sábado, 12 de mayo de 2018

NAIPAUL


La prensa británica le llama Mr Bidia, diminutivo de bidiartar. Estuvo en la India con 40 años, muy tarde. Es doblemente desarraigado porque ni es inglés ni indio. Con 18 años se fu a estudiar a gran Bretaña. Esta considerado uno de los grandes escritores vivos y recibió el nobel en 2001. Y el premio booker en el 71. Sus libros han sido traducidos al castellano desde hace tiempo. es un enfant terrible de las letras universales. Es áspero y desagradable en el trato, se mosquea con los periodistas que no han leído cinco veces su obra. Tiene mala leche y aguanta poco todo. Su padre era periodista. Pero los libros publicados por su padre no tuvieron repercusión. Aprendió en carne ajena que si quería triunfar tendría que irse a Europa. se considera británico, ante todo. No idealiza a los autores coloniales como otros escritores. Tiene una visión desfavorable de la india. Estudió en los mejores colegios del mundo. En el 50 va a estudiar a Oxford. Ha viajado mucho, pero su residencia está en gran Bretaña. Sus primeros libros hablan de su experiencia en la isla. 

 



El primero es el curandero místico del 57, el sufragio de Elvira, Miguel Street del 59 (retrata el mundo de los inmigrantes indios en el caribe, asentándose en una sociedad que los margina) En el primer periodo la principal obra es una casa para Mr Biswas. Es semi-autobiográfico y un homenaje a Simpasar Naipul, el padre. El protagonista es trasunto de la figura paterna, con una rica sensibilidad artística pero pesimista y derrotista. Su padre fue incapaz de que le publiquen obras, arrastrando una vida fracasada en esa casa que hace mención el título. Si quería evitar ser un creador frustrado tenia que emigrar a la metrópoli. En su narrativa hay presencias poéticas, las nostalgias del caribe, el fantasma de la esclavitud, la independencia contra el poder político, la libertad del artista que reclama su propio desarrollo persona. Es la única novela en la que tiene una visión positiva de las excolonias. Fue un gran éxito. Triunfo. Se encontró en una encrucijada sobre qué escribir. Seguir escribiendo novelas no le satisfacía. Ya lo había escrito todo en novela. 
 

Optó por el género que crea el y que luego ha hecho fortuna. Es una mezcla de literatura autobiográfica o de auto ficción, libro de viajes y reflexión sobre la historia presente dentro de una ficción narrativa. Es una verdad autobiográfica, pero ensayo de muchas cosas que observa en sus viajes. En la literatura europea ha sido muy imitado y usado. Lleva mal que etiqueten sus libros como libros de viaje. No tiene nada que ver. Alterna las novelas de este otro tipo de literatura. Leer y escribir y dos mundos son libros pequeñitos. Cuenta cómo empezó a escribir. Se mete en los dos mundos de la india, no estaba de acuerdo con muchas cosas. Considera que el genero peculiar este refleja mejor la realidad actual que las novelas. Ha viajado por el Caribe y Latinoamérica, como aparece e sus novelas paso de los esclavos, la perdida del dorado, el barracón alborotado o el regreso de Eva Perón. Hizo viajes por lugares islámicos como cuenta en entre los creyentes o viaje a tierras del islam o al limite de la fe. Viajó mucho a la India, pero la primera vez fue a los 40, muy tarde.  De ello tratan una zona de oscuridad del 64 o la India civilización herida o la India millón de amotinados ahora. Civilización herida, libro de la india, lo compró cuando fue alli, aunque volvió tocada. Viaja por África o el sur de EEUU donde denuncia la vida de los negros, como en una vuelta por el sur. 

 
Se ve cierta evolución en cómo contempla la India. su origen es hindú, estuvo alli de mayor. Se ve el cambio del punto de vista. en un estado libre premio booker 71 hay una parte autobiográfica, un relato medio ficticio-biográfico sobre África con reminiscencias del corazón de las tinieblas de Conrad y dos novelas; guerrillas y un recordó en el rio. Son novelas sobre la África de los años 70. Media vida del 2002 y semillas mágicas del 2004 son libros de más madurez y más actuales. Los libros cumbres de su obra son los de los 80 y 90, el enigma de la llegada del 87 y en el 94 un camino en el mundo, según las críticas una de sus mejores obras. La crítica considera admirable la capacidad de fusionar el relato autobiográfico, la reflexión intelectual con la creación de mundos imaginarios. Lo subtituló como novelas. El enigma de la llegada lo subtitula como novela en cinco secciones. Es mas autobiográfico que novela, pero poniendo que es una novela despista y los entrevistadores no le preguntan por su vida y si le pasó a él. El protagonista es él mismo. Esta obra es la mejor, presenta al escritor en una casita de un pueblo inglés, relaciona el mundo rural, paisajes mundo rural, la modernización y las técnicas campesinas. Hace una desmitificación personal, de la imagen de su idealizada Inglaterra. Cuenta su vida desde las Antillas a Inglaterra, sus viajes por el mundo, refleja su pesimismo sobre la literatura y el arte, y sus razones estéticas morales filosóficas. Es original, dan ganas de leerlo. 
 

Danubio de Claudio Magris es una novela de viaje desde el nacimiento a la desembocadura del rio. Se mezclan muchas cosas y ha bebido de Naipul. Sebald, autor de los anillos de Saturno, es muy considerado. Esta en librerías y bibliotecas. Después de escribir una casa para Mr Biswas el escritor estaba bloqueado y trataba de descubrir su tema. Había agotado el suyo, el de la pequeña comunidad isleña. Es un autor polémico y antipático. Coquetea con la literatura de viajes. Viajó a la India por primera vez en el 62. La casa para Mr Biswas es del 61. Es autor de esta su novela más famosa donde retrata la diáspora india de principios del siglo XX. Su fuente es la cultura familiar y sus viajes a la india. En Bombay ve la pobreza y grados de degradación y defecación, como él los llama. Peor que las prostitutas era la casta de las limpiadoras. En Cachimbia o Bombay y en la india se niegan a ver su realidad miserable. No pueden mirar directamente al país pues el sufrimiento que verían les volvería locos. No se salva nadie, ni la india hindú ni la musulmana ni la británica. Hay un desmembramiento de su origen y familia que solo estaba en su cabeza. Una zona de oscuridad, descubrimiento de la India, es la novela con la que empieza este género. Estuvo al borde de la neurosis todo el viaje. Su obra es arriesgada e influyente en la literatura de los últimos 70 años. Dedica dos libros a la india considerado su mejor libro desde el dolor y la preocupación “Tata de gente como vosotros o como yo mas que sobre la India”. 

 
En la entrevista del País ya no se encuentra el escritor con buena salud. No solo no se enfada o no lo expresa demasiado, sino que a veces se emociona o llora, síntomas de su vejez, decrecimiento y evaporación de su energía. Se ha dulcificado con la edad. Es el vigor del genio en su etapa final, que comparte con su segunda mujer. Les ha dedicado toda su vida y tiempo a los libros a costa de la bondad y de perderse a los demás. Tuvo problemas con la primera mujer, salió en prensa y tuvo juicios. Esto ha ido en detrimento de dedicarse a los demás. Volcó su experiencia energética e iniciática de la India. Es un extraño miembro de la minoría india británica, estudiante en Inglaterra, pero indio. Se nota en su literatura el desarraigo con la india, esa gran desconocida. Cambia el registro tras las primeras novelas. Cree que ha agotado el género. Le hace daño todavía la india y la soledad, no tiene que releer sus obras porque son una experiencia cercana. Su mujer es mas joven que el y le lee ella. Se salta a veces párrafos para ir donde quiere. Tiene muchas obras y no son delgaditas. No las sabe de memoria, pero si la prosa de su obra. Se dedica a releer sus obras. En el prefacio de zona oscuridad mira mas allá de la ficción tras la casa de Mr Biswas quería hacer no ficción, algo nuevo. Está ya cansado de esa forma y quiere probar nuevas. Hay cosas que exigen una forma de contarla. Describe una India de miseria e inconsciencia. La penumbra rodea mas allá de la luz que ilumina la choza. 

 
El referente está más lejos de alli y mas cerca de aquí. Tradujo el lazarillo de Tormes, le encanta ese lenguaje. En 1555 había un español delicioso maravilloso, educativo para el que aprendía a escribir, con un tono maravilloso, lleno de ironías. A Gandhi le pone mal. Piensa que fracasó. Sus ideas y mensajes eran tan profundos que no se ha producido un vuelco total en el país. Esta decepcionado con la Inglaterra colonial pero tampoco valora las culturas de las colonias. Hay palabras que nunca debía usar, “colonialismo o imperialismo”. Se usan estas palaras tópicas comodín en vez de ideas propias. El estilo cuando es honesto es sencillo. Analizar su propia obra es un camino que lleva a la locura. La verdad absoluta no existe, está cambiando, pero hay un esfuerzo por acercarse a la verdad. No le teme al radicalismo islámico. En realidad, son débiles. Es fácil destruirle si las potencias se ponen de acuerdo. Tenemos la palabra, pero hay una falta de pensamientos e ideas del lado del islam. Europa no ha fracasado. Es un inglés conservador. El hombre debe tener su dharma, idea de que hacer consigo mismo y su obra. Proust le da una idea de cómo pasa el tiempo, cómo hace las cosas. Las lagrimas brillan en sus ojos. La mujer le consuela. Ha dedicado la vida entera a escribir, el dharma literario es su religión. El reconocimiento es fundamental, da validez a su trabajo. El autor del lazarillo no tuvo reconocimiento, pero es una obra inmortal. Mucha gente ganó mucho. Esta muerto, pero está vivo con su novela inmortal. 

 
En cuanto llegué al aeropuerto de Santa Cruz, el aeropuerto de vuelos nacionales de Bombay, me sentí como un refugiado. Había una multitud a la entrada, y unos jóvenes del vecindario, con inclinación a la delincuencia, intentaban extorsionar a los pasajeros por trasladar los equipajes unos metros desde los taxis hasta la puerta.
Había policías vigilando a los jóvenes en la puerta, pero daba la impresión de que no ofrecían protección a la gente de fuera, a pesar de estar casi a la entrada; y, conscientes de ello, los jóvenes corrían de dos en dos o de tres en tres hasta la gente que acababa de llegar, caían gritando sobre maletas y bolsas e intentaban crear una atmósfera frenética, de desequilibrio. Eran menudos y delgados, aquellos jóvenes delincuentes del vecindario, y llevaban pantalones ajustados de color chocolate con leche, de fibra sintética, que mostraban su fragilidad de caderas y muslos. Sus rostros eran pequeños y huesudos, y daba la impresión de que el cuello podía quebrárseles fácilmente. Lo penoso de su físico no les hacía menos amenazadores: evocaban las figuras muy delgadas, entre aduladoras y serviles, de algunas de las ilustraciones de Cruikshank para Dickens.
Multitudes y ruido, amenazas y prisas fuera, taxis que iban y venían al sol de media tarde. Multitudes también dentro, y ruido, pero un tipo distinto de ruido, más estable: era el ruido de la gente que no iba a ninguna parte. Solo había una línea aérea para los vuelos nacionales en la India; era estatal, y era un desastre. Varios portavoces decían que los vuelos tenían que retrasarse porque muchos salían de Delhi, y muchas mañanas había niebla en Delhi. Había otros problemas. Las líneas aéreas nunca tenían suficientes aviones, y durante las últimas semanas habían retirado varios aparatos, por una u otra razón. Los servicios eran caóticos. Pero el transporte aéreo seguía siendo un distintivo y un privilegio necesarios para la gente importante, científicos, administradores y ejecutivos, y durante semanas enteras, buen número de los hombres y las mujeres más destacados del país se quedaban, en un momento dado, varados en los aeropuertos del país, como por arte de magia. Los artículos de prensa hablaban continuamente de congresos sobre temas importantes en esta y aquella ciudad que quedaban despoblados. Sin embargo, la demanda de billetes, sobre todo en aquella época, la de las vacaciones, era mayor que nunca, y yo había conseguido billete para el vuelo a Goa únicamente gracias a la intercesión de un amigo influyente.
En el vestíbulo del aeropuerto, las pantallas de información parpadeaban con noticias sobre el creciente número de vuelos retrasados o anulados. Parecía como si se hubiera producido una emergencia o catástrofe nacional.

 Las múltiples pantallas grises y flaneas daban constantes saltos electrónicos, silenciosamente, transmitiendo las malas noticas por encima de las cabezas de la multitud, que no iba a ninguna parte pero que tampoco estaba inmóvil, sino en constante y lento movimiento. Mi vuelo a Goa ya tenía un retraso de cinco horas. Las pantallas, siempre que (como en la lotería) aparecía el número del vuelo a Goa, prometían otro retraso de cuatro horas; pero había gente en el vestíbulo que llevaba esperando todo el día.
De vez en cuando se oían los ruidos de los aviones al despegar. Eran sonidos mortificantes: los aparatos que despegaban eran los que la gente esperaba abordar, pero en aquel momento les asignaban números de vuelo distintos, e iniciaban trayectos indirectos, con muchas escalas, antes de volver a Santa Cruz.
Mi vuelo a Goa iba a ser en un avión que venía de una ciudad inverosímil. Me lo dijo un hombre de aspecto atlético, de Delhi, que iba cinco veces al año a Goa por razones de negocios y sabía cómo funcionaban las líneas aéreas. Esa era la única información a la que atenerme, ya que a partir de cierta hora de la noche al parecer no había representantes de las líneas aéreas por ninguna parte, ni siquiera las chicas jóvenes del curiosamente denominado Mostrador de Ayuda. El consejo que me dio el hombre de Delhi fue que estuviera pendiente del anuncio de la llegada del vuelo procedente de la ciudad inverosímil sobre la que me había hablado. Si añadía una hora para la carga y descarga, sabría la hora de mi vuelo a Goa.
No debía perder las esperanzas, dijo el hombre de Delhi. Sabía con certeza que no habían anulado el vuelo. Tenía un primo en el negocio del suministro de comidas —o quizá dijera que su familia política se encargaba del suministro de comida a las líneas aéreas—, y sabía que su primo o su familia política habían recibido órdenes claras de llevar un cargamento entero de cajas de comida para el vuelo a Goa de aquel día. Según dijo, eso significaba que el avión podía partir incluso antes de medianoche. En eso consistían los privilegios en la India: conocer a alguien que conociera a alguien que tuviera relación, incluso tangencial, con una organización importante.
Durante todo aquel tiempo —la brillante luz de media tarde fue dando paso a las neblinosas horas del crepúsculo, a la noche innegable, a una débil uniformidad fluorescente en el vestíbulo— una señora mayor norteamericana había estado de pie junto al carro o carretilla de su equipaje. No estaba relajada; no se apoyaba en el carro; su cuerpo envejecido estaba rígido, como con miedo al robo y con necesidad de proteger sus cosas. Tenía los ojos inexpresivos, como si, no por el exceso tántrico o la meditación (que quizá hubiera ido a tantear allí), sino solo por la espera en el vestíbulo de un aeropuerto indio, hubiera alcanzado la calma interior cuyo secreto poseían los famosos gurús. Llevaba esperando desde la mañana y tendría que seguir esperando varias horas más. Se encontraba mentalmente tan lejos que incluso cuando la india musulmana, guapa y regordeta (que esperaba desde la tarde anterior) se levantó de su silla y se la ofreció, la señora norteamericana tardó un rato en comprender que se dirigían a ella. Cuando comprendió que le estaban pidiendo que se separase del carro, su cara de anciana se llenó de miedo y, sin pronunciar palabra, se puso aún más rígida, adoptando una postura de protección junto a sus cosas.
No estaba lejos del mostrador de facturación. El aire acondicionado salía muy frío en aquel rincón. Yo no me había dado cuenta al principio, pero después me alegré de llevar una chaqueta algo gruesa. Incluso con la chaqueta, empecé a sentirme entumecido al cabo de unas horas. Me levanté del asiento al que no había querido renunciar hasta entonces, y me uní al lentísimo movimiento de refugiados del vestíbulo. Encontré una librería. Compré dos libros de bolsillo indios, un libro de tiras cómicas de Laxman y El libro de chistes de Juschuant Sing, y en cinco minutos descubrí (algo que hubiera podido suponer) que los libros de humor requieren una vida plena y una mente tranquila; que si bien el tiempo vacío se prolonga sin límites, el chiste breve, que solo requiere unos minutos de atención, puede fatigar el espíritu y empeorar una situación ya de por sí mala. Mejor limitarse a soportarla.
Había un restaurante. Estaba en la planta de arriba. Me resultó acogedoramente cálido tras el ambiente gélido junto al mostrador de facturación. Necesité una media hora, un plato de anacardos que no me hacía falta, y una tetera entera que tampoco me hacía falta, para darme cuenta de que el olor del restaurante, a rancio, a humedad, era algo más que un olor cálido: era el olor de una habitación cerrada y sin aire: el aire acondicionado estaba estropeado.
Frío abajo, calor y polvo y asfixia arriba. Fuera, en medio de la noche, estaba el aire fresco, el aire no acondicionado; pero para acceder a él habría que haber roto el cristal hermético.
Y al igual que, según ciertas personas, se puede vaciar la mente en una cámara de meditación concentrándose en una sola llama, también yo —entre los viajeros varados que se movían en lentas espirales a la acuosa luz fluorescente, personas que cada vez se parecían más a los personajes de una alegoría, oscuramente reflejadas en el cristal que las aislaba, acabada la conversación entre la mayoría de ellas—, también yo, pendiente tan solo de mi número de vuelo, descubrí que a cada cuarto de hora que pasaba me apartaban más y más de mí mismo. Me apartaban más del hombre que había sido durante aquel día, y me hacían más como la señora norteamericana que había visto (cuando tenía más dominio de mí mismo), rígida junto a su equipaje, en un carro: la arquitectura y los viajes aéreos de la India habían empezado a darme, como a ella, la idea hindú de lo ilusorio de las cosas.

En el aeropuerto la gente va en masa, imposible saber dónde van, caos total. El sanador místico trata de un muchacho que ha ido a estudiar a Inglaterra, cuando vuelve ve a la gente muy infantil. Se deja llevar por la gente y le sale todo de maravilla. Cuando se casa el suegro le pone un plato al novio para que coma. La costumbre india es que el suegro le va echando la dote, un dinero. Le pone el plato y cuanta más comida quede en el plato más dinero le echa. Así que no come para que eche más dinero. El suegro le echa el dinero, pero no lo hace a mucha velocidad para que no le salga muy caro. Sigue echándole dinero. Así se saca el protagonista una vaca, un piso, un terreno. El padre de su mujer le tiene odio a muerte. Aparecen cosas de psicología. Los tiene a todos encandilados. Le hacen presidente. Compara Inglaterra y la india; el choque cultural, el infantilismo de ellos. Tiene un toque irónico, humorístico. No narra el. Pero sus novelas suelen estar en primera persona. Aparece la personalidad del narrador. Está cerca del humor absurdo y la picaresca. El suegro le odia a muerte, le hace pifias. Se ven las costumbres y el choque cultural. Piensa eso de la india. El protagonista también compra libro por todos sitios. Entran en su consulta y todos son libros. Escribe libros de catecismo. La mujer no sabe cómo quitarle ese Diógenes. Ella y el padre so muy egoístas
El libro entre los creyentes es un viaje por los países islámicos, donde es muy crítico. Shaldow Windows es el aeropuerto de santa cruz. Parece el nombre de Tenerife. A su lado hay pobreza y chozas. En un estado libre es premio booker 71. Escribe un diario privado de su estancia en Egipto, el relato en el África negra da título al libro. Son dos relatos peculiares donde protas son hindús. Todo está conectado

 
Uno de tantos. Ahora soy ciudadano americano de Washington, la capital del mundo. Las personas pensarán que he hecho bien en irme, pero en Bombay era feliz, con cierta posición, un trabajo importante, llenaba la nevera y tenía felicitaciones, me reunía con mis amigos por debajo de nuestra casa, con los ciudadanos que vivíamos en la calle, no admitamos a según quienes. Al atardecer hacia fresco. Para los transeúntes había poco tráfico, tras dos pisos se veía la acera regada. Allí se podía reír, leer periódicos, fumar, jugara las cartas, fumar la pipa de arcilla, dormir en la acera con los amigos. En la casa había un armario bajo la escalera reservado para mí, había que levantarse antes de que hiciera efecto las borracheras. Salen a la calle, no hablan mucho. En las callejuelas discretas hacen sus necesidades. Media hora pasean por su cuenta, caminar juntos el mar de arabia esperando, brillaba el aura, ave del sábado, taza de te, en el salón el primer cigarrillo de hierba. Gozaba de respetó, tenía la categoría del señor para el que trabajaba.
 Esa destruyó de golpe el orden de mi vida. Mi jefe fue destinado a Washington, debía ausentarse muchos años, no podía recogerme ni darme trabajo ni casa. Era el aprendizaje del oficio, en tiempos difíciles, debía empezar de nuevo. Encontraría trabajo en Bombay, como mozo de equipaje en la época turística, podía ir ofreciéndome a gritos, llenar los equipajes de los viajeros indios, como llevan los pecados los hombres del metal americanos. No me he adaptado a esta nueva vida, me había criado en Bombay, no era joven, no era un hombre de ciudad, acostumbrado a las ciudades. Washington es caro. Le pedí a mi jefe que me llevara con él de viaje, allí no podremos vivir como aquí, me dijo. En los armarios había ropa, posesiones que pronto me serian arrebatadas. Mi corazón sangra por ti. Estoy preocupado por usted. Es cuestión de principios. No es correcto viajar con su cocinero, ¿qué impresión causaría? No es solo el gasto, el cambio de moneda, ya no es lo que era. El deber es el deber. Perdí las esperanzas. Y entonces mi amo me dijo que el gobierno se ocuparía de mi alojamiento, no pagaría nada, pero tendría pasaporte. Aquí hace mucho calor, fumaran contigo los americanos, pasearan contigo
El aire del ambiente de dentro era caliente. El avión se puso en marcha muy pronto. Ni indio ni extranjero balbuceaba. Tenía un aspecto de criado como un buda. El que llamaba la atención era yo. Llevaba una camisa holgada, pantalones sujetos con cordel, ni sucios ni limpios. En Bombay nadie se había fijado en mí, pero aquí te miran todos. Me quito los zapatos y pongo los pies apoyados delante, e ingiero una mezcla de hierbas. El placer del nekel es escupir. Cuando tuve la boca llena me di cuenta del problema. La azafata del avión me regañó. Las mejillas iban a estallar de sonrojo. Me tragué todo el zumo. Pinta de lazarillo total. La chica empujaba un carrito de bebidas. Preguntó si quería beber. Señaló una gaseosa agradable al principio, pero no después. Son 50 centavos americanos. Me cogió por sorpresa. Solo llevaba rupias. Parecía que iba a pegarme. MI señor, molesto, me dijo; champaña, eh, ya empezamos a hacer excesos. Fui al retrete. Acuérdate de el cambio. El pobre esta preocupado. Era un viaje muy penoso, había bebido vino, me mareé por el movimiento del avión. Vomité sin importarme que decía la chica. Me vinieron necesidades terribles más urgentes. Me ahogaba en el retrete. Iba a casa en expreso. Como un pálido cadáver, me dolía la nariz, los ojos cansados. Me puse en cuclillas en el retrete. Perdí el control de mí mismo. Cuando pude volví a la calma, esperando que nadie se diera cuenta. Los hombres con chaqueta dormían. Tenía la esperanza de que el avión se estrellara.
Los relatos son muy distintos, cambian en la misma historia, tiene un toque humorístico, picaresca habitual en sus libros. Y personajes de este estilo. Se ríe del hindú.
Decirme a quien he de matar Escogió mal día para casarse. Los campos estaban blancos y verdes. La niebla era como lluvia, tierra encopada. Latas vacías, hacía por todas partes, volverá el chaparrón fuerte, el sol caliente empapa todo, se acumula el agua. Huelo el viejo traje. Es el único que tengo, de otra época. Toda en la ciudad es enorme de ladrillo y zinc. Llevo la americana y pantalones de franela gris. Estoy satisfecho de estar conmigo. Contento cuando la gente nos mira. Fran es amable conmigo. No sonríe, es sensato y satisfecho. Los zapatos brillan como los de maestro de escuela. Se los lustra como quien lee sus oraciones. No soy tan sensato como él. Es el único amigo que tengo en el mundo cuando he perdido los demás. El niño esta tranquilo con su madre, sabe a donde ira cuando llegue a la estación, los viajeros van cada uno a su lado, recogen equipajes, todos distintos, atareados, no se sabe a dónde van, esperan a ver qué pasará. Voy a la boda de mi hermano, pero no sé si tomaremos otro tren, o pasaremos por esa calle que tomaremos.

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