoria histórica… Se puede perdonar, pero hay cosas que jamás se olvidan. Si estas abuelas no nos trasmiten su sabiduría y sus batallas de la guerra y recuerdos todas sus vidas se irán con ellas. La historia nos invita a aprender de los errores y para eso hay que tener buena memoria de elefante. La memoria a corto plazo nos hará no perder las gafas, pero la memoria a largo plazo nos hará sufrir el trauma o recrearnos en el recuerdo feliz, pero al menos nos hará vivos y humanos.
Rosalía de Castro se pasó media vida en Valladolid con su marido historiador, añorando Galicia, y con morriña. Francoise Sagan en Buenos días tristeza rememora unas vacaciones en la playa con su padre y la amante de este. Hay muchas novelas sobre el recuerdo. Incluso el que uno no ha vivido, como en memorias de Adriano de M. Youcernay. Hoy en día todos los famosos escriben libros de memorias, autobiografías y la auto ficción está mas en boga que nunca, aunque es tan vieja como la humanidad. Seguimos necesitando el recuerdo, por mucho que los libros de autoayuda nos recomienden el presente y nos llamen trasnochados, casposos, o retrógrados a los que recordamos. Tendemos a idealizar y cristalizar el recuerdo, pero es que el recuerdo deja de ser uh trozo de realidad para pertenecernos y estamos en el derecho de recordarlo como queramos. 
Jorge Manrique

Modiano hace unas coplas a la muerte de sí mismo. No pretende hacer inventario de todos los que ha conocido, ni hablar de su vida, sólo contagiarnos este sentimiento que de pronto le ha venido, que es el recuerdo, igual que en Francoisse Sagan la tristeza y en Sartre la náusea. No encontrarás en estas novelas ápice de color o amor. El abrazo no existe. Hay mucho respeto y poca fraternidad, como en la vida misma. Las despedidas son frías, adiós, te volveré a ver. La mayoría de nuestras conversaciones son fáticas, de contacto e intrascendentes. No hay efusividad, ni drama por la separación. Es la melancolía de la mujer que se separa de ti, pero sin cortarte las venas por ella; No te volveré a ver, pobre de mí, pobre de ti, solían retrasmitir en las radionovelas.

No hay en sus novelas calor mediterráneo ni ningún romanticismo resbalado entre el Hola y el Adiós. Modiano es el niño solitario del internado. Se ha criado sin padres ni amor. Parece ya haber nacido con esa serenidad o ataraxia de persona mayor que ha alcanzado el Logos. No era niño melifluo o histérico sino un niño mayor, un niño viejo que ya desde niño hacía memorias de sí mismo y que leía la carta de su madre disculpándose por no poder amarle. Es maduro ya desde niño. Reflexiona sobre todo porque no tiene mas remedio que hacerlo. Su único pasatiempo es leer y escribir. Es un niño que nace mayor, no vive la infancia de la alegría, del juguete, del papá y mamá. Modiano es hombre desde niño sin haber sido nunca niño. 

La música te invita a que aparezcan recuerdos, tanto como una magdalena. El momento de plenitud del recuerdo forma parte de la realidad del presente. El recuerdo siempre es distorsionado, te lo inventas, es bonito mientras duró, Neruda decía; ya no te quiero, es cierto, pero cuánto te quise. Todo desaparece de repente, la relación afectiva, lo que parecía un edificio que no se derrumbaría por nada, se hunde de la noche al día siguiente. Parece que algo se va desvaneciendo y luego se va y ya no queda nada. Rocío Jurado diría que el amor no dura dos primaveras. ¡qué buen actor ha sido tu amante, cómo parecía disfrutar del sexo! De repente deja de decirte todos esos “te quieros” y pasa de amarte a bloquearte el teléfono e insultarte por el cacharro. Es la misma persona una hora después, pero todo ha cambiado, el río y tú mismo. “El lamento de los edificios eternos”, lo llamaba Séneca, cuando veía derrumbarse el imperio romano. Acabó cortando las venas por un problema ético. La misma historia de Sócrates. Lo condena el pueblo y él no se quiere retractar ni hacer concesiones al poder que le ejecuta.  Gracias a que Séneca estudiaba el pasado, el imperio podía tener un proyecto de futuro, y además con sus escritos nos ha llegado el recuerdo de esa época. Pero también la historia se inventa, la que hay ahora la han escrito los perdedores.
 El recuerdo se inventa, se siente, se crea, se recrea. También es presente recordar el pasado o anhelar el futuro, momentos de goce. García Calvo odiaba el futuro, le provocaba violencia que le hablaran de futuro. Si su mujer le preparaba una agenda de actos a los que ir él enseguida se agobiaba. Recreaba el presente y el pasado y poetizaba el recuerdo, lo amaba lo mejor que sabía con un lenguaje que dominaba a la perfección, de gran riqueza semántica. En cambio, soñar y hacerse castillos en el aire no le gustaba demasiado. Desear y soñar se deben a que tienes una necesidad, una carencia de algo, que has de cubrir. Los budistas te dirán que eliminando esa necesidad y así eliminas la frustración de no satisfacerla. Pero en la naturaleza humana está nuestra capacidad de desear, y de eso se ha aprovechado el capitalismo creándonos nuevas necesidades ficticias para poder vendernos más cosas. Pero al ser humano siempre le falta algo. Y cuando lo obtenga va a querer más y más. Para empezar, tenemos necesidad del otro. Schopenhauer en toda su misantropía y soledad tendría necesidades, aunque fuera escuchar Wagner. Su frustración es la de un genio incomprendido del romanticismo que ha ido viendo caer uno a uno sus sueños. Y ya se ha dicho, ¿para qué soñar?, vayan ustedes… Modiano también se retira de esto de la vida, porque vive más de recuerdos que de presente, y así es imposible soñar. Al budista que ha renunciado a toda pasión humana para no sufrir, a todo sueño para que no se le derrumbe, le falta Vida. Al vagabundo que no necesita más que su hatillo le falta dinero. Al ejecutivo capitalista con chalé en la sierra le falta corazón, hombre de hojalata. Lo de trascenderse sin deseos se lo dejo a los religiosos. Esos refranes de “no es rico el que más tiene sino el que menos necesita”, “el dinero no te hace feliz” y ·”Bienaventurados los pobres porque no tienen calefacción caliente ni móvil”.. me parecen mensajes del poder directos a la mentalidad conformista y resignada de un pueblo sanchesco con moral de esclavos.

No sé por qué hablar en todo este articulo del recuerdo me ha llevado a preguntarme al final por el futuro y por los sueños. Quizá porque en nuestra memoria está todo mezclado, en hibrida heterogenia y vivo mi presente retrotrayéndome al recuerdo y proyectándome al futuro, como un “retroprogresivo”. El peligro de soñar es no esta despierto, no soñar sabiendo que sueñas. O quizá sea la edad que me hace ya perder el hilo. Tal vez en la residencia para ancianitos me tope con Modiano. Y me cuente que la enfermera le recuerda a Francoise, que tenía un padre funcionario, Pierre, hijo del viejo Dolly, que vivía en la calle Rue dónde ahora está el supermercado y antes el bar que regentaba Louise. Sí, me refiero a los de Domingo, los que llegaron al pueblo en el 36, que tenían una hija que luego casó con…  

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