Witold Gombrowicz se libró
de los avatares de Polonia porque en 1939 e invitan a una línea de crucero
entre Polonia y argentina. Era ya un escritor conocido. Se va a Buenos Aires. Tres
días después estalla la guerra y lo que iba a ser una semana se prolonga 30
años. Al acabar la guerra se quedó allí. Nació en 1904 en un pueblo de Polonia
y murió en Francia en el 69. El primer libro es del 33. Estaba en un país cuyo idioma
no conocía además de las circunstancias de la segunda guerra mundial en Europa.
había publicado antes de la guerra. No fue puesto en valor hasta los 60. En Polonia
y Argentina es un mito. Es un gran creador de la novela moderna. Era hijo de
familia noble de terratenientes. Estudio derecho en Varsovia y filosofía en
París. En 1929 volvió a Polonia, a la vida bohemia de cafés tertulias
literarias. En el 33 escribe memorias de tiempo de madurez, relatos. Se traduce
como bakakay. En el 35 escribe la primera obra de teatro ibone y la princesa de
Borgonia. No es histórica. En el 37 la novela ferdyduke. En el 31 le invitan a
un viaje inaugural. Se salva viviendo en un país extraño. Hablaba francés
también y argentina es francófila. No conocía a nadie y partió de cero. No era
judío. Tuvo una vida miserable en Argentina de estrecheces económicas. Solo, y
sin dinero y sin hablar italiano, trabajó de contable en un banco con un sueldo
mu pésimo. Tenía una relación peculiar con argentina. No era dado a la vida
literaria, pero iba a bares y cafeterías, a jugar a dados, ajedrez y billar.
Entabló contacto con la vida bohemia, con escritores argentinos.
En 1947 le propusieron traducirlo
al castellano y lo hicieron entre él que hablaba algo de castellano y sus
amigos. Fue un trabajo colectivo hecho en la vida arrabalera de Buenos Aires y
con la financiación de la edición por un mecenas adinerada. Lo traducen del
polaco al castellano y se publica en el 47. Colaboró en publicaciones
argentinas y revistas de exilio polaco como Kultura. Colaboró mucho tiempo. en
1953 publica la segunda novela, trasatlántico. En los 60 publica su segunda
obra de teatro el casamiento. Luego pública pornografía o la seducción, la
tercera novela. En el 63 deja Argentina, estuvo 24 años allí. Se instala en el
sur de Francia. Se casa con una mujer bastante más joven que él. Escribe sus
dos últimas obras; la novela cosmos del 65 y opereta, la última obra de teatro
en el 66 y en el 69 fallece. Se publica un libro de entrevistas, lo humano en
busca de lo humano y un curso de filosofía en 6 horas y cuarto que son lecciones
y enseñanzas para iniciar a su mujer en la filosofía. Se publican sus diarios,
sus preocupaciones literarias y vitales.
Como todo vanguardista, cuida
obsesivamente la forma. Sopesa cada palabra meticulosamente, no es amigo de los
adornos o ornatos de la literatura, sus obras son tachadas de meditada
frialdad, emociones contenidas. Tiene obsesión por la forma literaria y vital.
La forma equivale a la mentira. Defiende como valor positivo la inmadurez, que
es lo vivo, lo que no tiene forma cerrada y definitiva. La madurez es lo
disecado, lo muerto. Se traslada a lo literario esa pelea con la forma que
diseca y falsea la realidad que quiere representar y también pugna con la
madurez psicológica. Cuando maduramos nos estancamos, nos ponemos una máscara
social, no somos como realmente somos sino como la sociedad espera que seamos.
Es enemigo de esa madurez. En sus novelas hay niños que actúan como viejos,
viejos como niños, sabios que son chalados. No es el absurdo por el absurdo
sino una crítica a la madurez a la que nos condenamos a nosotros mismos. Hay
que denunciar esas mascaras que no nos quitamos. Lo no maduro es lo que fluye,
lo vivo. Hay una íntima unión entre la esencia de alguien y la forma en que se
expresa, de forma verdadera o enmascarada. A forma no debe matar la realidad a
representar, sino que sea verdadera. La forma afecta a la forma y esencia de
las cosas. La forma ha transformado la esencia de la persona. No somos espontáneos
ni realmente libres. Es muy crítico con lo artificioso. El mundo de la cultura
es artificial, una construcción de formas de vivir. El que estudia medicina es
médico y algo más. El hombre es más que eso. La madurez convierte en artificiosos
pomposos y en creernos lo que no somos. Es fría. Los sentimientos son
artificiales. Es enemigo de lo sentimentaloide. No soporta el sentimentalismo ni
el intelectualismo, la alta cultura, os artificios alejados de la vida. Es un
cortocircuito a la lógica racional realista, los sabios piensan como locos, los
hombres cabales pierden la forma y la compostura. Usa la farsa como Mitkiewic y
Bruno. Los personajes son elementos no controlados que esconden algo. Todos
somos construcción, artificio, sector oscuro y afecta a nuestros actos. Hay que
reconocerlo así. En las quiebras del fingimiento afloran los motores vitales.
No controla la vida sino falsificada por los demás, por la imagen que de uno
tienen de él. ¿quién es cada uno, el que cree ser, el que le gustaría ser, el
que los demás quisiera que fura? Es una mezcla de todo ya irresoluble. ¿Qué es
la realidad?
Ferdy durke fue publicada en el
37 y en el 47 en Argentina. Es la grotesca historia de un señor que se vuelve
niño es denostado como tal. Desenmascara la madurez humana. Construimos
mascaras artificiosas. Como buen vanguardista es inventor de palabras, rompe la
sintaxis de forma endiablaba, juega y hay capítulos ensayísticos dentro de la
novela. En trasatlántico, aunque no era partidario de lo confesional, parte de
su vida. Ve su propia identidad creada socialmente y rompe sus propias mascaras
que luego rompe. Es la llegada de un escritor polaco a argentina, no sabe cuántos
años estará, no habla el idioma, no conoce a nadie. ¿a quién pertenece? ¿cuál
es su patria, identidad?
En pornografía o seducción un
viejo mueve los hielos de una pareja de quinceañeros para que se enamoren u
tengan una relación sexual para revivir su propia juventud a través de ellos.
Dos hombres viven en una pensión donde creen encontrar señales de algo oculto,
una sombra que parece una flecha o un gorrión muerto, jugando con los elementos
de novela policiaca y os procesos mentales. Así construye la realidad y esta le
atrapa, la que él mismo ha creado.
A partir del 53 y hasta el 69 que
muere escribe diarios donde habla de si mismo, no cree en lo confesional, pero
escribe diarios. Tiene presente al lector y habla de su propia individualidad a
través de formas. Fabrica día a día su personaje. Juega con la satura. El mejor
investigador es uno de sí mismo, y es la construcción de la propia mascara
social. hay un proceso de infantilización en la escuela. La versión castellana
va con prólogo de unos de sus amigos, Eduardo Sábato, que le ayuda a traducirlo
al castellano. “Pobre y descamisado, trabajaba en un banco, jugaba al ajedrez
en los cafés llenos de humos. Nadie imaginaba que en él se escondía un gran artista.
Su obra no era de fácil acceso en el 56. Su personaje es un clown de
irresistible comicidad, es el reinado del puro absurdo y la payasada
metafísica, entran en juego graves dilemas del ser humano”.
Temiendo la incomprensión en Polonia
escribe un prólogo donde explica las ideas básicas de su visión del mundo.
Habla de madurez y las formas. El combate se libra entre las tendencias que
buscan la forma y las que lo rechazan. La realidad no se encierra en la forma,
pero necesita representarse en la forma aunque le excede siempre el caos. Es lo
dionisiaco frente a lo apolíneo. Es la reivindicación del desorden y el caos.
Asesina y rompe la máscara, pero al entrar en convivencia le obligan a
representar la madurez en la vida. La forma es la muerte, retorica,
fosilización. El dionisiaco expresa su caos y ambigüedad ambivalente en forma
de arte, la paradoja es que denuncia la forma a través de la forma pues la
literatura siempre es forma. Tiene una vida anónima cercana a la miseria. Vaga
por las calles, llora amargamente ante los acontecimientos en Europa. hay una
inclinación al infantilismo. Hay que conservar un gramo de alegría. Escribe
abundantes aclaraciones y aun así el sentido de Ferdy duke no se comprendió.
Tiene un sentido; el problema entre la inmadurez y la forma. Estamos obligados
a ocultar la inmadurez. Él dice; vuestra madurez exterior es ficción, no
corresponde a la realidad última, vivimos en un mundo de mentiras, y la cultura
es instrumento de engaño. Podemos expresar la inmadurez ajena, expresarla
científica o artísticamente pero no expresamos nuestra propia inmadurez, sino
que de forma madura hablamos de madurez. No la expresamos de forma consciente y
directa. Hay libros sabios sobre la tontería, pero no libros tontos. Ni la
ciencia ni el arte permite manifestar la realidad inmadura condenada al mutismo.
La cultura se convierte en un juego mecánico fragmentario, y no hay contacto
con nosotros mismos. Si yo intento ser educado con mi amigo él será educado y
la conversación falsa. El arte es demasiado arte, es como llevar un traje un
niño demasiado grande para él. El niño no puede quitárselo, no tiene otro, pero
puede decir que ese traje no le va bien y quiere otro. Es tomar distancia
frente a la forma. Es producto del choque entre la realidad y el yo exterior.
La cultura así sería menos cargante. Quiere escribir un libro bueno, pero con
libertad de palabra. El malo no dice nada porque es malo y el bueno es esclavo
de su buena pluma. Debe haber un término medio. No se oculta su persona al
lector. No esconde su inocencia cultural, se desnuda con grandeza y agudeza.
Esto causa incomodidad con la forma de la obra. Es un mecanismo de estilos y
esa formalización de la pluma le horroriza. Siente decepción por la novela y el
relato y su novela es un alegato contra la forma. Quiere más libertad frente a
la forma. Se ve el mecanismo de su inmadurez.
América latina y Polonia son
análogas por el problema de la madurez cultural. El esfuerzo se pierde en
imitar a los literatos maduros y extranjeros en vez de reconocerse ignorantes.
La escuela de la vida echa por tierra la escuela literaria. El argentino en esa
época, en que era una especie de Suiza Argentina, era feliz y elude la revisión
básica de estas funciones literarias. Caminamos por el camino estético
literario de los intelectuales y maestros consagrados. Su literatura será un
ejemplo para los maestros que ha de nacer y ni de lejos su novela se parece al texto
original. Se rechazó en el continente porque criticaba la parálisis permanente
de la literatura extranjera. Menciona a los argentinos que le ayudaron.
Aquellas amenas discusiones y reuniones de trabajo tenían lugar en las salas de
ajedrez de las confiterías y pastelerías. No había nacido en los tristes
talleres del comercio libresco de una editorial sino entre amigos. Al final del
prólogo dice al lector que no diga nada, todo lo que diga sonará a falso.
Callar, no digáis que os gustó, si os tocáis la oreja izquierda es que os ha
gustado y la derecha es que no. Comprendemos ese silencio.
Los tópicos de las comunidades se
acentúan. Rompe las formas establecidas. Es una literatura irónica,
humorística, de un humor absurdo. Es una novela en pugna con la forma de novela
y critica constante a lo que está haciendo. Es conocido y reputado en vida a
partir de los 60, sus últimos años. Se va a vals, en la Provenza del sur de
Francia. El siempre escribió en polaco. Lo tradujeron editoriales. Estuvo 24
años en argentina. “la novela no refleja el fondo porque la forma es una
dictadura”
«Una de las
sorpresas de esta obra (…) fue su insólita manera de manejar el idioma. Se
trata [de] proponer al lector una nueva y distinta forma de lectura», con esta
nota aclaratoria celebraba un grupo de jóvenes intelectuales el final de la
hazaña de traducir al castellano, bajo la dirección de Virgilio Piñera y en
colaboración con el autor, esta indiscutible obra maestra. Con la publicación
de Ferdydurke, prologada por Ernesto Sabato y el propio autor, y protagonizada
por un héroe de treinta años que se transforma en un adolescente de quince bajo
la influencia de su maestro.
«Es la especie de
grotesco sueño de un clown, con
páginas de irresistible comicidad, con una fuerza de pronto rabelesiana, el
reinado al parecer del puro absurdo, ¿Cómo adivinar que en el fondo
[Ferdydurke] era algo así como una payasada metafísica en que delirantemente
estaban en juego los más graves dilemas de la existencia del hombre?» ERNESTO SÁBATO.
«El supremo anhelo
de Ferdydurke es encontrar la forma para la inmadurez. Pero esto es imposible.
(…) lo que quería conseguir a toda costa era una mayor libertad de palabra en
este campo de la cultura, donde el escritor malo no puede decir nada porque es
malo y el bueno tampoco puede decir algo porque es bueno (…) Así que Ferdydurke
tiene un doble aspecto: por un lado es un relato y una novela, una descripción y,
por otro, un acto de mi lucha personal con la forma.» WITOLD GOMBROWICZ.
Supe entonces que Filifor formaba parte de una novela llamada Ferdydurke, que ardía por
leer. Pero su autor no estaba en condiciones de hacerla traducir ni editar.
Pobre, desanimado, trabajando en una oficina bancaria, caminando por las calles
del Bajo, jugando partidas de ajedrez en cafés llenos de humo, nadie o casi
nadie adivinaba en aquel sujeto a un formidable artista; más bien la gente se nclinaba a considerarlo como a un mistificador o a un mitómano.
Hasta que una mujer (significativa paradoja para aquel irónico enemigo del
género femenino), Cecilia Debenedetti, decidió e hizo posible la edición
castellana del libro, que empezó a ser traducido por un grupo de creyentes.
Cuando en 1947 apareció con el sello de Argos, el escritor cubano Virgilio
Piñera, que por aquel tiempo vivía en Buenos Aires, escribió en la solapa:
«Resulta difícil prever la suerte de este mensaje, sobre todo cuando no nos
llega de París. Creo, sin embargo, que con estas breves líneas no hago otra
cosa que disparar el primer tiro en la batalla que tarde o temprano van a
librar los ferdydurkistas de Hispanoamérica». Hoy, cuando W. G. tiene fama
mundial, es justicia rendir homenaje a aquel pequeño grupo de fervorosos que
aquí advirtieron y saludaron su talento.
Las palabras de Piñera fueron
lamentablemente proféticas. Es
muy improbable que en la Argentina la gente se atreva a considerar genial a un
escritor que no venga patentado desde París.
Por otra parte, es cierto que la obra no era
de fácil acceso, sobre todo en 1946. Especie de grotesco sueño de un clown, con
páginas de irresistible comicidad, con una fuerza de pronto rabelesiana, el
reinado al parecer del puro absurdo, ¿cómo adivinar que en el fondo era algo
así como una payasada metafísica, en que delirantemente estaban en juego los
más graves dilemas de la existencia del hombre?
El autor previó y temió la incomprensión.
Por lo cual juzgó conveniente un prólogo en que intentaba explicar al lector las
ideas básicas de su visión del mundo. No creo, sin embargo, que el prólogo
ayudara mucho. Pues si es verdad que debajo de la obra de un gran escritor hay
siempre unaWeltanschauung, no siempre esa concepción del universo puede expresarse en ideas
claras y distintas; o, en todo caso, la natural forma de expresarla es, en el
poeta, su mágica creación, lo que es algo menos pero también algo más que una
filosofía, algo menos y algo más que un conjunto de conceptos: es una visión
total de la realidad, en parte conceptual y en parte intuitiva, parcialmente
intelectual y en sumo grado emocional y mágica. Motivo por el cual, aunque los
críticos puedan ofrecernos una interpretación de las ideas de Kafka, la sola
lectura de un cuento suyo nos da una vivencia de su mundo (incluso de su mundo
ideológico) que ninguna exposición conceptual es capaz de revelarnos, por
extensa e inteligente que sea.
Y es precisamente esta causa la que
diferencia a este escritor existencialista (que escribía su obra en 1936,
cuando no tenía la menor noticia de esa doctrina) de un filósofo como
Heidegger. Pues éste, en tanto
que pensador, no puede sino operar con razones, siendo a la postre una especie
de racionalista, inevitablemente; lo que equivale a decir que en definitiva
resulta paradójicamente, un tipo de anti existencialista. Mientras que un
escritor como W. G. simplemente es existencialista, por su sola presencia
integral, por su manera de ver y sentir la realidad.
No se trata, pues,
de incapacidad para las ideas: su Journal demuestra la extraordinaria
inteligencia y la cantidad de ideas de este poeta. Se trata de la radical
incapacidad del ensayo para reemplazar a la ficción y a la poesía,
manifestaciones del espíritu que no pueden ser reducidas a los términos del
pensamiento puro.
En estas
condiciones, sería inconsecuente con la propia tesis que acabo de exponer todo
intento de reemplazar la lectura de Ferdydurke con una serie de explicaciones. Pero,
y del mismo modo que, aun sin
poder sustituir la visión personal de París con palabras ajenas, se le puede
decir al viajero que se fije con cuidado en tal o cual monumento o calle o
mercado o rincón del Sena (perturbado y un poco atontado como está el recién
venido por el tumulto, la novedad y la contingencia), se le puede advertir al
lector de este libro de choque que trate de ver, en esta novela en apariencia
tan descabellada, las ideas básicas que son las típicas del existencialismo: la
angustia, la nada, la libertad, la autenticidad, el absurdo. Y, sobre todo, o
debajo de todo, el problema típico de Gombrowicz, la categoría que es esencial
en su concepción del mundo: la Inmadurez; categoría íntimamente vinculada a
otra que le es obsesiva: la de la Forma.
Pues para
Gombrowicz el combate capital del hombre se libra entre dos tendencias fundamentales:
la que busca la Forma y la que la que,
aun sin poder sustituir la visión personal de París con palabras ajenas, se le
puede decir al viajero que se fije con cuidado en tal o cual monumento o calle
o mercado o rincón del Sena (perturbado y un poco atontado como está el recién
venido por el tumulto, la novedad y la contingencia), se le puede advertir al
lector de este libro de choque que trate de ver, en esta novela en apariencia
tan descabellada, las ideas básicas que son las típicas del existencialismo: la
angustia, la nada, la libertad, la autenticidad, el absurdo. Y, sobre todo, o
debajo de todo, el problema típico de Gombrowicz, la categoría que es esencial
en su concepción del mundo: la Inmadurez; categoría íntimamente vinculada a
otra que le es obsesiva: la de la Forma.
Pues
para Gombrowicz el combate capital del hombre se libra entre dos tendencias
fundamentales: la que busca la Forma y la que la rechaza. La realidad no se deja encerrar totalmente en la Forma, el
hombre es de tal modo caótico que necesita continuamente definirse en una
forma, pero esa forma es siempre excedida por su caos. No hay pensamiento ni
forma que pueda abarcar la existencia entera (y de ahí, como yo decía antes, la
imposibilidad de sustituir la expresión poética o mágica de la existencia
mediante el puro pensamiento abstracto). Y esta lucha entre esas dos tendencias
opuestas no se realiza en un hombre solitario sino entre los hombres, pues el
hombre vive en comunidad, y vivir es con-vivir; siendo las formas que adopta la
consecuencia de esa ineluctable convivencia. (De paso, y como me hace notar mi
mujer, esa tenaz y cálida necesidad que Gombrowicz siente por la comunicación
lo aleja del existencialismo negativo de un Sartre, para acercarlo, curiosa e
inesperadamente, al pensamiento de un escritor como Saint-Exupéry).
No creo demasiado
arbitrario aducir que eso creo demasiado
arbitrario aducir que ese combate es el que eternamente se ha librado entre el
espíritu dionisiaco y el espíritu apolíneo, siendo la existencia del ser humano
un como equilibrio (inestable) entre ambos, en virtud de esa ley psicológica,
ya entrevista por Heráclito, de la enantiodromia, reguladora de los contrastes.
Tampoco creo arriesgado suponer que lo que Gombrowicz llama la Inmadurez no es
otra cosa que el espíritu dionisiaco, la potencia oscura, que desde abajo, como
fuerza inferior (en el sentido psíquico y hasta teológico del vocablo, no en el
sentido ético) presiona y a menudo rompe la máscara, es decir la persona, la
Forma que la convivencia y la sociedad nos obliga a adoptar (una y otra vez,
porque nos es imposible sobrevivir sino mediante máscaras o formas). Y así como
la Inmadurez es la vida (y por lo tanto la adolescencia, el circo, el absurdo,
el romanticismo, la desmesura lo barroco), la Forma es la Madurez,
pero también la fosilización, la retórica y en definitiva la muerte; una muerte
(curiosa dialéctica de la existencia) que nos es imprescindible para vivir y
entendernos. Hasta el punto que el mismo dionisiaco Gombrowicz debe acceder a
ello, intentando finalmente expresar su caos y su ambigüedad mediante una obra
de arte; que, como toda obra de arte, en última instancia es un orden, una
Forma. Forma que al mismo tiempo que expresa a Gombrowicz, como a todo artista,
también lo traiciona e intenta agotarlo; motivo por el cual el poeta o
novelista necesita lanzarse a la creación de otra obra, y luego de otra y así ad infinitum; resultando de
ese modo que el creador es superior a su obra misma, al menos hasta el momento
de su muerte física.
Esta angustiosa lucha entre extremos
opuestos, esta esencial antagonía del espíritu humano, se rasluce en Ferdydurke. Y el lector
percibirá cómo encaja en este cuadro una escena al parecer tan descabellada
como la frenéticamente cómica parte en que el Flaco pugna por explicar a sus
alumnos la grandeza del poeta Slawoski, tratando de arrancarles la admiración
oficial que hay en las historias del arte y en los museos por los caparazones
fosilizados. De ahí también el temor al Envejecimiento de este creador a la vez
viejo de mil años y conmovedoramente infantil (como todo creador, ya que la
magia es atributo de la infancia y de la Inmadurez). De ahí el combate que en
todas sus obras lleva contra las falsificaciones de la cultura libresca, contra
la deshumanización del hombre contemporáneo, contra el esteticismo estéril del
Profesor y la Academia; y no, es bueno advertirlo, como un mero problema
estético sino como problema existencial y metafísico.
Hay, en fin, un aspecto en las ideas de Gombrowicz que lo hace particularmente
útil para nosotros los argentinos. No hay casualidades en el reino del
espíritu, ni tampoco causalidades. En buena medida el hombre es libre para
construir su destino, y no creo que por puro azar este polaco haya permanecido
veinticuatro años entre nosotros; ya que si pudiera admitirse como acto
gratuito y contingente que Gombrowicz se embarcara en el viaje inaugural de un
transatlántico polaco hacia Buenos Aires, invitado a visitar esta región del
mundo, y si el hecho luego de producirse la guerra mundial no es, claro, un
hecho que la voluntad de Gombrowicz pudiera haber evitado, en cambio su
permanencia aquí es si un acto que en buena medida es producto de su voluntad.
Es que nuestro país, como Polonia, forma
parte de lo que en su lenguaje podríamos llamar Territorio de la Inmadurez. Y
esto lo vinculo a una vieja teoría que tengo sobre lo que llamo la periferia
del Renacimiento.
Países como Polonia, Rusia, Noruega, Dinamarca, Suecia y España no sufrieron de
modo estricto el proceso renacentista, fenómeno burgués, caracterizado por el
maquinismo y la razón que tuvo su epicentro en Italia y Francia. Aquellos
países mantuvieron rasgos semifeudales casi hasta este siglo, no debiendo
extrañarnos que un personaje como el Quijote pocas veces haya sido bien
interpretado en Francia, siendo en cambio entrañablemente sentido en Rusia. En
ambos extremos de Europa, la desmesura y la sinrazón eran los restos de una
mentalidad preburguesa. Y el parentesco se acentuó en la vieja Argentina de las
grandes llanuras pastoriles; hasta el punto de que una novela como Ana Karenina, con sus
criadores de toros de raza y sus gobernantas francesas, con sus estancieros y
burócratas, podía entenderse cabalmente aquí. Y si al célebre personaje de
Gontcharoff se le colocara un mate en la mano en lugar de su eterno vaso de té ¿quién
dudaría en encontrarle casi todas las características de un argentino viejo? La
desorganización, un sentido del tiempo medieval, no cuantificado por el
interés, la vida patriarcal de las antiguas familias, una educación
afrancesada, el desdén y al propio tiempo la arrogancia por lo nacional; todo
ello explica por qué un estudiante argentino entendía mejor las Memorias desde el Subterráneo (por lo menos hasta la segunda guerra
mundial) que un profesor de la Sorbona, al que los personajes de Dostoievsky le
resultaban nouveaux riches de
la conscience, individuos poco menos que demenciales, incapaces de
apreciar las ideas claras y distintas, tan disparatados como para afirmar
(contra todas las tradiciones de cartesianos y ahorristas franceses) que dos
más dos puede ser igual a cinco. Lo curioso, pero psicológicamente explicable,
es que aquellos bárbaros moscovitas, omo
nuestros bárbaros aborígenes, admiraban la refinada cultura occidental, sus
toros escoceses, sus novelas (¡Dostoievsky aspiraba a escribir como George
Sand!), la filosofía alemana, los establecimientos de Baden-Baden y sus
casinos. Y así, por los mismos motivos que nosotros, se hicieron «europeistas»,
rasgo tan típicamente eslavo o ríoplatense como el vodka o el mate; al revés de
lo que aquí sostienen algunos superficiales pensadores, que lo consideran un
rasgo de enajenamiento. Los europeos no son europeistas: son simplemente
europeos.
Leyendo ese Journal que debería traducirse cuanto antes,
observo que mi teoría es correcta y que vale para la intelliguentsia polaca las mismas reflexiones que
podemos hacer para la argentina. Allá como aquí es palpitante el problema de la
inmadurez intelectual; allá como aquí se prefiere lamentarse de la situación
inferior con respecto a uropa, en lugar de aceptarlo como un fecundo y
poderoso punto de partida de algo original. Nosotros, como ellos, tenemos las
ventajas de los países «bárbaros», por haber resguardado una vitalidad y un
candor que la civilización renacentista no alcanzó a desecar. Es un hecho
significativo que la formidable reacción existencial contra esa civilización se
levantara precisamente en esa periferia bárbara, y bastarían los nombres de
Dostoievsky, Kierkegaard, Nietzsche y Unamuno para probarlo. Polacos y
argentinos estamos, sin embargo, llegando a valorar en medio de la gran crisis
de nuestro tiempo (y se ve también por esto cómo «crisis» significa
«enjuiciamiento») lo que cabalmente somos y lo que podemos representar en el
mundo, superando al mismo tiempo dos actitudes simultáneas e igualmente
equivocadas: nuestro sentimiento de inferioridad y nuestra loca arrogancia con
relación a Europa. Con toda la azón,
Gombrowicz les dice a sus compatriotas en su Diario que no traten de rivalizar con
Occidente y sus formas, sino que traten de tomar conciencia de la fuerza que
implica su propia y no acabada forma, su propia y no acabada inmadurez; con
todo lo que ello supone de fresca y franca libertad en un mundo de formas
fosilizadas. En suma, recomienda y practica él mismo la barbarie dionisiaca,
haciendo de su juventud e inmadurez una potencia renovadora. Buena lección para
nosotros.
ERNESTO SÁBATO
Santos
Lugares, julio de 1964.
El martes me
desperté a esa hora inanimada y nula en que la noche ya está por terminar y sin
embargo todavía no ha nacido el alba. Descansaba en una luz turbia y mi cuerpo
sentía un temor mortal, que me oprimía el alma, y el alma a su vez oprimía el
cuerpo… y hasta la más mínima de mis partículas se contorsionaba en el presentimiento
atroz de que no ocurriría nada, nada cambiaría, nunca pasaría nada, y aun
cualquier cosa que se emprendiese no sucedería nada y nada. El sueño que me
había despertado luego de molestarme durante la noche explicaba las razones de
ese espanto.
¿Qué había
soñado? Por un retroceso del tiempo que debiera estar vedado a la naturaleza,
me vi tal como era cuando tenía quince o dieciséis años —me trasladé a la
mocedad—, y de pie, bajo eviento, sobre una
piedra, a orillas del río decía algo… y me oía… oía mi hace mucho enterrada
voz, voz chillona de pichón, y veía mi nariz aún no lograda sobre mi rostro
blando, transitorio, y mis manos en exceso grandes… sentía el contenido ingrato
de esta mi fase pasajera e intermedia. Me desperté en medio de la risa y del
pavor porque me parecía que tal como era mi persona ahora, ya en la treintena,
remedaba al impúber que yo había sido y se burlaba de él, mientras éste también
se burlaba de mí… y ambos nos burlábamos mutuamente. ¡Desgraciada memoria que
obligas a saber por qué rutas hemos llegado a ser lo que somos! Y también
divagaba medio adormecido que mi cuerpo no era del todo homogéneo, sino que
algunas de sus partes no estaban todavía maduras y que mi cabeza se reía y se
burlaba del muslo, mientras el muslo de la cabeza se burlaba, y que el dedo del
corazón, el corazón de los sesos, la nariz del ojo, el ojo de la nariz a carcajadas locamente se
carcajeaban, y que todos esos miembros y partes del cuerpo se violaban mutua y
salvajemente en una atmósfera de penetrante e hiriente pan-mofa. Mas cuando ya
totalmente recuperé mis sentidos y empecé a meditar sobre mi vida, el espanto
no decreció ni un ápice, al contrario acrecentóse, aunque por momentos lo
interrumpía (o estimulaba) una risita que los labios no podían contener. En la mitad del camino de mi vida
me encontré en una selva oscura. Y algo peor aún: aquella selva era verde.
Porque en la
realidad era yo tan indefinido y deshecho como en el sueño. Atravesé hace poco
el Rubicón de la ineludible treintena, crucé la frontera, según mis documentos,
y mi apariencia semejaba un hombre maduro y, sin embargo, no estaba maduro.
¿Qué era entonces? ¿Cómo se presentaba mi situación? Vagaba por las confiterías
y los bares, me encontraba con otras personas, cambiando
palabras y a veces hasta pensamientos… pero mi situación era poco clara y yo
mismo no sabía qué era: hombre o adolescente; y así, al comenzar la segunda
mitad de mi vida, no era ni esto ni aquello —era nada—, y los de mi generación
que ya se habían casado y ocupaban puestos determinados, no tanto frente a la
vida como en diversas oficinas, me trataban con una justificada desconfianza.
Mis tías, esas numerosas semi madres agregadas, atadas o pegadas, pero
bondadosas, ya desde tiempo atrás trataban de influir en mí para que me
estabilizara como alguien, digamos como abogado o empleado —mi indefinición
prolongada les resultaba sumamente molesta—; no sabiendo bien quién era, no
sabían cómo hablar conmigo y, en el mejor de los casos, sólo emitían una triste
cháchara. «Pepe —decían entre un balbuceo y otro—, el tiempo apremia, hijo mío,
¿qué pensará la gente? Si no quieres ser médico,
sé por lo menos mujeriego o coleccionista, pero sé alguien… sé alguien…». Y yo
escuchaba cuando una murmuraba al oído de la otra que yo era poco pulido social
y mundanalmente, después de lo cual, de nuevo, empezaban a balbucir,
desesperadas por el vacío que yo provocaba en sus cabezas. En verdad aquel
estado no podía prolongarse indefinidamente. Las agujas del reloj de la
naturaleza eran implacables y terminantes. Cuando las últimas muelas, las del
juicio, me hubieron crecido, fue necesario creer: el desarrollo se había
cumplido, había llegado el momento del asesinato ineludible, el hombre debía
matar al mozalbete, elevarse en los aires como mariposa, dejando el cadáver de
la crisálida. Debía pues, entrar en círculos adultos.
¿Entrar? ¡Cómo
no! Hice la prueba, y una risita me convulsiona aún al recordarlo. Para
preparar la entrada me dediqué a escribir un libro… deseaba primero
mediante un libro aclarar mi caso y conseguir de antemano los favores del mundo
adulto, preparando así el terreno para las relaciones personales, y me parecía
que si lograba sembrar en las almas un concepto positivo sobre mi persona, ese
concepto, por su parte, me formaría a mí; de tal modo que aunque yo no quisiera
sería llevado a la madurez. ¿Por qué, sin embargo, la pluma me había
traicionado? ¿Por qué el santo pudor no me había permitido escribir una novela
notoria y chatamente madura, y por qué, en vez de engendrar pensamientos y
conceptos nobles con el corazón y con el alma, los generé con la parte
inferior? ¿Por qué puse en el texto no sé qué ranas, piernas, qué sustancias
fermentadas, aislándolas sobre el papel sólo por medio del estilo, de la voz,
del tono frío y disciplinado, y demostrando: he aquí que quiero dominar el
fermento? ¿Por qué, en perjuicio de mi propósito, intitulé el libro Memorias del período de a inmadurez? En vano los amigos me aconsejaban que
dejara aquel título y me cuidara en general de cualquier alusión a lo inmaduro.
No hagas eso —decían—, la inmadurez es un concepto drástico; si tú mismo te vas
a considerar inmaduro, ¿quién, entonces, te considerará maduro? ¿No comprendes,
acaso, que la primera condición para lograr la madurez es declararse maduro a
sí mismo? Pero yo creía que en verdad no convenía de modo demasiado barato y
fácil pasar por alto al jovencito en mí encerrado y que los adultos son en
demasía perspicaces, penetrantes para dejarse engañar; y que, por fin, el que
es perseguido sin cesar por el mocoso no debe aparecer en público sin
mozalbete. A lo mejor encaraba yo en forma demasiado seria la seriedad,
valorizaba en exceso la madurez de los maduros.
¡Recuerdos! Con
la cabeza hundida en la almohada, con las piernas bajo la frazada, dominado
ya por la risita, ya por el temor, hice el balance de mi entrada entre los
adultos. Pensaba en mi triste aventura con el primer libro y recordaba cómo, en
vez de procurarme la estabilidad anhelada, me hundió aún más, provocando contra
mí una ola de juicios torpes. ¡Oh, es una maldición que la existencia nuestra
en este planeta no aguante ninguna jerarquía definida y fija, sino que todo
siempre fluya, refluya, se mueva y cada uno deba ser sentido y valorado por
cada uno, que el concepto sobre nosotros de los torpes, limitados e incapaces
nos sea tan importante como el concepto de los sabios, capaces y sutiles! Pues
el hombre, en lo más profundo de su ser, depende de la imagen de sí mismo que
se forma en el alma ajena, aunque esa alma sea cretina. Y me opongo con toda
energía a la opinión de aquellos mis camaradas de pluma que frente a la opinión
de los cretinos adoptan una posición aristocrática y orgullosa, declarando odi profanum vulgus. ¡Qué
modo más barato, más simplificado de estafar la realidad; qué pobre huido en
una ficticia altivez! Sostengo, al contrario, que cuanto más torpe y estrecha
es la opinión tanto más se nos vuelve importante, así justamente como un zapato
estrecho y mal ajustado. Oh, esos juicios humanos, ese abismo de juicios y
opiniones sobre tu inteligencia, carácter, corazón y sobre todos los detalles
de tu organización que se abre delante de ese imprudente que vistió sus
pensamientos con letras y los envió sobre el papel, entre los hombres. ¡Oh, el
papel, el papel, oh, la letra, la letra!
Y no estoy hablando yo aquí de los dulces, tibios
juicios familiares de nuestras tías queridas; no, quisiera referirme más bien a
los juicios de otras tías; las tías culturales, aquellas numerosas semiautoras
que expresan sus juicios en los periódicos. Pues sobre la cultura del mundo se
sentó un montón de maritornes, cosidas, atadas a la literatura, iniciadade modo
incomparable en los valores espirituales y orientadas estéticamente, con ideas,
conceptos y todo lo demás, ya enteradas de que Oscar Wilde es anticuado y que
Bernard Shaw es el maestro de la paradoja. Ah, ya saben que hay que ser
independiente, sencillo, profundo, así que son independientes, profundas,
sencillas, y llenas además de bondad familiar. ¡Tía, tía, tía! ¡Ah, quien no se
vio llevado nunca al taller de la tía cultural y no fue operado por esas
mentalidades trivializantes, y que privan de vida a la vida, quien no leyó en
el periódico un juicio tial sobre su propia persona, no sabe, en verdad, lo que
es la bagatela, ignora lo que significa la tía bagatela! (…)
Ah,
crear la forma propia! ¡Expresarse! ¡Expresar tanto lo que ya está en mí claro
y maduro, como lo que todavía está turbio, fermentado! ¡Que mi forma nazca de
mí, que no me sea hecha por nadie! ¡La excitación me empuja hacia el papel!
Saco el papel del cajón y he ahí que empieza la mañana, el sol inunda el
cuarto, la sirvienta trae café con leche, medialunas y yo, entre las formas
relucientes y cinceladas, empiezo a escribir las primeras páginas de una obra,
de mi propia obra, de una obra como yo, idéntica a mí, proveniente de mí; de
una obra que soberanamente me afirma contra todo y contra todos, cuando de
repente suena el timbre, la sirvienta abre la puerta y aparece en ella T.
Pimko, doctor y profesor o mejor dicho maestro, un
culto filólogo de Cracovia, pequeño, debilucho, calvo y con lentes, con
pantalones rayados y chaqueta, uñas sobresalientes y amarillentas, zapatos de
gamuza, amarillos.
¿Conocéis al profesor? ¿Al profesor?
¡Alto, alto, alto! Asustado por aquella Forma Humana tan chatamente
trivial y trivialmente chata, me eché sobre mis textos para ocultarlos; pero él
se sentó, y entonces yo también tuve que sentarme; y, después de sentarse, me
ofreció su pésame muy sentido por la muerte de una tía fallecida hace tiempo, y
de la cual ya me había olvidado por completo.
—El recuerdo de
los muertos —dijo Pimko— constituye un Arco de Hermandad entre los años pasados
y los venideros, lo mismo que el canto popular (Mickiewicz). Vivimos la vida de
los muertos (A. Comte). Su tía ha muerto y por esta razón se puede, y aún se
debe, dedicarle unos pensamientos cultos y conceptos nobles. La difunta
tenía sus defectos —aquí los enumeró— mas tenía también sus cualidades —las
enumeró— provechosas para la sociedad, así que el libro no es malo, perdón, la
tía no es mala, es decir más bien se merece una buena clasificación, pues,
definitivamente y en dos palabras, la difunta era un factor positivo, el juicio
sumario resulta favorable y considero un agradable deber decírselo a usted, yo,
Pimko, guardián de los valores culturales a los cuales sin duda pertenece
también la tía, en vista, sobre todo, de que ha muerto. Y además —añadió con
indulgencia— de mortuis nihil
nisi bene; aunque se podría objetar esto y aquello, ¿para qué desanimar a
un joven autor, perdón, un sobrino? ¡Pero! ¿qué veo? —exclamó percibiendo mis
borradores sobre la mesa—. ¿Así que no sólo sobrino sino también autor? Noto
que probamos suerte con las Musas. ¡Ta, ta, ta, autor! En seguida opinaré, aconsejaré y animaré…
—y, sentado, atrajo los papeles por encima de la mesa, al mismo tiempo que se
ponía los anteojos… y se quedaba sentado.
—No… —balbuceé. De súbito el mundo se quebró. La tía y el autor me
confundieron por completo.
—Bueno, bueno… —dijo—. Ta, ta, gallinita.
Y diciendo eso se
restregaba un ojo; después sacó un cigarrillo y, tomándolo con los dedos de la
mano izquierda, lo ablandó con los dedos de la mano derecha; al mismo tiempo
estornudó porque el tabaco le irritó la nariz y, sentado, comenzó a leer. Y,
sentado muy sabiamente, leía. Pero yo, cuando lo vi leyendo, me puse pálido y
creí desvanecerme.
No podía echarme
sobre él, por encontrarme sentado, y me encontraba sentado porque él estaba
sentado. No se sabe cómo ni por qué el sentar se destacó en primer plano y se convirtió
en el mayor obstáculo. Me revolvía, pues, sobre mi sentar; no sabiendo qué
hacer, comencé a mover las piernas, a comerme las uñas… mientras tanto, él con
la mayor lógica continuaba sentado, teniendo su sentar organizado y justificado
por el hecho de estar leyendo. Duraba eso una eternidad. Los minutos pesaban
como horas y los segundos se hinchaban… y me sentía incómodo como un mar
sorbido con una paja.
—¡Por Dios, todo menos el Maestro! ¡No el Maestro! —gemí.
La maestra
rigidez del maestro me aplastaba. Pero él seguía leyendo como un maestro y
asimilaba mis espontáneos escritos con su personalidad de típico maestro,
acercando al papel los ojos… y por la ventana se veía una casa, ¡doce ventanas
horizontales, doce verticales! ¿Sueño? ¿Realidad? ¿Para qué vino, aquí, para
qué estaba sentado, con qué fin
estaba sentado yo? ¿Por qué milagro todo lo que ocurrió antes, sueños,
recuerdos, tías, sufrimientos, pensamientos, obra, cómo todo eso se redujo al
sentarse de las asentaderas del Profesor y Maestro? ¡Era imposible! Él estaba
sentado con razón, ya que leía, mientras que yo estaba sentado sin razón
ninguna, sin sentido.
Hice un esfuerzo
convulsivo para levantarme, mas en el mismo momento él me miró por debajo de
sus anteojos con gran indulgencia, y de pronto… me achiqué, mis piernas se
transformaron en unas piernecitas, mis manos en manecitas, mi nariz en
naricita, mi obra en obrita y mi cuerpo en cuerpecito… mientras que él se
agigantaba y permanecía sentado, contemplando y asimilando mis carillas in saecula saeculorum, amen… y sentado.
¿Conocéis esa
sensación de empequeñecer dentro
de alguien? ¡Ah, achicarse dentro de una tía! Es algo extremadamente impúdico,
¡pero el empequeñecerse en un notable maestro notorio constituye la cumbre
misma de la indecente pequeñez! Y observé que el maestro, como una vaca, se
alimentaba con mi verdor. Extraña sensación: el maestro de escuela pace tu
verdor sobre el pasto y sin embargo, sentado en un sillón, sigue leyendo, y sin
embargo pasta y se nutre. Algo terrible ocurría conmigo y no obstante fuera de
mí, algo estúpido, algo insolentemente irreal.
—¡Espíritu!
—exclamé—. ¡Yo… espíritu! ¡No un autorcito! ¡Un espíritu! ¡Yo vivo! ¡Yo!
Pero él estaba
sentado y estando sentado permanecía sentado de modo tan sentadesco, se arraigaba
tanto en su sentar, que el sentar siendo insoportablemente tonto era al mismo
tiempo dominador.
Y sacándose los
lentes de la nariz, los limpió con
el pañuelo, y sé los puso otra vez… y la nariz era algo indecible y a la vez
invencible. Era esta una nariz narizada, trivial y notoria, escolar y
pedagógica, bastante larga, compuesta de dos caños paralelos y definitivos. Y
dijo:
—¿Qué espíritu por favor?
—¡El mío! —exclamé.
—¿El suyo? —preguntó él entonces—. Es decir, claro está, el espíritu
patriótico de la Patria…
—¡No! ¡No el espíritu de la Patria, sino el mío!
—¿El suyo? —dijo
él bondadosamente—. ¿Así que creemos tener un espíritu propio? Pero ¿acaso
conocemos por lo menos el espíritu del rey Ladislao? —Y permaneció sentado…
¿Qué rey
Ladislao? ¡Me sentía como un tren desviado de golpe y porrazo a la vía muerta
del rey Ladislao! Frené y abrí la boca, dándome cuenta de que no conocía el
espíritu del rey Ladislao.
—¿Pero conocerá
usted el espíritu de la Historia?
—preguntó él entonces—. ¿Y el espíritu de la civilización helénica? ¿Y el de la
gálica, espíritu de armonía y de buen gusto? ¿Y el espíritu de un escritor
bucólico del siglo XVI quien por vez primera usó en la literatura la palabra
«ombligo»? ¿Y el espíritu del idioma? ¿Cómo se debe decir: «el puente» o «la
puente»?
La pregunta me
tomó por sorpresa, cien mil espíritus me aplastaron de golpe el espíritu;
tartamudeé que lo ignoraba y entonces me preguntó qué podía decir sobre el
espíritu de Mickiewicz y cuál era la actitud del poeta frente al pueblo. Me
preguntó todavía por el primer amor de Lelevel. Tosí y me miré furtivamente las
manos, pero las uñas estaban limpias, no había nada escrito en ellas. Entonces
miré a mi alrededor como esperando que alguien me soplara, mas alrededor no
había nadie. ¿Sueño? ¡Cielos! ¡Qué pasa, Dios mío! Pronto levanté la mirada,
fijándome en él, pero la mirada no
era mía, era esa una mirada de reojo, pueril y llena de odio. Me acometían unas
ganas anacrónicas e imposibles de tirar a la nariz misma del profesor una
bolita de papel. Viendo que algo malo me ocurría, hice un esfuerzo convulsivo
para preguntar a Pimko en un tono de lo más mundano ¿qué tal?, ¿cómo le va? y
¿qué me dice?, mas en vez de mi tono normal saqué una voz chillona y ronca,
como si de nuevo pasara por la mutación… y callé; entonces Pimko preguntó qué
sabía de los adverbios, me ordenó declinar mensa,
mensas, mensae, conjugar amo,
amas, amat, hizo una mueca de desaprobación, y dijo:
—Bueno, habrá que trabajar todavía…
Sacó la libreta y me puso una mala nota; mientras tanto estaba sentado
y su sentar y sus asentaderas eran ya definitivos, absolutos.
¿Qué? ¿Qué? Quise gritar que no era un colegial, que había ocurrido
una equivocación, salté para
huir, pero algo me atrajo desde atrás como un garfio y me clavó y fui atrapado
por mi cu… culito infantil, escolar. Con el cuculeíto no podía moverme, era
imposible moverse con el cuculato, y mientras tanto el maestro estaba sentado
y, sentado, expresaba un espíritu pedagógico tan magistral, que, en vez de
gritar, levanté la mano como suelen hacer los colegiales cuando piden permiso
para decir algo. Pimko frunció la nariz y dijo:
—Quédate quieto, Kowalski. ¿Nuevamente quieres ir al baño?
Y permanecía sentado, mientras yo también permanecía sentado en un
absurdo irreal como un sueño… sentado sobre mi cuculillo infantil que me
paralizaba hasta la locura… mientras él se quedaba sentado sobre el suyo como
sobre la Acrópolis y anotaba algo en su libreta.
Por fin dijo:
—Bueno, Pepe, ven, vamos a la escuela.
—Pero ¿a qué escuela?
Pero ¿a qué escuela?
—A la escuela del director Piorkowski. Es un establecimiento de
primera clase. Hay todavía vacantes en el segundo año. Tu educación: algo
descuidada; ante todo, habrá que corregir las fallas.
—Pero ¿a qué escuela?
—A la escuela del director Piorkowski. Justamente me pidió Piorkowski
que le llenara todas las vacantes. La escuela tiene que funcionar y para que
funcione hay que encontrar alumnos. ¡A la escuela, pues! ¡A la escuela!
—Pero ¿a qué escuela?
—¡Basta ya de caprichos! ¡Vamos a la escuela!
Llamó a la
sirvienta, pidió un sobretodo, y ella empezó a lamentarse no comprendiendo por
qué un señor desconocido me llevaba, mas Pimko la pellizco y la sirvienta,
pellizcada, no podía lamentarse más, porque tuvo que mostrar los dientes y
estallar en una risa de sirvienta pellizcada. Y
el pedagogo me tomó la mano y salió conmigo a la calle… ¡donde, a pesar de
todo, las casas quedaban en pie y la gente caminaba!
¡Policía!
¡Demasiado tonto! ¡Demasiado tonto para que pudiese ocurrir! ¡Imposible porque
imposiblemente tonto! Mas demasiado tonto para que yo pudiera oponerme… ¡No
podía con el pedagogo! El idiótico e infantil cuculato me paralizaba,
quitándome toda posibilidad de resistencia; trotando al lado del coloso que
avanzaba a pasos gigantescos, no podía hacer nada a causa de mi cuculeíto.
¡Adiós, espíritu mío; adiós, obra, adiós mi forma verdadera y auténtica, ven,
ven forma terrible, infantil, verde y grotesca! Cruelmente achicado, troto al
lado del Maestro enorme que murmura:—Ti, ti, galliníta… Naricita mocosa… Me
gustas. E, e, e… Hombrecito peque… pequeñito… pequeñuelo… E…, chico, ti, ti
cucucu, cuculí, uculucho.
Delante de
nosotros una dama paseaba un perrito, el perrito gruñó, saltó sobre Pimko y le
rompió los fundillos del pantalón, Pimko gritó, emitió un juicio negativo sobre
el perrito, se arregló el pantalón con un alfiler de gancho y me llevó de la
mano.
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