Ciber bulling y trafico de amigos por la red
Mis padres se obsesionaron con
que cazara amigos como si de Pokemon se tratara. “Mayoral hace amigos”, me
mentía el slogan de la camiseta. Papá me lo arreglaba todo y todo, pero no me
podía comprar un amigo. Primero me dio por buscarlos en la sección de contactos
del periódico. Respondía a los mensajes de los que buscaban amigos,
pero al despegar el teléfono me encontraba con un pervertido, con voz de
violador, que se excitaba con mi voz. Acabé llamando lo mismo a taroristas que
a teléfonos eróticos de la esperanza, con tal de escuchar una voz humana y con una factura de
Euskaltel tremenda después. Así que me metí en Internet a traficar con amigos
en los chats y programas de mensajería y contactos. Era barato; un euro en el
ciber y, cuando instalé un ordenador en casa, gratuito.
En el mercado de Internet se podía
buscar, elegir, comparar y al final comprar amigos. Tan fácil como un golpe de ratón
e inventar una nueva identidad resguardado en un seudónimo. En el Nick escondía mi timidez congénita. Y podía jugar a
ser otro, adoptando una personalidad a mi medida. Era el anonimato ideal y
además podía adoptar un nuevo yo. Me habían hecho dudar de mi físico, mi look, mi
apariencia, mis gestos, y estaba inseguro de mí mismo; mi desorientación
sexual, mis dudas existenciales, mi rencor a Dios y a la sumisión que
predicaban mis profesores curas. Quería abrir mi corazón en internet, pero no
me daba cuenta de que allí todo trascurre en una realidad virtual, en una
ficción: mentían, subían fotos de aquellos que querían ser pero no eran…el
único límite era la imaginación. Internet no se tejía de forma vertical, como
hemos ordenado todo (desde el pensamiento platónico del cielo a la tierra hasta
la jerarquía laboral) sino horizontal, como las plantas que respiran con todas
sus hojas. Internet son universos y macrocosmos multidimensionales expandidos al infinito anárquicamente.
En esta realidad paralela contaba mi vida a un desconocido, que de pronto me desentendía
y se desconectaba. Volvía a estar solo. Me obsesionaba cuando no me respondían
al momento. No quería que me comprendieran intelectualmente, me bastaba con me
amaran un instante. Con sus historias podía ensayar incluso cuentos. Ellos
debían adherirse a mi tragedia, identificándose conmigo y sí no… les bloqueaba.
Pero mis compañeros se enteraron de mis incursiones en estos chats y comenzaron
a mandarme amenazas y nuevos insultos, a través de mi correo electrónico.
Creaban grupos de teléfono, wassap y de chat con la única finalidad de seguir
insultándome en ellos. No podía comprar amigos en aquel ciber café, igual que
no pude comprar el sol, para apresar su rayito en mi cajita de nácar.
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