Buenos días, gentes pinillescas: Aunque seguro que muchos de vosotros y vosotras ya lo
sabréis, por si acaso os enviamos este mensaje de aviso. Este viernes,
día 21 de octubre, recordamos de nuevo a Ramiro Pinilla, con una mesa
redonda en la que vamos a hablar de “La huella de Pinilla: el Taller de
escritura”.
“A finales de los setenta, Ramiro Pinilla concibió el Taller de
Escritura con el fin de ayudar a jóvenes con anhelos literarios. Las primeras
reuniones se celebraron en esta misma Aula de Cultura, en su primera sede de la
calle Urgull. Durante años, el Taller siguió reuniéndose, con pocas
excepciones, todos los lunes a las ocho de la tarde en diferentes espacios. Por
él han pasado decenas de personas, una veintena de las cuales vio cumplido su
anhelo de publicar un libro. Además, algunos de esos asiduos lideran otros
talleres de literatura. Tras la muerte de Ramiro, hace dos años, los componentes del Taller fieles al compromiso, siguen reuniéndose los lunes a las 8. La huella de Ramiro es tan profunda como la que deja un titán en la arena mojada de Arrigunaga.” (Lucía Martínez Odriozola) Os adjunto el cartel, para que le deis la mayor difusión posible. Y, por supuesto, esperamos vuestra asistencia. Un cordial saludo Anabel Regalado
Este acto lo han llevado a cabo Anabel Regalado bibliotecaria de Algorta (donde Ramiro iba a leer) Estibaliz san
Sebastián, Víctor González (director de películas y cortos), Enrique Castro, amigo
personal, la familia de Pinilla y Lucia Martínez, amiga de Pinilla. El acto lo
abren Lucia y Estibaliz poniéndose las batas de Pinilla y sus boinas. No
necesitas mascaras ni gafas ni nariz de payaso.
Primero hablarán las organizadoras, luego la gente del taller, habrá un
pequeño debate entre Jon Bilbao y otros miembros del taller, luego habla el público
que interviene al final.
Las cosas que quedan de Ramiro
las atesoramos. Cosas como una dedicatoria primera del 81, “con el cariño
escondido de siempre” en el libro Recuerda, recuerda. La compañera se asusta de
que haya hecho correcciones de un libro en la propia editorial. La edición tenía
sus correcciones. “Temeroso de que no le devolviera el ejemplar se las
fotocopie. Había hecho las mismas correcciones”. En el 81 habla del cariño de
siempre. Hace 35 años. Era un getxotarra de toda la vida. Con el cariño de
siempre. Le emociona mucho la dedicatoria. El taller de escritura estaba entonces
en el aula de cultura de la calle Urgull. Con infinita paciencia aguantaron los
chaparrones. Lucia Martínez recuerda cuando cambió un verbo de una entrevista
para Galea. Dijo tienes razón. Lucia recuerda el carácter de Pinilla de aquella
edad. Recordaron su obra Solo un muerto más califico. A principios de los 80 a
Lucia no le gustaba la forma de escribir de Ramiro y le incomodaba que les
corrigiera tanto. “Ramiro quería que limpiáramos los textos de esas palabras
con que las adornábamos” La forma de escribir de entonces de Lucia trataba de
taparse, de ponerse en la última fila para que no se la viera. Escribir era
taparse y ahora Lucia sabe que escribir es denudarse. (yo también me sitúo en
la última fila del auditorio para poder tomar apuntes en el portátil sin
molestar a nadie y sobre todo para que Lucia no me saque al escenario. Sin
embargo, Lucia me acabó sacando al escenario)
Lucia Martínez practica el periodismo desde hace muchos años y lo
enseña en la facultad, en la UPV. Ahora tiene la edad que Ramiro tenía cuando
empezó el taller. No le cabe en el pecho todo el agradecimiento que siente de
que Ramiro la corrigiese, cómo podía surgir de su boca las cosas que él la
decía. Las palabras son herramienta que deben pasar desapercibidas, hacen el
efecto de comunicar, deben generar ideas sentimientos sin que el lector se
tropiece con ellas. Las palabras deben deslizarse por el texto sin darnos
cuenta de que estamos pasando páginas. Nadie le ha enseñado tanto sobre cómo
escribir y cómo hacerlo con sencillez y humildad. El dirá que no se lo enseñó,
pero lo aprendió de él. Ramiro nos enseñó a juntar con un orden preciso las
mismas palabras que nos regala la vida a la vez que esquivamos las que no nos
gusta o nos hacen daño. Otoño se llena de melancolía, junto a la ventana aquí a
la derecha, el legado de Pinilla es importante. Creó una cosmogonía, un
microcosmos, en torno a Getxo. fue creador de familias, la suya primero (su primera
mujer, sus hijos, María Bengoa) y también en torno a la revista Galea y en torno
al taller. Ramiro fue padre para muchos y abuelo para otros. Su familia
verdadera, la de Galea, la del taller y la que nació a su muerte, que
componemos 12 amigos que cada año hacemos un encuentro en torno a Pinilla. Además
de reunirnos todos los lunes. A esa familia pertenecemos por decisión propia,
es la mejor herencia que ha podido dejarnos. La escritura como el amor son dos formas
de talento. Lucía Martínez acabó llorando y aún con lágrimas en los ojos la
aseguró a Estibaliz San Sebastián; a que tú no haces lo que yo he hecho.
Estibaliz San Sebastián contó que el taller es la reunión de indisciplinados
más exigente que conoce. Todos los lunes traen regalices o zumos para comer y
beber. No hay grandes normas ni ejercicios de estilo, hay que escribir sin que
te digan qué o cómo, aceptar después la critica que el grupo quiera dedicarte.
Es un ejercicio de humildad, poner en solfa lo que escribes. No se andaba de
chiquitas el maestro. “Con 3 frases nos dejaba clavados en el asiento y te hacía
pensar. Su voz y su palabra era como el Sirimiri
en el que cae poca agua, pero empapa la tierra. El Taller se daba en un café de
Algorta”. Estibaliz cambió el atletismo por el teatro. Fumaba un porro y
recitaba a Shakespeare, gamberra, con ganas de crecer. Le criticaban en el
taller. Le hizo gracia su poema a Ramiro, no le gustaba el descaro, “terminaras
escribiendo prosa, se te ve venir”. Dejaba de lado lo no importante. Se reía de
sus chiquilladas. Estibaliz le relató el principio de su cuento de tortugas. La
vida era perfecta hasta la visita de las tortugas gigantes que llenaban la marea.
Se dormían todos a la vez en un sueño largo. Crecían sus caparazones como
paraguas. Estaba sola con las tortugas. No le da miedo saltar de una a otra a
pesar de que eran enormes. Se quedó dormida bajo el árbol que le crecía a la más
vieja. Hacia frio cuando las tortugas despertaron todas a la vez. Estiraron el cuello,
se salpicaron de arena y se sumergieron en el mar. La niña fue con la tortuga y
aúllo como un animalito porque no sabía nadar. No terminó el cuento, pero sabía
nadar. Aprendió a escribir relatos, a leerle a él entre líneas. Confesó que
cuando más se admira a alguien las lecturas empiezan cuando no puede llamarle
por teléfono. “No distingo a Ramiro de sus personajes; Ramón, Txiki Baskardo,
el personaje de Un muerto más que escribe una novela policiaca y las editoriales
se lo devuelven. Como Sancho Cachorro el escritor Pinilla empezó necesitado de
lectores y escritores”. Se sienta a hablar del oficio. Vuelve al taller el
maestro. Sus suelas caminan por la playa, por un camino a la mar. El paquete
con el original de la última novela fue devuelto por la editorial de turno. Había
20 precedentes. Su última tentativa. Rebasa la luz roja de escritor. Desentona con
la velocidad de mi sangre. Una piedra junto al paquete. Wiski soda, alguien
tiene q quedarse aquí para contar los muertos. El muerto era delgado, bien
parecido hasta hace poco, con aire de detective clásico. “Repito en sueños sus
expresiones. Goza de algún contagio, no me han salido del todo mal estas últimas
líneas y es por cercanía de los grandes hombres. Les bautizo así a mis
personajes, pueden encontrarlos en las páginas. No lo hice por un último vestigio
de honestidad”.
Iñigo Laroque dirige ahora un taller en Deusto. Mónica Crespo tiene un taller de
escritura en el aula de cultura. Jon
Bilbao tiene un taller en la alhóndiga. Lucia Martínez, como es periodista, ha preparado este cuestionario.
Desde el 2000 coordina el taller aquí. Invitan a Pinilla a un encuentro al
final de curso cuando publica La edad inolvidable. La alumna se puso en
contacto con él. Pinilla respondió con la generosidad que le caracterizaba, con
sentido del humor, y encantado. Nos caímos tan bien que invitó a Mónica a ir a
su taller. Se solapaba su taller con el suyo. Jesús en la librería Antares le
menciono el taller de Pinilla a Iñigo. Le invito a su hermana a ir al taller
con él. Le abrió Víctor. Jon empezó a ir bastante tarde, en el otoño del 2007.
A través de una entrevista en el periódico de Willy Uribe conoció el taller de
Pinilla. El decía que acudía a un taller de Pinilla que organizaba de muchos
años. Había leído muchos de sus libros. Además, sus aitas son muy fans. De
pequeño había en casa muchos libros de Ramiro. Había publicado relatos en
concursos provinciales y tenía una novela en imprenta. Han escrito algunos
textos juntos. Un hombre tan mayor le enseñó la perseverancia e insistencia en
escribir. Le conoció en un paréntesis vital en su escritura. Cuando le dieron
el premio Nadal. No conoció la última fase de Pinilla en que volvió a triunfar.
Su actitud siempre era la misma, estar cada lunes con quien quisiera, lloviese
o nevase, era admirable. Valora Iñigo la enseñanza de Pinilla de ver la escritura
como fin en si mismo. Escribir disfrutando de ese momento, no pensar en que te
van a publicar o glorias futuras o si te lo van a reseñar en un periódico muy
importante. Eso ya llegará si llega. Lo importante es ese momento. Inculcó a sus
alumnos la idea del trabajo. Entrarse, estar muchas horas en una habitación
trabajando. Dejarse de ideas, de inspiración y musas. No esperes el momento
adecuado para escribir porque no existe. Siéntate y escribe. Cree en tus
palabras. Le ha alentado mucho el maestro. Destaca de él su capacidad de
escucha. Era un narrador natural, con gran capacidad narrativa. Tenía una capacidad
de escucha y atención como pocas personas tienen, te hacía sentir algo
importante. Cada lunes tenías esa cita, esa posibilidad de escucharlo y
escucharte. Te hace sentir importante, y que lo que escribes tiene un valor.
Defendía la soledad creativa. El territorio de la creación era su refugio
personal. Sus alumnos están infinitamente agradecidos. Los talleres sueñen ser
parecidos, pero el de Ramiro tenía mucha idiosincrasia. Eran tertulias
literarias. Te reunías, leías textos, se hacían recomendaciones de libros, que pueden
interesar a los demás. Los talleres de Jon Bilbao tienen una estructura
organizada, con un temario. Está destinado a personas que están empezando y
necesitan una noción básica para moverse en la escritura. Dedicados a personas
que les guste estar sentado en una habitación a solas escribiendo. En su taller
practican los narradores, personajes, diálogos. Es más profesionalizado que el
de Pinilla. Hay una metodología del taller, se trata de trasmitir conocimientos
y técnicas sobre escritura. En ese espacio común se puede escribir, comentar y
leer los trabajos de la gente del taller. Es una labor de aprender escribir, leer,
hacer una buena crítica. No se trata de solo escucharle a él, sino de recibir críticas.
Genera así un espacio de trabajo. Acabas mencionando autores. Se entremezcla la
literatura con todas las artes y es fácil encontrar imágenes de escritura y
contra ejemplos, distintas maneras de hacerlo. Se investiga en la tendencia
natural de cada escritor. La primera parte de la clase se dedica a presentar un
problema literario especifico. Se comparten los problemas también.
¿Qué habéis aprendido del taller?,
¿Qué destacaríais del taller? ¿Os reconocéis partes de Pinilla en vosotros? Te sientes
a veces influido por él, sale su voz involuntariamente, está ahí
permanentemente. Con sus ejemplos y contra ejemplos. Pinilla escuchaba con
respeto y atención, no era prolijo ni pretencioso. Ramiro hablaba del lenguaje
invisible. Tienen la voz de Ramiro tatuada en el inconsciente. Jon Bilbao no ve
a Ramiro en sus palabras o enseñanzas concretas, pero si en la actitud ante la
escritura. Ramiro enseñó a centrarse en el trabajo, la capacidad de crítica y
auto critica, a aceptar comentarios de los demás, a saber hacer comentarios
desde el conocimiento bien articulados. Siempre criticaba desde el respeto, las
críticas no estaban contaminadas por el afecto. No hay que tener miedo a decir
a alguien que eso es mejorable. Si solo le das palmaditas en la espalda le
haces un flaco favor. Todos destacaron de Pinilla su generosidad, capacidad de escucha,
constancia, perseverancia. Si al final del taller no habías escrito nada… Ramiro
te preguntaba ¿estas escribiendo algo, escribes? Se interesaba de si escribías
o no. Tenía la capacidad de estar pendiente, del otro, de su proceso. Estaba
pendiente de los procesos de cada cual. Era un ser respetuoso y exigente. Hemos
interiorizado su forma de escribir y corregir. No sabes lo que le cuesta
escribir y suprimir adjetivos que le gustan a favor del conjunto de la obra.
Blanca tuvo una relación complicada con Ramiro. Blanca es
periodista. Habló de lo que representó el taller y su figura. Cuando murió
estuvo soñando para bien y mal con él mucho tiempo. Le ha hecho pensar mucho
Ramiro. No se adaptaba a la tendencia que él siempre ha seguido. Escuchaba con
mucha atención. La hizo madurar a partir de lecturas y escritos. El Taller era
un lugar donde se hablaba de muchos asuntos. Era el mundo literario del taller.
Recordó la idea de escritura concreta representada por él. “Había gente que escribía
distinto. Era la figura del padre que contrastaba todos los estilos. Admiraba
asuntos y otros los cuestionaba. No había ninguna imposición de Ramiro, quizá había
una auto imposición. Le admirábamos como persona, era tan alentador, imprimía
esa impronta suya. El personalmente no creo que quisiera dejar su propia
huella. Destacaría que era un hombre pacifico, muy tranquilo. Y su sentido
común enorme. Muy listo, como un listo natural. Él nos leía a nosotros mismos. El
sabía de cada uno de nosotros a lo largo del tiempo”.
Hay que diferenciar entre Ramiro escritor
y Ramiro persona. Mónica hacia
entonces una tesis doctoral sobre los talleres de escritura, estaba en Buenos
aires haciendo entrevistas a escritores argentinos que tenían talleres
literarios e investigó en varios talleres. El taller era el local donde se
aglutinan personas que quieren escribir. Pactó con Ramiro una serie de entrevistas
en su casa. Le grabó y le filmó y entrevistó y todo terminó con que leyera sus
escritos. Pinilla tenía la generosidad de estar presente y a la vez retirarse. Como
un padre que te ayuda en tu primera infancia y luego te deja rodar sola. A
veces anhelabas que dijera algo. No dirigía la liturgia del taller ni participaba
mucho en las críticas. Él te leía más a ti que lo que tú sabías acerca de ti
mismo. Querías que no te descubriera, librarte de la pregunta de si estas
escribiendo algo. Todos recuerdan sus enseñanzas en el taller. Había que tener
la capacidad de encajar los golpes, los comentarios que te hacia Ramiro y todos.
Todos funcionaban por igual. Para el escritor novel las criticas son importantes.
Desde que va al taller ha publicado varios libros. Los ha leído en el taller.
Va a la publicación más tranquilo sabiendo que ya se lo han criticado. Es como
entrenarse con espadas el doble de grande que las espadas que luego llevas en la
guerra. Ramiro tenía un equilibrio entre ambición y humildad. Había que sacar
partido a las palabras. Desnudarte delante de todos y someterse al mensaje
conjunto, a la crítica. Mónica consideraba peor sus escritos que lo que le
decían en el taller. Hacían cenas a final de curso. Le encantaba comer salchichas
con pan en el puerto deportivo. Mónica acabó llorando fatal, no le salían las
palabras. “ El taller es como un taller mecánico, se pincha una rueda, se
vuelve a hinchar”. La crítica te hace aumentar la exigencia del texto. No son
halagos superfluos. Las críticas son donde ajustarte para echar a rodar de
nuevo, tener fe y valor y coraje para escribir.
Iñigo Larroque leyó un texto; Decir y contar. Ramiro cuando alguien
leía en voz alta se apoyaba en el sillón, cerraba los ojos, estiraba el cuello
como una tortuga milenaria que volviera en años a su tierra. Era el oficio de
narrador. Y su capacidad de escucha. La mano derecha del taller era el amigo Víctor
Abad. Captaba la trama, el argumento y los personajes. Resulta difícil seguir el
texto leído de viva voz. Intentaba distinguir entre fondo y contenido y forma.
Al finalizar la lectura hay que decir algo. El escritor espera una citica o una
respuesta. Ramiro era directo claro e inapelable. Luego callaba, no debatía.
Salía presuroso a casa cuando había futbol y después del taller iba a ver la televisión,
programas de cine de Garci. Necesitaba más historias antes de acostarse. Iñigo era
jovencito con ganas de saber y conocer. Ramiro era un viejo con combustible,
con más mérito. Era un escritor que disfrutaba de las pelis de Martin Scorsese.
Iñigo recuerda el modo de interesarse por el otro, por los demás, era
inextinguible. Se convirtió en su modelo, en la Idea clara de cómo hay que
escribir. Existían otros modos y formas. No siempre estaba de acuerdo con el
maestro. Sus palabras se fundían en el cerebro, como una suerte de Pepito Grillo, o fantasma del padre. Ramiro le decía ¿y esto a dónde va? Su voz
presenta la propia escritura, le hace pensar, en aquel círculo del taller ante
una frasecita uno podía echarse a temblar. Ramiro le enseñó que en esta vida al
menos por escrito es pecado aburrir al prójimo. Recuerda verle a Ramiro
paseando por la Galea a las 10 de la mañana, a la altura del molino, como un
Quijote. Había quedado con su padre en la playa salvaje, en el paseo de los acantilados
iría a pasear, le enterneció encontrarse con su padre en la playa. Ramiro era
un tímido pudoroso, sentimental a su modo. Daría un brazo por pasar un día de
playa como cuando eran pequeños. Está bien que el padre pase un día con su hijo
en la playa. Le mirabas a la cara y veías su parecido con su abuela, que le
animó a escribir. Sonreía entre extrañado y divertido. Por el taller pasaron
personas variopintas, Ramiro no se encerraba en su soledad y los recibía.
Muchos alumnos del taller han publicado, incluso se han hecho famosos.
Antes Víctor Abad llegaba con las llaves y con Ramiro y nos agolpábamos
en el taller, frente al escaparate de una tienda. El Taller estaba en la lonja
del bar, en la avenida Basagoiti. ¿A qué se dedicarán?, decía la gente, no es
un grupo de karate. Ni un choco ni un coro. Van mujeres y hombres, viejos y
jóvenes. No visten ni remotamente parecidos, unos hablan, otros no callan, ¿a qué
club, gremio pertenecen? Y ese señor mayor prestando atención ¿Quién será? A
Ramiro le hemos escuchado mucho y no le hemos leído tanto como quisiéramos y
como merecía. Hay que hacer sitio en la librería para poner sus libros. Ramiro
es ejemplo de perseverancia, de escribir como fuera, fue el trabajo de una
vida. Víctor Abad ha puesto varios locales para este taller itinerante que se
ha desplazado por varios sitios de Algorta. En un local de los padres de Víctor Abad está ahora. Los compañeros le han preparado un texto literario.
Marta barrón López pertenece al taller desde los 70 cuando vino de Madrid.
Pinilla le publica un cuento con 11 años.
Vuelve en el 85. En dos periodos distintos asiste a los talleres. Su experiencia
viva dinámica libre y creativa no se entiende sin la práctica de saber
escribir, leer, relacionarse. No se entiende si no se aguanta al menos 3 años
seguidos en el taller, sin los textos de los otros. Es un privilegio escuchar
textos de 5 personas que integran este evento, oír sus esfuerzos buscando la palabra
de la escritura. Marta recordó a Willi Uribe que sin ser universitario ni saber
demasiado ha aprendido a escribir escribiendo. Marta anima a comprar su libro Revancha
en la casa de cultura el miércoles. ¿Por qué el miércoles?, hay que poner una
fecha porque si no no lo vais a comprar.
Marga. Empezó a ir al taller hace muchos años con varios periodos
de descanso. Salía el taller en la información del aula de cultura. Venia el
teléfono de casa de Ramiro, el personal. Recordó la gente que ha pasado por el
taller. “Te enseñan a escribir desde el principio, no es de esos talleres. Los
que íbamos siempre habíamos escrito, mal, pero habíamos escrito. Se trataba de
leer, escuchar a otras personas, qué te decían de tus propios textos. No sabía quién
era Pinilla”. Marga vino aquí con 28 años. Era madrileña. Llevaba 3 años en
taller, no tenía ni idea de quien era. Él se presentó como Ramiro y ya está.
Estaba el taller en bar Iker, no había metro, en el 95. Él iba buscando sitios.
Como la librería de Antares. Su parada, volvió 5 años después. El había ganado
ya los premios y tal, pero la dinámica del taller era la misma, Ramiro Pinilla
era el mismo, premiado y con fama, el mismo escritor que de joven.
María Bengoa fue algo más que alumna de Pinilla, fue su novia, su
pareja. Empezó a ir al taller en el año 200, no le gustaba el taller al
principio. Daba ella uno de lectura 4 años en el ayuntamiento de Bilbao. No entendía
el método del taller. Quieren escribir, pero no han leído nada, se lamentaba.
Era la discusión que ellos tenían luego en casa. María fue irregularmente al
taller. Remarcó los enormes valores que tenía el taller. Por su cercanía sentimental
a Pinilla, todo le parecía bien, todo lo que él quisiera. Las personas se reúnen
en el taller. Al poco de entrevistarle se hicieron amigos y le regalo el libro
Walden, al que tanto admiraba. Henry David Thoreau era el autor, un periodista;
en cada página se percibe la personalidad de un hombre semejante a una roca, a
un roble, a una flor silvestre por su sensibilidad y a un halcón por los vuelos
de su imaginación. ¿Qué libro?, ¿por qué libro tuyo empiezo? En vez de
recomendar sus libros Pinilla le recomendó el libro de Walden, el tratado de
los bosques.
Hace un año, en el homenaje a la
revista Galea, un profesor universitario en Cambridge se puso en contacto con
María y la familia de Ramiro porque quiere hacer un trabajo sobre él. Quedaron
entusiasmado, aunque fuera el escritor de Móstoles. Este profesor fue 12 años
profesor de primaria, 6 meses en Cambridge. Le invitan como estudioso, y él es
un fanático de Pinilla. Quiere investigar sobre su quehacer literario, la idea
de horizonte infinito de los narradores creadores, hasta donde llegan. Lo conoció
en 2005, no sabía antes nada de su obra ni su figura. Leyó Verdes valles de
Tusquets. Lo conoció por azar. Me movió el piso, como dicen los italianos.
Leerle supuso un vuelco emocional. Desde hace un año se dedica al estudio de su
obra, lo que ha hecho hasta ahora. El estudioso de Pinilla publicó un par de
artículos, un librito que va a salir en las universidades de Alcalá y salamanca. Este año
hace formalmente el doctorado en tutela entre la UPV y la universidad de Po en
Francia. Ramiro es el escritor más importante del País vasco en los últimos 100
años. El escritor vasco más importante después de Baroja. Con lo difícil que es
hacer una tesis y las trabas que se suelen poner, el escritor se ha podido
acercar al círculo íntimo y personal de una figura como él. Cada persona que le
conoció le dan ayudas y apoyos. Lucia, María… todo el mundo al que pide ayuda
no le da la ayuda, se la duplican. Su tesis es de gran magnitud, el proyecto va
desde verdes valles a sus primeras obras. Investiga como fluye su narrativa y
al proceso de escritura. Por fortuna tenemos muchos años de proceso de
escritura, como se fue formando esta novela, o se fue forjando. De que lecturas
proviene, cuáles son sus obras anteriores. Sus novelas están ligadas a Faulkner
y a Márquez. Es una fusión de todos los lenguajes que ha aprendido con su voz
propia. Hay partes biográficas muy interesantes. Se trata de entender el significado
de su vida, de sus cuentos y publicaciones, desde el 66, su historia con libro Pueblo, con la revista Galea, con el taller, la historia con Antonio el ruso, su
paso por el partido comunista… ese recorrido biográfico es interesante de
estudiar, pues está ligado a su obra.
Ermesto Castro fue amigo de Ramiro en el partido comunista y
trabajó con el en la revista Galea aunque no acudió al taller. Recordó su
relación antigua con Ramiro. El tenía 19 años recién cumplidos. Se conocieron
en el partido comunista. Le llevo unos pequeños textos suyos, que dan un poco de
pena ahora vistos con el paso del tiempo. Pinilla los leía con atención y se
los corregía. Ernesto nunca tuvo perseverancia y no se apuntó al taller ni
continuó con la labor de escribir que parecía que se iniciaba en él. Le confesó
el gusto por la lectura. Su amigo ha preparado también un texto-homenaje a
Pinilla:
No sabía de qué hablaros, tantas
cosas que elegir es como no tener nada de qué hablar. Una amiga le dio el tema;
Ramiro es serio. Me lo dice una amiga común que propone buscar una foto en la que
se vea sonriente a Pinilla para ponerla en el cartel anunciador del acto. Ella,
tan realista, me advierte lo difícil que puede ser encontrar esa foto, en la
que aparezca Ramiro divertido, alegre, riendo. La memoria es siempre una
impostora. Qué raro que a mí no me parezca un hombre serio. Le causó extrañeza,
como si ella hablase de otra persona, pues hay numerosas imágenes de Ramiro
sonriendo. Recuerda las sonrisas de Ramiro, con los ojos y labios en ocasiones,
a veces carcajadas contenidas con la sordina y pudor de no mostrarse demasiado.
Recuerda a Ramiro con breve gesto de desconcierto, asustado de su propia reacción.
En mi recuerdo Ramiro no es tan serio, tiene un fondo de pena, y amargura por
algo que no había. No es tristeza. Ramiro no era triste. Cultiva un humor negro
con mucha tranca que bebe de Dickens, cuya lectura no se cansaba de recomendarme.
Trabaja en serio, como un amanuense, pero por dentro ríe. Es la envestidura de un
escritor tenaz como los personajes de él que más nos gustan. Va su narrativa a lo esencial sin circunloquio,
sin tiempo. A menudo te golpea. Puede parecer a veces serio, pero no serio.
Tiene luz, y ternura. Los jóvenes despistados acudíamos a revolotear como
polillas a su farola, hipnotizados por su arte y escritura. Analizamos y
sopesamos aspectos fragmentarios de su forma de ser. Que extraño sentirle en
partes tras sentirle entero. A otros amigos que he consultado dicen que es serio
también. Me asombra e incómoda esta discrepancia. Pensando, pensando empiezo a
comprender, Ramiro se fabrica con el Otro en la intimidad compartida. Con esos
hilos tejemos diversas amistades. Un solo amado y varios amantes dicho de otro
modo. Fuera complejidades. Ramiro se nos muestra y da con distinto temple en
cada uno nosotros, siempre es él mismo y siempre cambiante. Hay muchos Ramiros
y cada uno conocemos una parte, una faceta de él. Los demás tendrán versiones
diferentes a nosotros. Se sueltan expresiones como que Ramiro era polifacético,
multicolor, no nos aburríamos con él. Estimulaba en sus amigos potencialidades
como hacen los maestros. Me conmueve esa generosidad de apartarse de su obra y
comprendernos y atendernos, como un espejo que devolvía las facciones creativas
a tantos como revoloteamos alrededor suyo. Recuerdo a Ramiro en la asociación de
vecinos, en el taller, en la revista, en el partido. Le robamos tiempo suyo. Es
como recortar tiempo para hacer su obra imperdonable. No me quito la sensación
incomoda. Lo que das no se lo quitas a nadie. Bah, eso son vaquerías, diría
Pinilla y se partiría de risa.
Lucía me sacó al escenario. Me
había visto, escondido en la fila de atrás. Cuento como María Felicidad Perea me acercó a la narrativa de Pinilla. Me dio a
leer obras suyas. Conozco a Pinilla por La galleta del norte, el grupo
literario que se reunía en la librería la Caraba de Baracaldo. Luego me lo
encontré en la calle y quería que me firmase un libro de otro autor y le
perseguí por la calle. Volví a verle en dos conferencias que dio en Baracaldo,
sobre La edad inolvidable, la novela del futbolista. Me invitó a ir a su
taller; pensé que me había engañado porque no encontraba su local. Recorrí el casino,
una galería de arte, un centro de ancianos… pasé las dos horas sin encontrar el
taller. Le volví a llamar y me dio la ubicación. Y si no encomiéndate a la
virgen santísima, me dijo. Era capaz de abandonar el taller por ver un partido
de futbol. Era una persona con mucho sentido común y un sentido del humor
afable y cercano. Era un gran tímido lo superaba. En el 2004 ya se hablaba de colocar
una placa en la playa de Arrigunaga. ¿Dónde la vamos a poner? En Arrigunaga,
donde empezó todo, según Pinilla. Fue a modo de homenaje. Los premios los usaba
Pinilla para sujetar la puerta. Le regalamos la placa cuando cumplió los 90
años, en la venta. Llevamos un taladro y silicona, y nosotros miramos mientras
el técnico y carpintero Eduardo atornillaba y ponía la placa sobra la roca de
la playa. Víctor Abad grabó el acto. Ramiro se fue el día de su cumpleaños (90
años) a las 3 de la mañana. Cuando cumpláis 90 años avisarme e iré, nos dijo.
Era una persona de frase lenta. Fu su última cena.
El padre de Marta Barrón y él se conocían de Euskadi eskerra. Le manda el Galea
y se ve publicada Marta de niña. En su colegio había un chico carismático de 14
años que intentó suicidarse. Ese chico iba al taller. Era una persona muy
atractiva. Él iba con el amigo de mi padre al taller como algo de mayores.
Marta era una empollona, hacia lo que los profes decían, no intentó nunca
suicidarse. Trabo amistad con el compañero de clase, da igual, quien sea, da igual
su nombre. Los fundadores del taller urkull hicieron lo que había que hacer que
era leer. Volvió a casa excitadísima. Su madre la crió con un humor cruel, negro. Esta niña que va a
ganar el nobel, bromeaba la madre. Una semana entera la burlaron con que la
iban a dar el nobel. Se recuerda enamorada y se recuerda 3 días escribiendo un
cuento sobre nubes. Al siguiente día Pinilla le despedazó, destruyó su ego de
quinceañera. Le despedazó delante de 5 adultos. Se lo hemos visto hacer a Ramiro
y hemos aprendido a hacerlo; a hacer criticas destructivas. A un artista hay
que tratarle a patadas porque si no no trabaja.
Después de Ramiro nadie va a
hablar Ramiro. Ramiro vuelve a su butaca Del taller a la imprenta. El taller
empezó en el Aula de cultura de
Algorta Nunca sé en que año. Humanidades,
teatro…se hacía de todo en la casa de cultura. No fue suya la idea. No tenía ganas
de actuar de maestro. Concibió el taller al principio como un taller de lectura.
A los 18 años escribía cartas, no tenía nada a quien leérselas, era un vacío
tremendo. Leían por turno de llegada. Criticaban dentro de su capacidad. Ramiro
no creía en la enseñanza de lenguaje, narración, poesía. No creía en nada de
eso. La persona debe asimilar lo que escucha sobre su texto y digerirlo personalmente.
Jesús del Rio, Willy Uribe, Aramburu, Jon Bilbao… mucha gente ha frecuentado el
taller y muchos de ellos han publicado. Ha recogido lecciones, impulsos. 78 personas han pasado por el taller. El 23 de septiembre sería el cumpleaños de
Pinilla. Haría 92 años. Quizá cuando nosotros tengamos 90 años Pinilla
acudirá a celebrarlo con nosotros.
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ResponderEliminarPor favor corrige esta parte que corresponde a Andrea, por favor y gracias: "Ha asistido al taller embarazada y sin embarazar. Ellos leían. Era un momento incómodo. Si a Ramiro le gustaba el texto decía al momento: me ha encantado. Pero otras veces a Pinilla no le gustaba lo que leía. ¿te ha gustado tu propio texto? No ramiro, me he aburrido con mi propio texto. Era necesario mucho coraje para escribir y aguantar la leña que te daban."
ResponderEliminarSoy María Bengoa Lapatza- Gortazar mujer de Ramiro entre 2003 y 2014, once años de su vida. Este texto lleno seguramente de buena voluntad está plagado de incorrecciones, Gonzalo. Te pediría un poco más de rigor.
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