Martin Amis y mc Ewan son los más
fieros de la generación. Mc Ewan ya no es tan rupturista ni busca irritar a los
lectores y a la crítica. su obra sigue teniendo calidad, pero no va por ahí. M Amis
es un tío polémico que le sigue gustando meter el dedo en el ojo. Su espíritu
corrosivo no se ha templado como Mc Ewan. No es un baremo de calidad.
Martin Amis nace en el 49 en Swansea. Es hijo de Kinggsley Amis de
la anterior generación. Estudió en Oxford y daba clases de escritura en Manchester.
Vivió varios años con su segunda mujer Isabel Fonseca, una artista de Punta del
Este en Uruguay por lo que se trasladó allí con ella. Tiene una relación
tormentosa con la crítica, la prensa, los premios, los lectores, el publico y
con el resto del mundo en general y su padre el primero.
Su estilo es satírico,
amante de os retratos grotescos ácidos de la miseria humana de los seres
humanos. En sus novelas abundan las drogas, el sexo y rock and roll, la violencia
gratuita. Combina la tradición británica de la comedia de costumbres con la
alegoría grotesca existencial o política. Es cercano a la corriente americana
del realismo sucio dark, le gusta enfangarse en realidades más turbias, como Mc
Ewan al principio. Hay criticas que no lo valoran en absoluto y otras que le
llaman el mejor autor británico desde Dickens. Casi todas sus obras han
desatado polémicas, criticas destructivas. Y él no deja títere entre los
críticos. Tren nocturno y perro callejero son las que mas criticas han tenido.
Con la información, su tercera novela, recibió 500 il libras de anticipo (pedir
puedes pedro alguien tiene que dártelas) LO cobró a través de otro agente pues
Pat Kavanagh dejó de ser agente suya. Era la mujer de Julián Barnes que se fue
con otra mujer. Martina Amis rompió con la pareja en una bronca monumental y
dejo de ser su amigo. En el NY Yorker hace un año y pico lo han hecho una
entrevista. Le dicen que es evidente que sus obras son peores, responde él
irónicamente que su talento y calidad menguan con la edad, les gusta que diga
eso.
Su primera novela es el libro de
Raquel (73), le siguen niños muertos (75) éxito (78) y sus obras más conocidas que
constituyen la trilogía de Londres (dinero 84, campos de Londres 89 y la
información 95) dinero es su novela mas famosa, parte de su experiencia
personal como guionista de Saturno 3, protagonizada por Kirk Douglas y hecha
para el lucimiento del actor. Eran dos gallos en el corral, con muchos
conflictos. Jhom Self (de autoself, hecho así mismo) el protagonista es un publicista
y guionista ingles que le contratan en Nueva York para escribir una película.
Es borracho, drogadicto y le gusta ir de putas y la pornografía y encuentra
esos vicios en EEUU, una realidad que no le desagrada. Son novelas divertidas, causticas.
A Amis se introduce así mismo como personaje en un momento dado, no en toda la
novela. Tren nocturno 97 es su incursión en la novela negra, donde parodia el
genero negro mas que meterse en él. En 2003 publica perro callejero, destrozado
por la critica y otros escritores. La casa de los encuentros es de 2006 y en
2012 la viuda embarazada. Lionel Asbo se llama como un estado de Inglaterra y
es de 2012. Un matón callejero de extrarradio con sus colegas y perros, que se
parece al futbolista ingles Beckham, destroza un hotel donde se celebraba una
boda. Frecuenta la cárcel y tiene un sobrino amante de la pesia exquisita. Se
establece una relación bonita entre ellos, de maestro aprendiz. Le educa como
él, le quiere llevar por “el buen camino”; echarse una novia, aunque acaba fallándose
a la abuela. En la cárcel le tocan billones en la lotería y se vuelve un ricachón.
Dona una caja de cervezas de marca famosa en Inglaterra a los soldados ingleses
en Afganistán. Es su forma de cumplir con el país. Se lo lleven a ese puto país
de mierda, dice.
La zona de los intereses es de
2014 y va de un campo de concentración contado por los nazis. Los judíos son
los limpiadores y las manos ejecutoras y guardianes de ellos. Es una sátira
divertida de humor negro. Revisa el tema del holocausto, que también ha tratado
en la flecha del tiempo publicado en el 91 entre medias de la trilogía de
Londres- un sobrino de un general llega a trabajar en una fabrica donde la mano
de obra se trata de judíos y él se enamora de una judía. Es un soldado que
colabora con los judíos. Es extraño que este autor escriba algo sin humor.
Es autor de libros de relatos
como los monstruos de Einstein y mar gruesa. Y de ensayos, autobiografía y
libros no clasificables y extraños. El infierno imbécil y otras visitas a EE.UU.
es un ensayo igual que visitando a Mr Nabokov y otras excursiones sobre
literatura. Todas estas novelas están publicadas en anagrama. La autobiografía
experiencia es de 2001. También tiene la guerra contra el cliché, ensayo sobre
literatura. “no quiero escribir una frase que pueda haber escrito cualquiera”
Se ve en su construcción sintáctica que trata de contar las historias de otra
forma.
En 2002 publica una novela ensayo
koba el terrible, donde Koba es Stalin. Mezcla su visión particular de Stalin con
la historia de su padre. El padre era un borrachín, con problemas con las
mujeres, comunista acérrimo que se hizo defensor de Margaret Tcher. Pasa de estalinista
a defensor a ultranza de Margaret Thatcher. Fusiona la figura del padre con la
de Stalin. Stalin se fabrica un mundo alternativo y una realidad paralela a la
cruda realidad que sucede alrededor. Nunca creyó en ella hasta morir. Tenía una
visión del mundo más sofisticada de lo que creemos. Boris Pasternak no fue a
recibir el novel porque, aunque estaba fuera de la URSS sentía que su familia
estaba amenazada. Y André Sajarov, disidente de la URSS, cuando murió el
dictador experimentó una especie de duelo, no asumían la realidad que habían
vivido. La gente muriendo de hambre cantaba loas al experimento comunista. En
el totalitarismo se da el culto a la personalidad y se crean una realidad
alternativa. Lo hacen todos los políticos al llegar al poder, pero la mayoría
no lo consiguen. La gente que no tiene nada defiende el sistema como el mas
justo. El sistema no tiene alternativa y tiene que ver con el personaje que lo
gobernaba. El disparate de la izquierda intelectual occidental fue apoyar el
comunismo soviético. Gorki participó en la revolución, autor de la madre, y
vivió en Italia hasta que Stalin le llamó para presidir el sindicato de
escritores. Era ya mayor y vivía en una casa elegante en el campo y le sacaban
un granma (el periódico soviético) solo para el dónde aparecía lo maravilloso
del régimen y omitían las pugnas. En las fotos Stalin aparecía con 15
colaboradores, pero lo retocaban y desaparecían todos hasta que solo quedaba
él. Era rara la disidencia interna. En el libro habla de como se llegó a este
punto, pues superó a Hitler el dictador y si ganó la guerra fue por esa
personalidad más que por la supremacía militar. Los intelectuales no
denunciaban los crímenes. Esos escritores obraron por mala fe mas que por
ignorancia. No se podía alegar ingenuidad cuando había pruebas de la
criminalidad del régimen y de la esclavitud en la URSS: En el 46 Víctor Kravchenko
publicó yo elegí la libertad donde denuncio el régimen a pesar de haber ocupado
muchos cargos dirigentes allí. En el 44 pidió asilo político en EEUU y estaba
en la comisión de compras, perseguido por la policía de Stalin, acabó
suicidándose. Fue una equivocación y una debilidad depositar todas las
esperanzas de paz y libertad en la URSS. Se opinan así al imperialismo
capitalismo, pero fue una gran equivocación. Con Stalin se llegó al sumun, pero
no esculpa a Lenin. Con la caída del muro se quitó la máscara. Europa se queda
si referencias, y de esos lodos estos barros. No hay oposición al sistema
capitalista porque vimos el fracaso de lo otro. De esta forma carga contra su
padre, él no es ni comunista ni thatcherista.
La información del 95 trata de
dos escritores amigos, muy distintos. Uno es super ventas reconocido y muy
comercial y el otro escribe cosas personales e incomodas. Tienen una relación
peculiar desde jóvenes. Las tres novelas tienen personajes distintos, pero
comparten un trasfondo satírico y moral. Se curra el estilo, no escribe la
frase que puede escribir cualquiera. Es estilista.
LA INFORMACION
De noche
en las ciudades hay hombres que lloran en sueños y dicen no es nada, solo una pesadilla.
Deslizan el silencio. Las mujeres amantes esposas o obsesiones se despiertan y
vuelven la cabeza hacía él, no es nada, un mal sueño. Se despierta, pone la
mano en su cara la mujer con profesionalismo de socorrista, como un socorrista
que hace el boca boca a su víctima. No conocía las obras de Swich, Bocaccio, Shakespeare
ni sabía quién era Proust, pero sabía de lágrimas. Se llevó el brazo dolido a
la frente. Suspiró orquestal, cayeron gaviotas en su malestar. Suspiró y dio
vueltas apartándose de él. Olía a cama de matrimonio. Despertó a las 6 como de costumbre.
Cansado de no dormir y de sus temores, con una fatiga que abrigaba el sueño. Es
la fatiga del tiempo vivido de la gravedad que trae al centro de la tierra y
pesaba cada vez más. No recordaba haber llorado. Es taba despertó- No podía elegir
en que pensar. se levantaba para descansar un poco. Cumpliría los 40 y se
dedicaba a la crítica. Enchufó la tetera eléctrica. Sus hijos gemelos estaban
en la cama, ni eran idénticos ni fraternales para el cariño paternal. Nacidos al
mismo tiempo. quizá tenían distintos padres porque no nacieron a la vez. No se
parecían y tenían distintas actitudes. Les hizo un escrutinio inteligente sistemático.
Había nacido como tras un largo viaje en la tormenta. Contempló a sus hijos,
entregados al sueño de mala gana. Ellos duermen en otro reino peligroso donde
nada puede ocurrir, perdedme y protector entre las mantas
Es mejor leerlo conociendo el
final, pues disfrutas más, salvo con los de Agatha Christie. Cuando ves que no
hay ningún sitio a dónde llegar disfrutas más. No lees en función de ver qué
pasa. Una novela en la que el final sea lo verdaderamente impórtate no es una
buena novela, cargándonos así todo el género de la novela negra
¿Qué ocurre
al chocar las galaxias? Nada. Las estrellas ocupan la anti galaxia en un
espacio suficiente. Sus historias acaban ahí, fétidos coches, manzanos en flor abriéndose
al viento, nada tan despreciable como la sonrisa que había podido remediar, monstruos
sin juventud, la sonrisa le acompaño hasta la muerte. Quería tapar el recuerdo
de aquella sonrisa. Habían visto lo suficiente Todos los rumores del viento anárquicos
se juntaron como una corriente por todo Londres. Rumores unidos en un remolino
o soplo de bombardeo. Se apresuró por las calles, los dientes le castañeaban. Había
flores por todas partes. Desaparecían las flores hasta otro año cuando se casan
los árboles
Tren nocturno se basa en que la víctima
se suicidó, te lo dicen desde el principio, aunque buscan un asesino entre una
larga lista. Benjamín prado dice que los protagonistas compartían sueños, pero
uno fracasa y el otro triunfa. El protagonista de dinero lleva una vida plena
llena y a la vez vacía. En tren nocturno Jennifer Rober es una chica perfecta
(joven bella inteligente adinerada de buena familia) a la que sientes cayendo
por una montaña rusa. Mike Hoolihan es
una policía cuya voz confunden con un hombre, y que su padre la violaba de los
7 a los 9 años. La protagonista vive en una casa lujosa del mundo feliz
americano, pero se ha matado pegándose tres tiros. El padre, el coronel, se
niega a aceptar que ha sido un suicidio, igual que el profesor enamorado de
ella. Creen que una mujer que tiene todo y disfruta de una vida plena no ha
podido matarse. La detective indaga. Llega a la conclusión de que se ha
suicidado porque su vida solo era apariencia, los ricos también lloran y sus
lágrimas salpican más. El lector se
pregunta también por qué y vas indagando cómo ha podido suceder. Es una parodia
del estilo de novela negra con frases cortas y secas. La policía se guía por el
horario del tren. Es sencillo de leer, contundente.
TREN NOCTURNO
Soy poli. Tal vez suene a una declaración poco
frecuente, o a una manera poco usual de expresarlo. Pero es una forma de
decirlo que tenemos. Entre nosotros nunca diríamos soy policía —hombre o mujer—
o soy un detective de la policía. Así que soy poli y mi nombre es Mike
Hoolihan, detective Mike Hoolihan. Y además soy una mujer.
Lo que me dispongo
a ofrecer aquí es el relato del peor caso que me ha tocado resolver en toda mi
carrera. El peor caso para mí, se entiende. Cuando eres poli, «peor» es un
término muy elástico. No se puede fijar muy bien cuál es su alcance. Sus
fronteras se ensanchan un día sí y otro también. «¿Peor?», diríamos enseguida.
«No existe tal cosa, no existe peor.»
Pero para la detective Mike Hoolihan éste fue el peor caso.
En el CID[1], sito en el centro de ciudad, con sus tres
mil funcionarios, hay muchos departamentos y subdepartamentos, secciones y
unidades cuyos nombres están siempre cambiando: Crimen Organizado, Crímenes
Mayores, Crímenes Contra las Personas, Delitos Sexuales, Robo de Automóviles,
Detección de Fraudes, Confiscación de Activos, Servicio de Inteligencia,
Narcóticos, Secuestros, Robo con Fractura, Robo a Mano Armada… y Homicidios.
Hay una puerta de cristal en la que se lee «Vicio». No hay ninguna puerta de
cristal en la que ponga «Pecado». La ciudad es la Ofensa. Nosotros somos la
Defensa. A grandes rasgos, ésa es la idea.
He aquí mis credenciales: a los dieciocho años me matriculé en un
máster en Administración de Justicia Penal en la Pete Brown. Pero lo que a mí
me gustaba en realidad eran las calles. Y no podía esperar. Me examiné para
agente motorizado del estado, para la patrulla de fronteras e incluso para
funcionario de prisiones. Lo aprobé todo. Y también pasé el examen de ingreso
en la policía. Dejé Pete Brown y entré en la Academia.
Empecé haciendo
rondas en la Zona Sur. Formaba parte de la Unidad de Estabilización Vecinal de
la Cuarenta y cuatro. Hacíamos rondas a pie y turnos de radiopatrulla. Luego,
durante cinco años, estuve en la Unidad de Atracos a Ciudadanos de la Tercera
Edad. Un tiempo en el servicio Pre-Acción —señuelos y encerronas— fue mi
pasaporte para la ropa de paisano. Luego otro examen y me enviaron al centro
urbano, con mi placa. Ahora estoy destinada en Confiscación de Activos, pero
durante ocho años estuve en Homicidios. Investigaba muertes violentas. Era una
poli de Homicidios.
Unas palabras
sobre mi aspecto. Sobre el físico, que heredé de mi madre. Adelantada a su
tiempo, mi madre tenía ese aspecto que hoy se asocia a las feministas muy
politizadas. Podría haber hecho el papel de villano varón en una road movie posnuclear. También heredé su voz, una
voz que se había vuelto más y más grave tras tres décadas de abuso nicotínico.
Las facciones las heredé de mi padre. Son más rurales que urbanas: planas,
desdibujadas… Tengo el pelo rubio teñido. Nací y crecí en esta ciudad, en Moon
Park. Pero todo se fue al garete cuando tenía diez años, y a partir de entonces
fui educada por el estado. No sé dónde están mis padres. Mido uno setenta y
ocho y peso ochenta y un kilos.
Hay quien dice que
nada se puede comparar a la adrenalina (y el dinero sucio) de Narcóticos, y
todos están de acuerdo en que Secuestros es una gran broma (si el homicidio en
Norteamérica es en gran medida cosa de negros, el secuestro es en gran medida
cosa de bandas), y Delitos Sexuales tiene sus seguidores, y Antivicio sus
devotos, e Inteligencia significa exactamente eso (Inteligencia trabaja en lo
soterrado, y saca a tierra firme a los malhechores de las simas de alta mar),
pero todos somos perfectamente conscientes de que Homicidios es el departamento
rey. Homicidios es el que se lleva todos los aplausos.
En esta ciudad
norteamericana de segundo orden, moderadamente afamada por su Torre de Babel
financiada por los japoneses, sus puertos mercantiles y deportivos, su
universidad, sus empresas de aliento futurista (software informático, industrias aeroespacial y
farmacéutica), su alta tasa de paro y la catastrófica fuga de los
contribuyentes de los barrios céntricos, la policía de Homicidios se ocupa
aproximadamente de una docena de muertes al año. A veces eres un investigador a
cargo del caso, y a veces juegas un papel secundario. A mí me ha tocado
ocuparme de un centenar de casos de homicidio. Mi porcentaje de casos resueltos
es superior a la media. Sabía descifrar lo que veía en el escenario del crimen,
y más de una vez se me ha descrito como una «interrogadora excepcional». Mis
informes eran realmente notables. Cuando llegué al CID desde la Zona Sur todos
pensaban que mis informes serían de «calidad de barrio». Pero se encontraron
con que fueron de «calidad de centro urbano» desde el mismísimo principio. Y
procuré mejorarlos aún más, y dediqué a ello todos mis esfuerzos. Una vez
realicé un trabajo muy, muy competente, confrontando dos testimonios
contrapuestos en un caso realmente delicado de homicidio en la Setenta y tres:
un testigo/sospechoso frente a otro testigo/sospechoso. «Comparado con lo que
me dais a leer vosotros, chicos…», dijo el sargento Henrik Overmars agitando mi
informe ante las narices de la brigada en pleno, «a esto le llamo yo jodida
oratoria. El jodido Cicerón frente a Robespierre.» Hice mi trabajo lo mejor que
pude hasta que llegué a ese punto en que uno no puede dar ya más de sí. En
todos estos años me he visto envuelta de un modo u otro en unas mil muertes
violentas, la mayoría de las cuales resultaron ser suicidios o accidentes, o
sencillamente desdichados que no habían recibido el debido auxilio. Así que he
visto de todo: tipos que saltan al vacío, que se tiran al mar, «zapatos de
hormigón», desangrados, ahogados, destrozados, asfixiados, pasados de droga,
reventados… He visto cuerpos de niños de un año brutalmente apaleados. He visto
cuerpos de nonagenarios sometidos a bárbaras violaciones múltiples. He visto
cuerpos que llevaban muertos tanto tiempo que lo único que se le ocurre a uno
para determinar la hora de la muerte es medir el tamaño de los gusanos. Pero de
todos los cuerpos que he visto en toda mi vida ninguno ha permanecido en mí, en
lo más hondo de mis entrañas, como el cuerpo de Jennifer Rockwell.
Digo todo esto porque
soy parte de la historia que me dispongo a contar, y siento la necesidad de
empezar dando una cierta idea del lugar de donde vengo.
VIONEL ASBOL
El cuarteto de
cuerda se retiró del escenario. Tras una salva de vítores y aullidos, y de un
silencio borboteante, el novio, la novia y el padrino subieron al escenario.
Lionel y Marlon se abrazaron; Lionel y Gina se abrazaron, y, mientras ella
retrocedía y se retiraba con morosidad hacia un costado, Lionel le besó la mano
(un suave roce).
Y Lionel Asbo empezó
a hablar.
—¿Podéis oírme todos, amigos míos? —Un murmullo de asentimiento—.
¿Marlon y yo? ¿Qué puedo deciros? Hemos sido los mejores amigos —dijo, en tono
mordaz (como para zanjar la posible protesta de alguien que quisiera afirmar lo
contrario)—. Desde que éramos bebés. —Las mujeres dejaron escapar unas risitas
contenidas—. A veces, para divertirse, nuestras madres se turnaban y nos daban
el pecho a los dos a la vez. ¿No es verdad, Grace? ¿No es verdad, tía Mercy?
Así de íntimos éramos Marl y yo. Marl era el tipo que estaba en la teta de al
lado. —Más regocijo maternal—. Y pasaron los meses. Y cuando dejamos de
pelearnos por el siguiente biberón de leche para bebés…, bueno, pues empezamos
a portarnos como chiquillos normales. De acuerdo. Éramos unos cabritos. No hay
otra palabra para lo que éramos. Éramos unos auténticos cabritos. O unos
diablillos, si preferís.
Y Des pensó: El
tío Lionel ha encontrado un estilo. Habrá algunas cosas que tendría que pulir,
pero ha encontrado un estilo. Dawn escuchaba con los brazos cruzados en actitud
ensimismada.
—Nos escapábamos
de la guardería y nos escabullíamos por la escalera de incendios para ir a ver
películas X. —Risotadas de los varones—. Tocábamos el timbre de los vecinos y
cuando salían les hacíamos un corte de mangas. A los dos años. —Risas
femeninas—. Y, cuando fuimos un poco más altos, meábamos por la abertura del
buzón de la puerta. —Risas generales—. Teníamos una especialidad, Marl y yo.
Empezamos una Noche de Guy Fawkes, cuando teníamos tres años, pero pronto nos
pusimos a hacerlo todo el año. Buscábamos una buena mierda de perro aún fresca
cerca de un coche bonito y elegante. Metíamos un petardo gordo debajo de la
mierda, prendíamos la mecha y corríamos a escondernos tras la esquina más
cercana. —Expresiones ruidosas de reprobación afectuosa—. ¡Bang! Volvíamos, y
habíamos «pintado» el coche de arriba abajo. Cada centímetro. Qué belleza.
Aunque no les gustaba tanto a… los que pasaban por la calle. —Más reprobaciones
afectuosas—. Robábamos triciclos, luego bicicletas, luego motocicletas, luego
scooters. Así crecimos. Luego coches, luego furgonetas, luego camiones.
Teníamos alguna que otra pelea, no me importa decíroslo, porque no nos poníamos
de acuerdo sobre a quién le tocaba conducir. Y, ya veis, teníamos seis o siete
años cuando empezamos. —Hondos murmullos de admiración—. Así que uno de los dos
se ocupaba de los pedales y el otro se le sentaba encima del pecho y se ocupaba
del volante. Si estabas encima decías frenao acelera. Y si estabas debajo y
lo que llevábamos era un camión, y Marl decía acelera,
acelera, acelera, acelera, acelera, bueno, pues cerrabas los ojos y
acelerabas y ojalá que no nos pasara nada.
Se quedó con sus
caras. Fue archivando sus caras radiantes y sus ojos humedecidos. Cuando se
acabe esto, pensó Des, le pediré a la abuela Grace que baile conmigo. Nos
deslizaremos suavemente por la orilla de la pista, si le apetece.
—Luego vino la…
adolescencia. Hurtos en las tiendas, robo de tarjetas de crédito, atracos,
robos relámpago. En el colegio, expulsión temporal, expulsión definitiva,
Unidad de Remisión de Alumnos. Tribunal de Menores, Centro de Custodia de
Menores, Institución para Delincuentes Juveniles. Luego vino la madurez. Que en
mi caso significó la cárcel. —Algunos bufidos ahogados, una única carcajada—.
Marl era más astuto, y más rápido en pillar las cosas. Yo era más cabezota. No
quería aprender. Para mí…, para mí eso es cuestión de principios. Aprender, nunca.
»Así que teníamos
una carrera que hacer. A mí me gustaba el “reseteo” (ya sabéis, la reventa), y las labores de
cobro. Marlon era un “propulsor” nato. Allanamiento de morada. También conocido
por robo en domicilio. Y lo útil que era Marl… Por eso le llaman Milusos. Marl
es capaz de saquear unas barracas a plena luz del día sin que nadie se dé
cuenta. Qué talento. Qué don. Así que él con su empuje y yo con mi “reseteo”.
Además, ya sabéis, siempre había… un poco de esto, de lo otro y de lo de más
allá…
»De acuerdo, de
acuerdo. Lo que estábamos haciendo no se… atenía estrictamente a la ley. Pero
no pedimos disculpas. Ni Marl ni yo. —Expectación atenta e intensa—. ¿Por qué?
Porque la ley protege el chelín del rico. —Caluroso murmullo de asentimiento—.
Y ningún hombre que se precie de ese nombre va a agachar la cabeza ante eso.
—Estruendoso y prolongado aplauso.
Algo que Lionel se
apresuró a sofocar, con las palmas levantadas y la cabeza baja.
—Y durante todo
este tiempo, claro está, hubo faldas. Titis, titis, titis. Y, Joder, con este
Rhett Butler alto, moreno y guapo, con esa cicatriz encantadora, era como si
estuviera compitiendo en los Juegos Olímpicos. ¿En qué? ¡En follar! —Regocijo
reacio—. ¿Y cuántas veces puede hacerlo al día? O en una hora. ¡Ha puesto una
puerta giratoria en su cuarto! —Regocijo abierto—. Y yo, con mi fea jeta, lo
que hacía era sostenerle el abrigo y calentarle las gomas. —Risas masculinas
apagadas—. Pido perdón a las damas. Me refería a los condones, a sus…
planificadores familiares. —Risas femeninas apagadas—. Bien, a mí no me
molestaba. ¿Pero él? ¿Qué hacía con el vello púbico de las chicas? Se lo
peinaba. Ése es Milusos. Ése es Marlon Welkway.
Lionel se dio
media vuelta. La novia estaba sonriéndole al novio con expresión de coqueto
reproche. Marlon tenía los ojos cerrados y húmedos, y le temblaban los hombros.
Des se dio media vuelta también, y vio que Ringo se escabullía hacia el
exterior por la altas puertas dobles.
—Ahora bien,
siempre pensé: ¿Marl? ¿Marlon Welkway? No es de esa clase. ¿Marl? No hay
peligro. Es un mujeriego. O, si lo preferís, un soltero redomado… Ah, pero
entonces va y cae en el hechizo… de la imponente Gina. —Vítores, hurras y
silbidos que punzaban los oídos—. Gina Drago. Mírenla. Guapa como un atardecer
en una cascada. Sí, va a haber mucha tristeza en los pubs de Diston esta noche.
A medida que vaya calando en los hombres que la joya del lugar, Gina Drago, se
ha convertido ahora en Gina Welkway.
Lionel alzó las
manos y empezó a aplaudir con ademán solemne, y todos los asistentes lo
imitaron. Y el aplauso duró como un minuto y medio.
—Se ha hablado
mucho sobre el llamado encuentro
del garaje. —Un rumor afirmativo—. No tuvo la menor importancia. Veréis:
nosotros siempre nos hemos peleado. De bebés, de niños pequeños, de
adolescentes, de adultos…, siempre nos hemos peleado. Peleas largas, peleas
fuertes. ¿Por qué? Por respeto. Para seguir siendo honrados. Sí, tuvimos una
pelea, Marlon y yo. Bien —dijo, con un desdén un tanto indulgente—. Nadie más
era bueno en esto. —Aclarados deferentes de garganta—. Bien, ya nos hemos
demorado bastante. Sin más dilación, ¡que empiece la fiesta…! Oh, un momento.
Antes de que se me olvide. ¿Sabéis, amigos?: hace una hora he ido a la primera
planta, y me he encontrado con una fila de… de tipos viejos y horribles que
trabajan en los cuartos de calderas y con el montón de estiércol de abonar el
jardín. Con moscas revoloteándoles alrededor de la cabeza y demás. Y todos estaban
soltándose el cinturón. —Silencio general. Lionel frunció el ceño—. Les dije: ¿Qué
pasa aquí, caballeros? Y uno de ellos señala el pasillo. ¿Y qué veo? A
Gina. —Silencio extremo—. ¡Con
el puto vestido de novia en la cintura y con las putas bragas en los tobillos y
con el gran culo gordo al aire y con el…!
… Así que no. No, Marlon y Gina no pasaron la velada bebiendo
Girgentina y comiendo bebbux en la veranda, junto a la piscina, en
la villa alquilada en la pequeña isla maltesa de Gozo.
Y no, Desmond y
Dawn no pasaron la velada bebiendo vin
de table y comiendo pastel de
carne a la luz de las velas en la planta treinta y tres de Avalon Tower.
No. Todos y cada
uno de los presentes en el banquete de boda —incluidas las damas de honor,
incluidas las abuelas— pasaron la noche en las comisarías (y clínicas) de
Metroland, acusados de reyerta con daños graves.
Los costes de
reparación del Imperial Palace ascenderían finalmente a seiscientas cincuenta
mil libras.
A Dawn la soltaron al día siguiente por la mañana y a Des por la
tarde. Les dijeron que tendrían que testificar. Dawn sufrió temblores durante
cuatro días.
Y Des recordaba su
última visión del Imperial Palace (tenía la cara ensangrentada aplastada contra
la ventanilla trasera del furgón policial). Vio un letrero que rezaba Comida. Bebida. Camas. Habitaciones
decorosas a precios razonables. Y vio el Austin Princess engalanado con
cintas blancas, con su parabrisas astillado y hundido y el ladrillo aún encima
del capó; la contribución de Ringo a la boda de Pentecostés.
En la cárcel le dan la noticia de
que es rico y va a cenar a un restaurante elegante.
—Buenas noches, señor —dijo una voz rotunda y vibrante—. Bienvenido.
Su mesa, señor.
—Ah. Estupendo.
—Si no le importa
que se lo pregunte, señor, ¿va usted a algún sitio después de la cena? ¿Al
combate de boxeo amateur en el Queensbury, tal vez?
—¿Boxeo amateur?
—Sí, señor. He
oído que el príncipe Felipe va a asistir a la velada. Ya sabe…, para los
Premios Duque de Edimburgo.
—¿El duque de
Edimburgo…? Sí, yo sigo el boxeo. Es un deporte como es debido, el boxeo. No
como los demás, que son pura basura. ¿Cómo te llamas, colega?
—Bueno, aquí me
llaman señor Mount.
—No. —Lionel lo
miró de arriba abajo. Era un individuo alto y triste en traje y corbata, con un
casquete de tupido pelo blanco—. ¿Cómo te llamas de nombre?
—Cuthbert, señor.
Y Lionel dijo
sencillamente:
—Cuthbert.
El señor Mount dio
un paso hacia atrás. No había oído pronunciar así su nombre de pila desde hacía
treinta años. Desde 1979, cuando dejó de ir a Billingsgate Market (los domingos
a las cinco de la mañana) para examinar las ofertas de pescado. Ahora dijo:
—Sí. Cuthbert
Mount.
—Bien, te diré una
cosa, Cuthbert. ¡Hoy empiezo en mi nuevo trabajo! Portero de un bingo. ¡Y esta
noche canto los números!
Por una u otra
razón todo ello lo profirió a un volumen mucho, mucho más alto del que
pretendía el propio Lionel, como a través de la megafonía de un estadio. Y
enseguida fue consciente de las treinta o cuarenta caras coronadas de venerable
escarcha que volvían la mirada hacia él.
—¡Buenas noches a
todos! —gritó mientras se sentaba en su silla.
—¿Le gustaría
tomar alguna bebida antes de la cena, señor?
—Sí. Creo que…,
esto…, tráeme un…
Pero el señor
Mount se echó hacia un lado, y al instante lo relevó un avispado joven con un
esmoquin blanco.
—¿Qué pasa
contigo?
—¿Perdón, señor?
—¿Te hace gracia
algo? —dijo Lionel.
—¿Que si me hace
gracia algo, señor? No, en absoluto, señor.
—Pareces un poco…
mariposón, chico… —Lionel resolló con ruido, y dijo—: Está bien. Joder. Creo
que tomaré una pinta de… —En el South Central podía pedirse champán por pintas
(y por medias pintas, algo que solían hacer mucho las mujeres); y Lionel, de
todas formas, había llegado a ver el champán como la cerveza de los ricos—.
Burbujas, chico. ¿Cuáles tenéis?
El joven abrió una
carta de vinos ornada con una cinta y se la tendió. Lionel apuntó la cosecha de
precio más prohibitivo, y el joven le hizo una reverencia y se retiró.
El restaurante era
una auténtica sorpresa. Aquel día, horas antes, cuando asomó la cabeza por la
puerta, sus ojos llenos de sol le habían hecho ver una suerte de gruta de
sombras palpitantes, y había tomado el recinto por un restaurante familiar y
modesto. Pero el Mount's… El
mobiliario era todo mullido y afelpado, y las paredes eran paneles de madera
con pinturas, temas de carros de heno y de cielos con nubes y de caballeros.
Sí, el lugar podía evocar a un viejo caballero obeso, con el ropaje ceñido casi
hasta la asfixia. Lionel sopesó sin abrir la carta blasonada de cuero rojo. El más antiguo restaurante de
Inglaterra. Fundado por Clarence Fitzmaurice Mount. 1797. Y Lionel pensó:
¡1797!
—El champán está a
punto de llegar, señor.
Lionel había
intentado empezar a leer el Morning
Lark mientras disfrutaba del
aperitivo. Para ponerse al día de los acontecimientos. Pero ahora tenía sus
dudas. Sabía ya que la portada estaba dedicada a una rubia con curvas realmente
portentosas; y ello podría parecer un poco… El Lark, aquel día, salía por
primera vez en dos ediciones: tabloide y gran formato. Y él había sucumbido a
la novedad del gran formato. De todas formas, se sacó el ejemplar del bolsillo
del pantalón, lo desplegó bajo la mesa y desmañadamente buscó una página en la
que no hubiera una modelo con los pechos al aire. La página dos se dedicaba
normalmente a las noticias del día, pero aquel día «la noticia del día» era
precisamente sobre una modelo en topless que había roto con su amor de la
infancia… Se parece un poco a Gina, pensó Lionel, lo que hizo que se sintiera
traspasado por un recuerdo nada grato…
Cuando estaba
terminando con Dylis había dado en mirarse de soslayo en el espejo del armario.
Y allí estaba su cuerpo, todo fuerza bruta, como la máquina de un tren fuera de
control. La expresión de la cara. Los dientes desnudos, los ojos furiosos y la…
Llegó el champán
en su cubitera de acero. Lionel apretó tranquilamente el periódico entre las
rodillas y dijo:
—¿No tienes algo
más grande? Ya sabes, algo parecido a una jarra de cerveza. —Lionel siguió con
aire grave los movimientos del camarero—. Sí, eso está bien. Llénalo, chico.
Y entonces empezó
a suceder. Por espacio de aproximadamente medio minuto la mente de Lionel se
convirtió en una sucesión vertiginosa de dobles fondos, de trampillas que se
cerraban de golpe…
¿Champán en una
jarra de cerveza?, vocalizó
fieramente, sin ruido. ¿Eres
idiota? ¡Te están mirando! ¡No, no te miran! ¡Están pensando que vas a ir al boxeo
con el duque de Edimburgo! ¡No, no lo piensan! ¡Se están riendo de ti…, se
cachondean de ti! ¿Por qué has tenido que decir lo del bingo? ¡Pensarán que
eres un idiota que canta los números en el bingo! ¡No, no pensarán eso! ¡Leen
el Daily Telegraph! ¡Saben
que eres el Patán de la Loto! ¡Saben que eres un idiota, de todas formas! Son…,
saben…
Lionel levantó la
mirada. Los clientes cenaban con toda normalidad. Los suaves ecos y
vibraciones, los sonidos metálicos y tintineos, el ruido de los cubiertos, el sonsonete
y el murmullo de las conversaciones corteses…
—¿Sabe ya lo que
va a cenar, señor? —dijo el camarero.
—Un momento… Un
momento. No veo carne por ninguna parte.
—Éste es un
restaurante de pescado, señor.
—¿Cómo? ¿Sólo
pescado…? Bueno, así sea. —Eligió lo más caro como entrante (caviar) y lo más
caro de plato principal (langosta)—. Será fresca, ¿no?
—Oh, sí, señor.
Viva y coleando. Traída en avión hoy mismo desde Helsinki.
¡Helsinki!, pensó
Lionel.
—¿Y con qué
aderezo la quiere?
—Esto… —dijo Lionel.
Nunca había comido langosta más que en cóctel de mariscos, cuando Gina le
preparó uno al estilo tradicional maltés, con montones de ketchup—. Como venga
—dijo al final, con los ojos apenas entreabiertos.
—¿Desea que se la
abramos, señor?
—¿Que me la abráis?
—dijo Lionel, con un odio súbito e inescrutable—. No soy ningún inútil, chico.
¿Parezco un inútil? No soy un inútil. ¿Parezco un inútil…? Ah, no llores. Toma,
ponme la servilleta. —Es lo que hacían en los restaurantes como es debido: te
la tendían con cuidado sobre el regazo—. Où —dijo Lionel.
Apuró la pinta y pidió otra. Le sirvieron el caviar. El caviar sí lo
había probado antes, porque solía ser el entrante más caro de las cartas, y, a
su juicio, resultaba bastante sabroso si le echabas Tabasco y mucho… No es que
en aquel momento se sintiera débil o mareado o algo parecido, pero el salero le
pareció pesado, inverosímilmente pesado. El cuchillo le pesaba también de forma
insólita. Eso pasaba cuando uno… El mundo de la riqueza era pesado, y estaba muy
enraizado en la tierra. Tenía el peso del pasado afianzándolo. Mientras que en
su mundo, o sea, en Diston, las cosas eran…
Le sacan periódicos
sensacionalistas con mujeres estupendas. Le llaman el patán de la loto y el no
puede negar sus orígenes que tiene, reflexiona sobre el dinero y el modo de
vida
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