En este libro Vargas Llosa nos
habla desde la meta literatura de su ofició de escritor. Sugiere que las novelas
hacen la historia, impregnada más de mentiras literarias que de verdades
objetivas. Asemeja la Literatura a un espejo, donde se refracta la sociedad, el
lugar y el momento, pero ante todo las historias personales universales ( te
puedes identificar en ellas). Reivindica que la literatura no se atañe a
la Realidad Histórica, sino a su
incidencia en la conciencia humana. Así explica el actual auge de la novela
histórica o de la anti- académica Historia novelada, que no sé por qué antiguos
fantasmas, sigue asociada a la manipulación y a la historia de reyes y
batallas. Cuando lo cierto, a esto aboga Llosa, es que la Historia se
constituye del conjunto de historias personales, y no de la dinámica causa-
efecto económica. En la descripción del
hombre y no de su realidad radica donde acaba la historia, para ceder al
sugerente y polifacético campo literario. Dándose la paradoja de que al leer
cualquier obra de Scott adoptamos ese mundo de trovadores y damiselas, en vez
de la “sucia” realidad de unos reyes emparentados entre si, jugando al ajedrez
y a las cruzadas, con un pueblo muerto de inanición. En este sentido, también
la literatura debe mostrarnos esa escabrosa realidad, sin perder por ello la
magia estética. Pero seguro que a las generaciones venideras seguirá
interesándose más los escarceos amorosos de Isabel II o la honda melancolía de
la Generación del 98, que las cifras contrastadas en la exportación agrícola de
la época.
La historia la componen las pequeñas
historias personales, y las personas en su memoria no albergamos sólo
experiencias, una cronología de la vida, sino que el recuerdo se expande por la
tinta y el tecnicolor, por lo vivido y lo leído, por lo real y lo soñado.
Sobretodo las personas mayores que tiñen sus batallas bélicas de la última de
James Cameron. En nuestro disco duro parece imposible discernir ya lo real de
nuestras propias fantasías frustradas. Los escritores o los actores son esos
mentirosos tan creíbles (Porque se creen su propia fantasía) que al leer
fingimos creerla (Es el pacto Escritor- Lector del que habla Llosa).
La memoria engloba no sólo que es y fue, sino
lo que pudo ser y no fue, la añoranza, e incluso lo que aun puede ser, la
ensoñación. El sueño es la maraña del inconsciente. La mayoría de pesadillas se
escenifican en un lugar rutinario, cómo un colegio, y sucede un hecho
extraordinario, cómo presentarse desnudo a un examen. Lo que allí se representa
es el teatro de nuestros miedos más íntimos. En el subconsciente se baten la
razón y la más exacerbada fantasía, el hombre gris y el niño interior, y al
despertar se reprime el mundo onírico. ¿Pero cómo puede ser ficticio un mundo
que nos hace sudar o sonreír? Incluso a veces mantenemos conversaciones más
interesantes allí dentro. Al abrir los párpados, nos recomponemos del estrago
de haber conocido la verdadera realidad, (Y a nosotros mismos).
Muchos son los filósofos que han dudado de su
Realidad, empezando con Platón que no sólo duda, sino que reniega de su mundo
carnal, y mira más alto, al sol, a las ideas. San Agustín cree también vivir en
una preparación al lecho de Dios, Descartes piensa ¿Luego existe?, Sartre se
nota existir, pero ¿¡Y si la vida fuera Sueño? ¿Y si al morir despertáramos al
ensueño? Es imposible científicamente; la mente perece en cuanto encefálica.
Con Freud acaba la última esperanza del ser humano de trascender la realidad.
Ahora sabemos que los sentidos nos engañan, los sentimientos nos confunden e
incluso la Razón puede fallarnos y hacernos vivir una realidad paralela (Como
autistas y esquizofrénicos) Y entonces, ¿Qué nos queda? ¿
Tras una noche de insomnio creador, la mañana
despierta envuelta en neblura, entre gasas oníricas. Cuanto menos duermes, más
sueño parece la vida(Más “aparbado” te encuentras). Más, si la vida es sueño,
bien merece no despertar. Es eso de Morir, dormir... tal vez soñar.
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