Poca gente conoce al duque de
Marzana, dicen que su ducado se extiende más allá del mercado de la Rivera y el
ducado de Marzana en la villa de Bilbao. Entre esos pocos que le conocen está
Carlos de Agustín, periodista y filósofo. Conocí a Carlos en el curso gratuito
de literatura que daba en la asociación Norai de la calle Bailén de Bilbao.
Norai es un espacio donde hacía teatro, donde se organizan comidas
interraciales o viajes, se ofrecen alquileres baratos y que funciona a modo de
book crossing (puedes coger los libros que necesites, sin pagar la millonada de
las librerías, o dejar esos libros que en tu casa solo cogen polvo). Carlos
llamó a este espacio de filosofía; los libros alejados del escaparate. Y allí
estuvimos dos años, primero grabándolo en video, luego en audio y al final
trascribiéndolo en mi ordenador para el blog compartido con Carlos.
Después me enteré de que había
nacido en esa misma calle donde estaba Norai, me habló de su familia y las
surrealistas comidas navideñas. Me puse al corriente de que había estudiado
periodismo, como yo, en la UPV, como yo. Carlos ha conocido a todos mis
profesores de periodismo cuando eran alumnos preparando sus tesis, pero él no
quería burocratizarse, alienarse, no quería ser un funcionario más. Como todos
los de la movida, aquellos “vagos y maleantes”, él no quería trabajar.
Cuando acabó la carrera trabajó (porque
no iba a pasare el día comiendo aceitunas) de locutor de radio en un programa
de noche en el que entrevistaba a Salvador Paniker, o a Bryce Etxenike o a
Carmen Martin Gaite. Le invitaban a comidas y le regalaban libros las
editoriales y cuando ya no cabían más libros en su cabeza, marchó a Madrid a
estudiar filosofía y letras en la Complutense, pero por libre.
Ese por libre era sentarse en
clases en la que no estaba matriculado y tener una relación con los profesores
al modo socrático, pues le invitaban incluso a sus casas a cenar y le seguían
regalando libros. Por ejemplo; Spinoza y Zambrano y sus filósofos preferidos.
En la movida, concretamente en el
bar Manuela de la calle Malasaña, conocerá al que será su maestro filosófico
Agustín García Calvo, y a su mujer Isabel Escudero. Y se hará asiduo a la
tertulia en la que Montso Alpuente subastaba cucharillas a precios de risa, por
divertirse. Allí conocerá a todos los intelectuales que entonces se movían por
ese Madrid rebelde. García Calvo será junto a Aranguren y Tierno Galván
expulsado de la complutense y se exiliarán.
La filosofía de Carlos es
sencilla; la ambivalencia. Nada hay absoluto, todo es relativo y hay que
aceptar la contradicción dialéctica en la que nos movemos, sabiendo que la
síntesis que hacemos de la tesis y su antítesis es una construcción que nos
sirve un tiempo y que luego tiramos de una patada, como se tira la escalera con
la que has subido a la cima. Desde esa cima los problemas parecen menos
problemas. Y podemos decir el No como palabra sagrada a la alienación
capitalista, a la objetivización del sujeto. Carlos sigue revindicando al
individuo ciudadano frente a la persona inmersa en el mercado-capital/ Estado.
No sé si acabaremos en la cárcel de Basauri, pero Carlos seguirá diciendo que
el emperador va desnudo. En su filosofía
cabe todo; desde el neorrealismo italiano a los cantautores o los recuerdos de
la movida, sus ambivalencias y proVerbos, su humor inteligente, sus juegos de
palabra, sus citas de libros, y su enorme sapiencia, cultura y humanidad. Ahora
da charlas en Éibar y también en el espacio de Mara, la Matriz, dónde además de
ropa se puede platicar de filosofía. Y alguna vez que otra quedamos en un café
para una “charla clandestina” Y sentimos
que la ría de Bilbao son las orillas del Sena y como quijotes confundimos la
UPV con la Sorbona del 68.
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