miércoles, 1 de agosto de 2018

LOS ALTOS HORNOS DE BILBAO


Quiero contar la historia de los Altos Hornos de Bilbao y la de mi pueblo Baracaldo y la margen izquierda, para así poder construir un futuro sin empresas contaminantes y sin explotación a los trabajadores. En este plan de desarrollo de la ONU hay varios objetivos relacionados con la eliminación de fábricas como esta. En su objetivo séptimo se habla de crear una energía asequible y no contaminante (energía natural, solar, eólica…), En el octavo proponen un trabajo decente sin frenar el crecimiento económico. En el noveno sugieren que la nueva industria ha de innovar en sus infraestructuras y en el décimo quieren reducir las desigualdades económicas (la margen izquierda y la margen de derechas). En el undecimo proponen crear ciudades y comunidades sostenibles, como la de este nuevo Baracaldo rehabilitado y reconvertido.  En su objetivo número duodecimo proponen crear nuevas empresas en desarrollo sostenido con el medio ambiente, con una producción y consumo responsable. Otros de sus objetivos también se relacionan con la nueva empresa  ecológica. El pacto mundial de empresas se compromete a respetar estos objetivos de la ONU. En los dos primeros objetivos se habla de garantizar los derechos humanos a los trabajadores, que los AAV no respetaron. En el tercero se reconoce el derecho de huelga, de afiliación a sindicatos y a la negociación colectiva. En este relato también me referiré a los primeros sindicatos, casas de auxilio, partidos, y movimientos obreros. En el séptimo objetivo vuelven a hablar del respeto de la empresa al medio ambiente y lo repiten en el octavo y noveno principio. 
 
 

Baracaldo se despertaba con la sirena de los altos Hornos de Vizcaya. Los altos hornos se habían creado a principios del siglo pasado. En 1902 se unieron la Iberia, los altos hornos de Bilbao y la Vizcaya. Los ingleses instalaron aquí su industria. Éramos el culo de la corona inglesa, que expulsaba por sus nalgas un humo fabril y contaminante. 

 
En las minas de Gallarta, Ortuella y Triano, en las Encartaciones y en el valle de Trápaga, se extraía el hierro en minas abiertas y cerradas. Los mineros, sucios y ciegos, apenas iluminados por un candil, extraían los minerales y el carbón mineral. Lo montaban en vagonetas en tranvías áreos suspendidas por cables hasta los cargaderos del puerto.  Se trasportaba por el tren de la robla (hasta León), el de la franco belga y el de la lutxana mining. Las personas viajaban junto a las materias primas en estos trenes de capital inglés, francés y belga. Llevaban el hierro y el mineral hasta el puerto de Santurce y hasta los altos hornos. 

 
La empresa alcanzó los humos más altos y la mayor producción en la época de Primo de Rivera y siguió durante todo el franquismo. La guerra civil respetó esta fábrica, apenas bombardeada.
En los 70 la crisis de la reconversión industrial hizo reducir sus instalaciones y hubo despidos masivos. El fantasma de un paro subvencionado visitó este pueblo que se iba deshabitando. En sus mejores tiempos Baracaldo tuvo más de 150 mil habitantes. Emigrantes de toda España llegaron en su éxodo rural a trabajar en esta industria, la más importante del país. Sobre todo, andaluces, gallegos y castellanos. Baracaldo se llenó de centros regionales y barrios gallegos en los que sirven pulpo, y se fue poblando de casas baratas, ratoneras funcionales en que varias familias obreras compartían la misma habitación. También se construyeron las casas de los ingenieros en san Vicente, más lujosas, junto a la iglesia y el antiguo ayuntamiento. Y así, este pueblo agrícola, de cuatro caseríos y huertas instaladas en un monte, se fue poblando con la revolución industrial. Los molinos de viento, haizerrotas y los de hierro, ferrugolas, se vieron desplazados por estos hornos gigantes de Gargantua, minotauro del nuevo laberinto de calles sin nombre, estrechas y angostas. Las calles se llamaban la Felicidad, El ahorro, El orden…y otras virtudes que las familias obreras debían tener. 

 
En el puerto de Santurce se traía la hulla y el coque inglés y otras materias primas necesarias para la combustión del enorme monstruo de hierro eléctrico. Muchos barcos fletaban la carga del hierro fundido en los hornos Y se exportaba la producción de acero a Inglaterra y otros países europeos. El puente colgante de Portugalete se abría, y también el de la Salve en Bilbao, para dejar paso a estos barcos de mercancía de acero. En el puerto había un trajín de barcos pesqueros y de carga de mineral y una sardinera iba de Santurce a Bilbao por toda la orilla, con la falda arremangada y luciendo la pantorrilla. “Sardinas frescas”, gritaba con el cesto de pescado en la cabeza mientras recorría toda la margen izquierda; Santurce, Portugalete, Sestao, Baracaldo… 
  
En la margen derecha los ingleses y las familias aburguesadas (de los propietarios de los hornos; Los Ibarra, los Etxebarria, los Chavarri, la banca Urquijo, la banca del BBVA…) instalaron sus lujosas mansiones. Neguri o el palacio de invierno de la burguesía, Algorta, Getxo, Plentzia… Palacetes manchados de sangre y culpabilidad, dónde ahora hay un puerto depor-pijo y avenidas y paseos palaciegos. La ría dividía en dos los alrededores del Gran Bilbao. A un lado las mansiones de los príncipes de cuento de hadas y al otro las ratoneras funcionales de las ranas. La ría del Nervión partía este pueblo en dos, como herida infecta que no sana, supurando un agua contaminada, con la sangre y el sudor de los obreros. Y en Baracaldo tomaba el afluente del río Cadagua, lleno de caca agua y del Galindo, una ría sucia de lo lindo. 

 
En Sestao quedan ruinas de los astilleros de la Naval y se instaló el club de remo Kaiku. Por la ría ahora pasan botes que hacen rutas turísticas, avergonzados de un pasado tan sucio. Los altos hornos instalaron sus fábricas en Bolueta y Basauri de Bilbao, en Erandio en la otra orilla y sobre todo en Baracaldo; en la vega de Ansio (donde ahora se yergue el BEC o la feria de muestras de Bilbao) y en la zona de Lasesarre, en el muelle que se llamaba el desierto, pues antes sólo había un convento de carmelitas descalzos que descalzos caminaban por su desierto. Construyeron después la iglesia del Carmen, la virgen patrona de Baracaldo, Sestao y Santurce. La virgen bendecía a los marineros cuando iban a faenar al mar o a pescar bacalao y ballenas en Terranova. La orilla izquierda del Nervión se llenó de grúas y barcos. Las fábricas se peleaban por alzar la torre más alta y contaminante. Los hornos Bessemer eran la última tecnología, traída de Alemania, en los cuales el hierro se fundía hasta ser convertido en acero. Venían a sustituir los hornos eléctricos Martín-Siemens, desfasados. 
  
Ya nada quedan más que ruinas de este pasado fabril y ahora mientras paseo por el paseo marítimo veo las antiguas oficinas de los hornos, el edificio Igner, la escuela de aprendices y otras naves industriales que se han rehabilitado y dado nuevos usos, culturales o estéticos. En Sestao aún está la Naval, aunque apenas ya nadie trabaja allí después de las masivas huelgas y el conflicto obrero de los  80 al cerrar los astilleros.  Desde el 99 toda esta zona es patrimonio cultural. Vi cómo derribaban la última de estas grandes torres, la más alta y emblemática. Saqué una foto de la demolición. Han desmantelado toda la fábrica. Dicen que se la llevarán a África y empezarán de nuevo, engañando a otro pueblo para explotarles como hicieron con nosotros. 

 
A veces nos sacaban de la escuela al patio, había una fuga de gases y azufres. La fábrica condicionaba la vida de todo Baracaldo, desde que despertaba a sus trabajadores con su sirena chillona e impertinente hasta que se acostaban con aquellas chimeneas de Blade Runner centelleando en el cielo. “Los altos hornos iluminan todo Bilbao” Los obreros entraban a las 7 de la mañana y sólo tenían una hora para comer, a la tarde volvían a sus puestos hasta bien entrada la noche, trabajando a destajo. Baracaldo se llenó de bares y tascas, tabernas donde ahogar el dolor de sus vidas y compartir txikitos (ahora pintxo-potes) catando bilbainadas y bertxos. Baracaldo tenía el aspecto gris de una Springfield de los Simmons. En Baracaldo, como en el verso de Blas de Otero, siempre llueve y llueve. Si San Sebastián parecía un París en miniatura, Bilbao era un Londres siempre lleno de niebla, bruma, en un cielo apagado, pero ardiendo de humo. 

 
Ahora Baracaldo ha alzado nuevas torres, las de San Vicente. Y por fin respira por el pulmón del parque botánico, dedicado a Ramón Rubial, un socialista. En Gallarta, en un pueblo de mineros, nació el partido comunista. Mi bisabuela era vecina de la Pasionaria. En su caserío la yaya recogía a los maquis y a los escapados de aquella cainitica guerra civil. Baracaldo fue siempre pueblo de obreros y escenario de los movimientos obreros. Se unían en sindicatos para protestar por las duras condiciones de la fábrica, y en el partido socialista, o el anarquista de la CNT. Ahora Baracaldo se ha poblado de paseos marítimos, como una ciudad jardín y dormitorio envejecida y súper poblada. En la explanada de la fábrica hay centros de interpretación industrial y nuevos centros comerciales como el Max Center, el Mega Park o el Carrefour. Desde los montes de Rontegi se puede ver esta ciudad crecida en una ladera en cuesta, con sus torres de iglesia y de centro comercial en vez de chimeneas, y el puente de Rontegi que lo comunica con Bilbao. 
 

Había otras fábricas (y algunas siguen en funcionamiento): la Orconera, Babcock y Wilcox en la vega del Galindo, la fábrica del Carmen, la de Santa Águeda en el monte del Regato, la de Castrejana, la de Recalde, la fábrica de Sefanitro que alza un humo sulfúrico a las nubes plañideras. Parece que los ángeles en vez de llorar sirimiri y cala-bobos han orinado sobre mi pueblo. Esta fábrica siderometalúrgica llenó de paranoia a los habitantes del pueblo, reduciendo su cerebro a chatarra y su corazón a hojalata. Los obreros eran hombres duros, curtidos en el peso y dolor de la vida, hombres graves y pesados que te contaban su vida en las cantinas. Ellos representaban la modernidad y la insoportable gravedad del mundo y yo a su lado sólo era una mariposa revoloteando de levedad postmoderna, entre sus historias, sus carajillos y vasos de vino. El patrón les obligaba a comprar todos los productos de primera necesidad en la cooperativa, junto al moderno edificio de justicia. Todos estos nuevos edificios los creó el ingeniero Gorostiza (la residencia Miranda, el mercado de la Herriko Plaza…) El patrón les proveía de una cartilla de racionamiento que cambiaban por pan y alguna legumbre. Baracaldo era una torre de Babel de inmigrantes y cada uno hablaba en su propio dialecto, pero todos gritaban en el mismo chillido de Munch, con el puño en alto. Las casas obreras sólo tenían un hospital popular, san Eloy. Las casas baratas formaban una cooperativa. A veces estallaba el tren de mercancía o moría un trabajador en la fábrica pero un silencio cobarde era toda la respuesta del viento. Sentado en el mirador del monte de Rontegui diviso mi pueblo, creyéndome un Whitman cualquiera fumado hojas de hierba. Pero este bardo se ha quedado afónico bajo las nubes grises. ¡Oh musa Memosime, recuerda la historia de mi pueblo! Porque quizá podamos aprender del pasado y de nuestros errores. Porque quizá me broten alas y pueda escapar de este pueblo fabril, sobrevolar sus tejados y ver mi ciudad desde arriba, como si no me afectara, en la distancia y objetividad que da el tiempo, como si no fuera mi pueblo. 

 

1 comentario:

  1. Quisiera tener datos históricos sobre un familiar que trabajó ahí, Vicente Velasco Arriaga, entre 1902 y 1936. Por favor contactarme a: ejulioestrada@gmail.com
    Gracias.

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