domingo, 1 de mayo de 2016

El mundo literario


Habrá un tiempo- profetizaba Tromsky en su ensayo “sobre las artes”- en el cual se verá el Capital (Biblia proletaria) como una obra literaria más de literatura fantástica o literatura- ficción. Ese tiempo ya ha llegado. Aún comprendemos sentimientos de los marxistas pero llegará el día en que hayan cambiado tanto las palabras y sus contenidos que los semiólogos descifren “signos lingüísticos” como se hace con las obras medievales, tomando esta obra simplemente como un puzzle intelectual, un juego ingenioso de descifrar significaciones tras las palabras. Antes eran serios estudios socioeconómicos o libros cargados de agresividad verbal y de sentimientos, hoy son sólo literatura utópica, para niños. La literatura marxista, que se preciaba ella de realista... resulta que hoy es fantasía pura. ¡Cuanta polémica nos dio Gorki y La Madre que Gorki parió! Todo escritor debía escribir como Gorki aunque no fuera Gorki ni tuviera madre revolucionaria. Y por aquellos tiempos de realismo, poco mágico la verdad, tan duros, tan férreos, había que seguir el materialismo artístico de la URSS a rajatabla y los comunistas disidentes fuera. Y en Europa teníamos aún eso tan aristotélico del escritor- obrero, el escritor como mero técnico, mimético, compilador de su realidad social, olvidando un poco las teorías expresionistas y el intimismo romántico que era ya ipso facto acusado de prejuicios y sentimientos burgueses. Ahora Marx es como Michael Ende o Robert Fisher y sus libritos de serenidad con la vida y optimismo con el sistema. El tiempo ha avejentado el realismo aquel y lo ha convertido en literatura de utopía.

¡y eso que el materialismo didáctico, como aquel viejo capitalismo positivista, se proclamaban “realismos” a ultranza! Algún día se verá la literatura autobiografica de un hombre, cargado de sentimientos, como simples signos lingüísticos puestos unos detrás de otros. Y de hecho ya se dice esa frase tan anti- literaria, tan anti- vital de “la literatura se hace con palabras, no con sentimientos”. Genial, ósea que reducimos todo el infierno mental neurótico que vivía Virginia Wolf a simple recursividad verbal que ella tenía. Y por esa regla de tres, que viene del parnasianismo y de la teoría de Poe, resulta que los escritores pueden permitirse no ser sinceros, no ser auténticos y ser unos tipos que fingen impostados sentimientos. Pos vaya. No es ese mi concepto de la poesía o del arte, la verdad poética es precisamente la sinceridad del poeta, al margen de que los demás lo llamen ¡mentira!.

Reducimos todos los sentimientos románticos a meras palabras, puestas unas después de otras, cuando no los sistematizamos en patologías sicológicas, creyendo así que los comprendemos. Y de esta forma da menos miedo la voz humana de un hombre que habla a otro hombre. Las obras medievales nos dejan helados, no porque fueran frías y hechas sin sentimientos, sino porque al cambiar las palabras, cambian sus contenidos ya no podemos contagiarnos de las emociones del escritor. Ya no sentimos vivo ese texto, sino que nos llega casi esquizofrénicamente las voces, daimones y conciencias personales de unos muertos, neuróticos, haciéndose pajas mentales sobre metafísicas en las que hoy en día no cree ni el más soñador de los soñadores. Y este San Martín le llega a toda obra literaria. Es triste el ciclo de la vida y la muerte, porque realmente sólo existe la eternidad del recuerdo y este recuerdo, como parte de la memoria que es, acabará distorsionado, y al final... tristemente olvidado.

La literatura, por libre que fuera en su tiempo, acaba fosilizada y disecada por los críticos. Por crítica que fuera esa literatura acaba legitimando aquello que criticaba, como los istmos y vanguardias que criticando a los burgueses se convirtieron -por desgracia- en sus patrones y espejos de identificación. Y este “por desgracia” lo compartimos muy pocos, pero es la clave de lo que quiero que se entienda. ¿qué pasaría si resucitase ahora cualquier escritor surrealista- marxista y escuchase a una de mis profesoras de Deusto reduciéndole al esteorotipo- casilla de “burguesito con problemas mentales”? Se revuelven en su tumba estos hombres porque les hemos convertido en objetos. Se hace de aquello que antes molestaba (porque estaba vivo) canón y establisment de mortuorias academias. Se racionaliza el inconsciente y el absurdo intentando matarlo o reprimirlo, y se aprehende la vida irracional con el propósito de oscurecerla con el lenguaje, igual que se pretende matar el “caos” natural del que todo parte con nuestra “ordenada” civilización o sistema social, nuestras ordenadas muertes en una guerra “natural” y demás ordenes nuestros; orden de enviar a unos a la silla eléctrica, orden de obedecer siempre a la autoridad y sobretodo establecer un orden mental del que no podemos salirnos. lo real es racional y lo racional real. Se convierte de esta forma el Capital en un clásico, es decir; una especie en extinción, nos obliga a leer. Como clásica es la Biblia, que encontrarás en cualquier hotel o en toda biblioteca pero como simple objeto fetichista de ostentación de no sequé, pues los cristianos nunca se han tomado muy en serio las enseñanzas prácticas (parábolas sí pero sobretodo hechos) de Jesús.

          Y sin embargo, no sirve descontextualizar a Platón, del que nos separa un abismo histórico. Se trata tan sólo de tener un poco de sentido común, e intuitivamente nos hacemos la pregunta de...¿Si San Agustín viviese ahora escribiría a favor del mundo materialista actual? Ya sabemos la respuesta, intuitivamente (ósea después de leerle, claro) Sabemos lo que este hombre pensaría de vivir en nuestra época y sólo invocamos su nombre sabiendo que él no se revolvería en su tumba. Te imaginas a Comte como intelectual orgánico de una empresa actual pero no a Andre Bretón y ese “sentido común” hace que algo nos suene mal y nos “chirríe” o no. Algo nos “rechina” cuando un publicista coge un eslogan de Mayo del 68 para ofertar productos de comestica. Algo falla. Algo muele mal. Algo no va bien. Nos dice la nariz. Claro que hay que resucitar sus voces (no usarlas) pero con sentido común y sobretodo con honestidad. Respeto y humanidad. A los escritores les parafraseamos, les usamos políticamente, les criticamos, les ponemos verdes. Aunque siempre criticamos más a los vivos que a los muertos, que nos dan más respeto. Con los vivos es más fácil meterse porque no se defienden mucho. Los vivos en vida están callados como muertos, no vaya a ser qué se pasen y les censure el poder, y cuando uno protesta mandando a todos “a la mierda” nos reímos todos de él, lo echamos en la parrilla “refrito” de asuntos graciosos del día y lo empleamos para desahogarnos catárticamente nosotros también del Sistema.

En cambio, el muerto sí que se defiende, porque el muerto es él y su fundación, su legión de estudiantes críticos y su club de fans. El muerto es ya casi objeto, casi mito, y no resulta tan humano como el vivo, ¡es la humanidad lo que nos da más miedo!. Con el muerto no es tan fácil meterse como con el vivo porque ¡cuidado con el muerto!, sobretodo si aún el cadáver esta reciente, y la viuda pululando con los derechos de obra e imagen...)

     ¿Por qué la historia es un eterno retorno de los mismos errores? Precisamente por ese “oír sin escuchar y entender sin comprender”. No hicimos ni caso cuando se nos advirtió de lo que habría. Y hoy, presente, tampoco hacemos caso de los que se creen profetas de su tierra o salvadores de la humanidad y nos advierten de nuestro presente, de lo que hay. Tenía razón Brecht cuando se quejaba de que hasta que no nos toque a nosotros no reaccionaríamos e igual ni aún así, porque tenemos más de “rinocerontes del absurdo” que de seres racionales. Nos guste o no.

El respeto de la sociedad hacía los intelectuales se resume en “di lo que quieras, que nosotros y todo el sistema va a seguir igual, jajaja” (con risa cínica, como orgullosos de que todo siga mal y vaya a seguir mal). Esa es su “deferencia”. El feedback actual y la retroalimentación entre lectores y escritores es algo así.
Y se envuelve al hombre que escribe y se expresa en casillas para que de menos miedo y sea menos peligroso. Así que el escritor ha de darse cuenta de que no va a cambiar la conciencia de nadie, porque el que no quiere cambiar no cambia, pero ya que el escritor necesita hacerlo pues adelante. El escritor es un neurótico, ósea con conciencia social y conciencia moral hacía los problemas de su sociedad y escribir es su forma, no de solucionarlos, pero sí de quitarse estas “obsesiones” de su cabeza. Las plasma en el papel y se las quita un poco de la cabeza. Es como aquello de que el cura siempre predica a quien menos culpa tiene; y habla del pecado sexual a las feligresas célibes.
Y el escritor machaca haciendo sentir culpable moralmente a un lector que es el que menos culpa tiene. como el cura Abel de Unamuno que predica a los ya convencidos. Parece que basta que Adoux Huxley escriba una anti- utopía y nos diga “por aquí no”, para que los gobernantes vayan por ahí, por lo prohibido (a esto se le puede llamar “sicología inversa, invertida” o que los empresarios e ingenieros y demás no suelen leer mucho o simplemente atracción por el lado oscuro, el lado sobrehumano del hombre; la clonación, la creación de seres humanos como objetos, órganos, mano de obra barata) Casi se diría que los intelectuales de anti- utopías o de ciencia ficción les dan malas ideas a los jerifaltes de la sociedad, más que darles buenos consejos. ¿qué pasaría si Orwell levantase la cabeza y viese a Mercedes Milá “la izquierdista” presentando un gran hermano evasivo y leviathanico? Parecen ironías estas paradojas, parece que la vida se ríe de nosotros. Sí, somos bufones tristes predicando en los desiertos.  quien ha diseñado ese programa ha tenido el cinismo, la hipocresía y la maldad de llamarlo “gran hermano”, con toda la mal sana ironía. No la verdadera ironía, la romántica, la ironía de los inocentes. Y esto contradice todo el intelectualismo moral. Cuanto más sabe el hombre más malo se vuelve, salvo honrosas excepciones como pudieran ser Sócrates, San Agustín y demás. Estos cometieron un error de egocentrismo, pensaron que todos los hombres obrarían como ellos. Maquiavelo fue mucho más realista.

No nos sirve el pasado para aprender del presente, y tampoco los escritores del presente nos hacen cambiar nuestra forma de ver el mundo. Esa es la triste realidad. Que el compromiso social de la literatura, por necesario que sea, en el fondo es un simulacro, un hipócrita teatrillo de roles, donde un autoproclamado intelectual alza su voz vanagloriándose de lo izquierdista que es él y lo mala que es su sociedad. Y entonces el público lector dice “sí, uno como todos, izquierdista de pensamiento y que compra zapatillas Niké” Y si ese escritor no compra zapatillas Niké, el lector investigará en la vida personal e intima del escritor para averiguar si bebe coca colas.
Si el escritor anti- globalización bebe coca- colas ya no será consecuente con sus ideas y el crítico del ABC lo proclamará a los cuatro vientos. ¡Nosotros, como no nos dedicamos a escribir ni a salvar el mundo, podemos comprar coca colas que queramos hasta hartarnos!. Comprar coca cola ya desprestigia como intelectual (igual que en los tiempos de la transición si a te gustaban los toros o el fútbol) Compra coca colas; ergo; renuncia y hace concesiones. Eso le hace sentir al lector criticón, envidioso insano y quejoso que el escritor es uno de tantos, otro más, más de lo mismo, que el escritor es como el lector en el fondo, y encima un hipócrita, porque se queja de un Sistema en el que él también participa. Y comulga, aunque no quiera. Por cierto que no sé como se comulga con ruedas de molino, tanto que Unamuno se negaba, es tan absurdo como comulgar rinocerontes y caballos. Estos lectores no cogen la lectura con gusto, no leen con respeto, estos “realistas” no respetan que la literatura sea simulación o ficción verosímil y que no esta afiliada a ningún partido. Leen este tipo de críticos como lobos deseando encontrar en el escritor a un cordero que puedan ellos devorar y comerse con patatas, a lo antropófago.

Busquemos el plagio, donde ha hecho intertextualidad, ¿esta coma es suya?, no, la ha robado, y ¿este personaje es él? Fíjate, como se desnuda, jaja, aquí hay elementos autobiográficos, fijo que esta escritora ejerció la prostitución, fíjate qué bien describe el mundillo, habrá que investigar, investiguemos...encontremos el lado morboso que venda el producto, la gente es idiota y pide carnaza. Aunque nosotros no diremos carnaza, diremos “lado humano del escritor” o algo así. Busquemos, olfateemos, somos investigadores culturales- se dicen este tipo de periodistas que escriben biografías no autorizadas y otras cosas por el estilo. Y es que ¡cuanta envidia! ¡cuanta verde envidia cuando criticamos que este es “hijo de” y al otro le han amañado un premio! Si son mala literatura caerá por sí mismos, creamos un poco más en la eternidad, nosotros, “realistas” apegados a la pedestre autonomía de lo temporal.  (todas las civilizaciones han vivido en esta autonomía de lo temporal, no es propio de la postmodernidad, es una constante que haya gente inmanente igual que el que surga gente trascendente en esa sociedad. En la cultura romana lo más vendido eran los chismes de políticos a los que vilipendiaban, más luego había algunos filósofos que conquistaron la eternidad con el tiempo. Tiempo al tiempo, paciencia. La fama, como dice Nietzsche, es moneda muy frecuente con la que se paga el talento monetario, pero la eternidad pertenece a los que trascienden este pragmatismo de mecenas, contactos y contratos editoriales)

Este lector criticón lee la construcción teórica de un escritor dispuestos a destruírsela, porque ya se sabe que es más fácil destruir y de- construir que atrevernos nosotros a construir algo. Y es que leen al escritor ya sin creer en el ilusorio pacto lector- escritor, ya no se creen ese “cuento”, ese meta- relato; por eso atienden más a como lo dice que a lo que dice, porque ya no le creen su mentira o su verdad poética y tanto le cogen con pinzas, tanto le juzgan, tanto le critican que el escritor o el artista casi tendría que pedirles perdón por haber querido crear algo o por haber creído creer en algo. Por haber creído en su creación. Escribo, ya lo siento, perdónenme, yo no quería... pero es que no podía resistirme, es superior a mis fuerzas. Ya siento “ir de artista”, siento mucho contribuir a crear cultura, lo siento mil, ya sé que sólo puedo crear anti- cultura, sólo destruir y reflejar la fealdad humana... pero sentía en mi interior el deseo de escribir algo bello, por falso que fuera. Vivimos un  tiempo en que los lobos hobbesianos y capitalistas se comen a los corderos roussianos o bakunistas.
Quizá siempre haya sido así. Y encima le preguntan al escritor ¿por qué escribes? como si al empresario corrupto se le preguntase por qué no declara su dinero negro. A ese se le da por sentado el motivo, se lo obvia.
No podemos creernos que alguien este creando por el mero hecho de crear, por amor al arte, ¡alguien que no sólo re-produzca lo que le manda su jefe en la fábrica de tornillos o en su agencia de noticias!. Dios mío, ¡produce y nadie se lo ha pedido! ¿por qué? Y la pregunta correcta es ¿por qué no? Estos lectores malvados leen a los escritores atentos a destriparle como furias griegas, y en vez de escucharle se le oye, y en vez de comprenderle emocionalmente se entiende su estructura gramatical y su empleo del lenguaje. Y en vez de tratarle con respeto, estos universitarios y estos críticos están ansiosos por criticarle, por destruirle su ficción. Lo que ese tipo odioso de lector siente es que el escritor ha de volver a la realidad y renunciar a la ficción y por eso se la destruyen.

Hay que bajarle de parras, nubes, idealismos, platonismos y darle una patada a toda muleta de creencias con la que se sustente por la vida, igual que estos niños crueles pegaban patadas a las viejas con patas de palo y prótesis en la cadera.  Sin embargo, el buen lector, el lector ideal- potencial- utópico sale enriquecido de todas sus lecturas, cada una le aporta una nueva forma de ver el mundo, desde un prisma más, desde más parcela de Verdad, y ese lector saca de la lectura provecho.   Devora el libro, (la literatura es vianda del alma) y lo incorpora e interioriza a su propio pensamiento, que cada vez se abre más, y contempla el mundo más horizontalmente. Se come el cerebro del escritor, adquiriendo así parte de su sabiduría vital, y esto le ayuda a cambiar su vida y quizá incluso a cambiar parte del mundo.

Y luego hay un tercer tipo de lector que es lo que Cortazar llamaría el lector- hembra. Esta lectora, porque en su mayoría es femenino, lee novelas evasivas; novelas históricas, novelas de amor o de asesinatos a lo Ágata Cristhie (que es la Ángela Lasburu- Flecher de los libros, la ancianita encantadora de la burguesía encantada de haberse conocido) Esta tipa no le pide a la literatura más que diversión alternativa a lo que echan por la tele. Lee para creerse más culta cuando va a la peluquería y todas estén con el Pronto. “Culturilla general” lo llaman estas marujas sapienciales, pero en el fondo leen sin enterarse de nada. Se dejan envolver por la magia de las palabras pero ni siquiera leen entre líneas, no ven lo que hay detrás, no ven al hombre que hay detrás, ni sus ideas ni sus sentimientos ni sus pensamientos ni su propósito al escribir. Le leen como se leen los anuncios del eroski, sin más. – yo es que, chica, me leo hasta las esquelas. Soy muy leída-  A estas tipas maruxas sólo les gusta las palabras, la trama, la acción, y después, cuando cierren la novelita barata, se habrán olvidado de lo que han leído y sí les preguntan por el libro dirán sólo que las ha entretenido, evadido de su dura realidad, pero que ya se han olvidado todo. y entonces, ¿para qué han leído? No hay que leer para evadirnos en otro mundo, sino para después de dejar el libro, ver con nuevos ojos nuestro mundo. Son estas lectoras- hembras las alumnas que escuchaban al profe guaperas y sólo atendían a su tono de voz, no a sus palabras, miraban la corbata que traía y los gestitos que hacía, y oían de fondo el murmullo cadencioso de su chapa. Una melodía que “las suena bien” o “las suena mal” y por eso sólo se quedan del escritor con su “tono”, el tono de voz del escritor. Uy, este Bukomsky es un obsceno que dice palabrotas. ¡Uy, este Séneca parece enfadado con el mundo!. ¡que agresivo es el tono de voz de este Céline! ¡que bien me suena, que melodioso, que bonito y suave habla Corín Tellado!

La literatura es fónica para ellas, una melodía musical, rítmica, un tono de voz alto- grave- suave, los tres estilos, y van leyendo sin atender a lo que leen, igual que cuando van a un pub se dejan llevar por la música sin escuchar que la letra es; “golosa, eres una golosa. Tienes la boca caramelosa, porque te gusta comer. Cómemela, cómemela, golosa, mueve tu cadera golosa, chicos con chicas y chicas con chicos, el chico arriba, la chica abajo, eso es, golosona, mueve el culo, ñam ñam ñam”
Menos mal que no atienden conscientemente a la letra (que se les mete inconsciente y subliminalmente en la mente) pero... ¡suena tan rítmico! ¡tan musical! ¡con tanto ritmo..! Aunque es basura musical y borreguil, es superior a mí, tengo que bailarlo, tengo que mover mi culo goloso, y no pensar en más. Por eso escuchan pachanga y leen a ese tipo de escritores más preocupados por el estilo, el tono, la voz, que por el contenido. Escritores que quizá mejor podrían haberse metido a letristas pop porque no tienen nada que decir pero sí mucho ritmo, acción trepidante y todo dicho suavemente, políticamente correcto, con una suavidad digna de Ane Igartiburu.

 Este tipo de lectoras suele decir “no he entendio una palabra de Gala, pero ¡ay que ver que bonito era todo! ¡habla con una gracia andaluza, tiene una pluma.... dice unas cosas más bonitas... y eso es poesía o literatura; palabras bonitas”  Es lamentable el panorama de la lectura en este país. No se escribe porque no se lee y no se lee porque no se escribe, dijo Larra de su época. Pero actualmente yo diría “se escribe porque no se lee”. Los que afirman haber leído bastante suelen decir que en literatura ya se ha dicho todo lo que tenía que decirse, que no hay temas nuevos y todo esta inventando, nada nuevo bajo el sol y demás pesimismos postmodernos. Y por tanto para ellos el arte, la escritura, consiste en una enorme elipsis, ósea en un hermético, culpable y secretista silencio. Si no hay nada que decir no digamos nada. El arte, para estos consiste en pararse a tiempo, en callarse como muertos, en hacer de toda su obra un simple silencio poético, una especie de haikus que no dice nada,  hablar por hablar, sin decir nada nuevo.  Esta teoría de la elipsis se la pueden callar también. De lo que no se sabe se debe callar, dicen, pero esa frase es anti- humanista porque lo natural en el hombre es hablar, aunque no tenga nada que decir, y escribir tal que habla. Y no nos comerá la espiral del silencio porque no somos escritores de tiempos del silencio sino cantautores gritones, escritores alzando nuestra voz en un tono más elevado que el normal y permitido en toda sociedad. Sí, estamos furiosos, somos jóvenes airados los de mi Generación Botellón. Gritamos a lo Munch, expresionistas con libertad de expresionismo y nuestro grito y aullido de lobo estepario no será ahogado por la sobre información.  Gritaremos muy alto, aunque no por gritar llevemos la Verdad, pero gritando nuestra verdad será más oída y ya se sabe que la verdad la tiene quien más la publicita y la mentira más gritada es la mejor verdad. No debería ser así, pero así es. Y hemos de gritar a las sordas si queremos ser oídos, para que EL QUE QUIERA ENTENDER QUE ENTIENDA.  El problema es que hay demasiada gente sorda, o más bien haciéndose la sorda y que no quiere oír en esta sociedad. Y no es cosa de sonotones. Sin embargo, los que de verdad leen (no los que dicen que leen) saben que la literatura aún esta por inventar, y no creen en eso de la elipsis literaria. Igual que el mundo aún esta por crear, que continuamente se re- genera en cada generación y la evolución no esta terminada. Y aunque Europa sea un geriátrico donde hay pocas nuevas generaciones de jóvenes (y por eso quizá, un quizá muy certero, poco afán rebelde y revolucionario) los inmigrantes nos traen aquí sus nuevas generaciones y en ellos depositamos el relevo de nuestra civilización decadente, avejentada y mortuoria.

El panorama de la literatura tal y como se lo he puesto es desolador.
Tenemos por una parte a los destructivos críticos (sean universitarios de la queja, académicos pedantes y elitistas o críticos impresionistas del ABC)
Tenemos a las marujas evadidas en unos libros que simplemente les aporta nuevo vocabulario y tema de conversación en la portería (Me he leído el Código Da Vinci... todos lo leen, tienes que leerlo, chica, para estar al día de lo que todos leen, lo que todos piensan.. Lo escuché recomendado en la Cope y luego se hace el boca a boca, voz populis, feed- back, y quien no lo ha leído es un inculto y no esta a la moda)
Y tenemos a una niña soñadora “potencial” que es hacía la que el escritor escribe. Pero me pregunto yo, ¿no querrá ese escritor conocer a la niña soñadora directamente, simplemente? ¿No estaré buscando sencillamente ese alma gemela para la que escribo y lo demás no son sino añadidos? No sé quien dijo que los escritoresbuscan ser dos, ósea el amor, encontrar el alma gemela. Y los escritores geniales, los genios, simplemente buscan la unidad, el absoluto, ser Uno, ser ellos mismos. Yo espero encontrar a mi alma gemela, lograr por tanto la comunicación emisor receptor y renunciar al absoluto para quedarme en la ambivalencia de la dialéctica; ser dos. escribir para el lector y no sólo para mi mismo.  el problema es encontrar a ese niña soñadora, a esa lectora ideal.

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