En este conjunto de anécdotas quiero
reflejar el problema del paro que las empresas de trabajo temporal ETT intentan
paliar, muchas veces con trabajo basura o precario. Uno de los objetivos del
PD-ONU es garantizar un trabajo digno. Tambien hablo del trabajo de los centros de día para reintegrar minusvalidos, ancianos..y todo lo que suelen meter en el mismo saco de inservibles para la vida laboral o de "los ockupados". Hablo de las ONG, siempre en un tono ironico y de humor, que no quisiera reste mérito a la labor social que desempeñan.
Como ya estaba rehabilitado socialmente tras los
hurtos, aunque mi enfermedad psicológica no tiene cura, me obligaron a ir a un
centro de día. Los viejos leían el periódico y sorbían café mientras los
adolescentes aprendían a cocer espaguetis en una cazuela. Pasaban los días en
el centro y siempre era la misma rutina, monótona y con olor a cafetera. Las
actividades fueron originales la primera semana. El lunes tocaba psicoterapia: explicaban
cómo tomar la medicación. El martes: cocinar pasta. Miércoles: gimnasia y
fútbol, jugar a balón quemando. El jueves artesanía y manualidades con
plastilina. Y el viernes informática básica: al principio algo del office y luego
internet libremente: la gente chateaba o veía videos musicales en YouTube. Íbamos a todas las exposiciones, a cualquier feria.
Nos pasábamos música pirateada antes de la ley Sinde, y el cierre de
Megaupload, y nos bajábamos películas por Torrent, Emule, Ares y otros
programas de descarga. Toda la biblioteca de Alejandría cabía de pronto en un
pendrive del tamaño de un dedo. La monitoria mayor nos hacía leer los
periódicos gratuitos de entonces (ADN, Público,20 minutos….)
Todos los que iban al centro de día parecían vegetales, muertos en vida, con
sus horarios de monja, acostándose a la
hora en que yo salía de fiesta y despertándose a la hora en que volvía. Se
estaban perdiendo su juventud y la vida. Jugaban al trivial y monopoly en el
local, o veían pelis en el DVD, o iban al spa a un circuito programado de duchas
frías y calientes, masajes tailandeses no incluidos. Organizaban salidas a
museos y a ver obras en el teatro municipal. Una vez los encargados del
centro de día nos llevaron a una sala que se llamaba Konsumo Gela. Cargábamos
un carro de productos y los pasábamos por caja para luego devolverlos a sus
estanterías pues se trataba de un simulacro para ver si podíamos gestionar una
compra diaria. Nos trataban como subnormales y nos hablaban como a niños. Nos enseñaban
a pagar facturas, evitar accidentes domésticos, no dejarnos el gas encendido o
cerrar con doble llave. Hacíamos juegos sicomotrices y diferentes dinámicas, a
cada cual más absurda, talleres de risoterapía e historias así. Todo el día en
la filmoteca o en los cines Fast viendo cine clásico. La gente se dormía en
aquellas películas en blanco y negro de Bergman. Nos llevaban a charlas sobre
la igualdad de género, pero yo aprendía más de la noche y de los borrachos.
En una fiesta por la diversidad nos dieron a probar
distintos platos étnicos como una forma de interculturalidad. Se desarrollaba
en un novotel y la monitora se quedó bailando ella sola danzas africanas con
los marroquís mientras todos salimos a la calle a fumar. Nos disfrazaron con
unos copetes ridículos. Unos payasos daban el espectáculo en el escenario, pero
los mejores clowns éramos nosotros mismos, allí metidos a desgana. También
tuvimos que participar en un juego llamado Soy
de aquí, un juego por la
integración con los inmigrantes. Se trataba de buscar a inmigrantes en los
sitios donde trascurría su vida profesional o social, para demostrar que
frecuentaban parecidos lugares a los nuestros. De esa guisa podías recabar
pistas de una persona a la que tenías que buscar en un videoclub o en una
asociación de jugadores de mus. A mí me tocó encontrar a una voluntaria de una
ONG a la que pillamos de milagro porque iba a coger el metro para ir al
aeropuerto.
La ONG
Por mis múltiples juicios por cleptomanía selectiva
de libros, y para evitar el tedioso arresto domiciliario, tuve que hacer
trabajos a la comunidad en una ONG de mi pueblo. Tenía que barrer el local,
pasar el polvo, fregar los cacharros y recoger y vaciar los ceniceros con
colillas de los activistas. Me comía los bocadillos que dejaban en la nevera los
monitores. Me llevaron al bosque de 0ma, al monasterio de Aránzazu, a ver las
brujas de Zurragamundi y al barrio minero de Gallarta que quieren rehabilitar y
dónde han construido un museo minero. Una vez el del autobús no me dejó subir a
una de esas excursiones porque le asustaron mis pintas y aseguró que no
quedaban asientos libres, cuando el bus iba casi vacío. Cuando limpiaba la ONG
recortaba los periódicos antiguos y los “20
minutos”. Una de las monitoras se parecía a Audrey Herburn en Diario de una monja. Me decía que no
podía hacer bien las cosas al barrer si estaba pensando en Unamuno. Por el
centro desfilaban distintas asistentes sociales, mujeres casadas y aburridas.
En los ratos muertos leía libros. Recuerdo a un funcionario gris que cumplía
con su labor y tenía novia formal. No hablaba con nadie de 8 a 3, en que se
ponía su gabardina gris y se iba. Una de las activistas de la ONG me encargaba
ir al estanco a por sus puritos de sabores. A veces me fumaba uno, sabía a café
con leche. Otras veces tenía que arrastrar carretillas con informes y trastos
viejos del almacén. Ordenaba albaranes, hacía fotocopias y así curioseaba en
sus proyectos sociales. Siempre estaban defendiendo a mujeres maltratadas,
convocando manifestaciones LGTB o huelgas de trabajadores y haciendo gestiones
con sindicatos. Aquellos activistas volaron enseguida mi imaginación y escribía
cuentos sobre ellos en el ordenador, mientras creían que pasaba datos en el Excel.
Uno de los activistas, parecía el jefe, creía que tenía alma de artista y no de
trabajador y valoraba mis cuentos kafkianos. Pero siempre le parecían historias
tristes y me pedía una historia en positivo. ¡Qué imaginación tienes, cómo
exageras lo que no son las cosas! A veces me grababa la música new age que
escuchaban y leía los libros de sus estanterías. Pero si ponía un disco de rock
una de las activistas se despertaba, le molestaba mucho aquel ruido estridente.
No tardaron en echarme también de allí porque se me ocurrió titular los
informes que tenía que trascribir con letras Word Art de un color estridente.
Al menos en este trabajo no me sentí tan humillado como de camarero; tirando
todos los cafés ante un niño que se reía de mi torpeza o no quedándome redondas
las bolas de los helados. También repartía propaganda de la ONG por los buzones
y cuando me aburría de ellos la acaba tirando a la basura.
Vendedor de loteria
Dejé la ONG y fui a una ETT en jardines de Albía.
Una chica me atendió educadamente. Me acordé de la funcionaria de Lanbide que se
había reído del currículo de mi amigo filósofo, hecho de ambivalencias y
aforismos, para luego ponerse sería; “esos casos políticos son más difíciles de
tramitar”. A mi amigo le habían hecho moobin en la radio por temas políticos.
Consideraban españolista entrevistar a un intelectual de la movida en el café
Gijón. Le despidieron improcedentemente, recurrieron judicialmente y acabaron
pagándole una indemnización. “Jamás trabajarás en ningún medio de comunicación
público mientras nosotros estemos en el poder”. Parecía un farol, pero fue así.
La mayoría de mis amigos periodistas trabajan como freelance, por pieza. En
estos días es muy difícil un contrato fijo. El periodismo está en crisis desde
los 70. Algunos se han reciclado en talleres literarios, o haciendo de asesores
y ejecutivos culturales en un bar, recomendando al dueño el mejor precio para
los pinchos. Allí en la ETT algunas personas consultaban ofertas de empleo en ordenadores y otros en el periódico. Me
consiguieron un trabajo de vendedor de lotería de la cruz roja por la Gran Vía,
aunque enseguida pasé del itinerario marcado y se la vendía a mis amigos en
recitales y saraos continuando mi ajetreada vida cultural.
Comercial de telefonos
Otro de los trabajos resultó el timo de la pirámide.
El anuncio en el periódico servía de anzuelo. La empresa estaba en un bloque de
pisos, y me recibió una secretaria en un despacho vacío. Nos metieron a los
futuros vendedores por pisos en una sala en la que un chico joven alardeaba de
todos los contratos que había conseguido en un solo día y los demás, sentados
en sillas de plástico, debíamos imitarle. De contra ejemplo ponían a un señor
mayor, modelo del fracasado, que no vendía nada y al que iban a despedir por no
hacer ningún contrato. Así funcionaba la empresa en forma de timo de pirámide
invertida. En las dietéticas se aprovechan de mujeres dispuestas a vender
productos de limpieza a sus amigas y las acaban esclavizando. Tuve que
comprarme un traje con corbata en el chino y madrugar todos los días para hacer
contratos por las casas. ¡Me dio tanta pena venderle la compañía de teléfonos a
un abuelo que respiraba por una bombona de oxígeno! Aquel contrato mefistofélico
había que firmarse antes de que muriera. La empresa fantasma cerró, se evaporó
de la noche a la mañana. Se desmanteló la oficina y despareció secretaría y
despacho. Me encargué de llamar a todos los que había hecho el contrato para
que denunciaran el engaño de aquella telefonía. Nunca me pagaron.
Mis coqueteos con cine y teatro
La misma ETT me puso en contacto con una agencia de
modelos y actores. Allí me hicieron gratuitamente un book de fotos, no me
imaginaba por la pasarela Cibeles luciendo trajes, aunque había hecho de modelo
en el centro comercial del pueblo. No tenía un cuerpo musculado, pero a veces
buscan modelos feos y cosas así. Me presenté a varios castin, tal como está el
trabajo y como había asistido muchos años a una escuela de teatro, no me
pareció una idea tan disparatada. Allí en la escuela de arte dramático te
enseñaban la teoría de Stanis-whisky, como el profesor lo llamaba. En toda obra
hay un protagonista, un antagonista y un objeto del deseo, que suele ser la
mujer cosificada como trofeo final. Me
sentía como en el actor estudio, con Marlon Brando y James Dean y una Marilyn
Monroe insegura de sus dotes interpretativas. Era todo muy alternativo: moverte
por una habitación con las paredes formadas por espejos sintiéndote un árbol
que despierta a la vida desde sus raíces y se va expresando creativamente por
el espacio. Hacíamos improvisaciones y lo pasábamos muy bien. Mis padres creían
que aquello estaba lleno de abertzales y gente de mal vivir. Quedaron
horrorizados el día que celebraron una exhibición de teatro y disfraces, e
interpretaron una especie de aquelarre con la profesora de teatro vestida de
macho cabrío. Hicimos varias obras, estropeando piezas de Lorca o obritas que escribíamos
entre la profesora y yo. Pero nunca llegué al Arriaga, lo máximo que me pagaron
fue como extra en dos películas. (Aunque de esa escuela han surgido actores de
vaya semanita o Unai Izquierdo que salía en un programa de telebilbao)
La película era sobre dos adolescentes marroquís que se amaban a
escondidas en un colegio de Atxuri. Aquel día llovió mucho, y tardé toda la
mañana en encontrar el colegio donde se rodaba. Cuando llegué, calado hasta los
pies, las maquilladoras me dispararon con el secador y quedé perfecto. Al final
no llegué a salir en la película, pero me pagaron y me invitaron a comer a un
chino con actores muy importantes a los que no sabía ni qué preguntarles entre un
rollito de primavera y otro. El director de esa película falleció al poco y muy
joven. Me encontré con Alex Angulo entre aquellas grúas y cámaras, y ese mismo
fin de semana tuvo el accidente de coche fatal Luego conseguí ser taquillero en distintos
festivales de cine. Incluso miembro del jurado en el premio-joven en el
festival de cine de Donosti. Se me había antojado visitar el hotel María
Cristina, por cuyas escaleras bajaban Penélope Cuz y Javier Bardem. Una fan la
gritó; “quiero ser como tú”. “¿Actriz?” “No, famosa”. Mis sueños de vivir en
una buhardilla de Grenwith Village e ir a los teatros de Broadway no eran tan
disparatados. Me sentaría en un banco de Manhattan con Woody Allen en un extremo
y Paul Auster en el otro, a contemplar rascacielos. A Woody Allen le conocí en
ese festival de San Sebastián y fui a una conferencia de Paul Auster y a otra
de su mujer sicoanalista. ¡Ya no necesitaba ir a Nueva York! En el festival tenía
que repartir una libreta y un boli y a cambio me veía todas las pelis gratis, nos
daban bocadillos al mediodía y al final montaban una fiesta en un bar. Me llegó
otra oferta para salir en una película. Pagaban una pasta. Y no era un trabajo
más extraño que el resto de los que he hecho, todos como de Bukowsky, encerando
coches y de ese pelo. Sentía que era la oportunidad de mi vida aquella peli,
pero esa misma tarde me volvieron a ingresar.
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