lunes, 6 de agosto de 2018

MARIA Y JOANA, DELGADAS COMO EL VIENTO


En el objetivo tercero del plan de desarrollo de la ONU se habla del desarrollo en salud y bienestar del cuerpo fisico. Hacen mención a la reducción del VIH/sida en los países del primer mundo, no sólo en el mundo homosexual. Pero sobre todo en los del tercer mundo, que es dónde más se da, de forma alarmanente, junto a las muertes por parto y otras enfermedades. No tienen los servicios sanitarios e higienicos ni los medios anticonceptivos que aqui tenemos. (Fue una lucha entre las primeras feministas lograr estos anticonceptivos aunque la iglesia sigue condenandolos en sus prejuicios) Sin embargo, en este relato quiero hablar de los problemas de salud del primer mundo. Los que no pasan hambre pero deciden dejar de comer. Quiero exponer en este cuento el problema de la anorexia y la bulimia, a la que nos incita un modelo de televisión y de consumo que rinde culto al cuerpo y a su esclavitud; vigorexia en los gimnasios, medidas perfectas, modelos 90- 60- 90 y esteorotipos impuestos... La belleza es relativa. El hombre del paleolitico escogía como su pareja a la mujer más gruesa y de pechos más prominentes ya que esto garantizaba muchos partos y la continuación de la especie. Al igual que Rubens pintaba a sus venus obesas ahora el canón está en las modelos de ropa esqueleticas y enfermas de Raphn Lauren o en la propia serie Aly Mcbal. El romanticismo puso de moda a esas mujeres delgadas y de tez pálida (Coger un moreno veraniego estaba mal visto, era sinonimo de ser una esclava que trabajara la tierra de sol a sol). La emperatriz Sissí se sentía más bella cuanto más enferma estaba, una inseguridad alimenticia que también tuvo lady Dy. Pero la obsesión por la delgadez es una enfermedad, y una patología mental, que puede llevar a la muerte.   
 
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María se sentaba siempre en la última fila de clase. De niña se llevaba a la boca las gomas de borrar, las llamaban de nata. La profesora la había castigado por dormirse en clase. -Ya está otra vez la niña mirando musarañas- La enviaron al aula de castigo, al final de un pasillo inmenso y oscuro. La profesora no sabía ya que hacer para que se atase bien los nudos de la bata. Se encerraba en el cuarto de baño y escupía, hasta que se ahogaba de vómitos. Le hubiera gustado escupir todas las palabras que se le habían quedado dentro y reducir su cuerpo hasta mimetizarse con las baldosas del servicio. A veces María venía a clase con un zapato de cada color, le hubiera gustado llegar un día con los zapatos de cristal de la cenicienta. Siempre venía sucia y llena de manchas de barro de perseguir mariposas por el parque.  A sus padres les preocupaba lo sucia que era María. Pero no era así. En la bañera se podía tirar hora y media dentro de un mar de espuma. Le gustaba hacer pompas de jabón con una pistola que le regaló abuela. Cada pompa era un sueño, una nube que escapaba de su cabeza. María se sentía marrón y se frotaba fuerte con la esponja intentando quitarse la suciedad de su piel. Pasaba demasiado tiempo en el cuarto de baño. Ya de mayor la sicoanalista cognitivo-conductual le hablaría de fases anales. Pero ella solo entendía a sus doce años el lenguaje de las pompas escapando como suspiros de su boca o la flor del abuelito cuando la soplas. El lenguaje de las mariposas, a las que perseguía por los prados, gusanos que se sentían sucios y mudaron de piel para volar y ser libres en el viento. Solo viven un día, dicen, pero para ellas es una eternidad. María quería volar. Hablaban de que no era normal, que hacía cosas que no eran propias de su edad. Necesitaba un abrazo, pero su padre siempre estaba trabajando.  María hacía cosas malas, pero las hacía sin querer, no podía evitarlas. La única forma de escapar al acoso de su colegio era huir y volar. 

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La madre hablaba y hablaba con la profesora y de su boca salían más pompas de jabón, palabras duras de tiza blanca que explotaban en la gris pizarra. Hablaban de colegios especiales, de sicoanalistas y de programas de televisión en que salían niños conflictivos en terapias. Sus padres no solo decían que era sucia, también mala. Fueron las últimas palabras de su abuela; -eres una niña mala, te ha comido las aceitunas del tío sin pedir permiso a nadie- María escupió las aceitunas mientras su abuela moría. María era sucia y mala. Todas las personas de su vida se habían permitido aconsejarla, darle lecciones como si ellos fueran felices. La habían llenado la cabeza de palabras y estas son muy difíciles de sacar si se incrustan en la cabeza de una niña. Las palabras eran como un chicle explosivo que se enredaba en el pelo y que luego duele cuando la niñera te lo intenta quitar con el peine de oro. Le hubiera gustado tenerlo rizado como ricitos de oro, comerse la sopa de los osos sin sentirse culpable. Y luego no vomitarla. A María la habían contado muchos cuentos, hasta que un día dijeron que ya era mayor y entonces solo la contaban cosas tristes. En los cuentos, por crueles que sean, los malos acaban mal y los buenos bien. Pero en la vida real no es así. Johana la había dejado sola. 
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El cura del colegio vivía en los cuentos también, pera muy inocente, o eso decía la abuela. -Este hombre se ha quedado en la utopía. Estamos en los 90 y ya no se llevan los curas obreros comunistas ni los malos y buenos- Para el cura María era una pecadora y Johana una santa beata, pues era muy callada.  Johana era la mejor amiga de infancia de María. Era alta y espigada y tan delgada que el viento se colaba a través de ella y la llevaba en volandas en los días de frio. A las dos amigas les gustaba jugar con las hojas caídas de los árboles. Decían ser las diosas del viento, y que las hojas volaban obedeciendo su designio. Joana había dejado de comer en el comedor del colegio hace ya muchos otoños. María recuerda que siempre escupía el puré, le parecía normal,  el puré era un asco que compraban de marca blanca. Un otoño muy fuerte Joana fue barrida junto a sus hojas. Tenía anorexia. También decían enanismo. María se quedó sin amiga. A María también la diagnosticaron bulimia, había querido imitar a Johana incluso en eso. 

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María no tenía más amiga que Joana. Al entierro fue vestida de negro y Ana la niñera la puso un lacito en el pelo lacio. Habían ensañado con el cura todas las oraciones y todo salió según lo programado. Los llantos de María se oían más alto que al párroco. Le impresionó ver a su amiga encerrada en una caja de madera. Era como esconderse en el armario, ese juego que tanto las gustaba, solo que esa puerta ya no se abriría más. Sólo para exhibirla por última vez. La gente dejaba caer lágrimas y demasiadas palabras a la urna de cristal donde Joana, como una bella durmiente, esperaba un beso que la despertara. 
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María se acercó a ella. Joana era más guapa que ella, incluso ahora que estaba tan blanca y pálida. María la dio un beso en la mejilla, pero ella no despertó. La gente se abrazaba y aquel día incluso su padre la dio un abrazo. Toda la parte de quemarla y hacerla ceniza fue algo que María no vio. Cerró los ojos y pidió a ese dios del que hablaba tanto el cura, que fuera para siempre.  Pero los ojos de María volvieron a abrirse y en cambio los de Joana ya nunca más. El mundo era injusto,  se había llevado a Joana que era una diosa del viento y no a ella, que no era nada. 

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María volvió abrir los ojos. Era la pesadilla de rencontrarse en su cama otro día más.  La vida no te deja elegir; te abre los ojos y te hace ver lo que no quieres. María no quería morirse, aunque fantaseara con ello, había cosas que le gustaban de la vida. Quería morir por un tiempo. y luego despertar. Y eso solo nos lo permiten los sueños o el arte; el mundo interior. Lo inconsciente comunica los caminos entre la muerte y la vida. Los sueños son ensayos para la muerte que hace la vida con nosotros. Las hojas volaban aquel otoño en el patio del recreo. Pero ahora las han barrido.  Alguien dirá que las hojas las movía el viento y no ellas, que la muerte es la que gana y nosotros solo otras hojas más. 
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María dejó de hablar después de la muerte de Johana. Era la principal preocupación de los profesores, te enseñan a hablar para mandarte callar en clase. María abandonó su verborrea y sus nuevas amigas la condenaron al silencio en sus frívolas conversaciones. Los adultos jugaban a mentir y esconder su interior. Ella lo escuchaba todo y callaba. Todos se permitían aconsejarla y todas esas voces y palabras se le enredaban en su cabeza como chicle en el pelo. Formaban en ella una marabunta de pensamientos que no la dejaban dormir como hilos enredados en un laberinto, entre los que se había atascado su diadema de princesa. La niñera seguía peinando a su princesita, cada vez más delgada. Se había obsesionado con ser como su amiga, y como las modelos de las revistas y la televisión, como las damas de clara blanquecina de las novelas románticas que exhalaban suspiros en sus cajitas de rapé. Avergonzada de tener aquel cuerpo lastrándola y no poder fundirse en el éter de las ideas, se iba convirtiendo cada día más en un fantasma. Se fundiría en el viento, se haría tan pequeña e invisible que ni siquiera la notarían en clase, desapercibida en la última fila como un mueble más. 

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María miraba por la ventana de su cuarto, pero su cuarto no era un torreón ni su niñera el dragón que la custodiara. Su príncipe azul sería el sapo verde de su primo con quien sus padres bromeaban casarla de mayor. La cabeza de María quería explotar, estaba llena de palabras y hay palabras con las que es imposible entenderse. Algunas sólo tenían la misión de que esa que esa noche María no soñase. En esas “noches de voces” recordaba todo lo que la habían dicho desde niña, encontraba las contestaciones cuando ya no estaban las personas que la habían vacilado. El fantasma de Johana se le aparecía con la luna. Y ya sólo hablaba con ella. Guardó su corazón en una caja que se derritió al llegar al invierno. Tenía mucha necesidad de expresarse, pero sus amigas eran unas interlocutoras impacientes y egoístas. A nadie le importaba lo que sufriera. La comunicación era imposible, o solo un juego de máscaras y pelucas blancas. Nadie hablaba del interior ¿Qué más daba contar su vida a la psicóloga del colegio o quedarse callada? 

Resultado de imagen de anorexia idealizadaLa profesora se puso muy pesada en que María escribiera correctamente. Tenía una letra garrafal que no encajaba con “la letra de niña”, aquellos cuadernos impolutos con letra positiva y ascendente. María rellenaba cuadernos de caligrafía y los de Rubio con cifras. Repetir palabras era como dibujar números, un acto mecánico en el que descansaba su pensamiento invasor e incesante. Y protegía su interior, pues eran palabras de otros. Luego llegarían los ordenadores; ya no importaba su letra y le corregían hasta la ortografía. Solemos olvidar que el lenguaje sólo es un instrumento y que lo importante es el fondo y no jugar con palabras vacías. Si la novela o la conversación la aburrían empezaba a fijarse en el cómo, en la forma, y no en lo que dice. No había sitio en la cabeza de María para más palabras. Asentía a todos con la cabeza y no hacía caso a nadie. Pero las palabras se le quedaban en la cabeza como intrusos okupas montando fiestas a las dos de la mañana. A María le descubrieron un principio de esquizofrenia. En vez de una princesa, como Johana, se sentía la bruja malvada del cuento o la secundaria, ni siquiera la cenicienta. A sus padres les oía decir que se habían separado por su culpa, a los psicólogos que era una niña problemática y al cura que la había poseído el demonio. Todos hablaban y hablaban, María era de las pocas que aún escuchaban. Sus amigas iban con cascos para abstraerse en músicas extrañas, sólo se escuchaban así mismas. María abría los ojos cuando todos dormían. Se llenaba la cama turca de un teatro de sombras chinescas y recordaba los ojos apagados de Johana como los vellones de una última función. Ella no era quién para decir a los demás que vivían en penumbras. 

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María sería los ojos de Johana, que ya no podía ver, y Johana su alma. Por suerte ella estaba ahí para contarle como seguía la vida a su amiga. -Las hojas en el parque a veces te extrañan, aunque se ha llenado de heroinómanos-, le dijo esa noche.
María siguió sentándose en la última fila de clase, así veía a todos y nadie la miraba a ella. Y era invisible como los fantasmas. El asiento de Johana lo ocuparon otras niñas. María se tapaba los oídos cuando oía gritar a sus padres. A María le brotaron pechos más tarde que a las demás alumnas, pero fue de las primeras del curso en conocer la palabra divorcio. María mordió la manzana envenado del lenguaje, en el saco de manzanas podridas y palabras crueles. 

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Sus noches se perdieron en un hilo de rueca y sueño eterno. Johana aparecía con la cara pálida y un ramo de violetas sobre su pecho inerte. Johana se había ido sin mojar siquiera una compresa de sangre.  María rebuscó en el baúl del desván una foto en el álbum familiar en que se las viera a los dos amigas sonriendo, una prueba de que había tenido una infancia feliz. No la encontró. En la foto de la primera comunión, Johana aparecía con cara taciturna y el ceño fruncido. El fotógrafo terminó por echarla del estudio: Johana estaba muy enfadada ese día, no la habían dejado llevar un vestido rojo y sacaba la lengua a la cámara. Les pareció que quería llamar la atención vistiéndose de domadora de circo, aunque ella quería ir como caperucita roja a la celebración. Johana había muerto sin ver su primera regla, pero sí el váter lleno de sangre roja al final de sus vómitos. María ni siquiera quería gustar a los chicos, que a veces la tocaban las tetas y tenía que volver a esconderse en el váter. A los chicos les gustaban las chicas delgadas, de medidas perfectas, pero ella sólo quería gustar a su amiga muerta. María no sabía cómo acabaría su vida, ni siquiera por qué seguía viviendo. Sólo sabía que la vida nunca termina como en los cuentos. 

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