Ayer
mi amigo me preguntó por qué escribo. Me abalanzé hacía él - ¿Sabes cómo
dejarlo?.-
-
No, aún no hay clínicas de desintoxicación para los letra heridos- dijo. Sentí
mis neuronas naufragando en un barco de pajas mentales a modo de olas, pero
intenté asustarlo - Los escritores somos esquizofrénicos, ¿sabes?, oímos
voces-
Voces por la calle. Voces de
personajes. Diálogos. Incluso a veces monólogos interiores, a lo Yoyce, Martin
Santos. A Virginia Woolf la pasaba eso también. Que la hablaba la gente y ella,
claro, oía voces. Y cuando se callaba la gente ella dejaba de oír esas voces. Que
cosa más rara. Al manicomio con ella. Y con Nietzsche y con Panero. ¡Al
manicomio con todos los poetas! Seguro que es esquizofrénica típica afectiva
bipolar con trastorno límite de la personalidad múltiple, y obsesiva compulsiva
maniaco depresiva. ¡A la Hoguera con ella!
- Tu problema es la
sinceridad, tío, ¿No sabes eso de ver, oír y callar? A quien confías tus
palabras le das tu libertad, y me sé una mejor... Hablar es el arte de
preguntar y escuchar. Cada palabra soltada; información perdida, el mejor poema
es el silencio. No hables si lo que vas a decir no es más importante que el
silencio. ¿Quieres que siga? De lo que no sé debo callar. Lo decía Wittgestein.
Y por fin mi amigo se calló.
Tio, dame uno, sólo uno. Dame
un libro, que no aguanto el mono, tío, en plan colega mio, solo el último,
dame, que mañana lo dejo… tio…un chute de Pascal del bueno, o un poco de Bécquer,
por fa, tio, que llevo días sin leer…
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