viernes, 26 de enero de 2018

TRABAJO LA CONSOLIDACION DE LOS NECIOS

LA CONSOLACIÓN DE LOS NECIOS: 
La conjura de los necios desde la perspectiva de los estudios culturales.
  
Este texto está elaborado por Erasmo Rejón Hernández y forma parte de un artículo más amplio para la Universidad del País Vasco en el que han colaborado otras personas.

“Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo:
todos los necios se conjuran contra él”. – Jonathan Swift

 
Introducción-justificación del trabajo.
Hemos escogido para este ensayo chico La conjura de los necios [en adelante, La conjura], una novela muy divertida escrita hacia el año 62 del siglo XX, aunque no publicada hasta el 80.1 Según su datación, es una novela a caballo entre la generación beat (que anticipó cuestiones como la “ampliación” de la libertad sexual), y el mayo del 68 y el subsecuente movimiento contracultural hippie. Es, por tanto, una novela “absolutamente moderna”, un clásico que recoge las inquietudes y problemáticas de su momento, una novela total o integral que opera como grito de rebelión contra el mundo al que estamos arrojados. Hemos escogido La conjura por dos razones: 
 primero, porque el libro de cabecera de su aparente protagonista es La consolación de la Filosofía de Boecio [en adelante, La consolación], y porque hace referencia constantemente a la rueda de la Fortuna.
Segundo, porque estas referencias a Boecio y a la rueda de la Fortuna, además de funcionar como recursos literarios, son, en última instancia, referencias a la tradición, una de las cuestiones de fondo centrales de La conjura y en la que convergen la obra (que se cuestiona la tradición como lastre) y la asignatura (en la que la tenemos en cuenta como bagaje).2 Esta guerra, esta tensión entre tradición y postmodernidad, o entre tradición y antitradición, es uno de los pilares de La conjura, y es una de las claves, por la suma de ideas que genera, que debemos tener en cuenta a la hora de analizar, no sólo la Literatura y el arte actuales, sino la sociedad postmoderna contemporánea toda. En suma, y a nuestro modo de ver, la obra establece, a partir de las ideas de tradición y de ruptura, y a través de la búsqueda de una nueva espiritualidad, una potente crítica social y contra el sistema que intuye la postmodernidad.

Retrato de los personajes.
Podríamos hablar de La conjura sin conocer el argumento, pero no sin aproximarnos a los personajes. Es por esto que queremos partir de cómo están caracterizados. ¿Quién es Ignatius J. Reilly? Ignatius es un tipo tan inteligente e ideólogo como egocéntrico hasta la patología; gordo, desaseado, desordenado y obsesivo. Es ideológicamente un reaccionario –su modelo ideal degobierno es la monarquía absolutista–, pero de forma muy particular. Llama a una guerra contra todo y contra todos (que es lo mismo que decir contra nada y contra nadie), tomando por bandera de su insólita facción, de la cual es el representante único, “la teología, la geometría, el buen gusto y la decencia”. Desde esta visión del mundo, nuestro personaje resulta ofensivo y agresivo hasta límites verdaderamente grotescos, aunque también divertidísimos e increíblemente agudos, que le arrastran hacia su propia debacle –tarda el doble de tiempo del necesario en obtener su título universitario y no es capaz de ganarse el sustento–. Tiene vocación frustrada de artista –toca el laud y la trompeta, y escribe en sus cuadernos Gran Jefe (de forma infructuosa, pues nunca lleva a término su pretensión de publicar) las ideas que tiene contra la sociedad estadounidense en la que vive, y a la que constantemente critica–. Vive con su madre alcohólica y psicológicamente débil, y ofrece una idea de permanencia en su Louisiana natal, de no querer salir nunca fuera de ella, a nuestro juicio significativa, y que contrasta fuertemente con su contrapunto ideológico: Myrna Minkoff, lejana en el espacio literario y en constante movimiento y fluir. Myrna Minkoff encarna la postmodernidad, y sólo aparecerá al final de la obra para liberarlo, cuando la madre de Ignatius lo va a ingresar en el psiquiátrico. Escaparán juntos hacia lo indefinido en el desvencijado Cadillac familiar, que podría ser como decir que una postmodernidad iluminadora rescata a la oscura tradición de sí misma; pero, ¿adónde la lleva? La respuesta habrá de construirla el lector.

En cuanto a los personajes secundarios, todos se (des)ubican, como el protagonista, en los márgenes de una sociedad criticable. Están dentro y a la vez fuera de ella; están dentro, pero para criticarla. Pongamos tres ejemplos: Jones es un quinqui negro que trabaja limpiando un burdel a cambio de un salario irrisorio, para no ser encarcelado por vago y maleante. El patrullero Mancuso es un funcionario explotado y vapuleado por sus superiores. O Lana, la madame del Noche de alegría, el prostíbulo en el que trabaja el negro Jones, que explota y veja hasta la agresión física a sus prostitutas. Todos tratan de cumplir el sueño americano, y todos son sistemáticamente aplastados por su circunstancia.

El arte como granada de fragmentación: La ruptura del espejo de Stendhal.
Sucede que, al comienzo de la obra, Ignatius y su madre, en una de las pocas ocasiones en que salen de casa, están haciendo unas compras, y coge una de sus habituales rabietas. En este primer momento aparecen los personajes secundarios de la obra, que son los que van a dibujar sus principales escenarios. El patrullero Mancuso nos llevará a la familia Battaglia, y el negro Jones, al Noche de alegría.4 Concebimos, pues, a Ignatius, como una bomba nuclear, como un elemento extraño cuya función en la obra es dinamitarla. Ignatius es un reaccionario en un sentido suprapolítico, como veremos más adelante. Es un elemento distorsionador que provoca reacciones, tanto en su mundo literario como en el lector. Una soflama de Ignatius dejará ecos que resonarán muchos capítulos más adelante (como ocurre con la carta que le escribe a Abelman). Así pues, cuestionamos que Ignatius sea verdaderamente un protagonista, sino más bien un recurso retórico. Es un explosivo que fragmenta la realidad en ese primer encuentro, la hace saltar en pedazos y proyecta esos trozos a lo largo del resto de la obra, re-uniéndose y convergiendo de nuevo en torno a su figura a medida que ésta avanza. Es éste el sentido que adquiere el epígrafe de este apartado. Ignatius es una granada de fragmentación. Y por eso el libro es, valga la cuasi redundancia, tan fragmentario, y nos ofrece en cada capítulo una nueva intrahistoria.5 Esto presenta al lector un en cierto multiplicidad de perspectivas con las que el artista moderno pretende completar la indagación en la realidad social. Es éste un recurso que ya había empleado Bukowski, que hunde sus raíces en el siglo XIX y cuya idea de fondo es común a la de las vanguardias europeas.

El artista moderno es, ante todo, un guerrillero. El grito de Rimbaud de que “hay que ser absolutamente moderno” no es una invitación a que el poeta componga versitos mientras bebe un té
con grasa. Debe ser tomado literalmente como un grito de guerra intelectual que desestabilice y rompa una sociedad a su juicio podrida. “La bomba mejor es un buen libro”, dirá Mallarmé. Bajo el grito de avant-garde! se configuran las vanguardias. Son gritos que devienen de uno más elevado que profirieron el mismo Rimbaud, y también Baudelaire, y que ya siempre acompañará a la creación artística: épater le bourgeois.6 Así, el artista moderno va a comenzar a asumir uno de los elementos que definen sustancialmente a las vanguardias: la concepción autorreferencial, (auto)reflexiva y autónoma del arte frente a su concepción mimética tradicional. Este hermanamiento de arte y crítica social no puede ser más claro en La conjura. Ignatius es un guerrillero –pues la palabra “soldado” privilegiaría la posición que él decide mantener en la obra– que, desde los márgenes de una sociedad deleznable, va a buscar romperla para después recoserla a su imagen y semejanza. Resultan obvias aquí innumerables influencias. La más obvia, la de Freud y el psicoanálisis. Quizá no tanto, la de Darwin y la de Henri Bergson. Uno de los elementos cruciales de la filosofía de Bergson es la idea de tiempo.7 Bergson acusa el antirracionalismo que caracteriza el arte moderno (que no sólo no busca la racionalidad, sino que la combate), trasladando elcevolucionismo darwiniano al individuo, de lo que resulta la idea de que la identidad se construyecon el tiempo. No hay una esencia previa. La identidad no es estática ni unitaria, como no lo es lacrealidad, sino fragmentaria, variada y, en última instancia, contigente. Esto potencia no sólo alcindividuo, sino la idea de que este individuo está en permanente construcción, lo cual empieza acanticipar pensamientos posteriores, como el del estructuralismo.

Lo que sí rompe con el siglo XIX es cómo se retrata la lucha social contenida en La conjura, ya no se puede dar, como veremos a continuación, en los mismos términos que antaño. En ésta y en otras novelas del mismo estilo, las nociones de burguesía o de clase obrera quedan diluidas en estructuras mayores, que son las que, al cabo, pretende derribar Ignatius. Clase media o Estado del bienestar, fagocitarán la terminología clásica de las ideologías políticas, así como (dicho superficialmente) en la supraestructura pop van a converger las diferentes disciplinas y corriente artísticas tradicionales. En suma, las patadas de Ignatius no proyectan sólo a lospersonajesfragmentos, sino que proyectan ideas que se reordenan (como los mismos personajes) en torno a su figura. Las protagonistas son las soflamas hepáticas de Ignatius, y no el propio Ignatius. Las protagonistas son las ideas. Ignatius hace saltar en pedazos una realidad decadente y la cose, como Aracne tejió la escena de su victoria sobre Poseidón, con el hilo de una nueva espiritualidad, de la que pretende dotar a la sociedad. Ignatius, por lo tanto, no se queda en el simple berrinche, y sigue la idea de las vanguardias de que el artista debe ser un motor social, un promotor de cambios sociales. Las palabras crean sentido, y en esta novela no iba a hacerse una excepción. Este sentido es: 1) que la sociedad de su tiempo es un fracaso y que hay que romperla; y 2) que a partir de la rreelaboración de los restos que deja esa ruptura, ha de surgir una nueva sociología que dote a la humanidad de sentido, un sentido que vendrá dado por una espiritualidad que esa sociedad que la novela ha roto ha perdido (o a la que se la han robado). Prefigura, pues, un nuevo modelo de humanismo y, por ende, de cultura, que construirán mejor Jean-Paul Sartre, Jürgen Habermas o, por ejemplo, Theodore Roszak en El nacimiento de una contracultura.

La novela total: La búsqueda de una nueva espiritualidad para una sociedad basada en el trabajo.Retomamos para este apartado conceptos ya esbozados en el anterior: un modelo social basado en el Progreso, la idea de superestructura diluyente y la de espiritualidad. La conjura es una novela total (de pensamiento, de tesis o de artista, en términos académicos que no dan idea, a nuestro juicio, de la magnitud del concepto). El artista moderno (entendiendo por Modernidad por lo menos todo lo que hay a partir del simbolismo), va a observar una sociedad que se define por el trabajo (desde nuestro punto de vista en el marco más amplio de la idea de Progreso), y que, a su vez, el trabajo se define por no la técnica sino el tecnicismo, no la tecnología sino el tecnologicismo, y no la ciencia sino el cientificismo.8 Al artista moderno le preocupa una sociedad trabajadora y tecnocrática para ciudadanos desespiritualizados.9 Así, La conjura gira en torno a la idea-fuerza de trabajo, en un sentido etimológico y bíblico (del latín tripalium, instrumento de tortura, y desde la idea de que el trabajo es un castigo de Dios originado por el pecado original).10 Se fracasa en la medida en la que se fracasa en el mundo laboral. Asimismo, el artista moderno considera que, desde la pérdida del cristianismo desde su dimensión religiosa, se ha proyectado una pérdida de la religiosidad en un sentido más amplio, una pérdida de una espiritualidad social, de forma análoga a cómo el marxismo, como veremos a continuación, trasciende la dimensión política original decimonónica y, de la mano de Marcuse o de Adorno, comienza a hablarse de marxismo social o cultural.11

La sociedad moderna se define por aquel chascarrillo cañí de la época del tecnocratismo del Opus Dei de los años sesenta, cuando Franco dice: “usted haga como yo y no se meta en política”. Así es. Mientras uno trabaje y persiga el urobórico sueño americano, y no se pregunte los porqués, le irá muy bien. Hay un mundo de posibilidades, en la expectativa irrealizable de el sueño americano, para “un buen chico trabajador”, que es aquél que no se pregunta por las causas. Cuando Ignatius es arrojado a la sociedad del trabajo, comienza un diario laboral que firma como “vuestro chico trabajador”. Un diario que considera que le “brinda todo género de posibilidades. Puede se  un documento de actualidad, vital, real, un testimonio de los problemas de un joven”. Nada más lejos de su intrahistoria, como va reflejando a lo largo de la obra, y de este mismo diario. Es una sociedad basada, sobre todo, en el triunfo de la Revolución científica, que es, en el fondo, el abandono de los principios teleológicos aristotélicos, y la concepción de los átomos como meras unidades mecánicas; es el abandono del aristotelismo como autoridad última, un cejar en la búsqueda de las causas. De nuevo estamos ante una supraproyección: de la misma forma que la pregunta “¿por qué?” queda fuera del ámbito científico, va a acabar quedando fuera de la sociedadsociología toda. Todos somos átomos, entendidos como unidades mecánicas sin arché; sin un principio ordenador.

El artista moderno tiene una propuesta para esto. Reacciona erigiéndose como pope, proclamándose autoridad espiritual y puente entre los fragmentos del espejo de Stendhal que ha roto, y va a reclamar una nueva espiritualidad redentora que unifique estos pedazos y dote de profundidad a esta sociedad vacua y entregada a la mundanidad. De nuevo, podemos remitirnos a un cambio sustancial entre la Edad media y lo posterior, que surge de la crítica protestante. La sociedad estadounidense de La conjura es la victoria de lo que ya había apuntado Max Weber anteriormente: que la Reforma protestante no es un avance social, sino la condición necesaria para el desarrollo y el ascenso del capitalismo. En definitiva, el artista moderno retoma, de distinta manera, la tensión entre vida activa y vida contemplativa. Nos muestra las cotas de perversión alcanzadas por la hipervaloración de la vida activa desde una actitud contemplativa (lo cual no entra en contradicción con el hecho cierto ya sugerido de que pretende ser el motor de una nueva sociología).

Para alcanzar esta nueva espiritualidad, el artista moderno se va a servir de la novela total, con la que va a emprender una búsqueda de un conocimiento integral, tratando de tener en cuenta todos los caminos, todas las perspectivas, todos los puntos de vista, todos los vértices, todas las dimensiones y todas las posibilidades. Una novela humanística, si se nos permite el término, que trasciende por lo tanto lo meramente político. En este sentido hablábamos antes de una crítica social desde una dimensión supraestructural, tomada del marxismo social. La conjura anuncia, sin ningún género de dudas, la resemantización de la izquierda que se produce en mayo del 68.12 Ignatius no se ubica, si es que él mismo sabe dónde se ubica, en la derecha política. Su discurso ideológico es suprapolítico. Ignatius odia a los negros no por una cuestión racial, sino porque pretenden introducirse en la clase media blanca estadounidense cuyo modo de vida detesta. La gran crítica es contra las supraestructuras clase media y Estado del bienestar. Una crítica sólida contra una sociedad líquida.

Michel Houellebecq se sorprende de la extraordinaria precisión de las predicciones que hicieron los hermanos Huxley. Un mundo feliz “es para nosotros un paraíso, […] exactamente el mundo que estamos intentando alcanzar, hasta ahora sin éxito”.13 Aldous Huxley fue “el principal aval teórico del movimiento hippie”, pero también su hermano publicó libros. Julian Huxley, biólogo como su abuelo (Thomas Henry Huxley, quien fue amigo de Darwin y escribió mucho para defender las tesis evolucionistas), percibe una necesidad de olvidar a la muerte. Esta función la cumplía la religión. Ahora, en la práctica, son los ansiolíticos y los antidepresivos (“un centímetro cúbico cura diez sentimientos”, dirá Un mundo feliz), la meditación, las drogas psicodélicas y algunos vagos elementos de espiritualidad hindú los que la suplen. En Lo que me atrevo a pensar, un libro que trata de fundar las bases de una religión compatible con el estado actual de la ciencia, aborda las cuestiones religiosas, desde la premisa de que no es posible que ninguna sociedad sobreviva sin religión.
  

NOTAS PIE PÁGINA
1 Su autor, John Kennedy Toole, se suicidó al no conseguir que su novela viera la luz. Después de aquello, la insistencia de su madre logró que el escritor Walker Percy (El cinéfilo) se interesara por leerla y consiguiera su publicación. Un año después, Toole gana póstumamente el premio Pulitzer. La novela resultó ser un rotundo éxito comercial.
2 La noción de referencialidad, por ejemplo, nos conduce a la concepción de la lectoescritura de Borges o de Tristan Tzara, a la creación como plagio que tanto gustaba a Picasso (“el arte es una remisión en abismo”), o a la familia García Berlanga (Luis García Berlanga en el cine y su hijo, Carlos, en música). La rueda de la Fortuna, por su parte, puede operar, como veremos en un apartado posterior, como ouroboros o como banda de Moebius.

 3 Por lo menos desde el impresionismo, empieza a tener peso la idea-fuerza de que la construcción de la imagen ya no está en el cuadro, sino en el ojo de quien lo mira. Esto, en su aplicación a la Literatura, se materializa en que las palabras dejarán de estar ahí por lo que son, sino por lo que sugieren, de suerte que la obra de arte pasa a entenderse como un proceso dialógico en el que ésta sugiere y el receptor participa en su construcción, y completa su sentido. Las palabras no aparecen como correlatos de objetos, sino como fuerza generadora de nuevas alucinaciones y percepciones. Ofrecen ahora una experiencia lisérgica, se vuelven autónomas. Cf. William Blake.

 4 La sociedad del espectáculo de Guy Debord. Aunque la constricción propia de un pequeño trabajo para una optativa no nos permite desarrollar más esta idea, nos parece que tiene mucho potencial. La conjura es una novela espectacular en más de un sentido, y en la línea de otras coetáneas

 5 En las novelas totales (de las que hablaremos más adelante), hay una separación muy acusada entre
realidad y ficción, entre Historia e intrahistoria. Una novela total muestra la Historia-sociedad de su
tiempo desde las vivencias particulares de un individuo concreto, ficticio pero a la vez muy real, en tanto que representa a su tiempo y en la medida en que padece los efectos de vivir ahormado por esa misma Historia-sociedad. Esto no es novedoso pero sí creemos que adquiere una relevancia especial en este tipo de obras. La crítica histórico-social contenida en La conjura se construye desde vivencias-ficción particulares. Este recurso puede remitirnos al Romanticismo. No olvidemos que Ignatius es, en cierto modo, un romántico postmoderno, y que la postmodernidad tiene mucho de Romanticismo y de simbolismo. En música, por ejemplo, surgirán en los años ochenta los llamados new romantics, que retomarán ambas corrientes estéticas. La noción de Historia-intrahistoria y cómo el Romanticismo ha ido maleándose y configurando el arte postmoderno son ideas con mucho más recorrido que el contenido en esta simple anotación, pero no podíamos dejar de esbozarla.
6 Cf. “Sympathy For The Devil” de los Rolling Stones, compuesta por Mick Jagger a partir de la lectura de Baudelaire. Su letra es muy representativa de la ideología del simbolismo, y da muestra de lo lejos que van a llevarse las ideas estéticas de finales del siglo XIX.
7 La idea de tiempo cobra mucha importancia en la Modernidad. Cf. la teoría de la relatividad o el teatro del absurdo, que toma ideas de Emil Cioran, quien tiene un libro llamado precisamente La caída en el tiempo. Creemos que esta idea de arrojamiento está potenciada en la obra por el hecho de que sea la madre de Ignatius, quien primero lo arrojó al mundo, la que opina que necesita salir a trabajar.

8 Creemos que, en contra de lo que pueda parecer, el movimiento hippie, y también esta novela en tanto que lo prefigura, contiene el mismo sentimiento de fe en el Progreso de la Ilustración, el mismo
optimismo ilustrado. Los hippies se drogan para “abrir las puertas de la percepción” (Cf. el ensayo
homónimo de Aldous Huxley); para ellos es apertura y elevación. Una nueva forma de sociedad es
posible, todo está por llegar; piensan, al igual que Toole, en la posibilidad, en que pueden mejorarlo todo. Tan sólo una década después, con la llegada del movimiento punk, arribará también la contrapartida de esto, la decadencia sesentayochista. El punk es un movimiento de descenso y, por lo menos en parte, decadente, que muestra la concreción de aquellos abusos lisérgicos y sexuales, su parte negativa. En España, movimiento hippie y punk llegarán juntos a través de la llamada movida madrileña. La movida será, en efecto, puro movimiento y montaña rusa, a la vez crecimiento y declinación.
9 El artista moderno, y muy particularmente el autor de La conjura, va a retomar aquella idea del
marxismo primigenio de que el hombre es el único animal que trabaja, y la va a dotar de Existencialismo. El Existencialismo es una filosofía de la guerra que, en su base, propugna que el hombre está arrojado a la Existencia. EToole proyecta aquella idea del trabajo y la filtra con el Existencialismo, para transformarla en una nueva máxima: “el hombre está arrojado al trabajo”.
10 “[…] Maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.” (Gn, 3:17-19)

11 Dos de los máximos exponentes de la primera generación del grupo de investigadores que se conoce como “Escuela de Frankfurt”, cuyas ideas consideramos que son la base de la sociología actual.

12 Jorge Verstrynge es capaz de fechar el divorcio de la clase obrera exactamente en el 16 de ese mes, cuando los empleados en huelga de la factoría de Boulogne-Billancourt se niegan a abrir las puertas de la fábrica a los estudiantes. Un acontecimiento con una fuerte carga simbólica tras el cual la izquierda comenzará a asumir nuevas causas, como la descolonización, que en España cristaliza de forma muy particular en los nacionalismos de periferia. Paradójicamente, es cuando comienzan a brotar las ideologías del fragmento, como la teoría de género o la llamada fat acceptance.

13 Cf. Las partículas elementales, pp. 157-162, en las que Houellebecq hace gala de su capacidad de
síntesis y retrata la sociedad postmoderna a partir de un resumen magistral de las aportaciones de los
hermanos Aldous y Julian Huxley. 


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