lunes, 20 de agosto de 2018

EL CIBER ACOSO


Ciber bulling y trafico de amigos por la red
Mis padres se obsesionaron con que cazara amigos como si de Pokemon se tratara. “Mayoral hace amigos”, me mentía el slogan de la camiseta. Papá me lo arreglaba todo y todo, pero no me podía comprar un amigo. Primero me dio por buscarlos en la sección de contactos del periódico. Respondía a los mensajes de los que buscaban  amigos,  pero al despegar el teléfono me encontraba con un pervertido, con voz de violador, que se excitaba con mi voz. Acabé llamando lo mismo a taroristas que a teléfonos eróticos de la esperanza, con tal de escuchar una voz humana y con una factura de Euskaltel tremenda después. Así que me metí en Internet a traficar con amigos en los chats y programas de mensajería y contactos. Era barato; un euro en el ciber y, cuando instalé un ordenador en casa, gratuito.

En el mercado de Internet se podía buscar, elegir, comparar y al final comprar amigos. Tan fácil como un golpe de ratón e inventar una nueva identidad resguardado en un seudónimo. En el Nick  escondía mi timidez congénita. Y podía jugar a ser otro, adoptando una personalidad a mi medida. Era el anonimato ideal y además podía adoptar un nuevo yo. Me habían hecho dudar de mi físico, mi look, mi apariencia, mis gestos, y estaba inseguro de mí mismo; mi desorientación sexual, mis dudas existenciales, mi rencor a Dios y a la sumisión que predicaban mis profesores curas. Quería abrir mi corazón en internet, pero no me daba cuenta de que allí todo trascurre en una realidad virtual, en una ficción: mentían, subían fotos de aquellos que querían ser pero no eran…el único límite era la imaginación. Internet no se tejía de forma vertical, como hemos ordenado todo (desde el pensamiento platónico del cielo a la tierra hasta la jerarquía laboral) sino horizontal, como las plantas que respiran con todas sus hojas. Internet son universos y macrocosmos multidimensionales expandidos al infinito anárquicamente. En esta realidad paralela contaba mi vida a un desconocido, que de pronto me desentendía y se desconectaba. Volvía a estar solo. Me obsesionaba cuando no me respondían al momento. No quería que me comprendieran intelectualmente, me bastaba con me amaran un instante. Con sus historias podía ensayar incluso cuentos. Ellos debían adherirse a mi tragedia, identificándose conmigo y sí no… les bloqueaba. Pero mis compañeros se enteraron de mis incursiones en estos chats y comenzaron a mandarme amenazas y nuevos insultos, a través de mi correo electrónico. Creaban grupos de teléfono, wassap y de chat con la única finalidad de seguir insultándome en ellos. No podía comprar amigos en aquel ciber café, igual que no pude comprar el sol, para apresar su rayito en mi cajita de nácar.  

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